jueves, 28 de enero de 2016

hasta el flequillo

Como os dije en el anterior post entre indignación e indignación, estoy pensando cortarme el flequillo. Lo del pelo en general lo llevo rumiando un tiempo, pero de momento paso. Me gustaría hacerme una melena media, como por debajo de las clavículas, pero voy a esperar al menos hasta después de la boda de Bombita porque quiero hacerme un peinado concreto para el que necesito mi pelazo.
El asunto ahora se centra en flequillo sí o flequillo no.
Yo soy muy pro-flequillo. De toda la vida. De hecho, cuando hice la comunión, lo primero que hice después fue ir a la peluquería, cortarme el pelo a la mitad (de la cintura a por debajo de los hombros) y sacarme flequillo. Y qué feliz y bella me veía yo con mi flequillo. Lo llevé ininterrumpidamente hasta los catorce. Pasando por la vergonzosa moda del flequillo rulero, ese ahuecado y redondo que se conseguía a golpe de cepillo, secador y laca, mucha laca, propio de la infame moda de los noventa. Luego pasé la crisis de los 15, donde me hicieron un corte horrible, me aparté el flequillo y estuve más fea que un tiro de mierda durante los siguientes años.
A los 20 me dio por los flequillos de lado, desfilados, a trasquilones y más o menos largos. Y me duraron con sus leves variaciones hasta los 27 o 28, que me separé, me dio la neura y no me corté el pelo en un año entero.
Luego en el 2012 me volvió a dar el siroco y me lo corté recto, hacia delante, muy espeso, monísimo. Me quedaba ideal, pero es un coñazo mantenerlo. Cada dos semanas me lo tengo que recortar porque se me mete en los ojos, se me enreda con las pestañas, me molesta con las gafas... que al principio me mola muchísimo pero luego me voy cansando de los problemas. Así que lo dejé crecer. Luego lo corté otra vez recto. Luego de lado. Luego largo. Y luego de lado. Así, en bucle.
La primavera pasada lo volví a cortar recto, cuando creció un poco, de lado y desde el verano me lo he dejado crecer. Ahora no hay flequillo ninguno, esos pelos más cortos ya me llegan para meterlos en la coleta o detrás de la oreja y casi se confunden con las capas. Y ya me he aburrido. Que no es que me quede mal, pero no me convence. Me estresa tanta cara al aire. Y nadie me entiende cuando digo esto. Pero yo sé a lo que me refiero.

Total, que ando bastante convencida de cortármelo de nuevo, pero por si acaso, quise recabar opiniones, así en plan sondeo electoral.

  • Ross, ¿qué te parece si me corto el flequillos?
  • Bien.
  • ¿Y si no me lo corto?
  • Bien.
  • ¿Y si me lo tiño de verde?
  • Bien, claro.
  • ¿Y si compro plutonio por internet y me ayudas a hacer una bomba atómica?
  • Sí, claro.
  • Ross, no me estás escuchando.
  • Claro que sí.
  • ¿Qué te he dicho?
  • Que te vas a cortar el pelo y que si te ayudo a comprar no sé qué por internet. Es que me hablas de cosas dispersas.

Probé con mi madre, que tampoco es un referente de coherencia, pero al menos me suele escuchar un poco más. Así que aproveché la otra mañana en el despacho mientras ordenábamos unas carpetas.

  • Mamá, estoy pensando en...
  • Mal empezamos, ¿qué majadería se te ha ocurrido ahora?
  • Comprar plutonio por internet para hacer una bomba atómica.
  • Ah, tampoco es la peor de tus ideas.
  • Mamá, escucha, que lo que estoy pensado es en cortarme el flequillo.
  • Ah, bien.
  • ¿Pero me lo hago? ¿recto o de lado? ¿O ya que estoy en este punto lo dejo y sigo sin flequillo?
  • Ehhhh... bien.
  • Genial, otra que no me escucha. Mamá, que quiero tu opinión.
  • Tú estás guapa de todas formas.
  • Ya, pero...
  • Nena, tú sabes ¿cómo se instala el programa ese de escribir en el ordenador? El de la hoja blanca.
  • ¿Word?
  • Lo que sea, el ordenador nuevo no lo tiene. Dile al Ross que baje y me lo mire.


Volví a la carga con el Ross.

  • Nene, lo que te decía el otro día del flequillo... - puedo ver en sus ojos como desconecta y su alma se va de paseo astral. - ¿A ti te gusta cómo me queda?
  • Sí, estás guapa.
  • No digo ahora, digo con el flequillo corto.
  • También estás guapa.
  • Ross, no es una pregunta trampa, de verdad quiero saber lo que opinas. Te gusto más con flequillo, sin él o con el que llevo a veces de lado.
  • … - mirada de vaca que ve pasar el tren
  • Y tu respuesta es...
  • Sí.
  • ¿Sí? - digo indignada - ¿Cómo que “sí”?
  • Ehhhh ¿No? Sí, ¿no?
  • Oye, que bajes a instalar el office al ordenador nuevo de mi madre.


Nunca le he visto darse más prisa para cumplir un recado.


Total, que como nadie me hace casito y nadie entiende lo que sufro yo en esta vida con estas cosas tan serias, recurro a vosotras a ver. ¿Partidarias del flequillo? ¿Detractoras? ¿Experiencias al respecto?

