domingo, 24 de noviembre de 2013

Absurdos febriles

Dije que no me gusta noviembre. Que le tengo un poco de miedo. Con razón.
En lo que llevo de mes he tenido una semana de regla horrible, un primer resfriado, un problemilla intestinal y oh, sorpresa, un segundo resfriado corregido y aumentado. El resfriado 2.0.  Y estoy hasta las narices ya. Literalmente, porque tengo la nariz llena de heridas, pelada y dolorida. Me escuece, me pica y me paso el día con un pegote de crema untado para ver si se cura. Pero no, porque me tengo que sonar tanto, tantísimo que es un trabajo inútil. Total, que si ya de por sí mi nariz es fea, ahora mismo podría cambiarla por un pimiento morrón medio pocho y nadie notaría la diferencia.
Como además vivo sola y no quiero que mi madre se contagie de virus (y ella tampoco quiere, no nos engañemos), tengo que hacer cosas, sólo hago lo justito, a medio fuelle y tirando a mal. O sea, que la casa está sucia y desordenada hay pañuelos usados por todas partes y ropa encima de las sillas. Pero qué queréis, no puedo con mi cuerpo y he perdido la mitad de mi masa encefálica por la nariz y la otra mitad está encharcada en mocos. Así me pasa, claro.
El otro día por ejemplo fui a prepararme algo para cenar. Abrí el frigorífico, cogí una manzana del cajón de las frutas, la miré extrañada, la toqueteé, la volví a mirar y pensé “joder, vaya tomate más raro”. Os lo juro. Como no me convenció su aspecto, abrí el otro cajón donde guardo las verduras, cogí un tomate y pensé “este sí parece un tomate”. Sólo en ese momento me di cuenta de que lo primero era una manzana. A un pelo estuve de hacerme una tostada de manzana frotada con jamón. Así, a lo cocina innovadora.
Para colmo, no sé si por la carencia de oxígeno en mi cuerpo, si por el haberme reenganchado como una yonki al espray nasal o por qué, pero sueño cosas raras. A veces son pesadillas, como la otra noche que me desperté llorando y gritando porque habían atropellado a mi Ron. Como duerme encima mía, le abracé y le llené de besos ante su extrañada y molesta mirada de “¿qué coño quieres? ¿no ves que estaba durmiendo?”. Por suerte otras veces sueño cosas más agradables. A ver, agradables en el momento. Que luego lo pienso y es todo muy extraño. Pero en el momento me siento genial y me olvido de que cuando despierte seguramente me quiera morir del malestar, la congestión y todas esas cosas. Además hay ciertas personitas, ciertos lugares y ciertas épocas que siempre vuelven a mi cabeza en los malos momentos. No es de un modo consciente, pero se me aparecen en sueños. Y aunque sea sólo verlo de pasada en un mundo que no es real, me siento un poco mejor. Me devuelven a años más sencillos, más felices, en los que todo era mucho más fácil y no parecía tener consecuencias determinantes. Son como ese lugar feliz del que hablé una vez. Y aunque algunas de esas personas reales no tengan nada que ver con las que yo sueño, como los lugares ya no son lo que eran, ni las épocas pasadas vayan a volver, lo agradezco. Hacen más llevadero todo el mal rollo que tengo encima.
Por ejemplo esta noche he soñado que estaba en mi pueblo… o en un sitio que yo creía que era mi pueblo del sur, pero que no se parecía en nada. Y allí estaba yo, de fiesta en fiesta, como los viejos tiempos. Lo mejor de todo es que iba acompañada por los Backstreetboys. Así, como lo más normal del mundo. Que por cierto seguían siendo jóvenes como cuando yo los escuchaba, en plena adolescencia. Y diréis, qué hortera eres, maja. Pues no, si fuera por la música que escucho en la vida real, soñaría con los Creedence o con Darkness o con algún grupo setentero o rockero, pero yo también tengo un pasado. También fui adolescente y quise integrarme, jolines. Y lo mejor de lo mejor es que en mitad de la fiesta y de mis jaleos con los backstreetsupuñeteramadre aparecía una sonrisa socarrona del pasado. Una sonrisa de esas que me devuelven a los años mozos. Una sonrisa y unas palabras susurradas al oído en mitad de una multitud como antaño. Una sonrisa y unos ojos negros que me hacían despegar los pies del suelo. Eso casi compensa lo de los bacstreethoretras.

