domingo, 27 de febrero de 2011

modelitos nocturnos

Creo que es la primera vez que voy a hablar de ropa en el blog porque la moda me la pela, pero tras salir ayer por la noche con Ana, creo que es necesario ya que si alguien con mi desinterés por la moda se horroriza al ver los modelitos de la fauna nocturna, es que la cosa va muy mal.

-          Los vestidos blancos (y un poco el color blanco en general) quedan reservados para el día, para las noches de pleno verano en la playa y para la gente que va a Ibiza. No salgas en invierno por Madrid de blanco porque te iluminas con las luces moradas. Y vestido blanco hipercorto con muslos celulíticos y botas de cowboy no son buena combinación. Nunca.
-          Los colores pastel son para los bebés y los pijamas. No salgas vestida de rosa palo o de azul celeste, guarda esas camisetas para dormir.
-          Las lentejuelas son para la nochevieja y el carnaval. No para un sábado normal. A no ser que pretendas sacarte un sobresueldo.
-          Si no sabes andar con tacones, no te los pongas. Los tacones altos y finos son para añadir elegancia. Si te obligan a andar como un pato, la elegancia se va a hacer puñetas. Ponte unos con lo que puedas andar erguida y de forma natural.
-          Vale, se llevan los ojos ahumados muy marcados de negro. Y vale, se llevan los labios rojos. Pero las dos cosas a la vez no o pareces un travesti en el mejor de los casos. Elige: ojos o labios, escote o minifalda. No pasemos de parecer modernas a parecer putas.
-          Los vestidos de flores modo casa de la pradera por debajo de la rodilla con medias negras y zapatos negros planos hacen que parezcas una abuela de pueblo. Si a eso le añades no peinarte y llevar la cara lavada, la cosa empeora. Por mucho que te esfuerces en bailar salsa como si te fuera la vida en ello, sigues pareciendo una abuela. Plantéate cambiar zona de pub de Madrid por Benidorm.

Y respecto a los chicos… qué decir. Tras enfrentarme al actor secundario Bob intentando bailar salsa y pisando a tooooooodo el mundo que le rodeaba con sus enormes pies de payaso, he de decir que el pelo afro no ha molado nunca. Y sigue sin hacerlo. Córtatelo, tío, en serio. Y el look camisa blanca + vaquero apretado + pelo engominado, a mí me parecía desfasado. Igual vuelve a ser lo más de lo más y yo no me he enterado, porque había unos cuantos, además con cara de “soy tan guapo y tan estupendo”.
En fin, lo pasamos bien un rato pero me agobié un poco y volvimos pronto. Para luego hablar como locas hasta las cinco de la mañana y hoy tener una resaca de escándalo. Y eso sin probar gota de alcohol, que si me hubiera tomado un mojito estaría moribunda.
Diré un tópico: a mí esto antes no me pasaba. Me temo que la remota cercanía de los 30 me empiece a afectar ahora que puedo salir de fiesta. O igual es sólo que estoy desentrenada…
Por cierto, Ana y yo íbamos con vaqueros y camisetas monas. 

martes, 22 de febrero de 2011

de culo (fláccido, eso sí)

