domingo, 30 de enero de 2011

algo que tenía que contar

Le he dado muchas vueltas al asunto. Y he llegado a la conclusión de que hay cosas que nunca tienen un buen momento para ser contadas. Cierto que yo me callo lo que me duele. Que las heridas me las lamo sola hasta que están curadas. Y que me cuesta expresar los sentimientos si son desagradables. Pero es el momento. Porque va a ser tan malo como cualquier otro. O tan bueno. El caso es que va a ser ya.
Supongo que habrá gente que se pregunte porqué rompí con el desequilibrado. Y no voy a explicar los detalles desagradables de último momento. No seamos simplistas, las cosas no se rompen por la última bronca o la última desavenencia. No es cosa de un día. Hay que ir a la raíz del asunto.
Es cierto que nosotros siempre fuimos una pareja de altibajos. Pero porque él es una persona demasiado temperamental. Igual ríe que llora, ama que odia. Y en el día a día no es sencillo. Pero más o menos nos manteníamos. Todo se truncó cuando tuvo una idea feliz de las suyas: pedirme matrimonio. Y cualquiera que me conozca un poco sabe que yo soy antiboda, anticompromiso y antiesascosas. Total que me vi metida en una peli mala, con viaje a Italia, anillo con pedruscos y frase tópica incluída. Lo primero que dije fue “no puedes hacerme esto”. Más cuando varias veces había dicho claramente que si se empeñaba en casarse acabaría con lo nuestro. Más cuando durante años me oyó hacer comentarios negativos respecto a los bodorrios. Pero lo hizo.
Tras mucho darle vueltas y mucho chantaje emocional del estilo “tus abuelos aún están bien” “mi padre ha estado muy enfermo” “la familia se alegraría tanto” acepté de mala gana. Y puse condiciones, que fuera una boda pequeña, sencilla, con poquísimos invitados, etc. Pero no se me hizo caso y cuando me quise dar cuenta, estaba hasta arriba de preparativos, con casi 150 invitados, iglesia, banquete y su puta madre en verso. Y claro, me entró la crisis. Así que a finales de verano, me armé de valor y le dije que yo no quería eso. Que ya que aceptaba hacer algo que en realidad no quería, que al menos fuera a mi gusto. Pero eso de negociar con el desequilibrado era imposible. Era todo o nada. Lo que yo quiero o nada. Ahora o nada. Y claro, fue nada.
Tras mucho discutir y disgustos varios, le dije que no, que así no me casaba. Y él, indignado, me dijo que no quería que me casara por concesión, si no que me hiciera ilusión. Y yo dije que puedes obligarme a hacer cosas, pero no a sentirlas.
Eso nos llevó a la primera separación en septiembre. Porqué volvió a casa después es un misterio. Lo nuestro se había roto para siempre. Él estaba herido en s orgullo y yo me había dado cuenta de que ya no le quería como debía. Así de sencillo. Que sí, le quería por el tiempo, la costumbre y todo eso, pero que no soñaba con casarme con él. Que las pocas veces que pensaba en la boda como algo agradable no era el desequilibrado el que estaba a mi lado. No dejaba de pensar que si me casaba con él ya nunca podría recuperar al Ross. Que si aceptaba ese matrimonio ataría mi vida a la suya y rompería el lazo que me ataba al amor de mi vida, el de soñar que acabaríamos juntos.  
Total, que lo nuestro se fue minando. Cada vez nos importaba menos el otro. Cada vez hacíamos más vidas separadas y nos ignorábamos más duramente los ratos que estábamos juntos. Hasta que ya se hizo insoportable y patente. Y entonces recogió sus cosas, hubo mil problemas y se fue. Y hasta hoy.
Debo decir que no fue fácil. Que no es sencillo rechazar una proposición así por seguir firme a tus ideales y a tus sentimientos. Que no es sencillo resistir la presión. Que no es fácil que la bruja de tu suegra se porte peor contigo de lo que solía. Que no es fácil aumentar el odio de una familia que no te acepta. Que no fue sencillo. Pero era lo correcto. Y yo lo veía y lo veo tan claro, pero tan, tan, tan claro que nada me hacía cambiar de idea.
Ahora sé que no debí aceptar por mucho chantaje que se me hiciera y haberme cuadrado en el NO desde el segundo cero del asunto.
Ahora sé que soy un problema con el compromiso andante. Que he dicho que no al sueño de la mayoría de las mujeres sin que me temblara el pulso. Que he preferido el dolor, el insulto, la acusación, la humillación y el reproche a mentir.
Ahora sé que soy una solterona empedernida. Que posiblemente nunca vuelva a compartir mi vida con nadie dado que el Ross no me quiere o no le da la gana intentarlo o lo que sea que pasa por su dura cabezota.
Ahora sé que los genes nublados de abuelapaterna son más fuertes de lo que creía.
Ahora sé que el destino de vieja de los gatos se hace patente antes de los 30.
Ahora sé que posiblemente no me case nunca y envejezca sola.
Pero como irónicamente todo este follón me ha hecho más feliz y más fuerte de lo que era antes, he aprendido cosas que no tienen precio:
He aprendido que soy una persona íntegra y consecuente. Soy capaz de cualquier cosa por no mentir, por no aprovecharme de una situación.
He aprendido que cuando estoy segura de algo, no se me pone nada por delante. Y que me desborda la fuerza que me falta en otros momentos.
He aprendido que soy una mujer segura de mí misma, independiente, capaz de vivir sola, de salir adelante y de luchar por lo que quiere.
He aprendido que para ser feliz sólo tienes que mirar hacia delante y creer que todo puede mejorar. Y que nadie debe decirte que tú eres infeliz por naturaleza. A lo mejor me haces infeliz tú, capullo.
He aprendido que si la pecera se te queda pequeña, salta de ella y después de pasarlas putas, eso sí, llegarás al mar, nadarás a tus anchas y crecerás cuanto te plazca. Dijo Shakespeare: Mantente lejos de las personas que intentan empequeñecer tus ambiciones. Ve con aquellos que alimenten tus posibilidades de ser grande
He aprendido que ser libre es el mayor de los dones y que no tiene precio. Que sentirse libre es mejor que sentirse enamorado, que sentirse acompañado y mil veces mejor que sentirse abocado a algo que en realidad no se desea.
He aprendido que ser yo no es tan horrible como me pintaban cada día.
He aprendido tanto que ahora soy mejor, más sabia, más madura y más experta. Y sobre todo libre. Y eso no me lo quita nadie.
Y he aprendido que es cuestión de seguir caminando. Que el mundo no se detiene. Que la vida sigue y hasta puede ser mejor. Por eso estoy aquí y camino erguida, con la frente bien alta.


