lunes, 30 de abril de 2012

obsesiones pasajeras

Soy una persona con tendencias compulsivas. Cuando me da por algo, me da seriamente. Luego se me olvida y paso del asunto como de comer flores.
Y es con todo en la vida. Soy poco constante, pero me entrego a fondo (en ocasiones, obsesivamente) con mi interés momentáneo. Eso sí, no pretendas que siempre me interese lo mismo. Ni siquiera que me interese durante mucho tiempo.
Por eso, cuando abrí mi primer blog hace ya más de un lustro, no creía que la cosa fuera a llegar tan lejos como para ahora no concebir mi vida sin esta ventanita por donde contar mis paridas al mundo. Pero así es, fíjate qué cosas. Al menos de momento.
Mi última fijación ha sido La sombra del viento. Me he cepillado el libro en tres noches. Enganchada y pensando casi constantemente en él. Y me pasa algo raro cuando un libro me gusta tanto. Por un lado quiero leer, leer y leer, para meterme en ese mundo maravilloso que me saca del real. Y por otro, no quiero, porque lo terminaré y echaré de menos a sus personajes y sus historias. Y no quiero que se vayan y me abandonen. Quiero que sigan conmigo, que el libro no acabe y su mundo no se detenga. Pero sigo leyendo como una posesa a sabiendas de que avanzo inevitablemente hacia el final.. Así soy yo.
Hace poco también me pasó con Todo lo que hubiéramos sido tú y yo si no fuéramos tú y yo. Me lo regaló alguien especial por mi cumpleaños y no me lo leí en una sola noche por vergüenza. Así que me lo leí en una y media.
Y antes, me leí el tocho de Lo que el viento se llevó en menos de una semana.
En ocasiones me da por otras cosas menos nobles que la lectura. Me da por una serie de televisión, por un relato mierdero que escribo yo o por hacer adornos con fieltro. En invierno me da por tejer bufandas y en verano por hacer pulseras con hilos y bisutería con piedrecillas de colores.
El caso es que me dan aires. Un día me levanto inspirada y me da por ahí. Luego se me pasa y aborrezco el asunto hasta el punto de no querer verlo ni en pintura. Inconstante que es una.  
Lo chungo es que a veces me da ese jari con las personas. No con las que quiero de verdad, claro. Nunca me canso de Anita, de Pa o de algunos de mis amigos. Aunque tengo la suerte de que todas las personas que me quieren y me conocen saben que si paso una semana sin dar señales de vida no me pasa nada, es sólo que estoy concentrada en algo y que ya volveré. Yo no necesito hablar todos los días con alguien para saber que está ahí o para que ella sepa que yo estoy a su lado. La gente lapa me agobia.
Quizás por eso me gusta vivir sola. Para poder concentrarme en mis chaladuras sin que nadie me pregunte por ellas. Y para no tener que ver a alguien a diario hasta aborrecerle. Porque con los hombres me pasa algo parecido. Nunca me ha dado el rollo obseso de querer ver a alguien a todas horas, pero sí me ha dado el contrario, el de despertarme un día y sentir la imperiosa necesidad de que ese tío desaparezca ipso facto del mapa. A mi primer novio le dejé con esas palabras: “no soporto que estés ni un día más en mi vida”. Por desgracia, iba a la misma clase del instituto que yo y mis deseos no se cumplieron.
El destino, que es un cachondo mental, ha querido que el único hombre al que no he aborrecido sea el que no quiere estar conmigo. Y a lo mejor por eso cada día me acuerdo de él y a veces daría media vida por pasar la otra mitad a su lado. Sin embargo, a veces pienso que si volviera, mi empeño desaparecería y le querría lejos. Que ahora le echo tanto de menos como luego le echaría de más. Quién sabe. Y quizás sea mejor no comprobarlo. Por el bien mental de ambos.
A veces querría no ser así. Querría ser de esas personas perseverantes y abnegadas. Pero no lo soy. Y aunque me empeñara en serlo, luego se me pasaría.

jueves, 26 de abril de 2012

cuando escucho a Dover...

