miércoles, 30 de noviembre de 2011

ruidos vecinales

Vivir en comunidad implica de algún modo los ruidos en comunidad. Sobre todo en los edificios de hoy en día que son de corchopán.
Cuando vivía de alquiler, era terrible. Allí las paredes eran muy cutres y los vecinos muy ruidosos, mala combinación. Los bueno era que todos los vecinos éramos amigos y había cierta confianza. Además, mantener la intimidad era muy complicado en aquél edificio de locos, aunque a cambio la vida era tremendamente divertida. El caso es que allí, podías elegir entre toda clase de ruidos vecinales, desde la pareja de discutidores de al lado (“tonta del culo” e “insoportable de mierda”, según se llamaban ellos), hasta la loca chillona del ático, pasando por el vecino juerguista.
Mi casa de ahora, sin embargo, es muy silenciosa, pero también increíblemente aburrida y los vecinos son un asco. A excepción de vecino del primero, que me tira los trastos. Aquí las paredes son de ladrillo y el hueco del ascensor me separa de los de al lado. Y como soy el último piso, me ahorro las canicas rodantes de los vecinos de arriba, cosa que en casa de mis padres me traía de cabeza. Así que vivo en una especie de isla desierta y silenciosa.  
Además mis vecinos de al lado son especialmente sigilosos. Excepto porque él ronca como una locomotora, apenas se les siente.  Nunca se ha oído ni una voz, ni una fiesta, ni una reunión con gente, ni música. Nada. Son un muermo de gente, vaya. De hecho, como tampoco se les oía nunca tener “fiesta privada”, me sorprendió bastante que ella se quedara embarazada. Luego caí en que hoy en día poca gente se preña por el método clásico. Y menos a esas edades. Lo increíble es que ni la jodía niña que han tenido hace ruido. Llora poquísimo y a un volumen bastante aceptable, cosa por la que doy gracias a Dios porque los llantos me dan instintos tipo Herodes.  Pero bueno, el tema es que entiendo la cara de pocos amigos con la que me miran habitualmente. Imagino que para ellos yo soy un incordio constante. Es decir, viene gente a casa y hablamos hasta las tantas. Pongo música a diario. He hecho unas cuantas fiestecillas. Y desde luego, cuando vivía aquí el loco el ruido era doble. Él hablaba muy alto en general. Y en algunas de las broncas que tuvimos nos debieron oír en toda España. Así como en las reconciliaciones.
Que vale, que estoy viva y hago ruido, coño, qué pasa. Que es que mis vecinos son un rollo repollo. Jolines, que el único ruido que hacen es roncar. ¡Roncar! El ruido aburrido por definición, ya que se hace durmiendo.
El caso es que la otra noche estaba yo insomne perdida cuando oigo, pared por medio, un ruido raro. Era como si alguien saltara encima de unos muelles de un modo increíblemente rítmico. Valoré la idea de que fuera sexo, pero a pesar de que apenas me acuerdo, el sexo no suena así de aburrido. Al menos no si es bueno. Así que lo descarté. Debía ser lo de saltar sobre muelles, sin duda. Y eso sí, ni al saltador ni al muelle debía gustarles nada en absoluto. O no lo demostraban al menos. Ni  “oh” ni “ah” ni nada de nada. Total, que hay gente que es aburrida haga lo que haga, sea sexo o saltar sobre muelles. Cosas que por otro lado, suelen ser bastante amenas a poco bien que se hagan.
¿Y vuestros vecinos? ¿También son un muermo? ¿O son una sinfonía de ruidos extraños?

domingo, 27 de noviembre de 2011

Aniversario de ruptura

Hace un año. Increíblemente, han pasado 365 días. Algunos se han hecho larguísimos. Y otros han pasado volando. Algunos han sido muy duros. Y otros han sido maravillosos. Pero lo importante es que los he pasado todos. Uno a uno, caminando a veces con paso firme, a veces a rastras.
Hoy, hace un año que Desequilibrado y yo pusimos fin a nuestra relación. Un final amargo, duro, brusco y desagradable, que no hacía del todo justicia a una relación, que aunque en cómputo total no fue positiva, tuvo sus buenos momentos. Creo que pudimos hacer las cosas de otro modo, tanto en la relación como en la ruptura, aunque ya da igual. Hace un año que dejó de importarme.
Los que habéis viajado conmigo desde el anterior blog sabéis que a pesar de que lo pasé mal, desde un primer momento supe que esta ruptura era algo positivo. Supe que era el momento que llevaba años esperando, el momento de recuperar mi vida, de encauzarla y caminarla a mi manera. Los que llegasteis con este blog, me habéis visto recomponerme, levantarme una vez tras otra, después de cada caída. Me habéis visto crecer y madurar. Me habéis acompañado en un año muy duro, pero lleno de fuerza. Un año que se no se me olvidará. Un año que, creo, ha sido la base de lo que puedo llegar a ser. Y tengo que daros las gracias a todos por vuestra compañía, vuestro apoyo y vuestros pasos junto a los míos en este extraño camino que es la vida.  
Dentro de poco se cumplirá también el aniversario del blog y tengo un regalo preparado, para mí misma y para todos los que me acompañáis en este camino, pero tenéis que esperar unos días.  
De momento, celebremos este aniversario de libertad, de oportunidades y de resurgir de mí misma. Gracias a todos, mil gracias. A los amigos del blog, a los de mi vida real, a Pa, a Anita, a A, a mis padres… imposible hacerlo sin vuestro apoyo. Ha sido maravilloso caminar este año con vosotros. Ha sido duro, pero ha merecido la pena. Mucho. Muchísimo. Porque ahora soy mejor, más madura, más fuerte y sobre todo, más feliz.
Y mención especial para el Desequilibrado… fíjate que nunca tuvimos un aniversario de pareja, pero sí lo tengo de ruptura. Así que gracias a ti también. Por las cosas buenas que me diste, por las malas, por todo lo que he aprendido y por lo que me queda por vivir sin ti. Espero de todo corazón, que hoy seas al menos tan feliz como yo. 