POR FABOR, HALLUDA. JRACIAS DE ANTEBRASO.

martes, 26 de enero de 2016

Indignación cuñada de cero sesenta

Una cosa que me sienta bastante mal hoy en día es la superioridad moral de algunos que parecen cabalgar sobre el bien y el mal y poseer la verdad absoluta de todas las cosas. Esos que hagas lo que hagas, te van a tachar de algo, juzgándote desde los altares de su perfección. En twitter por ejemplo la gente no para de poner verdes a sus cuñados. Que no sabía yo que a todo el mundo le toca un cuñado sabelotodo por norma, de verdad que no me salen las cuentas. Porque esos que se quejan, no sé si saben que son los cuñados de sus cuñados, o sea, que o todo el mundo es un sabelotodo-metomeentodo o me falta gente. O lo mismo los cuñados pesados a su vez tienen otro cuñado aún más cuñado y así se va creando un cuñadismo exponencial que no sé por dónde puede estallar. Por otro lado, como el Ross y yo somos hijos únicos imagino que nos asignarán un cuñado de oficio para Navidades y celebraciones familiares varias.
Ayer se me removió este tema por una canción de mierda que pone a veces el Ross para sacarme de quicio cuando encima tengo las hormonas por las nubes. El grupo de intelectuales que forman esta bella composición y otras tantas, se llaman Ojete Calor y son los mismos mongolos de Muchachada Nui y semejantes. Ya he explicado muchas veces mi rechazo por ellos, así que no me voy a recrear en el tema. Pero la canción me cabrea. Todo son frases de cerosesenta (cutres y barateras, vaya), pero al parecer ellos están exentos de todas, ellos son la hostia. Todo es mierda menos lo suyo, que es arte, humor inteligente y guay-chachi-molongui. Ay, mira, lo que sea. Que me caliento sola porque reconozco que les tengo manía. Al del bigote sobre todo.
Y la otra cosa de superioridad moral que me toca los cojones hoy en día es cuando la gente te dice “ay, qué problemas hay en el primer mundo, ¿eh?” así con una total condescendencia, como si ellos salvaran el mundo a diario ante mi impasividad. Pues mira, sí, comparados con los que tienen en Somalia o en Siria seguramente mis problemas sean una mierda. Igual que los tuyos, por cierto, que aquí penurias de verdad pasan muy poquitos. Es cierto que no trabajo en una mina, no me sobrevuelan las balas cada día, no tengo que caminar kilómetros para encontrar un poco de agua potable, no tengo que repartir un puñado de arroz entre mis cuatro hijos desnutridos. Es verdad. ¿Y qué quieres que haga? ¿Es que acaso como hay gente que está mucho peor que yo ya no me puedo quejar? ¿Puedo quejarme delante de los que están mejor? Que yo soy muchas cosas, pero no una insensible ni una superficial. Que yo hay días que no veo el telediario porque se me atraganta la comida con las lágrimas, que me hice trabajadora social por algo, que me duele el alma con las cosas que pasan, que los animales me conmueven tantísimo que sufro como una imbécil si veo una paloma atropellada. Que yo dono, colaboro y soy muy consciente de lo que pasa más allá de nuestro mundo acomodado. Pero eso no quita que no pueda quejarme porque no encuentro las zapatillas que me gustan de mi talla, porque los vaqueros que he visto rebajados no me quedan bien o que diga que tengo un cacao mental porque no sé si cortarme el flequillo o no. Que son problemas absurdos, ya lo sé, ¿pero qué hago? ¿me fustigo por no tener problemas peores? Que por cierto también los tengo, pero no gano nada por publicarlos por ahí o por estar todo el día amargándome y dándoles vueltas. Que a veces prefiero pensar en cosas superficiales y absurdas, decir cosas no trascendentales y tirar de tópicos porque no quiero meterme en polémicas o dar explicaciones a todo petete que se me cruce en el camino. ¿Me convierte eso en cuñada, en parafraseadora de cerosesenta, en imbécil o en insensible? Pues mira, igual sí, porque me la pela mucho.


Y ahora me voy a mirar fotos de cortes de pelo a ver si me decido a meter tijera o no. Coño ya.  

