domingo, 31 de marzo de 2013

crisis a pocos días de los 30


Algunos de los que me leéis, os leo y nos comentamos, tenéis una juventud enfadante, insultante, totalmente ofensiva. Os odio por ello. Pero mi venganza llegará con el tiempo, literalmente. Ahora creéis que siempre tendréis veinte años, que siempre seréis jóvenes y lozanos, que siempre seréis universitarios y que vuestros problemas siempre serán los que tenéis ahora. Ja. Ya veréis lo que os espera, ya…
Hace ya tiempo, con el post de mi chico de las naranjas, Mar me dijo que era ella la que tenía ahora esa edad, la que iba a la facultad, la que lo había dejado con el tipo alternativo y flipadete de la vida. Y su comentario me llenó de una melancolía dolorosa que se me agarra a las tripas con frecuencia. Si la niña no escribiera tan bien, dejaba de leerla, porque siempre que entro en su blog, pienso, ¿¿Por qué ya no tengo yo esa edad?? ¿¿por qué, maldita sea?? No me puedo creer que esos años se me pasaran. No me puedo creer que esté a punto de cumplir los 30 (los treinta!!!! Arggggg!!). No me puedo creer que aquél mundo que yo viví y disfruté haya desaparecido. Que aquella época no vaya a volver. No me lo puedo creer.
Así que, queridos jovenzuelos míos, haced caso a la voz de la experiencia. Estáis en vuestros mejores años. En el esplendor de vuestra vida. Disfrutad, malditos, disfrutad. Porque ahora creéis que os agobian los trabajos y los exámenes. Creéis que el futuro es desalentador tal y como va el mundo. Creéis que a veces os aburrís, o estáis tristes o desanimados. Creéis que os estáis haciendo mayores. Incluso puede que creáis que lo mejor está por llegar cuando os independicéis, cuando trabajéis, cuando seáis mayores. Error. Error todo. Ser mayor es una mierda. Trabajar es una mierda. Vivir solo es… bueno, no es una mierda, pero tampoco es la fiesta que imagináis ahora. Con los años cada vez te diviertes menos, tus amigos se casan, tienen hijos y cada vez los planes son más mierder. Así que apuntaos a un bombardeo ahora que podéis. Da igual que el plan os parezca regular, o que estéis con la vena perezosa. Da igual que llueva o haga frío. Salid, bebed, fumad, disfrutad. Frungíos a todo el que se ponga a tiro. Vivid a tope. No desaprovechéis ni una oportunidad. Porque el tren que se pasa no vuelve.
Ahora veis muy lejanos los treinta.  Y seguramente pensaréis que soy una vieja loca que habla como la abuela cebolleta. Pero os aseguro que antes de que os deis cuenta, estaréis en mi lugar. A mí me lo decían cuando tenía veinte y me sonaba a chino. Ya… y una mierda voy a cumplir yo los treinta. Con lo lejísimos que queda eso. Ja. Está a la vuelta de la esquina. Después de los 25 el tiempo sufre una aceleración constante, pasándose por el forro las leyes de la termodinámica. Todo va cada vez más y más deprisa. Y no puedes pararlo, ni dar marcha atrás. Y es horrible. Espantoso.
El caso es que me encuentro a pocos días de llegar a la treintena. A veces tengo la sensación de que volveré a tener veinte años. A veces tengo la idea absurda de que volverán aquellos tiempos, como las oscuras golondrinas. A veces creo que volveré a ser joven y a estar llena de vida como entonces.
Pero entonces me levanto y me miro en el espejo. Y la cruda realidad me mira desde el otro lado del cristal reflectante. Y esa cara no es la mía. Yo tenía una piel que parecía porcelana, joder. No tenía una mancha, no tenía ojeras, no tenía arrugas, ni líneas ni nada de nada. No entiendo de dónde ha salido todo esto.
Y mis piernas… para qué hablar. Yo tenía unas piernas de escándalo. ¿Por qué ahora tengo celulitis y varices y venitas rojas y los tobillos se me hinchan? ¿Por qué?
Para colmo yo antes salía de fiesta tres días seguidos y al cuarto, descansaba un poco y punto. Y mi cara seguía siendo esa maravillosa sin imperfecciones mierderas. Ahora salgo una noche y me dura la resaca tres días aunque no beba. Algo ha dejado de funcionar.
Y sé que lo que me espera no es mejor. Físicamente he tocado techo. Nunca voy a volver a estar más guapa, ni a tener la piel más firme, ni a nada de nada. Puede que haya madurado, puede que haya aprendido, puede que ahora sea más fuerte, más lista, más… vieja. Resumiendo sólo soy eso, más vieja.
Y me quedan años buenos, lo sé. Puede que haya aún cosas maravillosas por llegar. Pero demonios, dejadme tener la crisis de los 30 a gusto.

jueves, 28 de marzo de 2013

El chaval de la rata


A raíz de este post de Carol, me he acordado de una historia que me pasó hace cosa de un año y medio o así. Iba a contársela en el comentario, pero iba a quedar muy largo y me apetece que la leáis todos los que vengáis por aquí.
El caso es que iba yo por el centro de Madrid, zona de Callao, que es siempre un caos. Además, creo que había ido de compras navideñas o a hacer algún encargo o cosa semejante, porque odio meterme en el tumulto sin razón.
Cuando estaba pasando por la puerta del Fnac, tratando de esquivar solidarios, me fijé en un chico que había por allí. Era un auténtico y genuino perroflauta. Iba con una especia de cresta de colores, pantalones de cuadros escoceses, botas militares, una sudadera y tocaba la flauta. Al lado tenía un par de perros preciosos y con pinta de muy bien cuidados tumbados plácidamente en una manta. El chaval era bastante guapete, sólo le hacía falta un buen baño con jabón y un buen estropajo. Pero lo que me llamó la atención poderosamente es que tenía una rata en el hombro. Una enorme rata blanca y marrón.
No pude evitar sonreír. Yo, que soy de risa y de sonrisa fácil y que los animales me pueden. El chico se dio cuenta y me sonrió también. Tenía una gorra en el suelo para ver si caía alguna moneda, pero la gente no parecía muy predispuesta a dar dinero al chaval con pintas raras y una rata correteándole por encima. Creo que se dio cuenta de que no sería difícil sacarme algún eurillo al verme sonreír. Por desgracia, yo iba pelada de pasta como de costumbre, pero aún así cuando se me acercó ni lo dudé.

-         Si me dejas tocar a la rata te doy todo lo suelto que llevo.

El chico soltó una carcajada. Y se agachó porque era tremendamente alto. Y yo cogí la rata en brazos más feliz que nadie. Porque sí, porque soy una loca. Porque igual no me fijo en los niños, porque no me suelen hacer gracia los perros canijos esos que llevan las pijas y porque igual me ponen en un compromiso si tengo que coger a un recién nacido porque no se hacerlo, pero me comería a besos a una rata. Así me luce el pelo en la vida, claro. La rata, por cierto, era enorme. Pero enorme, debía pesar sus tres o cuatro kilos tranquilamente. Era como un conejo de grande, en serio. Y tenía el pelo blanco con manchas marrones y el rabo muy largo. Era preciosa. El chaval me miraba como si le hiciera gracia verme achuchando al animalejo y al final me contó la historia de la rata, que parecía tan contenta de estar en mis brazos.

-         La salvé de un laboratorio, iban a experimentar con ella, pero nos colamos y nos llevamos todos los animales que pudimos. – me dijo. – A la gente le dan asco las ratas, pero son un animal muy majo. Yo a esta la llevo a todas partes. Y la quiero un huevo, en serio. Además se porta genial con los perros.
-         Me encantan las ratas. – dije yo acariciándola.
-         Se nota, no suele fiarse así de la gente, pero está a gusto contigo.

Devolví la rata al hombro del chico y ella le olisqueó el cuello y la oreja como diciendo “este sí es mi dueño”. Le rasqué un poco la cabeza a uno de los chuchos que se había acercado, entre curioso y celoso mientras el chico me decía que casi todo lo que sacaba era para cuidar a sus animales, que para él eran lo más grande. Y luego, me sonrió y añadió.

-         Tía, no hace falta que me des nada. Sólo con ver que hay gente que le molan los animales, que hay tías que no les dan asco las ratas y que no has tenido miedo de acercarse a mí, ya me doy por servido.

