domingo, 30 de septiembre de 2012

Raros que me ponen

Que tengo un gusto terrible en cuestión de hombres ya lo sabe cualquiera que haya pasado por aquí alguna vez. Me gustan los tipos raros, inapropiados y al poder ser, conflictivos. Además, exceptuando el caso de Beckham, tampoco me gustan las bellezas al uso, los tíos que le gustan a casi todo el mundo. Soy rarita. Y además soy de las que pienso que prefiero un novio feo para que no me lo quite nadie. Eso me da un currículum amoroso digno de estudio.
Ya una vez hice una lista un tanto polémica de hombres que me gustaban mucho. Ahora voy a hacer otra, más polémica aún, de tíos que me ponen a mil a pesar de que sé que son raros, raros, raros. En fin, para gustos se hicieron los colores. Como de costumbre, me dejo gente en el tintero. Y seguro que dais ideas nuevas de tipos raros. O creéis que algunos de esta lista son estupendos y no estoy enferma. Cosa rara este asunto de los gustos.


5. Marron. Es rarito, no me digáis que no. Lleva gafa-pasta, es delgadurrio, lleno de tatuajes, se hace cosas raras en el pelo, tiene los dientes apiñados… oye, pues me encanta. No sé por qué, porque es lo opuesto a lo que se supone que me suele gustar, pero así es la cosa. Me mola. Y punto.




4. Michael C Hall. No sé si es por Dexter, por el personaje de David en Six Feet Under o por mi afición absurda a los pelirrojos, pero me gusta este tipo a reventar. He dudado si ponerle en la lista porque me parece tan guapo que no creo que se merezca estar en lista de raros, pero le pregunto a la gente y sólo yo le veo guapo, así que debe ser problema mío.



3. Paul Bettany. Otro pelirrojo. Otro que me parece guapísimo. Este iba a salir ardiendo a los cinco minutos de estar al sol con esa piel blancucha que luce. Y demasiado delgado y con entradas y con ojos de estar un poco loco… pues nada oye, que le hacía un favor detrás de otro. Me requetegusta tanto que está en podio y todo.



2. Freddie Mercury. Ay, querido, queridísimo Freddie. Puede que esté condicionada por su voz tan limpia, tan potente, tan maravillosa. O por la música de Queen que me ha marcado y acompañado en la vida. O porque se me apareció en sueños una vez. O por vete a saber qué. Pero Freddie es de esos amores que guardas en tu corazón bajo llave para que no te los quite nadie. Y físicamente me encanta, me gustan hasta sus dientes enormes y su bigote. Me gustaba con el pelo largo y encrespado. Me vuele loquita rapado y con bigote. Me gustaban sus mallas brillantes, sus capas, vestido de tía para un videoclip. Que le quiero, qué pasa.



1. Billy Joe Armstrong. Otro que tal. ¿Se puede ser más morboso que este hombre? Esos pantalones negros, esos pelos negros, esos…  Esos ojos pintados de negro, por diorrrrrrr. En serio, gracias a facebook sé que no soy la única, pero es que me gusta hasta esa horterada de nombre que tiene. Además me tiene loca porque tiene ¡¡40 años!! ¿Qué hace este hombre? ¿Duerme en formol? ¿Las drogas le rejuvenecen en vez de estropearle como al resto de la humanidad? ¿Ha hecho un pacto con el diablo? ¿Es un vampiro (y entonces termino de recoger mis bragas del piso de abajo)? El caso, como hablaba por facebook el otro día con un par de amigas, que a una le entran instintos muy cochinos de ver a este hombre. Muy, muy cochinísimos.

lunes, 24 de septiembre de 2012

No me llames iluso si tengo un "rajca"