Siempre que escucho a Dover me acuerdo de ti. Me parece que fue ayer aquél día en el primer año de instituto cuando nos pusieron “devil came to me” en clase de inglés para transcribir la letra. Y tú, con tu melenita de un rubio dorado precioso cayéndote sobre los ojos, te pusiste a tararearla mientras escribías con ese pulso nervioso y rápido.
Recuerdo, la cinta de casete que me dejaste, sabe Dios de dónde la habrías grabado tú, con aquel primer disco de Dover en la cara A y música clásica en la cara B. Así eras tú de raro.
Y recuerdo también, un día que estaba yo con los cascos puestos a la salida del instituto y te acercaste, con ese aire distraído y medio perdido que llevabas siempre y me quitaste uno de los cascos. Pensé que me ibas a decir algo, pero sólo te lo pusiste en la oreja y sonreíste mientras sonaba “Serenade”. Estabas cerca mía, con esos ojos de un azul puro como pintados con acuarela mirándome mientras sonaba la canción y nos unía un cable. Literalmente. De tu oreja a la mía. Con Dover de por medio.  Yo apenas lo oía. Me bombeaba el corazón tan fuerte que parecía latirme todo el cuerpo. Pero tú agitabas la cabeza concentrado en la música y tu pelo dorado y suave se mecía ante mis atónitos ojos adolescentes.
Me pellizcaste un poco el corazón aquel intacto que tenía yo entonces. Pero sólo a nivel platónico. Siempre supe que no eras para mí. Que estabas un poco zumbado. Que ese aspecto de genio loco que irradiabas no era compatible conmigo. Pero me gustabas mucho. Eras guapísimo, tan rubio, tan blanco, con esos ojos tan sumamente azules. Y tan listo, tan rápido, tan inquieto. Siempre investigando. Desconcertando a los profesores con preguntas sobre las supernovas. Entendiendo las matemáticas mientras cabeceabas de sueño en las primeras horas de clase. Haciendo experimentos con cosas inflamables y pegándonos sustos de muerte cuando estallabas mecheros. Eras increíble.
Sólo tú sabrás por qué echaste tu vida a perder cuando con 16 años decidiste estúpidamente dejar de estudiar y ponerte a trabajar en una gasolinera para comprarte una moto con la que te estrellaste poco después, dejándote una cicatriz de lado a lado de aquella cara angelical que sólo queda en mi memoria. Sólo tú sabrás si mereció la pena engancharte a las drogas. Pegarte una hostia con el coche que dejaste siniestro antes de terminar de pagarlo y llenarte de nuevo de heridas que aún te duelen. Juntarte con gente que te llevó por caminos indeseables. Perder el rumbo mil veces. Volver, de vez en cuando a nosotros, herido y desorientado, pidiendo otra oportunidad y tratando de subirte a trenes en marcha que se te escapaban. Sólo tú sabrás por qué lo hiciste. Sólo tú sabrás si mereció la pena. Si ahora eres feliz. Sólo tú sabrás, si es que lo sabes, qué queda de aquél chaval de flequillo liso sobre los ojos, de sonrisa medio tímida, de manos nerviosas que nunca paraba quieto.
Yo sólo sé, que cada vez que escucho a Dover me acuerdo de ti. O de aquel que fuiste antes de las cicatrices, de los golpes, de los errores, de los caminos complicados que elegiste. Me acuerdo, quizás mejor que tú mismo, de quién eras y de quién fuiste para mí. Y deseo, con toda el alma, que aún escuches a Dover. O que al menos, aún sientas esa inquietud por la vida, que aún no te hayas agotado del todo. Que aún haya cosas que te hagan mecer la cabeza y tararear con los ojos entornados, olvidando lo que te rodea. Que aún haya cosas que hagan brillar esos ojos de acuarela que poco a poco se fueron velando. Que aún sonrías. Que aún lata dentro de ti ese niño curioso y lleno de vitalidad que se creyó demasiado aquello de “devil came to me, and he said what you need es me”.

miércoles, 25 de abril de 2012

declaración de amor a una ciudad

Hay amores que surgen así como de la nada. De repente te ves un día sumido en un sentimiento abrasador que muchas veces se consume con la misma rapidez con la que surgió. Y hay otros que van despacio. Que empiezan como otra cosa. Como una amistad, como un cariño especial… o a veces incluso como cierta antipatía.
Lo mío con Madrid ha sido así. Ha sido poco a poco que he aprendido a quererla. Que he aprendido a apreciarla como es. Que me he dado cuenta que ya formo parte de ella y ella forma parte de mí.
Yo nací aquí. En un hospital en Chamberí. Hija de mujer de Madrid, hija a su vez de larga estirpe de gatas. Y llevo toda mi vida viviendo en el distrito de Latina. Aquí he sido niña, he ido al colegio, he aprendido a montar en bicicleta. Aquí fui adolescente. Empecé a salir por los bajos de Argüelles. Las primeras veces que fui con amigos a ver una película, fui a los cines de Gran Vía que ya no existen. Me llevaba a mis ligues a la tetería de la calle Huertas. Pasé años yendo cada viernes al café La Palma. Aquí me hice joven, fui a la universidad Complutense. Conocí el amor y a mis mejores amigos, entre Casa Paco y los pub de Alonso Martínez. Paseaba con el Ross por el centro en coche, por las noches eternas en las que no teníamos dónde ir. Descubrí al dueño de mis sábanas en una corrala de Lavapiés. Y siempre que paso por la calle Montera recuerdo su buhardilla cochambrosa y encantadora.
Y aquí sigo, viviendo en una ciudad que no sucumbe a las estaciones. Madrid siempre es igual, no importa que sea primavera, otoño o verano. Sólo en invierno se disfraza, llena de luces de colores que nos recuerdan que aquí, las navidades duran un mes entero. Siempre huele a asfalto, siempre hay gente en todas partes. Da igual que sean tiempos de bonanza o de crisis. Mi ciudad se pone guapa y se echa a la calle cada viernes y cada sábado. A llenar los bares. A inundar las calles de historias, de ruidos, de tacones que vuelven a casa de madrugada. Hay rincones en los que hace años que no hay un solo minuto de silencio. Madrid late a ambos lados del asfalto. Sus entrañas palpitan llenas de gente, en esas historias del metro. Y en las arterias de la m-30, con su circulación sanguínea de coches. Con sus pequeños infartos, atascos y accidentes cardiovasculares.
Debo reconocer, que como en toda relación larga, hemos tenido crisis. Malas rachas. Dudas. Épocas de no saber si quiere o se odia. Hubo un tiempo en el que lloraba cada vez que volvía a Madrid tras estar en el sur. Y en el que juraba que un día me marcharía lejos de aquí y no miraría atrás.
Pero ahora no sabría vivir en otro sitio. A veces me dan tentaciones. Ratos de querer huir. Pero luego me voy y lo echo de menos. Suspiro por mi aire contaminado, por mi asfalto, por mi ruido de tubos de escape y multitud de gente.
En fin, Madrid, Madrid, Madrid… no sé si en Méjico se piensa mucho en ti como dice la canción. Pero tras 29 años de vida en común, yo sí he aprendido a quererte tal y como eres. A pesar de los pesares. Y ya no sé vivir en sin ti. Y tampoco sé si de aquí al cielo. Aunque yo he encontrado mi cielo particular en medio de este caos.