viernes, 22 de enero de 2016

El amor frustrado y spameado

La otra noche mientras el Ross roncaba en la cama y Ron se había montado un nido con su manta entre mis piernas, yo, tirada en el sofá, curioseaba por internet. Al principio de vivir juntos, traté de ser buena mujercita y acostarme con mi maridito, pero a la segunda semana estaba muy de los nerviecitos porque yo no puedo acostarme a las 12 de la noche. Es superior a mis fuerzas. Así que le doy muchos besitos de buenas noches y me quedo tan fresca leyendo y escribiendo. Los dos somos más felices así porque mi estado de ánimo es francamente mejor que si tengo que pasarme cuatro horas dando vueltas en la cama sin dormir.
Decía que estaba mirando cosas sin importancia cuando me llegó un correo. En inglés. Mi profe de la lengua de Shakespeare siempre nos insiste en que hablemos y leamos todo lo que podamos porque nos ayudará a mejorar rápido. Y bueno, hasta que estrenen Juego de Tronos y me ponga a recitar juramentos como una loca de la pradera, algo hay que hacer. Así que lo abrí. Y era un oficial de la marina de los USA que quería entablar relación de amistad conmigo. Oiiiiiigggghhh... un oficial de la marinaaaa... con su uniforme blanco y su gorra y esas cosas tan monaaaaas... qué bieeeeeen. Igual es un oficial y caballero o algo de eso. Y a ver, que sí, que yo quiero al Ross y tal, pero un oficial de los USA, es un oficial de los USA y no se le puede hacer un feo. Que además igual sabe secretos de estado o cosas de esas de la CIA o qué pasó con el caso Roosvelt o quién mató a Kennedy. Que los americanos son muy interesantes. Y hablan inglés. Sí. Eso. Que se me olvidaba el tema del inglés.
El caso es que me leo el correo. Hola, qué tal te va todo espero que bien, yo soy un oficial de la USA que quiero entablar amistad sincera y profunda, blablá. Qué orgullosa estoy de mi inglés, madre mía, qué bien le entiendo, ¡lo nuestro va viento en popa! Me gusta nadar y cocinar (esto está bien, tendrá anchas espaldas de nadar y hará barbacoas sin camiseta de esas que hacen los yankis, porque a ver qué otra cosa sabe cocinar esta gente). Puedes escribirme a mi correo personal y podremos intercambiar fotos para conocernos mejor. Fotos, qué bien. Seguro que es rubio y alto y guapo. Así en plan fornido con sus anchas espaldas, su pelito corto, sus ojos azules como el mar y el uniforme, sobre todo el uniforme. Qué mono él. Y hablando inglés, ojo.
Entonces veo su correo y su firma al lado... “Mery Beth”. ¿Cómo que Mery Suputamadreteníauncorderito? Así que es una tía. Bah, fijo que es fea y machuna. Que le gusta nadar, dice. O sea, que tiene unas espaldas dignas de cargar sacos de papas. Y que le gusta cocinar. Mira, hermosa, a mí me enseñó mi bisabuela a guisar, no me ganas tú ni haciendo bocadillos. Además, veo más abajo que es soldado. ¿¿Soldado?? O sea, pringada. Esta no sabe secretos de inteligencia ni nada. Cuando era un hombre yo imaginaba un oficial todo chulo, de rango alto y con uniforme impecable. Soldado suena a uniforme verde caqui lleno de mierda y a botas feas. Suena a gente que repta por el suelo y que se pringa de barro. Mira, Mery Beth, que no me interesas. Que seguro que no hablas inglés en condiciones. Vete a cantarle lo del corderito a otro pastor.

Bromas a parte, me pregunto por qué siempre los correos de spam en los que alguien está deseoso de conocer amigos la interfecta es una mujer. ¿Es que los hombres están tan desesperados que pican? ¿Es que las mujeres no tenemos fantasías con rusos de familias ricas que quieren que gestionemos sus millones o con marines que nos dejen ponernos sus gorras a lo final de peli romántica? ¿No es esto un caso de micromachismo de ese? ¡¡Exijo mi correo spam con hombres ardorosos de exóticos países y extrañas lenguas que quieran ser mis amigos o entregarse a mis sucias pasiones!!


En fin, por suerte el Ross es alto, rubio, tiene los ojos verdes y la espalda bien hermosa de jugador de rugby. Ahora sólo tengo que encontrarle el uniforme molón. Y hacer que deje de roncar, ya de paso.

miércoles, 20 de enero de 2016

Corolario

Parece que mi último post os ha tocado la fibra. Supongo que en parte todos nos hemos sentido desplazados en algún momento, nos han tratado mal o nos han hecho sentir marcianos.
Por si os sirve de algo, como ya he dicho en los comentarios, en cuanto salí por la puerta del colegio, dije adiós para siempre a toda la panda de mamarrachos. Recuerdo el día de la fiesta de despedida que una de las más guays e hijas de puta de mi clase, que me odiaba desde pequeñas porque le gustaba un chico al que le gustaba yo, me vino de buenas. Me dijo que ya había pasado todo y que podíamos ser amigas. Le sonreí, me acerqué a ella y le dije, muy bajito y con mi mejor sonrisa de psicópata que si nos encontrábamos por la calle, se cambiara de acera. Obviamente, no me volvió a saludar.
Con esto quiero deciros que sí, lo pasé mal, que hubo rachas que lloré y pataleé en mi casa, que hubo momentos en los que pedí que me cambiaran de clase porque curiosamente, con las chicas del B y el A me llevaba bien. Que hubo años enteros que me pasé los recreos sola, leyendo o hablando con las profesoras. Que sí, que fue chungo. Pero no tengo trauma. Siempre fui de carácter fuerte y no me afectaba tanto como pudiera parecer. Y desde que a los nueve años descubrí el Pueblodelsur, me dio más igual todavía. Además también tuve a esos pocos amigos con los que pasé buenos ratos. En las excursiones me juntaba con los de las otras clases. Y nunca tuve miedo. Les plantaba cara y nunca llegó la cosa a mayores porque al no achantarme, les dejaba sin armas. De pequeños sí nos cascamos más de una vez, pero nada serio. Y de más mayorcitos, pues nada, pelotera va, pelotera viene y santas pascuas. Yo sabía que aquello acabaría más pronto que tarde y los nuevos proyectos me ilusionan, así que a pesar del miedo normal, llegué al instituto con ganas de cambiar de vida. Y lo hice. Allí conocí amigos, lo pasé en grande, me apunté a un bombardeo, empecé a salir, a divertirme y a ver lo que siempre sospeché, que no era mi culpa. Que había sido mala suerte por estar rodeada de imbéciles. Así que, aunque aún me lleven los demonios cuando me acuerdo de ciertas cosas, es una parte de mi pasado más remoto del que no me acuerdo apenas.
Y, no nos engañemos, yo era una niña muy rara. De lo que más se me acusaba siempre en mi colegio era de ser diferente. Me lo decían como algo ofensivo. ¿Por qué tienes que hacerlo todo diferente? ¿Por qué te gustan/lees/escuchas música/haces siempre todo distinto a nosotros? Pues porque no soy como vosotros. Y recuerdo que me llenaba de una extraña satisfacción. Porque les veía y me parecían tan vulgares, tan comunes, tan simples, que me alegraba que no me vieran como una más. Así que me regodeaba en mi rareza. A ellos les reventaba que encima estuviera orgullosa. Yo me sentía Galileo diciendo “y sin embargo se mueve” (sea o no cierta esa anécdota histórica, el caso es el sentimiento).
Así que, enfados a parte, me enseñó más de lo que me traumatizó el asunto. Aprendí a ser fuerte, a crecerme ante la adversidad, a gustarme a pesar de las críticas y a que me resbalase la opinión ajena. Aprendí que el entorno es sólo un contexto que se puede cambiar y que no determina lo que eres. Aprendí que saldría adelante fueran como fueran las circunstancias. Y sobre todo, aprendí que todo se pasa y que nada está escrito, que todo puede cambiar, sobre todo a mejor.