Total, que entre sueños raros dignos de volver loco a Freud, confusiones culinarias y narices peladas y enrojecidas va pasando el mes. Yo, conste, estoy hasta los cojones ya de invierno. Y no es invierno aún, pero me la pela. Si tengo que envolverme en mi batamanta eléctrica y salir a la calle como michelín, envuelta en mil capas debajo del plumas, es invierno. Y esto no es nada para lo que nos espera. No sé yo si sobreviviré o si tendré que hacer un testamento blogueril. Deseadme suerte. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

En la luna


En 1971 dos hombres viajaron a la Luna. Serían el quinto y el sexto en pisarla. Dejando de lado el prodigio en sí mismo del evento, ya antes lo habían conseguido otros. Por eso en este caso pudieron estar más tiempo y hacer algunos experimentos innovadores. Uno de ellos, Alan Shepard, cumplió uno de sus sueños jugando al golf en la superficie inerte y polvorienta de la Luna. El otro, Edgar Mitchell no hizo nada que se recuerde en una foto icónica. Sólo encontró un profundo sentido a la existencia. Tomó una consciencia cósmica del universo, del espacio, de la inmensidad de la vida. Recomiendo encarecidamente escuchar la entrevista que le hicieron en Milenio 3, el programa de radio de Iker Jiménez.
No voy a hablar sobre mi opinión al respecto de la carrera espacial ni de la NASA ni de los viajes espaciales porque sería largo y tedioso de explicar.  Pero a raíz de este detalle estuve pensando. Seguramente el tipo que jugó al golf ha pasado a la historia como un símbolo del triunfo humano sobre no sé muy bien qué. Ojo a cómo molamos que nos vamos a pegar con un palo a una pelota a la Luna. Mira qué bien. Y cumplió su sueño, pasándolo bomba seguramente haciendo esa gilipollez. El otro, un tipo raro, reflexivo, anduvo horas por una superficie que el mismo ha definido como inerte y de escaso interés, donde su trabajo era puramente mecánico. Pero tuvo revelaciones místicas que le han hecho nadar en contra de la corriente durante el resto de su vida. Recomiendo de nuevo investigar un poco sobre este curioso hombre.
Y es que hay dos tipos de personas. Las que hacen cosas guays y molonas, las que se hacen fotos memorables que enseñar a la gente y las que se empapan de lo intangible.
Yo, en mi humilde casa, en mi humilde barrio, en mi humilde sofá del Ikea que queda a muchos miles de kilómetros de la Luna, soy del segundo grupo. A veces me quedo embebida mirando la nada. A veces, en mitad de un viaje o de una fiesta atesoro en mi corazón las sensaciones, las palabras, los gestos, los pequeños detalles. A veces reflexiono sobre las mayores estupideces porque soy de vivir en mi interior, de tener un mundo más grande de piel para dentro que de imagen hacia fuera.
Por eso no hago muchas fotos, por eso no cuelgo mucha información mía en facebook o por eso no se ve cada pequeña cosa que hago. Porque no me hace falta. Que no haga una foto de cada cosa que como no significa que me muera de hambre. Que no haga una foto de cada vez que salgo a dar un paseo no significa que no me pierda por rincones preciosos. Que no me haga fotos con el niño chico, que no cuelgue cada beso que nos damos o que no le mencione cada día en twitter no significa que no le quiera, que no me divierta con él, que no tengamos una relación bonita. Que no saque a mis amigos a la palestra cada semana no significa que no salga con ellos, que no hablemos, que no quedemos, que no haya entre nosotros unos lazos irrompibles y verdaderos. Que no muestre constantemente mi vida a quien no le importa no significa que no la tenga.
Todo esto no es ningún alegato en contra de las fotos ni de las redes sociales. Yo agradezco muchísimo cuando en un viaje o una fiesta alguien hace fotos y luego me las pasa porque son un bello recuerdo. Pero hay momentos que aunque no tenga en formato jpg forman parte de mí y no iba a romperlos sólo para dejarlos impresos.
Por ejemplo, en el viaje a Granada de este verano que tan maravilloso fue, hubo una noche que me levanté al baño cuando los demás dormían. Debió ser la primera o segunda noche. Al volver a la cama, vi que por la ventana del salón se veía una Luna enorme y preciosa. Me asomé y me apoyé en el alféizar. El niño chico vino y me abrazó por detrás. No hay foto, no hay constancia, no hay nada. Pero en esos minutos mirando el cielo de verano tomé consciencia del momento en el que me encontraba, del lugar, la compañía y el instante mágico y efímero en el que estaba inmersa. Interioricé muy profundamente todo aquello y esa sensación me acompañará siempre.