El jueves fui al estanco. Estoy haciendo esfuerzos titánicos por reducir el consumo de tabaco, pero hay días que me pregunto si seré capaz de dejarlo del todo. El caso es que fui al pequeñito de la parte profunda de mi barrio. Debería haber hecho una etiqueta en este blog: aventuras en el estanco. Pero ya no, que cada vez voy a ir menos.
El caso es que entré y había un tipo que conozco remotamente. Es uno de los dos únicos supervivientes de toda una generación que sucumbió a la heroína en los ochenta y los noventa. Aunque parecía relativamente recuperado, está estigmatizado de por vida. Le ves de lejos y piensas, “coño, un yonki”. Me sonrió con el disimulo del que apenas tiene dientes y me hizo un gesto con la mano ennegrecida de uñas rotas y maltratadas a jeringazos durante años.

-         Pasa bonita, que yo estoy liado con los rajcas.

Yo me reí mentalmente de esas J que metemos a veces los de Madrid donde debería haber un S. Efectivamente, estaba apoyado en el pequeño mostrador, frotando una moneda contra unos cartoncitos.

-         Estoy seguro de que esto es un timo, tronco. – le dice al estanquero. – he rajcao tres y no me ha tocao ná. Pero ná. Y claro, estoy pensando… la lotería de verdad tiene que tocar. Sacan un número del bombo, ¿no? por huevos alguien lleva ese número. Y la quiniela. Si eres listo o adivino y sabes quién va a ganar los partidos puedes llevarte la pasta. Pero escucha, ¿esto quien lo controla? ¿quién, eh? Que hay un menda ahí haciendo los cartoncitos y con no hacer ninguno premiado ya tiene el negocio hecho.

Yo sonreí para mis adentros mientras el estanquero abría una caja de mi marca y sacaba un paquete, cosa que siempre le lleva un buen rato. El yonki me miró con unos ojos negros penetrantes y cubiertos por un inconfundible velo amarillento. La piel morena, curtida por el sol y la mala vida. Los brazos delgados llenos de tatuajes carcelarios y cicatrices.

-         Dime que no tengo razón… que esto no puede estar trucado.
-         No lo sé. – respondo tratando de disimular el miedo que me dio ese hombre hace ya más de dos décadas. – No soy de loterías y esas cosas.
-         Pero lo he pensao, ¿eh? – se toca la sien como si le hubiera llevado horas de profunda meditación. – que esto es fácil de trucar y los pobres panolis como yo vamos y lo compramos. Y hay alguien forrándose con esta mierda.
-         Supongo que sí, pero entonces…

Decidí morderme la lengua mientras sacaba las monedas de mi cartera y las escurría por debajo del cristal que protege al estanquero, que sonreía con su alegría habitual ajeno a las tribulaciones del yonki, que por su parte siguió con su discurso sin importarle que nadie le escuchara demasiado:

-         Había un anuncio con una cancioncilla que decía “no me llames iluso porque tenga una ilusión”… y a mí me hacen ilusión los rajcas estos, oye. Aunque no toquen nunca, yo rajco a ver qué pasa.

Salí del estanco con una sensación rara. Y si es verdad. Y si la gente no compra lotería para que le toque si no sólo para sentir la ilusión de la posibilidad. Y si alguien que ha malgastado su vida y su salud, ahora que apenas le queda ni lo uno ni lo otro, se aferra a la ilusión de rascar un cartoncito a sabiendas de que quizás nunca le toque nada. Y si no invierte ese euro en ganar más, si no en recuperar la ilusión que quizás perdió de niño, entre agujas y rincones inmundos. Y si lo que buscamos todos no es más que los sentimientos que hemos perdido no se sabe dónde.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Rupturas ajenas y dolores propios