Y ya que me he acordado de cosas que tenía olvidadas, igual un día os cuento mis momentos estelares, como cuando inmovilicé al chulito de clase contra el suelo, cuando gané el concurso de relatos o cuando lié un motín en clase y una monja me apodó como la manipuladora de mentes.

lunes, 18 de enero de 2016

La pataleta por facebook

A veces creo que el infierno es un lugar en el que estás obligado a estar conectado a facebook constantemente, pero todos tus contactos son gente que odias.
Yo muchas veces ya he expresado mi poca simpatía por esta red social. ¿Por qué la tengo entonces? Pues por un tema práctico. Hay gente que antes tenía blog pero ya no, gente que vive lejos, gente que aprecio, gente a la que no quiero perder de vista. Y sí, wasap, el teléfono, blablá. Que al final nunca sacas tiempo y no lo haces. Así que tengo facebook para esas personas. Lo que pasa es que luego se te van colando individuos de diversas especies. Yo soy selectiva de la hostia para aceptar amigos. Nadie que no conozca, nadie con quien no me pueda parar a hablar si nos encontramos, nadie que me caiga mal, nadie que pueda tocarme la narices. Y aún así, de los que tengo, muchos tienen el acceso a mi información restringido, o sea, que se creen que somos amigos, pero no. Y aún los que tienen acceso a todo, pueden decir que publico poquísimo, que apenas comento nada y que no dejo que se me etiquete en cosas raras.
Bueno, pues a pesar de todas estas precauciones siempre llega un gilipollas y te amarga el día.
Muchas veces he contado también que fui muy infeliz en el colegio al que fui de pequeña (ejemplos aquí y aquí). Las monjas eran por lo general súper majas, el nivel académico era bueno, yo era buena estudiante (no brillante, pero sí buena) y la verdad es que hubiera tenido pocas quejas de no ser porque mi clase estaba llena de gilipollas. Así de duro. 40 niños y 35 gilipollas profundos. Lo bueno es que esto empezó a darme una idea de lo que era el mundo real y a partir de ahí casi siempre me sorprendo gratamente. De los cinco que no éramos subnormales, tengo una amiga, un chaval al que me hace ilusión encontrarme de vez en cuando y un par de ellos que ni fu ni fa pero bueno, hola y adiós si se diera el caso. Los otros 35 restantes por mí se pueden ir a la mierda en barca y naufragar.
No voy a insistir en contar las perrerías que me hicieron, los 10 años de mierdas, de acoso, de ser siempre el blanco de sus burlas, sus bromas y sus tonterías. Ya lo he contado en otras ocasiones y lo mismo me da a estas alturas. Pero no les perdono. Si no fuera porque tengo un carácter totalmente inquebrantable, me hubieran hundido. Y fueron 10 años. Que se dice pronto.
Bueno, pues el otro día uno de los tres que tengo aceptados en facebook comparte una foto que a su vez ha colgado una monja del colegio en la página oficial donde salimos todos en 4º de EGB. Y me llevan los demonios una vez más. Porque me jode que se pongan fotos mías sin mi consentimiento, porque me cabrea ver la cara de tristeza que tengo, porque me revienta ver los comentarios de las que eran guays de turno diciendo lo felices que éramos y los buenos recuerdos que les trae. Hijas de puta.
Total, que me reposeo por los siete infiernos y pongo un comentario de lo más moderado para mi estado de cabreo y digo que no me parece bien que se publiquen fotos de menores (o lo que fueron menores en ese momento) y más sin el consentimiento de esas personas. Y aquí viene lo más indignante del asunto, ¡¡¡va la monja y lo borra!!! No borra los comentarios chupaculos de lo happyflower que eran los demás, borra el mío porque no le gusta. Me cago en la leche puta que han mamado todos, incluída esa monja a la que por cierto no recuerdo. Yo quiero mi derecho a la pataleta y a decir que no me gusta. Quiero mi libertad de expresión que durante esos 10 años tantos enemigo me trajo. Quiero decir que no fui feliz, que me putearon y que nadie dio importancia a mis quejas. Quiero decir que no me trae buenos recuerdos, que me amargaron la infancia. Quiero decirlo y quiero que no me lo borre nadie, sea quien sea.
En fin, una vez pasado el trance del mosqueo paso un poco a la indiferencia. Son todos unos tristes que echan de menos el colegio porque no han vuelto a hacer nada de importancia en su vida desde que preparaban el baile en el recreo para que los chicos las mirasen. Por eso lo echan de menos, porque después de aquello no han vuelto a ser guays en su puta vida. Porque son una panda de chonis y canis con veinte hijos sin oficio ni beneficio. Y la monja publicadora de fotos quiero pensar que no lo ha hecho con mala intención. Que realmente quería dar a quien lo pide un recuerdo de su infancia. Y que borró mi comentario porque prima el buenrollismo por encima de la verdad, cosa que no me sorprende habiendo conocido ese colegio desde dentro.

