martes, 31 de mayo de 2011

amores perfectos

El viernes pasé la tarde-noche con mi gurú Seis. En una de nuestras múltiples conversaciones (no sé cómo podemos hablar tanto, tan seguido y de tantas cosas), le explicaba un detalle de “Los Puentes de Madison” que a los hombres les suele pasar desapercibido.  Efectivamente ni él, que es la mayor inteligencia humana que he tenido el placer de conocer en persona, lo había captado. O me lo invento yo o es un tema femenino.
El caso es que le hablaba de que una de las razones por las que Francesca no se va con Robert (los protas de la peli) es porque su amor ha sido demasiado perfecto para estropearlo. En un momento dado le dice algo como que si se va con él, hasta el recuerdo de esos cuatro días que han sido los más maravillosos de su vida será sólo algo sórdido.
No puedo evitar entenderla. El amor es como la piel, se estropea con el tiempo y cada vez se hace más feo, más seco, más arrugado y te dará más coraje verlo. Pero no hay remedio, es parte de la vida.
Y así, divagando, nos pusimos a hablar de los amores perfectos. Esos que tocan tu vida sólo en un punto, como líneas que se cruzan y en ese momento estalla un flash de luz que alumbra mucho más allá de lo que dura el idilio. Amores que son perfectos porque no los ensucia la fea rutina. Amores, que juegan a ser perfectos en nuestra mente porque no hay día a día que nos contradiga. Amores, que fueron perfectos porque no les dio tiempo a dejar de serlo.
Lo malo es que cuando surge esa magia, es difícil resistir la tentación de dilatarlo en el tiempo y con ello perder la perfección. Creemos que será maravilloso para siempre, sin ver que las broncas, los defectos menos visibles, la ropa sucia y las manías romperán la magia. Creemos que siempre será como esos primeros días de risas, de besos, de música y de perfección. Creemos que los defectos nunca saldrán a la luz o serán tan ínfimos que apenas los veremos y nunca nos molestarán. Pero nos equivocamos.
Hay una gran realidad que no nos planteamos muy a menudo para no pegarnos un tiro y es que todas las relaciones acaban, aunque algunas lo hacen sólo con la muerte de uno de los cónyuges. Y curiosamente, esas son las más afortunadas, las que mejor han salido. Las otras se acaban por cosas tan dolorosas como la traición, la mentira o el desamor y hay que seguir viviendo con ello. Y lo que es peor, volver a empezar. Volver a empezar algo que se acabará. Empezar una y otra vez para acabar una tras otra. Como Sísifo y la puñetera piedra que debe subir a la montaña, pero cuando está a punto de conseguirlo, los dioses se la mandan rodando de nuevo ladera abajo. Porque todas las relaciones de nuestra vida se rompen antes o después, excepto si tienes suerte y en la última mueres tú primero.
Y ya lo sé, hay gente que encuentra el amor de su vida siendo adolescente y pasa toda la vida con él. Lo veo a diario, mis padres, mis abuelos, mis amigas del pueblo. Todos llevan toda la vida juntos. Y se quieren y todo. A veces creo que yo soy la más idiota. O que tengo una afición al fracaso incontrolable. ¡Ahí va, mira, una oportunidad de salir herida! Y voy corriendo. Y sólo un par de mis relaciones han sido perfectas, porque han acabado antes de que el tiempo las estropeara. Y eso significa que han sido demasiado cortas para ser llamadas relaciones. Pero aun así, siguen siendo mágicas, siguen siendo maravillosas, siguen siendo… perfectas.