La verdad es que nunca he sido muy de fijarme en los culos. Ni siquiera en el mío propio. Pero es que empieza a estar muchos centímetros más abajo de donde recuerdo que estaba, así que he decidido hacer algo con él. El qué, aún no lo sé.
Cuando yo era una adolescente atontada y acomplejada por todo, me vestía con las camisas de cuadros de franela modo leñador de mi padre. Tenían doble función: disimularme las tetas y taparme el culo. Habría acabado antes poniéndome un saco de patatas o un barril con tirantes como en las pelis. El caso es que por aquel entonces yo tenía unas caderas súper redondas y un culo que se acercaba a ser de pollo. Llevaba una 38 de pantalón y me sobraba muchísimo de cintura, pero si no, mi pandero no entraba ni a tiros. Y eso que entonces se llevaban elásticos, de campana y tal.
El caso es que a los 17 caí enferma y adelgacé hasta no ser apenas más que piel pegada a los huesos. Obviamente mi culo se esfumó y nunca ha vuelto a ser el mismo. Para empezar, cuando recuperé un peso medio normal, me salieron estrías. Como hilitos blancos que al principio ni sabía qué eran, pero tenía la esperanza de que de quitaran con el sol o algo parecido. Mi madre, que como es lógico me ha parido, tiene 50 años y no sabe lo que es una estría. La muy.
Luego, después del disgusto estriero, descubrí que mi trasero nunca volvió a ser tan redondo, ni a estar tan alto, ni siquiera a ser tan consistente. Genial, los mejores años de mi retaguardia las pasó escondida bajo camisas de leñador.
El caso es que con los años el problema se ha agravado, claro. Lo que deberían ser dos caparazones de tortuga a penas son dos globos rellenos de blandiglú. Y la ley de gravedad tirando de ellos, claro.
Hasta ahora me había preocupado pero lo había ignorado. Tengo buena capacidad de mirar hacia otro lado cuando las cosas no me interesan en exceso o cuando la solución no me mola nada. Además, con vaqueros aún disimula.
Lo chungo es que la otra noche estuve con mi amiga Ana en su casa. Y la cachonda mental, que tiene un culo de foto y unos cuantos años más que yo, me dice que le está saliendo celulitis. Debe ser la preocupante celulitis invisible, porque yo ahí no veo nada, pero ella insiste en esa frase que a veces decimos todas las mujeres: “esto yo antes no lo tenía así”. El caso es que escudriñar sus cachas en busca de la celulitis perdida, me hizo darme cuenta de que mi pandero empieza a ser asunto de estado. Que este verano tengo que ponerme bikini y ligarme algún extranjero en la playa. Alguno como ese francés de hace años que aún encabeza la lista de hombres guapos que me he llevado al catre. Aquél taaaaan, pero taaaaaaaan guapo. Y con este culo no va a haber manera.
Total, que anoche como no podía dormir me puse a darle vueltas al asunto. No tengo dinero para operármelo. A parte de que los quirófanos no molan. Tampoco tengo dinero para sesiones de esas que te lo masajean con cremas milagrosas y te enchufan a aparatos que te irradian ondas subatómicas o algo parecido. Además enchufarse a máquinas raras no mola. Tampoco tengo dinero para cremas súper reafirmantes, modeladoras y reconstructoras. Además no creo en ellas y gastar en algo sin fe no mola.
Así que sólo queda una solución barata y relativamente efectiva: el deporte. Y es la que menos mola de todas. Yo soy alérgica al deporte. Lo he sido toda la vida. Y no me vale eso de que lo pruebas y al final te engancha. He probado todo y he hecho distintos deportes durante largos periodos de mi vida. Y a cada cual me ha gustado menos que el anterior. He hecho kárate, ballet, gimnasia rítmica, aeróbic, máquinas… y todo un fiasco. Eso sin contar la natación, que la odio. A mí no me gusta nadar. No me gusta remojarme en agua estancada y no me gusta que me den instrucciones a golpe de silbato. Total, que duré un mes y como iba a berrinche diario, mi madre me desapuntó y a día de hoy aún nado estilo perro lo justo para ir hasta la orilla o hasta donde hago pie. Otra opción es correr, pero qué voy a decir de correr. Lo primero, que correr es de cobardes y una se las da de valiente. Luego, que no entiendo la motivación de ir corriendo si no te persigue nada ni se te escapa el autobús ¿para qué corres entonces? ¿para llegar antes a ningún sitio? Que no, no tiene ningún sentido.
Para colmo de mis males debo reconocer que soy una persona de efecto rebote. Basta que me digan que haga algo para que sienta la incontrolable necesidad de hacer lo contrario. Y durante los años con el desequilibrado he tenido que soportar a la metomentodo de su madre repitiéndome que tenía que hacer deporte. Y usted tenía que haber educado a sus hijos, fíjate qué cosa.  El caso es que de tanto oírla, más coraje le cogí al deporte.
Lo preocupante es que sigue sin gustarme el lamentable estado de mi trasero pero sigo sin encontrar soluciones que me convenzan. He pensado en hacer ejercicios de esos para levantarlo, pero soy una vaga empedernida. Anda que voy a ponerme yo a estirar y a levantar una pata en distintas direcciones pudiendo estar sentada o tumbada.
Total, que me temo que seguiré dando vueltas al tema sin hacer nada, cosa que por otra parte es muy mía. Y dando gracias por tener buena genética. Si no fuera por ella, pesaría cien kilos y me arrastrarían los michelines por el suelo.
De momento, y mientras el coche está en el taller recuperándose de lo suyo, voy andando a todas partes. Y subo las escaleras a patita en vez de en ascensor. A ver si con eso basta. Si no, pondré en marcha el plan B, que consiste en pedir a mi abuela el traje de baño de mi bisabuela, de esos que llegaban a la rodilla. Temo que reduzca mis posibilidades de llevarme al huerto a otro francés guapo, pero no se me ocurre nada mejor. Eso, o ir de vacaciones al polo norte, lo que también reduce mis posibilidades de ligarme a un extranjero guapo.
En fin, seguiré con mi dilema culoprieto-extranjeroguapo- eldeportenomola. A ver quién gana.

domingo, 20 de febrero de 2011

cosas que hacer antes de morir

A esto sólo hay una respuesta posible: vivir.

En fin, Wilson a publicado esto en su blog y yo, que me apunto a un bombardeo, llevo unos días pensando que cosas tengo que hacer imperiosamente antes de morir, que por otro lado nunca se sabe cuando va a ocurrir. Bueno, no nos pongamos dramáticos, todos vamos a morir, de eso no hay duda, pero se pueden y se deben hacer muchas cosas antes. Yo al menos he pensado algunas:

Ser feliz en un trabajo. La verdad es que hace años lo conseguí. Mi trabajo era lo que me hacía inmensamente feliz día tras día. Me levantaba temprano con alegría, pensando en lo que haría ese día y en que las horas que invertía me llenaban de una sensación indescriptible. Una maravilla. Ganaba poco dinero, pero me sobraba. Lo habría hecho gratis. Mis bolsillos estaban vacíos, pero mi corazón rebosaba. Espero de veras volver a sentir eso alguna vez. Y no pierdo la esperanza.

Tener más animales: tras mi larga lista de bichos que han vivido a mi lado, hay también una estupenda sensación de felicidad compartida con ellos. Por eso nunca renunciaré a vivir con animalejos. De momento, dada mi paupérrima situación y que Ron lo llena todo, no es posible, pero tendré más compañeros peludos. Más gatos, seguro. Y algún perro. Conejos, ratones, cobayas… toda clase de animales que pueda recoger de donde sea. Y me encantaría tener una cabra, la incluyo en el siguiente punto.