jueves, 27 de enero de 2011

soy una mujer estupenda

Hay gente que me dice que se sorprende de que esté tan bien tras una ruptura. Sin embargo, yo no siento dolor, ni rencor, ni nada malo. Siento que he vivido algo estupendo a ratos y horrible en los últimos meses, pero que lo he vivido y he aprendido. Además de eso creo que he soltado lastre y que ahora vuelo más alto, más libre y más feliz. Si algo tengo que reprochar, es que había perdido parte de mi autoestima y que hacía mucho que no me sentía mujer. Que me sentía la chacha, o la cocinera, o la pesada de turno. Pero que no me sentía especial, increíble, maravillosa. Que no sentía que fuera una mujer fascinante. Y seguramente no  lo sea, pero hay quien por un rato, me hace sentir así. Y viene bien un chute de moral en lugar de una crítica. Aunque sea a veces. Estaba harta del dedo acusador siempre ante mí, como el cañón de una pistola ante mi cara.
El otro día hablé por la noche con un chico que se merece un post en los hombres de mi vida. Se lo escribiré cuando me inspire. El caso es que el chico en cuestión estuvo en mi vida y en mi cama hace años. Él tenía 20 añitos recién cumplidos y compartimos unas semanas estupendas. Luego le dejé volar porque era un crío y no podía quedármelo. Hacía tiempo que no sabía de él, pero, maravillas del feisbuc, le recuperé hace poco. Y hace un par de noches se conectó al Messenger a las tantas. Hablamos y me contó muchas cosas, que ahora vive en Alemania y que yo le cambié la vida. Así como el que dice ayer desayuné churros. Me dijo que yo era una mujer muy especial y que le enseñé muchas cosas a parte de las que yo ya sabía. Que gracias a mí se conoce mejor y aprendió lo que quería de las mujeres, lo que buscar en ellas. Flipé un poco, la verdad. Nunca se sabe el alcance que pueden tener nuestras palabras o acciones en la vida de las personas que nos rodean. Cómo de hondo calamos en quien comparte un pedazo de camino con nosotros. Así que le dije algo que todos deberíamos oír al menos una vez en la vida. Y que encima es cierto. Le dije: “te quiero tal y como eres”. Le dije que tuviera claro que es un chico fuera de lo normal y que no deje que nadie le haga creer lo contrario. Que él es estupendo así, tal cual, como es.
Para colmo hermanodeG también me levanta un poco el ánimo cuando hace falta. Me dice que soy una gran mujer, que soy interesante, que tengo una conversación increíble, que soy muy inteligente y que soy la bomba en la cama. Y que te diga eso un pedazo de moreno de ojos verdes que se saca un doctorado te hace levantar un poco los hombros y creer que podrías con lo que se te pusiera por delante.
El caso es que entre unas cosas y otras, últimamente me siento mejor. Tanto, que hoy me he puesto música mientras me duchaba y debía parecer una escena de una película ochentera, bailando y lo que es peor, cantando, con la música de Dirty Dancing mientras me enjabonaba el pelo. Pero es que estaba contenta. Es que me sentía atractiva y sexy. Me sentía una mujer estupenda. Me sentía de puta madre conmigo misma. Y eso en mí, no siempre es sencillo, aunque desde hace tiempo, no me resulta tan complicado como antes. No me gusta decir cosas malas de nadie, pero me temo que antes me sentía fatal por culpa de quien me rodeaba, que tiraba de mí hacia abajo, hacia el fondo. Más y más al fondo cada día. Pero ahora, como decía al principio, vuelo alto y libre, sin cargas. A veces tropiezo, a veces me caigo, claro. Pero me levanto, me sacudo el polvo, me echo hacia atrás el pelo, sonrío y me digo que soy una mujer estupenda y sigo caminando.

miércoles, 26 de enero de 2011

pausa para publicidad

No es que vea mucho la tele, pero vivir sola hace que a veces la tenga puesta sólo para que haga ruido y  sentirme acompañada. Es absurdo, pero casi todos lo hemos hecho alguna vez. El caso es que me ha llamado poderosamente la atención este anuncio de Ikea, que debería titularse "no es más rico el que más tiene, si no el que más polvos echa". Estoy demostrando no ser una reprimida, pero... no veo muy bien la relación del anuncio con los muebles en cuestión. Además, tras montar aunque sea una simple una estantería con la maldita llave allen y las tuercas strongen, a uno le quedan ganas de todo menos de ponerse libidinoso.
No sé qué opinaréis al respecto. Aún así, me parece estupendo que la gente folle como loca. A mí me lo van a contar, ¡ja! Total, que muy bien. Todo el mundo a destrozar las camas del ikea a base de empujones. O de lo que haga cada uno...




Sin embargo, me parece simplemente genial este anuncio de Coca-cola, que ha recuperado su esencia de anuncios optimistas. Lo dejo también, para reponerme un poco del ikeismo. Y porque creo que es necesario. Estamos todos hasta las narices de crisis, de mal rollo, de claxonazos, atascos, gente malhumorada. Por favor, un poco de alegría, de ánimo. Un poco de ver la vida desde el lado bueno, de ver la botella medio llena, aunque sea de coca-cola.


domingo, 23 de enero de 2011

noche loca de sábado

A veces la vida es surrealista. Pero es divertido. Es la gracia que tiene la cosa.

El viernes por la mañana discutí con el Ross (aquí le he llamado amordemivida, pero  voy  recuperando cosas del antiguo blog que me gustaban). Y no me apetece explicar por qué, pero colmó mi paciencia. Llevo mucho tiempo esperando que dé un paso que no va a dar. Porque en el fondo, no va a cambiar, las personas no cambiamos. Y él es así, de no hacer nada, de dejar que todo pase a su alrededor y ver los toros desde la barrera. Y ya me he cansado. De momento, al menos, porque le quiero demasiado para sentenciarle. Pero por ahora basta. Basta de esperarle, basta de no estar con otros chicos, basta de soñar que me despertaré a su lado. Basta.
Total, que como explicaba en el post anterior, el viernes me disgusté con el Ross, fui a ver a I y G para no volverme loca y me asusté de la oscuridad. Y me acosté tarde, deprimida y cabizbaja. Y me levanté igual. Me puse a limpiar compulsivamente la casa. Para estar haciendo algo, más que nada. Hasta que me llegó un mensaje al móvil. Lo ignoré un rato, pensando que sería publicidad de “cambie su móvil por uno mejor y más chulipandi.” Pero cuando lo abrí resultó ser de Anita, mi ex compi de trabajo y buena amiga en la actualidad. Le dije que estaba depre pero que me apetecía verla. Y me dijo que sí, pero con la condición de salir de casa. Que siempre nos terminamos amuermando en el sofá. Acepté, porque tiene razón, que en invierno no hay quien me saque del pijama de pelotillas y mi nido de cojines.
Pasé más frío que una tonta, pero me lo pasé genial  y me sucedió algo que me ha quitado las penas para toda la semana, como mínimo.
El caso es que al final me arreglé, me pinté y me puse mona. Y nos fuimos al centro a tomar algo. Estábamos en un bar, ella cervecita y tosta, yo poleo porque voy así de fuerte cuando salgo de fiesta, cuando me suena un mensaje en el móvil:
“Hola que soy el hermano de G que me he enterado de que lo has dejado con desequilibradomental y aunque nos conocemos de poco, me gustaría verte un día y tal y cual.”
Yo levanto la vista, roja como un tomate y con risa floja de esa que me da a veces y le digo:
-         nena, busca la cámara oculta porque esto es coña.

Ella se ríe le cuento y me pregunta:

-         ¿pero está bueno?
-         Pues el caso es que sí. Yo le conocí este verano en el cumpleaños de G y el chaval está potente.
-         Pues llámale, si hay plan yo me cojo un taxi a casa y ya dormiré contigo otro día.
-         Hala, mujeeeeeeeeeeer.
-         Tú llama.

Y llamé a G, pero no me lo cogió. Así que le llamé a él.

-         ¿hermano de G?
-         Sí, soy yo.
-         Hola, soy Naar… ¿estás con tu hermano?
-         Sí… está aquí… pero…
-         Nada, pónmelo ya.
-         Pero…
-         ¡¡YA!! Luego hablaré contigo.
….
-         ¿G?
-         Si, dime guapa.
-         De guapa nada. Tú vas a morir.
-         ¿yo? ¿por?
-         Porque te voy a matar yo, así de sencillo.
-         Ah, por lo de mi hermano… yo no quería, ha sido él que…
-         Que nada. Voy a matarte.
-         Pues estamos en Tribunal, por si quieres venir a terminar con mi sufrimiento ahora.
-         Vale, pásame con tu hermano, anda.