jueves, 26 de mayo de 2011

depilación

Odio depilarme. Gracias a Dios no tengo mucho vello, pero hoy en día la sociedad es poco comprensiva con los pelos, aunque sean pocos, aunque sean rubios, aunque sean suaves. Aunque sean monísimos como los míos.
Para colmo, el destino se ha aliado con mis planes revolucionarios-peludos y la depiladora eléctrica que uso desde que era adolescente ha muerto. Esto me hace pensar: a) que las depiladoras no viven tanto como sus dueñas. b) que este verano deberían ponerse de moda las piernas peludas y yo debería ser la instigadora de esta moda. c) que el destino no quiere que yo ligue.
Lo bueno es que al menos podré ponerme tirantes ya que tengo las axilas como las de una niña de cinco años. Lo malo es que tendré que llevar pantalones largos aunque se me cuezan los muslos peludos debajo de ellos. Todo un dilema. Y es que odio depilarme, pero también odio los pelos, por eso me jode el suplicio de quitármelos, pero lo hago y procuro no dejar ni uno.
Y no entiendo por qué todo se estropea cuando lo necesitas, como la puñetera depiladora ahora que llega el verano. Y no entiendo por qué tenemos pelos como vestigios de los homínidos que fuimos hace milenios si ya no sirven ni para abrigar, ni para que se nos agarren las crías. Y no entiendo por qué la sociedad odia esos pelos que nos recuerdan que fuimos más animales que racionales al principio de nuestros tiempos. Y no entiendo por qué todas odiamos depilarnos, pero no queremos que se nos vea ni un solo vello aunque sea rubio, diminuto, casi invisible y nos torturamos con ello.
Vale, lo admito, mi parte peluda y yo estamos protestonas, pero llevo unos días mala, el dolor de estómago me pone de mal humor y no tengo nadie con quien pagarlo. Así que cuando mejore, iré a comprar una depiladora nueva y mis pelos se van a enterar de lo que es bueno.

lunes, 23 de mayo de 2011

paranoia

Tengo que reconocer que tengo ciertas tendencias paranoides. Sí. Y conspiratorias. A veces creo que todo el mundo confabula contra mí. Incluso los que leéis ahora mismo. Sé quienes sois, yo también os vigilo a vosotros. Por si acaso.
Me paso el día controlando a los que me rodean como quien no quiere la cosa, bajo a comprar el pan y me da por pensar que la vecina que limpia el poyete de la ventana, lo hace siempre que paso por debajo. Igual me espía, la del trapo. Igual en vez de una inocente marujona es una pieza clave del entramado que me persigue. A partir de ahora la tendré controlada. Y antes de salir de casa me cercioraré de si está fregoteando la ventana o no antes de que yo salga.
Y sigo caminando calle abajo. Y al final de ella hay una tienda de productos morunos. Y hablan, como podría parecer lógico, en árabe. Pues oye, paso yo y pienso que seguro que hablan de mí. Fijo, me están criticando. Y si hay uno hablando por el móvil, asocio ideas. Este está hablando con la compinche del trapo. Le ha dicho que yo estaba de camino, claro.
Supongo que todo esto es un tema genético. El difunto hermano de mi abuela paterna era paranoico. Diagnosticado, pero no medicado. Por suerte, tenía sus movidas mentales pero nunca fue agresivo ni peligroso para los demás. Durante los años 70 estuvo viviendo en casa de mis abuelos paternos. Mi padre y tíopaterno, que en aquel entonces eran unos jovencillos le querían mucho y siempre cuentan historias de él. Al parecer en familia era un tío divertido y simpático, aunque luego tenía sus cosas, como que si llegaban visitas se escondía debajo de la cama, en el baño o en cualquier rincón que él consideraba seguro. Así que yo me lo tomo con humor. Si me río de mí misma, lo siento pero no me voy a tomar en serio al tío paranoico. El caso es que, por aquel entonces, él tenía la teoría de que Alfonso Guerra le tenía mucha manía y le perseguía. Tíoparanoico debía ser alguien mucho más importante que yo, dado que a mí me vigila la del trapo y a él un político en auge. El caso es que la obsesión de Alfonso Guerra llegó a tal punto que pidió a Perales que escribiera la canción de “y quien es él” a tíoparanoico, para que supiera que estaba vigilado. O eso aseguraba él.
Lo preocupante es que la ciencia aplicada ha mejorado mucho desde los 70 en que mi tío se sentía vigilado a través de la radio en la que mi abuela escuchaba coplas en la cocina mientras rebozaba boquerones. Ahora hay mini cámaras y cosas raras. Por ejemplo, llevo dos días convencida de que hay un infiltrado de refinada tecnología en mi casa. Un mosquito cojonero a simple vista, pero miles de posibilidades de espionaje. Y es para desconfiar. Se pone delante de la pantalla del ordenador. Juraría que trata de leer lo que escribo. Igual tiene minicamaritas en los ojos y está grabando todo esto ahora mismo, revoloteando delante de mis narices. Vete a saber con qué intrincados fines.  Y no veas cómo esquiva las ostias. Nada que ver con los mosquitos normales de toda la vida. Este está perfeccionado genéticamente para no sucumbir a los manotazos que doy al aire y los guantazos que me pego a mí misma cuando me zumba en el oído. Y me sigue. Anoche estaba empeñado mantenerme despierta, silbándome en la oreja cada vez que trataba de dormir. Y esta mañana ha venido a inspeccionar mi desayuno. Y ahora aquí, cotilleando mi post. Y es el mismo. El mismo mosquito-espía esbirro de la del trapo, seguro.  
Creo que todos nos hemos sentido en el show de Truman alguna vez. Igual hay un pequeño paranoico dentro de cada uno de nosotros. Y está ahí para espiarnos y conspirar contra nosotros mismos. Fijo.


