domingo, 22 de junio de 2014

qué alegría, qué alboroto

Como soy una gilipollas… hum. Voy a empezar de nuevo que luego dicen las malas lenguas que tengo mal genio. Ja. Yo, mal genio. Ja. Os voy a demostrar que no, que soy altamente positiva.
Decía que como soy una buena hija que quiere mucho a sus papás siempre estoy dispuesta a ayudarles y a complacerles. Y por eso me ofrecí generosamente a pintar la casa del pueblo, puesto que pintar la mía me resultó muy fácil y nada cansado. Y además como aquella es mucho más grande, más vieja, con los techos más altos y tal, será infinitamente más divertido. Y limpiar luego será la juerga, claro, porque limpiar después de una obra y rascar el cemento, quitar las lechadas de los azulejos y fregar cada rincón es fiesta pura.
Además tendré la gran oportunidad de dormir en esa cama viej… antigua que chirría hace un sonidito musical cada vez que te mueves. Y despertarme temprano, con lo que me gusta madrugar.
Huy, y podré ver a mis amigas, cuyas conversaciones no son nada tediosas y cuyos maridos no son nada machistas y controladores y me dicen siempre cosas tan agradables.
Y para colmo de mis alegrías podré estar desconectada del mundanal ruido, sin el horrible acceso a Internet de alta velocidad, ni la estúpida tele, ni las comodidades de la gran ciudad. Podré estar rodeada de bichitos y plantitas y piedritas y tierrecitas. Y qué ricamente, oyes, con toda esa gente que te conoce y que te pregunta hasta de qué color llevas las bragas cuando vas a por el pan y que cómo me gustan a mí los putos pueblitos.
Total, ardo en deseos de hacerme 300 kilómetros, de descargar cosas pesadas, de pintar y limpiar. Y nada de ganas de volver en una semana.


Por cierto, si de vez en cuando durante estos días igual sí descargo algo de mala leche en twitter, no seré yo, será mi alter ego malvado, pero no hagáis caso, que yo estoy encantada de la vida. Por los cojones. En-can-ta-da.

jueves, 19 de junio de 2014

Dentro de esa barriguita...

Llevo ya semanas aguantándome las ganas, pero no puedo más. No puedoooorrrr…
Esa panza que se ve ahí es la de Anita y dentro está mi futuro sobrinito o sobrinita.
Yo quiero un niño, lo reconozco, soy más de chicazos, de hacer el bruto y de pelear en el sofá. Pero algo me da que va a ser una niña. Y tampoco me importa, porque será preciosa como su madre. Y le haré coletas y le pondré horquillas y me jartaré a comprarle zapatos bonitos.
Cuando la gente me dice que quiere tener hijos, siempre dentro de mí se dispara la pregunta maldita “¿Por qué? ¿Por qué querría nadie en su sano juicio tener un hijo?”. No lo puedo evitar, es algo que hay dentro de mí y no funciona bien. Pero hay casos en los que la pregunta pasa desapercibida porque la alegría me invade más que ninguna otra cosa. Así me pasó esta vez. Que cuando Anita me dijo, “nena, voy a por el niño”, yo pensé, “pues oye, y tan bien”. Y creíamos que iba a ser más complicado, más difícil, más espinoso el camino. Pero no, a veces Dios, el destino o lo que sea, se pone de tu parte y a la primera el renacuajo se enganchó a donde debía y ahí sigue, nadando en esa barriga y moviendo ya sus pequeños bracitos y sus diminutas piernecitas. Parece mentira, coño, hace unos días sólo era una judía gorda con cabeza. Y ahora tiene patitas. Y ojitos negros aún. Y se mueve como loco de contento porque sabe lo mucho que le vamos a querer.
Y ahora que tu madre no nos oye, escucha un momento, pequeño. Soy tu tía Naar. Oirás que no me gustan los niños y descubrirás tú mismo que tengo una mala leche que espanta. Pero sabrás también que me sacarás todo lo que quieras, que te cogeré cuando te caigas y te curaré las rodillas. Que te daré de comer aunque me den arcadas con los purés. Que te cambiaré los pañales y te comeré la tripita a besos. Que te dejaré comer chuches cuando tu madre no mire, te dejaré subirte al tobogán y te llevaré a tomar helados. Que te cuidaré cuando mamá no pueda y que te aguantaré a la hora de la siesta si no te da la gana de dormir. Que te escribiré cuentos. Que estaré siempre que me necesites, desde ahora que estás aún nadando como un pececillo hasta que seas un adolescente insoportable que desesperes a tu madre. Y después también, aunque luego ya no me necesites, tu tía Naar seguirá ahí. Porque oirás que no me gustan los niños, y es verdad. Pero me gustas tú. Porque me gusta mucho tu madre. Y porque tú, pequeño bichejo, ya eres un poquito mío aunque no hayas nacido. Porque yo sabía que ibas a llegar antes de que tú mismo lo supieras. Porque yo he creído en ti desde antes de que fueras confirmado. Y porque me haces una ilusión bárbara. Y te voy a coger y achuchar aunque me llames pesada. No se lo digas a mamá, pero te voy a querer tanto o más que a ella. Y eso es mucho, pero mucho de mucho.
Así que chicos, toda esa energía de la guay que me mandáis muchas veces para Anita y para el pequeño renacuajo que nada en su tripita, para que a principios del año que viene nazca sano y precioso y nos llene a todos de alegría.