Hablé un poco con el chico y le dije que estaba por ahí con mi amiga y que dónde estaban y en qué plan. Y al final decidimos ir. Dimos un pirulo increíble por medio Madrid y llegamos al garito. Muá-muá, holaquetal, puesaquíestamos.
Y de pronto volvía a tener 18 años y a estar tonteando con tío en un pub. Huy, qué bien hueles y te acercas peligrosamente a mi cuello. Ven que te coloco la bufanda y le pongo las tetas delante. Ay, qué delgadita eres, qué cintura más fina que te agarro a dos manos. Y eso. Cosquillitas en la tripa. Ganas de comerle la boca.
En esto que llega la hora de irse. Anita insiste en coger un taxi. Y hermanodeG no parece tener intención de irse a su casa. Y me tiene agarrada por la cintura. Le propongo que se venga para mi barrio y acepta. Pues hala, secuestrado, chaval, tú lo has querido.
Así que me lo traigo a casa. Y me besa. Y lo hace bien. Muy bien. Me cuenta cosas, es un chico interesante, pero yo lo que quiero es quitarle la camiseta. Me mira con unos ojos verde oscuro de lo más interesantes. Y sonríe y tiene los dientes un poquito montados. Y yo recuerdo que estoy sin depilar, que llevo unas bragas color carne cero morbosas y que hace varios meses que no pillo cacho. Me pregunto si habré perdido técnica, si lo haré todo mal. O si mis pelos le asustarán. O si… ¿me está quitando la ropa? Andá, pues sí, pues estoy a medio despelotar. Debería decirle que estoy sin depilar. Debería decirle que llevo mucho tiempo sin que nadie me toque así. Debería decirle que estoy desentrenada. Debería decirle que no, que lo dejamos para otro día. Debería decirle que…
-         ¿te subes a la cama conmigo?

Mierda. No era eso. Son mis hormonas las que han hablado, no yo. Pero madre mía, qué bueno está este hombre sin camiseta. Y se mete en la cama y desaparece la ropa que quedaba. Y me abraza y me besa y me hace estremecer. Una, dos, tres veces. Pierdo la cuenta, me falta el aire. Nos dormimos, desnudos, agotados. Nos despertamos y me besa. Tío bueno para desayunar, estupendo.

Se ha ido a la hora de comer, pero a mí me duele tanto todo que aún le siento cerca. Las piernas flojas, la espalda machacada y unas agujetas de culo me acompañarán unos días para recordarme la noche loca. Pero me da igual. Desde hace muchos años que tuve una noche así con el dueño de mis sábanas (la verdad es que mejor que esta, porque fue con él, con el dueño de mis sábanas), no había tenido otra. Y necesitaba sentirme mujer, sentirme deseada, sentir que alguien pierde la cabeza por mí aunque sea un rato.

No sé si volveré a quedar con él. Y me da lo mismo. El chaval es majo, es un seductor nato, muy meloso, con las palabras muy medidas, muy acostumbrado a que las niñas pierdan las bragas por él. Pero yo no estoy en ese punto. A mí me ha arreglado la semana (y la que viene también), pero tampoco me apetece complicarme la vida. Está todo bien como está.  

En fin, estoy muy cansada, pero muy contenta. Vuelvo a ser tan yo, que hasta he soltado a la fierecilla de mi interior. A la que aprendió de Sabina que los hombres se cansan de las chicas guapas que dicen “ten cuidado al desnudarme no vayas a estropear mi peinado”. Que los hombres buscan mujeres reales y no perfectas. Que en la cama se suda, te despeinas, gimes y te ríes. Que como también dice Sabina, que es un sabio en estos temas “la buena reputación es conveniente dejarla caer a los pies de la cama. Hoy tienes una ocasión de demostrar que eres una mujer además de una dama…”

sábado, 22 de enero de 2011

tranquila, princesa

A pesar de llevar casi dos años independizada, de haber vivido muchas cosas y de ser bastante madura, es desde hace poco que me siento adulta de verdad. Me he hecho mayor. Pronto se me caerán las tetas, se me descolgará la chicha del brazo y empezaré a recoger gatos tiñosos y a rebuscar en la basura.
Hace no mucho dije que ser adulto es saber que tienes que cuidar de tus padres aunque tú estés jodido. Y esto ya es duro. Pero hay cosas igual o más feas aún. Creo que lo que llevo peor de todo es el no encontrar consuelo.
Cuando era pequeña y me asustaba, mi madre me abrazaba y me daba una solución a mi miedo, que solían ser cosas sencillas, como miedo a un examen, a un compañero que me puteaba o a un profesor que gritaba mucho. Mi madre me decía “tranquila princesa, lo que tienes que hacer es esto y lo otro.” Y yo me lo creía. Y punto. Se acabó el miedo. Además, era su princesa y esa palabra me hacía sentir bien. La forma tan dulce en la que me lo decía mi mamá. “No te preocupes, princesa”.
Lo chungo de ser mayor es que los miedos empeoran, y que ya nada ni nadie te consuela. Porque cuando para colmo vives solo, no hay quien te abrace y te diga “tranquila princesa”. Incluso cuando estaba aquí el desequilibrado no me lo decía nunca. Ni el “tranquila” ni el “princesa”. Y es algo, que al parecer necesito oír.
Mis miedos ahora son más complicados de solucionar, claro. Son cosas como miedo a la enfermedad, a la muerte, a perder a mi escasa familia. Y a quedarme sola. Y no por el hecho de estar sola en sí, si no quedarme sola porque soy insoportable, porque mi abuela paterna tiene razón y soy mala y nublada como ella y su estirpe de solteronas. Es duro pensarlo y es duro oírselo decir a tu propia abuela. Pero trato de que no me afecte. Trato de pensar que no soy ella, que soy la princesa de mis padres.
Hoy he vuelto a tener miedo. Y de una chorrada, porque nunca me había dado miedo la oscuridad. Pero es que he tenido un mal día. Quizás es que llevo unos días malos en general. El caso es que he ido por la tarde a comprar unas cosas y me he quedado en casa de I y G un rato. Necesitaba charlar y estar acompañada. Contar cosas y no pensar en quien no me quiere. El caso es que a la vuelta he descubierto que toda mi manzana estaba sin luz en la calle. En las casas sí, pero las farolas estaban apagadas. Todo más negro que la boca del lobo. Acojonaba, la verdad. Y yo sola, abrazada a mi bolso y apretando con la mano derecha las llaves en el bolsillo del abrigo. Aterida de frío, sin ver a un palmo de mis narices. Casi no acertaba a abrir el portal cuando he llegado. Tenía miedo, sí. Miedo de ir por una calle oscura, vacía, de ir sola. Miedo de no tener una mano a la que aferrarme. Pero he llegado a casa y he respirado hondo. Qué más da. Ya no importa. Estoy en casa, estoy bien, estoy a salvo. Y a falta de alguien que me abrace y me diga “no te preocupes, princesa”, pues me he preparado cena para mí solita y he compartido el jamón de york con el gato. Y gracias a Dios ya es tarde, entre ver la tele un rato y leer la biografía de Madame du Barry, se me hará la hora de ir a la cama y mañana será otro día. Mañana volverá a amanecer y la luz me quitará los restos de miedo que pudieran quedar. Y si no, haré lo que hago en última instancia, me diré “tranquila, que no pasa nada… princesa”.  Y haré como que me creo.