domingo, 22 de abril de 2012

autobombo: nuevo blog

Llevo unos días poco inspirada en general. No sé muy bien qué me pasa, pero vivo sin vivir en mí, aunque no al estilo Santa Teresa.
En cualquier caso, pronto me pondré las pilas y volveré a contar paridas, pero mientras, me hago un poco de autobombo. He abierto otro blog sobre la independencia. Allí voy a dar “consejos” o al menos a contar mis experiencias de la vida adulta y fuera del nido de mamá. También pondré recetas y truquillos que facilitan un poco la vida. Si queréis echar una mano y compartir vuestra sabiduría, pues oye, será bienvenida. Que yo aún soy una aprendiz de la vida.
Tengo que aclarar que no he abierto el blog con el mismo perfil que este porque son totalmente distintos y no quiero vincularlos directamente para evitar confusiones, y mezclar temas que no tienen que ver, pero sigo siendo yo misma con mis circunstancias y tampoco pretendo ocultarlo.
Ea, pues eso, pinchad aquí, echad un ojo a lo que vaya escribiendo, recomendadlo a vuestros amigos, participad y sobre todo, que espero que os guste.

miércoles, 18 de abril de 2012

hacerse adulto puede ser una mierda...

Hay días que no molan nada. Desde que te levantas hay algo que te lo dice. Hoy no va a ser un gran día. Y luchas con tus ganas de volverte a la cama y taparte la cabeza con las mantas para esconderte de los monstruos malos. Entre otras cosas, porque hacerse adulto es una mierda y ya has aprendido que así no se resuelve nada.
Total, que desayunas y te lavas la cara, te vistes y te cepillas los dientes, convenciéndote de que el día aún no ha empezado y puede ser mejor de lo que piensas. Y por fin, te echas a la calle, te enfrentas al mundo, le plantas cara a tu mal día. Y según pasa y tus intuiciones se van confirmando, te entran ganas de echarte a llorar, pero de nuevo no lo haces, porque ser adulto es una mierda y así no se resuelve nada.

Ayer yo pretendía tener un día normal. Tenía que ir al banco y hacer unas cosas de trabajo con mi madre. Sin embargo, cuando llegué a buscarla, estaba hablando por el móvil. Mis yayos iban de camino al hospital. Así que todos mis planes se torcieron y mis sospechas de día chungo se confirmaron. Pero no vale quejarse porque ser adulto es una mierda y total, no iba a servir de nada.
Al final no ha sido nada demasiado grave. Sólo una arritmia, complicada con hipertiroidismo y un corazón demasiado grande y no sé qué y no sé cuantos. Estuvo  todo el día en cuidados intensivos y al final decidieron dejarla allí la noche en observación para terminar de concretar el tratamiento y todo eso.
Y sé que son cosas “normales”. Que mi yaya cumple 80 años en unos meses. Pero no estoy preparada para esto. Yo tuve unos abuelos muy jóvenes y unos padres que eran unos críos. Y pensaba, estúpidamente, que siempre lo serían. Que yo crecería, me haría mayor, pero ellos seguirían siendo jóvenes. Creí que el tiempo sólo pasaría para mí, que lograría llegar a los 20 años como siempre quise, pero que los demás no envejecerían. Creí que la vida se detendría cuando me conviniese. No recordé aquello de que el tiempo implacable va pasando para todos. Que traería las cosas buenas, pero también las malas. No me lo planteé ni por un momento. Yo quería ser mayor, odiaba ser niña. Pero no se me ocurrió que hacerme adulta implicaría que los demás envejecerían a la vez.
Ahora yo he cumplido los 29. Mis padres pasan de los cincuenta. Y mis abuelos de los 80. Y seguirá pasando. Seguiremos avanzando hacia la inevitable. Y me muero de vértigo. Porque no puedo evitar la idea de que lo único que tengo en la vida se me va escapando. Que algún día no tendré abuelos. Que algún día, mis padres serán mayores. Y que algún día me veré sola, pero sola de verdad. Sola en el mundo. Y joder, qué sensación de vacío se me agarra a las tripas.
Puede que por eso siempre le digo a la gente que no tenga hijos únicos. Porque tenemos esa terrible sensación de que algún día no nos quedará nada. Los amigos pueden ser maravillosos, pero hacen su vida, como debe ser. Y a la hora de la verdad, sólo nos queda a familia. Y qué pasa si no nos casamos  si el matrimonio sale mal. Si no podemos o no queremos tener hijos. Qué pasa si no encontramos nadie con quien compartir nuestros días y nos quedamos solos. Qué hacemos entonces. A quién nos agarramos, de quién nos rodeamos. Con quién pasaremos las navidades, quién nos felicitará en nuestros cumpleaños, quién nos acompañará cuando estemos enfermos, quién llorará sobre nuestras lápidas frías.
Y puede que suene un poco melodramático, pero es que a veces me da miedo. Yo no tengo más que a mis padres y mis yayos porque mi abuela paterna es una cabrona. Sólo tengo dos tíos que viven muy lejos y son mayores que mis padres. No me trato con mis dos primas. No creo que nunca encuentre novio, marido o cosa semejante. Y no quiero tener hijos. Así que me queda ser la loca de los gatos. Y hasta ahora había bromeado con ello, pero ahora me acojona porque quizás termine siendo cierto.
Así que, si alguien quiere algo parecido a un consejo, formad familias grandes. Enormes. Si tenéis hijos, que no sea uno solo. No le hagáis eso. Todos los niños cambiarían tener juguetes y cosas materiales por un hermano. Así que no me vengáis con el rollo de la economía. En el futuro agradecerán haber heredado ropa y haber merendado choped todos los días si es necesario. Cuidad a los familiares y amigos. Rodearos de gente que os quiera y a la que queráis. Y recordad, cada día, que el tiempo pasa. Que es imparable. Y que todos llegaremos a viejos si Dios quiere. Y todos, inevitablemente, moriremos. Intentad que no sea solos.
Porque ser adulto a veces es una mierda, pero llorar, quejarse y mirar para otro lado ignorando lo ineludible, no sirve de nada.

