lunes, 29 de septiembre de 2014

La risa te hará libre

A veces creo que lo único que me salva de la locura, del abismo y de la oscuridad es una capacidad innata mía de reírme de todo. Y como digo, es innata, no es algo que busque, no es algo que provoque, es simplemente algo que forma parte de mi extraño ser. Mi madre cuenta muchas veces que tenía dos o tres meses cuando un día, en casa de mis abuelos, me estaba cambiando de pañales y ante una cucamona, solté una estruendosa carcajada. Tan exagerada para un bebé tan pequeño que mi madre se asustó y le dijo a mi bisabuela que si me pasaba algo. Ella le dijo “Hija, estás tonta, ¿no ves que se está riendo? Déjala, la risa la hará libre.” Mi bisyaya, qué grande. Y cuánto se reía conmigo. Ahora mismo se debe estar descojonando de mí desde el cielo de ver que se me saltan las lágrimas de recordarla.
El caso es que entre unas cosas y otras, llevo una racha complicada. Mi abuela paterna está… mal. Y de momento voy a dejarlo ahí porque tendría que reunir muchas fuerzas para hablar de eso. También es verdad que el otoño me deprime siempre, que no encuentro trabajo, que últimamente oigo más desahogos y malas noticias que chistes. Es verdad que siento cierta presión y cierta angustia.
Y sin embargo, mi forma de enfrentarme a todo eso es la reducción al absurdo. Voy a ver qué parte puede tener gracia. Y si nada de esto la tiene, la buscaré fuera. Porque mi bisyaya tenía razón, lo único que me ha hecho libre siempre ha sido la risa. Cuando me dejó mi primer novio. Cuando en el colegio los niños se metían conmigo. Cuando el desequilibrado se fue de casa. Cuando todo se tuerce, a mí siempre hay algo que me hace gracia. Y de una carcajada me hago libre.
Ayer estuve triste, me quedé en casa con dolor de ovarios, con mil cosas en la cabeza, con un montón de cosas que solucionar a partir del lunes. Estuve cocinando, que es lo que suelo hacer cuando me angustio. La gente come cuando se deprime, yo no pruebo bocado, pero cocino. La cocina me gusta, me reconforta, me acerca a mi bisyaya, que es la que me enseñó a cocinar, la que me dijo que la risa me haría libre.
Hoy ya estaba mejor. Con el frigorífico lleno y la cabeza algo más vacía. El Niño Chico me ha llamado y me ha contado un problema. Y me ha hecho gracia. Pobre, de verdad que entiendo que le moleste a veces, pero es mi reacción, me río. He salido a la calle a dar un paseo y a llevar taper de comida a mi madre. Por la calle una chica a pisado una caca de perro y se ha puesto a maldecir mientras restregaba el zapato por el suelo. Y me he reído. El Ross me ha mandado un mensaje diciéndome que había encontrado la chilaba que su madre le hizo en 2º de BUP para una fiesta de disfraces y que se lo iba a poner de camisón para estar por casa. Y me he reído. He cenado y he visto un tuit de un caballo en una terraza con la frase modificada de una canción “me asomo a la ventana eres la yegua de ayer” y me he reído. Me he puesto a jugar con el gato, que corría como un poseso y saltaba como una cabra montesa con su pelota de media. Y me he reído.
Y ahora soy más libre. Ahora me importa menos que mi abuela paterna esté empeñada en amargarnos lo que le resta de vida. Me importa menos la posibilidad de llevar sus genes y acabar como ella. Porque también tengo dentro los de alguien mucho más fuerte, mucho más grande y mucho más libre, los de una bisabuela que al principio de mi vida ya me pronosticó que la risa me haría libre.
Por eso, vengan los problemas que vengan, sólo le pido a Dios seguir encontrando motivos para reirme, por pequeños que sean. Porque mi bisabuela lo sabía, entre otras cosas porque había leído a Miguel Hernández, que la risa nos hará libres.

“Tu risa me hace libre
Me pone alas
Soledades me quita,
Cárcel me arranca...”