martes, 18 de enero de 2011

la tele nocturna

A veces me da la neura de no dormir. O de no querer irme a la cama, más bien. Como los niños, aunque me caiga de sueño, me resisto a acostarme. Así que algunos días de fin de semana me dan las tantas hecha un ovillo en el sofá con Ron, tapados con manta y viendo la tele.
Esto está bien hasta ciertas horas. Puedes ver series del año de la pera o pelis súper antiguas. Lo malo es que después de todo eso, la tele se convierte en algo raro. Todas las cadenas empiezan a emitir programas raros. Hay diversas opciones:
Esos con tías puestas de speed que hablan a toda velocidad convenciéndote de que llames para ganar cientos de euros a cambio de decir nombres de ciudades que empiecen por J. Lo mejor es cuando llama gente y dice cosas como “Matalascañas” o “Camarma de Esteruelas”. ¿Nadie se da cuenta de que es un timo?
También están los del porno de baja calidad. Parten la pantalla y a la vez hay porno cutre, anuncios tipo “llámame, estoy cachonda” y los mensajes que manda la gente. Estos son divertidos. Los mensajes son una gracia, no puedo creer que la gente gaste varios euros en decir cosas como “moreno guapo 30 cm de polla busca chicas gordas”. O “casada insatisfecha busca sexo desesperadamente”.  Cinco minutos de leer estos mensajes y tu fe en la humanidad puede disminuir sensiblemente. Además el porno que emiten es de todo menos excitante. A mí no me gustan mucho las pelis porno, pero las he visto y las hay hasta interesantes. Pero estas no. Nada de Rocco Sigfredi con su enorme pene, nada de tías recauchutadas con cara de vicio. Son todo tipos peludos mostrando sus culos flácidos, tías celulíticas de pezones gigantes y haciendo gemidos extraños, sin música de fondo, ni ambiente tipo playa o campo alrededor. Un espanto de porno, vaya.
Y luego están mis preferidos. ¡¡Los canales de teletienda!! Me encantan. Me quitan el estrés, me hacen reír y al final me dan ganas de ir a la cama. Además últimamente hay anuncios estupendos. Los chismes que pican cosas en tres segundos o menos, los que hacen zumo de todo lo que tengas en la nevera y los que convierten tu comida en obras de arte, haciendo flores con rábanos y esculturas de los huevos duros. Los quiero todos. Pero está mi súper preferido: la mopa giratoria. Yo quiero esa mopa. Me la pido para… no sé, para la próxima vez que haya que regalarme algo. Es una fregona circular, con un cubo que pisas un pedal y la centrifuga. Y mola, porque claro, las antiguas fregonas huelen mal, se caen, llenan todo de un agua marrón-negruzco y además hay que escurrirlas con las manos. Se ve que los que hacen el anuncio no han comprado en su vida un cubo, porque vienen todos con ese cestillo que vale para estrujar la fregona contra él. Y se trata de cambiar el agua de vez en cuando, pero vamos, que no, que eso es el pasado. Lo que mola ahora es la mopa giratoria con cubo centrifugador. Eso sí es modernidad y avance y limpieza del siglo XXI. Así sí, da gusto recoger toda la mierda que se cae. O mejor, la que tiras tú por el suelo con el único fin de limpiarla. Porque ahora limpiar es fácil y divertido. Ahorras tiempo y dinero, tus manos estarán más suaves y tendrás orgasmos más intensos. Me pregunto cómo sobrevivo sin ella. Diooooooooooooooooos, necesito esa mopa.
No debería acostarme tan tarde. O no ver la tele a esa hora, lo sé. Y sé la solución, lo que en realidad necesito es un maromo (o varios, que por pedir no sea) que me saque de paseo el fin de semana y a esas horas esté enseñándome nuevas técnicas amatorias del kama-sutra avanzado. Pero mientras se da el caso, veo teletiendas antes de acostarme los días de fiesta, qué pasa.
Por favor, si alguien tiene una vida más triste que la mía, que lo diga. Podemos hacer un grupo de autoayuda. Hola, soy Naar, vivo sola con un gato y quiero una mopa-gira-gira. Bien, Naar. Todos te apoyamos, Naar. Estamos contigo, Naar.
¿Alguien se apunta?

lunes, 17 de enero de 2011

sí, soy la loca de los gatos

La verdad es que abrir este blog fue una decisión difícil. Me gustaba mucho el otro. Y siempre te queda la duda de si dar un paso adelante y dejar atrás tantas cosas o no. Pero debía hacerlo. Y estoy contenta con cómo marchan las cosas. Sólo hay algo que no termina de convencerme y es que aunque me encantan las mariposas (incluso llevo una tatuada) mi imagen es la de la loca de los gatos.
Yo soy la loca de los gatos, aunque a veces sea complicado serlo. Y estoy tan convencida de ello, que la voy a volver a poner de imagen. En este tiempo me he fortalecido tanto, que ya me da igual todo. ¿Que el desequilibradomental encuentra este blog? Pues que lo encuentre. ¿Que la gente relaciona este con el anterior? Pues que relacione. Mira, se lo voy a poner fácil: he cambiado de sitio, de nombre y de todo, pero sigo siendo la indómita, sigo siendo la loca de los gatos y si alguien de los nuevos lectores quiere saber más de mí, que pinche aquí. Hala, a tomar por culo, hombre ya.
Así que en estos días me pelearé un rato con la informática y volveré a poner mi imagen.
Además, en los últimos días me he convencido de que yo seré esa loca, si es que no lo soy ya…
Hace poco hablando con Dueñodemissábanas, me dijo que tenía algún amigo soltero y tal. Y como yo ando solitaria y aburrida, además de con ganas de echar un polvo, pues accedí a conocer a alguno. Además son jugadores de rugby y algún día explicaré por qué me ponen esos hombres rudos que se llenan de barro y se pelean por un melón de cuero. Total, que terminé hablando por feisbuc con uno de ellos. El plan fue algo así:

-          bueno, cuéntame algo de tu vida…
-          pues vivo sola.
-          Pero ¿sola, sola?
-          Bueno, con un gato.
-          Vives sola con un gato…. Hummm…
-          ¿Por qué cuando lo dices tú suena raro?
-          No, no es que sea raro, vives sola con tu gato…

Y de pronto me di cuenta. Soy una loca solitaria que vive con un gato. Y eso antes de los 30. El tipo, para arreglarlo me dice, que bueno, que sólo es uno. Vale, las citas a ciegas, aunque sean virtuales son raras. Y creo sólo funcionan en las películas. Total, que ya puestos, le dije que iba a terminar como la loca de los Simpson y que en cuanto llegara a la menopausia, pensaba ponerme a recoger animales tiñosos de la calle. El chico debió sufrir un derrame cerebral en ese mismo momento. Y he perdido la esperanza de que vuelva a hablar conmigo, claro.

Para colmo, ayer, también en el feisbuc me encuentro con un compañero de instituto. Muy guapo, muy rubio, muy amor platónico adolescente él. Y se pone a hablar conmigo. Y tres cuartas de lo mismo, que si que tal, que si ahora vivo sola, que si sola-sola, que si con un gato. Ah, con un gato, al menos sólo uno, aún no eres una loca de los gatos. No, aún no, voy a esperar a estar menopáusica.

Genial, soy una loca de la pradera que vive con un gato, que planea recoger animales tiñosos de la calle y, repito, todo esto antes de cumplir los 30. Ni los 28 siquiera. Qué mal voy a terminar. Y lo peor es que a este paso no echaré un polvo hasta que me ingresen en un psiquiátrico y conozca a otro loco-no-asesino. Cosa que no tardará en suceder, porque ¿qué persona en su sano juicio dice algo así a gente que no conoce o que hace una década que no ve? Pues gente que está para que la aten, como yo.
Al menos hay alguien que no cree que estoy loca, si no que soy estupenda. Curiosamente, es mi gato. Ron piensa que vivimos muy bien juntos, que la cama es perfecta para dormir los dos estirados, que el sofá tiene el tamaño perfecto para hacernos dos roscas y que mientras me ducho y canturreo, lo mejor que él puede hacer es sentarse en el water y mirarme. Me siento menos sola con él. Y claro, eso confirma que estoy loca. Pero no me importa en exceso. Le tengo a él. Tengo a mi amor gatuno siempre pendiente de mí y ronroneándome para que el corazón no se me congele. No necesito que alguien me bese, ni me abrace, ni me diga que me comprende. No necesito apoyo, ni un “no te preocupes”. No necesito nada si tengo a mi gato.
Por favor, la camisa de fuerzas de la talla S.


sábado, 15 de enero de 2011

mi niña la enfermera, Pa.