Mis amigos I y G lo han dejado. El año pasado por estas fechas pasó lo mismo, pero luego lo “arreglaron” y ahora de nuevo, esas cosas que les separaron han sido más fuertes que las que les unieron.
Hay algo que se le rompe a uno por dentro cuando una pareja amiga, a la que se ha conocido unida en tiempos felices, se separa. Hay una especie de vieja herida que se reabre y duele en el recuerdo. En este caso, me duele mucho por las veces que me refugié en esa pareja tratando de huir de mi soledad.
I y G eran mis vecinos del bajo cuando yo vivía de alquiler con mi ex el desequilibrado. Fui muy feliz en aquel edificio de locos y mi transición hacia la vida independiente fue más fácil gracias a ellos. Con frecuencia cenábamos juntos, pasábamos las tardes en casa de unos u otros y subíamos y bajábamos las escaleras en pijama y zapatillas para visitarnos. Luego, cuando el desequilibrado se fue y yo me di de bruces con la más cruel de las realidades, ellos estuvieron a mi lado. Fueron mi apoyo, mi sustento, mis puntales para no derrumbarme. Les debo muchos viernes fríos de diciembre y enero, en los que me iba a su casa a refugiarme del atroz silencio que reinaba en la mía antes de acostumbrarme a él. Les debo las pocas sonrisas de esos meses. Les debo el apoyo, la compañía, la ayuda impagable en mi aventura de montar muebles y crear un espacio habitable en el que reconstruirme. Les debo una parte de quien soy ahora.
Por eso, me duele. Me duelen sus lágrimas, sus preguntas sin respuesta, sus razones que entiendo a medias, sus pasos vacilantes por un camino que intuyen duro. Me duele saber lo que les espera. Porque yo ya pasé por ahí. Sé lo que es creer que se va a pasar, pero levantarse al día siguiente con la misma angustia. Sé lo que es que día tras día caigas más y más hondo. Sé lo que es sentirse perdido, desorientado, desconcertado. Sé lo que es que tu vida y tus planes se derrumben y te queden sólo cenizas. Y sé lo que es resurgir de ellas como el ave fénix. Sé lo que es, pero ellos, tras ocho años de relación sólo lo intuyen con miedo y recelo.
Sé mejor que nadie que se pasa, que se sale, que puede haber algo mejor después. Pero sé también que hay golpes de los que uno no se levanta nunca del todo. Sé que te quedan cicatrices que de vez en cuando supuran. Sé que la vida no vuelve a ser la misma. Y sé que el tiempo, la ilusión y los cachos de corazón que pierdes por el camino no se recuperan.
Además, verles separados me recuerda que no hay nada seguro en la vida. Que por llevar equis años no tienes garantías de que esa persona no se vaya a ir mañana. Me recuerda que en cualquier momento puedes gastar tu último cartucho. Que tienes que estar preparado siempre para tener que volver a levantarte solo. Y me recuerda, con un dolor insoportable, que cuando no tienes nada ni nadie que realmente te importe, vives más tranquilo. Más aburrido y más acorchado quizás, como yo estaba hace unos meses, pero mucho más tranquilo. No temes nada porque no tienes nada que perder. Sin embargo, con alguien especial al lado vives más feliz, más ilusionado. Vives más intensamente… pero vives con el riesgo. Vives con miedo de perderlo. Vives con la espada de Damocles sobre la cabeza. Vives con la angustia de que quizás mañana tengas que volver a pasar por el calvario. Y me pregunto con el corazón en un puño y mis niños I o G entre los brazos, si todo esto merece la pena. Si el amor es tan poderoso que nos hace olvidar el miedo y el dolor que puede venir después. O si somos unos gilipollas reincidentes que caemos una y otra vez en el mismo error. Y yo, como ellos, no encuentro respuestas, ni consuelo, ni nada de nada. Pero les abrazo fuerte y les prometo que todo pasará y habrá luz al final del túnel. A ver si de tanto decírselo, nos lo creemos todos.