miércoles, 23 de noviembre de 2011

equilibrada y/o casta

Mi madre me conoce muy bien, obviamente, para eso es mi madre. Y a veces hasta es capaz de ver cosas de las que yo misma no soy consciente. El problema es cuando me dice algo que no me gusta, pero que, en el fondo y aunque me joda, sé que tiene razón.
El otro día me dijo que desde principios de verano estoy muy bien, mucho más equilibrada de lo que suelo ser. Lo cual no significa exactamente equilibrada como una persona normal. Sólo menos bipolar extrema, menos pirada, menos montaña rusa emocionalmente peligrosa. Y mi madre no sabe la razón, pero yo sí. Y esto es algo desconcertante, cabreante y asquerosamente cierto: estoy más equilibrada porque no hay ningún hombre cerca de mi vida a parte de mi padre y de Ron.
Además he descubierto que el sexo, el amor y hasta los besos son una adicción como otra cualquiera. Que la curiosidad te lleva a probar. Y luego pruebas y la primera vez no te gusta, pero repites. Y al final le coges el gusto. Y cuando le has cogido el gusto, no sabes vivir sin ello. Hasta que las circunstancias te obligan a renunciar. Y cuando renuncias, lo pasas mal. Fatal. Un mono de cojones, vaya. Pero el síndrome de abstinencia supera. Y cuando lo has conseguido, te das cuenta de que vives casi mejor sin ello, pero lo echas de menos.
Yo estoy en esa fase en la que he aprendido a vivir sin nada de esto y el mono se ha pasado. Ya no siento esa imperiosa necesidad de antes, apenas lo echo de menos. Vivo sin sexo desde hace muchos meses. Sin un maldito beso desde aquel que me robó un macarrilla en la boda mi amiga a finales de agosto. Y es cierto que estoy más estable, más equilibrada y más tranquila. Pero también mucho más aburrida.
Ahora el tema es ¿merece la pena ser una loca a cambio de orgasmos? ¿o es mejor estar equilibrada y estable mentalmente a precio de soledad absoluta?
En fin, seguiré investigando al respecto. Qué chungo es ser yo a veces.

domingo, 20 de noviembre de 2011

regresión al patio del colegio

Muchas veces creo que los recuerdos en general son traicioneros. Hay algo (no sé el qué) que se desata en nuestro interior al recordar a una persona. Y a veces es algo bueno y a veces algo malo. Y no podemos evitar esos sentimientos que surgen con el nombre o la imagen de alguien.
Con los años, a fuerza de palos, de golpes, de decepciones y de sorpresas, he aprendido que la vida no es una historia de buenos y malos. Que hasta lo que parece más claro, no lo está. Y que quien parece bueno tiene un lado oscuro, como quien parece malvado tiene una parte positiva. En la vida real, no existen las cosas blancas o negras. Pero hay veces que en los recuerdos sí es así. Sólo recordamos según nuestras emociones, por lo que lo reducimos todo a un nivel muy simple y unidimensional.
Por mi parte, procuro no hablar mal de nadie. A veces me dejo llevar por el dolor, me siento atacada y me defiendo sacando las espinas, pero no me gusta criticar.
Sin embargo, más de una vez he dicho que guardo un extraño rencor a los que fueron mis compañeros de colegio. Fueron crueles con una versión diminuta e hipersensible de mí misma. Y eran una horda de cabrones respaldados por el poder del grupo ante un débil.
Para mi sorpresa, la guay de la clase me agregó hace poco al facebook. Y me pudo la curiosidad de ver en su perfil una foto de boda, así que la acepté. Por curiosear, lo admito. Además, siguiendo el razonamiento anterior me dio por pensar que igual la tía no era tan mala como yo la recuerdo, igual tenía cosas buenas y todo. Y viendo las fotos, llegué a un álbum en el que había puesto fotos del colegio que había escaneado. Fotos del año catapún, cuando Naar era un  bicho minúsculo, todo ojos y pelos rubios de punta. Nada más verlo, se me erizó la piel.
Y el álbum se llama “Aquellos maravillosos años”. ¿Maravillosos? Serán para ella, claro. Para colmo de mis males, la guay tiene agregados a tooooodos los compañeros de clase. Y habían comentado las fotos. Así que de pronto, me ví otra vez, haciendo un flashback a los años ochenta, a mi infancia absurda y dolorosa.
Debo reconocer que yo apenas me acuerdo de la gente. Les he borrado de mi memoria. O al menos, reprimido. Pero ellos, por alguna razón que desconozco, se siguen acordando de mí. Y en los comentarios a las fotos, habían sufrido una regresión al patio del colegio. Se habían dedicado a criticar a los que no estaban agregados, no tienen facebook y de un modo u otro, no pueden defenderse. Muy valientes ellos. Así que ahí estaba yo, siendo vapuleada de nuevo. Y no sé si es que mis recuerdos eran reales y ellos eran malvadísimos o es que el comportamiento grupal los hace comportarse de nuevo como idiotas.
Había una foto de todos los de la clase en la que apenas se me ve el flequillo despeinado detrás de un niño gordo que yo no sé quién es. Y otra de las grandes cabronas decía “la que está detrás de fulanito es Naaaaaaar!! Jajajajaja!” ¿jajaja? Tu puta madre, jajaja. Y la guay añadía, “sí, es Naar, que a mí me caía fatal porque quería juntarse con el chico que me gustaba.” A ver, cerda, que te caía mal ya lo sé, lo que no entiendo es para qué pelotas me agregas ahora al facebook, pero ¿que yo quería juntarme con ese chico? ¡¡Eso si que no!! Yo le gustaba a ese chico, que pasaba de ti. Y no sé qué culpa tengo yo de eso, lo primero. Y lo segundo, ¿no te has casado? ¿a qué viene entonces esto? En serio ¿aún te enfada que yo le gustara? Un poquito de evolución, hombreyá. Que yo me estoy esforzando en pensar que no eres la pequeña bastarda que yo recuerdo.
En cualquier caso, me dieron unas ganas enormes de ponerme a comentar yo también y decirles que son unos cabrones y que me deben una infancia. Que siguen siendo todos unos cobardes y unos chismosos, dedicándose a ponerse verdes unos a otros y que parece mentira que tantos años no les hayan servido para madurar nada.
Pero me contuve. Porque si no, terminaría en plan Carrie, matando uno por uno a mis compañeros de colegio. Y no es plan, que matar es cansado y las manchas de sangre salen fatal. 
Total, que les den. Yo a lo mío, a mis cosas, a mis amigos, a mi gato y a mi rollo. Que ya llevo la mitad de mi vida sin ellos y cada vez me va mejor. Pero me indigna. Me duele. Me cabrea. Me jode. Y sobre todo, me aburre. Catorce años sin vernos y seguimos en las mismas. Son un coñazo de gente, que lo sepan.
Pero respiro hondo. Ellos no son tan malos como los recuerdo. No son tan malos, no son tan malos… sólo son un poco gilipollas.