Yo me reí y le di casi todo el dinero que llevaba, que no era mucho tampoco. Aunque el chico me dijera que no hacía falta, se lo dí y le pedí que siguiera cuidando de los perros y de la rata, cosa que me aseguró que haría. Sólo me quedé unas monedas para comprarme el pan. Y me quedé tan a gusto. Porque sí soy yo. La que le enviaría las naranjas a los monos. La que coge una rata en brazos. La que cuida de todos los bichos que se acercan a mí. La que no tiene miedo de acercarse a un punki con imperdibles en las orejas pero desconfía de los tipos trajeados. Y es de las pocas cosas de mí que realmente me gustan. De las que no cambiaría por nada del mundo. De las que me siento orgullosa. Soy así de rara. Y me mola mogollón serlo.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Como respirar


Como soy una supersticiosa de mierda, el post 301 es para mi Ross. En un par de días, vuelvo a la normalidad con post chorras y paridas varias.


Era muy fácil quererte. Era como respirar. Era parte de mí. Yo hacía cosas y te quería. Iba a la facultad, estudiaba, salía con mis amigos y te quería. Iba a buscarte, a verte jugar al rugby, íbamos a casa Paco y a las fiestas con los satánicos y te quería. Iba a trabajar, conducía, bajaba al sur y te quería. Y luego, estaba contigo y te seguía queriendo. Quererte era muy fácil. Era como respirar, era parte de mí.
Luego lo dejamos, sí. Pero yo seguía queriéndote. Y ya no era fácil, pero sí era parte de mí.  Tú eras parte de mí. De mi vida, de mi entorno, de mí misma. Quizás por eso, una vez que te enfadaste me dijiste que yo sólo te quería por la vida que me dabas, por el mundo que habíamos creado con nuestros amigos y nuestras costumbres. Yo no te quería a ti, quería nuestro mundo. No terminé de entenderlo, pero pensé que quizás fuera verdad. Así que me alejé de ti. Y aprendí a vivir sin todo ese mundo. Incluso aprendí a vivir sin ti. Pero jamás aprendí a vivir sin quererte. Quererte era como respirar, era parte de mí.
Durante años me esforcé mucho en no quererte. Te lo aseguro, hice todo lo posible. Salí con otros chicos, conocí otra gente, fui a otras fiestas. Pero te seguía queriendo a ti. En contra de mi voluntad. Quererte era tan mío, que no sabía renunciar a ello. Era parte de mí, era como respirar. Pero seguí en mi empeño. Tenía que olvidarte, tenía que seguir adelante. Empecé una relación. Incluso me fui a vivir con él. Y no hubiera sido todo tan difícil, tan complicado, tan a contracorriente si hubiera podido dejar de quererte. Si hubiera podido dejar de respirar. Todo salió mal. Porque las cosas complicadas no funcionan. Porque a veces, hay cosas que tienen que ser sencillas, que salir solas, que ser parte de ti. Como respirar. Como quererte.
Hubo dos años en los que me empeñé en odiarte, incluso. Estaba dolida y quería olvidarte como fuera. Casi, casi lo consigo. Casi consigo ver otra cosa que no fueras tú. Casi consigo que no me importes. Casi dejo de respirar. Pero no. Porque volví a verte. Y en cuanto te vi, lo supe. Te querré hasta que me muera. Desde ese día, todo lo que he hecho ha sido dar pasos hacia ti. Y espero llegar a estar tan cerca, que no tenga que volver a irme. Espero, con todas las fuerzas de mi corazón, que tú no quieras que me vaya. Que tú también vuelvas a sentir que es tan sencillo querernos, que es tan parte de nosotros que es como respirar.
Mientras tanto, esperaré paciente. Esperaré a que vuelvas de viaje. Esperaré a que dejes de tener miedo. Esperaré a que quieras que respiremos de nuevo. Porque quererte siempre ha sido fácil. Y lo sigue siendo. Quererte es fácil, es sencillo, es parte de mí. Es como respirar.

domingo, 24 de marzo de 2013

los 300 ya están aquí!!


Bueno, aquí estamos, post número 300. Vaya juerga. Lo cierto es que la sugerencia de Mar de montar una fiestuki para todos los blogguer me mola mucho, pero temo que mi casa no sea lo bastante grande. Si queréis venir por etapas, yo encantada. Y no es broma, estáis invitadas. No puedo ofrecer mucho, pero hay sofá, cama grande a compartir conmigo y cama hinchable. Cocino bien, tengo terraza para el verano y Madrid es mío, chavalas. Las juergas pueden ser memorables. En serio, no os quedéis con las ganas, las puertas están abiertas.
Dicho esto, voy a tratar de responder a todas las preguntas que me habéis hecho. Las fotos vergonzosas ya están en Twitter, así que... creo que he cumplido con todo. 
Empezaré por Abisal, que se anima a hacerme tres preguntas para celebrar los 300.

-         Algo que hiciera alguna vez y me de vergüenza confesar. Chica… a estas alturas, me dan vergüenza pocas cosas. Pero a ver, yo soy muy de meter la gamba y si lo pienso en frío, hay montones de historias vergonzosas en mi vida. Quizás lo peor que he hecho nunca y más corte me da pensarlo si quiera, fue una vez que en una fiesta loca (muy, muy, muy loca) e hice una apuesta con un guiri. Estábamos jugando al beer-pong y él bebía y yo me quitaba prendas si perdía. Lo cierto es que no tenía ningún miedo porque yo iba totalmente sobria y era cojonuda al beer-pong. Pero él tuvo un golpe de suerte y yo terminé jugando al beer-pong-top-less, tratando de taparme las tetas con una mano y jugando con la otra. Aquellos años locos…
-         La última vez que me dolió la barriga de la risa. Pues como soy tonta y me río por todo, podría contar montones de veces. Hay días que me da por reírme de cosas absurdas, y yo si me río, me río. O sea, a carcajada limpia hasta que me quedo sin aire y me duele la tripita. Si no, pa qué. De las veces sonadas, se me ocurren un par de ellas recientes. Hace poco me estuve una comida entera riendo de mi abuelo. Creí que me iba a sentar mal y todo la comida de tanto reír. Y era porque mi abuelo estaba contando una historia de un tipo que pintaba cuadros con los pies. Es una tontería, pero me hizo gracia cómo lo dijo y estuve tres horas sin parar de reírme. La otra fue del Ross, que está mosqueadísimo porque dice que hay una paloma que se mete en la terraza de su habitación y está como los locos, esperando agazapado a que la paloma se pose para ir corriendo a espantarla haciendo aspavientos y ruidos extraños. La paloma no sé, pero yo me parto de risa cuando le veo.
-         Cómo llamaría a mi próximo gato. Pues no lo sé. Nunca he sido muy buena poniendo nombres a los animales a pesar de haber tenido tantos. Cuando le vea la cara lo mismo se me ocurre algo. Y si no, haré como mi amiga-hermana guapa del pueblo, que ha tenido como mil gatos y todos se llamaban “Misi”. Lo bueno es que ella los diferenciaba y te decía cosas como “¿te acuerdas del Misi? El que era hijo de Misi y que tuve a la vez que el Misi”. Pues yo igual, como las locas.


Luna me pregunta por qué Ron se llama así y cómo llegó a mi vida. Siempre digo que Ron se llama así porque lo eligió él. Yo quería llamarle Freddy, por Mercury, pero él no atendía a razones y pasaba de mí totalmente cuando le llamaba así. Y el primer día, mientras estaba ronroneando en mi regazo, tuve la genial idea de decirle “ay, ron-ron-ron, que no dices otra cosa que ron-ron” y él me miró y maulló bajito, como si me contestara. Mi madre se empezó a reír y me dijo que lo  repitiera. Y yo, totalmente incrédula dije de nuevo “¿ron?”. Y él me miraba y maullaba contento. Así que llegué a la conclusión de que le gustaba y con Ron se quedó. Y llegó a mi vida por un cúmulo de casualidades. Yo entonces vivía con mi exnovio el desequilibrado, que era informático. Tuvo que ir a montar todo el rollo de cables y demás a una empresa que estaba en Guadalajara, en un polígono abandonado en el quinto culo. Y allí estaba el cachorrito de Ron, que se empeñó en conquistar a mi ex a cabezazos, cariños y demás. Y él lo cogió y lo trajo a casa. Yo al principio no estaba muy convencida porque había tenido una gatita que se me murió a pesar de hacer todo lo posible por salvarla y estaba aún afectada. Pero Ron me enamoró por completo. Y nunca más me pude separar de él. Ahora sé que traer a Ron es lo único bueno que hizo mi exnovio en su vida y quedármelo es lo mejor que me ha pasado a mí.

Por su parte Alter Ego me pregunta qué entrada dejaría si me obligaran a borrar todo el blog menos una. Y sería una putada, porque creo que todo este blog va contando una historia, mi historia. Pero puede que me quedara con esta, que me gusta mucho y que tuvo bastante éxito en un momento en el que me vino muy bien un chute de autoestima. Creo que si sólo quedara una, esa sería una buena representación.