Lo he pensado seriamente y aunque hay menos, no por ello significa que sean menos importantes. Inauguro otra vez etiqueta para las mujeres de mi vida. Sólo una de ellas fue una especie de amorío y pensaba incluirla en los hombres de mi vida, pero no está bien. Es una mujer, preciosa, inteligente y muy femenina. Por ella y por todas las demás que forman parte de mí, etiqueta nueva: mis mujeres, las mujeres d mi vida.

La primera va ser mi niña la enfermera. Pa es, con permiso y después mi madre, la mujer más importante que hay ahora en mi vida. Pero las cosas no siempre fueron así. Empezaré por el principio. Muy al principio.

En los años en los que se inventó la tos, siglo arriba, siglo abajo, mi madre era profesora en el colegio de mi barrio. Y había una niña con la que se encariñó mucho. Venía de una familia muy conflictiva y problemática. Mi madre la acogió bajo su ala (mi madre es muy gallina, todo ser desprotegido puede refugiarse en ella) y empezó a formar parte de la familia. Cuando yo nací, algunos años más tarde, se convirtió en mi tía Techu. Ella me cuidaba y se quedaba conmigo, me sacaba a pasear y estaba más pendiente de mí que algunos familiares de sangre. Yo crecí con ella y nos contábamos todo. Recuerdo un día, siendo yo pequeña que me dijo que teníamos que hablar. El tema parecía serio. La tía Techu tendría unos 17 ó 19 años por aquel entonces y yo tres o cuatro, no sé. Me explicó que se iba a vivir con otra mujer. Que la quería mucho y tal y cual. A mí me pareció lo más normal del mundo. Más tarde entendí que se querían de verdad, como mi papá y mi mamá, como mis yayos. Pero me daba igual el modo. Mi tía era feliz y punto. Pues qué bien.
La mujer con la que se fue a vivir y a la que tanto quería, tenía una niña. Se había quedado embarazada muy jovencita y había tenido a una mocosa, Pa. La traían a casa cuando venían a comer o a cenar. Y a mí esa niña me caía fatal. Era una niña estúpida, que se comía mis petisuís y se llevaba todo el amor de mi tía. Así que decidí odiarla. Hala, que te den, niña.
Poco a poco crecimos y ella dejó de venir a casa. Pues mira qué cosa. Ya no tenía que aguantarla. Además la asquerosa había crecido demasiado, me sacaba la cabeza y tenía unas tetas enormes, que ya quisiera yo con tres años más que ella. Así que perderla de vista fue un alivio. Casi, me olvidé de su existencia.
Años más tarde, mi tía Techu, su mujer y Pa  se vinieron a vivir a mi barrio. Pa estaba en una edad complicada y quisieron alejarla de un entorno poco recomendable. Yo a veces iba a cenar a su casa, mis tías hacían una tortilla de patata estupenda y siempre tenían choped y salami del que me gusta. Así podía vengarme de los petisuís que engulló la mocosa años atrás.
Lo malo empezó un día que mi tía Techu me dijo que tenía que hablar conmigo. Me pidió que hablara con Pa. Que saliéramos por ahí alguna vez. Que la sacara un poco de casa y que intentara echarla una mano. Yo entonces trabajaba con adolescentes marginales y pensé que aquella chica rubia y pecosa no me daría excesivos problemas, así que acepté, como quien coge un trabajo. Pensé qué suelen hacer las mujeres y la invité a ir de compras. Yo necesitaba unas camisetas y así no iría sola. Aceptó de mala gana, pero aceptó.
Y no sé qué pasó de pronto, que de una tarde absurda de compras, sin saber de qué hablar e intentando hacer como que no nos caíamos mal, nos convertimos en inseparables. Nos dimos cuenta de que no éramos lo que la una pensaba de la otra. Que ambas éramos interesantes e inteligentes. Que las dos nos sentíamos un poco solas. Y fuimos llenando ese hueco que la otra tenía en su corazón.
Pa estudiaba entonces un módulo de auxiliar de enfermería. Y es la mejor enfermera del mundo. Se convirtió, poco a poco en una profesional increíble, a la que sus pacientes valoran y yo necesito. Nadie sabe quitarme las contracturas como ella. Me ha salvado más de una vez de la ansiedad. Me ha curado cuerpo y alma muchas veces. Gracias a ella tengo el hombro derecho medio bien, ya que se me salió del sitio y no tenía dinero para el fisio. Ella me lo colocaba día tras día y me ponía las vendas cada noche. Me ha desinfectado heridas. Me ha dado los mejores masajes de pies. Y sobre todo me ha abrazado. Me ha abrazado cuando más lo necesitaba, cuando más lo quería, cuando era lo único que podía sostenerme con vida. Me ha abrazado en la alegría y en el llanto. Me ha dado ánimos, me ha escuchado, me ha apoyado. Ha creído en mí.
Tiempo después de venir a vivir a mi barrio y de hacernos amigas, su madre y mi tía Techu se separaron. Yo me comí aquella mudanza con dolor y un nudo en el estómago. Pero la distancia que nos separa no es suficiente. Media hora en metro. Qué es eso. Tonterías, nuestra amistad es a prueba de bombas, de kilómetros, de hombres y de problemas.
No sé cuántas noches hemos pasado en vela. Hablando, llorando, riendo. Viendo pelis, escuchando música. O nada. Sólo compartiendo desvelos. Y durmiendo juntas. Despertando ojerosas y con la garganta en carne viva de fumar y hablar hasta las tantas. Comiendo juntas, echando la siesta, duchándonos y viendo la tele. Juntas, siempre juntas.
Nos han pasado mil cosas imposibles de resumir aquí. Aquél viaje a Calpe, cuando nos perdimos en un pueblo que se llamaba Minglanilla y terminamos viajando por la carretera comarcal durante horas. Aquellas llamadas eternas la época que se fue a vivir a Valencia. Las veces que nos llamamos y sólo decimos “ven” entre sollozos. No hace falta más para salir corriendo. El día que el loco se fue, no tardó nada en llegar y abrazarme fuerte. Se sentó conmigo, hizo cena. Hablamos, me dio su apoyo, me hizo sentir mejor. Y cambió sus turnos de trabajo para quedarse a dormir y no dejarme sola.
Tenerte en mi vida es un regalo, preciosa. Sólo quiero que seas feliz y haré lo que sea por ti, lo sabes. Si me necesitas, me salen alas y vuelo. Te quiero tanto, que me quedo sin palabras. A veces, tú lo sabes, cuánto más sentimos, menos sabemos expresarlo. Pero mi vida no sería la misma sin ti. Doy gracias por aquel día que tu camino y el mío se cruzaron, porque así no caminamos solas. Nos tenemos la una a la otra. Y qué bien caminar así, juntitas, como hacemos tantas cosas.
Has sido y eres la mejor amiga que se puede tener. Por que eres una mujer maravillosa. Y te quiero, porque eres Pa. Mi Pa.

miércoles, 12 de enero de 2011

avería inoportuna

En este blog aún no he tenido tiempo de lloriquear porque no tengo trabajo. En el mes de diciembre no he tenido tiempo ni de acordarme de lo pobre que soy. Estaba más preocupada de sobrevivir y de no adelgazar más aún o desaparecería.
Pero el otro día iba conduciendo y emitiendo ese sonido desagradable que yo denomino “cantar”. Entre canción y canción oí un ruido. Me cercioré de estar callada y no ser yo la que lo hacía.
Gggggg – ggggggggg – ggggg – gggggg – gggggggg…..