Miguel Hernández, Nanas de la Cebolla.

jueves, 25 de septiembre de 2014

La danza y el absurdo

Lo he decidido, voy a patentar una idea que me hará rica. Voy a inventar un chisme para mujeres que vivimos solas y cada vez que tengamos una idea absurda nos diga, en voz bien alta “¿Pero qué dices, so chalada? ¿Tú lo has pensado bien?”. Y que lo repita hasta que nos replanteemos lo que estamos haciendo.
Y es que uno de los problemas de vivir sola es que como nadie te contradice nunca, todas tus ideas absurdas te parecen geniales. Y una vez que estás metida en el embolado, pues ya no te queda otra que tirarte de los pelos, correr en círculos y rodar por el suelo presa de la histeria. O solucionarlo, que también es opción, pero generalmente después del ataque de pánico.
El caso es que con el subidón del verano y a la vez, el bajón de la vuelta al mundo real, me dio por pensar que tengo que hacer algo. No sé el qué, no sé para qué, pero ALGO. Todo el mundo hace propósitos y cosas a principio de curso y yo también debería. Así que fui al centro cultural del barrio de mi madre y me inscribí en un par de actividades. Hasta ahí bien, si no fuera porque una de ellas era danza del vientre.
Ojo ahí, danza del vientre. Como si fuera fácil. Como si yo tuviera coordinación alguna. Como si yo fuera capaz de hacer algo mínimamente rítmico sin que parezca que estoy sufriendo convulsiones y alguien avise al samur. También me apunté a pilates, que no sé muy bien qué es, pero las famosas estupendérrimas lo hacen y al menos me obligará a sacar mi culo del sofá un par de tardes  a la semana.
Por desgracia, todas las viejas de mi barrio debieron pensar lo mismo y cuando salieron las listas, yo me había quedado fuera del pilates de marras. Eso sí, a danza del vientre me habían aceptado a la primera. Claro. No me veo yo a la panda de ancianas meneando las caderas y agitando vaporosos pañuelos.
Y entré en crisis, claro. Que yo soy un pato mareado. Que nunca aprendí a bailar sevillanas porque o muevo los pies o muevo los brazos, pero las dos cosas a la vez, no. ¿Cómo diablos voy a parecer una diosa del lejano oriente si soy un saco de huesos y un culo fláccido incapaz de menearse de forma grácil? La imagen de las hipopótamas de Fantasía de Walt Disney volvía una y otra vez a mi cabeza. Si hubiera tenido mi chisme de hacer recapacitar no hubiera pasado esto.
Pero claro, en medio de mi dramita personal, tampoco quería renunciar a la única posibilidad de hacer algo con mi cuerpo en todo el invierno. Que me conozco y el sofá me atrapa y no me deja irme.
Por suerte, un par de días después me llamaron del centro cultural en cuestión para decirme que habían abierto otro grupo de pilates debido a la cantidad de gente que había quedado fuera. Y que si me interesaba. Los horarios no son tan buenos como los que yo había elegido, pero oye, lo que sea. Es una señal de dios. De la diosa Shiva o Vishnú que se niegan a verme hacer el ridículo, en plan “Anda, maja, haz pilates y no nos pongas en evidencia”.
Total, busco gente que financie mi aparato de hacer recapacitar. Así me haré millonaria y podré pagarme tratamientos de belleza megachupis y no tendré que hacer pilates, ni danza ni ninguna otra cosa en la que me ponga en ridículo.

  

lunes, 22 de septiembre de 2014

De la virginidad al Imserso

El viernes fui a hacerme una ecografía. La ginecóloga pensó que era buena idea. Y a mí me venía muy bien escaquearme ese día de otro tipo de cosas que ahora mismo no me apetece explicar, así que hala, me fui al hospital a dejar que me miraran las entrañas tan contenta. Os podéis imaginar cómo era el otro plan para decir esto.
Después de perderme un poco por los pasillos laberínticos, claustrofóbicos y superpoblados del Clínico, llegué a la salita en cuestión dispuesta a despatarrarme en una camilla y dejarme hacer. Es lo mejor con los ginecólogos. Y me atendió una mujer súper maja y súper cuidadosa que tras darme los buenos días me dijo:

-         ¿Cuántos años tienes?
-         31. – madre mía, qué vieja soy, no soporto decir “treintay”.
-         ¿Has tenido relaciones sexuales?
-         ¿Cuándo? ¿Hoy?
-         Ehh… No… en general.

¿Me está preguntando si soy virgen? ¿En serio? Oh, qué mona la doctora. Hacía más de diez años que nadie me preguntaba esto. Espera, igual ha entendido 21 en vez de 31.