En la misma línea, Tomate me preguntaba cuál es mi entraba preferida de estas 300 que van ya. Y no sé qué decir. Hay muchas que me gustan por una razón o por otra. Últimamente estoy bastante conforme, las dos de nochebuena (1 y 2) me gustaron un montón porque pareció que estuvieran preparadas y sin embargo fue la mayor de las casualidades. Las de la despedida del Gordito y la historia con el Ross también me gustó mucho escribirlas (aquí y aquí). Y le tengo mucho cariño a todas las que le he escrito al dueño de mis sábanas. No sé por qué, pero me encantan. Así que no sé. Todas son parte de mi vida. Son vivencias. Elegir sólo una es cómo decir si quieres más a mamá o a papá. Cada entrada es un pedacito de mí misma y gracias a ellas me voy construyendo y creciendo como persona.

Carol Munt se pone en plan profundo y me pregunta (cito textualmente) “En algún post has dicho que el Ross es el hombre de tu vida ¿hay algo que no le hayas dicho sobre tus sentimientos hacia él y que te gustaría decirle pero te da cosa? En plan con el corazón en la mano.” Y uf, me lo pone un poco chungo. La verdad es que creo que le he dicho muchas cosas a lo largo de todos nuestros años en común y de idas y venidas. Pocas tengo en el tintero. Quizás, no sepa cuánto me arrepiento de haberle hecho daño en pasado. Y ahora mismo, que está pasando unas semanas en Chile, lo que no sabe es que le echo de menos cada día. De todos modos, si al final retomamos lo nuestro, o si seguimos un poco adelante tratando de ver qué ocurre, no le diré nada. Como mucho le pediré tiempo para demostrarle las cosas en hechos más que en palabras. Pero el camino se hace paso a paso.

Pumi me pregunta “¿qué es lo mejor y lo peor que has hecho estando borrachilla?” Y yo soy abstemia. Y lo he sido siempre. Jamás me he cogido una borrachera, ni puntillo siquiera. Siempre me río de mí misma y digo que con el sorbito de brindar voy ya tocada, pero tiene que ser efecto placebo totalmente porque de verdad que son como muchos dos sorbos a una copa de cava o de sangría o lo que sea. Así que es imposible. Eso sí, como veis, no me hace falta el alcohol para decir y hacer gilipolleces. A veces creo que si bebiera sería un peligro andante. Imagínate, si ya lo soy sobria, ¡¡lo que me falta es beber!!

Pimiento, me dice “Yo quiero que cuentes un momento en el que dijeras ‘esto es felicidad’ y no vayas a decir después de un orgasmo!!” Maldita Pimiento, cómo me conoce ya y sabía que le hubiera contestado eso. No, en serio, es muy fácil que yo sea feliz. Es mi estado natural, me resulta muy sencillo. A lo mejor estoy en el sofá tumbada con Ron y ponen en la tele una peli que me gusta y pienso “esto es felicidad”. A lo mejor voy conduciendo por Madrid tranquilamente, sin atascos y ponen en la radio una canción que me flipa y pienso “esto es felicidad”. A lo mejor estoy con mi familia reunida y miro a mi yaya que está bien y sonrío, “esto es felicidad”. Y siempre que me junto con mis amigos. Siempre que mi gurú Seis me llama y me dice que me necesita y tenemos charlas profundas de las nuestras. Siempre que ceno de risas con el Ross y me da un masaje en los pies mientras me cuenta cosas. Soy feliz con cositas pequeñas.  


Y ahora añado, me subís la moral que te pasas entre todos. Cada vez que me deprima voy a publicar una foto, que me decís que soy guapa y oye, como que se siente una un poco mejor. Además Mandarica me haría proposiciones cochinas si fuera tío o lesbi y me temo que yo aceptaría, muy golfa que es una, qué queréis que os diga. Mandarica, hija, si te cambias de acera avisa, que nunca se sabe… jejeje.

Así que estoy encantada con estar aquí, con llevar 300 entradas, con estar a punto de cumplir 30 tacos (no, con esto no estoy encantada, me quiero moriiiiiiir) y con teneros a todos cerca. Hacéis que 300 pasos sean todo un camino hacia la satisfacción. Hacéis que me parezcan pocos y que esté dispuesta a dar otros 300. Y sobre todo, hacéis que ser feliz sea muy sencillo. 

jueves, 21 de marzo de 2013

299... en honor a Ron


Joder. Sois la pera. En serio. Me pongo a vuestra disposición y lo único que se os ocurre es pedirme fotos y al poder ser humillantes. ¿Pero qué clase de lectoras sois? Luego decís que me queréis, mentirosas.
Pero oye, quién es una para negarse a nada una vez lanzado el guante. Así que en este post 299 os voy a poner fotitos de Ron, que también han sido muy solicitadas. Esto me parece bien, pero las que tenéis mi facebook no vais a ver nada nuevo. El problema es que cuando recogí a Roncito, tenía ya unos tres meses y como es un gato enorme, tenía ya un tamaño considerable. Por eso no tengo fotos de un adorable gatito pequeñín, si no de una bestia parda. También os pongo alguna nueva para que se vea que es más guapo que todas las cosas del mundo.
En el próximo post os pondré alguna foto mía, aunque ya he aprovechado esta semana para ir colgando alguna en twitter. Podéis aprovechar aún a pedir cosas para el siguiente post. Las fotos están concedidas, pero ya que estamos, pues no sé, pensad preguntas o algo así.
Véstila me ha pedido libros o marcapáginas o cositas así, pero como ahora ando fatal de pasta hasta para hacer los envíos, lo vamos a dejar para el próximo cumple del blog. Y lo mismo el mes que viene para celebrar mi 30cumpleaños cae algo, ya veremos.
De momento, allá va mi gato, experto en el arte de posar para cámara. 







¡¡ESPERO QUE OS HAYAN GUSTADO!!

martes, 19 de marzo de 2013

sugerencias para celebrar los 300


Últimamente está de moda hacer sorteos y cosas guays en los blogs. De hecho, yo gané un libro en el blog de Eva, Opiniones incorrectas. Aún no me ha llegado y no sé cuál es, pero mola la idea, eh??
Yo voy a hacer algo parecido, pero en versión pobre, que está muuuu mala la cosa. Y es que, queridos acompañantes de camino, este post es el número 298. Hala. Ahí es ná. Y por el post 300 os voy a regalar algo. Porque si he llegado hasta aquí es gracias a vosotros. Qué haría yo sin los demás caminantes. Sería una gilipollas que habla sola en lugar de una gilipollas que habla con vosotros. Y esto es mucho más guay, dónde va a parar.
El asunto es… ¿qué queréis? Nunca he sido buena escogiendo cosas para los demás, así que siempre pregunto o al menos investigo un poco. Y en este caso, os paso un poco el marrón. Así que pensad un poco… ¿hay algo de mí que siempre os habéis preguntado y extrañamente aún no he contado? ¿Hay algo que he contado a medias y queréis indagar en el asunto? O bien… ¿queréis una foto mía? ¿O de alguien de mi vida? ¿Una foto mía con el Ross cuando empezamos a salir con cara de pipiolos? (por favor, esta última es coña, no me obliguéis a hacerlo)
El caso, estoy a vuestra disposición. Tenéis los comentarios, el mail, mi twitter y todo lo que os de la gana para poneros en contacto y decirme algo. Esperaré impaciente. Tenéis lo que resta de semana para darme ideas y hacer peticiones y sugerencias. ¡Lo dejo en vuestras manos!

domingo, 17 de marzo de 2013

Premio cani




Mandarica, de Mi yo contra el mundo se ha vuelto una loca de los canis. Escribió una historia de amor en la red, convenció a la gente de que se hiciera fotos en plan cani y ahora encima reparte premios y todo. Vaya peligro. En fin, el caso es que me lo ha pasado y yo que soy así de maja recojo el premio y sigo instrucciones. Que conste que esto por ser Mandarica, que si no…
1. poner la foto del premio. (ya)
2. enlazar el blog original del premio. (hecho)
3. contestar preguntas.  (ahí delante están)
4. entregar el premio a otros blog (entre 3 y 10) por alguna entrada relacionada con el asunto.  (vaaaale, lo hago)