De todos modos, como soy una optimista inasequible al desánimo, voy a hacer acopio de valor y voy a escribir un manual para salir adelante de estas situaciones y reponerse de las rupturas a mi estilo,con un poco de humor. Lo iré publicando por capítulos en mi otro blog a partir de este fin de semana. Espero que lo sigáis y os guste, aunque espero que nunca os haga falta de verdad.

jueves, 13 de septiembre de 2012

padres locos que temen a los novios locos

Mis padres son peculiares. Siempre lo he pensado, pero según va pasando el tiempo, me voy dando más cuenta de sus rarezas.
El otro día, por ejemplo, se fueron por la tarde a comprar un melón. A pesar de vivir en la ciudad más grande de España, mis padres no encuentran una frutería que les guste. Y la única que medio les convence está muy lejos. Pero da igual, allá que se fueron a la busca del melón. Extrañamente, tras recorrer siete fruterías, no hubo melón que les convenciera. No sé exactamente qué espera mi padre de una fruta, pero al parecer es más exigente a la hora de comprar un melón que para ninguna otra cosa.
Dada su frustración, vinieron a mi casa, se acoplaron en la terraza, se trincaron dos cervezas, se comieron una bolsa de bocabits, mi padre se fumó dos cigarrillos de liar que se dejó Anita en su última visita (acompañados de anécdota al respecto de liar tabaco en los setenta) y se fueron.
Como yo ya estoy acostumbrada, esto me parece lo más normal y rutinario del mundo.
Ayer, por el contrario, fui yo a buscar a mi madre a su casa para dar un paseo. Me la encontré planchando algo diminuto.

-         No te lo vas a creer, pero encontré mi Barbie en casa de los yayos y me la he traído. – me espeta. – Mi Barbie, fíjate, que me la trajo el tío Nosecuantos de América. Me la regaló por mi cuarto o quinto cumpleaños, cuando en España no había Barbies.
-         Pues ahora valdrá una pasta, fijo.
-         Me da igual lo que valga. La he lavado el pelo, le he dado su suavizante y todo y mira qué mona ha quedado. Tengo su vestido de novia en remojo y su ropa de esquiadora tendida.
-        
-         Y estoy planchando su traje de chaqueta.
-         Muy bien todo, mamá.  Escucha, mañana…
-         ¿Sabes? Como tú jugaste con ella de pequeña estaba metida en una bolsa. Así, como lo haces tú todo, hija, a lo bruto. Mi pobre Barbie, con el pelo enmarañado y hecha un desastre. Y no encuentro su traje de baño, pero claro, nena, con lo desastre que tú eras, lo mismo lo metiste en cualquier sitio o lo perdiste o vete a saber qué.
-         Sí, mamá, ya lo sé, llevo toda una vida luchando contra mi propio desorden y voy perdiendo. Escucha, mañana viene el niño chico y…
-         ¡¡Miiiiira!! – canturrea mientras rebusca en una caja. -  ¡¡Los zapatos de fiesta!! Estos no los perdiste, menos mal. ¡Y las sandalias!
-         Mamá, no me escuchas. En serio, mañana viene el niño chico y…

De pronto levanta la cabeza despeinada de su caja de mierdas de la Barbie y me clava los ojos verdes como si no me hubiera visto llegar hasta ese momento.

-         ¿Estás segura de que no es un loco zumbado de esos que te gustan a ti? No sé si me fío de este asunto, nena. No me fío de los hombres en general, pero es que los que tú eliges… en fin, qué te voy a decir. No sé de dónde has sacado ese gusto por los hombres tan… malos. – para mi madre “malo” es lo peor que se le ocurre decir de alguien.  
-         No es “malo”, mamá, es un chico muy…
-         Huy, mira lo que hay aquí, jejeje. Un vestido de tu Barbie de cuando eras pequeña. Está nuevo, claro, porque no sé por qué no te gustaba jugar con la Barbie. Lo esturreabas todo por ahí, por el suelo y luego pasabas del tema. Mira qué ochentero, con su volante y todo. Pero lo que te decía, ¿tú crees que es buena idea que se quede en tu casa?