jueves, 17 de noviembre de 2011

la novia del Ross (o cómo la vida da la vuelta a la tortilla)

Durante los años que desperdicié compartí con el desequilibrado, supe lo que duelen ciertas cosas. Supe lo que es competir contra el fantasma de una exnovia “perfecta” e idealizada por todo el mundo. Me enfrenté a críticas y comparaciones injustas por parte de su entorno y su familia. Y a un sentimiento desganado por su parte, como si tuviera que conformarse conmigo porque ella dejó de quererle. Eso me machacó mucho el ego y me arrojó al fango durante un tiempo. Hasta que me di cuenta de que gran parte de esos ataques e intentos de hundirme eran propiciados por la envidia y el sentimiento de inferioridad.
De todos modos, esa es otra historia. Es una especie de preámbulo de lo que voy a contar. Para intentar explicar que no trato de hacer ningún ataque gratuito a nadie, ni mucho menos. De hecho, si leéis hasta el final, demostraré que pretendo todo lo contrario.
Como ya adelanté hace un par de post, en la capea me las vi frente a frente con el Ross y su novia. Y yo iba preparada y mentalizada a que me la pelara, pero al parecer, ella no.
Estábamos Seis y yo al poco de llegar viendo como nuestros amigos tentaban a una vaquilla resabida que pasaba de ellos, cuando me da un codazo y me dice a media voz:

-         El Ross no le dijo a su novia que venías tú. Acaban de tener una pelotera...

Yo me encogí de hombros, no me sorprendió mucho. Ross es capaz de morir antes de hacer frente a un problema. Pero Seis seguía con su charla entre dientes:

-         Aunque eso no es nuevo, se pasan la vida discutiendo.
-         Ya, todo el mundo lo dice.
-         Y, claro, la tía esta ahora te ve y tiene que estar que trina.
-         Seis, no me gusta esta conversación. Y es absurdo. Entre Ross y yo no hay nada, él está con ella. La eligió a ella, de hecho.
-         Ya, pero tú eres… tú. Ya sabes... TÚ.

Y me hizo un gesto sobre le frente que él y yo sabemos lo que significa. El estigma cainita. Sonreí, mi Seis sabe siempre qué decirme. Me guiñó un ojo y me dio un beso. Me dijo que me quería y que si yo estaba bien, por él todo bien. Así que ahí quedó la cosa. 
Durante el día, la chica se limitó a evitarme y a pasearse por ahí con cara de vinagre. Incluso discutieron otra vez delante de todo el mundo, ella desapareció por un rato y él se quedó con su cara de pena mirando al vacío. Y pasaron buena parte del tiempo con la cara larga. Además no se hicieron ni un solo gesto de cariño o de acercamiento, cosa extraña porque el Ross era un poco lapa. Lo más desconcertante era la extraña aura gris e infeliz que destilaban los dos, aunque en un principio pensé que eran imaginaciones mías. Hasta que en el viaje de vuelta, Pa según se monta en el coche, me espeta:

PA-         Nena, qué fea es la novia de Ross. Pero fea, fea.
N-         Pa, no voy a hablar de eso.
PA-         Es que es fea… ¡¡pero fea!!
N-         ¡Pa! Bastante me cuesta ser prudente y no decir nada al respecto.
PA-         Vale, no digas nada, ya lo digo yo: es fea, fea, fea…

Me eché a reír. No porque la chica sea más o menos fea, que eso no tiene gracia. Si no por Pa, que es súper graciosa cuando dice estas cosas.