ACTUALIZACIÓN: el espía-mosquito cabrón al verse descubierto se ha vengado picándome en la cara.

jueves, 19 de mayo de 2011

democracia y anarquía

Voy a hablar de política abiertamente por primera y puede que última vez en el blog.
Sé que va a haber elecciones. Es curioso, porque siempre que escucho esa palabra, mentalmente siento deseos de cambiar la  l por un r. Mucho más ameno el asunto.
El caso es que yo no voto. No he votado nunca en mi vida y de momento, no tengo intención de hacerlo. No creo en la política. No creo en la democracia. No creo en las cosas jerarquizadas.
De muy jovencita pertenecí muy brevemente a un grupo anarquista. Yo creía en la anarquía profundamente. Por qué no. Es la teoría más bonita del mundo. El ser humano es bueno por naturaleza. Y si es libre, actúa en consonancia con esa bondad. No hacen falta llaves, ni rejas, ni candados. No hacen falta gobernadores, corrupción, trepas y luchas de poder. No hace falta cerrar las puertas, ni temer al vecino, ni asustarse aunque estés solo en mitad de la oscuridad. No hace falta Dios ni amo. Sólo hay que seguir los impulsos naturales que nos empujan a hacer el bien y así vivir todos en armonía.
Ojalá algo de esto fuera cierto.
Yo tenía entonces 14 o 15 años y estaba convenida de que todo el mundo era bueno. Y de que era la sociedad maldita y cruel era la que nos corrompía. Es decir, era una ingenua.
Encontré el grupillo, que se reunía en una casa okupada cerca de mi barrio, a través de mi amigo Banano. Y no tardé en darme cuenta de que en realidad eran un puñado de punkis guarretes, que estaban todo el día tirados en los sofás que habían recogido de la basura y fumando porros. Allí nadie parecía tener realmente fe en el ser humano. Ellos con hacer pintadas en las paredes, escuchar música ruidosa y ponerse imperdibles en las orejas parecían tenerlo todo hecho. Ni siquiera parecía que el bien emanara libremente de sus interiores. Era más bien como si un rencor extraño les obligara a destruir toda propiedad ajena y a quebrantar toda lógica y moral alegando que no hay leyes para ellos. Y digo yo, ¿la bondad que brota de vuestros interiores no os hace ver que hay normas que son buenas, estén estipuladas o no por la ley?
El caso es que me harté pronto. Además no veo porqué ser anarquista está reñido con ser creyente y yo, pese a mi lado racional, no puedo evitar creer que existe algo más allá de nuestras propias narices aunque no podamos verlo ni explicarlo. No puedo evitar pensar que no somos tan increíbles y grandes y maravillosos como para ser lo único. Siento que hay algo más increíble, más grande y más maravilloso. Pero como decía al principio no creo mucho en las cosas políticas y jerarquizadas, por lo que no puedo decir que pertenezca a una iglesia con convicción. No creo que dios sea amo, ni dueño, ni que maneje nuestras vidas. Como casi todo en mi vida, creo, pero lo hago un poco por libre. Hasta para la anarquía voy por libre.
El caso es que no voy a votar el domingo. Y me jode quien dice que si no votas no te puedes quejar. Claro que puedo, es mi queja, de hecho. Prefiero constar en el número de abstenciones, que sepan que paso de su sistema. Que sepan que ni siquiera creo en esta democracia absurda que no hace un referéndum ni a tiros. Que considero que esto no es más que la dictadura del número, que cuando consiguen bastantes votos nos tiranizan durante cuatro años. Que yo, no formo parte de su juego.
También están esos otros que te dicen que no votar es una especie de deshonra para todos lo que lucharon para conseguir el derecho al voto. Y puede que más aún siendo mujer, tras las historias de las sufragistas y todo eso. Vale, puede que haya algo de cierto. Aunque creo que si esa gente levantara la cabeza de la tumba en la que estén y vieran esto, se volvían a morir del susto. Estoy segura de que no lucharon para esta especie de corruptela barata, de gente agarrada al poder que no suelta ni a tiros, de esta crisis de la que nadie sabe salir, de esta guerra encarnizada entre partidos, más ocupados en echarse mierda a la cara unos a otros que en colaborar y/o solucionar problemas. Y para colmo, ellos lucharon por el derecho al voto. El derecho, repito, no la obligación. Derecho significa que puedes hacer algo o no. Bien, pues yo tomo la opción del no.