Mi madre es capaz de hablar de veinte cosas a la vez y perderse en sus propias divagaciones. Además, contando con que el niño se ha pasado gran parte del verano en casa, no sé cómo explicarle que simplemente me he cansado de mentir, pero que a estas alturas sé convivir mejor con él que con ella misma, aunque me haya parido.

-         Mamá, no es un zumbado, en serio. No me pega, no me explota, no quiere cambiarme por camellos y llevarme a un país exótico y lejano… en serio, es un chico normal y corriente.
-         ¿Normal y corriente? No me gusta. Tú te mereces alguien especial, alguien que te haga sentir algo maravilloso, que sepa lo que tú vales y que… ¡andaaaaaa! ¡Pero si este traje lleva una boina a juego! Mira qué monada, no me digas.
-         Sí, muy bien. Mamá, normal en el buen sentido, en el de que no es un pirado como tú crees.
-         Bah, todo el mundo está loco. Y tú a este chico no lo conoces, nena, no puedes saberlo. Igual es un… un…
-         ¿Un loco que coge muñecas antiguas y pasa hora atusándoles el pelo y poniendo a punto sus vestiditos?
-         O… o que te ate a la cama y no te deje salir.
-         Eso no suena tan mal, ¿sabes? Y créeme, por lo que conozco al niño, te aseguro que la loca de la relación soy yo. Y la familia loca, también es la mía.
-         ¿Le gusta la ensaladilla rusa? Tengo un taper enorme para que te lleves y os lo podéis cenar mañana. Total, seguro que es gordo, como todos tus exnovios.
-         No, no es gordo. No es naaaaaaada gordo. Está muy, pero que muy… bueno  delgado.
-         ¿Qué no es gordo y no está loco? ¿Estás segura de que te gusta?
-         Sí, bastante.
-         Ay, hija, qué rara estás últimamente, en serio.

Manda huevos, como dijo Trillo… manda huevos.

martes, 11 de septiembre de 2012

la vida sexual de los políticos

Anita y yo siempre decimos que quizás normalizamos demasiado las cosas. No somos de escandalizarnos por las barbaridades que cuenta la otra o un tercero en cuestión. Puede que sea un poco de deformación profesional. O puede que no se nos asuste fácilmente.
Media España anda echándose las manos a la cabeza por una concejala que ha aparecido en un vídeo masturbándose. Y a mí me parece que no es para tanto. Qué levante la mano el que nunca se la haya metido entre las piernas. De hecho, con levantar una vale, la otra podéis usarla para lo que os parezca mientras leéis esto.
Y hay quien dice, no es el hecho onanista en sí, si no el que sea una política de actividad pública. Que debe ser que si uno tiene un cargo público no puede tener orgasmos.
A mí, francamente, me trae al fresco. Me importa una mierda que la señorita concejala se mate a dedos por las noches si hace bien su trabajo por el día. Me preocuparía que fuera corrupta, que se llenara los bolsillos de dinero público, que repartiera subvenciones y empleos a dedo (a dedo, jejejeje, qué oportuno) o que matara gatitos por placer. Pero si realmente su placer es meterse una mano en las bragas, por mí, como si termina con un brazo estilo culturista.
Y es que no entiendo ese afán de vieja del visillo que tenemos en este país. Que nos interesa la vida privada, con quién se acuesta, cómo toma el sol en verano o la marca de ropa que lleva la gente conocida. ¿de verdad es eso importante? Y puedo tratar de entender que la gentuza de programas de corazón, los famosillos de medio pelo y las belenes estebanes del mundo no tienen más que ofrecer que enseñar las tetas, hablar de sus crisis matrimoniales o discutir y reconciliarse los unos con los otros. Pero seamos serios. De una concejala de un pueblo de Toledo, un alcalde, un ministro o un diputado, debería importarnos una mierda su vida privada. Debería importarnos que haga las cosas bien, que deje de forrarse a nuestra costa, que deje de vivir del cuento. Debería importarnos que trabaje, pero de verdad, para salir de esta mierda en la que nos han metido. Debería importarnos que haga un bien a la sociedad y dejar de lado si hace bienes privados en la localidad que queda entre una pierna y otra.
Por mí, me daría igual que todos los políticos del mundo se la chuparan unos a otros si eso resolviera algo. Que se mataran a pajas en los despachos si eso les liberara mentalmente y encontrasen soluciones al paro, a las deudas, a los desahucios. Preferiría que Zapatero se hubiera montado orgías en vez de dejar que este país se hundiera poco a poco sin hacer nada al respecto. Preferiría que Rajoy bailase desnudo la danza de los siete velos si con eso fuera a lograr una salida a esta situación desesperada. Preferiría una orgía gore a lo película de Pasolini o a lo Marqués de Sade en el congreso que verlo vacío, sin nadie preocupado por lo que ocurre fuera de sus carísimas casa pagadas con el dinero de los contribuyentes, cada vez más asfixiados y endeudados.
Y es que estoy hasta el gorro. Y me da igual quién se la chupe a quién, quién se masturbe con quién, quién folle con quien. Me da igual, en serio, porque a mi vida no le afectan los gustos sexuales ajenos. Me afecta no tener trabajo, no saber qué será de mi futuro, no saber si tendré que irme de mi querida España, no saber si algún día dejaré de oír cosas sobre la deuda, la prima de riesgo, los rescates y su puta madre en verso.
Y ahora, hala, que cada uno se preocupe por lo que quiera, por la mamada que le hicieron a Clinton, por el dedo de esta mujer o por qué va a ser de nosotros en un futuro no tan lejano. A ver qué es más importante.