PA-         Además, claro, te ve a ti y tiene que ponerse de los nervios.
N-         Mira, eso ya lo ha dicho Seis.
PA-         Es que salta a la vista. Ella así, tan… fea. Y te ve a ti y… no sé. Es como para mosquearse.
N-         Me lo tomaré como un cumplido.
PA-         A ver, que no es sólo que tú seas mucho más guapa. Es que encima tú estás tan… viva. Y ella es así como mortecina. Como rancia, como seria, como enfurruñada todo el día. Y sabiendo lo que tú has sido para el Ross. Y lo que eres, que a mí ese no me engaña. Que vale que se pasen la vida discutiendo, pero esta vez hasta tiene motivos.
N-         Pa, voy a seguir con mi plan de ser elegante y no decir nada. 
PA-         Vale, pero lo diré yo.

Durante el resto del viaje hablamos sobre la sensación de infelicidad que irradiaban, que al parecer no era una percepción mía propiciada por los celos, el resentimiento y/o el rencor.

Pero el colmo fue la otra noche, chateando con A. Estábamos hablando de la capea, las fotos y demás. Cuando de pronto me dice:

A-         Oye, Naar… ¿tú hablaste con Ross durante la capea?
N-         No, la verdad, ¿por?
A-         Es que estuvo hablando conmigo y me dijo que no le habías saludado.
N-         Sí le saludé. Pero no me apetece hablar del tema.
A-         Ya, claro. Por cierto, qué fea que es la novia.
N-         Y dale, otro con el mismo rollo.
A-         Hombre, es que encima comparada contigo…
N-         Las comparaciones siempre son injustas y crueles.
A-         Sí, pero es que tú la ves a ella, y luego a ti. Y es para que te de algo. Que la tía es fea, pero encima en comparación…
N-         A, que no compares, coño.
A-         Y no es cosa sólo de fealdad, es que es una rara. No habla con nadie, no se ríe. Yo no sabía ni que era su novia. Ni un beso, ni un abrazo… nada.
N-        
A-         ¿Tú no lo ves raro?
N-         Yo no tengo que ver nada.
A-         Hombre, Naar, yo te miraba a ti, riéndote, bailando, con lo guapa que ibas ese día con el pañuelo en la cabeza… y ella ahí, toda mohína, sin hacer nada. Que ni una triste sonrisa en todo el día. Así pasa, que noté al Ross muy decaído. Como si se hubieran pegado la amargura.
N-         A, se acaba ya la conversación. No quiero hablar del Ross y mucho menos de su novia.
A-         Vale, pero que sepas que salta a la vista. Y no es porque seamos amigos y yo te quiera.

Lo cierto es que aunque me niegue a hablar del tema, porque creo que ante todo, se le debe un respeto, y luego porque diga lo que diga yo puede ser malinterpretado, todo el mundo no puede estar equivocado. Al menos en lo de que no se les ve felices. Y me da penilla, porque el Ross era alguien alegre, risueño y bromista.
Respecto a lo otro sólo tengo que añadir que la belleza es algo muy relativo. Primero porque va en gustos. Y segundo porque hay mucho de actitud. Francamente, no creo que la novia del Ross sea tan fea. No es una belleza griega, vale. Pero es una chica normal. Sólo es verdad que parece que le falta vida. La gente que se ríe y que vive con cierta alegría es más atractiva. Así de sencillo. Pero no la juzgo. Quizás tenga motivos para estar triste. Quizás yo sea uno de ellos. Y me siento mal si es así.
Yo lo pasé muy mal sabiendo que para el desequilibrado su ex siempre sería mejor que yo. Sabiendo que alrededor de ella poco a poco se había creado un aura de perfección a la que era imposible aspirar. Sabiendo que su entorno también la prefería a ella. Sabiendo que ella había sido el gran amor de su vida y que yo era sólo el parche con el que conformarse.
Y una vez que dije todo esto en el otro blog, alguien me dijo que no la culpara a ella, que quizás yo también sería ese tipo de exnovia pesadilla para alguien. Y cómo es la vida, oyes, que ahora lo soy. Lo sé. Porque reconozco esa forma en la que ella me miraba. Reconozco esa forma de apocarse ante alguien a quien imaginas perfecto y superior aunque no lo sea. Reconozco ese sentimiento cruel que se te agarra a las entrañas y no hay manera de combatirlo, porque en el fondo sabes que es cierto, que él la sigue queriendo aunque esté contigo, que ella fue especial y tú no, que a ella la recordará toda la vida y a ti quizás no.
Y por colofón diré que aunque ya no me importe, aunque no haya opción y aunque yo cada día le quiera menos, sé que Ross sigue sintiendo eso por mí. Primero porque lo nuestro fue muy fuerte, muy grande, muy hondo. Y segundo, por un detalle más que significativo que hubo ese día y que me reservo sólo para mí. Me lo quedo, como el último resquicio del amor tan enorme que nos tuvimos. Pero la eligió a ella. Y francamente, como mujer, espero que la trate bien, porque la chica no se merece la crueldad de sentirse segundo plato. No es mejor ni peor que yo. No es más fea o más sosa. Es distinta. Y algo estupendo y maravilloso tendrá mejor que yo cuando ella tiene un novio increíble al lado y yo estoy sola.
Y manda huevos que sea yo la que tenga que decir esto y defender a la actual novia del amor de mi vida, manda huevos, de verdad.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

