jueves, 27 de junio de 2013

preferiría un mono sin adiestrar

El otro día llegué a la conclusión de que te preguntes lo que te preguntes en la vida, ya hay algún retarder que lo ha preguntado en yahoo answer. Y lo peor, hay varios retarder más que han contestado. Eso da una muestra clara de la inteligencia humana. En fin.
Esto viene a cuento de esa gente que escribe como si fuera una subnormal profunda. Que un mono sin adiestrar tocando teclas al azar escribiría cosas con más sentido que ellos. Y ahí están esas personas (o monos sin adiestrar, aún no está demostrado que no sean ellos) dando respuestas a grandes misterios de la vida y la salud en yahoo. Con sus frases ininteligibles y sus faltas ortográficas que provocan ansia viva de arrancarse los ojos.
Y no me vale lo que dicen muchos de “es que son extranjeros y escriben fonéticamente” o gilipolleces semejantes. Yo fui educadora de menores, de los cuales un 80% eran extranjeros. Y es verdad que los sudamericanos (ecuatorianos y colombianos en su mayor parte) confundían a veces las S y las C. Igual que los marroquíes no diferenciaban las E de las I, porque para ellos sonaban muy parecidas. Y vale, siendo muy comprensiva, eso puede ser un tema cultural y tal. Un pequeño error. Sobre todo en el caso de los árabes, ya que nos pasaría a cualquiera al enfrentarnos a un lenguaje tan diferente del nuestro. Lo de los sudamericanos no me vale porque tengo amigos de esos países con más cultura que yo y que escriben perfectísimamente, pero bueno, un desliz o una confusión en alguna palabra podría pasar.
Ahora bien, eso no justifica en absoluto que no sepas expresarte, que construyas frases como un imbécil. Y desde luego, no ampara a los españoles que escriben el castellano a patadas. Y no hablo de un pobre hombre de pueblo, que lleva sus sesenta años trabajando el campo o de aquello del abuelo era picaooooor allá en la mina. A mí los dramas rurales me sobran. Hablo de gente joven, con carreras, con cultura, con todos los libros del mundo a su alcance. Y ni por esas han aprendido a escribir. Les pegaba un palo que les aviaba, os lo aseguro.
Hace poco mi indignación llegó a niveles extremos. ¿Os acordáis que en febrero fui a un speed-dating con mi amigo Flumi? Bien, pues él conoció allí una chica con la que lleva tonteando desde entonces. Ya sabéis, lo típico, no salen en serio en plan novios pero quedan, jiji-jaja y demás. Pero no frungen. Bueno, es una interesante historia sobre la podría extenderme, pero no viene al caso. El asunto es que hace poco, quedamos todos los amigos para cenar y tal. Y en mi grupo hay una norma: si durante una quedada no dejas el móvil tranquilo y estás todo el rato toqueteándolo sin hacer caso a la gente, te ganas que te lo quiten y te puteen. Es muy efectivo. Y mejora mucho las relaciones humanas de cara a cara, porque estamos siempre acojonados y nadie toca el móvil más de lo imprescindible. Y si se extiende un poco más, hasta pide disculpas. Una maravilla. Lo malo es que esa noche iba a venir la chica de Flumi, pero se puso mala y se quedó en su casa, así que nuestro querido amigo estaba todo el tiempo wasapeando con ella. Hasta que el Gordito se hartó, le quitó el móvil de las manos y decidió que íbamos a conversar los demás con ella. Y nos fuimos pasando el móvil para decirle cosas obscenas. Es otra de las normas de mi grupo, si formas parte de él, aunque sea remotamente, tendrás que soportar bromas y comentarios subidos de tono. Total, que cuando el móvil llegó a mis manos tuve que apartar la vista de la pantalla para no sufrir un ataque.
La tía, que tiene 25 años y es abogada, repito a-bo-ga-da, escribe como una verdadera retarder. Así que lancé un grito.