-          Mierda, coche, ¿eres tú?
-          Ggggggg  - grrrrññññ – gggg
-          ¿coche? No me hagas esto, no, por favor, no….
-          Ñecñecñec…
-          Mierda, mierda, mierda…
-          Gggggggg – ñecñec – gggggg

Deduje inmediatamente que era la distribución. No soy mecánica, pero tengo una intuición terrible. Soy como una especie de doctor Hause para las averías. Cada vez que veo agua donde no debería o oigo un ruido raro que no viene a cuento sé de lo que es. Y sé que casi siempre es más caro de lo que puedo permitirme.
Con la esperanza de equivocarme llevé el coche al taller. Según el tipo oyó el ruido me dijo que sonaba por la zona de la distribución. Ya, mira tú qué cosa, eso ya lo sabía yo de antes y sin estar llena de grasa, ni llevar mono azul, ni nada…

-          ¿Y cuántos kilómetros tiene?
-          Pues… - mirando disimuladamente el cuentakilómetros – casi 120.000…
-          Eso es que hay que cambiar la correa de la distribución y los rodillos de peribrestres y las tuercas fluembristes y la bomba del gleriñectrion…
-          Ya, comprendo. – en tu puta madre por si acaso.
-          Pero claro, hasta que no lo abra no sé qué decirte.
-          Y ¿cuánto? ¿sabrías decirme cuánto?
-          No.
-          Pero podría pagarte con…
-          ¿Tarjeta?
-          Huy, como si yo tuviera de eso. Pensaba más bien en una empanada o un bizcocho de limón.
-          No.
-          ¿y de chocolate?
-          No, me temo que no.
-          ¿y no tiene usted un hijo guapo al que pagar con favores sexuales?

Se ve que el tío es muy intransigente y se niega a aceptar nada que no sea dinero contante y sonante. Así va el mundo, claro.
Dejé el coche con la esperanza de que me llamara al día siguiente diciéndome que era la clienta número mil y que me saldría gratis. Todo lo que fuera más de eso, se escapaba de mi presupuesto. Por desgracia, he debido ser la novecientos noventa y nueve o la mil uno, pero esta mañana me ha llamado y me ha dicho que eran chorrocientos euros y que además estaba mal el no sé qué del cigüeñal. Igual el tío me va a hacer una revisión del tejado, aunque juraría que sólo hay nidos de golondrinas. Pero bueno, él es el experto.
Total, que he tenido que hacer como con los desahuciados, decir que cerrara el coche tal y como estaba y que no hiciera nada.
Me lo he llevado del taller para aparcarlo cerca de casa y que no me lo vuelvan a robar. Por el camino, que es bien corto, iban saltándoseme las lágrimas.
-          joder, coche, ¿cómo has podido hacerme esto? Sabes que no puedo pagarte una operación y tú yo somos colegas, tío, vamos juntos a todas partes. No sé cómo has podido…
-          grrrrrñec – ñec – ggggggggggg
-          ¡¡No me interrumpas encima!!
-          Ñecñecñec – grrrrrrmrbffff – pufpufpuf
-          Oye, te estaba hablando de buen rollo, pero si te vas a poner así, nada…
-          Ggggggggggggggggg
-          Lo mismo opino yo de ti.
-          Grrrrrrñecñec…
-          Pues aquí te dejo. Hala. Hasta más ver, majo.
-          Grrrrmmbfffff
-          ¡Que ya te apago! Joder con el coche, hombre yaaaaaaaaa…

Y ahí está, el cabrón, aparcado delante de mi portal, para recordarme cada día que salga a la calle y vaya andando que él se ha jodido en el momento en el que más lo necesito y menos puedo pagarle. Creo que está sonriente y todo. Tan oportuno como todos los hombres.

En fin, reitero desde aquí mi petición de trabajo. De lo que sea. Me ofrezco para limpiar, planchar o cocinar. O para detectar averías a distancia. También como médium, para ver el futuro, echar cartas o cualquier parida que se os ocurra y por la que alguien esté dispuesto a pagar. Si es el caso de hombres jóvenes y guapos, también se ofrecen favores sexuales.

lunes, 10 de enero de 2011

el dueño de mis sábanas

Inauguro etiqueta para hablar de los hombres de mi vida. Y empiezo por este, porque el otro día hablé de él como mi hombre-polvo y no parece haberle gustado mucho. Así que claro, para un conocido de la vida real que me lee, tengo que cuidarle un poco. De todos modos llevaba mucho tiempo queriendo hablar de él. Ha sido alguien lo bastante importante como para dedicarle un post. A ver si así le crezco un poco más el ego. Aún.