-         Sí, claro.
-         Entonces además de la normal, te haré también una eco vaginal.

Pues vale, me han hecho un montón ya. No es la mejor experiencia del mundo, pero tampoco es nada traumático. Le ponen un condón al turulo ese, lo embadurnan en lubricante pringoso y asqueroso y ya está. Así que miro al techo buscando formas en el gotelé y tratando de ignorar el hecho de que tengo el culo al aire.

-         Te voy a introducir esto, pero lo haré despacio y trataré de no hacerte daño.
-         Ehhh… vale.

Hacía 16 años que no escuchaba nada parecido. Casi, casi, estoy rejuveneciendo. Casi ni me importa tener una cámara helada y llena de mejunje metida hasta el alma.

-         ¿Te duele?
-         No.
-         Si te duele me lo dices.

Madre mía, qué dejà vù de esos. Y no, no me duele, caramba, qué empeño todo el mundo en que me duelan cosas que no me duelen.

-         Bueno, ya hemos terminado.

Joder, esta mujer cada vez me recuerda más a mi primer novio.

-         Vete vistiendo mientras imprimo las fotos y te hago unas preguntas para el informe.

Bueno, al menos mi ex no hizo un informe. Ni imprimió fotos. Creo.

-         ¿Has tenido algún embarazo?
-         No.
-         ¿Y lo estás buscando?
-         No, por Dios.
-         Hum… pues con 31 años no es para que te lo pienses mucho.

Vaya, ya empezamos. El rollo patatero de que ya no tengo edad de esperar mucho y que mis antecedentes y blablablá. Joder, hasta hace un minuto me sentía joven. Igual no es que me viera joven, igual sólo me veía cara de virgen. Estupendo. Me puse las mallas empezando a plantearme los viajes con el imserso. Que no quiero tener hijos, pero cada vez que me dicen estas cosas me siento al borde la menopausia y me veo haciendo cruceros con viudas, lesbianas y solteronas. La buena mujer, intuyendo mi depresión interna me sonrió y me dijo:

-         Eres muy buena paciente, no te has quejado nada.

¿Por qué me iba a quejar? ¡¡Oiga!! Que una tiene un pasado y ha visto grandes cosas en la vida. Grandes e incluso muy gran… ejem. Estoooo… ¡que me deje irme!

-         Toma, las fotos de la eco. Con esto vas a la ginecóloga y…

Y que me suelte otra vez el rollo de la edad, ya lo sé. Pasaré antes por el centro de mayores a ver cuando se hace el próximo viaje a Benidorm. 
-       

martes, 16 de septiembre de 2014

problemas con el agujero

A principio de verano fui unos días a la playa y estuve en casa de Tíopaterno. Ya que estaba allí, me pidieron que hablara con mi prima pequeña, que básicamente es una adolescente zumbada como todos los adolescentes y más hoy en día. Además mis tíos la tuvieron de muy mayores, por lo que si cuando uno está en esa edad ya cree que todo el mundo es viejo y que nadie le entiende, pues ya ni te cuento con tantísima diferencia de edad. Eso, y que yo no estoy muy de acuerdo con ciertas cosas de la educación de hoy en día, pero qué sabré yo.
El caso es que estaban muy preocupados porque la niña tenía novio, no estudiaba, estaba todo el día con el móvil, no les contaba nada de lo que hacía y tal y cual. Nada del otro mundo si no fuera porque en Julio se iba a vivir un año a Estados Unidos.
Así que pasé parte de mis “vacaciones” hablando con una hormonada y alterada Primapequeña, que vio en mí la salvación a todos sus problemas. Que no es por echarme flores, pero soy cojonuda con los adolescentes. Ha sido mi trabajo, es mi pasión y lo hago bien. Porque la gente siempre dice la estúpida frase de “es una edad complicada porque no son niños ni son adultos.” Pues claro que no, joder. Son adolescentes. Es otra etapa. ¿Por qué sabes cómo tratar a un niño pero no sabes qué decir a un adolescente? En fin, no lo sé, igual es que tengo un don, pero tras unos días hablando con ella estaba más suave que un guante.
Resumiendo, mi prima cree que soy una especie de gurú de la sabiduría con respuestas para todo en su propio idioma y ahora recurre a mí con las cosas más estrambóticas. Y encima por wasap, claro, porque desde los United Estates a ver cómo íbamos a hablar.
La otra noche estaba yo tirada en el sofá cuando me llega un mensaje.

