jueves, 31 de marzo de 2011

¿valiente o acojonada?

A veces las ostias vienen y no se sabe ni de dónde. Y no hay otra que aguantarlas, que sacar las espinas como el erizo, que  esperar a que pase la tormenta como una hormiga cobijada bajo una hoja.
Vuelvo a tener problemas con el casero de la casa de alquiler que compartí con el desequilibrado. Más de un año después de haberla abandonado, reclama un dinero que, por cierto, ya se le pagó. Y puede que no haya que pagárselo de nuevo, pero hay que batallar, que volver a la carga con abogados, procuradores, juicios y líos de esos que me revuelven las tripas. Y como soy una buena persona hasta he avisado al desequilibrado por si a él no le ha llegado la notificación. Pero es tan tonto que ni contesta. Él verá, si todo sale mal, yo soy insolvente, quien tiene nómina es él. Vamos que es la primera vez desde que salió de casa que me pongo en contacto con él. Y que no quiero ningún tipo de relación, que sólo lo hago por querer ser buena gente. Que a mí me la pela él y su vida, así que no sé a qué viene esta rabieta de no contestar a algo que le interesa casi más a él que a mí. Bueno, que le zurzan.
Total, que son cosas que me ponen un poco al revés. Tanto, que ya estoy otra vez sin comer nada, con el estómago hecho trizas y los nervios de punta.

Peeeeeeero, hay algo que me hace sentir remotamente mejor antes de hacerme sentir peor. Y es que cuando se lo he contado antes por feisbuc a amigopijo (el de la entrada anterior) me ha dicho que si necesitaba hablar que le llamara. Y luego ha añadido, “bueno, no, mejor voy para tu casa a verte y te doy un abrazo, que te va a venir bien”. Y yo casi acepto. Luego lo he pensado mejor. ¿Venir? Eso es lo que haría un novio. Y lo que es peor, si lo haces, voy a abrazarte y a besarte. Voy a aprender a necesitarte, a compartir, a apoyarme en ti. Voy a querer que me quieras. Y voy a quererte. Y no, no, no, nooooooooo puedo hacer eso.  Así que le he dicho (que por otro lado es cierto) que estoy en pijama de pelotillas, desmaquillada y despeinada y no quiero que me vea así. Así de fea. Así de vulnerable. Ha aceptado a regañadientes. Que quería verme, dice. Pues yo a ti también no.

No quiero, no puedo, no debo. Tengo que seguir caminando sola. Como sea. Sin un hombre al lado que me quiera, que me apoye, que me diga todo eso que si oigo, caeré rendida irremediablemente. Porque hace tanto, pero tanto tiempo que nadie me quiere por como soy, que me entiende y que me acepta que me acojona que alguien lo haga. Y el miedo me impide exponerme. Me impide esconder las espinas. Me impide salir de debajo de mi hoja y mojarme con la lluvia. Irónicamente, lo combato haciéndome la valiente, caminando sola y no permitiéndome ser débil y refugiándome en los brazos de alguien que sólo quiere protegerme. Me empeño en poder con todo solita y en no dejar que alguien se haga lo bastante importante en mi vida. Me han herido tan dentro que me resisto a que vuelva a pasar.
¿Soy súper valiente y súper dura o una pringada asustada que no quiere que le toquen el corazoncillo? Mmmmmmmmmm, es más bien una pregunta retórica, no sé si quiero respuestas.

martes, 29 de marzo de 2011

¿problemas?

Me daba miedo arriesgarme, porque claro, somos amigos. Es, quitando a los niños I y G, mi mejor amigo. Hablamos casi todas las noches por feisbuc, nos contamos cosas, nos hacemos una compañía extraña a través de la red. Tenemos confianza, nos reímos, a veces medio lloramos, nos desahogamos y somos cómplices.
Pero me moría de ganas, lo reconozco. Hace demasiado tiempo que los besos no me saben a nada. Demasiado que nadie me abraza y me siento segura. Demasiado que no dicen que no estoy loca.
Lo que me asusta es que me mira con esos ojos tan dulces que me suenan a cuando te quieren. Y yo le miro con ternura, lo admito. Así que ya verás qué batacazo. O qué montón de sentimientos de esos que no quiero tener. O algo. No sé qué.
Al final me dio igual todo y nos besamos. Nos besamos mucho.
Y en un momento le dije:

-         Esto nos va a traer problemas.

Y  sonrió y me contestó lo más bonito que me han dicho en mucho, mucho tiempo.

-         Pues bienvenidos sean.

Ea. Pues sean. Y que salga el sol por Antequera.

