lunes, 26 de agosto de 2013

Como yo (os) quiero

Cuando era pequeña e iba de campamentos siempre tenía la misma sensación al volver a casa. Y es que no es fácil ser hijo único, no tener primos y pasar la infancia casi sin más amigos que el perro. Por eso me encantaba apuntarme a todos los campamentos, salidas, excursiones, granjas escuelas y demás viajes del colegio, la catequesis o lo que fuera. Me gustaba vivir con gente, hablar, reír, desayunar todos juntos, dar las buenas noches, jugar a chorradas y hacer planes. Me gustaba la sensación de no estar sola todo el día.
Luego me hice mayor y cambié los campamentos por viajes con amigos. Lo que no cambié fue la sensación al llegar a casa y estar sola de nuevo. Como me pasa hoy.
Los días en Granada han sido lo mejor del verano. Quizás lo mejor de lo que va de año. Han sido una auténtica pasada. Y por eso, antes de empezar a cachondearme de la gente, o de contar otro tipo de cosas, hoy voy a aprovechar el bajón para ponerme en plan moñas.
Lo primero, gracias a todos. Por ser como sois, por querer que fuera al viaje, por todas las cosas que hemos pasado. Recordaré nuestras conversaciones, las noches hablando y jugando hasta las tantas, las mañanas de risas y los largos paseos. Ya sabéis que desde que me dejaste, la ventanita del amor se me cerró.
Lo segundo, ya tenéis un hueco en mi corazón de por vida. Ya os querré un poquito siempre porque estos días nos han unido de una manera muy especial. Siempre pensaré que Amapola y Margarita estaban muy monas aunque protestaran. Siempre que juegue a las películas, me acordaré de Quejica y desearé ir con ella en el equipo porque nadie más en el mundo hubiera sido capaz de representar “las albóndigas en remojo”.  Siempre que quiera sonreír, me acordaré de mi niña y oiré en mi cabeza eso de “corre, plátano” acompañado de nuestras carcajadas. Siempre que alguien me hable de Granada, siempre que baje a mi pueblo del sur, siempre que alguien me hable de hacer una broma me acordaré de las gemelas y la siesta que pringamos al pobre y sufrido gallego de pasta de dientes mientras dormía, mordiéndonos las camisetas para no reírnos. Siempre, siempre, me acordaré de subir y bajar, de que y voló, y me hizo volar y yo volé de él. Porque siempre las cosas serán como yo quiero. Y porque en caso de duda, cuando estemos tristes, cuando nos echemos de menos, cuando tengamos la sensación de que el mundo es un lugar hostil, podremos cerrar las ojos y entonar las palabras mágicas “Trolorolorolo lorolo lorolo…”  
Han sido cinco días maravillosos, en una ciudad maravillosa, con gente maravillosa. Me habéis agarrado el corazón entre todos y al separarnos os habéis llevado un puñado de él cada uno. Por eso aunque nuestras ciudades estén lejos, siempre sabré que estáis ahí. Porque es como yo quiero. Como yo (os) quiero.