el bricolaje y yo

Después de casi un año sin mesillas de noche en mi habitación, por fin el otro día encontré unas que se adaptaban bastante a mis gustos y con un precio de lo más asequible. Así que las compré. Estaba harta de tener la lamparilla, la crema de manos, el bálsamo de labios y el paquete de pañuelos haciendo extraños malabares sobre una destartalada y diminuta banqueta amarilla. Total, que ahora tengo mesillas. Eso sí, tras mil esfuerzos para montarlas. Porque las he montado yo sola. Sí, yo solita con mis herramientas. Ja. Monté los cajones, los tiradores y todo quedó perfecto. No me sobraron piezas. No se caen, no se tambalean. Los cajones abren y cierran. Estas mesillas eran, posiblemente, el mayor logro de mi vida…  hasta esta tarde, que he superado mis propios límites.
 El caso, es que, crecida tras haber montado unas mesillas de modo impecable y sin más ayuda que la de mi destornillador eléctrico, esta tarde he decidido ir un paso más allá. Hace muchísimos meses que compré un perchero. Pero no había colgado por aquello de que hacer taladros es algo terrible. Por eso es algo de lo que se suelen encargar los hombres. El taladrador es un aparato del infierno que pesa una tonelada, que hace un ruido de lo más desagradable y con el que corres un riesgo de muerte. Pero aún así es mucho menos peligroso que un hombre. Así que yo tengo un taladrador, un juego de destornilladores, un martillo y otras herramientas que no sé cómo se llaman, pero no tengo un hombre. Y extrañamente, cada vez me apaño mejor.
Total, que esta tarde estaba medio deprimida y bastante aburrida, cuando me he acordado del perchero. Y ni corta ni perezosa, me he arremangado y me he puesto en modo bricomanía. Y de nuevo sin pedir ayuda. Yo sola, con mi taladro, mis tacos, mi martillo y mis destornilladores. Mi testosterona y yo frente a frente. Y no es por presumir, pero me ha quedado estupendo. Casi me disloco el hombro malo haciendo fuerza para taladrar la estúpida pared, pero lo he logrado. El perchero se sujeta, está recto y queda genial.
Y yo me siento invencible, lo reconozco. Me siento independiente, fuerte y capaz de cualquier cosa. Me siento el hombre de mi vida.
La verdad es que cuando era pequeña soñaba con vivir sola. Y me imaginaba haciendo muchas cosas que hago ahora, pero no pensaba que algunas fueran tan complicadas, dolorosas o deprimentes. O simplemente tan complicadas que te dan ganas de pedir ayuda al vecino del primero, que por cierto, es el único que te habla y además te tira los trastos. Yo me imaginaba como una mujer estupenda como esas de las series de televisión, autosuficientes y maravillosas, capaces de hacer cualquier cosa con una buena banda sonora detrás. Sin embargo, durante el último año no he sido exactamente ese tipo de mujer. Pero ahora lo estoy consiguiendo. He sido capaz de montar unas mesillas. De hacer unos taladros y colgar un perchero. He sido capaz de hacerlo sin ayuda y sin miedo. Y me siento la ostia.
Esto demuestra algo sobre lo que llevo días pensando aunque en un contexto un poco diferente. Que no existe el “no puedo”, si no el “no quiero”, o el “no me atrevo”. Pero  poder, se pueden hacer cosas increíbles. Y si puedo yo, que soy una birria de persona, puede todo el mundo.  Así que, adelante, poned a prueba vuestros límites. Están mucho más altos de lo que pensáis.

sábado, 12 de noviembre de 2011

reencuentro en la capea

Estoy agotada. Pero feliz. Es ese agotamiento maravilloso de haber pasado todo el día fuera, de no haber parado quieta, de no haber parado de hablar y de reír. No sé si podré articular palabra en lo que queda de fin de semana, pero me da lo mismo. Ya he dicho hoy muchísimas y a gente que realmente me importa.  
Lo he dicho alguna vez, pero mis amigos son los mejores. Aunque nos distanciáramos un tiempo. Aunque ahora seamos más maduros, más viejos, más serios. Aunque ya sólo seamos la sombra de aquellos universitarios que se sentaban en el parque de ciencias a jugar al jia. Siguen siendo de lo mejor que ha habido nunca en mi vida. Y les quiero.
Este preámbulo es para decir que la capea ha sido un éxito. El tiempo ha acompañado y ha hecho un sol estupendo. No parecía ni noviembre siquiera.
Pa y yo nos hemos ido en mi coche y tras un momento de crisis relacionado con un camino de tierra que no era el que debíamos tomar, hemos llegado genial. El autocar con todos los locos de mis amigos acababa de llegar. Así que nos hemos puesto a repartir besos y abrazos, saludos y alegrías varias. Una de las cosas que me ha fascinado siempre de este grupo es la capacidad de tener contacto físico entre todos. De abrazarnos y darnos besos, de decirnos que nos queremos sin rubor. Me encanta, lo reconozco.
Sólo ha habido un momento tenso cuando tras saludar a todo el mundo, me he quedado delante del Ross. Por un momento he dudado, pero no me ha dado tiempo a reaccionar cuando me ha dicho “¿no vas ni a saludarme?”. Por un instante se me han cruzado mil cosas por la cabeza. Pero he elegido bien, creo. Le dicho, “claro, que sí: hola Ross, ¿qué tal?”, le he dado dos besos y me he dado media vuelta. Se traduce por “no te niego la palabra, pero no te quiero cerca”. Igual soy una inmadura o una gilipollas, pero así lo sentía y así lo he hecho.
El resto del día ha sido genial. Risas, bailes, conversaciones, bromas y muchas fotos. El Gordito, hiperfeliz disfrazado de torero. Flumi en su quinta esencia. Seis en su modo “estudio antopológico de situaciones ancestrales”. Bombita más genial que nunca. Mery amorosa, preciosa y pequeña como siempre y su novio, Persa, divertidísimo, le voy cogiendo el punto a este chaval. Y los demás estupendos.
Del Ross y su novia hablaré detenidamente en otro post, pero hoy sólo lo positivo. Sólo este sabor de boca tan bueno que me deja mi gente. Hoy sólo la diversión, los abrazos, los besos, los momentos absurdos. El amor tan grande que me dan y que se llevan cada vez que nos juntamos. La extraña melancolía que me crea despedirnos.
Nadie tiene el blog, pero no me importa. Siempre creí que las palabras escritas son como una carta lanzada al aire. Por eso, como lo sabéis aunque no lo leáis, lo diré una vez más: os quiero chicos. Sois los mejores. Los más maravillosos amigos del mundo. Y os quiero. Os quiero a reventar.