-         Primaaaaaaa
-         Dime cariño.
-         Tengo un problema terrible. – cuando eres adolescente todo es terrible. Todo. Absolutamente todo.
-         A ver, dime.
-         ¿Tú tienes el otro agujero?

¿¿Cómo?? ¿Qué otro agujero? ¿De qué agujero hablamos? ¿Qué clase de problemas tiene esta niña? Cosas importantes con un adolescente: nunca mostrar que estás alterado ni escandalizado.

-         ¿Qué agujero? (carita sorprendida)
-         Joder, pues el normal no, el otro.

WTF!!

-         Primapequeña, no sé de qué me estás hablando.
-         Pues del otro agujero.

¿Del del culo? Porque otra cosa no se me ocurre. Puse otra carita de asombro. Las caritas del wasap sacan de muchos apuros. Y ella, con esa condescendencia adolescente de “nadie me comprende porque todo el mundo es tonto menos yo” me dice:

-         A ver, ¿tú no te hiciste otro agujero en la oreja?

Anda coño. Y yo pensando cochinadas. Al final la que tiene las hormonas alteradas voy a ser yo.

-         Sí, llevo varios en cada oreja, ¿por qué?
-         Porque me hice uno y ahora no puedo quitarme el pendiente medicinal para ponerme otro.
-         Hum… ya… ¿Y?
-         ¡¡Pues que cómo se quita!!


Vaya problema de mierda. Y yo pensando que me iba a venir con algo de verdad. Desde luego que la juventud está echada a perder. 

viernes, 12 de septiembre de 2014

Odio la melancolía

Anoche volvía conduciendo por Madrid. Había quedado con Gordito y Pelirroja en Casapaco y habíamos estado hablando de cosas, de gente, de sitios que ya no están. O están, pero son muy distintos. Y la melancolía se apoderó de mí. No me gusta recordar, no me gusta echar de menos, no me gusta el vacío que se me crea en el pecho al contar décadas. El centro, luces, recuerdos pegados a cada esquina, bares que he cerrado, demasiados años que hace de casi todo aquello. Nombres de calles que para mí son más que una localización. Sitios a los que puedo volver sólo con cerrar los ojos.
Subí la música del coche. Últimamente los pensamientos negativos me atacan con frecuencia y no sé cómo hacerlos callar. Aun cuando estoy con gente sé disimular. Sé ponerme la ropa y los tacones, el maquillaje de “aquí nunca pasa nada”. Pero luego se van cada uno a su casa y yo conduzco sola, en una cuidad que a veces me engulle y otras me abraza, sin que pueda distinguir muy bien las unas de las otras.
Tuve la tentación de poner a Extremoduro, pero el disco que me gusta está rayado. Y me iba a dar pena, porque recuerdo cuando lo grabé, cuando tenía que pasar la pista 6 para no sentir una quemazón en el pecho. Ahora ya no, ya da igual, ya no quema. Diez años después ya puedo pensar en todo aquello con una sonrisa. Y me repito, quizás dentro de otros diez años también me ría de esto. Si es que aguanto, porque joder, otros diez años. No sé si me quedan tantas fuerzas. No sé si antes no lo mandaré todo al carajo y me iré lejos, lejos de mí misma.
Así que puse a Loquillo. La otra noche él y su banda de rock and roll me salvaron de un naufragio. Eso y un montón de risas con un desconocido. Igual soy un poco Blanche DuBois y en las malas rachas dependo de la amabilidad de los desconocidos. Con ellos empiezo de cero y no tengo que ocultar mis desgarros ni mis triunfos. Ellos no leen en mis gestos, no saben si me duele o me resbala. Y puedo saltar y cantar a Loquillo con lo de que tu madre le mira mal y hacer como que no me importa que mi vida esté resquebrajándose. Anoche elegí otra, estaba sola, mis terrores, mis dolores, mis heridas más profundas, mis pesadillas recurrentes… todo pasaba ante mis ojos mientras frenaba en cada puñetero semáforo. Y dejé que el Cadillac solitario me pasara por encima. El miedo tan atroz que siento cuando escucho lo de “pensé que podría olvidarte sin más y aún a ratos ya ves” me partió en dos del todo. Llevaba tiempo tratando de sujetar mis propios pedazos inútilmente. Y por fin saltaron por los aires. A la mierda todo de una puta vez. Igual cuanto antes me rompa por completo, antes me recompongo.
Que lo que escuece cura, dicen. Y vaya si esto escuece, joder.