lunes, 16 de abril de 2012

súper feliz celebración de cumple

Los amigos no se valoran por la cantidad, si no por la calidad. No son chopped que se compre al peso. Son piedras preciosas, que se seleccionan una a una.
Yo desde luego, no dejo entrar en mi vida y en mi círculo más íntimo a cualquiera. No. Hay que cumplir muchos requisitos.  Eso sí, el que entra es raro que se vaya. Creamos un vínculo difícil de romper.
El sábado celebré mi cumple y ha sido uno de los mejores de mi vida. Quién me iba a decir que los 29 serían tan buenos. Conseguí juntar a toda mi gente. Bueno, casi todos porque Mery lo dejó con su novio y estaba ocupada en llevarse las maletas a casa de sus padres. La pobre Mery, todo ternura, recibiendo la primera gran bofetada que le da la vida. La llamé el domingo por la mañana y le dije que no estaba sola. Que es preciosa y encantadora y la vida le depara aún lo mejor. Estoy segura. Y estaré a su lado para conseguirlo.
Los demás, tan maravillosos y divertidos como siempre. Nos reímos. Hablamos. Bailamos. Nos abrazamos, besamos y dijimos lo mucho que nos queríamos. Y me hicieron feliz. Me llenaron en corazoncito de un montón de miradas cómplices, palabras al oído y achuchones. Me arrullaron el alma hasta hacerme sentir que reventaba de amor.
Y todos estuvieron genial. Jimmy y Rubio tan divertidos y amorosos como siempre. Da gusto llevarlos a cualquier sitio. Gordi y Flumi bromistas y risueños, llenos de alegría y de buenas noticias. Reichel y Jime hicieron un esfuerzo por venir y se lo agradezco. Ese abrazo con Reich cuando me dijo con su acento tan especial “te quiero mucho, flor, tenemos que vernos más que nos damos vida cuando lo hacemos” me hizo sonreír desde lo más hondo. Seis estaba radiante y lleno de luz, mejor que en mucho tiempo. A. y sus amigos estupendos y súper atentos conmigo. Y como siempre, mis niñas, Anita y Pa estuvieron al pie del cañón. Lo pasaron genial y el domingo hablamos horas recordando los momentos de la noche. Son las mejores. Y supe de nuevo que Dios me las ha regalado, que son mis ángeles en esta vida.
Así que a todos, gracias. No sólo por venir, por los regalos, por todo lo bueno que me dais. Simplemente, gracias por existir.

viernes, 13 de abril de 2012

cuestión de densidad

Hoy he tenido que ir a hacerme unas ecografías de las mamas para vigilarme los quistes. Resumiendo, me he cruzado medio Madrid en metro para que me tocaran las tetas.
La verdad es que ha ido todo bastante bien, pero las visitas al ginecólogo siempre son una aventura. El tío era majo, pero tenía una cosa un poco desconcertante y es que por todo se asombraba. Y un médico sorprendido te mete el miedo en el cuerpo, claro.
Total, que estaba yo ahí tumbada, despelotada y llena de un pringue gelatinoso, con un tipo pasándome un rodillo por las tetas cuando me dice:

-         ¡¡Huy!! ¡Tienes unas mamas muy densas!
-         ¿Eso es malo? – pregunto acojonada.
-         No, malo no.
-         Entonces es bueno. – digo empezando a respirar.
-         No, en realidad tampoco.
-         ¿Y entonces qué significa?
-         Bueno, nada. Que tienes el pecho muy denso, es decir, tienes las mamas más firmes, más duras.
-         Entonces es bueno, jolines.
-         Bueno, médicamente no es relevante.