No creo que haya mejores o peores formas de afrontar la vida. No creo que mi postura de ir por ahí como una esponja dispuesta a absorber sensaciones pseudomísticas sea un acierto o un error. No creo que haya verdades absolutas y yo cada vez lo que tengo son más dudas. Pero tengo claro que si fuera a la Luna, posiblemente lo último que hiciera sería jugar al golf. 

domingo, 17 de noviembre de 2013

gustos raros

Supongo que de todas las cosas subjetivas del mundo (que son la mayor parte) la más subjetiva de todas es la belleza. Hay gente que se supone que es súper guapa y a mí me horroriza y nos les tocaría ni con un palo. Ya hablé de ello una vez, al igual que hablé de los tipos raros que me gustan a rabiar. Soy bastante especial, qué queréis que os diga.
Y he vuelto a esta meditación sobre mis gustos rarunos porque después de unos cuantos años, me he reencontrado con una serie británica que me encanta, SKINS.
Me la consiguió el Niño Chico y me he visto las cuatro primeras temporadas en un par de semanas. Es una serie que me hurga un poco en las entrañas y me emociona profundamente, pero reconozco que no es una serie al uso, no es una de esas series made in USA a las que estamos acostumbrados. Y claro, eso resulta extraño, sobre todo al principio.
Y yo es que siempre he sido muy antiyanki, pero con los años reconozco que me voy radicalizando y cada vez me dan más por el culo sus películas, sus costumbres y sus historias que nos venden como la quinta maravilla del mundo. A veces tengo la sensación de que todo está calcado lo uno de lo otro, todas las películas se parecen, todas las series se parecen y desde luego, todas las personas se parecen. Y a mí eso no me gusta. Y sí, estoy generalizando. Sé que se hacen cosas buenas, pero la norma general me deja siempre el mismo sabor de boca.
Puede que yo sea un poco rara, pero me gustan las cosas con personalidad, con alma. Por eso me gustan los hombres que a pesar de no ser bellísimos tienen carácter, tienen algo especial en la mirada, en la sonrisa, en la forma de hablar. Por eso me gustan las películas diferentes y por eso me gusta esta serie.
Y sobre todo, por eso me gusta uno de sus personajes.
Los capítulos que he visto con el Niño siempre nos han llevado a la conversación de si los británicos son feos. Yo opino que no, que simplemente son diferentes a lo que estamos acostumbrados, a esas bellezas americanas que rozan la perfección, con sus facciones pulidas y sus dientes blancos y cuadrados perfectamente alineados, con sus pelos bien peinados y sus narices operadas. Esa belleza absurda y hueca, que ni es real, ni es natural ni es nada de nada. Los británicos se parecen a ese prototipo, pero no. No son tan perfectos, no están tan pulidos, todos tienen algo raro. Y eso es lo que me gusta.   
En el caso del personaje que me tiene enamorada es verdad que tiene los dientes descolocados y raros, es verdad que tiene la nariz en un ángulo raro y es verdad todo lo que quieras. Además lleva tatuajes feos, fuma y se peina con flequillito como un tonto. Bueno, pues me lo quedaba mil veces antes que ningún guaperas hollywoodiense. Soy rara, no sé si lo había dicho ya.