lunes, 19 de agosto de 2013

aliens, zombis, aspiradoras y un viaje a Granada

Me gusta viajar. Me encanta salir de Madrid, de la rutina y de mi círculo de seguridad. Pero coño, siempre da un poco de vértigo. Y más visto este año, que cada vez que creo que voy a hacer una cosa termino haciendo otra totalmente inesperada. Porque yo me lo tomo con humor, pero qué queréis que os diga… empiezo a tener miedo. Que cualquier día voy a ir a comprar el pan y por una serie de catastróficas desdichas voy a terminar abducida por los aliens o tejiendo jerseys de lana para frotarlos fuerte y conseguirelectricidad en caso de hecatombe mundial y/o ataque zombi.
En cualquier caso, me voy a Granada el miércoles. Y me voy con gente a la que tengo tantas ganas de conocer que me arriesgo a  las abducciones, los zombis y las catástrofes apocalípticas. Eso ya es decir.
Y es que los blogs son una cosa rara. Uno lo abre, así como quien no quiere la cosa. Un día piensas “voy a contar mis mierdas que no interesan a nadie”. Y te pones a hablar solo porque eres un chalado. Entonces, poco a poco, descubres que hay gente al otro lado. Gente rara, desconocida. Gente, que al principio dudas de que sea real, incluso. Sospechas de los aliens de nuevo. Y de los zombis, claro. Y te entra la vena paranoica. Oye, que me leen. Y me comentan. Vaya una gente más rara. ¿Qué querrán? Y sospechas que pretendan ciberacosarte. O venderte una aspiradora. Y coges miedo. Piensas en huir. Pero ¿huir a dónde? Porque esa gente tan rara te lee desde todas partes. De repente no tienes escapatoria. Ay, madre, dónde me meto. Que vaya donde vaya hay gente loca que me lee. Y visualizas a los aliens vendiéndote aspiradoras de tecnología punta interespacial. Y a los zombies queriendo acosarte.
Pero no, yo que ya llevo unos cuantos años aquí metida he conocido a mucha gente del blog. Todos han sido grandes experiencias por unas u otras razones. Todos me han llenado un poco el corazón de alegría y de nuevas experiencias. Y nadie ha querido venderme aspiradoras alienígenas ni zombiacosarme. Bueno, el niño chico sí me acosa a veces, pero yo me dejo con la esperanza de que me regale la aspiradora y no tenga que comprarla.
El caso es que el blog me ha dado mucho. A veces creo que demasiado, porque yo aquí lo único que hago es hablar de mi vida. Pero he ido conociendo a gente estupenda. He ido haciendo amigos. He conocido a un chico al que pase lo que pase, no olvidaré nunca. Y ahora me voy a llenar un poco más ese saco de cosas buenas. Me voy, a riesgo de los aliens, de los zombis, de las aspiradoras y de lo que haga falta. Porque yo por mi gente del blog, lo que haga falta.

Total, los que venís al viaje, ojito con lo que hacéis. Todo, absolutamente todo, será susceptible de ser ridiculizado y contado de forma humillante. Y los que no venís, vais a enteraros de un montón de chismes cuando vuelva. Intentaré ir tuiteando mientras. Deseadme suerte.

sábado, 17 de agosto de 2013

el diminuto escarabajo verde

Llevo un tiempo dando muchas vueltas a la idea de las segundas oportunidades que da la vida. A si hay que luchar contra viento y marea para conseguir ser feliz. A si hay calma tras la tempestad. A si siempre vuelve a brillar el sol. Y el otro día lo vi claro. En la taza del váter. Las respuestas a veces aparecen donde menos se lo espera uno.
El caso es que hace un par de noches me dejé caer en la cama bastante cansada. El niño chico estaba a mi lado, ya sin sus gafas ni sus lentillas. De pronto, señaló hacia arriba.

-         ¿Qué es eso?
-         ¿El qué?
-         Lo que corretea por el techo. Dime que no es una araña y tengo que levantarme a matarla.

Miré hacia donde apuntaba su pequeño dedo. Un bichito verde se paseaba tan campante.

-         No, no es una araña. Es una especie de escarabajo diminuto.
-         ¿Entonces no lo mato?

La pobre criatura sigue traumatizado desde que expliqué queera un manta matando arañas y trata de redimirse. Pero no.
El caso es que entre que él es bastante vago, que estaba muy cansado y que a mí los bichos no me dan ningún miedo a no ser que tengan ocho patas y ocho ojos, me levanté y lo cogí con un papelito. Era un bichito parecido a una mariquita pero verde. Joder, era hasta bonito. Dije que me daba penilla matarle, pero claro, tampoco lo iba a adoptar. Así que lo tiré al váter. Y no tiré de la cadena, porque gastar agua a lo tonto y hacer ruido a esas horas era absurdo.
Por la mañana cuando fui al baño, encontré mi sorpresa. Y muchas respuestas.
El bicho verde seguía nadando y pataleando en el fondo de la taza. Estaba vivo a pesar de toda la noche en remojo. Y yo, que soy una gilipollas, en lugar de tirar de la cadena, de hacer mi pis mañanero y olvidarme del asunto, cogí un peine viejo de esos que regalan en los hoteles y saqué al bicho. Estaba mojado, así que lo puse en el turulo de cartón de un rollo de papel higiénico gastado. Se quedó quieto, como si estuviera cansado. Yo le miraba con un poco de pena y de sentimiento de culpa. Pobre bicho. Había querido matarle y él se había empeñado en vivir. Había nadado lo que sería una parte importante de su vida sólo por unas horas más a cambio. La hostia, qué lección me estaba dando un escarabajo diminuto y verde.
Al fin bajé del baño, con el bicho totalmente reanimado y correteando por el turulo de cartón.