Y digo yo, si no es relevante para qué exclamas y me pones los pelos de punta. Pero bueno, respiro hondo y me autoconvenzo de que estoy en una playa caribeña tomando el sol y por eso tengo las peras al aire.

-         ¡Fíjate! ¡pero si tienes muchísimo tejido mamario!
-         Ay, Dios ¿y eso es malo?
-         No, malo no. – vaya, ya empezamos.
-         ¿Y entonces? – digo mosqueada.
-         Hum… significa que tienes poca grasa en las mamas. Es decir, con el tiempo la fibra se va convirtiendo en grasa, por eso las mamas se engordan un poco y se descuelgan. Pero no tienes grasa aún, es todo fibra.
-         Vale, entonces es bueno.
-         En realidad, médicamente no es relevante.

Después de tres veces parecidas, empiezo a entender cómo va esto. Tú te asombras, yo me acojono, tú me explicas que no es malo, yo me creo que es bueno y tú me dices que médicamente importa un bledo. Genial. No le veo la gracia, pero vale.
Bromas a parte, el tipo se ha portado bien y me ha dedicado un buen rato. Mis densas mamas lo merecían.
Lo único malo ha sido al final de todo. Cuando ha terminado de hacerme las ecos, ha encendido la luz, me ha tirado un rollo de papel higiénico sobre la camilla y me ha dicho:

-         Bueno, límpiate y puedes irte.

Y de pronto me he sentido como una pilingui de poca monta. Yo ahí, con un fluido viscoso escurriéndome por las tetas y un tío me tira el papel y me dice eso. Si al menos me hubiera dejado un sobre con pasta en la mesilla…  




jueves, 12 de abril de 2012

me gustan los macarras

Una de las terapias que me aplico constantemente es la de reírme de mí misma. Creo que es fundamental para mantener cierta cordura. Y una de las cosas con las que más me cachondeo es de mi gusto respecto a los hombres. Sin embargo, y a pesar de ser más consciente que nadie de mi desastrosa vida emocional, cuando alguien te lo dice desde fuera suena aún peor.
Hace ya tiempo, me estuve riendo con Anita porque le dije que había estado con chicos de todos los pueblos de la zona sur de Madrid. Pueblos con mala fama… y peor realidad. Sin embargo, me tranquilizó descubrir que me faltaban un par de ellos, quizás los más… peores.
Esta tarde estaba hablando con mi amigo Jimmy y le contaba lo del toy-boy. Cuando le he dicho que era de Móstoles como él,  le ha dado la curiosidad y se ha puesto a fisgarle por facebook. Y de pronto me dice “tía, qué afán tienes con los macarras. Es de la peor zona e iba al peor instituto de todos.” Y que me lo diga él, el Jimmy, que es lo más macarra, quinqui y chungo que he visto en la vida, me traumatiza. Él, un bakala, un mascachapas. Un auténtico y genuino mostoliense.  Porque cuando yo le conocí, era un Jimmy que iba al Radikal, vestía con chándal y llevaba el pelo en modo cenicero con mechas decoloradas.  Y eso cuando no se hizo una cresta roja. Sin contar con sus piercing, sus aros en las orejas, su cordón de oro al cuello. Resumiendo, que visto por fuera, nadie jamás sabría, ni sospecharía siquiera, que es un tío súper culto (jamás juegues al trivial con él, gana siempre). Que es un tierno. Que vive con su Rubio desde hace años y llama “cari”. Que es un chico maravilloso y con mucho mundo interior. Pero no lo parece, porque va envuelto en un mostoliense barriobajero de libro. Y claro, que él, el macarra de mi vida por excelencia me diga eso, me deja tocada.
Voy a tener que hacérmelo ver, en serio.

martes, 10 de abril de 2012

Mezclas de culturas y acentos

Cuando trabajaba con menores de diferentes razas, etnias y culturas, aprendí que a veces las mezclas son buenas, otras malas y otras simplemente, no son mezclas, son agua y aceite.
Recuerdo un caso gracioso, en el que un chaval árabe y uno español se hicieron amigos. El único problema es que no hablaban el mismo idioma. Sin embargo, se entendían extrañamente. El marroquí hablaba en árabe y el otro le contestaba en castellano. Nunca supe si hablaban de lo mismo, pero se reían a la vez y hacían trastadas juntos. Me divertía mucho verlos.
Luego he visto otros casos, mezclas de acentos, de costumbres y potingues difíciles de entender, como niñas árabes comiendo choped y pasando de su cultura y chicos españoles preguntándome por qué el cerdo es impuro y empeñados en no querer bocadillo de chorizo.
Yo misma, en primera persona, a veces me dejo arrastrar por lo que me rodea. Cuando voy al sur, me contagio del acento y de repente, se me olvida decir las eses y las pronuncio como h aspiradas. Entre otras cosas raras que hago. El caso es que me poseo por una Naar andaluza que no soy, a la vez que mis amigas se cachondean porque cuando están conmigo hablan más “finolis” como dicen ellas.
Supongo que todos tendemos a mimetizarnos con el ambiente por un instinto de protección primario. Y aprendemos por el método del espejo, repitiendo lo que vemos y oímos. 
El caso es que al final de mi calle, donde empieza la parte profunda de mi barrio, conviven unas cuantas culturas. Hay una familia del este que tienen tres hijos rubios y a cada cual más guapo que el anterior. También hay bastantes ecuatorianos, colombianos y unos cuantos árabes. Y viven en una extraña armonía, compartiendo edificios, tiendas, espacio y día a día.
Lo gracioso, es que el otro día pasaba por allí y de una tienda de productos árabes salía una mujer ataviada con su chilaba, su pañuelo en la cabeza y todo el rollo. Llevaba un carrito con un bebé y otro niño de unos cuatro años que andaba un poco rezagado. Y de repente, se dirige al niño para que camine más rápido. Y lo hace con un acento rarísimo, como si Cantinflas y el moro de las pelis de Indiana Jones hubieran tenido un hijo y le dice " Ande, apúrese mi hijo".
Toma yá. Esto es mezcla de culturas y lo demás son tonterías.