No me gusta el mes de septiembre. Y no me gusta el otoño y el invierno que quedan por delante.  

martes, 9 de septiembre de 2014

No es feminismo, son obviedades.

Últimamente hay un revuelo considerable en tuiter con el tema del feminismo, que empezó con una chica que tildó de machista a un pobre intrépido que la invitó a un café. Y claro, lo que pasa en estos casos, cuando la gente se vuelve radical, más se radicalizan los opuestos y eso provoca que los primeros también se blinden más en sus ideas… y se entra en una espiral que sobrepasa la estupidez.
Ahora yo voy a decir algo que a mí me parece de perogruyo, pero igual no lo es. No me valen nunca los argumentos que empiezan por “los tal son…” No, mira, habrá de todo. “Los hombres son…” NO. Algunos hombres son. “Las mujeres son…” NO. Algunas mujeres son. “Los negros/judíos/chinos son…” NO. Algunos lo serán. Y otros serán todo lo contrario. ¿O acaso no habéis conocido a mujeres hijas de puta que os han hecho la vida imposible y que han tratado de pisotear a otras amigas y compañeras a costa de lo que fuera? ¿Y acaso no habéis visto hombres majísimos, llenos de dulzura y de sensibilidad? ¿Y todo lo contrario en ambos casos? El sexo con el que naces no te hace indefectiblemente bueno o malo. Ni el sexo, ni la religión, ni la nacionalidad… son partes de uno, pero no te definen por completo. Así que como reza el hastag que tanto han criticado algunas feministas, no, #NotAllMen. No todos son machistas. No todos maltratan. No todos violan.
Yo soy una mujer. Y tengo mi parte feminista, obviamente. Sería estúpido decir lo contrario. Pero si no me gusta que me digan que las mujeres somos unas histéricas, o que lloramos a la mínima o que nos volvemos chochas con las compras porque no es mi caso, tampoco me gusta que se diga que los hombres son agresivos, o machistas o crueles porque sí. Hay mujeres que son profundamente estúpidas. Y hombres estupendos. Hay mujeres enormes y maravillosas. Y hombres que son gusanos rastreros despreciables. Hay millones de casos, como millones de personas. Y no hay quien me saque de ahí.
Ahora bien, es verdad que hay muchas cosas en la sociedad que están mal. Claro que estoy en contra de que te digan cosas por la calle sólo por ser mujer. Claro que nadie tiene derecho a violarte lleves la ropa que lleves. Claro que nadie puede forzarte, puede sobarte o puede hacerte sentir asustada y vulnerable. Claro que nadie puede tocarte el culo en el mercamoñas cuando vas con tus pintas de mierda a comprar tierra para el gato.
Pero que un muchacho te invite a café no es machismo. Como no es machismo ni feminismo cuando yo he hecho lo propio con un chico. Él no es un acosador, yo no soy una golfa. Somos personas que estamos tratando de interactuar con otra. Sin más. No nos volvamos gilipollas. Porque claro, una supuesta feminista (que vaya imagen de mierda da de las feministas) dice esta imbecilidad y alguien le responde que para lo fea que es debería estar agradecida. Genial, ya hemos vuelto a caer en el machismo, ya estamos radicalizando posturas de nuevo. Venga, a ver quién es más tonto.