sábado, 9 de noviembre de 2013

Indignación de revista

Últimamente parezco mi amiga Quejica elevada a la enésima potencia, gruñendo por todo a todas horas. Pero es que esto no es normal. Al final voy a terminar siendo una feminista radical y ya veréis qué bien.
El caso es que la otra noche me aburría y me puse a ojear una revista de esas “femeninas”. A mí me llegan con un retraso temporal interesante añadido al retraso mental que de por sí tienen esas revistas. Y es que las compra una amiga de mi madre, que las lee y las comparte con su pareja, que es una versión rubia y regordeta de Mario Vaquerizo. Como nota al margen, reflexiono sobre que debe ser estupendo eso de estar casado con tu mejor amigo gay, pero yo reconozco que lo que me gusta son los hombres. Los gays me encantan para ser amigüitos y tal, pero para vivir y meterme en la cama, me gustan los hombres. Esos que no se planchan el pelo más que yo, ni hablan de sí mismos en femenino, ni van repartiendo piquitos y llamando “cari” y “chochi” a todo el mundo. En fin, cosas raras que tiene una, que le gustan los hombres que son y parecen hombres.
Decía que las revistas estas guays las compran la amiga de mi madre y su marida, las leen y las comentan y cuando mi madre y su amiga se ven, se las da. Luego las ojea mi madre. Y luego ya me las pasa. Y yo, francamente, las uso para ir al baño. Me gusta leer en el baño, qué pasa. Pero no cosas que realmente me interesen o me quedo encajada en la taza del váter y no salgo en todo el día. Tienen que ser cosas absurdas, que me entretengan un rato, pero el justo.
Sin embargo la otra noche estaba aburrida y me puse a ojear una con un poco más de atención de la habitual. En buena hora. Debería haberme metido palillos bajo las uñas para entretenerme con menos sufrimiento.
A parte de la apología del consumismo y el materialismo más absurdo y ridículo, tienen unos conceptos muy extraños de la belleza. No os voy a hablar demasiado de sus consejos de moda porque como ni entiendo ni me interesa, no sé si tienen razón o se sacan las cosas de la manga. Sé que no me gusta nada de lo que proponen y que desde luego, si alguien hace caso, irá por la calle hecho un fantoche. Luego decimos que si los ochenta fueron el colmo del ridículo con las hombreras y blablablá. Nos vamos a cagar dentro de diez años cuando las siguientes generaciones vean nuestras fotos. Pero vale, lo que sea, que se llevan los cuadros escoceses, los botines raros, los pantalones de pijama y los pelos alborotados. O sea, que si no tenéis dinero para ropa, no pasa nada. Podéis rebuscar en un cubo de basura o en vuestro cajón de la ropa de estar por casa y seguro que encontráis algo que valga. También se llevan cosas que no sé lo que son como los kitten heels o los vestidos boho o los estampados barrocos bizantinos. No os molestéis en explicármelo si acaso sabéis lo que son, de verdad. Me importa un carajo, sólo que es incómodo ojear una revista estúpida y encima enterarte de la mitad porque hablan en su propio idioma para memas obsesionadas con la imagen. Me siento como cuando las niñas guays del cole no me querían hablar en el recreo y se cuchicheaban cosas al oído e inventaban lenguajes para que yo no participara de sus cuchipandas.
En fin, tanto dan ahora mis traumas infantiles. El caso es que había una sección en la que hablaban de trucos para esconder defectos. Contando con que ponen de ejemplo a modelos, actrices y tal, no sé yo qué defectos pueden tener, pero vale. Aquí mi indignación crecía por momentos. Si la chica estaba delgada se leían cosas como, y cito textualmente: “sus contras son que usa una talla 34 y sus piernas son muy delgadas.” ¿Pero no se supone que ese es el canon de belleza que se busca? ¿Ahora hay que adelgazar para luego disimularlo o cómo va esto? Y otras lindezas como “tiene un culo pequeño, cintura imperceptible y poco pecho.” O “tiene una silueta rectilínea y los brazos delgados”. Pues eso es lo que potenciáis no es por nada. En todo caso, podría estar remotamente de acuerdo con estas críticas si no fuera porque una página después dicen de Rihanna “sus generosos muslos son su mayor defecto.” Y de Blanca Suárez que “tiene tripita y unos brazos generosos”. O sea, que si estás muy delgada malo y si estás delgada pero no enferma, malo también. Oiga, me expliquen qué es lo que hay que hacer para estar bien. Porque el colmo de los colmísimos es que dicen de Kate Upton “sus contras es que tiene una talla 95 de sujetador y poca cintura.” Tócate los cojones. Pero a dos manos. Ningún hombre en su sano juicio diría que eso es un contra. Ni siquiera Mario Vaquerizo o la marida de la amiga de mi madre. Nadie, nadie, nunca diría que una mujer con un pecho generoso (que no exagerado) y una cintura fina tiene mala figura. Y si lo dicen me ofenden.
Total, que llegado a este punto, me harté de la revista, escribí un par de tuits de lo más enfadada y me puse a comer chocomentas del lidl, que deben estar hechos con sangre de unicornio rosa, porque si no, no me explico que sean tan jodidamente deliciosos. Y unos bizcochos. Así, para que me expliquen luego qué ropa debo ponerme para disimular mis enorme muslos o mis horribles tobillos o mis tetas gordas o mis cojones en vinagre.