1.- Ola kase? Eres kani o k ase?  Yo sí, mucho. Muchísimo. No hay más que verme. O que leerme, o que escucharme o que… sí, muy cani.
2.- ¿Cuál es tu libro de cabecera? (Pregunta por cortesía de Mi Álter Ego del blog Plagiando a mi álter ego). ¿Veis? Si fuera cani no sabría qué responder. Yo digo lo que siempre, que sólo uno es muy difícil. Puede que Demian de Hesse, pero hay muchísimos más.  
3.- Un cani, ¿nace o se hace? ¿Requiere mucho esfuerzo? (Pregunta por cortesía de Teo, del blog Teo mi yo oscuro) Pues creo que mitad y mitad. El entorno en el que se nace marca, eso es así, pero uno elige su camino. Eso sí, ser cani es el camino del no esfuerzo, de no estudiar, no trabajar, no hacer nada de provecho nunca. Hay que esforzarse en otras cosas como peinarse, llevar oros, ponerse ropa hortera y demás. Y eso tiene lo suyo, ¿eh?
4.- ¿iyo, tiene un euro? (Pregunta por cortesía de Pere, de Cartas a mi futuro yo) Punto uno, “Illo” con doble L. porque es un derivado de “quillo”, que a su vez es un diminutivo de “chiquillo”. (Lo siento, no he podido evitarlo.) Punto dos, no tengo un puto euro para ti, cani de mierda, mi euro es mío, igual que mis cigarros. No tengo por qué mantener tus vicios. Prueba a currar o a hacer algo y gana tus propios euros y cómprate tu propio tabaco. Hombre ya.
5.- En la vida real, ¿cuál es tu parte más cani?  Mi barrio. Esa es mi parte cani. Y creo que no tengo más, pero quién sabe.
6.- ¿Qué le preguntarías a un cani de verdad? Pues cuando trabajé con ellos aprendí que no hay que hacerles demasiadas preguntas porque es inútil. Ahora bien, tengo que decir que a veces hay esperanza. Hay canis que sólo lo son por imitación del grupo o porque no saben que hay otra forma de vida. Pero al final salen adelante. Otras veces son sólo eso y no hay nada que hacer. También se me ocurre una cosa malvada, preguntarles algo tipo “¿tú cómo crees que afectó la revolución bolchevique en la reconstrucción de la Rusia occidental tras la caída del telón de acero?” así sufrirían un cortocircuito y a tomar vientos el cani. Muahaha.  
7.- ¿Cuál es tu canción cani preferida? Huy, es que eso varía según de dónde sea el cani., para los del sur, su música es el flamenquito. Para los del Madrid, el estilo bakala y el reguetón. Ahora mismo se me ocurre la canción esta odiosa que está de moda del “lo tengo todo papi, tengo fly, tengo party, tengo una sabrosura” porque siempre que lo oigo me acuerdo del anuncio aquel que decía “pero ¿tú tienes estudios, piltrafilla? Y conste que ni me gusta la canción ni nada. Yo soy de música poco cani. Aunque si salgo y hay que bailar, se baila lo que caiga. Que en la despedida de soltero de Gordito me teníais que haber visto bailando esto con el Ross mientras nos besábamos como adolescentes. Muy lamentable, lo sé.
8.- Cuenta la anécdota más cani que hayas visto o vivido. Uf, podrían ser muchas. Os recomiendo especialmente esta historia y esta otra, pero os sugiero también esta, y esta. Para hacerse una idea del asunto.

Ahora viene la parte chunga de dar los premios y más por un asunto cani. Para colmo, Mandarica ha repartido el premio a diestro y siniestro y ahora yo no sé a quién puñetas dárselo, pero bueno, a ver...

- A Quejica, por el post Hola, me pegas? (muhahahaha, soy malvadísima) 
- A Key, por el post Castañas. (Y por otras historias de gente que cuenta, claro)
- A Carol Munt por su post Estupideces que dice una cuando está chispa... (porque yo sigo con la duda del jersey azul, oyes)

viernes, 15 de marzo de 2013

mosqueo crepusculero


Hace tiempo ya que hablé del tema de la saga crepusculera aquí y aquí. Pero aún me quedan un par de cosas que decir al respecto y por un tema que no viene al caso, voy a desahogarme hoy.
Por supuesto, dejé de leer esa bazofia. A parte de que ya he explicado el asunto sexual del tema, hay algo en el vampiro compungido este que no me mola nada. Y llamadme paranoica, pero a mí este tipo me huele a maltratador. Es celoso hasta el extremo. Y su rivalidad con el hombre lobo no es una simple lucha de tribus o puñetas de esas que se inventan. No. Es una lucha de egos, de no te vayas con otro tío porque no me da a mí la gana. De no tengas amigos que a mí no me gustan. De no te salgas del radio donde yo te tengo bajo mi control. Durante tres libros no deja de repetir a la pava lo torpe que es. Le dice continuamente que atrae el peligro y que teme por ella. Y hay una sutil diferencia entre que se preocupen por ti y que te hagan sentir una inútil. Hay algo que no me gusta en esa forma de convencer a la chica que es más mema aún de lo que es para que no haga nada sin su permiso o su supervisión. La está machacando psicológicamente para que dependa de él. Le demuestra su amor a base de salvarla y protegerla aun cuando ella no lo necesita. Y no, no me gusta nada. Y menos cuando pienso en el grupo al que va dirigida esta novela, por llamarla de algún modo. ¿Qué mensaje estamos dando a las adolescentes? ¿Que un tipo malo puede ser bueno así por que sí, sólo por la fuerza de su amor? ¿Que necesita alguien que la controle? ¿Que los celos patológicos y el control absoluto son buenos? ¿Que el amor se demuestra a fuerza de robarte tu espacio? ¿Que es positivo renunciar a todo, absolutamente todo tu mundo por el tío que te mola? ¿Qué el amor tiene que ser doloroso, complicado y peligroso? ¿Que no puedes tener amigos, ni familia ni entorno propio por seguir al pavo en cuestión? ¡¡Pero qué es esto!!
Indignada me tiene el asunto, vaya.
Y creo que parte del problema de esta idea absurda del amor idílico y perfecto es de los cuentos que nos meten desde críos. Siempre es la misma historia cortada por el mismo patrón. Incluida la de la pava y el vampiro anodino. Chica torpe y tonta del culo que necesita ser constantemente rescatada por hombre fuerte y todo poderoso. Chica inocente y pura que se enamora por primera y única vez en su vida. Chico malo o al menos un poco conflictivo que decide entregar su torturado corazón hasta ahora guardado bajo siete llaves. Chica capaz de morir de amor. Chico capaz de luchar mil batallas y vencer a mil dragones para estar con ella y salvarla de todos los males. Y por fin, boda como símbolo de final feliz, de culminación del amor.
Y yo digo: iros todos a tomar por el culo. ¿¿Qué demonios es eso?? ¿Quién puñetas dijo que nacemos siendo una mitad de algo que hay que completar? ¿Qué especie de objetivo de mierda es ese de encontrar el amor? En serio, me niego. Yo no soy un cacho de algo. Soy yo, soy una persona completa. Y quizás quiera compartir camino, pero no quiero, y sobretodo no necesito, que alguien me complete, me reafirme, me haga ser algo entero por fin. No. Simplemente NO.
Y es que alguien debería decirnos la verdad. Alguien debería explicarnos que no somos media naranja, que no hay una sola persona perfecta para nosotros ahí fuera. Que no es un objetivo primordial encontrarla. Que una boda no es un final feliz por fuerza. Que ni siquiera es un final, es el comienzo. Que el amor no es perfecto, que no surge de la nada. Que nace y crece, que lo creas y lo alimentas tú. No aparece por generación espontánea y se mantiene solito. Que no necesitas un tipo que te salve de todos los líos en los que te metes. Que tienes que aprender tú y sólo tú a defenderte y a luchar. Que no puedes esperar a que alguien lo arregle todo mientras tú te comportas como una idiota. Y alguien debería decirnos que el sexo es parte de las relaciones. Y que si no funciona, eso está abocado al fracaso. Así que no te enamores de un vampiro de picha fría incapaz de empotrarte contra una pared. Alguien debería decirnos todas estas cosas y muchas más. Pero no, nadie las dice. Todos esperamos estúpidamente que ese amor de nuestra vida surja de la nada. Y que haya una señal divina que nos diga que esa persona es la indicada. Esperamos que bailen las luciérnagas a nuestro alrededor y canten los pajaritos y suenen violines de fondo.
Total, que aquí cada uno haga lo que quiera, pero yo me niego. Paso de tíos que me salven el culo. Paso de quedarme en casa barriendo y cantando resignadamente mientras mi caballero se abre paso a espadazos. Paso de esperar con las piernas cerradas a que llegue la mitad que supuestamente me falta. Paso de vampiros con pichas frías. Paso de toda esta mierda. Hombre ya.

miércoles, 13 de marzo de 2013

traumas de bodas y zapatos


Vale, igual es un problema de mierda, pero a mí me tiene de cabeza el asunto. Es lo que tiene vivir en el primer mundo… de momento.