Y para los que llevan suficiente tiempo en mi blog, no hace falta que lo repita, pero para los nuevos voy a hacer un esfuerzo y voy a volver a decirlo. A mí me maltrató un exnovio hace muchos años. Así que sí, sé lo que duele una bofetada, sé lo que es el miedo, el terror, el acoso. Sé lo que es un tipo machista. Pero luego he conocido a otros chicos estupendos. Dispuestos a curar mis heridas, a consolarme y a respetarme sin decir una palabra más alta que otra. Chicos que recogen la cocina, que ayudan en la casa, que se esfuerzan cada día en hacerte sonreír y se ríen con mis payasadas. Así que no, no todos los tíos son malos, no todos los hombres maltratan. Y no todas las mujeres somos estupendas y fantásticas, que actuamos siempre desde el amor, el respeto y la mayor de las bondades. Hay soberanas hijas de puta, que también las he conocido.
Y me parece que roza el ridículo decir estas cosas, de verdad. No sé en qué clase de cabeza puede entrar lo contrario. No sé qué clase de persona puede asegurar que todos los X son malos o buenos. ¿Pero conoces tú a TODO el mundo? ¿Has ido uno por uno, viviendo con ellos para saber cómo se comportan?
Por eso suelo decir que no soy feminista radical. Porque aunque sí comparto muchas cosas, otros muchos de sus argumentos no me valen. A parte de la idea de que el encasillarse siendo feminista, machista, de izquierdas o de derechas sin opción a réplica me parece un poco estúpido. Yo soy muchas cosas, tengo muchos matices, comparto unas ideas y otras no, no trago siempre con todo, no creo en dogmas de ningún tipo. Y no me gustan los radicalismo, hacen que no se piense y no se valore la posibilidad de estar equivocado.Y eso me escama.
Para colmo, a colación del niñato que me tocó el culo en el mercamoñas, he estado dando vueltas al asunto de la educación. Y es que sí, hay que educar. Y mucho y muy bien. A los niños a no violar y a las niñas a saber reconocer a un machista, un chuloplaya o un cabrón a la primera de cambio para alejarse mucho y muy rápido. Igual que se enseña a frenar en los pasos de cebra cuando se conduce y a mirar a los lados de la calle cuando s e cruza a pie. Porque no todo el mundo es bueno y hay que saberlo, independientemente de su sexo o su raza o su religión. Que no es sólo educar a las niñas como se hacía hasta ahora, ni educar sólo a los niños, como parece que se propone a veces. Esto es cosa de personas, es una calle de doble sentido. Y por mucho que se eduque, hay que contar con enfermos mentales, depravados y psicópatas de todo tipo, que eso no lo cura la educación. Las cosas malas pasan, es una mierda, pero pasan. Y necesitamos armas para luchar contra ellas.
Ahora bien, insisto, claro que hay que educar a los niños, claro que hay que decirles que el cuerpo de una mujer es suyo y sólo suyo y no puedes tocarlo ni hacerle daño porque a ti la sangre te apriete en el capullo. Así de simple. Porque así igual las violaciones no se reducirían demasiado (la mayor parte de violadores entran en la categoría de enfermos que decía antes) pero sí dejarían de pasar cosas como la del pajillero que me intentó sobar en el mercadona. O las veces que te asustas, que te sientes amenazada, que tienes que hacer cobras cuando has dejado clarito que no, que tienes que quitarte manos de encima o que tienes que pedir a una amiga que te ayude porque no hay manera de salir del apuro. Que esas cosas, queridos, NO nos gustan. Nos hacen sentir miedo, asco, pena y frustración.