Vivir mi vejez en una casa de campo: antes pensaba que algún día me retiraría a vivir  a mi casa del sur. Ahora que está cayéndose a cachos, me pregunto dónde me retiraré, pero el dónde es lo de menos en este caso. Espero vivir en el sur, sí, pero me da igual el sitio exacto. Y la casa debe tener una chimenea para leer a su lado en invierno, un salón a modo de biblioteca y mucho terreno alrededor para cultivar cosas en un pequeño huerto y para tener animales. Aquí entra la cabra. También molaría un cenador guay para hacer cenitas con la gente que me caiga bien y me acompañe cuando sea una menopáusica zumbada.

Vivir fuera de Madrid mientas aún soy joven: siempre lo deseé, pero luego la vida te va llevando por diversos caminos y terminas como nunca pensaste. De todos modos sigue siendo algo a lo que no renuncio. Vivir en otra ciudad, con otra gente, otros bares, otro ambiente. Una ciudad con buen clima en la que pueda pasear y probar a vivir de otro modo. Lo que pasa es que Madrid tiene algo que atrapa. Es como una droga, no te gusta, pero no lo abandonas. Y yo ya llevo demasiado tiempo enganchada, no podría irme para no volver. Necesito este caos antes o después y aunque viviera fuera vendría de vez en cuando. Por eso no creo que me vaya nunca definitivamente. Sería una temporada. Por eso creo que es bastante viable que lo consiga.

Encontrar un hombre que me quiera: aquí entra en juego mi parte más ñoña y estúpida. Y no ansío un amor de película, ni perfecto, ni nada de eso. Sólo quiero un tío que me quiera por lo que soy. Tener, por primera vez en mi vida, la sensación de que alguien me ama. Que no se asusta de lo que no comprende y se afana en cercenar todo lo que brota de mi caótico interior. Alguien que crea en mí, que me apoye, me comprenda y me proteja. Alguien que me calme, que me cuide, que me bese por las mañanas. Que lea mis chorradas, que se ría de mis chistes malos, que me abrace cuando lo necesito y que respete mi espacio. Alguien que me diga que estoy guapa los días que me veo horrenda, que me de masajes, que me canturree canciones al oído y me acaricie el pelo. Alguien que sobre todo, me haga sentir única y especial. Profundamente amada y respetada. Alguien en quien confíe plenamente, con quien tenga complicidad y la seguridad de que soy lo más importante para él. Ahí es nada. Pero me gustaría sentirlo por una vez en la vida, sentirme amada, amada de verdad, sin críticas despiadadas, sin dedos acusadores, sin juicios crueles. Sin ser el segundo plato, la sustituta, con lo que tenga que conformarse. Ser yo la primera, la única, la especial.
De todos modos, hombreperfecto, si me estás leyendo, NO VENGAS AÚN. Tengo mucho que hacer antes de que llegues tú. Espérate un par de años y sé mi regalo de los 30 tacos, que así me alegrarás el día.

Pues estas son algunas de las cosas que tengo que hacer antes de morir. Pero insisto en que esto son cosillas concretas, detalles de un conjunto. Lo que hay que hacer antes de morir es sencillo y lo más complicado a la vez: vivir. Estar vivo, pero vivo de verdad. Sentir a fondo todo lo que nos ocurra. Lo bueno, lo malo, lo regular. El dolor, la tristeza, la felicidad, los momentos gloriosos, los días de mierda. Vivir cada segundo como si no hubiera mañana  y atesorar recuerdos, sensaciones, imágenes. Sentir que la vida late en tu interior. Vivir, no sobrevivir.
Yo perdí tiempo, entre unas cosas y otras, varias veces a lo largo de mi vida. Y ya no más. Me niego. Seré feliz o desgraciada, pero sentiré. No pienso volver al tedio ese en el que navegaba antes, sin saber si vivía o no, creyendo que en algún momento desaparecería sin más, sin dejar rastro, sin darme cuenta y sin que se enterase nadie. Como si se me evaporase el alma. Y no pienso consentirlo. No va a volver a pasar. Prefiero sentir, sentir que existo aunque sea en el dolor. Y mucho mejor si lo siento en la felicidad, en el gozo, en la risa, en las ganas de seguir adelante.

Bueno, que me enrollo y parezco un libro de autoayuda. Que cada uno piense lo que quiere hacer antes de morir, porque la única certeza que tenemos en la vida es, curiosamente, la muerte.