En fin, creo que, efectivamente no volveré a hablar de política. Me siento un poco una tía rara o una loca cuando digo estas cosas. Bueno, me siento así siempre, pero la política me incomoda. Creo que es algo peligroso. Enciende los ánimos, calienta a la gente, crea enemigos y enciende la mecha de las guerras y los odios. Por eso creo que la política es una lacra. Ojalá la teoría anarquista fuera cierta, todos fuéramos buenos por naturaleza y vivir sin miedo, sin amo y sin gobernantes fuera algo más que un sueño.

sábado, 14 de mayo de 2011

el primer amor

Siempre digo que sólo he amado a dos hombres en mi vida. A los dos de diferentes maneras, y ambos con terribles resultados.
El primero-primero fue un amor medio platónico, medio adolescente, medio de verano. Nada bueno podía salir de esa combinación. Era un chico del pueblo del sur, alto y guapo, con 17 años cuando yo acababa de cumplir 14. Y sé que fue una historia preciosa, porque durante años la recordé con arrobo y dulzura. Porque durante muchos años me impidió amar a ningún otro. Yo quería a ese chico. O al que se había formado en mi mente a partir de su imagen y de un puñado de noches de verano a su lado mirando estrellas. Con los años volvió a mi lado. Pero no volvió un príncipe azul, si no un monstruo. Y no me apetece recordar esa segunda parte de la historia. Sólo sé que partió mi vida por la mitad. Que cercenó al amor tan puro que crecía en mi interior y me dejó doblada en dos para siempre. Él se fue, el dolor perdura. Perdura de tal manera que nunca pude volver a recordar mi primer amor con ternura. Que durante años pensé que no amaría jamás. Y que aún hoy duele y me hace desconfiar, retraerme, y preguntarme si ese estúpido sentimiento existe o es una tomadura de pelo.
A veces me pregunto si fue un amor de verdad, dado que cuando más le quise es cuando estaba lejos de mí. En cuanto volvió, supe que todo aquello había sido una mentira y convirtió mi vida en tal infierno que me resultó muy difícil no odiarle.
Mi otro amor es el Ross. Lo saben hasta los chinos a estas alturas. Lo curioso es que aprendí lo mucho que le quería cuando le perdí. Cuando el dolor de su ausencia me demostró que su amor era lo que me calmaba y me dejaba vivir con cierta paz. Le amé desmesuradamente. Desde el primer día que le encontré en el autobús hasta hoy, aunque lo aprendiera tarde. Hubo otros antes que él. Y muchos después. Pero mi corazón sigue siendo suyo. Y maldita sea mi estampa por ello. Querría ser más lista, darme cuenta de las cosas antes. Haber hecho caso a lo que me decían las tripas, a ese “es él”, que oía en mi pecho cada vez que me latía el corazón. Querría habérselo hecho saber antes. Querría  no haberle perdido. Y querría que el amor no me hubiese partido la vida… otra vez. Y ésta de un modo aún más cruel, retorcido y desgarrador.
Pero no importa. Una y mil veces me caeré y me levantaré. El amor me odia, ya lo he asumido y ahora es más fácil porque el conocimiento nos hace fuertes ante el enemigo. Ya sé lo que tengo que evitar. Y volveré a querer, seguro. Quise a todos los hombres que pasaron por mi vida, de un modo o de otro. Aunque no les amara, aunque no sintiera esa fuerza que se agarra al interior. Y puedo querer a otros tantos.