sábado, 7 de abril de 2012

sobremesas de migas y mantel

Hace años conocí a una chica rusa en la facultad que me dijo que le fascinaba eso que los españoles llamamos “sobremesa”. Por lo que se ve, los rusos no lo hacen. Esta chica, que había viajado bastante, me decía que de los países que ella conocía, sólo en España e Italia se da este fenómeno puramente mediterráneo. Supongo que es un tema cultural.
Yo reconozco que me encanta. No siempre hay tiempo, y a veces la vida es mucho más complicada de lo que queremos. No siempre podemos pasarnos una hora después de comer charlando con los comensales. Hay que ir a trabajar, a hacer cosas. Pero cuando se puede, es un placer.
En mi familia, es un tema que se lleva al extremo. Nos importa un bledo la comida, pero déjanos estar horas charlando después.  Además, mi Tiamaterna siempre dice que lo de ir a tomar café a otro salón es una pijada. Que lo que mola son las sobremesas de migas y mantel, como ella las denomina. Yo creo que en mi familia, si directamente nos das una mesa con migas por el mantel, algo de beber y bombones o algo para picar, somos felices.
De hecho, somos un poco exagerados. El día de mi cumpleaños, por ejemplo, se dio un caso de libro. Comimos. Charlamos. Tomamos café con torrijas. Seguimos charlando. Merendamos unas rosquillas y bombones con sidra para empujar. Más charla. Más y más charla. Hasta que a las nueve y media de la noche yo me vine a mi casa. Pero ahí se quedaron mis abuelos, tito Juanchu (amigo de mi padre de toda la vida) y mis padres. Así que cenaron. Y siguieron de charla hasta que a la una de la mañana mi madre les dijo aquello de “bueno, nosotros nos vamos a la cama que esta gente se querrá marchar.” Si no, yo creo que seguirían ahí.
En mi familia, si una comida acaba antes de las seis de la tarde, es que ha sido un fracaso. Y si una cena no se alarga hasta las dos de la mañana, lo mismo. Yo pensé que esto era normal hasta que empecé a tener familias políticas. La del desequilibrado por ejemplo no era así. Terminaban de comer y salían corriendo. Y chico, qué quieres que te diga, a mí me dejaba así como a medias. Qué cosa tan fría, leche.
¿Y los demás? ¿Os da por alargar las comidas hasta las tantas? ¿Os gustan las sobremesas de migas y mantel?