martes, 15 de febrero de 2011

te usé como refugio

Te usé como refugio, lo reconozco. Tú no lo sabes, ni lo sabías, ni posiblemente lo sabrás, pero fuiste mi escondite durante mucho tiempo.
Cada noche, cada silencio, cada desprecio. Cada segundo que no era feliz, me escondía en ti. Y en los últimos meses fueron muchas veces, demasiadas. Me pasaba más tiempo contigo que con él, aunque viviera a mi lado. Me resultaba más dulce tu recuerdo que mi realidad.
Por las noches, al apagar la luz, él se iba con ella y yo contigo. Dormíamos juntos, pero soñábamos por separado.
Yo recordaba tus besos, tu olor, el tacto suave de tu pelo largo. Caminaba con mi dedo índice y corazón por tu costado, haciéndote cosquillas porque me gustaba ver cómo te agitabas y te reías, levantando la cabeza para que te diera besos. Te mordía los hombros y te pasaba la mano por el pecho, enredando la punta de mis dedos en la pelusilla rubia que te salía. Bajaba por esa línea de pelo y jugaba con tu ombligo.
Él se imaginaba que la besaba el cuello, pero a mí me daba igual, me daba media vuelta en la cama y pensaba intensamente en ti, imaginando que estabas de nuevo ahí, en mi espalda.
Te girabas y me abrazabas por detrás. Te pegabas a mi espalda y me decías que te encantaba que durmiera desnuda todo el año. Pero es que a tu lado nunca era invierno. Tu recuerdo está ligado al verano, a las noches templadas, a dormir sin ropa, a amaneceres dorados que me hacían sentir bien. Así que imaginaba tu torso cálido pegado a mi espalda y tu respiración en mi nuca. Tus manos juguetonas acariciándome el estómago, tus dedos rozando la goma de mi única prenda. Esa forma tuya de agarrarme los pechos y de canturrearme bajito al oído. Me decías que de qué me reía. “de ti”, decía yo. Y tú me llamabas boba y seguías recorriéndome con la yema de tus dedos, con los ojos cerrados y diciéndome que tenía le piel muy suave. Y notaba cómo te excitaba pasarme la mano por la cara interna de los muslos y me besabas justo entre los omóplatos, susurrando que aún era temprano para dormir, o para levantarse o para cualquier cosa. Aún teníamos tiempo. Aún podíamos quedarnos un rato.
Me mordisqueabas la oreja y yo me reía de nuevo. Tú me canturreabas otra vez con ese tono tan bajo y tan dulce que ponías, y hundías la nariz en mi pelo. Me dabas la vuelta y me besabas. Así, con pasión medio contenida, como besabas tú. Y me rodeabas con tus brazos. Yo te seguía los besos, claro. Quién se resistía a esos labios. Te los mordía suave y jugaba con la punta de mi lengua. Te metía las manos en la nuca, me enredaba en tus mechones rubios y me agarraba de tus hombros.
Generalmente a estas alturas él se había dormido. Y soñaría que le llevaba el desayuno a la cama o que la arroparía con una manta o que compartirían un pastel. Por mí, cuanto más lejos mejor.
Yo lo que quería era esas cosas que tú me hacías. Esas que recordaba con detalle. Esas que me hacían estremecer. Ese modo tuyo de suspenderme en el aire con un brazo rodeándome los riñones. Ese modo de abrazarme cuando me tumbaba sobre ti y sentía todo tu calor en cada resquicio de mi piel. Esa mirada que me traspasaba las costillas. Ese gemido suave que me aceleraba el pulso.
Fue mucho tiempo escondiéndome en tu recuerdo para no asumir mi realidad. Muchas noches de ignorar que él no me quería recordando mis noches a tu lado. Mucho tiempo de huir en sueños, de usarte de escudo, de cobijarme en tu memoria.

Él se iba con ella. Yo me refugiaba en ti.  Ahora él se ha ido, no sé si con ella. Y yo no tengo donde esconderme.

domingo, 13 de febrero de 2011

locura Sawyer-nocturna-transitoria

Estaba pensando en hacer una etiqueta que se llame “soy patética” para contar este tipo de cosas. Pero como me estoy quitando de hacer anormalidades, no la voy a crear, no sea que vaya a darme alas a mí misma.
La culpa es del insomnio y de haber visto Perdidos anoche a las tantas. Y de estar sola como la una y que nadie me quite las ideas descabelladas de la cabeza. La culpa es de que me acosan los anuncios de san Valentín. La culpa es de cualquiera menos mía.