domingo, 27 de marzo de 2011

el trabajo-timo

Aunque me esfuerzo en quejarme poco, sigo en la búsqueda desesperada de trabajo. Y empiezo a pensar seriamente en la prostitución o en ir de pretendienta a hombres, mujeres y viceversa, que para es lo caso, es lo mismo.
El tema es que el otro día hice una entrevista. Y empecé a pensar que era algo raro porque no me dijeron nada concreto sobre el puesto. Que si es muy dinámico, que si es de publicidad, que tal y que cual. Pregunté si era de vendedora, porque yo tengo algunas cualidades (no sé muy bien cuales) pero desde luego no le vendo una barca a un náufrago. Y me dijeron que no. Huy, no, no, no, qué va. No es de vendedor, no es de nada que tenga que ver con ventas. El departamento de comerciales es otro.
Me llamaron después y me citaron para volver al día siguiente y hacer una prueba. Así que en principio, me alegré y todo.
El sitio donde me hicieron la entrevista y tal estaba en Plaza de Castilla, al lado de los juzgados. Y no es que me pille cerca precisamente. Además el horario era de 3 a 9, así que comí un poco de pasta a la una del medio día y me fui para allá, tan mona yo, con mis tacones y mis collares y tal.
Llego y me presentan a una pelirroja preciosa que va a ser la que me va a enseñar cómo va todo. Y mi vena lésbica-obsesa-con-los-pelirrojos entra en acción. Tan mona ella, tan blanca, con su pelo rizado taaaaaaaan bonito y un sujetador de encaje que se trasparenta bajo su camisa blanca. De pronto me siento un tío mientras me esfuerzo en no mirarle el escote.
Debió de ser la confusión semilésbica o algo por el estilo, porque si no yo no hago estas idioteces (hago otras, pero estas no). El caso es que me presentan a otro tipo y a una chica que acababa de hacer la entrevista como yo. Y nos montamos los cuatro en un coche, porque, según dijeron, íbamos  a “hacer unas gestiones”. Como sentada en el asiento de atrás no veía a la pelirroja, ya la cosa me empezó a parecer rara, pero nos empiezan a dar charla y la otra nueva era malagueña y súper maja. Así que venga a hablar y venga a conducir, cada vez más lejos. Hasta que me mosqueo y pregunto dónde vamos. A Aranjuez, me dicen. Que es el extremo ese raro que cuelga de la Comunidad de Madrid. Tócate los cojones. Y allí qué vamos a hacer. Y los veteranos venga a darnos largas, que esto es muy dinámico, que hay que hablar con la gente, que es para hacer una publicidad del asunto y que tal y que cual. El mismo rollo de nuevo.
Si realmente hubiéramos ido a Aranjuez, habría tardado bien poco en cogerme el tren, un autobús o lo que hiciera falta para volverme a mi casa. Pero no. Fuimos a una zona de chalets a tomar por culo de toda civilización humana. Y allí descubro que el trabajo consta en patear la calle como un pringado y llamar de puerta en puerta para convencer a la gente a base de mentiras para que ponga una plaquita de publicidad del producto en su casa y a cambio se le regalan cosas y se hacen descuentos cuando vengan los comerciales la semana siguiente. Y a comisión, obviamente Pero no somos comerciales, noooooooo. Qué vá. Somos algo mucho mejor. Marketing a puerta fría que se ha llamado toda la vida. Apertura de mercado. Mejor aún que el de comercial, vamos.
Pues me tiré toda la tarde (desde las cuatro y algo que llegamos a Aranjuez hasta las nueve y pico) andando por una urbanización desierta donde más de la mitad de los chalets estaban abandonados y no había allí ni Perry. Por supuesto, ni bus, ni tren ni nada para volverme. Los pies machacados, las rodillas, me duelen aún. Un bajón de tensión de la leche porque llevaba desde la una sin probar bocado. Y sobre todo, una mala ostia de escándalo. Si tuviera novio, le habría llamado para que viniera a buscarme. Pero no lo tengo.
Cuando estábamos de vuelta le pedí al chico que conducía que me dejara en alguna zona cercana a mi casa. Porque el colmo, es que el trabajo es hasta las 9 de la noche en la zona que te toque y luego tienes que volver a Plaza de Castilla, entregar los papeles de los pazguatos a los que hayas convencido (que por cierto, fue ninguno) y de las calles que has recorrido y luego ya te puedes ir. Pero yo lo único que quería era verme en sitio seguro y no agarrar por el cuello a nadie.
Cuando por fin me quité las botas, me desmaquillé y cené un poco, empecé a tranquilizarme. Y me sentí mitad gilipollas, mitad estafada. Si el trabajo era eso, me lo podrían haber dicho y no hacerme perder el tiempo de esa forma. No hacerme caminar durante horas por una zona siniestra y lejana. No hacerme sentir así de imbécil.

La conclusión de todo esto es que siempre ha habido chorizos, pero con esto de la crisis, hay mogollón de gente que se aprovecha de la desesperación ajena. Que saben que necesitamos el trabajo y pretenden que traguemos con cualquier cosa. Es deprimente. Y cabreante. Y desesperante. Porque he perdido un día, me  duelen aún las piernas, he desgastado las suelas de las botas y sigo sin trabajo. Toma ya.

miércoles, 23 de marzo de 2011

el corte de pelo moderno

Debido a un incidente con unas palmeritas calcinadas, he tenido que salir esta tarde a la calle. Y es que podría soportar que toda mi cocina huela a quemado, pero abrir la basura y ver las palmeritas totalmente negras y arrugadas me producía una sensación de ser estúpida bastante desagradable. Al parecer, si puedo olvidar que tengo novio, nadie puede pretender que me acuerde de que tengo cosas en el horno.
Y ya que estaba en la calle, he decidido ir a comprar tabaco. Es lo guay de ser fumador. Dices que vas a por tabaco y nadie sospecha. Algún día lo diré y huiré a una playa caribeña.
En el estanco había un adolescente desgarbado y una señora cincuentona que ha entrado justo antes que yo. La susodicha se llevaba el pelo con un corte difícil de describir. Era como una versión rubio oxigenado de Víctor o Victoria. La parte izquierda de la cabeza la llevaba totalmente rapada al cero y la parte derecha larga, cortada como a trasquilones. Sin embargo, se intuía ese tipo de despeinamiento de peluquería. O sea, que no se había hecho “eso” ella sola en  un momento de locura transitoria, había pagado para que se lo hicieran. En una peluquería sin espejos, imagino.
El caso es que el adolescente mira a la señora y le dice:

-          No jodas, Mari.
-          ¿qué pasa? ¿no estoy de lo más moderna?

Al parecer, la señora tampoco tiene espejos en casa. El chico no contesta y empieza con la risa floja adolescente que dice mucho más que cualquier palabra.

-          Vamos, - insiste la otra – será que no estoy molona.
-          Molona… pffffff – el chaval ahoga las carcajadas y a mí me cuesta un triunfo no seguirle.
-          Pero qué niño, oyes. Ten vecinos para esto. ¡A las mujeres se les dice siempre que están muy guapas!
-          Pero Mari, ¿tú te has visto?
-          Que te he dicho que bien moderno es. Y tira para casa, ¡¡hombre ya con el niño!!

En esto, que mientras el adolescente se va, aguantándose la risa y la señora pide, entra un gitano joven y bien vestido que se queda mirándola boquiabierto. El tío no se corta en observarla fijamente, hasta que la mujer sale por la puerta y dice a media voz, como si pensara en alto:

-          Válgame la paya los pelos que se gasta.