-         Nene, el bicho de anoche estaba vivo. Le he sacado del váter. Se ha ganado vivir.

El niño levantó sus ojos del móvil. Pensé que me iba a llamar loca. Que me iba a decir que vaya puto asco de bicho y de que yo ande hurgando en los váteres. Que estoy para que me aten. Que no hay quien soporte vivir conmigo. Pensé que me iba a decir cualquiera de esas cosas que me han dicho en el pasado. Pero sonrió.

-         ¿Estaba vivo? ¡Joder! Pues sí, haces bien, suéltalo, que se lo merece.

Igual estamos locos los dos. Para que nos aten. Seguramente nos entendemos porque somos igual de raros. Pero qué bien sienta escuchar cosas así.
Salí a la terraza y sacudí el rollo de cartón en uno de mis tiestos mustios. El bicho cayó y corrió entre las hojas, camuflándose casi al instante. Estoy segura de que estaba feliz. Un diminuto escarabajo feliz. Un diminuto escarabajo con más cojones que la mayor parte de las personas. Un diminuto escarabajo capaz de patalear en el agua durante horas sin rendirse. Había una posibilidad entre un millón de millones de salvarse, pero creyó en ella. Y la consiguió. Se salvó y pudo volver a corretear por una planta. Se lo merecía. A ver si aprendemos, coño. A ver si todos empezamos a patalear cuando todo va mal, creyendo, confiando en que quizás las cosas cambien aunque todo apunte a un fatal desenlace. Teniendo la esperanza y no desistiendo nunca. Aferrándonos a la vida como un diminuto escarabajo verde que nos ha dado una lección a todos los humanos, supuestamente tan superiores al resto de las especies.
La suerte existe, pero también se busca. La suerte existe, pero también se pelea. La suerte existe, pero a veces hay que nadar durante media vida para encontrarla.


sábado, 10 de agosto de 2013

Clac.

Clac. Un segundo. Quizás menos.
A veces hay algo que salta en mi interior, como un resorte. Clac. Y entonces ya no hay vuelta atrás.
Volvía a mi casa, conduciendo el coche. Mi ex el desequilibrado se había quedado de juerga a pesar de lo que llevábamos a las espaldas aquel día, aquel mes, aquel año. Puse la radio. Un segundo, quizás menos. Clac. Llegué a casa y le hice las maletas. Cuando llegó a la mañana siguiente sólo tuvo que recogerlas y cerrar la puerta por fuera.
Estaba en la discoteca, la noche de la despedida de soltero de Gordito. El Ross me besaba contra una barra y fuera me esperaba un tipo increíblemente guapo, inteligente y divertido. Me esperaba, me buscaba, me mostraba un interés desconcertante a pesar de poder tener a la tía que le diera la gana. Un segundo, quizás menos. Clac. Despedí al guapérrimo y me quedé con el Ross.
Me quedé mirándole un segundo. Era el día antes de irme de viaje con Seis. Dos días antes de que su rollete con el que iba a pasar las vacaciones llegara a su casa. El Ross estaba sentado en el sofá tan pancho mientras yo trataba de explicarle por todos los medios que me las estaba haciendo pasar canutas, que necesitaba un poco de apoyo, una palabra amable, un gesto de calor. Pero no entendía nada. Un segundo, quizás menos. Clac. Cogí mi bolso, troté escaleras abajo, arranqué mi coche que estaba en la puerta y salí derrapando.
Llevaba toda la tarde riéndome. Me había cogido de su pequeña mano, le había mirado de reojo mientras él conducía. Me había abrazado temblando. Yo tenía el pelo ondulado por el aire y hacía frío. Sevilla me era extraña así, sin calor, sin sol. Le miré y me eché a reír. Un segundo, quizás menos. Clac. Tiré de su mano y le besé en una calle desconocida.
Me desperté dolorida. Me incorporé en la cama entre palabras poco amables. Un segundo, quizás menos. Clac. Me quedo en Sevilla, vete tú al Algarve. Vete donde quieras.
Estaba en la cama de un hostal cutre que para mí era perfecto. Estaba en el corazón de una ciudad que cada vez me enamora un poco más. Le estaba acariciando el pelo y me clavó sus ojos negros. “Yo no puedo pedirte nada, todo depende de ti. Tienes que volver, tienes que hablar con el Ross.” Un segundo, quizás menos. Clac. Me quedo contigo, te vuelvo a abrir las puertas de mi vida.