miércoles, 4 de abril de 2012

29

Mañana cumplo 29 años. La antesala de los temidos 30. Ya sé que mucha gente me va a decir que los 30 son estupendos, que son pocos, que blablablá. Y lo sé. De hecho, el problema no son los 29 o los 30 en sí, que me la pelan bastante. Es cuestión de la fase de reflexión que atravieso.
Durante muchos años he estado corriendo detrás de los acontecimientos. Como si no diera abasto a asimilarlo todo y apenas tuviera tiempo de respirar. No podía parar. Entre unas cosas y otras, desde los 17 años mi vida fue una vorágine de locura. Y hasta que hace más de un año el desequilibrado se fue de mi vida, no había podido sentarme a pensar en todo lo que había pasado.
Ahora, después de la chaladura y del año de recomposición, estoy tomando conciencia de muchas cosas. Una de ellas es la idea de que algunos años han pasado. Se han ido para no volver. Que ya no soy una universitaria, ni lo volveré a ser. Que ya no habrá partidos de rugby en Cantarranas, ni terceros tiempos en casa Paco. Que ya no habrá fiestas satánicas (no adorábamos al diablo, era una coña de mi amigo Bombita), ni juegos en el parque de ciencias. Que mis amigos ya no están en el club deportivo, ni pasaré mañanas al sol de mi campus, o metida en el auts de mi facultad. Que, en resumen, aquellos años felices pertenecen al pasado.
Y es que cuando la vida te arrastra de problema en problema, de locura en locura, piensas que algún día todo volverá a su ser. Que volverás a hacer esas cosas que estás dejando por el camino. Que retomarás lo que abandonas. Que ya pasará todo y podrás recuperar lo que estás dando de lado. Pero no. Lo pasado, pasado está. Los trenes que pasaron y no subiste a ellos. Las oportunidades que se fueron. Las cosas que no hiciste, los hombres que no besaste, los amigos que no cuidaste lo suficiente. Aquello quedó atrás y no volverá.
Algo parecido me pasa con el físico. Durante años aparenté mucha menos edad de la que tenía. Pero las malas rachas, los disgustos y los problemas van dejando huella. Van haciendo cicatriz. Y crees que pasarán. Que las ojeras o la mala cara se irán cuando descanses, cuando vuelvas a estar tranquila, cuando saques un poco de tiempo para cuidarte. Y cuando ese momento llega descubres que no, que aquella piel fresca y lozana ya no es la tuya. Que las ojeras no desaparecen. Que las arrugas, las marcas y el paso del tiempo se han fundido en ti y no hay modo de quitarlos. Ya no tienes 20 años. Y no volverás a tenerlos. Por mucha cremita y mucha mierda que te eches. Ya no hay solución. Y la celulitis, el culo blando o las tetas más caídas que antes no volverán a su sitio. Los primeros planos en las fotos ya no serán tan fáciles. Salir sin maquillaje ya no será tan favorecedor. Ya no te despertarás con la misma cara que te acostaste, si no que necesitarás un buen rato para recomponerte.
Y yo no me quejo. Me mantengo delgada por genética, porque como lo que me da la gana. No estoy muy flácida (menos mi culo, que es un desastre) y como las tetas me salieron muy altas y muy duras, aún se mantienen en su sitio. Tengo buena piel y no tomo nunca el sol, así que no tengo manchas ni arrugas. Sólo algunas líneas que antes no eran tan profundas y no se veían tanto. Sólo me falta la frescura y la luminosidad que antes conservaba tras noches de fiesta o hiciera lo que hiciera. Y no tengo canas o no se me notan por ser rubia. Así que no, no me quejo, de verdad. Sólo es tomar conciencia. Que ya no soy la jovencita que recuerdo, si no la mujer que me devuelve el espejo.
Sin embargo sé que he ganado cosas, que no todo es perder. Ahora soy más tranquila, más reflexiva, más fuerte y más sabia en algunos aspectos. Sé sacarme más partido y he enriquecido algunas facetas mías. Estoy más segura de quien soy y de lo que quiero. Y poco a poco, voy encontrando mi sitio, mi camino, mi lugar en el mundo.
Me falta aún mucho camino por recorrer, espero. Porque los años hay que acumularlos. A montones. Y llenos de cosas, de experiencias, de vivencias. Porque lo importante de la vida, aunque suene a redundancia, es vivirla.
En fin, de mí a mí misma: felicidades Naar. Has sobrevivido otro año.

martes, 3 de abril de 2012

Querida yo de los 16

Hay un vídeo en youtube que habla sobre el cáncer de piel con este mismo formato que luego utilizaron los de macdonal en este anuncio. Se trata de pensar qué te dirías a ti mismo si pudieras hablar con tu yo de los 16 años.
Serían muchos consejos los que me daría por aquello de que creo que me equivocado demasiado en todo, pero ahora que voy a cumplir los 29, me da por hacer balance.

Querida Naar de los 16 años:
Ahora mismo crees que tu vida es un caos, pero créeme, lo peor está por llegar. Y luego será peor. Y luego, peor incluso. Pero tranquila, algún día levantarás cabeza. Y tendrás momentos gloriosos.
La primera noticia es mala. Vas a caer enferma. Se te va a complicar mucho una gastroenteritis, tus ovarios se revelarán, los médicos no darán una contigo y pasarás el peor año de tu vida. Creerás varias veces que vas a morir, pero tranquila, sobrevivirás. Y eres alérgica a los lácteos, deja de cenar sándwiches mixtos y pizzas y te ahorrarás muchos disgustos. Y no tengas miedo a la leche de soja, con cola-cao tiene pase y los yogures de soja están buenísimos. Así que no sufras, no es para tanto una vez que le coges el truco.
Estás a punto de empezar a salir con un chico que no te conviene. No es exactamente malo (los conocerás peores porque tienes afán por los hombres inapropiados), pero no te conviene. Y ni siquiera te gusta, pero vale, haz lo que quieras. En el viaje a Italia vas a perder la virginidad con él. Da lo mismo, estarás enferma y empastillada de analgésicos, así que luego no te acordarás. Y no pienses que el sexo es eso. Este chico es inexperto y torpe, pero ya vivirás cosas que te lo compensen.
No empieces a fumar. No lo pruebes, porque te va a gustar, así que no lo hagas.
Años más tarde irás cometiendo otros errores, pero hay uno importantísimo. No vuelvas con tu primer amor. Conserva tu buen recuerdo de ese verano juntos y no trates de volver con él. Arruinará tu vida y te creará problemas realmente serios. Así que NO LO HAGAS, IDIOTA. Y si no me haces caso, al menos debes saber que saldrás de ello. Te costará un huevo, pero lo harás. Y te espera lo mejor después de él.
Irás a la universidad. Te lo pasarás en grande. Conocerás gente y te divertirás mucho. Por casualidad te reencontrarás con un amigo del instituto. Sigue tus instintos y dale una oportunidad. Será el gran amor de tu vida. Y sus amigos serán lo mejor que te haya pasado nunca. Cometerás errores con él, porque eres estúpida, pero algunos merecerán la pena. Aunque desde aquí debo decirte, que no deberías dejarle escapar. Cállate la boca si has metido la pata y punto. Cuídale, quiérele y déjate querer. Crees que hay tíos mucho mejores esperándote, pero no es cierto, no los hay. Y te arrepentirás mucho si le pierdes. Puede que sea la única persona que te llega a conocer y a querer de verdad, así que de nuevo, no seas estúpida.  
Habrá un chico de ojos azules que te volverá loca. Debería decirte que no lo hagas y que te alejes, pero no puedo. Déjate caer. Déjale entrar en tu vida. Te enseñará cosas fascinantes. Te mostrará un mundo increíble detrás de las sábanas. Hazte caso a ti misma y no te enamores, no te comportes como una colegiala, no lo eres. Déjale que sea lo que debe ser en tu vida y no modifiques tu camino ni jamás intentes modificar el suyo. Así de sencillo, así de complicado.
Respecto al trabajo, tendrás algunos que te gustarán mucho. No los dejes, te digo lo mismo que con el chico, crees que habrá algo mejor, pero no es así.
Y por último, el gran consejo que te valdrá para todo: sigue tu instinto. Fíate de lo que te digan las tripas, no te equivocarás ni una vez si te haces caso a ti misma y no te contradices con tus actos. No dejes que nadie te convenza de lo contrario. En serio, el instinto, el latido ese de tu interior, la vocecita de tu cabeza… hazle caso.
Y si nada de esto te sirve, porque eres un caso perdido y haces siempre lo que te da la gana, al menos ten en cuenta que saldrás adelante. Que llegarás a los 29 y te sentirás bastante orgullosa de quién eres. Porque eres fuerte y valiente y no se te pone nada por delante cuando estás convencida de algo. Eres capaz de levantarte mil veces y lo sabes. Y llegarás a ser feliz como menos lo esperes. Así que valórate y haz que los demás te valoren también. No dejes que te pisen. No dejes que te hagan tanto daño. No dejes que te digan que eres oscura e infeliz por naturaleza, porque no es verdad. Tú eres mucho más. Lo sabes, está en tu interior. Cree en ti. Sobre todo, cree en ti.