-         ¡¡Flumi!! ¿Por qué sales con esta tía? ¡¡Si escribe como una gilipollas!!

Mis amigos que ya habían mandado sus correspondientes mensajes me dieron la razón. Pero la parte masculina del grupo añadió el detalle de que la tía tiene dos buenas razones pechuguiles para salir con ella aunque sea estúpida o al menos escriba como tal. A mí no me parece suficiente, pero qué sé yo. Y lo digo en serio, para mí un mínimo de cultura es fundamental. Si un tipo buenísimo y con una tranca enorme me mandara mensajes llenos de faltas y escritos en clave cani, no saldría con él. Os lo aseguro. Por muy guapísimo o estupendo que fuera, me daría un bajón de la muerte cada vez que leyera esas cosas. Y pensaría en el mono sin adiestrar. Así que a pesar de las críticas de mis amigos que dicen que tengo unas exigencias extrañas, no. No saldría con alguien que no pasara la prueba de la escritura. De hecho, creo que el próximo día que salga llevaré una libreta y un boli y cuando un tío se me acerque le haré un pequeño test.  
El caso es que mi amiga Mery dijo que ella había estudiado la ESO y que notaba que los demás nos expresábamos mucho mejor que ella. Y es posible que la educación se haya rebajado un poco en cuanto a expresión y tal. A mí, con 10 años me hacían dictados sin dar más datos que ir leyendo y de nosotros dependía la ortografía, incluidos los signos de puntuación. Pero aún así, mi amiga Mery no escribe como una subnormal. Ni muchos de los que tenéis un blog a pesar de vuestra insultante juventud que obviamente os ha hecho pasar por la ESO. Así que no me sirve. Esa tía, sea abogada o no, escribe como una imbécil, tipo: “tnems k kdar xa una bbq o algo, abría que hablr d fexas…” ¿Es o no es como para matarla?


Y lo mismo es verdad que yo tengo una lista de exigencias absurda, pero a mí unas tetas no me parece que compensen suficiente. ¿Y vosotros? ¿Saldríais con un escritor cani? ¿Con alguien que no supiera poner tres frases seguidas con sentido? ¿Con alguien que escribiera a yahoo answer? ¿Y con un mono sin adiestrar?

martes, 25 de junio de 2013

Aprendamos a contar

El escribir y el rascar es hasta empezar… o algo de eso, yo qué sé.


Hoy me he enfadado mucho. Y eso que últimamente esto de un humor bastante bueno para lo que soy yo. Pero coño, me cabrea que me traten mal sin razón.
El asunto es que he ido al banco a hacer un ingreso. Como llevaba toda la mañana en el despacho haciendo cosas, he ido tarde, cuando estaban cerca de la hora del cierre. Pero vamos a ver, ya quisiéramos casi todos tener los horarios de los bancos, que trabajan de 9 a 14:30 y sólo los jueves por las tardes. Que no es la muerte, vamos. Y que me la pela que estés deseando irte a casa o que lleves todo el día actualizando la cartilla a las viejas. Eso no es mi culpa.
Yo he entrado tan tranquila. “Hola buenos días”. No he obtenido respuesta y a pesar de que no había nadie, pero nadie, me han hecho esperar un rato. Al fin le digo que quiero hacer un ingreso, le paso el papel con los datos, el número de cuenta y tal. Todo masticadito. El tipo se pone a teclear con desgana.

-         Es importante que en el asunto me ponga el número de…
-         Ya lo sé, ya lo he visto. – me gruñe.

Pues vale, tío borde. Así que me quedo callada al otro lado del cristal blindado, esperando pacientemente. El ingreso eran 12,99 €. Y le he dado un billete de 20. No es tan complicado echar la cuenta, ¿no? Pues el tipo me da un céntimo y un billete de cinco de los nuevecitos, eso sí. Y se queda tan ancho. Mirándome con cara de qué haces ahí esperando.