Las decisiones, sean importantes, sean absurdas yo las tomo así, en un segundo, quizás menos. Clac. Algo salta en mi interior, como un resorte. Y entonces sé que es lo que debo hacer. No sé si es lo correcto, no sé si me estoy equivocando. Sé que es lo que quiero hacer en ese momento. Clac. Decidido. Dejo que esa primera reacción, que ese instinto sea el que prevalezca ante todas las voces que hablan a la vez en mi cabeza. En ese segundo estoy segura, si lo pienso más, empiezo a dudar. Por eso no soy de pensarlo. Aprovecho el instante de valor. Clac. Adelante, hazlo. Al vacío, de cabeza. Y ya no hay vuelta atrás. Es un segundo, quizás menos. Clac.



jueves, 8 de agosto de 2013

Erótica y maligna (lo tengo todo, papi...)

Empiezo a estar mosqueada. Siempre he pensado que Internet es un sitio raro donde no sabes quién te lee ni con qué ojos lo hace. Y soy bastante consciente de que cada vez que publico algo, bien sea un post aquí o una foto en facebook, de algún modo es como si renunciara a ello. Como si dijera “allá va, mundo virtual, haz con ello lo que quieras.” Y no me preocupa especialmente, ya que ni cuento ni publico cosas que realmente me puedan meter en un lío o me vayan a costar un disgusto gordo.
PERO.
Anita ya me dijo hace tiempo que le habían bloqueado el acceso a mi blog en el trabajo por contenido erótico. Vaya por dios. Y ahora otra amiga me comenta que en su trabajo también estoy censurada por contenido potencialmente peligroso y maligno.
Y vale, no soy una santa, pero exactamente ¿qué es lo que molesta de mi blog? ¿Alguien me habrá denunciado por hablar de tetas y culos? ¿Alguien se habrá escandalizado ante mis frungimientos? ¿Alguien habrá decidido que mis cambios de rumbo, de opinión y de vida son un peligro social?
Y ahora me pregunto, esta vez en serio, qué es lo que puede tener de malo mi blog como para que lo censuren en ningún sitio. Porque censurando mi blog, están censurando mi vida, que es básicamente de lo que hablo. Y no creo que yo haga nada tan malo. En cualquier caso, mi máxima es no hacer daño a nadie y por lo general la única que sale escaldada de mis aventuras soy yo misma. No hablo mal de nadie, no critico, no me meto en rollos políticos o religiosos más que de pasada y desde luego no hago apología de la violencia, las drogas o los comportamientos ilegales y/o peligrosos.
Lo más raro que supongo que hago es hablar de sexo. Y si a estas alturas de la historia a alguien aún le escandaliza que una mujer hable libre y abiertamente de sexo, el que tiene un problema maligno es él. Y vamos, hay blogs por ahí que hablan mucho más y mucho más claramente que yo. Éste por ejemplo. Y me gusta, me hace gracia. Pero me pregunto si estará considerado maligno también. Y no es nada, hay muchos que narran aventuras (reales o ficticias, tanto da) que pondrían colorado a Sade. Creo que yo nunca he llegado a ese punto. Y aunque lo hiciera, no veo la maldad.
Y lo que desde luego sí que me indigna son esos blogs, que no me creo que estén todos censurados ni considerados malignos, en los que unas cuantas anoréxicas piradas dan consejos sobre como matarse de hambre sin que los padres se den cuenta. O sobre gente que habla del consumo de drogas haciendo una verdadera apología de lo guay que eres cuando te metes de todo menos prisa. O los blogs racistas, sexistas, homófobos. Los blogs de ideas radicales y adoctrinamientos mentales. Y desde luego los blogs escritos por subnormales de esos que escriben con menos sentido que un puñado de ratas rabiosas correteando por el teclado. Todo eso está ahí. Y vale, eso es la libertad, ¿no? el que cualquier gilipollas como yo podamos venir a Internet y contemos lo que nos salga del culo. La pregunta es quién decide de repente que tú eres maligno y corten el acceso a tus palabras. Porque sí, porque a ellos no les gusta, o les ofende o simplemente les da la gana.
Y de todos modos, me parece el trabajo más triste del mundo. Hola, soy lector de blogs y censuro los que no me gustan. Que no sé por qué, me imagino a un tipo de la CIA, con la pinta del dependiente de la tienda de tebeos de los Simpson diciendo, “La Naar esta no me cae bien. Voy a decir que es maligna, hala.” y el tío ahí, en su despacho del Pentágono o de donde coño estén los despachos de la CIA, venga a leer mi blog todo el día y creyéndose súper importante. Con esas ínfulas que se dan los americanos que parece que están salvando el mundo por todo lo que hacen. Imagino al tío con su enorme culo rebosando en la silla delante del ordenador, al borde del colapso con mis aventuras “Huy, mira, ¡¡ha dicho culo!! Ahora voy a censurarla por contenido erótico también.” Pero sigue leyendo, porque en el fondo le pica la curiosidad de cuál será mi nueva locura. Y porque igual soy una peligrosa terrorista que planea atentar contra su estúpido orden social alienante. Estimado señor de la CIA, estoy segura de que tiene acceso a documentos más interesantes que mi miserable existencia. Vaya a comprobar si existen los alienígenas y deje de interesarse por lo que hago y digo yo, que soy una pringada, oiga.
Y ahora os pregunto en serio, a los que comentáis siempre y por supuesto a los que me leéis y casi nunca os atrevéis a salir de las sombras (y al señor de la CIA, claro)… ¿Os ha parecido tan ofensivo o maligno alguna vez algo de lo que he contado? ¿Habéis salido de mi blog escandalizados, con la cara roja y las orejas ardiendo de pura vergüenza? ¿Creéis justificada esta censura? ¿Mi lenguaje (sin ser excelso) es tan vulgar, soez, ordinario? ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué, oh, God, por qué soy maligna?