Le conocí en un bar, uno de tantos. Y él parecía ser uno de tantos también. Muy guapo, muy sexy, con una mirada muy azul y un fondo que parecía ser más profundo de lo que él mismo quería aparentar. Poco a poco nos hicimos algo parecido a amigos. Charlábamos, coincidíamos, nos contábamos cosas y tratábamos de disimular que había una atracción latente entre nosotros.
Hubo una noche, de fiesta multitudinaria en su casa, en la que de pronto me miró a los ojos y supe que pasaría. Que un día se adueñaría de mis sábanas. Y cuando llegué a casa de madrugada recibí un mensaje en el móvil, me decía que era muy bonita y que todas sus frases a medias tendrían su final en su momento. Yo me quedé sin aire durante unos días, mientras él estaba en su mediterráneo y me mandaba mensajes por la noche diciéndome que con los pies metidos en el agua y oyendo el sonido de las olas estaba seguro de que everythings gonna be allright. Y yo suspiraba y me metía en la cama soñando que algún día él estaría ahí, en la otra mitad de mi colchón. Como a veces me pasa aún.
Pasaron días, semanas, no sé el tiempo que fue sin él. Y volvió de su pueblo y de su mar, moreno y rubio, oliendo aún a sal. Nunca olvidaré aquella tarde soleada en la que alquilamos Four Rooms y nos reímos y comimos patatas fritas en una casucha que su hermano tenía alquilada en pleno centro de Madrid. No olvidaré la cama bajo la ventana, inundada de luna llena y que llenamos de besos prohibidos. Aquella forma de quitarme la ropa, su brazo bajo mi espalda pegando su pecho al mío. Ese respirar en mi cuello y ese sabor tan dulce de su piel que yo devoraba con deseo. Nunca había sentido “eso”. Nunca había tenido ese ardor en los labios, esa sed insaciable, ese deseo de enredar mis piernas a su cuerpo desnudo.
Estaba mal, estaba prohibido y eso hizo que aún supieran mejor sus besos.
No sé qué pasó después. Siempre fue un ir y venir, nunca sabía cuando sería la próxima vez, o la última. Pero hubo más. Siempre volvía. Siempre había un hueco que entregarle al pecado.
Recuerdo otra noche, de verano también, que estaba sola en casa de mis padres. Era muy tarde y empezamos a mandarnos mensajes. No sé qué le dije, o qué me contestó, pero recuerdo un mensaje en el que me decía que vendría a verme en ese mismo momento y me preguntaba si no me podría convencer. Quizás no sabía que siempre estuve convencida. Así que vino. Y al poco rato estaba sentado en la encimera de mi cocina sonriendo con los ojos entrecerrados. Derrochamos caricias hasta que amaneció y tuve que salir a la calle a hacer algo que no recuerdo, pero debía ser importante, porque si no, no le hubiera dejado solo y sin atar a la cama ni nada. Cuando volví, estaba desnudo, tumbado en el sofá. Me sonrió y me echó los brazos como un niño. Me lo hubiera comido a besos allí mismo. Le hubiera podido querer si me hubiera dejado a mí misma. En ese momento, tras esa sonrisa, tras esa noche, tras estar tan desnudos el uno para el otro, supe que es vínculo no se rompería nunca. Aunque nunca nos amásemos. Aunque alguna de esas veces fuese la última. Aunque sólo fuese el dueño de mis sábanas y no de mi corazón.
No puedo evitar contar otra vez, en otra fiesta en casa de alguien, que me encerró en un baño y me hubiera gustado no salir en un mes. Llevaba una camisa negra que le quedaba increíble y unos vaqueros desgastados. Entré a lavarme las manos y entró detrás de mí y cerró la puerta. Se apoyó contra ella y me puso esos ojos que me traspasaban las entrañas. No sé qué me dijo, ni qué le dije yo. Sé que me besó y que me apoyé contra el lavabo para no dejarme caer. Sé que le metí las manos por la camisa y me ardían las yemas de los dedos. Sé que tuvimos que salir y yo debía parecer sacada de un chiste, despeinada, acalorada, atropellándome las palabras y buscando excusas a lo evidente. Desde entonces mil veces sueño que entra en mi ducha y me quedo pegada contra la mampara. Mil veces deseo que al levantar la cabeza con el pelo mojado le veré en el espejo, con esa media sonrisa pícara y vendrá a sujetarme por la cintura mientras me susurra al oído.
Tengo que decir que hace mucho que no entra en mi cama. Los años del desequilibradomental me han hecho perder muchas cosas. Y con este chico no me dejaba ni hablar. Tenía pánico de que esa atracción irresistible fuera más fuerte que nuestro pacto de fidelidad. Y me prohibió el contacto con él. Nunca lo obedecí del todo, pero es cierto que no quedamos ni nada.
Ahora es cierto, por primera vez en nuestra historia, que somos, o al menos intentamos ser, amigos. Que no hay sábanas en nuestra relación. La atracción sigue ahí. Hace poco vi unas fotos suyas sin camiseta y me ha quitado el sueño varias noches. Y sé que yo también le gusto. Sé que la fantasía nunca abandona nuestra mente calenturienta. Y sé que aunque no volvamos a estar juntos, siempre recordaré sus besos, el roce de sus labios en mi cuerpo, el sabor de su piel, el calor de su aliento en mi cuello, su mirada imantada, el destello de luz entre nuestros cuerpos. Pero él tiene novia en este momento y a pesar de lo que le gustan las mujeres, es fiel cuando tiene que serlo. Y yo no estoy en condiciones de que nadie me roce el corazón, que lo tengo en carne viva. Necesito alguien que me pegue un buen meneo, pero sin que pueda pegarle un pellizco a mi maltrecha alma. Y entre este chico y yo hay demasiada química, demasiada complicidad, demasiado “eso” que es sólo nuestro. No le quiero, ni le he querido, pero tampoco me apetece arriesgarme.
 En fin, mi niño, mi rubio guapísimo con un aire a Beckham... Nunca, nunca me olvidaré de ti, de tu forma de moverte, de tu sabor, de tu olor, de ti. Nunca me olvidaré de esas miradas furtivas en medio de la multitud que me recordaban que eras tú y no sólo el caparazón sarcástico e incluso cruel tras el que te ocultas. Nunca me olvidaré de esas sonrisas que me dedicabas. Nunca me olvidaré de esas veces, que en mitad de una fiesta cambiabas la música para ponerme a Extremoduro y llamarme golfa, arrancándome de cuajo todas las telarañas del corazón. Nunca renunciaré a soñar contigo. Nunca. Porque si hay un amor emocional, un amor intelectual y un amor sexual, está claro quién eres tú. Y no renunciaré a tu recuerdo por más tiempo que pase, por otras parejas que tengamos, por más kilómetros o mares y océanos que nos separen. Nunca te olvidaré del todo. Nunca dejarás de ser el dueño de mis sábanas.

domingo, 9 de enero de 2011

multitarea

Ando un poco liada desde que he vuelto a mi casa. Primero me he dedicado a las tareas de redecoración que dejé a medias a causa de las navidades y de mi catarro. Me he comprado un escritorio y unas estanterías para mis libros. Y me encanta cómo queda. Nadie sabe cuánto me alegro de que el desequilibrado se fuera de casa con todos sus muebles y sus trastos. Ahora la casa está mil veces más bonita, mil veces más aprovechada y mil veces más mía. Estoy feliz de mirar a mi alrededor y ver todo tan nuevo, tan bien puesto, tan a mi gusto.
Por otro lado, uno se da cuenta de que se ha hecho adulto cuando estando jodido, tiene que cuidar a sus padres. Y a mí me ha tocado estos días. Mi madre ha cogido gripe y está con fiebre, dolorida y con una tos que asusta. Ayer pudo cuidarla mi padre mientras yo hacía ikeismos, pero hoy él tenía que trabajar. Lo que tiene ser autónomo, que a veces se pringa los domingos y festivos. Total que yo tenía un dolor de cuerpo esta mañana terrible. Me ha dado un tirón en la espalda de coger demasiado peso ayer y me duele tanto el brazo derecho que no lo puedo estirar. Pero me he ido bien pronto con mi mami, y mientras ella cabeceaba un poco en el sofá yo he limpiado, hecho su cama, repasado el baño y terminado de preparar mis famosas lentejas, que hice anoche y he llevado esta mañana a su casa. Soy una hija muy maja. Porque luego, me he venido a comer con mi gato, he recogido mi cocina, he colocado los miles de libros que tengo en la estantería nueva y he vuelto a cuidar a mi madre por la tarde. Y mientras cenaba, he hecho un bizcocho de chocolate. Mañana hago el trabajo de mi madre (que trabaja en el despacho de mi padre), voy a visitar a un par de clientes, llevo a mi madre al médico, llevo mi coche al taller, echo gasolina al coche de mi madre y he quedado con I para arreglar los plafones de mi casa. Hala, a ver quién dice ahora que no trabajo y no me gano ni la comida.

miércoles, 5 de enero de 2011

¿qué fue del morbo?

