lunes, 30 de noviembre de 2015

Aún lo tengo, pero.

Os he contado medio de pasada que estoy medio trabajando con una niña y su familia. Todo surgió porque a mi amigo el poli su madre le contó el caso de una amiga que tiene una hija preadolescente con un comportamiento un poco chungo que necesitaba ayuda y no sabía qué hacer. Él sabe lo mal que lo estoy pasando económicamente y por estar en paro y me dijo que si me interesaría hacerme cargo del tema. Yo dije que sí muy ufana, pero luego me entró el chungo.
Hace años trabajaba con adolescentes a diario. Con niños de familias totalmente desestructuradas, con problemas legales, emocionales y psicológicos graves. Y lo hacía muy bien. Pero hace tiempo de todo aquello. Y me dio por pensar que igual había perdido esa “magia” que tenía para hacerme con ellos. Me pasé dos días dándole vueltas a la cabeza. Igual me venía súper grande y no sabía que hacer. Igual me sentía perdida y asustada y empeoraba la situación más todavía. Igual tenía que salir de allí con el rabo entre las piernas y las orejas gachas. Igual todo lo que creía que supe hacer, había sido un espejismo.
Sin embargo, como soy una intrépida inconsciente, fui a la entrevista inicial con la familia. Identifiqué los problemas principales y empecé la terapia. Tres semanas después la niña me adora, la madre está encantada y a pesar de que es un trabajo a largo plazo, las cosas han mejorado claramente. Y mi ego está un poco por las nubes. Sigo siendo buena en lo mío. Sigo teniendo ese “don”.
El viernes quedamos para unas cañas en Casa Paco mis amigos y yo. Entre toqueteos a la barriga de Reichel y bromas y comentarios sobre la boda de Bombita y los demás acontecimientos recientes, tuve un rato de charla con Flumi. Nos acercamos a mi coche a por una cosa y nos quedamos en la puerta a fumar un cigarro. Me dijo que le han ofrecido trabajo en Tomarpor de arriba y que lo está pensando. Flumi es un tipo muy válido, muy inteligente, muy trabajador, muy, pero que muy bueno en lo suyo. Y sólo encuentra trabajos de mierda. Le conté lo mío. La niña, la ilusión, la confianza recuperada y sin embargo, la sensación de que siendo cojonudos en lo nuestro, nos estemos comiendo la mierda. Porque si fuéramos unos negados, diríamos, bueno, estudié esto pero me equivoqué porque no valgo para ello, no lo hago bien. Pero cuando eres tan bueno, dices, joder, pues qué mierda. Estoy desperdiciando mi vida, mi talento y mi todo. Nos entendimos como nos entendemos él y yo.
Y bueno, eso. Que estoy contenta por recuperar esa confianza en mí misma y reafirmarme en que no me equivoqué al elegir profesión. Pero me da pena trabajar dos horas a la semana y no poder hacer a tiempo completo lo que realmente me gusta, lo que realmente hago bien.

En fin, al parecer nunca puedo tener un sentimiento sin tener también el contrario y cincuenta más relacionados con el tema.  