Y yo ya no puedo más. De verdad que no sé si reír o llorar o empezar a cultivar mi propio tabaco.
A veces me pregunto por qué vivo en este barrio.

viernes, 18 de marzo de 2011

volver a compartir

Vivir solo tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, como todo. Yo, la verdad es que me he acostumbrado mejor de lo que pensaba. A ratos creí que no aguantaría. Y aún hago cosas que no debo, me acuesto demasiado tarde, como en el sofá y fumo más que antes. Pero ya no me siento mal de acostarme sola, no me da pena preparar cena sólo para mí y no siento el vacío y el silencio como una pesada losa. Al contrario que todo eso, me encanta hacer todo el día lo que me apetece. Y nadie dice nada, nadie se queja, nadie pone pegas. ¿Que quiero limpiar compulsivamente? Sin problema. ¿Qué no hago la cama en tres días? Da igual ¿Qué me tiro todo el día en pijama? Pues vale.
De hecho, últimamente me acojona bastante la idea de volverme tan maniática y solitaria que no haya modo de que nunca vuelva a compartir espacio con alguien. Tendría que ser muy rica, para poder tener un chaletazo enorme en el que no me encontrara con mi querido en días si no quisiera. Y no veo muchas posibilidades. Así que en la vida de pobres, hay que quererse más porque hay menos espacio. Y no sé si volveré a compartir el mío.
Me gusta mucho cenar sola, ver siempre lo que quiero en la tele. Apagarla y leer durante horas. Poner a Beethoven a todo volumen. O al Chivi, lo que me apetezca. Me gusta mucho no andar de puntillas para no molestar. Hacer ruido si quiero, tener silencio si me apetece. Y que nadie me lleve nunca la contraria, ni me critique, ni me diga que algo está mal.
Me gusta demasiado ser libre, me temo.
De todos modos, soy consciente de las cosas malas, o al menos regulares de estar sola. La peor de todas, que nadie me dice que a veces se me ocurren locuras o tonterías y me frene. Ahora todas mis payasadas parecen tener sentido porque nadie me dice lo contrario. Y claro, hago cada cosa que luego lo repienso y me dan los males. Además, hay días que echo de menos alguien con quien hablar que no sea yo misma. Alguien que me conteste algo diferente de miau, ya que mi otro gran interlocutor es Ron. A veces extraño la simple compañía, estirar un pie en el sofá y tocar a alguien. Alargar la mano y entrelazar mis dedos con  los de otro. A veces, querría cambiar el cojín al que me abrazo en la cama por la calidez de un cuerpo masculino.  A veces, necesito imperiosamente que me besen, que me abracen. Añoro esa fuerza de un brazo cogiéndome por la cintura y acercándome a él.
En fin, que echo de menos a veces la compañía… pues claro. Pero que ahora mismo no me compensa… pues también. La pregunta es ¿podré volver a convivir y a compartir o me estoy condenando indefinidamente a la soledad y las manías?

martes, 15 de marzo de 2011

¿hay una edad para cada cosa?

Últimamente he pensado varias veces en la idea de si las cosas tienen una edad apropiada para hacerse o no. Y es que mi prima pequeña cumplió 12 años en diciembre y como mi madre es la tía guay, le cuenta todos sus líos preadolescentes. Yo por más que hago memoria no recuerdo nada interesante que hiciera con 12 años, pero eso puede deberse a que mi vida social siempre ha sido escasa y a que fui unan niña muy rara.
Sin embargo, anoche viendo un reportaje sobre sexo adolescente, volví a pensar que igual hoy en día todo se ha adelantado un poco, porque ni yo ni ninguna de mis compañeras follábamos con 13 o 14 años. Y sin embargo, no parece que ahora sea algo tan descabellado como a mí me parece. Igual me he quedado anticuada.
El caso es que mi prima anda metida en un culebrón de esos habituales en época de hormonación. De esos de “me gusta fulanito, pero él sale con menganita, así que yo salgo con zutanito par darle celos y blablabla”. Yo viví eso, obviamente, como todo el mundo. Pero un par de años después que ella.
Y por lo que conté en la entrada anterior, parece que los 20 igual es un poco tarde para andar con peleillas de esas que acaban en besos medio robados. Pero ya dije que mi primer beso con lengua me lo dieron a los 14 (bueno, y sin lengua también, sólo que unos meses antes), por lo que era imposible hacer esas cosas antes. Por seguir dando fechas, el primer noviete que tuve y me metió algo de mano (no mucha, a ver qué se va a pensar) fue con 15 años. Y perdí la virginidad unos días antes de cumplir 17 con mi primer novio oficial, que también fue el primer hombre al que vi desnudo y con el que hice cosas un poco más allá de dejar que me tocara las tetas. Algún día explicaré cómo me horrorizó todo aquello y cómo llegué a plantearme si sería frígida. Pero esa es otra historia.
El caso es que a los 12 ni me planteaba esas cosas. Ni de lejos. Se ve que entonces sí que era una romántica y esperaba que el primer beso y la primera vez y todo eso tuviera una parte bonita, de guardar un buen recuerdo y tal. Aunque luego la realidad sea otra y no guarde muy buen sabor de boca del asunto. Pero lo que cuenta es la intención, la idea de que no da igual uno que otro.
Creo que está claro que no soy ninguna clase de carca, no creo que el sexo sea algo malo, no creo que haya llegar virgen al matrimonio ni a ningún lado. No creo que haya que demonizar el asunto. Pero tampoco creo que haya que quemar etapas. Si haces todo demasiado pronto, igual luego te sientes vacío y no sabes qué es lo que toca en ese momento. Puede que haya una edad para cada cosa. Puede que no, que cada uno tenga sus propios ritmos. Puede que mejor tarde que nunca. Puede que cuanto antes mejor. Puede que yo sea una retrasada, al menos en el sentido de que tiendo a esperar antes de tirarme al vacío y a veces he esperado mucho para ciertas cosas. No lo sé. No tengo ni idea. Pero hay algo que me chirría en ver a niñas de 15 años que ya han follado con varios tíos, que salen hasta las 7 de la mañana, que se enrollan con el primero que pasa y que hablan del sexo con y sin amor como si tal cosa. Hay algo que me hace pensar que igual no son del todo conscientes del asunto. Al menos yo, alias la retrasada, no lo era por aquel entonces. Ni siquiera creo que lo fuera cuando lo hice. Yo empecé a disfrutar del sexo y de los hombres años después, cuando mi cuerpo y mi mente habían encontrado cierta armonía y era capa de saber lo que me gustaba, lo que quería y lo que hacía con toda claridad. Y hablo de cuando rondaba los 20, o de cuando los pasaba. Incluso de ahora, que rondo los 30.
No sé, está claro que cada uno vive su vida y su historia como cree que debe hacerlo, que hace las cosas cuando considera que tiene que hacerlas. Y yo lo respeto, porque al fin y al cabo habrá muchos a los que mi vida les parezca un auténtico despropósito y sólo espero que me respeten ellos a mí. Pero la pregunta está ahí ¿hay una edad para cada cosa?