En fin, el asunto es que como decía, anoche, muy tarde ya, me puse a ver Perdidos.  Y salió ese hombre que me pone los pelos como escarpias sólo con verle un amago de esa sonrisa con hoyuelos que tiene.  Sawyer, tan malo él, tan rubio, tan estupendo en mitad de una isla perdida… grrrrrr. Es verle y pierdo el norte. Así cualquiera naufraga.
El caso es que de pronto me encontré sola, a las tantas de la mañana y sin un hombre que me consolara. O me quitara el calentón-sawyer creado de la nada. Y de pronto me pregunto, por qué estoy sola. Porque el amor de mi vida es tonto. Porque el tipo con el que más tiempo he compartido en mi vida se piró y en realidad nunca me quiso. Y porque el dueño de mis sábanas hace mucho que no ejerce como tal. Debería conocer más hombres, me dije en mi monólogo insomne. Y no sé cómo, porque trabajo con mis padres, mi vida social se reduce a un par de amigas, amigos gays y no salgo mucho ni alterno en sitios con hombres macizos. Pero ¿cómo coño la gente conoce a sus parejas? Y de pronto, bombilla sobre mi cabeza: las redes sociales. Gracias al feisbuc, he encontrado a gente medio olvidada y me he reído de lo gordos, calvos o viejos que están mis compañeros de adolescencia. Pero no, me refiero a esas otras redes que te buscan pareja directamente: las páginas de contactos. Igual está ahí mi Sawyer esperándome y yo aquí como una tonta.
Así que encendí el ordenador y me puse a crear una cuenta de esas para encontrar el amor como el que encuentra petróleo, que rasca un poco y de pronto su vida es maravillosa.
Debía ser por la hora o por la alteración hormonal o porque repito, no tengo nadie que me quite las ideas chungas que se me ocurren, pero en el momento me pareció una idea estupenda. Me asombré de no haberlo pensado antes. Fíjate, a estas alturas podría estar revolcándome en la cama con Sawyer y no tirándole la pelota al gato. Así que manos a la obra.
Debí empezar a sospechar que esto es una chufa cuando hice el test de personalidad. Oiga, que una tiene sus estudios, preguntando a alguien de qué color cree que es su vida o bajo qué árbol prefiere tumbarse, no se descubren grandes cosas sobre su personalidad. Pero yo, en mi enajenación Sawyer-transitoria, dale que dale a hacer el test. Y se supone que un grupo de eminencias de la psicología (los mismos que lo han elaborado, supongo) lo evalúan y te mandan una explicación sobre tu personalidad. Que por cierto, tarda un par de minutos en llegarte al correo y es un corta-pega de trozos del test. Si ves tu vida color rojo es que eres pasional, si la ves verde, que vives esperanzado, si la ves rosa, que aún no has superado la etapa de la purpurina y del hellokitty. Si te gusta tumbarte bajo un roble, aprecias la seguridad, si prefieres tumbarte bajo un pino es que no tienes miedo a pincharte el culo con sus espinas secas y no temes que te caiga una piña en la cabeza, luego eres un temerario.
Ahora de verdad que me pregunto en qué diablos estaba pensando a parte de en los pectorales de mi hombre-Sawyer. ¿Tanto me trastorna a mí un tío bueno? Y claro, los hombres tienen la excusa de que la sangre se les va a otro sitio y no les riega el cerebro, ¿pero yo? ¿Dónde puñetas tenía yo la sangre?
En fin, que hice el test, me di de alta en la página de marras, me fumé un cigarro terminando de ver el capítulo de Lost y me fui a la cama. Si no hubiera sido tan tarde y hubiera tardado más tiempo en dormirme, posiblemente me habría arrepentido de mi gilipollez y me habría levantado a borrarme inmediatamente. Pero me quedé frita. Y hasta las 10 que Ron ha insistido a cabezazo limpio en que me levantara a darle de desayunar, no he existido para el mundo.
Ahí, entre bizcocho de limón para mí y pienso de gato para Roncete, me he acordado de lo que hice por la noche. Como quien de pronto se despierta tras una noche de borrachera y en medio de su resaca se pregunta qué ha hecho. Me he quedado blanca, con el bizcocho en la mano. No podía ser cierto. Yo no soy así. Yo no busco hombres desesperadamente. Si he rechazado a un par de ellos en la vida real por desgana cómo voy a ponerme a quedar con desconocidos. Con qué sucio, extraño y pervertido fin.
He encendido el ordenador en plan aydiosmio, aydiosmío, aydiosmío…. Que no lo haya visto nadie, que aún no hayan publicado nada…. Tarde. Tres o cuatro pirados ya me habían mandado mensajes y pedido fotos. Lo chungo del asunto es que para ver fotos, o enviarlas tú o mensajearte con alguien, tienes que pagar. Y eso sí que no. Oiga, tengo el coche estropeado, las botas me calan cuando llueve, aún no he pagado la comunidad de este mes ¿y alguien cree que voy a pagar por conocer tíos? Así que la sangre no había llegado al río. De todos modos, tampoco había cargado yo ninguna foto, así que aunque los otros salidos hubieran pagado no podrían verme. He respirado un poco más aliviada y he dado de baja la cuenta. Debo ser su clienta más fugaz, porque no he intentado ver el perfil de nadie, sólo dar de baja, dar de baja, dar de baja.
Cuando ya lo había conseguido, iluminada por la luz del día y sin Sawyer que me confundan, me he sentido mejor. Es verdad que echo de menos cosas de estar en pareja. Es duro estar solo estando tan zumbado. Nadie te masajea los pies, te ayuda  fregar o te dice cosas bonitas. Nadie te abraza aunque te mueras de frío y nadie te busca entre las sábanas. Nadie te tranquiliza, te calma, te apoya. Nadie se ríe de tus chistes malos ni comenta contigo la película de la tele. Pero bueno, he vivido durante muchos meses con un tío que tampoco hacía nada de eso. Por eso creo, francamente y sin enajenaciones nocturnas, que estoy mejor así. Que por el momento Ron es todo el macho que quiero en esta casa.
Además, vete a saber qué gentuza se mete ahí. Gente pirada en un momento de locura hormonal y nocturna como yo. Gente que igual pretende matarte y descuartizarte, gente que igual odia a los gatos. Gente que igual pertenece a un grupo político radical. Gente que igual busca amor de verdad. Locos, locos de atar todos. Y seguramente ningún Sawyer, ningún Beckham. Así que mi breve aventura en las páginas de contactos ha terminado por el momento.

miércoles, 9 de febrero de 2011

las profesiones que nunca seré, aunque molaría

Estoy haciendo un curso de posgrado sobre recursos humanos y psicología de empresa. Por aquello de que no se me oxiden la neuronas que me quedan en pie. Y para ver si eso mejora mi vida laboral. O al menos hace que tenga alguna.
El caso es que como proyecto de fin del primer módulo nos han mandado montar una empresa. Y claro, lo que tengo que hacer es la parte aburrida de ver las oportunidades de esa empresa, el organigrama, la administración y los impuestos que tendría que pagar. Un rollo, vaya. Yo soy más de enrollarme a contar movidas que de hacer un gráfico viendo las oportunidades de éxito y de fracaso.
El caso es que como la canción de Sabina, había pensado  “meterme en el traje y la piel de todos los hombres que nunca seré” y montar todas las empresas que nunca montaré, explicando porqué me resulta atractiva esa actividad. Pero temo que me suspendan y el curso cuesta una pasta como para ponerme yo a divagar sobre mis chorradas. Para eso ya tengo este blog.
Así que propongo un meme o algo parecido, voy a contar las cosas que me gustaría ser en otra vida imaginaria y os animo a que me contéis vuestros sueños imposibles y puede que incluso absurdos. Porque sean alcanzables o no, son vida imaginarias. Ya tenemos la que tenemos y nos toca vivirla.