martes, 24 de noviembre de 2015

tardes de cacao mental

Siempre he sido una persona contradictoria. Odio madrugar, pero odio más aún estudiar o trabajar por las tardes. Si trabajas/estudias por la mañana, tienes que levantarte temprano, obviamente. Y me da por el culo hacerlo. Sin embargo lo prefiero. Tener que estar toda la tarde fuera de casa me agota y tengo la sensación de perder el día y no tener nada de tiempo para mí.
Como la vida es tan simpática que si no quieres caldo te pone tres tazas, este año tengo un montón de cosas que hacer... por la tarde.
Lunes y miércoles tengo una especie de trabajillo en el que voy de mediadora familiar y de terapeuta de una adolescente un poco descarriada. Vuelvo poco antes de la hora de ducharme y cenar y con la cabeza cargada de palabras. Cero ganas de hacer nada más.
Martes y jueves hago pilates y de ahí me voy a toda leche a inglés. Me estiro y digo “winter is coming” a partes iguales. Apenas tengo tiempo de comerme una manzana de camino para no desfallecer. Que por cierto me la como en el trayecto y luego encuentro el corazón mordisqueado semanas después por ahí tirado. Con la de mierda que tengo en el coche cualquier día me crece un manzano entre los asientos de atrás. Llego a casa a la hora justa para ducharme, cenar y caer en el sofá medio en coma entre el cansancio y los phrasal verbs.
Los viernes antes me rascaba el higo a dos manos. Pero no sé qué pasa últimamente que todo el mundo quiere hacer planes y no hay un viernes que pueda comerme una lata de fabada y quedarme toda la tarde en casa tirándome pedos. De verdad que ya no le dejan a una realizarse.
El caso es que siento que los días se me pasan volando. Me levanto, me voy a hacer cosas del despacho con mi madre o a cualquier cosa. Apenas limpio un poco o pongo la lavadora. Tengo que volver a comer, reposar 15 minutillos para que no se me salgan el filete de pollo por las orejas mientras hago la postura del tigre y salgo corriendo. Y vuelvo como los niños, para ducharme, cenar y quedarme medio gilipollas en el sofá. Así que no leo, lo escribo, no nada. Os leo los blogs desde el móvil y curioseo un rato twitter. Y ya.

Y me siento un poco gilipollas. Creo que no sé de nada, la gente me pregunta por cosas de la tele que no veo, me habla de noticias que he oído de refilón mientras conducía y me habla de historias de internet que no sé ni que existen. Eso sí, puedo contarte dudas existenciales adolescentes, hablarte de la postura del insecto y decirte una frase con cuatro tiempos verbales diferentes en inglés. Cualquier día digo a mi profe de pilates que I am the nightwatcher , pongo a la niña a hacer cien abdominales y le digo al profe de inglés que hable con más respeto a sus padres.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Un pedazo de mí en París