lunes, 14 de marzo de 2011

el olvidado

El otro día me acordé de esta anécdota y no me puedo resistir a contarla. Le he dado vueltas, porque tengo que usar un par de nombres reales y porque ni uno de los chicos ni yo quedamos en muy buena posición… pero hace mucho tiempo y no creo que nadie se escandalice a estas alturas. Así qué por qué no contarla.
Lo primero que debo decir en mi favor es que no suelo ser una persona infiel. No suelo, lo que significa, procuro no serlo. Lo que en realidad significa me esfuerzo afanosamente en no querer cepillarme a todo lo que se mueve cuando tengo una relación que se supone exclusiva y cerrada.  De hecho, esta vez no considero que cuente y las otras han sido todas por una razón justificada: que el agente infidelizador era el dueño de mis sábanas. Con él he sido infiel a todo cristo. Y está mal, mal y requetemal, pero no puedo evitarlo. Bueno, que no soy tan infiel como puedo parecer. Y punto.
El asunto es que hace muchos años ya (tendría yo 20 años recién cumplidos) me reencontré con un compañero de instituto que era a priori, un novio perfecto. Se llamaba Iván, era guapo, alto, rubio, de ojos azules, tranquilo, complaciente, educado y me sujetaba el bolso y el abrigo mientras yo bailaba como una despendolada en las discotecas. Sólo tenía una cosa en su contra y es que era aburrido como una ostra. Era tan, pero tan soso que en tres meses no me tocó ni el culo y jamás me hizo reír, porque apenas decía tres palabras seguidas. Si embargo yo seguía con él porque mi condición indispensable para un hombre es que no me de problemas. Y él no me los daba. Además albergaba la esperanza de que un día se inspirase y me poseyera contra una pared en un arrebato de pasión descontrolada. Sin embargo aquello nunca ocurrió.
Y un día, estando yo en la facultad me encontré con un compañero que se llamaba Juan. Un chico de lo más atractivo, jugador del equipo de rugby, alto y atlético, súper simpático y con el que me llevaba muy bien. Y me invitó a tomar algo. Como de costumbre, había una fiesta de algo en el sótano de mi facultad, así que nos medio acoplamos en un banco que había en un rincón y entre el olor a porros y la coca-cola, empezamos a hacer el tonto. A jugar a las cartas, a reírnos y a pelearnos. Una peleilla de esas que sabe uno cómo acaban. Esas de que te agarras y te revuelcas y te metes mano como quien no quiere la cosa. Todo el mundo ha jugueteado así alguna vez ¿o no? ¿soy sólo yo? Mierda.
Bueno, el caso es que me terminé enrollando con él. Y joder, qué bien me supieron sus besos. Yo es que soy poco romántica en general, pero me gustan las cosas un poco salvajes, los besos con ganas, los arrebatos que te despeinan, las aventuras que te hacen palpitar el corazón más fuerte de lo normal. Son esos momentos en los que siento que estoy viva. Así que me revolqué un rato con Juan y me fui más contenta que unas pascuas a comer con una amiga, que a pesar de ser una gruñona, conocía a Iván y le daba el visto bueno como novio mío.  Llegué a su facultad con una sonrisa de oreja a oreja.
-          Tía – le dije según me senté a la mesa con ella – me acabo de liar con un chico estupendo que…
-          ¿Iván?
-          No, se llama Juan.
-          Pero… Iván…
-          Que no, Juan, se llama Juan. – dije empezando a pensar que estaba sorda.  
-          Ya, pero ¿y qué pasa con Iván?
-          Y dale, tía, que se llama Juan. ¡¡Juan!!
-          Iván, yo digo Iván.
-          ¡¡¡JUAN!!!

Yo, piti en mano y sin quitárseme la sonrisa tipo señora potato. Mi amiga me cogió por los hombros y me zarandeó como en las pelis.

-          Vamos a ver, Naar, que pareces tonta. Que yo te pregunto qué pasa con Iván, tu novio, ese chico rubito tan mono… ¿te suena?
-          Sí, ¿por?
-          Porque te acabas de enrollar con otro…
-          … mierda… se me había olvidado.
-          ¿El qué?
-          Que salgo con Iván.

Y puedo jurar que es cierto. Que se me olvidó. No le fui infiel, me olvidé de que existía, lo cual imagino que es peor. Y no tengo justificación. Yo no bebo, y durante los años de universidad creé cierta resistencia al humo de porro, o sea, que no hay excusa que valga. Me olvidé de mi novio soso. Punto.
Como es normal, poco después lo dejamos porque empecé a pensar que si alguien se te olvida, igual es que no te importa demasiado. Así que lo dejamos. Bueno, yo lo dejé y él asintió. ¡Si es que era muy parado!