martes, 17 de junio de 2014

autofoto y autoenfado

El otro día vi en facebook que una amiga había compartido un estado de Lucía Etxebarría. En él se quejaba de que había publicado un selfie de estos tan de moda (una puta autofoto de toda la vida) y que unos cuantos la habían puesto verde. Como me aburría, me molesté en meterme en su perfil, mirar la autofoto en cuestión y leerme los comentarios. De ochentaytantos comentarios, apenas se contaban con los dedos los que eran tan negativos y perniciosos según ella. La mayor parte le decían que estaba muy guapa y muy interesante y tal y cual. Sólo un par de personas le decían cosas que para mi gusto no son tan ofensivas. Yo prefiero reservarme mi opinión al respecto.
Pero el asunto no es lo que diga esta mujer. El asunto es que hay algo que me escama de tanta autofoto en toda red social. Porque intuyo que lo único que se busca es la aprobación ajena. Y a todos nos gusta y nos sube el ánimo que te digan algo positivo, pero creo que buscarlo y provocarlo a toda costa no es sano. Creo que vivimos en una sociedad estúpida, en la que te haces veinte fotos tú solo, cuando hay una que al fin te convence, la pasas por cincuenta filtros para mejorarla y la cuelgas, a la espera de que todo el mundo te diga lo fantabulenda y estupendástica que estás. Todo desde la soledad de tu cuarto de baño, tu coche o tu salón, con tu móvil como única compañía y la adulación virtual al otro lado de una pantalla de gente que quizás ni conoces como recompensa. Perdonad que os diga, pero creo que somos gilipollas.
Tampoco puedo dejar pasar el detalle de que cuando subes algo a Internet, te expones a los comentarios, sean positivos o negativos. Y se supone que eres consciente de ello y asumes las consecuencias. No le puedes gustar a todo el mundo. No puedes pretender que el universo entero te lama el culo. Así que cuando publicas un escrito, una foto, un poema o lo que sea, te arriesgas a que te critiquen. Y tienes dos opciones, quedarte con lo bueno, que suele ser la mayor parte y pasar olímpica y elegantemente de lo malo o recrearte en ello, coger una rabieta y hacer de la defensa el mejor de los ataques. Me pregunto si Lucía Etxeberría lo hace a propósito porque le gusta la polémica o simplemente le afecta tanto lo que digan de ella. Que en tal caso, me parece un absurdo. No se puede ir de feminista radical, de abanderada de la no depilación, el no maquillaje, la naturalidad y blablá y luego cogerse el mosqueo del siglo porque le digan que tiene canas y se le ve el bigote en la foto.
Y que conste que yo no tengo nada a favor ni en contra de esta mujer. Que es sólo un ejemplo de tantas y tantos que hacen lo mismo, que cuelgan autofotos a todas horas y luego se emberrenchinan como niños si no se les hace caso o no se les regala el oído.