Voy a empezar haciendo un poco de historia. Soy una enamorada de los zapatos y las sandalias. Me gustan, me encantan, me flipan. Mi madre dice que alucinaba con ellos desde que era un bebé y me quedaba embobada mirándolos, a parte de meterme en la boca los míos y chuparlos con fruición. Luego empecé a caminar y dejé de chuparlos, pero seguían siendo mi pasión. Yo pasaba de los vestidos y los lazos y los perifollos que me ponía mi madre. Pero cuando tenía que comprarme zapatos, era feliz. Al parecer tengo un afán de actriz porno o algo, porque yo estaría encantada de ir por ahí con ropa interior y tacones. Tengo que hacérmelo ver.
El caso, en mi época de niña cursi, con tres o cuatro años, me encantaban los zapatos de charol, con floripondios, moños, brillantitos y todas las cursilerías del mundo. Así que para una boda de una prima lejana de mi madre, me dejó comprarme unos así. Y yo iba muy feliz con ellos hasta que, oh horror de los horrores, perdí uno de los moños que llevaban delante. Y yo, que era una niña bastante razonable y muy bien educada, me eché a llorar desconsoladamente. Durante horas. Horas y horas de berrinche. Y reconozco que al principio lloraba por el moño del zapato, que ya no estaba tan bonito. Luego porque me di cuenta de que no estaban iguales y a mí me parecía la peor de las humillaciones ir con un zapato con moño y otro sin él. Y después porque mi padre me miraba con tal cara de estar a punto de freírme a azotes que tenía miedo de dejar de llorar.
Ahí comenzó mi trauma con las bodas y con los zapatos con moño.
Para colmo, años después, cuando iba a hacer la comunión, no encontraba zapatos que me valieran. Unos porque se me salían, siempre he tenido el pie estúpidamente estrecho. Otros porque no me gustaban. Y otros porque mi padre nunca jamás me dejó comprarme zapatos que tuvieran un moño delante. Así que a un mes de la comunión yo no tenía zapatos. Y me imaginaba con mi precioso vestido pomposo y los zapatos azul marino horrendos del uniforme del colegio. Tenía pesadillas con el tema, en serio. Por suerte, encontré unos en el último momento. No sé si eran bonitos o feos, pero eran blancos y no tenían pompón delante que pudiera perder y arruinaran mi día. Así que valían.
Con los años he ido almacenando montones de zapatos y de sandalias que no valen para nada porque me hacen un daño inhumano, me hacen unas pupas en los deditos que me dan ganas de morir o porque son altísimos y al final me duele hasta la vida de ir ahí subida. Por desgracia, ninguno me sirve para la boda de Gordito por una razón o por otra. Unos porque no pega el color. Otros porque son muy abiertos y se me salen. Otros porque me hacen daño y quiero pasarlo bien, bailar y no andar como un pato mareado. Y lo de cambiarme de zapatos no mola porque al final no aguanto nada y voy siempre con zapatos mierderos desde el principio y arrastrando el vestido por los suelos.
Total, que al fin, en rebajas encontré unos zapatos preciosos y de muy buena calidad. Zapatos de piel, de ante, color perfecto, tacón perfecto, cómodos y estupendos. Así que me los compré. Los comparé con el vestido. El color iba a las mil maravillas. Y aunque tienen un moño delante, creí que había superado mi trauma. Y si no, siempre puedo llevar un bote de superglue en el bolso.  Así que estaba tan contenta con mi adquisición, hasta que tuve la genial idea de probármelos con el vestido puesto. Y no quedan nada bien. Nada. Porque los puñeteros moños de delante se enganchan con el bajo del vestido y hacen un efecto horroroso. Como si fueran zapatos de payaso, o zapatillas de estar por casa o yo que sé. El caso es que no me gusta ni un pelo. No puedo ir así, en serio.
Así que estoy en crisis. De nuevo a un mes del evento en cuestión sin putos zapatos. Me veo con los azules del colegio. Y ya no voy al colegio, ni tengo zapatos feos azul marino, pero da igual. El trauma persiste.
Y eso sin contar con que el vestido es de tirantes y tal y como está el tiempo este año, debería ponerme algo encima… ¿pero qué? ¿qué diablos pega con un vestido largo? ¿el plumas de diario? ¿alguno de mis jerseys de pelotillas?

Conclusión, iré descalza y muerta de frío. Como una pordiosera con un vestido largo que acabe de encontrar en la basura o algo así. Estupendo. Fantástico. Genial.
En serio, detesto las bodas. 

lunes, 11 de marzo de 2013

el wasap es mal


Martes por la tarde-noche. Yo cocinando tranquilamente en casa hasta que se me cruza el cable. Foto a los hojaldritos rellenos y wasap al canto:

-         Ross, mira lo que estoy haciendo… ¿te apuntas?
-         ¿me invitas a cenar?
-         Claro.
-         Dame diez minutos y estoy en tu casa.

Luego pasó todo esto. Pero no estamos juntos.

Jueves después de comer. Yo echando la siesta con Ron abrazado a mí y sonriendo feliz. Me suena el móvil, wasap al canto.

-         Naar, estoy en casa ya… ¿te vienes y vemos una peli? Tengo patatas fritas J
-         Vale, voy en un rato, estoy ocupada, mira. (Foto de Ron dormido como un tronco en mi brazo izquierdo.)
-         Ok, te espero.

Al cabo de un rato, estaba en su casa, tapada con la manta en el sofá y recibiendo un estupendo masaje de pies mientras veíamos Snatch, cerdos y diamantes. Buenísima, por cierto. Nos echamos unas risas con la peli. Charlamos un rato. Peleamos un poco en el sofá riéndonos a carcajadas. Le rasqué la espalda. Me llevó a la cama en brazos, me dio un masaje en la espalda y… esas cosas.  Me enseñó vídeos en Internet, volvimos a reírnos. Tenía en favoritos y recientes el de nuestra canción. Me miró de reojo, pero hice como que no me enteraba. Me fui a casa tras convencerle de que no me acompañe.  Tuve que repetirle diez veces que vivo a 200 metros y que no fastidie. Se empeñó en que le mandara al menos un wasap cuando llegara a casa. Lo peor es que lo hice.
Pero no estamos juntos.

Sábado. Estaba por la noche aburrida en casa dudando si ver el debate mierdoso de telecirco o si ponerme alguna película deprimente para hincharme a llorar cuando un pitido me desconcierta, wasap al canto.

-         Nena, si estás en casa pon el canal Xplora.
-         Voy.
-         Hay un programa de un tío buenorro que busca fenómenos paranormales. Mola. J
-         ¡Ah, sí, lo conozco! ¡¡Es genial!!
-         ¿Y por qué estás en casa?
-         Me puse malita anoche y no he querido salir.
-         Yo estoy en casa de mis padres cuidando a la gorda (su gata maléfica), pero si quieres voy.
-         No, estoy bien.
-         ¿seguro?
-         Sí.
-         ¿has comido?
-         Sí.
-         ¿Y has cenado?
-         Que sí…
-         Bueno… ¿Voy?
-         Que no, pesado.

Dos horas más chateando sobre el programa. Riéndonos de todo lo que iba pasando. Haciendo coñas de esas que sólo nos hacen gracia  a nosotros. Viendo la tele juntos aunque en casas distintas. Contándonos cosas durante la publicidad. Hablando del Seis Naciones. Haciéndonos una extraña compañía.
Pero no estamos juntos. 

Domingo. A eso de las seis y algo de la tarde me empecé a aburrir estrepitosamente. Así que mandé un wasap al Ross preguntándole cómo iba el seis naciones, que Inglaterra juega con Italia y ya verás tú qué paliza. El Ross me contestó al rato que se iba para casa y que si me animaba a ver una peli con él. Le dije que sí, claro. Así que me dijo que tardaría como media hora en llegar y que me daría un toque cuando llegara a su casa. Yo me duché y me estaba empezando a vestir, cuando me sonó el telefonillo. El Ross, que venía con tres pintas de guinness en el cuerpo más contento que unas maracas. Así que me abrazó, me besuqueó, me dijo un par de chorradas y nos fuimos a su casa riéndonos por la calle, paseando de la mano y charlando de rugby. Pero no estamos juntos.
En su casa, tarde de domingo. Vimos Los Juegos del hambre, que no está mal a pesar de que a mí los rollos futuristas me tocan un poco la moral. Comimos palomitas, seguimos bromeando. Me dio un masaje, le rasqué los tobillos. Nos reímos y hasta hablamos un rato en serio. Nos abrazamos bajo la manta. Pero no estamos juntos.

Cuando llegué a casa el domingo por la noche estaba un poco triste sin saber muy bien por qué. Quizás porque no estamos juntos. O quizás porque parece que sí. Y entonces me di cuenta. Hay un denominador común en toda esta historia. Hay algo raro en todo esto ¿no os habéis dado cuenta? ¿no veis lo que falla? ¡¡El maldito wasap!! Es eso. Sin duda. El wasap es el mal. Así que me voy a pensar mucho si pagar los 89 céntimos. Maldito wasap del demonio… ¡la culpa de todo es suya!

viernes, 8 de marzo de 2013

¿qué está pasando?