jueves, 10 de marzo de 2011

acuna la patata

Está siendo un año complicado, no hay duda. Y eso que es marzo. Y el año pasado tampoco fue sencillo. Puede que la vida en general no sea fácil.
Hoy he pasado un día de esos que mantener la ansiedad a raya es todo un logro. Desde hace unos días estoy otra vez perdiendo algo de peso. Y esta tarde estaba  tan angustiada que la casa se me hacía muy pequeña y he salido a que me diera el aire. Y mola pasear en primavera. Ya no tengo que ponerme veinte capas de ropa, las orejeras, la bufanda y  puedo andar sin ir encogida, que en invierno parece una doña Rogelia.
He salido, decía, a pasear. Y a comprar tabaco ya que estamos, que pasear a lo tonto no mola. Pero me voy al estanco que está lejos. Para andar más y porque tienen el tabaco que me gusta, todo hace. Y el aire fresco pero no helador me ha despejado mucho las ideas. He trabajado muy duro conmigo misma para salir adelante. Para superar una ruptura un tanto traumática. Para sobrevivir a una casa desierta, sin calefacción y sin un duro. Para no dejar que mi ego se me pegara a la suela de los zapatos e ir pisoteándolo todo el día. Para volver a ser la que era.
Y de pronto, en el mp3 interno que tengo y pone banda sonora a mi vida constantemente y de un modo aleatorio e involuntario, ha empezado a sonar una canción: Hakuna matata, vive y sé feliz. Ningún problema debe hacerte sufrir, lo más fácil es saber decir… hakuna matata.
Y yo caminando a toda leche con el aire despeinándome el flequillo. ¿Y si es verdad? ¿Y si acuno la patata como dice la canción? O algo así era la cosa. Bueno, la parte importante no es la de la patata, es lo de no dejar que los problemas te agobien.
Seamos realistas: estoy superando de maravilla lo del desequilibrado. Estoy más ilusionada y feliz que en mucho tiempo. HermanodeG a veces viene y me alegra un rato y como es de pocas palabras, no da el coñazo. Tengo a Anita, que me entiende, me apoya y es una amiga estupenda. Tengo mi blog y la gente que me acompaña en él. Tengo planes. Tengo libertad. Tengo a Ron. Tengo mi casa. Y lo más importante, me tengo a mí misma. Así que lo dicho, a acunar la patata pero ya.
Esto no quiere decir que no me duela. No significa que no vaya a ser difícil olvidar al Ross del todo. No es que no me afecte. Pero es que no puedo dejar que me hunda. Es que no debo venirme abajo. No pasos atrás, no bajar de escalón. Ayer fue un día de tregua. Lloré hasta que quise. Y me fumé hasta la manzanilla de la infusión. Pero ya no más. Ahora a acunar la patata. Nada merece que haga otra cosa.
Además, entre los paseos que me pego, perder un poco de peso y subir las escaleras a pie, igual mi culo se pone en un estado un poco menos lamentable del actual. Todo ventajas.
Total, poco a poco, pero pa´lante. Me puedo dar una tregua, pero no retrocedo ni una posición. No cedo ni un ápice del terreno que he ganado en todo este tiempo. Ni pizca.
Así que nada, ¡¡acuna la patata, colega!!

miércoles, 9 de marzo de 2011

adiós Ross

El otro día me dio por reflexionar sobre el dolor. Y curiosamente hoy he vuelto a saber lo que es que te duela tanto un problema emocional que llega a traspasar el dolor físico. Una palabra hace que el corazón se te reviente en mil pedazos, como cuando estalla una bombilla. Un hecho, que aunque creías asumido, de pronto te estruja las tripas y te retuerce el alma. Y crees que nunca volverás a respirar. Y crees que el corazón ya no te late. Y crees que morirás de un momento a otro. Y crees que nunca, nunca jamás se pasará, ni se calmará, ni se apaciguará ese dolor.
Pero te equivocas. Todo se pasa. Ah, barro miserable eternamente no podrás ni sufrir…

Basta de momentos místicos. Hoy cierro una puerta de mi vida. Hoy se acaba la historia del Ross. Y no tan bien como acaba en Friends. Se acaba, porque él no me quiere. Y una versión llorosa y moqueante de mí misma le ha dicho “adiós, mi vida”. Yo, muy digna aún sorbiendo mocos, he cerrado la puerta cuando se ha ido, jurándome a mí misma que saldré adelante. Y me pregunto cómo me sujetaban las piernas si mi mundo entero se estaba desmoronando. Y no va a volver. Y si lo hace, tendré que sacar fuerzas de dónde no las tengo y decirle que se vaya. Porque olvidarle es lo más difícil que voy a hacer en mi vida y no voy a ser capaz de conseguirlo más de una vez.
Quizás, para cuando quiera volver ya sea la loca de los gatos y pueda arrojarle un par de ellos mientras grito cosas ininteligibles.
En fin, la depresión a veces me da por lo que yo denomino el modo caracol: enrollarme sobre mí misma, meterme en mi casita y no salir a no ser que el sol me llame imperiosamente a pasear mis cuernos. Pero otras veces me da por escribir compulsivamente, contar chorradas y hacerme reír a mí misma. Soy estupenda reprimiendo sentimientos y luego teniendo terribles explosiones de ira. En cualquier caso, advierto que de esto puede salir cualquier cosa. Igual empiezo a publicar post chorras como loca y salgo a cepillarme al primero que pasa o me tiro una semana sin escribir, sin lavarme el pelo, sin limpiar la casa y comiendo chocolate. Intentad aguantarme el tirón, lo compensaré de algún modo. Aún no sé de cual, pero vamos, algo se me ocurrirá.