Ahora añado lo de siempre, que cada uno haga lo que le dé la gana, incluido ofenderse o mosquearse. 

viernes, 13 de junio de 2014

Mi padre y los kiwis

Mi padre es un ser raro. Y como Fito, no digo diferente, digo raro. Mi padre era un hippy que paseaba en zuecos y vaqueros rotos por Ibiza en los años 70. Y claro, eso marca. Así que mi padre no cree en casi nada y todo lo pone en duda. No cree en la medicina, no cree en las enfermedades, no cree en los remedios, no cree en los fármacos, no cree en los remedios naturales, no cree en los herbolarios ni en la homeopatía… Mi padre simplemente cree que todo tiene un origen místico y extraño y que según viene se va por razones desconocidas. Porque según él, la mayor parte de las cosas se arreglan solas. Os lo digo, es raro. Luego yo pretendo ser normal… y claro, no hay modo.
El  caso es que desde que vivo sola y me tengo que cuidar y tal, me acuerdo mucho de cuando era pequeña y mis padres se empeñaban en que comiera cosas buenas para la salud. Esto que tiene hierro, esto que tiene vitaminas, esto que tiene no sé qué. Lo normal de los padres. Y yo, lo normal de los niños, trataba de pasar de comerme las cosas. Y mi padre es raro y es un místico y un escéptico… pero también es un padre cojonudo que además de tratarme y cuidarme a las mil maravillas ha tratado de darme ejemplo. Incluso es casos extremos y absurdos como el siguiente.
Entre las muchas cosas buenas para la salud que yo tenía que comer, estaban los kiwis. Se supone que tienen mucha vitamina C y fibra y no sé qué diablos. Así que en invierno mi madre me endiñaba kiwis casi todas las noches para la merienda, que me solía traer mi padre a la habitación mientras yo hacía los deberes o estudiaba o lo que fuera. Y cada dos por tres la misma conversación estúpida.

-         Papá, no quiero kiwis, no me gustan, me pica mucho la boca cuando me los como.
-         Bah, hija, eso nos pasa a todos. Cómetelo.
-         Papá, en serio, me pica la boca y se me hincha la lengua con el kiwi.  
-         Te digo que nos pasa a todos. No pongas excusas y cómetelo, que es bueno y tiene vitamina C.

Y yo, claro, me lo comía pasándolas putas. Además que soy mala para comer, pero la fruta me encanta y no soy de mentir. Si no quiero algo digo que no me gusta, no pongo excusas. Y si mi padre decía que eso era normal… pues lo sería.

-         Papá, en cedio, mida como ce me ha puezto da dengua… ce me hinza con ed kiwi…
-         Bah, hija, eso nos pasa a todos.

Mi padre tampoco cree en las alergias, así que pasé media infancia a punto de morir ahogada con mi propia lengua hasta que muchos años después me hicieron las pruebas de alergia. Todo empezó por una reacción a los antibióticos, pero también quise comprobar la del látex. La tía me hizo muchas preguntas y una de ellas fue si me daba alergia algún alimento.

-         Pues creo que a parte de los lácteos… no.
-         ¿No, seguro? Es raro, porque la alergia al látex suele ir relacionada con alergia a algunas frutas, sobre todo a las que tienen pelo como los melocotones o paraguayas o…
-         Pues no sé…
-         ¿nunca te ha picado la boca o se te ha hinchado la lengua al comer alguna fruta?