-         Perdona, pero me falta…
-         ¿QUÉ? ¿qué te falta? – me grita.
-         Me faltan dos euros.
-         ¿Qué? – me dice todo sulfurado. – A ti no te falta nada, ya te he dado el billete de cinco.
-         Ya, pero son 12 con 99 y por lo tanto me faltan…
-         ¡¡Que no te falta nada!! – me interrumpe. – ¡¡Ya te he dado hasta el céntimo!!

Omitamos que el céntimo es mío y no es que me hayas dado “hasta” ese céntimo de mi propiedad. Es que me sigues debiendo dos euros, yo te estoy hablando bien y tú me estás gritando sin dejarme ni acabar las frases.

-         A ver, - digo de nuevo. – Si son 12 con 99 y me has dado el céntimo van 13, y luego me has dado cinco, luego aún falta…
-         Que no te falta nada, niña, aprende a contar.

Ahí ya se me ha acabado la paciencia, la buena educación y el tono suave que estaba usando. Porque yo no soy una niña, tengo 30 años y tú no me conoces de nada como para cogerte confianzas. Y porque yo, al contrario que otros, sí sé contar. Así que he cogido el papel de recibo que me había pasado por la rendija y lo he estampado contra el cristal para que lo viera bien clarito.

-         Venga, vamos a aprender a contar. – podéis imaginar mi tono. – Que al parecer el que no sabes eres tú y eso que trabajas en un banco.

El tipo ha comprendido al fin su error y me ha tirado los dos euros por debajo del cristal. Ha gruñido algo que se asemejaba remotamente a una disculpa y me he ido bastante cabreada. Y es que entiendo que todos estamos jodidos, que el mundo va mal, que el trabajo putea, que estar de cara al público es un coñazo… lo que tú quieras. Pero a lo mejor yo también tengo un día de mierda y no he entrado de malas formas. Que estoy hasta las narices de que me sometan a la humillación de pasar por la puerta con detector de metales que me hace medio despelotarme no vaya a ser una ladrona de bancos. Que estoy harta de que me cobren por todo encima de que les dejo mi dinero. Que estoy harta de que encima me traten con desprecio. Que estoy harta de que encima se permita alguien el lujo de decirme “que aprenda a contar” cuando lo único que estoy haciendo es pedir que me de mi vuelta bien.

Y no voy a entrar en demagogias, ni en populismos de si son los culpables de la crisis y todo eso. Pero coño, vale ya. Que manda huevos el asunto. 