jueves, 10 de noviembre de 2011

me la pela

Dentro de poco va a hacer un año que el desequilibrado salió de mi vida, pero fue un día como hoy el que decidí que había colmado mis límites, así que no iba a aguantar ni una más. A la siguiente que lió, le puse en la calle.
Y por aquello de que las desgracias nunca vienen solas, poco después, entró de nuevo el Ross en mi vida, aunque no tardó en volver a salir.  Y durante todos estos meses, desde que en febrero le mandé a la mierda sin billete de vuelta, le he echado de menos. Me ha dolido su ausencia. Y le he seguido queriendo y esperando a pesar de los pesares.
Sin embargo, hoy he dado un gran paso, así a lo tonto, si darme cuenta.  Se vé que el día de la Almudena es en realidad el día de los pequeños grandes pasos.
Todo ha empezado porque mi amigo Bombita me ha mandado un mensaje por facebook que decía “Naar, te confirmo que el Ross va a la capea con su novia, para que no digas que no te aviso. Y confírmame si vienes en bus o en coche o qué”. Mi respuesta ha sido sencilla: “Pa y yo vamos en mi coche. Lo del Ross ME LA PELA.” Y es verdad. Me la pela.
He llegado a la conclusión de que no quiero alguien así en mi vida. Que no me merece la pena un hombre tan cobarde, con tan poca sangre. Alguien sin carácter, incapaz de dar un solo paso por sí mismo. Alguien que engaña a la novia, me engaña a mí y se engaña a sí mismo. No, chaval, así conmigo, no. Me merezco algo mejor. Me merezco alguien cojonudo y no a ti.
Así que he cambiado de chip. Así soy yo. Que puedo aguantar lo indecible, pero que si un día se me cruzan los cables, aunque sea sin razón aparente, ya no hay marcha atrás. Y con el Ross hace tiempo que no la hay, pero desde luego, a partir de hoy no hay ni una rendija. Le querré, como quiero en el recuerdo a todos mis ex. Y punto. Ni más, ni menos.

A veces creo que lo que me unía tanto al Ross y me hacía quererle absurdamente era la idea de que ha sido el único chico que me ha tratado bien. Que me ha cuidado y me ha hecho sentir segura. Pero eso es porque es el único chico decente que ha pasado por mi vida. Porque yo elijo a toda clase de locos, cerdos y gilipollas. Me encantan los hombres inadecuados y al poder ser, peligrosos. Pero estoy segura de que hay por ahí algún tipo majo que estará dispuesto a darme todo eso que él me daba y mucho más. Fijo. Habrá por ahí algún chico que no quiera ser mi dueño, ni mi novio, si no mi compañero. Alguien con quien compartir y de cuya mano caminar por la vida. Y si no, me da igual. Me la pela bastante. Porque hoy, me siento libre. Me he quitado una carga extraña de encima. Hoy, por segundo año consecutivo gano una batalla. Conquisto un poquito más de terreno para mí misma.
Así que hoy, os recomiendo a todos decir esto de vez en cuando: ME LA PELA. Libera que te cagas.

domingo, 6 de noviembre de 2011

gatos asesinos?