viernes, 7 de septiembre de 2012

la teoría de los tres polvos

Mi amigo Jimmy es todo un personaje. Es la persona con más teorías absurdas que conozco. Tiene cientos. Y casi todas sexuales, cómo no.  Lo curioso, es que aunque en general cuando las cuenta nos lo tomamos a coña, muchas de ellas tienen un porcentaje muy alto de verdad. Y se te quedan grabadas. Y la vida, maldita sea, nunca vuelve a ser igual después de las teorías del Jimmy.
Así, la vida de Pa cambió cuando conoció la “teoría de la recompensa”. Puede que sea la más famosa y además, se recrea en contarla siempre que puede. Generalmente, al poco de conocerle, por lo que tu imagen sobre él se ve seriamente afectada. Mis otros amigos siempre que le ven, le piden que la cuente. Y él encantado de dar su discurso. Yo me niego a reproducir semejante teoría en este blog, si alguien quiere saber más al respecto, que se ponga en contacto con el Jimmy y él se la cuenta en directo.
Además de esa, hay muchas otras: la de “partir nueces”, la de “hasta el ombligo”, la de “sin dolor no cuenta”, la de las manos, la de las cejas, la del tomate… las mil y una. Creo que podría escribir un libro con esto y forrarse. O podría hacerlo yo y forrarme. Tengo que meditar al respecto.
El caso es que tiene una sobre la que he pensado a raíz del post anterior y de una conversación con G. Es la teoría de “los tres polvos” y reza simplemente con que no puedes saber si una persona es buena en la cama para ti y te gusta de verdad hasta el tercer polvo. El primero estás nervioso y confuso, cohibido y cortado. El segundo estás aún receloso y un poco avergonzado. Y el tercero es donde demuestras ya tu verdadero potencial.
Y estoy bastante de acuerdo. Con peros, eso sí. Creo que hay con gente que desde el pre-polvo uno sabes que no va a funcionar, que es una pérdida de tiempo. Y gente con la que sí, con la que todo va como la seda. Esto es raro, lo confieso. Encontrar alguien con quien la primera vez es buena, sale todo bien, te entiendes y dices, “madre mía, qué buen polvo”, hay poca en el mundo. Y además, cada uno tiene sus cosas. Igual yo creo que un chico es un dios y otra piensa lo contrario. Y viceversa. En la cama no hay normas escritas, hay gustos y preferencias y no son las mismas para todos. El caso es que cuando esa primera vez es lo bastante buena, procura que no sea la última. Procura retener un tiempecito a esa persona a tu lado, que de torpes y de malos polvos está el mundo lleno. Este es mi naar-consejo.
Ahora bien, he de decir que las primeras veces están sobrevaloradas. Es por lo que me he acordado de la teoría del Jimmy y he soltado todo este rollo. Porque le damos demasiado valor a las primeras cosas. A cómo fue el primer amor, el primer beso, el primer polvo. El primero-primero y el primero de cada relación. Como si fuera determinante. Y no lo es. Si tienes la suerte de que sea bueno desde el principio, mejor. Pero no es tan fundamental. Porque lo que es seguro, o casi seguro, es que por bueno que sea, no va a ser el mejor. Ni el mejor amor, ni el mejor beso, ni el mejor polvo. Así que no merece la pena obsesionarse. Hay que dar tregua. Hay que dar el margen de los tres polvos.
Maldito Jimmy y sus teorías descabelladas que le marcan a uno la existencia…