sábado, 22 de junio de 2013

Bloggers a go-go

Francamente, pensaba alargar un poco más mis vacaciones del blog, pero esto merece la pena ser contado.
El caso es que Eva de opiniones Incorrectas, grandísima escritora con un pedazo de libro publicado ya (chinchaos todos yo lo tengo y además dedicado, hala) hacía escala en el aeropuerto de Madrid en su viaje por medio mundo. Así que Alter Ego, su churri, mamá Ciruela, Vaya Telita y yo nos juntamos a recibirla y tomar algo.
Yo llegué un poco tarde porque soy un desastre y di cuatro vueltas al aeropuerto me perdí un poco. Y todo muy bien, jiji-jaja y buen rollito. Somos gente maja. Lo que no somos es gente previsora. Ni gente observadora. Ni gente demasiado lista. Así que estábamos tan tranquilos pensando que el bus que llevaría a Eva de nuevo a sus verdes tierras estaba al lado de donde nos encontrábamos. Y cuando justo cinco minutos antes de la salida nos dio por preguntar descubrimos que los autobuses salen de la T.4. Y nosotros estábamos en la T.2. BIEN.
Total, que a la carrera, dejamos a mamá Ciruela por el camino y salimos a toda mecha hacia la consabida T.4. O sea, el pobre Naar-206 hasta los topes de gente, maletas y demás con el acelerador metido a fondo por las carreterucha que lleva a la mitad de la nada. Pero qué sería de un aeropuerto sin una carrera desesperada. Además las películas americanas nos han enseñado que se llega siempre a tiempo de ver como tu avión se va y lo ves elevarse a través de grandes cristaleras.
Por desgracia, Eva se iba en bus y no lo vimos despegar porque los autobuses no vuelan. No en circunstancias normales, al menos. Pero ocurrió más o menos lo mismo. El churri de Alter Ego se pegó la carrera del siglo por la T.4 a ver si conseguía pillar el bus y que esperara. Y como también nos han enseñado las pelis americanas, las carreras por el aeropuerto siempre son accidentadas y hay miles de trampas mortales colocadas por el karma que tratan de impedir que consigas tu objetivo. En este caso fue un palito con helado. Os dije hace tiempo que el yogulado estaba maldito y no me quisisteis creer. Ahora Alter-consorte tiene un pie hinchado por culpa de un palito que no había sido rebañado debidamente. Porque el yogulado está maldito. Y eso es malo. Y él pisó el palito y fue a estrellarse contra el bus de Eva. Que finalmente ni quiso esperar ni era el de Eva. Pero no había tiempo de esas nimiedades.
Porque el bus paraba en Méndez Álvaro. Y todo el mundo sabe que lo que no arregla una carrera a la desesperada, lo arreglan dos. Y de nuevo el Naar-206 hasta las trancas a toda máquina por la carretera para adelantar al bus. Y lo conseguimos. Punto uno para Naar-fitipaldi. Casi no nos lo creíamos cuando al fin vimos a la pobre Eva meterse en el bus rumbo a tierras más verdes y húmedas.
Y de ahí… pues los supervivientes nos fuimos a tomar algo.

Como veis, tener un blog no es bueno para el estrés, pero es cojonudo para tener historias que contar.  Y como ya he dicho más veces, se conoce a gente estupenda y te puedes echar unas risas. Así que me lo pasé genial y sólo queda esperar a la nueva quedada. 

domingo, 16 de junio de 2013

apagada

Últimamente estoy un poco desganada en general. Ya sé que escribo menos y que no estoy muy inspirada. Y al principio no me preocupé, porque todo son rachas en la vida. Y porque una de las grandes enseñanzas que me han dado los años es que todo se pasa. Así que me suelo tomar las cosas con calma y humildad. Cuando paso una buena racha, estoy súper inspirada, me pasan montones de cosas y se me acumulan los post siempre digo “sí, jiji-jaja, pero ojito, que no te va a durar para siempre.” Y como que me calmo un poco. Tres cuartas de lo mismo pasa con lo malo. Cuando paso una mala racha, estoy tristona o pachucha o no me pasa nada y no sé qué contaros, trato de calmarme y no dejarme arrastrar por la espiral de la depresión diciéndome “tranqui, que se pasará y volverán los buenos tiempos.” Y me consuela. Algo. No mucho. Pero algo.
El caso es que llevo unas semanas un poco rara. No estoy de buen humor, no tengo ganas de nada y no le veo la gracia a las cosas que me ocurren. Siendo sincera, no ha pasado nada. Pero estoy un poco apagada.

Total, que no dejo el blog ni nada parecido, sólo esperaré a que la racha pase y tenga ganas de nuevo de contar cosas. Y conociéndome, basta que diga esto ahora para que en dos días esté como una moto, rodeada de anécdotas divertidas y publicando cada dos días. Esperadme aquí, no os vayáis muy lejos.