En fin, espero que aclaréis mis dudas. Mientras tanto y a la espera de que el señor de la CIA me de una respuesta, sólo quiero añadir unas palabras: caca, culo, pedo, pis. Y por supuesto, tetas, chochos y penes.
Hala. Ahora que me censuren con razón.


P.D. Anita dice que son censuras automáticas, que por cierto contenido de palabras “malignas” los programas de protección de las empresas y los que pone la gente en casa para joderles las pajas proteger a sus hijos adolescentes te censuran y ya. Pues no me lo creo. Prefiero mil veces imaginar al dependiente de la tienda de tebeos convertido en espía de blogs de la CIA que a un estúpido programa informático contando las veces que digo “culo”. Huy, otra vez he dicho culo. Y otra. Mierda. Así no voy a dejar de ser maligna nunca. 

martes, 6 de agosto de 2013

pequeña explicación

Cuando era pequeña, mi madre siempre me preguntaba por qué tenía que ser la abogada de las causas pobres. Yo no entendía nada de lo que significaba aquello, así que seguía peleando por causas perdidas si las consideraba justas. Y así es como me hice trabajadora social, supongo.
El caso es que tras la entrada anterior, voy a romper una lanza por el Ross. Y es que él es como es. No es una mala persona, ni mucho menos. Ni siquiera pienso que me haya hecho daño a propósito. Sólo es que no ha sabido o no ha querido estar conmigo. Quizás es que no es nuestro momento. Quizás es que ese momento ya pasó. Quizás es que vaya a ser en un futuro. Quizás es que no sea ni haya sido nunca. Poco me importa a estas alturas, la verdad. Ni siquiera estoy enfadada con él. Seguiremos siendo amigos, compartimos demasiadas cosas como para no mirarnos a la cara.
Lo que pasa es que ahora queremos cosas distintas. Yo necesito cosas que él no me da. Él necesitará cosas que yo no le doy. Y yo quiero cosas que él no. Total, que estamos en puntos distintos.
La vida me ha enseñado muchas cosas a estas alturas. Una de ellas es que nunca sabes lo que te espera a la vuelta de la esquina. A veces crees que lo tienes todo atado y seguro. Y de repente, en un segundo ¡zas! Todo a tomar por culo. Así que no puedo decir lo que va a pasar de aquí a seis, tres o dos meses. No sé dónde, cómo o con quién estaré cuando acabe el año. No sé ni lo que haré mañana. Pero sí sé que ahora mismo no quiero estar con el Ross y él no quiere estar conmigo. Y yo tengo la conciencia tranquila. En los pasados meses lo he dado todo, me he mostrado tal como soy, le he tratado lo mejor que he sabido y he mostrado mis sentimientos. Si él no ha querido aceptar eso y estar conmigo, está en su total derecho. Es muy lícito no querer a alguien que sí nos quiere. Son cosas que pasan. Hubo un tiempo hace mucho años en el que fue al revés,  así que no le echo nada en cara. Lo que pasa es que una vez dado todo, ya no hay más que hacer. Le quiero y le querré siempre, lo sé, pero quizás empiece a hacerlo de otro modo. No sé si me explico.