Esta reflexión viene porque el otro día me encontré a mi primer novio. No fue un primer amor, aunque sí fue el primero en muchas cosas. Perdimos la virginidad juntos en un viaje a Italia. Fue el primero que me dijo “te quiero”, aunque creo que yo no se lo dije nunca. Fue el primero con el que dormí, con el que salí a cenar, con el que fui a un acto familiar. Fue el primero con el que intuí que la vida en pareja no era lo mío. El caso, es que él siempre me insiste en que fui su primer amor y que por eso no me olvidará nunca. Y yo me encojo de hombros y me preguntó si de pequeño vería más películas de disney que yo. Esta vez no fue menos. Me mandó un mensaje por la noche diciéndomelo, que nos veíamos un día si yo quería, que él para su primer amor siempre tendría tiempo. Y yo no le contesté. Porque qué puñetas respondo a eso. Si no tengo claro que el amor de verdad exista. Si el mito del primer amor se me cayó a golpes. Si tengo el corazón roto en mil pedazos y sólo siento un agradable calorcillo en mi pecho de hojalata cuando mi gato ronronea lamiéndome la cara para despertarme.
Hay veces, que intento rememorar mi primer amor. Pero es sólo como un pensamiento oscuro y esquivo, como un recuerdo huraño que se esconde cuando quiero mirarlo. Como un cardenal que no se toca porque duele, pero está ahí y lo sabes. Como una herida que nunca cierra, como una sombra que ni a la luz ni en la oscuridad se desvanece del todo.
Así es mi primer amor. O su recuerdo, más bien.

miércoles, 11 de mayo de 2011

quiero ser un tío

-         ¿Sabes lo bueno de la edad? Que la menopausia se acerca.
-         ¿Eso no es lo malo?
-         ¡¡Qué coño malo!! Lo malo es perder una semana de vida al mes. Lo malo es pasarlas putas cada tres semanas. Lo malo es estar hormonada hasta las orejas. Lo malo es sentir dolor, nauseas, migrañas y que se me hinche todo el cuerpo, que parezco un puto globo. Lo malo… lo malo… ¡¡lo malo es ser mujer!!
-         ¿Tú crees?
-         Vaya que si lo creo. Yo quiero ser un tío. Quiero mear de pie, quiero rascarme la entrepierna aunque no me pique, quiero no depilarme, quiero ser “soltero de oro” y no “solterona”, quiero tener barriga y que mi novia lo encuentre adorable.
-         Tía, estás desvariando.
-         Sí, ¿y sabes por qué? Porque, efectivamente, soy una tía. Si fuera un tío, las hormonas no se apoderarían de mí y no tendría estos accesos de furia, las ganas de llorar incontrolables y la euforia repentina. ¿No lo ves? Todos mis problemas se solucionarían si fuera hombre.
-         Tienes toda la razón.
-         ¿Sí, verdad?
-         No, pero cualquiera te lleva la contraria estos días…