Mi mundo empezó a tomar un nuevo color. Qué te juegas a que no a todo el mundo se me hincha la lengua al comer kiwis…
Efectivamente en cuanto me hicieron la prueba de los pinchazos en el brazo di súper positivo en alergia a los kiwis. Bastante más que al látex, por cierto.
Y volví a casa como un toro de mihura que sale de toriles, claro

-         Papá, soy alérgica a los kiwis, por eso me picaba tanto la boca y se me hinchaba la lengua.
-         Bah, eso nos pasa a todos.
-         No papá, eso llevas haciéndome creer 20 años, pero no es cierto. Es que soy alérgica.
-         Qué vas a ser alérgica. A todo el mundo nos pica la boca con los kiwis, a mí me pasa, a tu madre le pasa…
-         ¡¡Porque también sois alérgicos!! Me lo ha explicado la doctora y es un tema hereditario.

Mi padre se quedó pensando un poco. Es un tipo raro y un poco loco, pero también es altamente razonable. Yo pensaba hacer sangre del asunto y recrearme en su error, pero…

-         Bueno, hija, una de las cosas buenas de que te hayas hecho mayor es que ya no tengo que darte ejemplo en algunas cosas porque usas tu propio criterio. Puedes dejar de comer kiwis si no te gustan. Total, a mí no me gustan nada, son muy desagradables, tienen granilla y me pica mucho la lengua cuando los como…


Manda huevos. 

lunes, 9 de junio de 2014

Y yo qué sé

Yo tenía una amiga en los años mozos con la que pasaba las semanas de verano en la playa. Ella tenía una casa en Denia y un coche de tercera o cuarta mano que nos dejaba tiradas con frecuencia. Yo tenía ganas de fiesta y estaba buscándome un hueco en el mundo. Fue divertido y aunque creo que ambas sabíamos que no seríamos amigas foreverandever, espero que guarde tan buen recuerdo de mí como yo de ella. De hecho, no es que pasara nada malo para separarnos, simplemente tomamos caminos diferentes y fuimos espaciando el contacto hasta que lo perdimos
Hace poco vi una foto suya en el wasap. Ni recordaba tener su teléfono. Y un escalofrío me recorrió la espalda.
Ella siempre decía que quería ser madre, que quería tener un hijo y se llamaría A. Y que se casaría por lo civil, con un vestido rojo y cuando ya tuviera el niño crecidito.
Y ahí estaba en la foto, de rojo, con su niño de aproximadamente un año en brazos y el novio al lado. No me hacían falta más datos para saber que era el día de su boda, diezo o doce años después de que ella me lo describiera.
Al novio le conocí yo poco antes de perder el contacto. Era un tipo vulgar y corriente que para mi gusto era un pan sin sal. Pero ella se enamoró perdidamente de él desde que lo vio y a las pocas semanas de conocerle me aseguró con un café delante que se casaría con él, que sería el padre de A y que lo veía claro como el agua.
Lo ha conseguido, ahí está en su foto con el novio al lado, el niño en brazos y el vestido rojo.
Me alegro por ella. No soy una persona miserable y soy feliz cuando la gente a la que quiero o quise es feliz también. Lo digo de corazón, la felicidad ajena me alegra el corazoncillo.
Sólo hay un punto que me deja descolocada y es que me pregunto cómo debe ser eso de saber lo que se quiere en la vida. Cómo será eso de tener un plan y seguirlo. Cómo será lo de marcarse un objetivo y alcanzarlo. Cómo será tener claro algo en la vida. Cómo será tener certezas.  
Porque yo debo ser mongola o algo. Tengo 31 años (aún me cuesta asimilarlo) y no sé lo que quiero, ni a dónde voy, ni quién quiero ser mañana. No sé si me quiero casar y desde luego no sé con quién. No sé si quiero tener hijos y aunque voto por el no, tampoco me jugaría una mano. No sé si en caso de casarme lo haría por lo civil o por la iglesia. No sé de qué color o cómo sería el vestido. No sé cómo se llamarían mis hipotéticos hijos. No sé si quiero seguir viviendo en mi casa o si me mudaré. No sé nada. Pero nada de nada. Y tampoco sé si me gustaría saberlo. Yo soy de esas personas estúpidas hasta la médula que no sé ni lo que sé. Debo ser la mayor gilipollas de la historia.
Y me crea curiosidad que haya gente tan segura, tan convencida, tan concienciada, tan decidida a cumplir un destino que al parecer conocen. Gente que cumple un plan, que sigue un camino sin salirse un ápice del margen. Gente que sabe, sabe, sabe. Al parecer ellos saben todo lo que yo ignoro. Cuando se repartió el conocimiento ellos estaban en primera fila y yo estaba comprando pipas.
Mi padre, que es un hombre curioso al que me parezco más de lo que me gusta reconocer, siempre dice que cuando la gente está muy, muy segura de algo es simplemente porque no lo ha pensado lo suficiente. Yo siempre le respondo si el problema entonces es que pienso demasiado las cosas. Y él se ríe, con esa risa que se parece a la mía y me dice que no lo sabe. Pues vaya círculo vicioso de mierda.