Ahora se abre el debate, porque cada vez que se tocan estos temas se abre la caja de Pandora. Eso sí, yo me he quedado más ancha que larga. 

sábado, 6 de septiembre de 2014

Encuentros en el mercamoñas

Sé que os tengo prometido un post sobre feminismo. De hecho, después de lo que voy a contar, será aún más necesario, pero por hoy me voy a permitir el tomarme con humor ciertas cosas que si no me río, me lío a hostias.
Resulta que el otro día fui por la mañana a hacer cosas. Últimamente duermo fatal y ando triste y apagada, así que iba con mis pintas andrajosas, unas mallas azules, una camiseta blanca vieja,  unas chanclas y mi característico moño de notengoganasdepeinarme. O sea, que levantando pasiones precisamente, no. Y yo ya no soy tan joven y tan mona como para que el look pordiosera me quede bien.
Bueno, pues iba yo arrastrando mis pintas y empujando el carrito por el mercamoñas cuando me “choco” con un prepúber de unos 12 años que “casualmente” a la que se choca me toca el culo con el dorso de la mano. Bueno, pienso, puede pasar. Y sigo a mi bola comprando. Seguramente las mujeres que me lean sepan a lo que me refiero cuando digo que a veces hay sensaciones que se te agarran a las tripas cuando un tío te habla, te toca o simplemente te mira. Como un asco visceral e inexplicable. Bueno, pues de pronto me empiezo a encontrar al jodido pajillero de 12 años en cada pasillo, detrás de cada estantería, siempre detrás de mí. Y esa sensación se me mete en el cuerpo. Y cada vez que me cruzo al chaval que me mira con esos ojos de gamba que proporcionan los transtornos hormonales de su edad, se me pone peor. Le esquivo como puedo. Le huyo. Y sigue ahí, a mi lado, detrás. Angustia y mala hostia a partes iguales. Empieza a tratar de chocarse de nuevo conmigo y tengo que empezar a hacer fintas y regates que ni Messi. Hasta que cuando ya estoy llegado a la cola de la caja, se choca de nuevo conmigo en un espacio enorme y me vuelve a tocar el culo esta vez con toda la mano y echándome todo el cuerpo encima. Y claro, ahí ya me he mosqueado más de la cuenta y por no partirle la cara, le he soltado un “joder, ya vale de una puta vez”. Coño ya con el niñato de mierda.
El caso es que dejo el carro en la cola y me voy de una carrera a por tierra de Ron, que se me había olvidado. Entonces me encuentro en la sección de animales a la señora loca de los gatos de mi barrio. Es una mujer con síndrome de Noé que cada vez que la veo me encoge las tripas. Sé de su historia porque es vecina de un amigo mío y me da una pena horrible. Fue bailarina, guapísima y tuvo bastante éxito. Pero se separó de su marido, tiene un par de hijos que no le hablan y vive sola, con un millón de gatos en casa. Los servicios sociales han tenido que ir un par de veces. Todos los días se gasta una media de 30 a 50 euros en comida de gatos y pájaros en el mercadona y alimenta también a todas las colonias del barrio. Ella misma debe comer comida de gato, es raro verle comprar algo de comida “humana”. El caso es que está ahí, con unas pintas parecidas a las mías y me pide que le coja un saco de tierra de gato. Me mira y me dice:

-         - Ah ¿tú también tienes gatos?
-         - Bueno, tengo uno.
-         - ¿Sólo uno? Yo tengo muchos, ¿quieres que te dé alguno? También alimento a los de la calle, ¿seguro que no quieres más gatos?

Y joder, por un momento lo pienso. Claro que quiero gatos. Mil gatos. Pero no tengo dinero para mantenerlos como a mí me gusta, con su pienso del mejor, sus vacunas, sus revisiones, sus pastillas de desparasitar y sus cosas. Igual en el futuro eso me da igual y empiezo a acumularlos como ella. Así que le digo que no y vuelvo a la cola con mi carro.

En fin, creo que necesito cambiar de look. Uno que no atraiga preadolescentes pajilleros y que no hagan pensar a la señora de los gatos que soy su digna sucesora. 

viernes, 5 de septiembre de 2014

Grandes remedios

Hace algunas semanas fui al ginecólogo para hacerme un poco de revisión. Que no es que me pase nada nuevo, es que de vez en cuando me gusta que un desconocido/a me meta mano y me sobe las tetas y me haga preguntas incómodas. El caso es que me tocó una mujer bastante maja para lo que suele ser mi suerte, pero pasó lo que pasa siempre, que no sé para qué sigo llendo si desde los 16 años siempre es la misma historia.

-         Huy, tienes un pezón invertido.
-         Sí, déjelo, es que es tímido.
-         Ya. – estirón. - ¿y no sale nunca? – estirón, estirón, pillizco.
-         No, no suele, es muy de quedarse en casa.
-         Bueno, volveremos a eso luego, hábleme de sus menstruaciones.

Y yo pues lo de siempre, muero de dolores, tengo problemas asociados que no vienen al caso, sofocos, mareos, sangrados a mitad del mes… todo una fiesta, oye.

-         Veo que no tiene hijos. Y que tiene 31 años. – me soltó a modo de condena.
-         Yaaaaa…
-         ¿Y no piensa tenerlos o qué? Porque no vaya usted a pensar que le queda tanta vida fértil. Que además con sus problemas no lo va a tener tan fácil. No es por nada, pero si no tiene hijos en uno o como mucho, dos años, yo no me hago responsable de que ya no pueda tenerlos nunca.
-         Yo… yo no quiero tener hijos.
-         ¿No? Porque eso podría solucionar sus problemas.
-         ¿Perdone?
-         Los pezones invertidos a veces salen durante la gestación o la lactancia. A veces no, claro, pero puede que sí. Y las molestias menstruales a veces se regulan con un parto. Que a veces tampoco, pero es posible que sí.
-         No me parece una solución muy buena, la verdad.
-         Pues entonces no puedo ayudarla.
-         Gracias doctora, ya me ha alegrado usted el día.