Así que mira, vuelvo a mi estado de pasotismo. Eso sí, todo aquel que estudió en ese colegio menos la única amiga que tengo, bloqueados de facebook. Y a tomar por el culo. Panda de anormales de los cojones.  

jueves, 14 de enero de 2016

El ginecólogo de los ovnis

El otro día me tocó ir al ginecólogo. Los médicos se empeñan en que les visitemos regularmente para luego ponernos su cara de mierda cuando les contamos lo mismo otra vez. Yo de verdad que no lo entiendo. Y es que todos los años me citan para verme los quistes de los pechos que por cierto son los mismos desde que me salieron las tetas. Por suerte esta vez me han dicho que si no noto nada raro, vuelva en dos o tres años porque todo está perfectamente.
El caso es que la noche anterior conseguí dormir dos horas, así que no iba de especial ben humor. Primero me desvelé leyendo. Bueno, no me desvelé, es que se me fue el tiempo y no sabía qué hora era. Luego me dolía el cuello y no encontraba postura. Y cuando al fin estaba a gusto, Ron decidió liarla parda. Y es que el cabroncete ha aprendido a abrir la puerta de la cocina. Hace un montón de ruido, pero la abre, que es su objetivo. Y es un peligro, porque para Ron cualquier cosa es comestible. ¿Restos de mayonesa de la cena pegados en el plato y mezclados con jabón que ha caído en el fregadero? Rico. ¿Papel de periódico con las pieles de la fruta encima? Rico. Un cuchillo que corta como su puta madre con un posible resto de algo? Riquísimo.
Total, que a las cinco y media de la mañana estaba más cabreada que una mona repartiendo azotes y haciendo guardia ante la cocina como una gilipollas. A las siente estaba mirando el vacío sentada en sofá. A las ocho estaba mirando el vacío sentada en el sofá y cuestionándome el sentido de mi vida. A las nueve, yendo al autobús en medio de una ventisca. Y a las diez estaba mirando el vacío sentada en la consulta preguntándome si sería capaz de reconocer mi nombre cuando me llamaran.
Por suerte no se demoró mucho el tema y cuando entré en la salita me encontré con Santiago Vázquez. Al menos me iba a toquetear un friki de los ovnis, que siempre da una tranquilidad.
Luego lo de siempre, enséñeme las peras. Y yo ahí, en pelotas tratando de imaginar que estoy en el caribe. Mejunje pringoso, rodillo, blablá.
Lo más sorprendente de todo es que Santiago Vázquez es increíblemente cuidadoso. No como los brutos de otras veces o las impertinentes de las últimas experiencias. Nada de daño, nada de estiramientos pezoniles. Al contrario, una disculpa.

  • Perdona, imagino que con el anillo vaginal se te pondrán las mamas sensibles y quizás te moleste la exploración, estoy tratando de tener cuidado.
  • Ehhhh... no, tranquilo, está bien.
  • ¿Te da problemas el pezón invertido o es así de siempre?
  • De toda la vida. Mi bisabuela los tenía así, al parecer fue parte de la herencia.
  • Entonces bien.

Me dió papelitos para que me limpiara y me pidió que me vistiera. Me senté ante su mesa esperando las mierdas de que me estoy quedando estéril y todo el rollo. El buen hombre se dió cuenta de que al estar con el anillo era evidente que no buscaba un embarazo y me preguntó si las hormonas me sentaban bien. Le dije que no mucho, pero le conté mis problemas con los sangrados y las puertas del ascensor del Resplandor. Me sonrió.

  • Hay personas que no toleran bien los tratamientos hormonales, pero no puedo hacer más por ti, lo siento. Sé que es un incordio los problemas derivados de tus patologías, que lo pasarás mal y que afectará a tu vida, pero...
  • Ajo y agua.
  • Ojalá pudiera decirte otra cosa.