lunes, 10 de junio de 2013

dos es peor que uno

Vale, estoy en esos días en los que odio así a la gente en general. Porque sí, porque me duelen los ovarios, porque me encuentro mal, porque estoy cansada… porque me sale de ahí. Y ya. Pero es que manda huevos.
Este verano está planteándose un poco mal. Porque la vida son rachas y el año pasado tuve suerte, hice viajecitos, escapadas y tal. Este no, este todo está torcido y no creo que pueda salir de Madrid ni para respirar otro aire un poco menos contaminado que este. Pero bueno, es lo que hay. Espero que esto os haga sentiros mal a los que vivís en lugares más agradables y me invitéis a visitaros. Y no lo hagáis con la boca pequeña, porque luego voy a ir y no quiero quedarme en la calle con cara de perrito abandonado.
El caso es que el fin de semana que viene al menos sí tenía un plan guay porque mi amiga Reichel viene de Ámsterdam y hemos quedado todos los amigos para cenar y salir de marchita. Bueno, a falta de pan, buenas son tortas.
Pero entonces me llama Amigachica del sur y me dice que ese fin de semana van a bautizar a su nene, mi sobrino pequeño al que aún no conozco.
Estupendo. Todo el puto verano vacío y en un solo fin de semana dos planes completamente incompatibles. Porque no sé vosotros, pero yo no tengo el don de la ubicuidad y estar a la vez en dos lugares con más de 250 km de distancia me resulta imposible. Y tampoco tengo un teletransportador que me lleve rápidamente de un lugar a otro. Para colmo, mi casa del sur está en obras y parece un solar bombardeado de Kosovo. Así que no tengo donde dormir ni donde ducharme ni donde nada. Aunque podría llevarme una tienda de campaña, ponerme en mi patio y sacar agua del pozo para hacer un apaño, claro. Pero no tengo tanto espíritu de aventura qué queréis que os diga.  

Total, que vaya mierda pinchada en un palo.  Vaya depresión de verano, joder. 

sábado, 8 de junio de 2013

encuentros con la policía

En la vida antes o después te las ves cara a cara con la policía. A veces es más o menos de buenas maneras. Y otras, la mayor parte, de maneras un tanto regulares. Ayer mi madre y yo tuvimos que llamar a la policía porque su vecina tiene alzheimer y agredió a la chica que la cuida. Como no es un tema especialmente agradable y por suerte no pasó nada grave, os voy a contar mi otro encuentro con la ley.
Yo no soy ni he sido nunca una persona demasiado conflictiva. Al menos no en cosas para las que haya terminado interviniendo la pasma. De hecho, cuando era adolescente me libré de una redada por los pelos. Fue justo una época convulsa en la que se aumentó la edad para consumir alcohol de 16 a 18 años y se empezó a batallar un poco contra el botellón. Porque sí, queridos, aquí la abuela cebolleta ya hacía botellones de jovenzuela. El asunto es que estaban mis queridos congéneres de instituto haciendo un botellón en la Casa de Campo de Madrid con 17 años. Por la noche. Muy bien todo. Y en estas que  apareció la policía, lo que provocó que una panda de púberes atolondrados, asustados y medio embriagados saliera corriendo en estampida por la oscuridad mientras los polis les perseguían en moto. La cosa se saldó con una chica estampada contra un pino, un chaval que cayó rodando por un terraplén, unos cuantos un poco magullados y otros pocos llevados a sus casas escoltados por los señores agentes muertos de risa. Por suerte o por desgracia, yo estaba en mi casa porque estaba mala. En aquél momento me alegré. Ahora daría lo que fuera por haber estado y tener esa maravillosa anécdota en mi haber.
El caso es que mis encuentros con las fuerzas del orden se han dado siendo ya adulta. La primera fue cuando vivía de alquiler en la casa de los locos. Bien cierto es que mi estancia en esa casa fue una mezcla entre desastrosa y divertida que hace que la recuerde con cariño. Allí vivimos mi ex y yo durante un año y nunca tuvimos ni una semana tranquila. Los vecinos éramos todos parejas jóvenes de alquiler y tuvimos miles de problemas porque el edificio era nuevo y tenía luz de obra, el agua a veces salía y a veces no, y el dueño de todo aquello era un auténtico sinvergüenza. Pero lo pasábamos estupendamente. El asunto que nos llevó a llamar a todas las fuerzas y cuerpos de la ley y el orden es que se originó un incendio eléctrico en el cuarto de contadores. Así que llamamos a los bomberos. Y vinieron dos enormes coches cargados de bomberos cachas. También aparecieron tres coches de policía nacional con otros tantos polis buenorros. Los vecinos, en lugar de preocupados o asustados, estábamos de cháchara y de juerga en la escalera, jiji-jaja como si allí no pasara nada. Lo que tiene la juventud. De hecho, cuatro de las vecinas estábamos sentadas en la escalera del portal fumando y tomando algo como si aquello fuera una terracita veraniega. Quizás por eso, por pura irresponsabilidad juvenil, cuando se me acercó un policía joven, moreno y todo guaperas él y me preguntó si necesitábamos algún tipo de atención le dije sin dudar:

-         Depende… ¿nos va a atender usted, agente? Porque en tal caso hemos sido unas niñas muy malas.

El tipo no debía tener mucho sentido del humor y ante las carcajadas de mis vecinas me dijo, muy serio y altivo:

-         Señorita, me refiero a atención médica, no es como para bromear.
-         No, médica no, preferimos atención policial. – insistí.
-         ¿Sabe usted que puedo detenerla por desacato? – me dijo todo henchido como un pavo que ahueca las plumas.
-         ¿Y nos pondría las esposas?

Antes de que me diera tiempo a decir nada sobre si iba a pegarnos con la porra o algo, se dio media vuelta y se fue refunfuñando. Vaya policía sieso. ¿Qué fue de eso que he visto en las pelis? ¿Por qué no se arrancó los pantalones de un tirón y empezó a contonearse delante nuestra? ¿Por qué no se untó aceite por el torso? ¿Por qué no empezó a sonar una música y él, sus compañeros y los bomberos montaron una orgía? ¿Por qué nunca me pasan a mí esas cosas?
Desde luego ayer con el tema de la vecina vieja tampoco desnudó nadie. Y eso que uno de los polis estaba muy pero que muy bien. Y el otro yo juraría que me ponía ojitos. Pero nada, de nuevo se fueron sin más. Oiga, sáquense las porras. Quítense los pantalones y quédense en tanga. No sé, algo que le anime a una el día. Que una vieja en bata y su cuidadora llorando no son una visión agradable para un viernes.
Estoy empezando a pensar que el 091 no es el número de los tíos que se despelotan, te dicen que has sido mala y te dejan ponerte su gorra.


P.D. El otro día me comentó Anita que le han capado el acceso a mi blog desde el trabajo por contenido erótico. Tócate los pies. Ahora resulta que sí soy un sitio porno, pero aquí nadie me paga y nadie me manda policías de esos que se desnudan. No entiendo nada. 