lunes, 9 de mayo de 2011

calimeradas 2

Vale, ya es oficial, inaguro etiqueta de calimeradas. Así puedo reunirlas todas. Y es que últimamente tengo un vacío dentro que no me quito de ninguna manera. Me siento muy calimera yo, con mi huevo en la cabeza, mi hatillo al hombro y lamentándome porque nadie me comprende. Me pregunto si Calimero también sentía vacío existencial o si era sólo dramatismo de pollo. Ya se sabe, las aves son muy de exagerar, mira los cisnes, que se mueren de pena cuando se les muere su pareja.
Y es que me siento sola. Absurdamente, todo hay que decirlo, porque no estoy ni más ni menos sola que antes. De hecho, nunca me había sentido más sola que los últimos meses que viví con el desequilibrado. Ahora duermo sola, como sola, paso el tiempo sin nadie a mi alrededor, pero al menos no siento que se me ignora cruelmente a diario. Lo calimero del asunto es que me ha dado por pensar, de nuevo, que igual nunca más vuelvo a compartir mi vida. Que tengo una desgana terrible, que no estoy, ni de lejos, por la labor de empezar nada con nadie. No tengo fuerzas, ni ganas, ni confío una mierda en nadie. Y me parece bien estar así, no veo necesario tener a alguien al lado creo que es sano tomarse un tiempo para reforzarse interiormente, sólo que a largo plazo, me da miedo volverme una loca solitaria antes de cumplir los 30. Es raro, una vez más en mi vida, me contradigo. Estoy muy bien, pero me acojona quedarme así siempre, como una solterona. Y no tengo puñeteras ganas de tener una relación, pero a ratos me siento muy solita y querría que alguien me abrazara y me diera mimos.
Para colmo, me da por pensar, que lo mismo no quedan hombres normales sueltos por ahí. O mejor que normales, hombres estupendos que me quieran por lo que soy. Y es que ninguno de los muchos hombres que han pasado por mi vida ha sabido quererme por lo que soy. Todos han querido hacer de mí algo distinto a mi verdadera personalidad. Al parecer, soy demasiado fuerte, demasiado independiente y pienso demasiado. Ni qué decir de las acusaciones que se me han hecho tipo “parece que nunca lloras”, “parece que no me necesitas” o “parece que puedes vivir perfectamente sin mí”. No sé si es que tienen razón y soy lo peor como mujer o es que los elijo muy gilipollas. No lo sé, pero me inclino por la segunda.
Y luego hablo con mi amiga Ana, también soltera empedernida y también con un ex desequilibrado y me surgen más preguntas que respuestas. Voy yo, con mi cáscara en la cabeza y mi hatillo al hombro, a decirle que mira qué mal que nadie me quiere y ella me contesta, “mira yo, estoy igual que tú y tengo cinco años más”. Y pienso, joder, porqué no seremos lesbianas y nos hacemos un apaño juntas. Eso o vendemos nuestros pisos, compramos una casita en el campo y nos dedicamos a cultivar un huerto y a cuidar gatos y conejos. A tener gallinas para comer huevos frescos y tener calimeritos pequeños de vez en cuando.
En fin. Yo sigo teniendo la esperanza de que un día el hombre de mi vida llame a mi puerta. Pero Sawyer  está perdido en una isla (o muerto o algo, no he visto el final de Lost) y Beckham está casado con una imbécil y tiene un montón de churumbeles, con lo poco que me gustan a mí los niños. Y otro punto en su contra, los dos hablan inglés. Me imagino con mi inglis-vallecano diciendo algo como: jelou, ai am Naar, ai am a singel woman with a cat. Cada vez lo veo más chungo.
En fin, cogeré mi hatillo y me iré a llorar mis penas de pollo por el mundo.  

martes, 3 de mayo de 2011

calimeradas

A veces las nuevas tecnologías son una putada. Y no me refiero a cuando el ordenador se queda colgado justo cuando tienes un trabajo casi terminado o cuando el Messenger se corta en mitad de una conversación erótica interesante.
No. Me refiero a cuando, los astros deciden alinearse para terminar de tocarte los cojones en unos días depres. Debo estar con un síndrome premenstrual adelantado o algo, porque no es normal la hipersensibilidad y la gilipollez que tengo encima. Yo estos días en los que siento que el mundo me odia y estoy sola y perdida en mitad del caos, los denomino momentos Calimero. Quién no recuerda a ese pollito negro y dramático que iba llorando sus penas por el mundo con medio huevo por montera. Un pollo bipolar que pasaba de la felicidad al llanto y de cantar a mostrarse envuelto en un mar de penas. Pues esa soy yo muchas veces. Que quiero ser feliz, pero el mundo no me deja.
El caso es que hoy abro el puñetero feisbuc, que cada día le tengo más manía y me encuentro con el cartelito de “gente que quizás conozcas” en una esquina. No le suelo hacer mucho caso, porque o es gente que no conozco de nada o es gente que conozco y paso trillones de agregar. Pero hoy estaba él ahí. Un chico al que quise tanto y tan a lo tonto que no me permito pensar en él.
Para colmo, los días que estoy así, mitad tonta, mitad subnormal profunda, pues no tengo voluntad, ni autocontrol, ni razono con claridad ninguna. Que el resto del tiempo no es que lo haga muy bien, pero mi parte racional habla. Y a veces la escucho y a veces no, pero ahí está y al menos sé lo que opina. Sin embargo estos días que me siento así en plan Calimero, depresiva y abandonada del mundo no tengo parte racional. La cáscara de huevo de mi cabeza me impide recibir las ondas de relativa sensatez.
Así que he pinchado en el perfil de ese chico. Del cantautor progre y greñudo que me robó el corazón en la universidad, que me besó bajo la lluvia, que me cantó una noche de verano por teléfono… y que nunca pasó nada más porque el destino no quiso. Y está guapo y feliz, con novia, cantando en sitios cutres de esos que tanto le gustaban y que tantas veces planeamos ir, aunque no fuimos nunca.
Y como mi parte racional no funciona, le doy a solicitar amistad. Y según le doy me arrepiento… ¿pero qué hago? ¿qué pretendo? ¿qué calimerada es esta? Pero el feisbuc es un sitio cruel, en el que deshacer tus propios entuertos es complicadísimo. O al menos para una tipa tan torpe como yo.  
Para colmo, el tío va y me acepta. ¿pero qué haces, desgraciado? ¿no ves que estoy calimera perdida? ¿no ves, a través de las ondas internáuticas, que estoy vulnerable y estúpida? ¿no intuyes mi huevo sobre la cocorota? Pues vaya con el poeta sensible de las narices.
Así que ahora somos amigos, mira qué bien. Así podré ver sus fotos con su novia, podré revolcarme en mi dolor de haberle dejado pasar, podré saber que aquello fue sólo el sueño de una noche veraniega y podré pensar cada día que él ya no lo recuerda con ese sabor extraño que lo recuerdo yo.
A ver si me pego un golpe que me casque el huevo para volver a pensar con claridad y dejo el modo calimero de una puñetera vez, que hago cada parida que no me la creo ni yo.