lunes, 7 de marzo de 2011

premio y asuntos personales

Jo, como es el primero para este blog me hace ilusión. Bueno, que Peibol me ha otorgado este premio que hay que tunearlo. Y ya me ha jodido porque soy una persona torpe para casi todo, pero para la informática mucho más. Siempre he tenido novios que se encargaban de esas cosas y ahora que tengo que hacerlo yo sola me veo tirando el ordenador un día por la ventana. En fin, ha quedado una cosa muy cutre, pero os hacéis a la idea y punto, hombre ya. Luego los afortunados colgáis el original y el vuestro que espero que os quede mejor que a mí.
El tema, según dice Peibol, es que hay que contar siete cosas personales y luego pasárselo a chorrocientas personas. 
Y yo me pregunto, ¿cosas personales? ¿Qué cosas me quedan a mí por contar aquí? Si cuento hasta los polvos que echo, que por desgracia son menos de los que me gustaría… además, no sé porqué, pero suelo asociar personal con sexual. Como si mi intimidad se redujera a la cama. Algún día reflexionaré sobre ello. O no, no sé.
Bueno, tras darle muchas vueltas a la cabeza, contaré algunas cosas personales, y con personales quiero decir íntimas y con íntimas vergonzosas, aunque trataré de que no sean todas historietas sexuales.
  1. No puedo dormir sin camiseta. Por mucho calor que haga. De hecho, duermo igual en verano que en invierno, sólo varío la ropa de la cama. Pero yo no. Yo duermo con bragas y camiseta de tirantes. Si hace mucho, mucho calor y me quito la camiseta, sueño compulsivamente toda la noche que ando por ahí sin nada de ropa en la parte de arriba y la gente me ve las tetas. Y lo paso mal. Mal, porque soy tan estúpida que me doy cuenta de que voy medio en bolas cuando estoy lejos de mi casa y no tengo nada con qué taparme.
  2. ¿Alguien ha estado alguna vez en Gandía? Hay una discoteca, que se llama Falkata y está a las afueras. Tiene un aparcamiento bastante grande y bastante transitado a la entrada, al aire libre. Bueno, pues ahí eché yo un kiki en un coche. Descapotable. En agosto. Es decir, rodeada de gente que me veía perfectamente. Y no, no iba borracha, toda la vida he sido abstemia.
  3. De pequeña una vez me mordí las uñas de los pies. Mi madre me regañaba cuando me mordía las de las manos y una vez me dijo, “a ver si ya que te pones, te muerdes hasta las de los pies.” Y yo, no más por joder, lo hice. Cuando terminé de roerme los muñones de las manos, me mordí las de los pies. Elasticidad que tenía una, porque ahora no sé si podría. Tampoco lo he intentado, la verdad. Igual el mismo día que medite las cosas, escuche lo que no me interesa y tal, pruebo a ver. Si lo consigo, lo cuento. Si no, mentiré, diré que lo he logrado e igual mi elasticidad atrae hombres fornidos a mi cama.
  4. Tengo pánico a cortarme el pelo. Llevar el pelo muy largo me hace sentir extrañamente segura. Cuanto más largo, mejor. Ahora me llega a la cintura y estoy remoloneando el ir a la peluquería. Sé que algún día tendré que cambiar de look, bien por edad, bien por estética, pero me aterroriza la idea. Creo que es por un trauma que me provocaron a los quince años con un corte de pelo infame que me costó años arreglar.
  5. Me dieron mi primer beso con lengua a los catorce años. No se me olvidará, el 3 de enero de 1998. Con un frío que pelaba, en un parque el pueblo del sur, cayendo una helada de cojones y con una amiga al lado pegándose el lote con su novio. Para colmo el chico comía chiches de fresa (que no se molestó es escupir) y  me dijo, textualmente, “me hacía mucha ilusión estrenarte”. El romanticismo nunca ha sido lo mío. Cuando regresé a la discoteca, todas mis amigas vinieron corriendo y chillando como si hubiese ganado un premio y me metieron en el baño para que se lo contara todo.
  6.  Una vez fumé marihuana y me tiré toda la noche dando vueltas por mi casa paranoica perdida. Me asustaban las luces de los coches que pasaban por la calle y se colaban por los agujeritos de las persianas. Mis padres no estaban y su casa es tremendamente silenciosa, pero yo no hacía nada más que intentar oír cosas. No sé muy bien el qué. Mi parte más pirada salió a la luz y me acojoné mucho de no volver a la relativa cordura. Desde entonces no he vuelto a probarla. Por si acaso.
  7. Un poco en relación con mi entrada anterior diré que llevo tres agujeros en una oreja, dos en otra, un piercing en el ombligo, dos tatuajes y me quiero hacer un tercero. Y todo duele, si alguien dice lo contrario, miente. Pero debo tener una vena masoca.


Bueno, ahora le voy a pasar esto a otra gente. No recuerdo cuantos decía Peibol que eran, pero como he dicho siete cosas, se lo pasaré a siete blogs. Intentaré que sean de los nuevos seguidores que tengo y que he descubierto yo también al cambiar de blog, por eso de variar. Y que no se os olvide tunear el premio, es lo más divertido de todo.

-          Francesca. Escribe un blog personal y me gusta bastante lo que cuenta en él. Además siempre viene y me comenta, lo cual agradezco mucho.
-          Goyo. Aunque sus entradas suelen ser cortas, me gusta la agudeza con la que trata los temas y cómo va al grano de lo que quiere decir.
-          Iria. La he descubierto hace poco, pero ha sido para quedarme. Me encanta, porque es veterinaria y cuanta cosas sobre bichos, aunque a veces también cuenta cosas sobre sí misma.
-          Fernando Gilipollas. Es genial, él, su blog y todo lo que hace. Me gustan los gilipollas, es algo confirmado.
-          Pétalo. Porque escribe de lujo. Cada cosa que cuenta es un placer leerla. Aunque últimamente esté un poco depre. Y además la entiendo bien, las dos queremos a un ex que ya no nos quiere y lo perdimos por hacer un poco el memo.
-          Isita. Esta no es nueva, es de las antiguas. De las que viaja conmigo desde hace tiempo. Pero da igual, se lo dedico, por contarnos cosas de sus niños y a pesar de su ajetreada vida, sacar ratitos para escribir.
-          Wilson. Al parecer él me seguía desde hacía tiempo, pero hasta que cambié de blog no supe de su existencia. Así son las cosas en este mundo Blogger. El caso es que ahora soy seguidora de su blog y hasta me ha agregado a feisbuc.

Seguro que hay más gente que se lo merece, pero bueno, nunca son todos los que están, ni están todos los que son.