Total, que salí de allí sintiendo como mis ovarios se arrugaban y resecaban por segundos, como mis pezones se iban retrayendo más y más hasta crear un agujero negro y como me hacía vieja sola y triste, recogiendo basura de la calle.
Un par de días después fui al médico de cabecera porque me ha salido un bultito en la muñeca.

-         Ah, eso es un ganglión. – me dijo según me vio.
-         Y…
-         Y nada, no tiene solución. A no ser que se haga muy grande y muy molesto no se suele operar.
-         Estupendo.
-         Toma ibuprofeno. – debe haber un curso entero de medicina dedicado a recetar ibuprofeno para todo. – tómate… dos o tres al día. Durante… pues como veas. Igual te mejora algo, aunque a veces no hace nada, pero igual disminuye un poco.
-         Ajá.
-         Y date una crema antiinflamatoria, que no puedo recetarte porque no entra en la seguridad social, pero tú compra una y dátela, que igual también te ayuda… o no, pero mira a ver.
-         Sí, por supuesto.
-         Y ponte una muñequera… que a veces viene bien, otras no sirve de mucho pero…
-         Ya, comprendo. Muchas gracias, doctora, es usted de gran ayuda.

Y es que los médicos se contradicen ¿cómo se supone que voy a tener un hijo si me tengo que atiborrar de ibuprofeno mientras me unto potingue antiinflamatorio y me pongo una muñequera perdiendo toda mi sexidad? En fin, como me dieron pocas garantías, he pensado hacer pequeñas variaciones, cambiar hijo por gato, ibuprofeno por chocolate, pomada antiinflamatoria por nada y muñequera por pulsera mona de los hippys. Y tan ricamente con mejores resultados. Problemas a mí, ja.

lunes, 1 de septiembre de 2014

idas de olla, desubicaciones y un viajecito.

A veces se me va la cabeza a otro mundo, lo admito. Soy una persona distraída y tengo tendencia a quedarme absorta en la nada. Pero hay veces que voy un paso más allá.
Anoche fue una de esas veces. Y quien dice anoche, dice ya de madrugada, porque me dieron más de las 6 tuiteando paridas. Lo bueno es que me ha traído unos cuantos followers más. Lo malo es que cuando vean que no es el nivel habitual, se irán. Lo mismo me da, la verdad.
Y es que llevo un tiempo ya en cierta crisis existencial. Me pasa siempre a finales de verano, quizás un poco más este año. El asunto es el de siempre, que antes septiembre significaba el comienzo del curso o del trabajo, de saber lo que tengo que hacer y volver a cierta rutina. Ahora es todo confuso y un tanto antipático. Sigo buscando trabajo, y a veces es tan frustrante y desmoralizante que dan ganas de echarse a llorar. Sigo sin saber exactamente qué significa mi vida, qué hago o qué quiero hacer. Me siento más perdida que una cabra en un garaje. Y es que mis amigos se casan, tienen hijos, se mudan, cambian de país, hacen miles de cosas… y yo me limito a subsistir. Y me asusta un poco, la verdad.
Pero bueno, no estoy triste, ni deprimida. Sólo un poco desubicada. Y con una extraña sensación de que si mi blog fuera totalmente anónimo me pondría a contar cosas y se iba a cagar la perra. Pero no es plan. Porque además me gusta mucho haber desvirtualizado gente, me gusta tener amigos reales que vienen aquí, me gusta que haya cierto nexo de unión en este blog. Pero ay. Ay de lo que no puedo ni en realidad quiero contar.

Dicho esto, me voy tres días a Sevilla para cerrar las vacaciones de verano. Cuando vuelva voy a montar la polémica hablando de feminismo, lo advierto. Y os contaré cosas del viaje. Y seguiré con mis paridas de siempre. De momento, no me perdáis de vista en twitter, por si acaso.