Dios mío, cásese conmigo doctor experto en tetas, ovnis y cosas paranormales, le amo. Ojalá me toque siempre este tío. De verdad. Ojalá no más pellizcos en los pezones, no más preguntas estúpidas, no más “o tienes hijos ahora o lo mismo ya no puedes”, no más respuestas condescendientes y absurdas cuando les digo que no quiero ser madre. Ojalá no más impertinencias, no más estrujamientos, no más preocupaciones de las necesarias. Ojalá más médicos tranquilos, empáticos, sinceros y cuidadosos. Ojalá más Santiagos Vázquez por el mundo.

martes, 12 de enero de 2016

Despedida a la francesa

Ya que estamos, os cuento la segunda parte de la historia.
La verdad es que me gusta ser educada. Tengo carácter y no soy de las que hacen esfuerzos por caer bien, pero mi madre se afanó mucho en inculcarme valores y ya que puso tanto empeño, pues trato de hacer las cosas bien.
Lo he dicho muchas veces, no me gusta quien se escuda en la sinceridad para ser un borde, un desagradable, un bocachancla o directamente, un impertinente. Tampoco me gusta la gente que se esfuerza tanto en caer bien, en ser simpática o en agradar a todo el mundo que termina resultando empachosa. Yo soy muy honesta, pero estoy bien educada, así de sencillo.
Lo que es verdad es que nunca me ha importado demasiado lo que los demás piensen de mí. Y no lo digo con la boca pequeña, es totalmente cierto. Hay veces que me duele un comentario o que algo me sienta mal, pero por lo general, no me afecta a niveles muy internos. Y desde luego, de los desconocidos, de la gente ajena a mi círculo o directamente de los que intuyo que sólo les gusta criticar, paso como de comer mierda. ¿Que no te gusto, que no estás de acuerdo conmigo, que no compartes mi forma de vida? Pues mira qué bien. Es que me la pela, en serio. Y no me explico quien realmente se hunde o se siente herido. ¿Pero qué más da? Si tú estás seguro, ¿qué importa lo que digan los demás? ¡¡Que da igual!!
Todo este preámbulo viene porque me he ido del grupo de wasap de la despedida en cuestión. Y además con despedida a la francesa. Sin decir ni este emoticono es mío. Salir del grupo, directamente. A pastar, hermosas.
Y es que esta mañana la pesada de la mandamás del grupo ha puesto la fecha y el destino definitivos. La fecha me viene como el culo y el destino como ya os dije es el lugar de residencia del Desequilibrado al que puede visitar la Parca antes que yo. Y la pava pone textualmente “para las que lo estamos organizando es mejor que se quede en el grupo quien vaya a venir para poder usar bien la lista, quien tenga dudas que se vaya y si acaso ya se volverá a meter”. A ver, mongola, que eres mongola, ¿cómo me voy a meter si nadie tiene mi teléfono más que la novia? ¿Si al final me quisiera apuntar a quién cojones me dirijo? Total, que para aguantar gilipolleces, pues me he ido. A mí no me echáis, me voy yo. Muy dignamente, hala. Así con la nariz hacia arriba, altivamente.
Luego lo he pensado, que igual les sentaba mal que no dijera el consabido “ay, chicas, lo siento, no puedo, blablablá, espero que lo paséis genial aunque no os conozco y en realidad me importa una mierda que os la pique un pollo.” Pero lo he seguido pensando... ¿Y a mí qué cojones me importa lo que piensen? ¿Son mis amigas? ¿He hecho algo malo? ¿He ofendido a alguien? ¿Soy yo la que se ha puesto borde “invitando” a salir a todo el mundo que no me interesa? ¿Acaso en la boda voy a tener que entablar profundas conversaciones con ellas? NO. No a todo. Pues anda a cagar a la vía.

Que nunca me ha importado mucho la opinión ajena, pero desde que pasé de los 30 me he puesto el mundo por montera y cada vez me la sopla más todo. Así que adiós grupo, un problema menos. Qué resolutivo está resultando el 2016, oye.

domingo, 10 de enero de 2016

Despedidas de soltera, grupos de wasap y multitudes en general.