¿Vosotros creéis que hablo claro? Bueno, que escribo claro, pero es igual. ¿Se me entiende? ¿Digo las cosas de una forma muy extraña o retorcida?
Porque os garantizo que hablo tal y como escribo. Sólo que con más tacos. Y más deprisa. Pero igual de clarito. O más aún porque cuento a mi favor con el tono y la expresión corporal. Así que si os digo que he sido lo bastante clara con un tío, podéis creerme sin lugar a dudas.
Os lo expliqué aquí. El tío no me molaba nada. Le hice tres cobras. Le dije que no iba a pasar nada entre nosotros ni entonces ni nunca. Así, tal cual. Fui muy sincera. Y cuando digo sincera, quiero decir rozando lo hiriente. Bien, pues el otro día estaba con el Ross en mi casa viendo la tele y charlando mientras zampábamos hojaldritos rellenos cuando me llegó un wasap. Y era de ese tío. De ese puñetero tío al que dije el más radical de los NO. Me decía que qué tal me iba y blablá. No contesté. Me siguió mandando mensajitos. Le dije que bien y punto. Sin más. Y me dijo que si me apetecía que nos viéramos un día. ¿Comorrr? ¿Pero yo a ti qué te he dicho? ¿Pero en qué idioma hablo? O lo que es mejor ¿pero en qué idioma escuchas tú?
El Ross se echó a reír cuando se lo conté. El estúpido Ross y su estúpido sentido del humor. Y a veces no sé si es que hace las cosas por que sí, porque es un manipulador nato, porque es muy listo o porque simplemente es tonto.
El caso es que yo ahí indignada y el Ross con su sangre de horchata tumbado a mi lado y engulléndose mis hojaldres. Y el otro tipo volvió mandarme mensajes, pero ni los miré porque esas cosas me enfadan.  Y porque como me había olvidado de él, ni se me ocurrió bloquearle. Si es que soy tonta perdida y no aprendo. Y seguí despotricando un poco mientras el Ross comía y miraba la tele, absorto en el “Cómo lo hacen” del Discovery Channel. Eso me trajo recuerdos. Muchos recuerdos.

-         Ross, me ignoras mientras te estoy contando algo, como siempre.
-         No, qué va. Claro que no. – dijo sin mirarme.
-         ¡¡Ross!!
-         ¿Eh? No, sí… no. Te escucho. Dime.
-         ¿sabes que siempre me ignoras? ¿sabes que me perdiste por ignorarme?
-         Lo sé, pero como ya no somos novios, puedo ignorarte tranquilo. – dijo con una risita. Luego me puso la mano en la pierna y con toda su pachorra añadió. – ¿Te gusta ese tío? Frúngetelo. ¿No te gusta? Dile que has vuelto conmigo. Y ya está. ¡Huy! mira cómo hacen los ladrillos. Es una pasada.
-         ¿Que le diga qué?
-         ¿eh? ¿A quién?
-         ¡¡Ross!!
-         Dile que hemos vuelto. – hizo una pausa y se comió otro hojaldre. – Pero no hemos vuelto. Tenlo claro. No hay nada entre nosotros, ¿vale? Nada. Bueno, sí, tú cocinas y yo me lo como.
-         O sea, como siempre.
-         No, porque antes… ¡No hemos vuelto!
-         Ya lo sé.

Cogí el móvil y le dije al tío ese pesado que no iba a quedar con él porque había vuelto con mi ex. Curiosamente, una mentira hizo mucho más efecto que una verdad. Son cosas que no me explico. El cachondo mental de él me dijo, entre la amenaza y la simulación de dignidad, que en tal caso iba a borrar mi número. Pues bórralo, tío cansino, porque vas a ser bloqueado pero ya mismo. Al rato, cuando terminaron de explicar cómo se hacen los puñeteros ladrillos, El Ross dejó de comer y me miró de reojo.

-         ¿Entonces no te lo frunges?
-         No.
-         ¿Y al ingeniero?
-         Tampoco. Desapareció hace tiempo.
-         Ahá.
-         ¿Pasa algo? – le dije un poco confusa.
-         O sea, que ahora no te frunges a nadie.
-         No. Bueno… a ti, pero… o sea, tú y yo no estamos juntos. – dije haciéndole un guiño.
-         Ahá.

Y entonces como de la nada, se arrancó el jersey que llevaba y me empotró contra la esquina del sofá. En serio, o me manipula súper bien, o es el más listo o simplemente es que yo soy tonta. Pero aquí pasa algo raro. Eso seguro. 

martes, 5 de marzo de 2013

Ese extraño sentimiento


Llevaba unos días un poco mosca. Y es que como es un sentimiento que no suelo tener, no lo reconocía. Estaba ahí y me molestaba constantemente, pero no sabía qué era.
Al principio pensé que era hambre. Así que me puse hasta las trancas de dulce. Por cierto, los del marcadona me han jodido la vida sacando unos roñi-donetes marca hacendado súper baratos y riquísimos. Están demasiado buenos. Como siga así, mi enorme culo celulítico no va a entrar en el vestido que tengo para la boda de Gordito. Y verás que risas.
El caso, es que después de aumentar un poco más mis cartucheras, subirme el azúcar, endurecer mis arterias y empacharme, tuve que descartarlo. El sentimiento raro no era hambre. Y me comí otro par de roñi-donetes por si acaso. Pero no, no se pasaba.
Durante días barajé otras opciones. Sería el tiempo. Pero no, porque sábado hizo sol y el sentimiento seguía ahí. Sería aburrimiento. Pero no, porque leí, fui a visitar a mis padres, paseé, escribí, hablé con amigas… y seguía ahí. Sería ansiedad. Pero no, porque me puse hasta el culo de valerianas e infusiones de tila y naranja y aunque toooooodo ibaaaaa muuuuchoooo máaaaaas leeeeentooooo, seguía ahí. Así que volví a lo del hambre para ver si por fin los roñi-donetes eran la solución y podía jartarme con una buena excusa. Pero no, definitivamente no era hambre.
Así que me dí por vencida. Era un sentimiento absurdo que se había instalado en un espacio indefinido entre mi pecho y mi estómago y punto. No tenía remedio.
Hasta que el destino tuvo a bien abrirme los ojos por las bravas. De una forma estúpida y abrupta, como es habitual en mi vida.
El caso es que iba conduciendo bajo la lluvia con Rock fm a todo volumen y el sentimiento entre mis costillas de camino a casa de mi amiga Pa. Y para llegar hasta allí, tengo que atravesar una parte de Ciudad Universitaria. Una parte que remueve mis recuerdos y hurga en mis heridas.
Y entonces, entre lluvia que escurría como lágrimas por las ventanillas, entre recuerdos y melancolías, entre los versos esquivos de una canción conocida, entonces, la lucidez metió los dedos en mis entrañas y me di cuenta. No era hambre. Y por muchos roñi-donetes hacendado que me metiera en las cartucheras no iba a mitigar ese runrún interno.
Pegué un frenazo. Iba demasiado rápido y necesitaba un poco más de tiempo para pensar.
Me acordé súbitamente de Groucho Marx. Cuando su hija le dijo que había conocido a un hombre en el ascensor y se había enamorado de él, Groucho le contestó “Dices que conociste a John en un ascensor, y mi pregunta es: ¿subía o bajaba? Esto es muy importante porque, cuando bajamos en un ascensor, siempre tenemos una sensación de vacío en el estómago que a veces puede confundirse con amor. En cambio, si subía, se trata de un caso claro de flechazo a primera vista, y también demuestra que John es un joven en periodo de ascenso.”  Y me dio por pensar que igual tenía razón. Que a veces confundimos sentimientos por las razones más peregrinas. Y es que todos se parecen un poco. Todos comienzan como una desazón rara a la altura del estómago que no sabemos si es amor, vacío, hambre o miedo. Igual es que nuestro cuerpo es un poco estúpido y todo lo hace de forma semejante. Igual sería más fácil si tuviéramos una pantallita en algún sitio. Algún sitio discreto, no hace falta que todo el mundo lo vea. Pero una pantallita en la que ponga exactamente qué nos pasa. Así nos ahorraríamos comer roñi-donetes mercadona innecesariamente.
El caso, una vez mencionado a Groucho y descartado el hambre, me quedaban sólo dos opciones, ya que no estaba bajando en un ascensor donde lo que sentía pudiera ser sólo vacío.
Y me empecé a hacer preguntas. Por que… ¿en realidad qué puede significar que el amor y el miedo se parezcan tanto? ¿y si es un aviso del organismo que en realidad lo que hace es gritarte “huye, huye insensato” en ambos casos? ¿y si eso de las mariposas en el estómago que suena tan poético no fuera otra cosa que un jodido retortijón por cagalera? Y es que digo yo que si sientes una punzada en el estómago delante de un tigre tienes claro lo que hay que hacer. Ese pellizco es un vestigio del neandertal que fuimos y que debía temer a los tigres, los osos o a lo que fuera que amenazaba su vida. Por eso, si sentimos una especie de puñetazo invisible ante un bicho grande que nos puede comer, no nos da por abrazarlo y llenarle de besos. No nos preguntamos si un día querrá casarse con nosotros. No. Huimos como perros asustados con el rabo entre las piernas. Pero ojo, que si sentimos algo muy parecido delante de un tipo, no sólo no salimos al galope si no que efectivamente, hay besos, abrazos y demás absurdos. ¿No nos damos cuenta de que el sentimiento inicial es el mismo porque las consecuencias finales también pueden ser las mismas? ¿No vemos que ese tipo tan majo puede destrozarnos de un zarpazo exactamente igual que el oso o el tigre o lo que sea? ¿No vemos el jodido riesgo? ¿Qué parte de nuestro cerebro distingue (o no) entre un sentimiento y otro para decidir qué es lo adecuado, si huir o quedarse? ¿Qué defecto congénito es el que hace que en algunos casos queramos quedarnos? ¿Qué mierda de evolución es esta?
Así que sí, tras muchas preguntas y unos cuantos semáforos que por suerte se pusieron en rojo para darme tregua, tuve que admitirlo. Mi extraño sentimiento era miedo.
Y no es miedo al dolor, a caer, al fracaso. Me equivoco tanto que lo raro sería acertar por una vez. Fracaso tan estrepitosamente cada día que para mí ya es pura rutina. No. De hecho, nunca tuve miedo al fracaso, al error. Siempre me asustó más el éxito. Porque de las caídas te levantas, pero una vez que consigues el éxito ¿qué haces con él?
Así que es miedo a que por una vez salga bien. A que por una vez, haya suerte de la buena. A que por una vez, la moneda caiga de cara. A que por una vez, el deseo se cumpla. A que por una vez no esté equivocada hasta la médula. A que por una vez, él sea ÉL y yo siga siendo sólo yo sin que eso impida nada. A que por una vez yo no sea un obstáculo ante mí misma. A que por  una vez, las piezas encajen. A que por una vez, por una maldita vez, me toque a mí ser la elegida por la fortuna.