Y por supuesto, tengo que decir unas cuantas cosas del Niño chico. Los que vivisteis la historia en su momento me decís siempre que se me veía muy feliz a su lado. Y lo fui. Lo sigo siendo, de hecho. Ser feliz a su lado es lo más fácil que pueda hacer nadie. Ese jodío niño de ojos negros tiene una magia para todo lo que hace que convierte lo cotidiano en totalmente extraordinario sin darse ni cuenta. Es el mejor novio que he tenido jamás. Nunca me he sentido más cuidada, más segura y más tranquila que con él. Nunca he recibido detalles más bonitos, nunca he tenido mejor forma de despertar ni de dormir que a su lado. Es un niño, le falta mucho por vivir y apenas abulta más que yo, pero les ha dado un auténtico repaso a todos los hombres de mi vida. No hay uno sólo que no quede a la altura del betún comparado con él. Y es el único que ha plantado cara de verdad al Ross. El único al que no hubiera cambiado jamás por él. El único con el que me la jugué y empecé una relación después de la terrible experiencia del desequilibrado. El único con el que he pensado que salía ganando por tenerle conmigo. El único con el que al verle, el resto del mundo pasa a un segundo plano. El único al que he llevado con mi grupo de amigos. El único del que he publicado fotos en mi facebook. El único del que he hablado en el blog como mi novio, llena de orgullo por que estuviera conmigo. El niño chico es el único al que he querido, en el que he confiado, con el que he abierto mi corazón en muchos años. El único con el que me río, lloro, le cuento todo. El único que sabe cuidarme y calmarme. El único en el que confío a ciegas por que como dice Fito, no es que diga la verdad, es que nunca me ha mentido.
Y no lo dejamos por nada raro. Él fue un ejemplo de valentía y sinceridad al plantearme unas dudas más que razonables. Ni más ni menos. Y me dolió tanto perderle por lo feliz que era a su lado. Me sentí dolida y patalee porque me parecía injusto tener que dejarlo escapar. Pero jamás he hablado mal de él. Ni en el blog, por supuesto, ni fuera de él. Los que sois amigos en la vida real lo sabéis de sobra. Ni una mala palabra ha salido de mi boca porque no la hay.   

Ahora bien, sé que algunas de las cosas que nos separaron siguen ahí. Sé que hay una diferencia de edad importante, sé que él quiere irse fuera de España, sé que incluso antes de que eso ocurra, nos separan unos cientos de kilómetros. Lo sé todo. Y por eso es muy probable que no acabemos juntos para siempre forever and ever. Pero me la pela mucho. No creo en los planes de futuro, ya lo he dicho. No creo en el te lo juro vida mía. No creo en el estaré toda la vida esperándote. No creo en nada, porque la vida es como es y un día te levantas y te cae una maceta en la cabeza y se acabó el cuento. Todo puede pasar, todo puede cambiar, todo puede dar mil vueltas. Pero ahora, hoy, en este jodido momento, él se ha vuelto a poner en mi camino. Ha cambiado mi vida para mejor. Me ha dado un empujón que necesitaba como el aire. Me ha enseñado y demostrado muchas cosas. Me ha devuelto la ilusión, la alegría y la idea de que soy mejor de lo que yo misma suelo pensar. Me ha dado la sensación de que quererme no es tan difícil, que mi día a día no es tan desagradable. Y con eso ya me siento feliz y llena. Por eso y por todas esas cosas que él y yo sabemos, tiene un hueco muy grande en mi vida. Y puede quedarse en él hasta que le de la gana, se lo ha ganado a pulso. Porque hoy, ante mi niño chico no hay nadie. Y mañana… mañana será otro día. 