sábado, 5 de marzo de 2011

el dolor duele siempre

El otro día en un blog escribí un comentario y con las prisas y el gran error de que nunca releo lo que escribo puse “el dolor duele siempre” cuando en realidad quería poner “el amor duele siempre”. Tengo que empezar a releer lo que escribo, como tengo que empezar a escuchar a la gente cuando me cuenta cosas que no me interesan. Pero ya otro día, si eso.
He tenido unos días complicadillos por cosas que no vienen al caso y he estado pensando en el dolor. Casi todo duele en la vida. Duele nacer y duele morir, como también duele todo lo que hay entremedias. Pero es curioso cómo aprendemos a vivir con la constante sensación de dolor a diario y casi no le damos importancia. Cada día nos hacemos daño con algo. Siempre hay algo con lo que tropezamos, aceite que salta al hacer la comida o una esquina de una mesa que no esquivamos a tiempo. Pero soltamos un quejido (en el mejor de los casos) y seguimos como si tal cosa. No hay para tanto. También nos duelen cosas emocionalmente como una palabra mal dicha, una bronca del jefe, un desprecio de un familiar, una llamada sin contestar de un amigo, un sueño que se rompe, una frustración. Cosas que en mayor o menor medida nos hace sentir mal. Y casi nos molesta más esto que el porrazo contra el picaporte o que el cabezazo contra la estantería. El dolor invisible, el de dentro, es mucho más difícil de ignorar. No se cura con trombocid, ni con hielo, ni con una tirita. No sabemos cómo gestionarlo, como enfrentarnos a él. Por eso tardan mucho más en cicatrizar las heridas del alma que las del cuerpo.
Yo al menos estoy bastante familiarizada con el dolor. Siempre he sido torpe y me he golpeado con casi todo lo que me rodea. Me torcido mil veces los tobillos, la muñeca derecha se me sale con facilidad del sitio y desde hace años tengo el hombro derecho como una carraca. También tengo los ovarios complicados, cada mes paso una semana de angustia, he tenido una úlcera de estómago, cólicos foliculares y hasta un cólico nefrítico. Una vez un dentista me hurgó (sin anestesia) en una muela del juicio picada y me metió un gancho metálico por el agujero hasta pincharme en el nervio maxilar. Se me nublaron los ojos y sentí nauseas. Y si pudiera recordar la cara del interfecto, le buscaría y le metería un gancho metálico por el orto. Total, que sé lo que es el dolor y a veces creo que daría algo gordo por tener esa “enfermedad” que hace que no sientas dolor alguno, aunque te cortes una pierna en vivo y en directo. Entiendo que tiene sus riesgos la enfermedad en cuestión, pero sigo creyendo que es una ventaja. El dolor sirve para ponernos alerta. Pero hay veces que pienso ¿alerta de qué? Ya sé que estoy con la regla, ya sé todo lo que tengo que saber al respecto, ¿para qué cojones dueles? Y hala, Naar de ibuprofeno hasta las orejas.
El dolor emocional estoy aprendiendo a manejarlo. Y hay días que se me da mejor que otros. Hay veces que me veo fuerte y creo que puedo con todo, pero hay días que me arrastro a ras de suelo y me siento lo más ínfimo del universo. Supongo que un poco como todo el mundo, sólo que yo soy muy extremista. Y unos de van de compras para canalizarlo y yo escribo sobre ello. Es lo que tiene ser pobre como una rata.
Además, el dolor es algo que tenemos que aceptar porque incluso las cosas que más nos gustan duelen. Sobre todo a las mujeres. Tenemos el umbral del dolor más alto que los hombres, lo toleramos mejor pero lo sufrimos más veces a lo largo de nuestra vida.  Ahí van unos ejemplos.
El sexo duele. Las primeras veces, duele. Y luego, si pierdes práctica, si estás hinchada o si la otra mitad del asunto tiene una tranca como el as de bastos. Total, duele. Pero nos gusta. Y repetimos. Repetimos hasta que el dolor se hace soportable, se hace mínimo o incluso desaparece. Quizás sea la técnica general para la vida. Sólo que en otros asuntos la gratificación no es tan inmediata y tan evidente como en el sexo. Y eso imaginando sexo normal y no tíos pervertidos o simplemente torpes, de los que te retuercen los pezones o creen que el clítoris es un botón de on y off, que hay que apretarlo mucho para que se accione.
Los zapatos bonitos duelen. Los tacones, las sandalias con tiras finitas, las puntas estrechas… el dolor que te va a producir un zapato es directamente proporcional a lo bonito que sea, lo bien que te quede y lo mucho que te guste.  Y no son sólo las rozaduras, las ampollas en cada dedito, las heridas y la quemazón de las plantas de los pies. Es lo que al día siguiente duelen los tobillos, las rodillas o incluso la espalda. Una auténtica tortura en pos de aquello de estar mona, de que te estilizan y te hacen sentir extrañamente bien aunque te machaquen físicamente.
Parir duele. Tener un hijo debe ser bonito. No lo sé y no tengo puñeteras ganas de saberlo, pero si un gato me hace sentir un amor tan desmesurado no quiero imaginar qué clase de madre babeante y ñoña sería. No he pasado por un parto, pero tuve un cólico nefrítico muy fuerte y dicen que se parece. Y en mi época mala de los ovarios he tenido contracciones. Y no es agradable. Es horrible. Que un melón salga por el hueco donde apenas cabe un limón no es una buena idea. Sin embargo, casi todas las mujeres normales (no las trastornadas como yo) quieren tener hijos. Aun sabiendo que van a sentir un dolor que roza lo insoportable.
El amor duele. Desde que somos adolescentes y vivimos amores platónicos, generalmente no correspondidos, hasta que nuestro novio nos abandona y descubrimos que jamás nos ha querido y que lo único en lo que piensa es en volver con la choni barriobajera sin neuronas de su ex. Las mujeres tendemos a enamorarnos de los menos indicados. Y sufrimos, vaya si sufrimos, por amor. O por desamor, que al caso, es igual. Sin embargo, llega un día que dejamos de revolcarnos en el barro, nos levantamos, nos maquillamos y salimos de nuevo al ruedo. Y volvemos a exponernos a que nos hagan trizas el corazón.
Y no voy a meterme en detalles, pero hay tantas cosas femeninas que duelen, los aros del sujetador, las fajas, las medias que se clavan en el estómago. Las horquillas, los moños apretados, las coletas tirantes, los rulos calientes, las planchas de pelo. La depilación, quitarse pelos de las cejas con pinzas… una locura todo.

¿Y por qué el ser humano (ya no hablo sólo del género femenino) es tan tonto que reincide a pesar de saber que saldrá escaldado? ¿Por qué nos empeñamos en hacer cosas, en exponernos, en arriesgarnos si sabemos que nos va a doler? Pues porque es parte de la vida. El dolor nos hace sentir, extrañamente, que estamos vivos.  Y porque sabemos que el casi todo dolor tendrá una gratificación a cambio. Aunque sea el estúpido consuelo de que ha dejado de doler y de pronto eso es algo maravilloso. Quizá por eso nos tatuamos y agujereamos el cuerpo, por eso la estética se impone a la comodidad. Por eso amamos una y otra vez, sufriendo irremediablemente cada vez.