Hace tiempo había un test chorra por ahí que se llamaba algo así como “¿tu gatito quiere matarte?”. Y es que los gatos a veces te miran con unos ojos de psicópata que dan miedo, lo reconozco. Y la gente se preocupa por los perros peligrosos. Ja. Eso es que no han conocido un gato peligroso, porque son diez veces más chungos.
Yo tengo la suerte de tener a Ron, que es un ángel. Si un gato con su envergadura, su fuerza y sus enormes garras tuviera la más mínima mala idea, podría conmigo sin duda. Pero este es un amor. Muchas veces, cuando le cojo y le pongo panza arriba, le digo que no es un gato, es un conejo. Y luego lo pienso y ni eso es justo. Yo me he llevado muchos más mordiscos y arañazos de conejos que de Roncito. Total, que lo mío es suerte y lo demás tonterías.
Alguna vez he contado que el Ross tenía una gata que yo adopté y le regalé cuando tenía apenas 10 días y no podía ni ponerse de pie. Pero desde que lo consiguió, se convirtió en un infierno de animal. Era súper agresiva. Y encima me odiaba. Me arañaba, me mordía, me bufaba. Me hacía la vida imposible, la cabrona de la gata. Y no sólo es que me odiara a mí. Es que a todo el que iba a su casa le declaraba la guerra. Se erizaba, empezaba a bufar y a tirarse a los pies, a morder los tobillos con furia y hacía recular a cualquiera. Y que no se te ocurriera quedarte mirándola, que te soltaba un zarpazo a la cara sin pensárselo. Estaba poseída por Satanás, en serio. Yo la temía.
El caso es que Ron nunca había dado indicios claros de querer matarme. A veces me caza los pies para que juegue con él y me hace tropezar, pero nada que me ponga en un riesgo claro y evidente.
Hasta ayer por la mañana. Estaba yo soñando que me había ligado a un tío buenísimo. Pero estupendo de verdad. De los que no me he ligado nunca en mi vida real, vaya. Y me lo llevaba a mi casa para empotrarle contra una esquina, obviamente. Lo raro es que estaba empezando con mis planes violadores cuando veía que nos reflejábamos en un espejo, y eso es imposible porque en mi casa no hay espejos más que en los baños. Pero bueno. Como que eso me daba igual en el momento. Así que me puse a desabrocharle la camisa al estupendo cuando empecé a ahogarme. Literalmente. Que no me entraba aire. Que trataba de respirar y no podía. Horrible. Así que me desperté, totalmente angustiada. Y al abrir un ojo, descubrí el problema. Estaba dormida de lado y mi gato me había tapado la nariz contra la almohada con una pata.
Cuando me conseguí zafar y el oxígeno volvió a mi cuerpo, pensé que eso era un claro intento de asesinato. Pero luego ví el reloj. Y  la conclusión es que el pobre Ron debía llevar un rato tratando de despertarme con cabezazos y caricias de las suyas, pero yo le había ignorado en mi triste intento de recordar lo que es un hombre. Luego me enfadé un poco con Ron por chafarme el plan. Que ya ni en sueños me salen bien los amoríos, hombreyá.  
Total, que me levanté para dar de comer al único amor que tengo, mi gatito asesino. Y mientras desayunaba, deprimida totalmente con el día lluvioso, mi experiencia cercana a la muerte y mi ligue onírico fracasado, Ron vino tan contento, ronroneando y con su hipopótamo rosa de peluche para que jugásemos. Si es un asesino, desde luego, lo disimula muy bien.  

martes, 1 de noviembre de 2011

concierto y la historia con el cantautor

Le estoy cogiendo gustillo a lo de la vida social. Como siga así, me convertiré en una juerguista. De momento, el sábado salí, anoche estuve en un conciertillo (que ahora lo cuento) y tengo planes para los dos próximos findes. Estoy que me salgo. A este paso, conoceré gente, me echaré novio y mis planes de ser la loca de los gatos se verán truncados. O al menos pospuestos.
Bueno, el caso, el concierto. Habrá quien se sorprenda si digo que nunca he estado en un concierto de verdad. De esos que canta gente conocida y van mogollón de fanses y hay que pagar entrada y todo eso. Me estoy haciendo social, pero mi fobia a las multitudes sigue en pie. Lo que pasa es que esto era distinto. No sé si me sigue algún madrileño, pero el sitio  es mítico. Y además es pequeñito y no iba mucha gente, más que nada, porque a mi amigo Cantautor no le conocen más que en su barrio y en su casa a la hora de comer.
Total, que Anita y yo nos animamos a ir. Y justo antes de entrar estábamos tomando algo en una terraza, porque está siendo un otoño raro, cuando he visto que a nuestro lado estaban los que iban a cantar. Así he podido hablar con Cantautor unos minutillos antes del follón y de subirse al escenario. Me ha gustado verle y escuchar su voz. Me ha gustado verme otra vez en sus ojos marrones y verle sonreír. Me ha gustado recordar nuestra historia, contándosela a Ana cuando él ya se ha ido a preparar el escenario.
Voy a poner el relato de la misma, que lo publiqué hace años en aquél blog súper privado que a veces me dan ganas de retomar y que unas pocas privilegiadas quizás recuerden aún. Y además de esto, Cantautor también es del que hablé aquí.