Aparqué enfrente del portal de Pa, pero me quedé un minuto dentro del coche viendo las gotas de lluvia escurrir por el parabrisas. Me cago en el puto miedo de los cojones. Por eso no lo siento nunca, porque es odioso. Y me niego, me niego mucho. Que me llamen cobarde. Que me acusen de no arriesgarme. Pero esta vez no. Ya no más. Que mi miedo se quede bajo la lluvia. Que se muera de frío esperando en la calle. Yo me voy y ahí lo dejo. A él y a lo que me lo produce. Me piro a comer roñi-donetes hacendado hasta que mi único temor sea no entrar en el vestido de la boda y tener que pedirle algo prestado a Falete.


domingo, 3 de marzo de 2013

explicación

Voy a romper una lanza a favor de mí misma. No suelo hacerlo, no me gusta cantar mis propias alabanzas porque me parece absurdo y me siento muy ridícula cuando lo hago. Pero he recibido un par de comentarios feos a raíz del post anterior. No son los vuestros, los publicados. Quien quiere o trata de herirte lo hace casi siempre por la espalda.  Así que voy a explicar un par de cosas.
Yo soy trabajadora social. Por razones que no vienen al caso, ahora no ejerzo, pero lo he hecho durante muchos años. A veces ganando un sueldo que apenas me costeaba el transporte. Pero me daba igual porque creía profundamente en lo que hacía. Y volveré a hacerlo en cuanto tenga oportunidad.
Durante esos años trabajé con ancianos, con discapacitados y sobre todo con menores. Que yo diga que no me gustan los niños significa que no se me cae la baba con los bebés. Significa que no quiero ser madre. Significa que los niños pequeños, de cuatro o cinco años me desconciertan y me confunden. No significa que sea Herodes. Que hay que explicarlo todo.
Como decía, durante años trabajé con menores en diversos centros. Me dejé la piel con ellos. Algunos salieron adelante y quiero pensar que puse un granito de arena en ese camino. Otros fueron historias desgarradoras que me arañaron el corazón muy profundamente. Pero ahí estuve, día a día, viviendo sus pequeñas historias. Yo estuve en un centro de talleres prelaborales para adolescentes rebotados de mil institutos, a los que no querían ya en ningún sitio. Estuve también en un centro juvenil donde entre otras muchas cosas, creé una ludoteca para niñas en situación de exclusión. Y me llevé serias broncas por dar educación sexual, prevención de enfermedades, higiene y cosas semejantes que no entraban en el programa pero que eran claramente necesarias. Y me daba igual, lo hacía. Eso y más. Incluso fuera de mi horario laboral. Incluso fuera de los límites de lo profesional.
Por eso, me toca los cojones la gente que al estilo Helen Lovejoy se tira de los pelos al grito de “¿es que nadie piensa nunca en los niños?”. Porque cuando yo trabajaba con menores, tenía que aguantar constantemente cosas como que esas mismas señoras se cambiaran de acera al pasar por delante del centro aferradas a su bolso como a su propia vida porque mis chicos tenían una pinta un poco distinta. Cosas, como ver a mis chavales sentados en un banco jugando a las cartas y que la señora en cuestión nos dijera que nos lleváramos de ahí a esos futuros delincuentes. Cosas, como decirnos que para lo que hacían aquí, que se volvieran a sus países, que aquí ya sobran pobres. Al parecer los niños negritos dan mucha pena cuando se mueren de hambre en África. Cuando están aquí tratando de integrarse y de hacerse un hueco, ya no son tan cuquis. Al parecer, hay que ayudar a los pobres, pero en sitios en los que no se vean mucho. Todo el mundo quiere que haya centros de servicios sociales, pero al poder ser, que no sea en su barrio o frente a su portal. Así que no seamos hipócritas.
Y es que las historias solidarias no son tan sencillas cuando las vives a pie de calle. Los niños no son tan majos cuando llegan al centro hasta el culo de pastillas y tienes que rezar para que la ambulancia llegue pronto mientras convulsionan en tus brazos. No son tan tiernos cuando tienes que interponerte entre un alumno tuyo y un grupito de latin king armados hasta los dientes, arriesgándote a un navajazo y haciendo oídos sordos a los insultos que te caen mientras le abrazas y le metes en el coche como si fueras un guardaespaldas. No son tan divertidos cuando tienes que meterte en medio de una pelea y terminas con un hombro dislocado. No molan tanto cuando tienes de alumno al primo de un asesino bastante famoso y te dan ganas de liarte a palos en vez de tratar de educarle. Yo he vivido todo eso. Ahora quien quiera, que me repita que soy una mala persona. Que eso lo digo yo y a modo de recurso literario. Pero no me lo llama nadie que no ha salido de su casa para llevar un paquete de arroz a cáritas en su vida, por ejemplo.
Porque sí, porque como educador de calle se pasa muy mal a veces. Trabajar con menores es una especie de deporte de riego. Hay días que te sientes feliz como nadie y parece que ni tocas el suelo cuando andas. Y hay días que llegas a casa con ganas de cortarte las venas. Pero aún así, sigues yendo a trabajar cada día. Vuelves, mañana y tarde por un mísero sueldo. Vuelves, porque efectivamente, el día que te sonríen, el día que te cuentan cosas divertidas, el día que te llaman cuando se han hecho mayores y te dicen que salieron del hoyo gracias a ti, la vida merece la pena. El mundo cobra sentido. Y vale todo el esfuerzo y todas las lágrimas y todos los malos rollos.
Así que, que a mí no me hable nadie de solidaridad porque la he vivido en directo. He vivido las cosas malas y las buenas. He puesto en riesgo mi salud, mi integridad física y mental, mi corazón y mis fuerzas. Y lo volvería a hacer mil veces. A pesar de querer mandar las naranjas a los monos, esos chavales me dieron la vida y yo la daría por ellos. Fueron los años más felices de mi vida  
Y tengo que decir, que efectivamente, hay mucha gente buena. Me acuerdo mucho de una señora que nos traía natillas para dar de merendar a los niños. De otra que traía montones de ropa y juguetes de sus nietos cuando ya no les valía. Del director del primer centro donde estuve, que no podía trabajar más y más por cada chaval que llegaba, sin desmoralizarse jamás a pesar de los pesares. Pero en general esos son los que menos hablan, porque saben que no es todo de color de rosa. Los que se escandalizan y hablan mucho de lo mal que lo pasa la gente y de lo inocentes que son los niños, son los que nunca hacen nada, los que no dan ni un cochino euro de ayuda.
Y sí, me ratifico en mandar las naranjas a los monos porque me da la gana. Pero no soy una mala persona. No significa que quiera que los pobres pasen hambre. No significa que no sepa el dolor y el sufrimiento que hay en ciertos barrios. No significa que la gente no me duela y que no oiga los lamentos de los necesitados. No significa que no haya dado más de ocho años de mi vida a esa gente. No significa que sea insensible a otros problemas que quizás apenas se ven si no se trabaja con ellos. Lo sé y precisamente por ello, me alegro que las naranjas vayan a ir a un buen fin. Pero eso no tiene nada que ver con que los animales sigan necesitándonos.
Así que yo, que he dado años a causas solidarias, que he recibido golpes, patadas y mordiscos. Yo, que he limpiado mocos, curado heridas y aguantado llantinas sobre mis hombros. Yo, que he bailado, cantado y hecho el gamberro con niños dejando de lado mi acusado sentido del ridículo. Yo, que he gastado en gasolina más de lo que me pagaban a fin de mes. Yo, que he invertido mis fines de semana y vacaciones en irme de excursión y visitar granjas escuelas. Yo, que he pasado miedo en ciertos barrios, que me he plantado a pecho descubierto ante bandas peligrosas, que he dado la cara por mis chavales cuando les han insultado por la calle. Yo, soy la que por una vez quiero dar un camión de naranjas a los monos porque me sale del mismísimo. Porque estarlo pasando mal por la crisis no justifica que nos olvidemos de los animales, a los que nosotros hemos llevado a una situación límite
Y por cierto, que a mí me de una pataleta y me dé por reivindicar los derechos de los animales no significa que no me gusten las otras historias, que no quiera que el camión de naranjas vaya para un albergue o para un comedor social. No significa que no crea que las otras personas no merezcan lo mismo o más el premio. Significa que este es mi blog y me da la gana de contar las cosas como me parece. Significa que me tocó la fibra la historia de los chimpancés y quise decirlo. Y quien haya pasado por lo que yo, que me critique y que le de las naranjas a quien le salga del culo. Y punto. Hombre ya. 