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jueves, 7 de noviembre de 2013

indignación menstrual

Vale, lo confieso, escribo esta entrada desde el dolor y en un mal momento. Mucho dolor. Y muy mal momento. Pero es lo que toca una vez al mes.
Os lo digo en serio, odio ser mujer. No me considero feminista por el mero hecho de que creo que ser mujer es horrible y absurdo y estúpido. No le veo las ventajas, no le veo el lado bueno. No le veo nada más que una especie de castigo que tengo que pagar con sangre, sudor y lágrimas literalmente. Y estará la que rápidamente me diga “pero las mujeres podemos dar a luz a nuestros hijos y blablablá”. Pero yo no quiero tener hijos y tengo el instinto maternal de una patata, así que ya se jodió la ventaja.
De todos modos aunque sea una mujer un tanto desnaturalizada, de vez en cuando me sale la vena feminista y me enfadan ciertas cosas.
Una de ellas es la publicidad. Me enfada que nos hagan pensar que necesitamos mantenernos jóvenes eternamente, que necesitamos potingues, cremas y ungüentos. El otro día vi un anuncio de un champú para mantener el pelo joven. WTF?? Qué pelo joven ni qué diablos. Ya es lo que me faltaba. Tenemos que estar delgadas, bellas, sin pelos en el cuerpo, sin arrugas, sin ojeras y ahora también tenemos que tener el pelo joven. Vaya presión absurda y alienante. Porque ya no es tener el pelo sano, bonito o brillante… es joven. Ojo al matiz.
Y el colmo de mi cabreo son los anuncios de compresas. A ver, señores publicistas, a ninguna (o casi ninguna) mujer nos gusta tener la regla. Dejen de vendernos que por llevar esta compresa nos van a dar ganas de montar a caballo o de salir a pegar saltos mortales. Porque NO es verdad. Es falso como el beso de Judas. La mayor parte nos pasamos esa semana doloridas, dobladas por la mitad, tratando de no morir en el intento. Y llevar una compresa es lo más asqueroso del mundo. Son como un puto pañal de plástico que se pega al culo, se nota con la ropa, cruje y molesta. La primera vez que me puse una me quise tirar por la ventana, así de claro. Y sobre todo, huelen. Ahora anuncian las compresas que quitan el olor. Y es un anuncio súper falso con tías vestidas con ropa impensable para llevar con compresa, haciendo pasitos de ballet y pasando el chichi por la cara a tíos, demostrando así que no huele. Y aunque esto suene un poco asqueroso, os lo digo bien claro: la regla huele fatal por culpa de las compresas. Porque para que sean blancas y bonitas, los materiales están tratados con cloro. Eso hace una reacción chunga con la sangre y apesta a mil demonios. A parte del hecho de que por mucho que