jueves, 6 de septiembre de 2012

la mochila emocional

Alguna vez he dicho que no podría haberme quedado con mi primer novio. Aunque hubiera sido el mejor hombre del mundo, que no era el caso, no habría podido quedarme con él. Necesitaba imperiosamente vivir. Y vivir, para mí implicaba conocer a otra gente, besar otras bocas, bajar otras braguetas. Implicaba amar y odiar a otros, reír y llorar con otros. Implicaba ir llenando una mochila de cargas emocionales que sin saberlo, un día me pasarían factura. Aunque fuera en forma de contractura en la espalda por cargar con tanto peso. Metafóricamente el asunto, pero pesan tantos hombres a las espaldas.
Con el tiempo descubres que el resto de la gente con la que te vas encontrando lleva su propia mochila. Su propio bagaje, su propia carga emocional. Y de pronto la tuya pasa a sus manos y la suya a las tuyas. Curioso intercambio. Y aunque la tuya, la mía en este caso, sea casi insoportable, a mí no me gustan las cargas de los demás. No me gustan las exnovias. Son molestas y odiosas. Siempre. Todas ellas. Como supongo que yo lo seré para las actuales novias de mis ex. Maldito entramado de relaciones, de amores, odios, risas, llantos y braguetas bajadas.
A veces pienso que hay relaciones que funcionan mejor porque la pareja empezó antes de tener esa mochila llena a las espaldas. No conocieron otras parejas, no compararon, no cogieron malos hábitos. No hay celos de lo que se sintió en el pasado. No se plantea la duda de si le importaré más o menos que su ex. Si seré mejor o peor. Si estaré a la altura. Si seré capaz de llenar el hueco que otra socavó. Esto es lo que hay, y nunca hubo o habrá otra cosa. Y puede sonar bien. Pero me intriga si les queda la duda. Si se preguntarán a veces cómo habría sido con otro. Si habrá dentro de ellos un angelito malo que les haga dudar, cuestionarse a qué saben otros labios, cómo queman otras pieles, cómo suenan otras voces, otras risas, otros llantos. Qué hay detrás de otras ropas, qué se siente al bajar otras braguetas.
Quizás sea yo, que tengo un problema y siempre hago demasiadas preguntas de esas que no tienen respuestas. Quizás sea que en la vida, hagas lo que hagas, te planea la sombra del “y si”. Quizás sea que mi carga es demasiada y me he roto por la mitad. Quizás sea que me preocupa que nadie pueda o quiera cargar con ella. Quizás sea que aún no he encontrado el botón de reset. O quizás sólo sea que a veces, aunque le cierres la puerta al pasado, él se empeña en colarse por las rendijas.