Por alguna razón más o menos estúpida a los humanos nos gustan los retos. Nos gusta “ganarnos” las cosas. O al menos la sensación de habérnoslas ganado. Y seguramente sea sólo una paja mental, pero si no cuesta un poco, es que no vale nada. Yo lo sé bien, trabajando en lo social te das cuenta de que si das un servicio totalmente gratis la gente se pitorrea de él, mientras que si cobras aunque sea unos céntimos, el servicio de pronto se dignifica y cobra importancia, de repente, una cantidad irrisoria hace que la gente lo tome en serio.
Pues creo que ocurre algo parecido con todo. Los tíos siempre se andan quejando de que las chicas nos hacemos las estrechas y que si no se lo curran un poco, no nos consiguen llevar al huerto. Al parecer a todos les gustaría que un día llegara una pava y así, sin mediar más palabras les dijera: ¿te apetece echar un polvo? Y santas pascuas.
Al menos esto es lo que dicen. Yo difiero un poco de este pensamiento, creo que si haces eso, o les asustas o creen que eres una golfa y posiblemente te hagas mala fama sin ni siquiera echar el consabido polvo.
No es que me esté planteando hacer algo así. No está tan necesitada una, a ver qué se va a pensar. Últimamente hablo más de sexo de lo que hablé nunca en tres años del blog anterior. Pero es un efecto rebote. Es el salir del celibato, es el hecho de hacer todo lo que antes no podía, hablar de lo que antes no estaba bien, decir lo que antes me callaba.
En cualquier caso, lo pensaba ayer por la tarde mientras estaba aquí haciendo floripondios de fieltro para mi abuela y hablando por el Messenger. Lo que está conseguido de antemano se convierte en un muermo. Si la mejor parte de una relación es el flirteo. Para qué puñetas quiero yo acostarme contigo si no me haces caiditas de ojos y jugamos un rato antes al ratón y al gato. Y es que hay un chaval que me tira los trastos descaradamente. Un chico que es amigo de un antiguo amigo de Leganés (pueblo de la periferia de Madrid). El menda no hace más que decirme de quedar y de irnos de fiesta y de lo mucho que le gusto. Y ayer ya dije, por probar, que sí, que quedábamos. Y de pronto empieza a hacer planes, que si vamos aquí, vamos allá, hacemos esto y lo otro. Y yo en plan sí-sí-québientodoloquemecuentas. Hasta que de pronto intuyo que esta dando por sentado que nos vamos a liar. Y se me disparan las alarmas. Bip-bip salido en un radio cercano. Y es que la desesperación se huele. Le sonsaco y efectivamente, está claro que nos vamos a liar y sólo falta por decidir a qué acampado me llevará para echarme un casquete en el asiento de atrás de un coche. Y a mí se me corta el rollo. Aunque el chaval sea guapo. Aunque en el fondo me apetezca salir de la rutina. Aunque necesite un beso más que comer. A pesar de todo esos aunques, ya no me apetece quedar con él. ¿Dónde está lo interesante? ¿Dónde el morbo, el picor de estómago? ¿el me besará o no? Para liarme así en frío, pongo un anuncio en el periódico y me saco un dinerillo que me vendría de lujo. Total, que he cambiado planes y ahora me voy el sábado al Ikea con I y G a comprarme un escritorio que es mi autoregalo de reyes. Hala, toma picante a la vida. Debo ser la persona más aburrida del mundo.

lunes, 3 de enero de 2011

mejorándome y urdiendo planes sexuales

Bueno, parece que poco a poco le voy ganando la batalla al catarro. Estamos ahí luchando los dos,  pero creo que me he anotado un par de tantos.
El caso es que el día 31 estaba tan mal que mi madre me pidió que me quedara allí a dormir. Y no tenía fuerzas ni para llevar la contraria. Así que empaqueté a Ron y nos fuimos los dos. Él se adapta bien a todo, así que tras una minuciosa inspección a la casa, vino al sofá ronroneando a hacerse una rosca en mi regazo.  El caso es que el día 1 me dio pereza y aunque vine por la tarde un rato a mi casa, me quedé allí también a dormir. Y ayer y hoy.
Es verdad que empiezo a echar de menos mi vida que es sólo mía, mi casa sólo mía, mis cosas sólo mías. Soy muy posesiva de lo mío, por lo que se ve. Pero también debo reconocer en un acto de humildad que necesitaba algo así. Necesitaba que me cuidaran y me mimaran un poco. Necesitaba comer bien y fumar menos. Necesitaba alejarme de mis comportamientos peligrosos y destructivos por unos días. Así que me está viniendo de maravilla. He engordado algo y poco a poco parezco una persona viva y no un zombi recién salido de una tumba, ojeroso, pálido y con sed de sangre humana.
He hecho un trato con mis padres y si sigo así, mejorando y sin comportamientos obsesivo-compulsivos de destrucción, me vuelvo a mi casa después de reyes. Quizá entonces pueda retomar mis planes de control mundial y mi afán de morir joven y horrible, demacrada y loca como una cabra. Pero hasta entonces me porto como una niña buena y sólo vengo a mi casa por las tardes a meterme en Internet y a fumar a escondidas como una quinceañera.
En mis planes inmediatos (a corto plazo que decimos en el lenguaje empresarial del curso que estoy haciendo) está encontrar un maromo que me alegre alguna noche de fin de semana. Uno de esos que echan polvos mágicos y salen volando como peterpan. Nada de gente que se queda a dormir y que pide mimos y comida, que para eso está Ron. Sólo que el asunto no está fácil. Mis amigos en su mayor parte son gays y los que no, o están más locos que yo o no son follables. Y claro, mi aspecto de zombi devora cerebros no ayuda a que se enamore de mí el tendero de la esquina. Tengo que buscar mi wonderbrá y la faldita escocesa de colegiala cachonda a ver si engaño a algún pringado. Antes, en época de sequía amorosa me iba a mi pueblo del sur y allí siempre estaba el Feli dispuesto a hacerme un favor o algún otro con el que magrearse en el callejón oscuro de detrás de la discoteca. Sólo que ahora el pueblo está algo muerto. Han cerrado la discoteca y todo el mundo de mi edad y varios años menos que yo está casado, con hijos y ha engordado considerablemente. Para muestra, un botón: el guapo oficial de mi época ahora está casado, pesa unos cien kilos y está intentado que la foca monje de su mujer se quede preñada. Total, que lo del pueblo está descartado.
En fin, seguiré con mi plan de engorde y mejora de comportamientos obsesivos. Igual unos kilos de más y un poco menos de zumbamiento ayuda a que alguien quiera hacerme compañía una noche de estas.

Y por cierto… ¡¡ya tengo 10 seguidores!! Y eso que acabo de abrir el blog. Sé que muchos veníais en la mochila, pero aún así se agradece un huevo, a ver qué puñetas hago yo aquí si no.
Y otra curiosidad absurda, este año no comí las 12 puñeteras uvas, pero mi post de año nuevo fue el número 12 de este blog. Igual es síntoma de buena suerte. Vamos a hacer como que sí.

sábado, 1 de enero de 2011

comienzo raro del año

Bueno, hay que empezar por desear feliz año y pedir salud, trabajo y momentos de felicidad. Con eso basta. Y casi, casi, con la salud sólo también.
Por lo demás, yo he pasado una nochevieja extraña. Mi catarro ha empeorado y no pude salir. Ni ponerme mi vestido rojo. Ni siquiera ir a cenar a casa de mis abuelos. Mi estado lamentable hizo que todo el mundo cambiara planes. Al final cenamos en casa de mis padres con mis yayos maternos y primosdebilbao de mi madre. Cenamos genial y lo pasamos bien y todo.
Yo estuve en pijama, moqueando y con un dolor de riñones bastante majo. Y ya que estaba, me mosqueé y ni me puse de pie con las doce campanadas, ni llevé nada rojo, ni puse el pie derecho delante ni nada de esas cosas que se hacen. Nada. Ni siquiera me tomé las uvas. Hala, a tomar por culo.
Al fin y al cabo, cada día empieza el año. Cada día hay que empezar, cada día hay que luchar. Y qué más da 31 de diciembre que 20 de febrero. Me la pela.
A pesar de este comienzo un poco raruno, estoy con buen ánimo. Los vestidos y las fiestas de una noche no marcan el resto del año. Puede que este 2011 sea estupendo y el cenar en pijama y no comer las uvas se convierta en tradición para mí.
A día 1 puedo decir que mi catarro sigue su proceso y poco a poco mejora. Que Ron está estupendo, encantado de comer migas de polvorón y los hámster de mis padres inflándose a jamón serrano y a trocitos diminutos de turrón. Mis padres son los mejores. Así, sin más, los mejores. Mis yayos son la bomba. Primosdebilbao son más majos que las pesetas y por primera vez en mi vida me gusta llamar primo a alguien. Mis niños I y G son la leche y les quiero, sólo siento no haber podido quedar con ellos como quería. Y yo estoy muy delgada, mocosa y débil físicamente, pero llena de ilusión y con las ideas más claras poco a poco. No me importa que la nochevieja haya sido un poco rollo. Es una fiesta como otra cualquiera. Quizás la recupere en varias ocasiones a lo largo del año. Así que adelante, a caminar este 2011 con alegría.