Puede que el dolor sea necesario. Eso que dicen que sin dolor no hay placer, que sin muerte no hay vida. Creo que lo único que se puede hacer es aprender de él, reponerse de los golpes, sean de la índole que sean. No recrearse en lo negativo y seguir adelante, sabiendo que se volverá a sufrir, pero que antes o después también volveremos a sentirnos bien. Saber que el dolor es parte de los sentimientos, de la vida.

martes, 1 de marzo de 2011

sola ante el peligro

Desde que empecé a vivir sola temí que llegara este momento. Ha sido mi gran obsesión desde que el desequilibrado cerró esa puerta desde fuera para no volver a abrirla. Sabía que ocurriría, pero tenía la estúpida esperanza de que no pasara nunca. O que fuera un futuro muy, muy lejano.
Pero no. Sin embargo, estoy superándolo. Ha sido duro, pero saldré adelante.
El caso es que el otro día me levanté tan tranquila y fui a prepararme el desayuno. De pronto, entro en la cocina, tan blanca y azul, tan limpita… y ahí estaba. Mi pesadilla hecha realidad: una araña en el techo.
Me di la vuelta y salí a toda prisa de la cocina, cerrando la puerta para que no me siguiera. No grité, pero emití un sonidito ahogado, muy raro tirando a ridículo. Empecé a rascarme por todas partes y a pensar a toda velocidad qué hacer. Si hubiera estado en el suelo, la habría pisado tras reunir valor suficiente. De estar en la pared, zapatazo al canto. A mí me dan igual las marcas en la pintura si el resultado es araña muerta muymuymuymuerta sin que le de tiempo a rebullirse. Pero no. La muy cabrona estaba justo en el ángulo entre techo y pared, inaccesible con cualquier arma de destrucción masiva. Y era lo bastante pequeña para meterse en una rendija pero lo bastante grande para que mi fobia me atenazara totalmente.
Pensé en repetir lo que hice el verano pasado con una arañita diminuta que entró por la ventana: achucharle a Ron. Él se divierte, le da manotazos y al final se la come. Gato contento y araña desaparecida, todo ventajas. Pero esta estaba inaccesible y era más grande, me daba miedo que le hiciera daño, las arañas son seres malignos. O que no la matara, saliera corriendo con ese montón de patas y se escondiera tras algún mueble, lo que me impediría entrar en la cocina nunca más. O que la araña se comiera a Ron y se hiciera gigante. O que le picara y mutara a gato-araña, rollo spidercat, o algo así. Mal rollo, mal rollo.
Al final no me quedó más remedio que asumir la terrible realidad y aceptar que tendría que matarla yo misma. Horrible, horrible, horrible. Pero ser adulto es esto. Así que respiré hondo. Venga Naar, mata a la araña, mátala. Venga, va. Voy a matar a la araña. Voy a matarla, sí. Venga, Naar, coño, tú puedes. Va, a matar arañas se ha dicho. Sí. La voy a matar. Sí. Vamos. Venga, voy. Voy a matar una araña. Sí.
De pronto pensé que si seguía diciéndome todo eso, por cierto, en voz alta, la araña se iba a dar por aludida y se iba a esconder. Entonces ella tendría ventaja, podría acechar desde su guarida y matarme ella a mí. Rápido, Naar, tienes que actuar. Así que hice lo lógico y pensé ¿quién podría matármela? Los vecinos me odian, así que no, ellos no. Los niños I y G están trabajando. Mi madre aún está en modo maruja haciendo la cama y recogiendo la casa y tardaría mucho en llegar. Ron ha quedado descartado. Vivo sola, igual que no hay un hombre que me abra los botes, no hay quien mate arañas. Mierda. Sólo quedo yo. Sola ante el peligro. La araña o yo. Venga, no hay miedo, no hay miedo, no hay miedo…
Me arremangué, me subí a una banqueta y cogí una servilleta de papel. La mano me temblaba un huevo. Al fin me decidí, la araña según ahí, quieta, desafiante. Juraría que me miraba con sus ocho ojos y claro, eso le daba ventaja. Al final, mientras hacía un ruido muy gayer, tipo aaaaaaaaaaaaaaaarggggggggg, pero controlando el volumen, la espachurré. Y espachurré mucho, mucho, mucho, por si acaso. Un buen ataque no da opción a respuesta. Que si contraataca estoy perdida.
Gracias a Dios, murió sin represalias. Comprobé que su cadáver estaba en el papel y lo tiré al baño. Tiré de la cadena un par de veces, no fuera a volver tipo araña-zombie, trepando por la taza de váter con sus patitas descoyuntadas.
Tras eso, llamé a mi madre mientras me rascaba compulsivamente para relatar mi hazaña. Estaba extrañamente orgullosa de mí misma a pesar del ridículo. Había matado una araña yo sola. Sin un hombre al que berrerarle que acabase con ella.
Y es que vivir sin un tío tiene muchas ventajas. Casi todas, diría yo. Pero tiene algunos inconvenientes. Este es uno de ellos. Lo de abrir botes, es otro, que yo me lío a mamporros con ellos hasta que ceden y se abren. Y el de llegar a los altos de los armarios es el tercero. Así, pasa, claro, que hoy tratando de alcanzar un paquete de azúcar con las pinzas de dar la vuelta a la carne por tal de no subirme a la destartalada banqueta, se me ha caído un paquete de macarrones en la cabeza. Y estaba lleno. Un kilo de lacitos de colores en todo el coco. Así me que quedado, claro, dispuesta escribir este post mientras las pajaritas verdes, naranjas y blancas aún me dan vueltas a la cabeza.
La próxima vez que me de un golpe (más fuerte que este) y decida meter un maromo en casa, le haré un test. ¿Usted abre botes con facilidad? ¿Usted llega a los altos de los armarios? ¿Usted tiene reparos en matar una araña rápidamente mientras Naar grita como una poseída? Y tiene que responder bien a las tres, no vaya a ser como el desequilibrado, que era tan bajito como yo y no servía para alcanzar cosas altas. Ni como el Ross, que se negaba a matar bichos. Ni como el Lánguido (ya hablaré de él en otro momento) que era un flojo y no era capaz de ni de quitarle la chapa a un botellín. Ni un novio inepto más. Uno que cumpla todos los requisitos, y estos tres son imprescindibles para la convivencia.
En fin, soy una amante de los animales, todos me gustan, cuidé a un cangrejo durante un año, recojo a los caracoles de las lechugas y echo a las moscas antes de matarlas… pero las arañas me pueden. Es contarlo, y ya me he rascado los brazos hasta dejármelos en carne viva.
Conclusión: busco hombre que llegue a los altos, abra botes y mate arañas de forma eficaz y sin rechistar. ¿Conocéis alguno?