No me gustan las despedidas de soltera. Así os lo digo, alto y claro. No me gustan. Me parece una horterada en el mejor de los casos. Al menos con el planteamiento que se hacen ahora la mayor parte de las veces.
A ver, que puedo entender que te juntes con tus amigos antes de casarte y hagas algo. Pero yo que soy de naturaleza siesa y tirando a simplona, me parece que hoy en día lo hemos complicado más de la cuenta. Que con unas cañas, un día de barbacoa o algo así te lo pasas igual de bien y no hace falta montar un pifostio del quince.
Pero no. Ahora hay que hacer un viaje, juntar a chorromil personas que no se conocen entre sí y dar una sorpresa a la novia y no sé cuantas cosas más. Y con un poco de suerte, ponerse pollas en la cabeza o disfraces de conejita de playboy.
Cuando se han casado mis amigas del pueblo las cosas han sido más sencillas. Cuando se casó Amigamayor nos juntamos todas en la casa de una que estaba vacía. Tomamos unas copas en el pueblo y luego nos fuimos a esta casa a comer tortitas y a dormir todas juntas. Cuando se casó Amigaguapa nos juntamos las cuatro íntimas y comimos en un sitio guay, tomamos café y pasamos la noche juntas en casa de Amigamayor a bañarnos en su piscina y estar hasta las mil y monas hablando. Y cuando se casó Amigachica pues nos fuimos a la playa a pasar el finde las cuatro íntimas con maridos y parejas, cosa que se hacía relativamente a menudo. O sea, que hubo algo de fiestecilla pero sin liarla parda.
Ahora me he visto envuelta en la despedida de Bubita, la futura señora de mi amigo Bombita. La pobre chica, que es un amor, nos metió a todas sus amigas, conocidas y a la vecina del cuarto que pasaba por ahí en un grupo de wasap. Nos dijo que sólo quería que lo pasáramos bien y que nos conociéramos y que no hubiera malos rollos. Luego ella se fue del grupo y ahí nos dejó a nuestra suerte. ERROR. Unas sesenta mujeres que cada una es de su padre y de su madre jamás se van a llevar bien así por que sí. Al principio todas nos presentamos y luego cada una empezó a decir qué idea tenía de la despedida. Yo ni mú. Aborrezco los grupos grandes de wasap. Me agobia ver que hay cientoveintemil mensajes si no lo miro un rato, odio la luz de notificación, me crea ansiedad que todo el mundo repita lo mismo y nadie se entienda. Y odio, odio con todas mis fuerzas, las competiciones de gallitas para ver quién es más amiga de la novia, quién organiza más, quién lleva más la voz cantante y quién sabe más de todo. No puedo, no lo soporto.
Como era de esperar este grupo es desquiciante. Hay una mandamás que se pasa la vida dando órdenes en plan súper borde y que dijo que quien no fuera a ir a la despedida que se fuera del grupo de wasap para no molestar. Yo no me fui porque me pidió Pelirroja que me esperase a ver el plan y si nos venía bien, íbamos, pero a nuestra bola. Le hice caso, pero me quedan las horas contadas. Es insoportable aguantar esto. En plenas navidades todo el día estaban agobiando con que votáramos para elegir las fechas. Y yo qué sé lo que voy a hacer el abril, oiga. ¡Si no sé lo que voy a hacer mañana! Así lo dije, que no votaba porque para qué si no sabía si iba a poder. Y entonces la mandamás dijo que quien no supiera seguro, que no votara para no condicionar a nadie. Pero luego estuvo dando el coñazo durante tres días para que la gente votara antes de que acabara el plazo que era el 10 de enero. Agobio, agobio, agobio...
Luego para elegir sitio. Dijeron todos los puntos posibles de España. Y de ocho provincias que tiene Andalucía, tengo amigos en seis, una que no conozco y otra por la que no quiero pisar porque vive el Desequilibrado de mi ex. Adivinad cuál han elegido. Bingo, la del ex. Su puta madre va a ir.
Y es que creo que a veces es un error querer juntar a tanta gente de tantos sitios y con vidas tan diferentes. Queda un día con tus amigas del trabajo, otro con las de la universidad, otro con las del pueblo, otro con las más íntimas. Haz quedadas por grupos de gente que ya son amigos entre sí. Organiza un par de cenas. Yo qué sé. Ya se supone que nos juntaremos todos en la boda, no trates de liarla tan gorda porque es imposible. O eso creo yo, vamos. Que no lo sé, ojo, que yo ni voy a casarme, ni desde luego en el hipotético caso haría despedida de soltera y que tengo pocos amigos. Que igual lo veo muy fácil por eso, porque soy una siesa.
En fin, que entre mis propósitos del año está no aguantar grupos de wasap que me pongan de los nervios. Que no está una para desgastarse a lo tonto.


jueves, 7 de enero de 2016

Resumen de las navidades

Este año me he propuesto escribir un poco más. No sé, tengo la sensación de que el 2015 no he escrito lo suficiente en el blog. Y quiero remediarlo. ¿Cómo, de qué, para qué, por qué? Pues ni puta idea, oiga. Por nada, para nada y de nada, supongo.
Las navidades han sido cansadas. Los yayos son los que las disfrutan porque los niños ahora son ellos, pero es a cambio de mucho esfuerzo de mi madre y mío cocinando, limpiando, recogiendo y poniendo mucho ánimo y buena cara siempre. Y lo hago de mil amores porque ellos lo disfrutan y al final nos contagian de una ilusión que no sé cómo lo hacen, pero aún así, hay días que me duele la espalda tanto que me cuesta respirar, literalmente.
Además ha habido ciertos problemillas típicos de estas fechas, mi abuela paterna haciendo de las suyas, mis hormonas haciendo la revolución por su cuenta, cansancio acumulado, la familia presionándome un poco demasiado sin darse cuenta... lo de siempre. Que como no hay nadie más, al final me llevo yo la mitad de los palos me correspondan o no. Y de nuevo el dolor de espalda, ay.
Los Reyes han estado... bien. La verdad es que yo sólo quería dinerillo para un móvil nuevo porque el mío lleva dándome señales ya un tiempo y temo que cualquier día se duerma y no despierte más, el pobre. Para abrir algún paquete la noche en cuestión tras la cena y el roscón familiar, me compré una chaquetita, una camiseta y un par de chorradas que la yaya me envolvió con mucho mimo. La pobre mía. Por supuesto y como ya es tradición, también me encargué de los regalos de mi madre, los de mi padre, los de los yayos, los de todo el puto mundo. Luego la gente se escandaliza por lo de las reinas magas. Perdonad que os diga, desde que soy mayor de edad la reina maga de mi familia soy yo. Terminamos de cenar, del roscón y cuando ya he recogido la cocina, voy repartiendo paquetes al son de “este es para tal de parte de cual”. Yo. Todos. Y claro, qué sorpresa todo el mundo. Sorpresa doble, de hecho: la de tu regalo y la de ver qué le has regalado a los demás. A mí la yaya me suele hacer algo de sorpresa, algo que hace con sus manos de más de ochenta años. Unos calcetines de lana, una bolsita para las medias... o como este año, una funda-bolsa para los libros. Y me hace más ilusión eso que los 200 euros de móvil. Porque es lo único que abro sin saber qué es, lo único que no me he comprado yo tras patear las tiendas abarrotadas y estresantes. Y no sé qué voy a hacer si un día no tengo ese paquetito que me hace ella. Igual, ese día, dejo de creer en los reyes magos.
Por su parte el Ross no me ha regalado nada. NADA. Me preguntó si quería algo y le dije que no, es verdad, pero luego me lanzó algunas indirectas que yo interpreté como que me había comprado algo. Interpreté erróneamente, por supuesto. Yo le compré un detalle que francamente no sé si le ha gustado o no y que me dieron ganas de devolver y comprarme yo algo con la pasta, así os lo digo. Y no es por el hecho de que no me haya comprado nada, que no quiero nada, si no por el hecho de pasar de un día especial como de la mierda y de poner cara de disgusto cuando yo encima le di mi paquete. Que lo mejor que hizo fue preguntarme cuánto me había costado. A veces tiene estas cosas que sé que no hace a propósito, pero que me duelen. En fin, lo mismo da.
Total, que el balance de las navidades es el mismo que desde hace unos cuantos años, bien, pero cansada. Por suerte ya vuelve la rutina, con mi pilates, mis clases de inglés con mi profe tarado, mis gestiones mañaneras y mis clases con la adolescente malhumorada. Así cuando me quiera dar cuenta es febrero y las cosas empiezan a rodar en condiciones.