sábado, 3 de agosto de 2013

El NO viaje con Seis

Ay madre. Tengo tanto que contar y va a ser tan complicado explicarlo que creo que sería mejor huir haciendo la croqueta. Abandonar el blog, cambiar de nombre, de cara de casa y pegar la vuelta. Espera, me estoy liando.
Bueno, a ver.
Hace meses os dije que estaba muy apagada. Y notasteis que escribía menos y tal. Pues no lo quise contar, pero fue porque el Ross y yo empezamos a estar en una situación complicada. Bueno, complicada, complicada… no. En realidad es muy sencillo. Que él no quería estar conmigo y punto. Ahora lo veo claro. Él empezó a hacer toda clase de cosas que me hacían sentir mal. Y yo me harté de querer a alguien a lo gilipollas. Así que me quedé hecha polvo. Para colmo de las cosas absurdas que el Ross decidió hacer, una de ellas fue irse una semana de vacaciones con un ex rollete suyo. Conmigo no quería salir un fin de semana, pero con una tía que apenas conocía de nada, se iba una semana de viajecitos, hotelitos y su puta madre. Eso colmó mis límites. Así que yo hice otra cosa más absurda aún en una especie de escalada de gilipolleces: irme con Seis la misma semana para no verle pasearse con la tía en cuestión.
Francamente y como se pudo intuir en mi entrada anterior, no me apetecía mucho irme con Seis. Le quiero mucho, de verdad, pero es una persona complicada cuanto menos. Y unos días antes de viajar empezó a tocarme las narices. Pero yo seguía resignada. Al parecer, nadie me gana a gilipollas. Y tras los últimos meses con el Ross me había acostumbrado a la idea de que “lo normal” es que los tíos me traten mal. Así que estaba la noche de antes de irme de vacaciones totalmente aplastada, sintiendo que es normal que un chico al que adoras y le das todo se vaya de vacaciones con otra. Resignada a irte esa semana con alguien más raro que un perro verde que no es capaz de tener contigo un detalle y asumiendo que las cosas nunca serán distintas. Como si para mí no hubiera otra opción. Como si yo no mereciera algo mejor.
Pero el destino al final nos pone en nuestro camino aunque sea a hostias. Nos empecinamos en hacer cosas raras, complicadas, difíciles. Luchamos y luchamos con la esperanza de que algún día salgan bien. Y no vemos que a veces, todo es tan difícil porque no es para nosotros. Que lo que de verdad es nuestro, sale solo.
Cuando estábamos terminando de preparar el viaje, Seis me dijo que había decidido pasar noche en Sevilla para hacer el viaje en dos partes y que no se hiciera tan largo. Y yo pensé que era buena idea decírselo a mi ex. (Para los nuevos, el año pasado estuve seis meses saliendo con un chico sevillano encantador con el que lo dejé por razones normales, jamás me trató mal ni me engañó ni se fue de vacaciones con otra. Para más información, la etiqueta del niño chico). Al principio se lo dije por quedar bien, la verdad. Me parecía feo estar en su ciudad y que ni lo supiera. Pero no tenía intención alguna de verle. Lo que pasa es que nos pusimos a hablar. Y a hablar. Y nos tiramos tres días hablando. Y quedamos en vernos la noche que yo pasaba en tan maravillosa ciudad.
Esa noche con él empecé a pensar que llevaba un tiempo haciéndolo todo al revés. Si para mí es tan fácil reír como esa noche, si me sentía tan yo, tan natural, tan llena de vida, ¿Por qué hacía meses que no me sentía así ni un solo día?
A las cinco de la mañana me desperté empapada en sudor y con unos dolores mortales. Tuve un cólico de escándalo. Y mientras me retorcía ante la atónita mirada de Seis, llegué a la conclusión de que así no iba a ningún sitio. Ni Algarve ni pollas en vinagre. No me iba a ir enferma y jodida a un pais que no es el mío, donde no sé si hay médicos y no sé decir nada más que “gracias”. No me iba a ir a estar una semana en un país extraño donde iba a pasar más de ocho horas al día sola mientras mi amigo hacía surf.