El pensamiento me atravesó como una relámpago. No había recordado su nombre desde hacía años. Ojalá esté bien. Espero que tenga un buen trabajo, familia, mujer, hijos, perro, gato. Yo qué sé. Espero que sea feliz. Y sobre todo, estos días, espero que esté bien.
Era tan guapo que la primera vez que le vi se me fueron los ojos detrás de él. Tan rubio, tan blanco, con las facciones tan perfectas. Pasó por delante, con una camiseta blanca. Parecía casi algo etéreo entre tanto colorido chillón, tanta piel achicharrada, tanta ropa hortera y tanto mal gusto.
Era el verano del 2003 y la zona de fiesta de Denia. Yo había ido con mi amiga M a pasar la semana tostándonos al sol y pasándolo bien. Teníamos 20 años recién cumplidos y muchas ganas de fiesta. Se nos acercaban muchos tíos, éramos jóvenes y guapas, pero casi siempre nos reíamos más que otra cosa porque la mayor parte eran locos, o chulos de playa o famosetes de medio pelo. Tíos que se acercaban con una ristra de frases absurdas, preguntando si estudiábamos o trabajábamos, si éramos de allí y si estábamos de vacaciones. Tíos que parecían estar haciendo una competición a ver con cuántas fulanas se enrollaban esa semana de playa. Nosotras bailábamos, nos reíamos un rato y volvíamos a casa con un puñado de anécdotas divertidas.
Cuando él pasó, las dos le miramos. Le dije a M que no se podía ser más guapo y ella, aunque me dio la razón se había quedado prendada de un tipo enorme con rasgos árabes que le acompañaba. Yo ni había reparado en el otro. Seguimos hablando, sentadas en la terraza. Aquel chico estaba fuera de mi alcance, era evidente. Nunca se fijaría en mí. Por eso cuando vino el camarero y nos dijo con una sonrisa burlona que nos invitaba a una ronda de parte de los chicos del fondo, nos temimos lo peor. Otro loco o otro chuloplaya. Pero señaló hacia el fondo. Y desde allí nos sonrió y nos saludó con la mano. Vino a nuestra mesa y se sentaron con nosotras.
El chico más guapo del mundo resultó ser francés, su madre era medio española y hablaba con un acento dulzón. Y por alguna razón desconocida, yo le había gustado. No me explico todavía por qué. Todas las chicas de todos los sitios de alrededor le miraban. Pero él decía que había sido un flechazo, que me había oído reírme y que le había gustado mi sonrisa. Yo descubrí con agrado que cuando le daba el sol era pelirrojo. Ya sí que no podía ser más perfecto.
Pasamos una semana juntos. Íbamos a la playa, a la piscina de su urbanización, a la de mi amiga M, a tomar algo por la zona del puerto. M estaba encantada porque los otros chicos franceses la trataban de maravilla y así practicaba inglés. Yo iba de su mano, mirándole, gastándonos bromas, disfrutando de cada palabra suya dicha así como él la decía. Besándonos en los rincones, tumbándonos en el césped y paseando por la arena. Besaba de maravilla. Y me susurraba cosas que entendía a medias. Todas las chicas de Denia me odiaron durante cuatro días.
Después nos despedimos. Los dos sabíamos que tenía que pasar, así que sólo fueron un par de lágrimas de final de verano. Nos abrazamos, nos dijimos cosas, nos besamos una vez más. Me acompañó al portal, le acompañé de nuevo al coche. Me besó otra vez. Qué mal que vivamos tan lejos. Él se rió, hay vuelos directos a París, no es para tanto. Si vas, te enseñaré la Torre Eiffel, aunque es difícil no verla. Si vienes a Madrid no sé dónde podría llevarte. Al Bernabeu, dijo con una sonrisa. O a donde tú quieras, lo más bonito de Madrid siempre serás tú. Le besé por enésima vez. Y me fui. Sabía que nunca le volvería a ver. Nos escribimos mensajes un tiempo. Nos mandamos un par de cartas. De algún modo me sentí un poco en París un tiempo y yo le llevé a él por Madrid en cada uno de mis pensamientos.
Luego llegó septiembre. El nuevo curso, la universidad, el “buenos días rutina” que me acompañaba cada día en la facultad. Mis amigos, los planes, las fiestas en la asociación cutre donde pasaba las horas. Y llegó el Ross. Y con él mi mundo empezó a girar a otro ritmo. Nuevos amigos, equipo de rugby, terceros tiempos, casa Paco, fiestas “satánicas”. Supongo que a él le pasaría igual. En navidades nos felicitamos el año. Y creo que con el 2004, él fue diluyéndose en los recuerdos de verano. Creo que la última vez que supe de él fue cuando los atentados del 11-M. Quiso saber si estaba viva y bien. Por suerte, no me tocó de cerca. Ni a mí, ni a los míos.

Ojalá, tantos años después él pueda decir lo mismo. Ojalá mi precioso parisino esté bien, él y los suyos. Ojalá el horror no le haya pillado cerca. Ojalá esté casado, tenga hijos, perro, gato, lo que sea. Ojalá sea feliz. Ojalá ese pedacito minúsculo mío que hay en París esté intacto en medio de la locura, de la barbarie, del despropósito humano. Ojalá estés bien, querido mío. Ojalá la ciudad de la luz siga iluminando tus ojos verdes. Ojalá tu sonrisa siga haciendo frente al miedo.  

domingo, 15 de noviembre de 2015

Podría, pero aún no puedo.

Podría hablar de los atentados de París. Podría dar una opinión al respecto.
Podría hablaros de las cosas que me tienen ocupada y me impiden publicar tan a menudo como me gustaría.
Podría hablaros de las últimas trastadas de Ron y de lo mucho que me río con él.
Podría hablaros de que el niño de Anita cumple un año en una semana y me parece increíble que ese ratoncito que vi a través de los cristales se haya hecho tan grande y tan golfo.
Podría hablaros de sentimientos, de confusiones, de agobios, de alegrías y de emociones a flor de piel.
Podría hablaros de un proyecto que me ha salido para medio ganarme dos duros al mes y que me tiene emocionada y contenta.
Podría hablaros de fechas y de bromas del destino.
Podría, pero no voy a hacerlo.
Sólo voy a decir que una vez dije que era tan fácil como respirar y que curiosamente, sigue siéndolo. Que una vez dije muchas cosas y que siguen vigentes de una forma familiar y extraña a la vez. Que una vez dije que a veces he querido rendirme pero no lo he hecho y me alegro de ser persistente. Que una vez dije que tenía un sentimiento agarrado a las tripas y no se me iba, porque sigue ahí y moriré con él.
Os daré más detalles en breve. Cuando pueda, cuando sepa, cuando me ordene la cabeza y la vida. Por ahora trataré de volver a las chorradas más o menos a menudo. Y que os leo, os leo cada noche, pero no siempre puedo comentar.