En fin, yo qué sé.

jueves, 5 de junio de 2014

memes y premios y de tó!!

Hace ya tiempo Alter me dio un premio que no entendí muy bien porque no tenía preguntas ni nada que contar pero sí un montón de normas. Total, que lo agradecí mucho pero pasé del tema porque sabéis que yo lo de las normas lo llevo fatal.
Luego Fle me pasó éste y bueno, tiene sus normas de que agradecerlo, cosa que sí hago, por supuesto, y pasarlo a quince blogs y avisar por comentario y no sé cuántas cosas que me paso por el forro, oigan. Eso sí, me pide que cuente siete cosas sobre mí y eso lo cumplo encantada.

  1. Duermo abrazada a un cojín. Creo que lo he dicho más veces, pero después de los días fuera de casa de la playa me he dado cuenta de la mucha falta que me hace abrazarme a algo para dormir. Y no me gusta abrazarme a personas que duerman conmigo, me gustan las cosas pequeñas, blanditas y manejables: cojines, peluches o en todo caso, el gato.
  2. Siempre que entro en casa lo primero que hago es saludar a Ron. Él a veces está dormido, pero generalmente sale a recibirme a la puerta y me parece de lo más desconsiderado por mi parte si no le digo algo cuando llego.
  3. A veces, en caso de emergencia, chupo sirope de chocolate directamente del bote.
  4. Odio los tangas con toda mi alma. Siempre uso bragas de algodón y generalmente ni siquiera son bonitas. Pero son cómodas.
  5. Pierdo y reencuentro cosas constantemente. Soy un desastre. En la playa creí haber perdido mi reloj fucsia que me regalaron mis amigos y me llevé un disgusto. Por suerte lo reencontré dos días después en mi propia mochila, pero no recuerdo cómo llegó hasta ahí.
  6. Soy buena cuidando animales, pero soy fatal con las plantas, se me mueren casi todas y me llevo unos disgustos…
  7. Llevo gafas para leer y siempre están sucias. Le pongo los dedos, Ron las lame y nunca me acuerdo de limpiarlas.

Ahora Alter me pasa este otro premio que tiene un dibujo muy raro y unas preguntas de “si fueras”. Este os recomiendo encarecidamente que lo hagáis porque es una tortura de lo más divertida.




Si fuera un Animal-  sería un felino, cualquiera. Todos duermen un montón, ronronean, comen y saltan mucho. O un oso. Duermen todo el invierno, comen bayas, salmones recién pescados y se rascan las espalda con los árboles. 