Así que por la mañana, cuando recibí un mensaje del niño chico deseándome buen viaje le dije que me había puesto mala. Y antes de que pudiera explicarle nada más, su respuesta fue inmediata: “voy para allá”. Diablos. “VOY”. Qué gran palabra. Hacía meses que no la escuchaba sin mil excusas, preguntas y explicaciones de por medio. Un voy a tu lado incondicional. Le dije que buscara un hotel para que pasara ese día y que al día siguiente cuando me encontrara mejor, cogería un bus para volver a Madrid.
Vino a por mí a la otra punta de Sevilla. Me llevó a un hotel y me cuidó mucho ese día. Y me reí muchísimo. Y recordé por qué me gusta tanto Sevilla. Y decidimos quedarnos toda la semana juntos.
No tengo palabras para explicar qué giro ha pegado mi vida en unos pocos días. Ya no sólo porque el niño chico haya puesto mi vida del revés otra vez un año más tarde. Si no por cómo ha cambiado mi percepción de muchas cosas. Me he dado cuenta de que los últimos meses he hecho el gilipollas con el Ross. Cuando un chico te quiere no te deja tirada cuando le necesitas. No se va de vacaciones con otra. No le da igual verte llorar durante semanas. No pasa de ti cuando te ve pasándolo mal. No te deja sola en casa cuando le llamas llorando porque te has hecho una fisura en el tobillo y se queda viendo la tele en la suya, sin preguntarte si quiera como estás. NO. Eso no es así. Y ya está. Y yo he sido imbécil y lo he aguantado todo esto y más, pensando que nadie podría ni querría tratarme mejor. Pensando que nadie se daría cuenta de que por muy bruta que sea, a mí también me duelen las cosas, también necesito ayuda, también necesito cariño. Pensando que tenía que resignarme.
Y esto es en lo que mejor me ha venido esta maravillosa semana. Porque sí, lo he pasado muy bien. Me he reído hasta asombrarme de cómo suenan mis propias carcajadas. Me he enamorado un poco más aún de una de las ciudades más bonitas del mundo. He comido cazón en adobo, pinchitos de pollo, pan con salmorejo y jamón del güeno, montaditos y cosas ricas. He pasado calor y bebido tanto aquarius como para un equipo olímpico. He canturreado y gastado bromas. He paseado hasta hacer desaparecer mi celulitis. He hecho muchas cosas… pero sobre todo, me he dado cuenta de que no tengo que conformarme con migajas. Que si alguien me quiere, me lo demostrará. Que hay chicos que se cruzan una ciudad en coche a las nueve de la mañana para ir a buscarte aunque les digas que no pasa nada. Que hay chicos dispuestos a renunciar a sus planes por mí. Que hay chicos que cada día cuando te despiertas te dicen que eres un regalo. Que hay chicos que se alegran tanto de que vayas a buscarles a la parada del bus que te abrazan y te sonríen. Que hay chicos que te dicen que no les sobras ni un segundo y que cada vez que se dan la vuelta y te ven, son felices de que estés ahí. Que hay chicos que ven más allá de tus defectos, que les importa una mierda que seas más fuerte o más valiente que ellos y te cuidan, te protegen y te dan todo el cariño que otros creen que no necesitas o no mereces. Que hay chicos que te devuelven la vida cuando creías que empezaba a estar todo perdido.

Tooooootal… que mis vacaciones han sido mucho mejor de lo que podría haber soñado. Y poco a poco os contaré muchas más cosas, porque mi vida es así de sencilla. Muy fácil todo, oiga. Si no me busco yo aventuras para animar el blog, la vida me las da ella sola. Pero aquí no hay quien se aburra.