  1. Madame de una casa de putas. Me encantaría. Pero claro, muy idílico todo. Nada de chicas explotadas, nada de inmigrantes que no tienen otra opción. Nada de chulos y mafias. No. Una casa de mujeres que se dedican a “hacer señores” como dice esta catalana tan simpática, que se denomina “de moral distraída”. Me encanta esa expresión. Yo quiero ser así, de moral distraída, pero con señores de alta alcurnia, claro. No con el panadero de la esquina.  Dentro de esta vida de madame, se encuadraría mi sueño por excelencia, que es imposible hasta que alguien invente la máquina del tiempo. Mi sueño entre los sueños es ser cabaretera de un saloon del lejano oeste. De esas que llevaban vestidos preciosos y bailaban enseñando las piernas. De esas que alternaban en el saloon, a la música del piano, entre paredes enteladas de rojo y grandes espejos. O cortesana en la Venecia del siglo XVI. O en la Francia prerrevolucionaria. Sí, tengo espíritu de putilla, qué le voy a hacer. Pero hacían y decían todo lo que las demás mujeres de antaño no se atrevían ni a pensar. Y vestían de rojo. Y se maquillaban. Vivan los burdeles de otros siglos.
  2. Ermitaña. Yo soy así de extremista. Paso de puta a recluida. Me imagino a lo Heidi, pero sin el pesado del abuelo ni la cursi de Clara. Yo ahí, con mi cabaña, mis zuecos de madera, mis gallinas, mis cabras… todo el día cuidando el huerto y haciendo queso. Importante para esta vida no ser alérgica a la lactosa, por cierto. Y cepillarse ocasionalmente a Pedro.
  3. Maestra de pueblo. De pueblo del siglo pasado, o del anterior, claro. Los pueblos ya no son lo que eran. Me imagino siendo la señorita Naar, estirada y solterona, enseñando a las niñas a coser, a escribir en sus pizarrines y a leer novelas. Enseñándoles a cantar y a recitar poesías, a llevar flores a la Virgen en Mayo y a comportarse como damas y no como aldeanas. Y si ya pudiera tener una aventura secreta y súper prohibida con el cura sería lo más. Un cura joven y atractivo, a lo pájaro espino, con su sotana negra y su alzacuellos. Total.
  4. Barriobajera aficionada a los bares. Para ser una de estas no tengo ni que viajar al pasado. Me bastaría con mimetizarme con muchas señoras de mi barrio. De esas teñidas de rubio estropajoso, que bajan al bar sin lavarse la cara y con el cigarro colgando de la boca. De esas que trincan botellines como si no hubiera mañana y huelen siempre a fritanga. De esas, que por la noche esperan al marido que llega con el mono de la obra y bajan al bar de la esquina a tomar unas cervezas y ya que están, comen unas raciones de torreznos y de croquetas. Sería súper feliz, con menos aspiraciones que una patata, con mi marido y su mono manchado de pintura, con los niños llenos de lamparones correteando por el bar sin que me importe un pepino que sea la hora de que se vayan a la cama. Sería guay fregotear la casa con desgana, cigarro en mano y hablando con la vecina desde la ventana. Ver todos los programas de cotilleo y estar al tanto de la vida de la Esteban. No leer, no inquietarme por el futuro, no llorar con el telediario.

Yo ya no puedo ser ninguna de estas cosas que digo aquí. Ya sólo puedo ser yo. Y no es tan horrible como pensaba. Cumplo poco a poco mis sueños para esta vida, este carácter y esta cabeza caótica mía. De momento cumplo vivir sola, estar soltera, quedar con quien quiero y cuando quiero, ponerme las pelis que me apetecen y escuchar música todo el día. No está tan mal, en un futuro cumpliré mi objetivo de ser la vieja loca y despelujada de los gatos.
¿Y vosotros? ¿Qué otras vidas viviríais? Y no vale decir, yo entra vida quiero ser muchimillonario. Eso no mola. O sí mola, pero no tiene gracia, todo el mundo queremos serlo.

lunes, 7 de febrero de 2011

mi chica pelirroja

Tenía el pelo del mismo color que el sol de los atardeceres de verano. Y no es una cursilería, es cierto. No hay otro rojo en el mundo como ese y como el de su larga melena ondulada. Se hacía muy difícil no quedarse prendado de ese color tan rojo, tan vivo, tan natural.  
Y no era sólo el pelo. Era esa piel tan blanca, tan perfecta, tan de porcelana.  Esos ojos tan verdes, tan claritos, tan alegres. Esos labios tan rosados, con un lunar sobre ellos. Eran esas caderas tan redondas, las piernas tan bien torneadas, los pechos altos y pequeños.
Era toda ella, que era una belleza. Y eso fue lo que le dije aquella primera vez que estaba desnuda entre mis brazos, en un sofá ajeno, al sol del amanecer. “Eres preciosa”, dije besándole la tripa. Y ella se rió, con su larga melena roja desparramada por los cojines.
Nunca pensé en deslizar las manos por una piel tan suave, en dibujar redondeles con mis dedos. Nunca pensé en besar unos pechos, en dejar que me llenaran la cuenca de la mano, tan dulces, tan turgentes. No pensé dejar que me rodearan esas piernas tan largas, esos brazos delgados. No pensé que unas manos tan pequeñas, unos dedos tan finos me fueran a acariciar cada centímetro de piel, que unas uñas tan largas que me arañarían la espalda.
No había pensado que una mujer me fuera a gustar. Pero ella era distinta. Era ella, su piel blanca, su pelo rojo, sus caderas redondas. No sé qué era, pero me gustaba.