Si fuera un libro- Sería Lo que el viento se llevó. Ya he explicado muchas veces que yo soy muy Escarlata.  

Si fuera un coche-  Sería el mío, me encanta. Es pequeño, está roñosete y lleno de bollos… pero es fiable, potente y rápido.

Si fuera una película- Querría decir que Gilda, pero supongo que mi vida se parece más a una comedia de enredos tirando a absurda.

Si fuera un árbol- Sería una secoya. Son enormes, se hacen muy viejos y el nombre mola mil.

Si fuera una canción- Sería “Golfa”, de Extremoduro.

Si fuera una bebida- Supongo que un Aquarius de limón, que es de lo que vivo yo. Es práctico y poco pretencioso.

Si fuera una comida- Sería algo de chocolate, cubierto de chocolate, relleno de chocolate. O te gusta o no te gusta, no hay término medio.

Si fuera una prenda de vestir- Sería un pantalón vaquero, que lo mismo vale para ir a comprar el pan que para salir una noche y siempre te saca de un apuro.

Si fuera un cuadro- Sería un paisaje impresionista, colorido, con flores pero a la vez con un punto melancólico.

Si fuera un edificio- Sería una iglesia gótica, con bonitas vidrieras y arcos y cosas complicadas.


martes, 3 de junio de 2014

Son mis amigos

Mis amigos son de esos que aparecen en tu casa sin avisar y aporrean el timbre hasta que les abres. Y de los que cuando contestas al telefonillo les puedes decir “iros a la mierda, no sois bienvenidos”. Y aún así suben y se comen tu comida y se beben tus cervezas.
Mi amigos son de los que te piden que les lleves a su casa en coche aunque te pille en el quinto coño. Y de los que cuando se hace tarde en tu casa se tapan con una manta y te dicen “me quedo aquí a sobar, despiértame cuando te levantes”. Pero tú puedes hacer lo mismo y siempre hay un hueco disponible en sus casas.
Mis amigos son de los que te llaman a las dos de la mañana para contarte una chorrada o para ponerte una canción o para decirte que se lo están pasando en grande y que si te apuntas a acercarte a Valencia o a San Petesburgo. Y les llames cuando les llames, estarán al otro lado.
Mis amigos son de los que se olvidan de tu cumpleaños  y no te regalan nunca nada, pero corren a tu lado si tienes alguien en el hospital, si fallece un familiar o si les da el aire de tomar cañas un martes en pleno invierno. Y aunque vivan a tu lado quizás no se pasen a verte en meses, pero si les dices “ven”, les salen alas y vuelan a tu lado.
Mis amigos son de los que se tiran semanas o hasta meses sin dar señales de vida, pero un día te llaman y se tiran una hora contándote cosas.
Mis amigos son de los que no se fijan si te has cortado el pelo, en si has cambiado de color o en si te has pintado una palabra en la frente. Pero sabrán ver una mirada triste detrás del maquillaje y se dejarán la piel porque sonrías.  Son de los que te incordian a todas horas, pero se pondrían delante de ti si te fuera a atropellar un camión.
Mis amigos son de los que se ríen de ti y te hacen reírte de tus desgracias. De los que lloran contigo, de los que te abrazan sin cesar aunque no quieras y de los que te dicen que te quieren sin ponerse ni colorados.
Mis amigos son de los que a veces dan ganas de odiar, pero no puedes dejar de quererlos. Son un engorro a veces, pero mi vida no sería la misma sin ellos.
Porque joder, me pasé 20 años buscándoos sin saberlo.
Porque aunque nos peleemos mucho porque los dos tenemos un carácter complicado, mi vida no sería la misma sin las risas de Bombita, sin su humor, sin su finísima ironía, sin esos ojos grises con los que me comprendo sin palabras.
Porque aunque a veces le regañe por ser un sieso y no dar explicaciones nunca, mi vida no sería la misma sin el apoyo de Flumi, sin su calor, su seguridad, su aplomo y su lealtad inquebrantable. Porque es el típico amigo que si te ve peleando con otro no viene a separarte, entra en medio con una patada voladora y te saca en volandas del peligro como supermán. Porque él sabe, yo sé y nadie más nos entiende, pero nosotros sabemos.
Porque aunque esté lejos, Reichel siempre está al lado. Y mi vida no sería la misma sin sus anécdotas, su capacidad de reirse de sí misma, su fuerza, sus ganas de reponerse, sus besos sonoros, sus expresiones de las que siempre nos reímos y su capacidad de cohesionar al grupo.
Porque aunque ahora esté en otras cosas, Mery es siempre el punto de dulzura y de paz. Y mi vida no sería la misma sin su sonrisa eterna, sin su inocencia, sin sus equivocaciones, sin su empeño y sin su ternura que nos empuja a protegerla siempre.
Porque aunque se haya casado y encima con su señora, Gordito es una de las mejores y más grandes (literalmente) personas que he conocido. Y mi vida no sería la misma sin sus sonoras risotadas, sin sus bailes, sus ganas de cachondeo, su juerga y su sonrisa socarrona. Porque siempre está ahí, porque vuela si le llamas, porque confía en mí a ciegas, porque él inventó “el colmillo retorcido” y porque siempre te mira y te dice “las cosas van a salir bien” y lo dice tan seguro, que tienes que creerle.
Porque aunque estuvimos años separadas por mil circunstancias, Pelirroja y yo tenemos un lazo morado entre las dos que no se rompe ni de España a Holanda, ni de Madrid a Alicante, ni de ninguna de las maneras. Y mi vida no sería la misma sin ella porque es preciosa y divertida, llena de buen rollo y ganas de vivir. Porque es pura y transparente, porque siempre se acuerda de mi cumpleaños, porque me llama “neni” como sólo ella sabe y porque me manda miles de berenjenas por wasap.
Porque aunque lo nuestro sea lo más raro del mundo, el Ross y yo somos el Ross y yo. Y no hay nada ni nadie en el mundo para mí como él. Porque sí, me hace enfadar, me decepciona, me cabrea, me sulfura… pero le quiero. Es la persona más inteligente, sensible y honrada que conozco. Y allá donde esté él, yo estoy bien porque estoy con él. Y es raro, pero le sigo queriendo igualmente dentro de la rareza.