Cantautor fue un compañero de facultad, muy del estilo setentero de mi universidad, que paseaba siempre con la guitarra al hombro y cantando canciones de Ismael Serrano. No era muy guapo, parecía sólo un chico más, con los rizos largos y sus canciones.
Yo le gustaba, me lo dijeron. Pero yo andaba liada con un menda guapete y fumado del que quizás hable otro día. Así que Cantautor siguió ahí, con sus canciones y sus historias, mirándome de ese modo especial, diciéndome que teníamos que ir a Madrid a tomar café a sitios de esos donde hacen actuaciones, donde la gente cuelga sus cuadros o donde uno se sienta en alfombras a fumar en pipa de agua. Esos sitios donde ahora actúa el. Y hablábamos, sentados en los pasillos, cigarros a medias y sentimientos a flor de piel. Yo escuchaba sus canciones, él leía mis cosas. Yo le tarareaba como una grupie, él me decía, ojalá las palabras me quisieran tanto como a ti. Y yo me reía, que no, ya quisiera yo hacer poesía como tú. Y me miraba con ternura, con sus ojos marrones, tan suaves.
Hubo una noche, una de verano, que estaba yo con una amiga en una casa medio abandonada que tenía por mi barrio y que usábamos como refugio los fines de semana. Algún día tendré que hablar detenidamente de esa casa, por cierto. El caso es que estábamos allí, más aburridas que monas, hablando de poesías y cantando canciones. Hasta que llegó una que no nos salía. Sí, hombre, esa que habla de un hombre que se enamora de una colegiala. Sí, de Ismael Serrano, de aquel disco que tú tenías. Sí, aquella, ¿cómo decía? Que al final el tío termina medio loco o algo así por que se enamora mucho de la niña. Sííííííí… ¿cómo era?
Y tras muchos intentos fallidos, le dije a mi amiga, no te preocupes, Cantautor se sabe todas las de Ismael, le llamo y que me la cante que si no, no duermo. Son las dos de la mañana, pero fijo que aún anda por ahí.
- Cantautor, tío, necesito un favor. Vas a pensar que estoy loca…
- Yo sí que estoy loco por ti.
- No seas tonto… - sonrisa de boba – escucha, necesito que me ayudes.
- Lo que digas, princesa.
- Sabes la canción de Ismael Serrano, esa que se enamora de una niña y lo cuenta y al final le echan del trabajo y le deja la mujer y eso porque está con la nena…
- Sí.
- Necesito que me la cantes.
- ¡¡No puedo!! Estoy con mis amigos, se reirían de mí.
- Jooooooooo, por favor, llevamos horas dándole vueltas, y he pensado en ti…
- Yo sí que pienso en ti, pero ahora no puedo.
- Joooooooo
- Ya hablamos, reina. No dejaré hoy de pensar en ti en toda la noche.

Colgué un poco frustrada. Nada, que no me la ha cantado, que tenemos que seguir a ver si nos acordamos. Jo. Decía algo del uniforme. Y de que él va a buscarla a la escuela. Diossssssssss, cómo era la puñetera canción. Me vuelve a llamar, espera que es él otra vez.

- ¿Sí?
- Mi vida empezó aquel día…

Y cantó durante unos minutos, con su voz dulce, con un puntillo a lo Serrat y su intento de ser Sabina. Yo al otro lado, con cara de mema otra vez. Cuando terminó, le di las gracias, me dijo que era un placer cantarme bajo la luna o una chorrada de esas que se le ocurrían y colgamos.
Mi amiga me dijo que me gustaba ese chico. Pero no, qué bobada, cómo me iba a gustar. Ya ves, qué tontería. La taquicardia era por el calor repentino que hacía y la sonrisa por haber conseguido acordarme de la canción y… las ganas inmensas de verle y abrazarle, el más sano agradecimiento… ¿o no?

Pues no, porque una hora más tarde, me llamó y me dijo, ya lo sabes, pero me gustas mucho. Me encantas, sólo te llamo para darte las buenas noches y decirte que yo hoy soñaré con los ángeles, porque me voy a la cama pensando en ti y no soñaré nada más que contigo. Y que estoy colado por ti, y me da igual todo, quiero quedar contigo y besarte y no me va a importar nada.
Y quedamos, claro. Quedamos y tomamos té de azahar y fumamos en pipa de agua. Paseamos por Madrid, nos sentamos en el césped frente al Palacio Real, me cantó bajito una canción suya que me encantaba, “báilame al agua, báilame…”  Y caminamos bajo la lluvia hasta Príncipe Pío, bajo una tormenta muy suave que caía templada. Y nos besamos bajo la lluvia y nos dijimos que después del verano y los viajes que empezaban al día siguiente, hablaríamos.

El final es un poco triste, para variar. Mis historias, sobre todo de amor, siempre acaban mal. Pasó el verano sin que pudiéramos vernos apenas, viajando y tal. Luego, el monstruo me dio un susto amenazando con volver a mi vida. Tuve problemas con otro de los psicópatas que han pasado por mi vida. Y no quise involucrarle. Al pobre Cantautor, todo sensibilidad, no podría cargar con aquello. Quise protegerle y no le di explicaciones. Así que nunca volvimos a tocar el tema. Nunca volvimos a besarnos.
Y yo seguí caminando, con paso firme, como siempre, por mucho que me tiemblen las piernas. Meses después empecé con el Ross, me enamoré perdidamente de él y dejé que Cantautor fuera sólo un hermoso recuerdo. Pero a veces, esas noches solitarias de verano que no tengo nada que hacer, me digo, qué será de él, en qué oído cantará ahora, se acordará alguna vez de que pasé por su vida como yo recuerdo que él pasó por la mía. Y cuando oigo algunas canciones, el eco de su voz suena en mi cabeza.

Para colmo, en el concierto, ha cantado aquello de “báilame el agua, báilame”, eso de “camino de la facultad todo sigue igual hoy nada ha cambiado”… y todas esas cosas que me cantaba cuando nos sentábamos en la asociación cutre donde pasé mis horas universitarias. Y sé que nunca volverá a estar a mi lado. Puede que ni se acuerde de que me besó aquella noche, de que me cantó por teléfono, de que caminé de su mano bajo la lluvia. Pero yo le recordaré siempre. Y esta noche, el calor de su cuerpo al abrazarme, su brazo en mi cintura y su mejilla contra la mía me han hecho tiritar. Su sonrisa, tan franca, tan sincera. Por primera vez en mucho, muchísimo tiempo, el corazón se me ha estremecido de nuevo. Porque puede que haya sido la única historia con un punto de romanticismo absurdo que me he permitido en la vida. Y porque hay cosas que ni se deben ni se quieren olvidar.