te cambies, la sangre se queda acumulada en la compresa durante bastante tiempo. ¿Cómo no va a oler? Os lo digo yo que uso la copa menstrual: la sangre de la regla es totalmente estéril y NO HUELE a nada. Esa peste que todas conocemos es culpa de las compresas, no nuestra. Así que no nos vendan que ahora van a neutralizar nuestro olor para que nos sintamos limpias. ¡¡Es lo que me faltaba!! Yo ya estoy limpia, que una se lava todos los días. Y no necesito que se neutralice ningún repugnante olor que salga de mi cuerpo porque no es verdad que sea así. Que sólo les falta decir que nos metamos un ambientador de pino por el coño, joder. Así que para las mujeres que aún no conocen la copa menstrual, os lo repito: haced lo que queráis, pero que nadie os haga sentir sucias, que nadie os haga pensar que la culpa de que eso huela a rayos es vuestra. La regla es limpia y no huele. No se puede decir más claro.
Y estará quien me salga con los tampones. Los tampones son una solución comercial para todos estos engorros de las compresas, pero no son buenos ni saludables. Yo los usé durante años, entre otras cosas porque no conocía otro remedio. Y el ginecólogo me los prohibió absolutamente. El flujo de la menstruación tiene que salir. Y por mucho que absorba un tampón, efectivamente tapona como su nombre indica. Eso es malo, niñas. Además que la sangre de la regla no es ese fantástico liquidito azul de los anuncios. Es espesa y tiene cuajos. No es agradable decirlo, ni sentirlo, pero es lo que hay. Y eso los tampones NO lo pueden absorber, por lo que los coágulos se quedan dentro durante más tiempo.  A todo esto, añadimos de nuevo el problema del cloro. Al parecer las mujeres somos estúpidas (o los fabricantes piensan que lo somos) y queremos que nuestros productos de higiene sean blancos impolutos y huelan a frescor de montaña. Eso se consigue blanqueando el algodón y la celulosa con cloro. Y eso, niñas, también es malo. Los tampones causan una barbaridad de reacciones alérgicas por los compuestos químicos con los que han sido tratados y que se absorben a través de la vagina, lo que en casos extremos se conoce como el SST (síndrome de shock tóxico). Como son dosis muy pequeñas, la mayor parte ni los notan, pero hay mujeres, como una servidora que somos más sensibles y hemos sufrido terribles irritaciones en tan delicadas partes. Y no os lo recomiendo.  En todo caso, por muy bien que penséis que os funcionan los tampones, pensad en la cantidad de horas que ese producto potencialmente tóxico está en vuestro interior. Sin hablar de lo sumamente agresivo que es para las paredes vaginales el tirón de sacárselo…