Las anécdotas que rodearon nuestros encuentros fueron sonadas. La gente a veces no parece estar preparada para que dos mujeres se besen en la tarima de una discoteca. O en una tienda de campaña con un argentino al lado que se empeñaba en decir que “nos echaría una mano”. Aún a veces suena raro que dos chicas tan femeninas no quieran un hombre en medio. Pero a nosotras no nos importaba. Era nuestro pequeño momento. Nuestro capricho de piel suave, de besos sin barba, de desabrochar sujetadores.

Yo no soy lesbiana, obviamente tras las cosas que cuento. Y ni siquiera pienso que sea bisexual, nunca me ha gustado otra chica que no fuera ella. Pero mi pelirroja era diferente. Era mi chica. Mi chica de melena roja y piel blanca.

A veces me he preguntado si volveré a estar con alguna chica en mi vida. Si habrá otra que me guste de nuevo. Lo cierto es que no creo, pero tampoco me importaría. Lo que sí sé es que si ella quisiera, podríamos volver a compartir besos y caricias sin pensármelo. Sé que siempre me acordaré de ese sabor especial de su piel, distinta a la de todas las pieles que había besado. Ese olor, tan suave que tenemos las mujeres. Ese tacto. Ese pelo largo que se enredaba en mis dedos y me hacía cosquillas en la cara. Ese todo tan distinto que con los chicos. Fue más que una experiencia sin más, que un investigar, que un probar por probar. Fue una atracción irresistible y un montón de risas compartidas. Una amistad que a veces se cubría de besos y de ojos indiscretos.

Una mujer, femenina y preciosa, que se coló entre los hombres de mi vida.

.

sábado, 5 de febrero de 2011

la odisea de comprar condones

Soy una persona oportuna. Siempre hago las cosas en el momento más… más interesante. No en el mejor, ni en el más adecuado. Si no en el que más gente haya mirando, en el que más ridículo y extraño pueda parecer lo más sencillo.
Ejemplo: en mi mundo comprar condones es una odisea. Lo había olvidado, porque llevaba muchos años hormonada y con pareja estable, pero ahora el asunto ha cambiado. Sigo con el anillo mágico, pero aunque mola más andar descalzo por la hierba, no es cuestión de que cualquiera pisotee el césped.
El tema ya se ha dado el caso varias veces a lo largo de mi vida de que me faltaran preservativos en los momentos más inoportunos. Incluso hace poco, cuando secuestré a hermanodeG, tuve que rebuscar entre las cosas que sorprendentemente han sobrevivido a las mudanzas y encontré dos condones a punto de caducar. Obviamente, había llegado de nuevo el momento de enfrentarme al trauma e ir a comprarlos. Lo chungo es que por las mañanas voy siempre con mi madre y por las tardes me suelo quedar en casa estudiando, limpiando, cocinando o tocando la viola, pero no suelo salir. Y con mi madre tengo confianza, pero no tanta. Y paso del momento tenso, como cuando sale una imagen porno en la tele y estás con tus padres, que de pronto no sabes dónde meterte. Ayer  sin embargo tenía que hacer de recadera y pasar por el mercamoñas yo sola. Así que era mi momento. Cogí la caja de Follex-confort que quería y las demás cosas y me fui a la caja, pensando que al fin y al cabo, no estaba haciendo nada malo. Cuando puse las cosas en la cinta trasportadora, el tipo que canturreaba detrás mía me miró con ojos de pervertido, pero me dije que eran sólo imaginaciones mías. Que soy muy susceptible. Y sé que no debo, que comprar preservativos no tiene nada de escandaloso en los tiempos que corren, pero es que siempre que lo he hecho han pasado cosas ridículas.
La cajera se pone a pasar mis artículos, piiii, piiii, piiii… hasta que llega a la consabida cajita roja. Y no pasa. Bien, empezamos el momento chungo. Discreta, como todas las cajeras, levanta la caja en alto y grita, alzándose entre la marabunta que hay comprando:

-          ¡¡Mari!! ¡¡Mariiiiii!!
-          Dimeeeee
-          Oye, dime el código de “esto” que no pasa…

La Mari, que debía ser más cegata que un topillo de campo, entorna los ojos a cierta distancia y siguen ambas en su tono más elevado de lo normal:

-          ¿Qué es eso?
-          Una caja de Follex-confort de esta chica.

Me pregunté si debía levantar a mano y decir “presente”.

-          ¿Y qué, quieres el código?
-          Sí, que no pasa.
-          Es el noséqué-nosécuántos.
-          Vale.

Teclea y vuelve a levantar la caja bien alto, por si la señora del fondo aún no sabe que pretendo volver a echar un kiki algún día.

-          ¡Mari! ¡¡Mariiii!!
-          ¿No pasa?
-          No, esos son los Follex normales, yo digo los Follex-confort, que son lo que lleva esta chica…

Hola, soy la chica de los Follex-confort. Y no sé si después de esto me quedarán ganas de usarlos.

-          Ahhh, pues espera que voy a mirar.

El caturreador de detrás se quedó mudo y me miraba con más lástima que lascivia. Yo debía estar más roja que la caja de preservativos, e intenté guardar los tomates y el jamón de york en  las bolsas como si tal cosa, recordándome a mí misma no meter el ticket en las bolsas que tenía que llevar a casa de mi madre o me suicidaré antes de usar ni un solo condón más y será un gasto inútil y una vergüenza absurda.

-          Juani,- de nuevo a voces - ya tengo el código del artículo de la chica.

Ya que lo gritas desde el pasillo y no te acercas, gracias por usar la palabra “artículo”.

-          Dime.
-          Follex-confort: código tropecientosnosecuantos.

Retiro lo dicho. Para qué ser discreto pudiendo gritar que compro condones.