P.D. Los temas tan profundos me estresan. Ya mismo vuelvo con mis chorradas y mis devaneos amorosos, que son mucho más amenos y me traen menos quebraderos de cabeza.

viernes, 1 de marzo de 2013

Naranjas para los monos

A veces no tengo claro que sea una buena persona. Puede que incluso sea una persona horrible.
El otro día me llegó un mail con los finalistas del concurso de Fontestad de la Personita C. Todo gente guay. Gente que da comida a los pobres, gente que reparte macarrones, que dona sangre, que anima a sus amigos… gente toda generosa y molona. En serio, ole y ole por ellos. Si todo el mundo fuera así, nos iría mucho mejor. Sé que todos se lo merecen, ese premio y más. Es gente muy, muy buena. Ellos sí son buenas personas y no yo.
Porque después de leer estas historias a mí la que me emociona de verdad es la historia de un mono. Sí, señores, esa soy yo. La que se emociona con un mono.
La historia es de una señora que tenía una chimpancé. No explica cómo llegó a su vida, pero la cogió con cuatro meses y la cuidó durante diecisiete años. No estoy a favor de tener este tipo de animales. Me parece muy mal sacarlos de su hábitat. Y desde luego me llena de una profunda tristeza que cada vez haya menos selvas y parajes naturales vírgenes en los que los animales vivan a su aire, sin peligro de que los humanos los extingamos. Pero el caso es que esta mujer tuvo a su chimpancé hasta que decidió que sería más feliz con otros colegas peludos y la llevó a una reserva en Sevilla. Y decía que si le tocaba el camión de naranjas, iban a ir para el refugio, para dárselas de comer a los animales.
¡Y yo quiero que las naranjas sean para los monos!
Al parecer, debo ser la única chalada que opina así. Y habrá quien me diga eso de que habiendo personas que lo pasan mal, cómo yo me estremezco pensando en bichos. Cómo es posible que con la que está cayendo yo prefiera que las naranjas se las coman unos chimpancés a que las repartan en un albergue para pobres, por ejemplo.
Pero no lo puedo evitar. Hay algo en la inocencia de los animales que me toca muy hondo. Porque sí, porque ellos muchas veces son la parte más débil y más perjudicada de todo esto. Puede que los humanos hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, puede que hayamos rechazado trabajos que ahora aceptaríamos con los ojos cerrados. Puede que no, que seamos víctimas también, no lo sé. Pero puede que hayamos hecho muchas cosas mal. Puede que nuestras casas, nuestros coches, nuestro estilo de vida requiera joder la selva, cargarse el amazonas, explotar las reservas naturales. Puede que seamos los culpables de que apenas haya muchas especies en libertad. Puede que seamos los culpables de que muchos animales tengan sólo unos cientos de ejemplares. Puede que seamos los que nos hemos llevado a nosotros mismos a la ruina, arrastrando a muchos inocentes por el camino.
Pero los animales qué tienen que ver con todo esto. Ellos no conducen, ni consumen, ni saben de política. Ellos no saben quién es la prima de riesgo, el euribor o el rescate a los bancos. Ellos sólo saben que desde que hay crisis comen un pienso más barato, van menos al veterinario o reciben menos caprichos. Ellos sólo saben que algunos han sido abandonados porque sus dueños dicen no poder mantenerles (cosa que me toca los cojones, si no abandonas a tu hijo, no abandones al perro, eres el responsable de su vida, joder). Ellos sólo saben que sus dueños están más tristes o más deprimidos o más tiempo en casa sin saber por qué. Y lo único que pueden hacer es poner su hocico en tu cara, subirse a tu regazo, o colocar una patita sobre tu pierna. Y esperar a que las cosas que ellos no entienden cambien de nuevo a mejor.
Por eso y por muchas más cosas, yo mandaría el camión de naranjas a los monos. Porque les imagino comiéndose las naranjas y sonrío. Porque les imagino teniendo una alegría en su vida privada de libertad. Privada por unos humanos para los que una naranja es sólo una naranja. Una naranja, de la cual se exprime el zumo y se tira el resto. O se come una parte. Una naranja que apenas vale nada. Para un mono, una naranja es una alegría, es una fiesta, es un manjar delicioso. Para un mono una naranja es todo lo que puede desear en ese momento.
Todos los días mientras como Ron se sienta a mi lado, esperando a que le caiga algo. Muchos días no hay suerte. No quiero que engorde ni que coma cosas que le pueden hacer daño. Sin embargo, hay días que tiene más suerte. Y mientras yo mastico el pescado con desgana, él espera pacientemente a mi lado, ronroneando bajito. Y me toca con mucho cuidado con su patita suave en el brazo. Así que al final no me resisto y le doy algún trocito. Su cara de felicidad es indescriptible. Para él en ese momento no hay nada mejor que ese pescado que a mí se me hacía bola. Y sonríe, porque los animales sonríen. Y quien no lo crea o no lo sepa ver, es simplemente que está ciego.
Por eso no puedo evitarlo. Me acuerdo de Ron cuando se come el pescado y se pone contento. Me acuerdo de lo sumamente feliz que me siento yo viéndole relamerse. Y pienso en los monos. Si aún tuviera relación con alguien de Sevilla, le habría dado mi caja de naranjas que me regalaron por ser jurado. Se las habría arrancado de las manos a mi padre y se las habría llevado a los monos. Y mi padre se habría enfurecido bastante porque le encanta el zumo por las mañanas… hasta que le dijera que son para unos bichos peludos. En ese caso, él, que me inculcó el amor desmesurado por toda criatura no humana, habría ido hasta Sevilla para llevarle las naranjas a los chimpancés en persona.
Y sí, puede que yo sea una mala persona. Pero quizás sea porque prefiero el lado animal que el lado humano. Quizás sea porque mi perro nunca me dejó sola durante toda mi infancia y se escapaba para dormir en mi puerta cuando estábamos en el pueblo de mi padre y yo me moría de miedo en esa casa. Quizás sea porque tuve una cobayita loca que me seguía a todas partes y se dormía en mis pies cuando estudiaba. Quizás sea porque tuve una pareja de hámster tan divertidos que me hacían reír cada día cuando estaba enferma. Quizás sea porque tuve otra cobaya que chillaba como un loco cuando mi exnovio me maltrataba y que gruñía cuando él se acercaba a su jaula. Quizás sea porque mi gato jamás se ha apartado de mí a pesar de todos mis defectos, a pesar de haber pasado meses en los que he tenido que comprarle pienso del más barato, a pesar de haberme visto en los peores momentos de mi vida. Quizás sea porque el único don que tengo en la vida es el de entenderme con ellos. No lo sé. Pero sea por lo que sea, yo le mandaba el camión de naranjas a los monos. Y me quedaba más ancha que larga.