lunes, 2 de abril de 2012

puenting emocional

Últimamente me obsesiona el tema de no sentir nada. Bueno, a ver, me obsesiona, dicho así, suena rollo psicótico. Y no. Sólo es que le doy vueltas. En parte, porque no tengo nada mejor en lo que pensar.
El caso es que llevo unos días con el runrún del tema y no hago más que gilipolleces, a ver si consigo un pelotazo de adrenalina que me haga sentir viva. Si tuviera dinero, me iba a hacer puenting. Como no tengo, lo hago un poco a lo pobre. Hago idioteces y calimeradas varias, a ver qué pasa. Pero no pasa. Nada, oiga.
Ejemplo uno de mis tonterías: el viernes besé a A. Me fui con él a tomar algo al centro por la noche para combatir el mal rollo. Y él estaba en plan amoroso. Desde que llegué me abrazó y no me soltaba. Así que en un momento de descuido, ¡pum! Beso al canto. Y mira que besa bien el jodío. Pero nada. Y eso que se echó a reír y me dijo “qué buen rollo de momento remeber”. Porque hace justo un año que empezamos a liarnos, aunque luego terminara en nada. Pero yo como el que oye llover. Así que me volví a mi casa, subida en mis preciosos y altísimos zapatos rojos, que por cierto, tampoco me hicieron sentir nada. Ni siquiera dolor de pies. Y ya es raro. 
Ejemplo dos de estupideces Naar: el sábado abro el facebook y mi amigo Jimmy, el único amigo en común que tengo con mi ex el desequilibrado ha colgado una foto con él. Y cuando la veo pienso “genial, esto me hace sentir algo fijo”. Así que la abro. Pero nada. Antes hubiera pensado “jodido enano cabrón, la de tiempo que perdí contigo.” O algo. Pero no. de nuevo, como el que oye llover. Ni frío ni calor. Que paso de él y de su vida, de su historia y de lo que tuve con él. Que me da lo mismo.
Ejemplo tres de imbecilidad extrema: no he vuelto a quedar con el toy-boy a pesar de que de vez en cuando me manda mensajitos por facebook. Y cada vez que veo uno, lo leo a ver si me entra cosquilleo de algún tipo. El otro día me mandó uno diciéndome que tenía ganas de verme, que a ver si sacaba hueco y me venía a ver. Pero luego me contaba que había estado pachucho. Y yo pienso “¡arg! ¡Gérmenes!” Y me da asquito, así que le doy largas. Ya nos vemos cuando te pongas bien y no vayas a pegarme nada. Si acaso.
Y supongo que esto me lo he buscado solita, porque mi modo de superar las cosas es precisamente esta, aplastar los sentimientos hasta que se quedan a ras de suelo y puedo pisotearlos. Luego, cuando ha pasado bastante tiempo para que no me hagan daño, los saco y los miro de frente. Y ya son tan pequeños, que puedo con ellos de sobra. Por eso, cuando el desequilibrado se fue de mi vida decidí quedarme sin sentimientos. Y afloraron con el Ross, pero cuando también le tuve que echar, dejé que se lo llevara todo. Porque no podía más. Y ahora, que ya nada de eso me duele, que ya no pueden herirme, busco desesperadamente algo que me haga sentir viva. Pero no lo encuentro.
En fin, seguiré haciendo puenting emocional. A ver si de una de estas me desentumezco y vuelvo a palpitar.