martes, 4 de junio de 2013

tú sola, como los mayores

Lo bueno de las malas personas es que te enseñan muchas cosas. Quizás incluso más que las buenas. Como pasa con las rachas de la vida. Las buenas te hacen feliz, las malas te endurecen, te agrandan, te hacen aprender. A hostias eso sí. Como se suelen hacer las cosas en la vida, a palos.
He dicho más de una vez que una de las peores personas que conozco es mi abuela paterna. Que tiene cosas buenas, claro, pero no son muchas. Y lo peor es que cada vez son menos. Sin embargo, es una mujer muy inteligente y si analizo con frialdad las cosas que me ha dicho a lo largo de la vida y me tapo los ojos para no ver las heridas que esas palabras me causaron, tengo que reconocer que tenía mucha razón. La muy perra del infierno tenía razón en todo.
Desde que era yo muy pequeña me decía que no era sociable y no entendía por qué no me gustaba ir al parque a jugar con otros niños. Mi abuela nunca entendió que para mí los niños no han sido atractivos ni cuando yo era una de ellos. No entendió que para mí esos seres bajitos y llenos de tierra del parque eran desconocidos con los que no compartía nada. No entendía que ese no era mi mundo. Así que me llevaba por la fuerza. Y yo pasaba fatal, nunca me gustó acercarme a alguien y decirle “Hola, soy Naar, ¿quieres ser mi amigo?”. Y desde luego no me gustaba (ni me gusta) que alguien que no conozco se me acerque y me hable.
Generalmente me subía a un columpio y me pasaba el tiempo ahí sentada, balanceándome hacia delante y hacia atrás, mientras mi abuela hablaba con todo el que quería escucharla. Ella es como Forest Gump, se sienta en un banco y habla con todo el que se siente cerca, quiere éste o no. A veces, incluso sigue hablando aunque no haya nadie. Supongo que eso es ser sociable. Y supongo que por eso le gustaba llevarme al parque a pesar de mi reticencia, mis lloros, mis peticiones de hacer otras cosas. Para hablar ella y relacionarse ella mientras yo me columpiaba con la tristeza de que mi abuela prefería hablar con otra mujer desconocida que conmigo.
Recuerdo con claridad una vez que estaba sentada en la rueda de coche que hacía de columpio mientras ella estaba a su cháchara, pero curiosamente me miraba. No sé qué pasó, si resbalé o qué, pero me caí de espaldas al suelo. Me hice mucho daño, me asusté porque por un momento me quedé sin respirar y me golpeé la cabeza. Esperé unos segundos a que los brazos de mi abuela vinieran a levantarme, me abrazara, me sacudiera la tierra, me consolara y comprobara que no me había hecho nada grave. Pero no pasó nada. Yo seguía allí tumbada en el suelo, magullada y humillada, sola ante las miradas y las risas de otros niños. Así que me levanté sollozando y me acerqué a ella, que me miraba con media sonrisa sardónica sentada en un banco. Le pregunté con bastante enfado por qué no había venido a ayudarme. Me sentía muy, muy triste porque lo único que me pasaba por la cabeza es que mi abuela no me quería. Que no le importaba que me cayera y me hiciera daño. Eso me dolía tanto que apenas me acordaba ya del coscorrón ni del golpetazo de la espalda. Ella seguía sentada, sonriendo, sin inmutarse por mis lágrimas. “No puedes ser tan blanda.” Me dijo. “No puedes esperar que siempre vaya alguien a levantarte cuando te caigas. No puedes esperar que siempre haya alguien para curarte, ni para consolarte, ni para nada. Te caerás mil veces. Y quizás nunca haya nadie para levantarte, así que vete aprendiendo.” Yo no entendía el alcance de esas palabras porque no debía tener más de cinco o seis años, así que le repliqué que mi madre me cogía en brazos cuando me caía y me curaba las rodillas si me las raspaba. Que mi madre siempre me levantaba. Mi abuela me miró con su sonrisa malvada y me dijo “Bueno, hoy no estaba tu madre. Y muchas veces no estará. Pero te has levantado, ¿no? tú solita, sin mamá. Te has levantado. Aprende, porque lo tendrás que hacer muchas veces más en la vida. Como hoy, tú sola. Así que deja de llorar, hoy has aprendido a levantarte como lo hacen los mayores.”
Yo seguí sin entender nada y cuando llegué a casa se lo conté a mi madre. Le expliqué que me había caído, me había hecho daño y mi abuela no me había ayudado. Mi madre, con su habitual dulzura que tanto admiro, me abrazó y me dio un besito en la cabeza y me dijo unas cuantas cosas cariñosas que no recuerdo. Lo curioso es que le dije “pero me he levantado sola, mamá, como los mayores.” Y me sentí extrañísimamente orgullosa de mí misma.