lunes, 2 de mayo de 2011

y yo con estos pelos

Ya dije hace poco que tengo fobia a cortarme el pelo. Todo viene de hace años, cuando en plena crisis adolescente, me hicieron un estropicio. Yo tenía el pelo largísimo por la cintura, muy rubio, precioso. Y por querer ser moderna y hacer caso a las hormonas chungas de los 15 años, me lo corté. Y me hicieron un corte extraño a caballo entre el modo champiñón, las greñas raras por detrás y el trasquilón en la coronilla. Tardé años en igualármelo.  Además, a pesar de tenerlo liso, tengo mucho pelo y me cogía un volumen incontrolable, por lo que parecía que tenía un casco enorme puesto todo el día. Y eso sin contar cuando llovía. O con que coincidió en el tiempo con la época de vestir con las camisas de leñador de mi padre y con las botas de montaña enormes.
Lo de que los 15 años son la niña bonita, no fue mi caso, desde luego. Con razón no ligué hasta los 17 y con el chico más feo del colegio.
Una vez que pasé el trance de igualarme el trasquilón infame y de conseguir que el pelo me fuese creciendo hasta volver a parecer pelo y no casco, cogí mal rollo a volver a cortármelo. ¿Y si me volvían a hacer un estropicio semejante?
Total, que siempre me corto las puntas, me retoco las capas, me hago mechas… pero nada de cortar en plan radical. Hace un par de años que mi exsuegra y expeluquera (dos cosas demasiado maravillosas para ser una sola persona) me lo cortó mucho más de lo que debía y casi me da un patatús. Además lo hizo a posta, la muy. Y la semana antes de la boda de hermanachica. Así que sobreviví de milagro. Y aunque había pensado cortármelo en ese verano,  me lo volví a dejar largo compulsivamente. Para compensar.
Necesito la sensación de pasarme la mano por los riñones y tocarme las puntas. Necesito sentir la melena en la espalda cuando me desnudo. Necesito soltármelo, recogérmelo, hacerme moños y coletas. Necesito llevarlo suelto. El pelo me da una extraña y absurda seguridad en mí misma.
Sin embargo llevo un tiempo cansada de verme siempre igual. Son ya años de pelo largo. Y cuando veo a alguien con melenita y cosas monas, me da por pensar que igual molaría cambiar de look, que estaría bien verme distinta y no ser esclava de mi propio miedo. Pero luego vuelvo a considerarlo. ¿Y si no me gusta? ¿Y si no me queda bien? ¿Y si vuelvo a tener 15 años y a estar horrible?  
En fin. Igual para otoño me lo pienso, mientras tanto, nada, que además tengo como mínimo dos bodas este verano y con lo que me estresan las bodas necesito mi melena por la cintura.