viernes, 1 de enero de 2016

GAME OVER

Estimados señores de Nintendo.
Hace años tenía una game-boy y jugaba al super Mario. Cuando ya cogí cierta técnica, era capaz de pasar la primera pantalla sin perder una sola vida y siendo grande porque había cogido una seta que me hacía crecer. Además me había cargado un montón de bichos con la estrellita que me daba inmunidad y rapidez. Y por supuesto, había recogido todas las monedas, incluidas las que había dentro de los túneles secretos. Si por lo que fuera, no me salía bien y no llegaba al final de la pantalla en óptimas condiciones, me “suicidaba” a propósito las tres vidas que tenía para volver a empezar y hacerlo bien. Eso me daba muchas más posibilidades de pasar el resto de las pantallas con cierta ventaja. Y no me merecía la pena hacerlo de otra forma.
Bien, pues quería saber si ustedes saben cómo se hace eso en la vida real. Es importante para mí.
Es verdad que yo no soy super Mario, no tengo bigote, no llevo un mono vaquero ni una gorra roja. Y apenas sé mucho de fontanería. Tampoco suelo meterme por tuberías ni como setas. Y por desgracia, cuando me he golpeado con bloques de hormigón, nunca han salido monedas. Pero estoy segura de que esta vida no puede ser lo único que haya. Estoy convencida de que, de un modo o de otro, aquí también hay un game over. Sólo tengo que encontrar el modo de desbloquearlo. No me puedo creer que en una maquinita que funciona a pilas con una diminuta pantalla amarillenta se pueda volver a empezar para remediar errores y en este mundo que está en 3D y todo, no haya oportunidad de cambiar nada. Me niego a pensar que aquí sólo se pueda hacer una vez y si la cagas tengas que cargar con ello toda la vida. Que si no cojo una seta me vaya a quedar pequeña para siempre. No. En algún sitio tiene que estar la seta que me haga crecer. Les agradecería también que me dijeran dónde.
Así que por favor, ante la expectativadel año nuevo, les ruego que me recomienden algunos trucos para este juego, porque creo que a pesar de llevar treinta y dos años en él, no le he pillado aún el tranquillo. Y necesito saber cómo se puede volver a la pantalla inicial. Cómo se resetea esto. Y no me remitan a otra compañía, ya he hablado con los de Sony a ver si se podía volver a tras metiéndose un boli bic en una oreja y dándole vueltas como con las cintas y créanme, no funciona. Da gustillo porque rasca la orejita, pero no funciona a modo de rebobinar.
Les quedo muy agradecida por su ayuda.
Atentamente,
Naar.



Señorita Naar,
Nos ponemos en contacto con usted para comunicarle se encuentra en el año 2016. No es 1996. Haga usted el favor de descargar las nuevas actualizaciones mentales que seguramente le ayuden a asumir que este año va a cumplir 33 años, que la game-boy dejó de fabricarse hace años y que las cintas magnetofónicas son algo totalmente arcaico. Por favor, deje de vivir en el pasado y póngase al día. Quizás no pueda resetear su vida, pero podrá ver lo que le depara el futuro. Quizás no pueda volver a empezar, pero puede tratar de mejorar lo que ya tiene.
Así que sáquese los bolígrafos de las orejas que tememos que termine metiéndoselos más de lo recomendable y se haga una lesión cerebral que empeore su ya precario estado mental. Y tampoco coma setas con la esperanza de hacerse grande, tenemos entendido que en su país eso no es legal. Y desde luego, por favor, no golpee bloques de hormigón con la cabeza, no saldrán monedas. Nunca.
Así que, en resumen, señorita Naar, siga su propio lema y camine hacia delante. Empieza un año nuevo y quizás le esperen en él cosas fantásticas. Y si no, quizás sea un poco más adelante. Volver una y otra vez a la pantalla de inicio no es vivir, es repetir indefinidamente lo mismo. Y eso es un aburrimiento, por eso el fin de los videojuegos es avanzar, como en la vida. Quizás usted esto no lo sepa porque siempre ha sido una negada jugando a cualquier cosa, pero es así. Así que avance. Coja experiencia y armas. Gane puntos. Así podrá derrotar a los dragones que se le presenten por el camino.
Un saludo.




O sea, que no hay más vidas. Mierda. Me crearon falsas expectativas.