Quizás fue la primera vez que lo hice, que caí y me levanté sola. Fue porque no me quiso ayudar nadie, pero aprendí la lección: a veces tienes que ponerte en pie solo. Y ahora comprendo que las palabras, quizás demasiado crueles para una niña, de mi abuela tenían un alcance mayor de lo que con cinco años pude sospechar. Porque es una mala persona, pero tenía razón. Joder. Vaya si la tenía. La muy hija de puta.

sábado, 1 de junio de 2013

el taladro y el bizcocho

A veces necesito hacer el bruto. Coger mi taladro y hacer agujeros. Y pegar martillazos. Esas cosas poco femeninas que me hacen sentir bien conmigo misma.
La otra tarde estaba un poco así como chof. Y llegué a la conclusión de que lo que me animaría sería ponerme a mis bricomanías. Mi taladro amado y yo, frente a frente. Además he comprado una broca enorme para traspasar paredes y pasar un cabe del salón a la cocina y estoy loca por usarlo. También quiero poner una cadenilla en la puerta para abrir sólo una rendija en plan abuela. Y quiero colgar unos tiestos en la terraza. Total, que tengo un montón de faena chula que hacer.
Pero he aquí mi frustración cuando fui a echar mano del taladro y no estaba en su sitio. Ni en el suyo, ni en otro, porque lo bueno de tener una casa minúscula es que por muy desordenado que seas, las cosas no van muy lejos. Y empecé a hacer memoria. Y empecé a entrar en crisis de pánico.
Así que llamé a mi madre.

-         ¿Oye, tienes tú el taladro?
-         ¿Taladro? ¿qué taladro? – mi madre y su rapidez mental
-         El de trepanar cráneos, ¿tú qué crees? El taladro, mamá, ¡¡el taladro!!
-         Hum… ¿el tuyo?
-         ¡Sólo hay un taladro en la familia!
-         Hum… déjame que mire a ver.

Mientras mi madre rebuscaba entre sus trastos me empezó a entrar un sudor frío por la espalda. La última vez que yo usé mi taladro fue el verano pasado y luego mi madre me lo pidió para…

-         ¿nena? Aquí no lo tengo, creo que me lo llevé a Pueblodelsur. – exacto.
-         ¿Y no se te ocurrió traerlo de nuevo?
-         Pues yo qué sé… como allí estamos de obras…
-         ¡¡Pero no vais nunca!! Ay, mi taladro, mi querido taladro allí tirado a merced de las arañas…
-         ¿Y el tuyo?
-         ¿el mío qué?
-         El taladro tuyo…
-         ¡¡mamá!! Qué te repito que sólo hay un taladro, ¿oyes? ¡¡Uno!! o sea, ¡el mío! ese, ¡¡el que has dejado allí abandonado!!
-         ¿Pero tú no tenías otro?

A veces creo que la mataría, en serio. Pero para ello necesitaría mi taladro y lo tiene en el puto sur, donde no vamos nunca porque la casa parece un solar de Kosovo.

Total, que mis planes bricomaníacos se vieron trágicamente frustrados por tiempo indefinido. Y por no echarme a llorar desconsoladamente en una esquina echando de menos a mi amado taladro, me puse a hacer un bizcocho. Así de extremista que es una. Eso, y que tenía unos plátanos pochos ahí mirándome con cara de pena. Así que me planté mi delantal, cogí mi batidora y puse a calentar mi horno… toda mona y amita de mi casa yo.
Bueno, pues el puto bizcocho se quemó. Me cago en mi vida. Si es que nunca he estado en contacto con mi lado femenino. Yo quiero mi taladro para hacer el borrico, no valgo para ser una mujer decente que hace pasteles.


Conclusión de la semana: no puedo hacer el marimacho que siempre me ha gustado ser porque mi taladro está secuestrado a cientos de kilómetros. No puedo ser una mujer femenina, delicada y decente porque tendría que nacer de nuevo. Parece que ser humano es demasiado difícil. Para otra vida quiero ser una pelusa de las que vive tan tranquila debajo de mi cama. Hala.