De momento sólo puedo deciros que Winter is coming y que nunca me pareció tan bien.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Inglés para lerdos: I am the nightwatcher

¿Sabéis esa gente con un don especial para los idiomas? ¿Que se lanza a hablar sin vergüenza y no le paraliza la posibilidad de meter la gamba? ¿Que habla con soltura y fluidez aunque no sea totalmente bilingüe sólo porque le echa un poco de cara?
Bueno, pues no soy de esas. Y ya me gustaría. Mi amigo Bombita, por ejemplo. El tío habla una patata de inglés, pero no le acompleja. Cuando nos juntamos con Reichel y Rulas es capaz de contarle su vida, obra y milagros al pobre holandés que no le entiende ni la mitad. ¿Creéis que eso le acompleja? Nada más lejos. Otro caso parecido es el del propio Rulas. Él habla inglés y holandés que son sus lenguas maternas. Y se suelta a chapurrear español sin miedo ninguno. Lo hace tirando a regular, pero lo suple con muchísimo humor y expresividad.
Yo sin embargo me atasco. Me muero de vergüenza y no soy capaz de decir cuatro palabras seguidas con sentido sin tartamudear, decir tacos y tener ganas de echarme a llorar desconsoladamente. Por eso entre otras cosas me apunté este año a la academia. Porque el caso es que por escrito no tengo mal nivel. Pero a la hora de que esas palabras salgan por mi boca me dan los males. Curiosamente, canto sin trabarme ni una vez. Y sabiendo lo que digo, no modo aguanchuguan. Creo que mi cerebro funciona sólo regular.
En clase de inglés lo peto cuando se trata de vocabulario. Mi afán por la música extranjera y por las series en versión original unidas a mi memoria para las absurdeces hacen que sepa el significado de las cosas más peregrinas. Ejemplo, el profesor pregunta cómo se dice clavado o pegado. “Stuck”, digo sin dudar porque la canción “Stuck in the middle with you” me encanta. ¿Alguien sabe cómo se dice “forma”? Shapes, porque es lo que pone en los paquetes de ropa moldeadora. ¿Oscuridad? ¡¡Esa me la sé!! Darkness, como en el juramento de los guardianes del muro de Juego de Tronos. Cualquier cosa que se diga en esa serie me la sé. Venga, que me pregunten cómo se dice bastardo, o corona o dragón o trono de hierro o enano o... Y me estoy viniendo arriba cuando el tipo vuelve al tema del día “¿Alguien quiere describirme lo que hay en la foto?” Miro la imagen. Unos niños que ven la tele y una madre que entra por la puerta. Oiga, como no venga a decirles que son bastardos y que tienen que ir a luchar con sus espadas de acero valirio estoy jodida.
El profe insiste mucho en que todos hablemos y creo que me ha cazado cuando intento escaquearme, así que me tira mucho de la lengua. El tío es consciente de que soy la que mejor vocabulario estúpido tengo de toda la clase con diferencia, pero también sabe que me atasco cosa mala al hablar. Así que me suele insistir. “¿Qué es lo que puede estar diciendo el niño de la derecha?” Yo qué sé... ¿I am the sword in the darkness, I am the watcher on the wall? Alguno de mis compañeros menos friki que yo siempre sale con alguna cosa normal tipo “Maybe the boy want to know if the dinner is ready.” Tío, eres un rollo patatero.


El caso es que, bromas a parte, estoy mejorando bastante. Intento hacer ejercicios en casa y hablar en las clases aunque a veces la cague estrepitosamente. El profesor es muy simpático y las clases son divertidas aunque nunca recitemos el juramento de la guardia de la noche. Bueno, yo a veces se lo recito a Ron cuando estamos solos. Todo sea por ir cogiendo soltura con la pronunciación.