Pagué, recogí mi compra de mala leche, comprobé mil veces que el ticket estaba en mis bolsas y no en las de mi madre, llevé la compra a su casa y me vine a la mía, con los malditos preservativos entre la verdura y las latas de coca-cola.
La próxima vez voy a una farmacia muy, muy lejana, como la galaxia esa de las pelis.

miércoles, 2 de febrero de 2011

momento sexy del día

Cuando uno es crío sueña con cómo será su vida al hacerse adulto. Yo soñaba con ser mayor desde que recuerdo. Siempre pensé que las cosas que podían hacer los adultos molaban más que las que podías hacer de niño. En mi anterior blog expliqué muchas veces que aborrecí ser pequeña con toda mi alma. Y a pesar de lo jodido del asunto, sigo pensando que ser adulto, mola más. Sin duda alguna.
Y una de las razones por las que mola es porque puedes hacer lo que te de la gana. Eres libre, si te dejan y si te atreves. Y a colación de esto, diré que en un comentario del anterior post alguien (es un comentario anónimo) me decía que no era tan libre como me creía porque seguía atada a las cadenas de mis sueños. Fíjate, lo que son los puntos de vista. Yo siempre había pensado que los sueños te hacen más libre, te hacen imaginar, querer, volar detrás de lo que deseas. Y yo tampoco es que sea como Penélope y me quede tejiendo esperando a ver si mis sueños se cumplen o no. Tengo mis ilusiones, pero o lucho por ellas o las dejo ahí, haciéndome cosquillas en el corazón mientras yo hago otras cosas. Que no me quedo en casa cruzada de brazos y de piernas esperando a ver si el Ross espabila y vuelve, hablando claro.
Volviendo a las cosas que uno sueña que va a hacer con su vida cuando es un mocoso, yo siempre quise vivir sola. Había gente que decía vivir en piso compartido, con amigos, con extranjeros, con perico el de los palotes. Pero yo no. Yo decía vivir sola. Y me imaginaba a mí misma haciendo cosas súper chulas,  cocinando en mi enorme cocina, leyendo ante la chimenea, preparando fiestas en el jardín y recibiendo amigos los fines de semana. Ahora me doy cuenta que soñaba con ser rica, porque no tengo una cocina grande, ni chimenea, ni jardín, ni habitaciones de invitados. Pero oye, se conforma una con lo que tiene, que es mucho. Y me busco la vida para ir haciendo más o menos la vida que me imaginaba en mis noches infantiles. Ahora tengo la oportunidad. Ahora que no hay un hombre siempre en medio. Ahora que vivo sola. Ahora que mi vida es solo mía. Ahora que, sueños a parte, soy, o al menos me siento libre.
Por ejemplo, me he inventado lo que yo llamo “el momento sexy del día”. Soy todo un manual de cómo superar una ruptura y subirse la moral una solita. El plan es el siguiente: por nueve euros me he comprado unos altavoces para el mp3 y me los pongo en el baño cuando me ducho. Subo mucho el volumen y me pongo música hortera que me levanta el ánimo. Y bailo mientras me desnudo, mientras me enjabono, mientras me aclaro y mientras me visto. Me miro en el espejo y me descojono de mis contoneos para conmigo misma. Porque no es que baile precisamente bien. Pero me da igual, nadie me ve. Y ya que me paso el día en chándal o en pijama de pelotillas, necesito acordarme de que puedo ser sensual, con el pelo mojado, meneando las caderas a ritmo de salsa. Como que no hay nadie más que mi madre que me diga que estoy guapa, necesito sentirme sexy unos minutos al día. Estoy cansada de verme delgada, ojerosa, despeinada y de sentirme un callo. Así que por esos minutos al día que bailoteo en ropa interior, me siento la mujer más estupenda del mundo, la más deseable, la más tentadora, la más sexy. Luego salgo al mundo real de mi salón, con mi pijama de bolitas, cojo al gato en el regazo y cenamos jamón de york a medias. Dejo de ser sexy para ser la loca despelujada de los gatos. Pero mi rato de subirme la autoestima no me lo quita nadie ya.
Puede parecer una chorrada. Puede que ahora parezca más zumbada de lo que suelo parecer, pero aseguro que funciona. Que me voy sintiendo otra vez la chica segura de sí misma que fui. Que me parezco a aquella que se arreglaba sin razón y que no se asustaba ante una marabunta de hombres, segura de que todos caerían a mis pies si me lo proponía. Que vuelvo, como me dice Seis, a ser la mujer fatal que nunca se tambalea sobre sus tacones. Que vuelvo a ser la que le robó sus más oscuros deseos a dueñodemissábanas.  Y es que la actitud lo hace todo. Y si te dejas caer en el círculo vicioso de no arreglarse, sentirse horrible, no pintarse, sentirse ojerosa y demacrada, no ponerse tacones, ir arrastrando los pies por la vida, al final te sentirás hundida. Hay que romper esas tendencias y engordarse un poco el ego. El amor bien entendido empieza por uno mismo. No puedo querer a nadie, ni dejar que nadie me quiera si no me quiero yo primero. Así de sencillo. Así que me dedico diez minutillos al salir de la ducha para “mi momento sexy del día” y cada vez me siento mejor.
Animo a todo el mundo a probarlo, a subirse la autoestima y a luchar contra los instintos autodestructivos. Que todos podemos y debemos sentirnos guapos, sexys, estupendos y maravillosos. Que todos tenemos cierta belleza y sólo hay que encontrarla y aprovecharla. Dedicaos unos minutillos… seguro que hay un ratito para instaurar el “momento sexy del día” en vuestras vidas.