Y diréis, ¿qué nos quiere vender esta chalada? Pues os juro que nada. Aunque deberían planteárselo porque les hago una publicidad impagable, los de las copas menstruales no me dan ni un céntimo. Y la mía me la tuve que comprar con mi dinerito. Ahora bien, ha sido la gran inversión de mi vida. Los treinta euros mejor gastados en muchos años. Qué felicidad, qué liberación y qué todo. Más bien que nada. Adiós alergias, adiós irritaciones, adiós incomodidades, adiós al puto olor que ahora me quieren vender que es mi culpa…
Total, que ya hablé de este tema hace tiempo y sé que me repito, pero es que me indigna. Es que, por poco feminista que seas, una se siente indignada de que te estén atacando a tu naturaleza constantemente. Que te digan que apestas y que eres guarra con cosas como “ahora el sistema que elimina tu olor” o “ahora te sentirás limpia”. Oiga, guarra igual era su puñetera madre. Me enfada, me enfada mucho.
Y como se puede deducir del post, la copa menstrual no quita el mal humor, ni los dolores, ni los altibajos emocionales, ni las ganas elevadas de matar. Pero aún así merece la pena. El resto, se puede arreglar con chocolate, culpando a los churris de todo y con un gato caliente sobre la tripa.

Y hasta aquí el naar-consejo y la naar-indignación de hoy. He dicho. Coño ya. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Noviembre y de todo un poco

No me gusta demasiado el mes de noviembre. Es frío, gris y lluvioso. Y a la gente le empieza a entrar la neura prenavideña mucho antes de tiempo. Lo único bueno es que hay días que puedo permitirme el lujo de no hacer nada y como hoy, ponerme ropa roñosa y llena de pelotillas, sentarme en el sofá al lado de la estufa y escribir. Si no tuviera más vida, el mes de noviembre yo podría escribir novelas rusas.
En los últimos días sin publicar no ha pasado gran cosa, parece que el niño neutraliza mi capacidad de atraer el absurdo y cuando está él, mi vida se convierte en algo normal. No hay locas que crean que voy a robarles a sus novios, no hay acosadores que salen de la nada… un gusto.
Tan tranquila me siento que hasta fui a la peluquería. Y eso es mucho decir contando con mis traumas respecto al pelo. La verdad es que al final no me hice ningún corte radical. Obviamente. No sé si alguien en algún momento pudo pensar que sí lo haría y me cortaría la melena. Porque ese momento NO ha llegado aún. De lo que sí me di cuenta es que mi trauma comenzó ya de mayor, porque de pequeña me gustaba el pelo corto. De hecho, cuando hice la comunión llevaba el pelo largísimo y estaba deseando hacerla para pegarme un tajo, porque mi madre no me dejaba antes. Y fue dicho y hecho, al poco de hacer la comunión fui a la peluquería y zas, melena al hombro. Y estaba súper contenta. Me veía estupenda y durante años no tuve ningún miedo a de vez en cuando meter tijera y dejarme el pelo por el hombro. Hasta que con los quince una peluquera del infierno me hizo un estropicio que tardé años en arreglar. Y desde ahí mi chungo mental que me obliga a llevarlo largo, largo como Rapunzel.
Y eso, que me corté un buen trozo porque lo tenía estropeadillo por las puntas, pero nada grave. Aún me toco las puntas por la espalda y poco me falta para que me llegue a la cintura. Que me la bufa que se lleven las medias melenas y blablablá. No os voy a decir por qué pelos me paso yo las modas, pero os podéis hacer una idea. El día que me de la gana ya me lo cortaré y punto.
Os cuento también que estoy rumiando un par de post sobre temas feministas, asunto un poco peliagudo en mí, pero me apetece bastante hablar de ellos, sólo que necesito ordenar las ideas claramente en mi cabeza para poder darles forma. Espero tenerlos para finales de esta semana.
Aprovecho ya que estoy para felicitar a Madarica, que cumplió 26 años el domingo y se merece todo lo mejor y mucho más. Estoy segura de que todo eso llegará para ella, pero cada cosa llega en su momento y hay que saber dejar que la vida fluya. 26 años son el principio y los pasos que está dando ahora estoy segura de que serán el comienzo de un buen camino.

Y poco más por el momento, noviembre es un mes raro y me asusta un poco, pero esperemos que este año sea mejor que otros anteriores.