Os quiero mucho, niños. Os quiero cuando lo pasamos bien y reímos hasta el dolor, pero más os quiero cuando las cosas duelen y reímos hasta que lo pasamos bien. 

domingo, 1 de junio de 2014

Reflexiones de la M-30

Anoche volvía a casa conduciendo por la M-30. Por la parte que queda descubierta, en la que se puede ir a 90 y no tienes la asfixiante sensación de que sólo hay humo negro a tu alrededor.
Había un montón de nubarrones grises sobre Madrid con un resplandor rojizo que presagiaban lo inevitable. De lejos ya se veía a veces el resplandor intermitente de los rayos.
Yo cantaba a pleno pulmón “vivir, a la deriva, sentir que todo marcha bien, volar siempre hacia arriba y sentir que no puedo perder”. Lo cantaba fuerte, porque no, nada marcha bien estos días. “Vivir, qué cuesta arriba, sentir que no sé qué hago aquí, andar siempre arrastrado y perder, que no puedo pensar.” Pero no, no quemaría recuerdos. Aunque pudiera no echaría al fuego ni uno sólo de aquellos minutos.  
Volvía del hospital. El viernes el Ross se rompió un tobillo en el torneo de rugby en el que habíamos planeado pasarlo bien. Le operan el lunes para ponerle un tornillo. Igual es el que le falta, qué sé yo. Estuve con él hasta la madrugada, hasta que sus padres volvieron del pueblo. Pero qué más daba, el otro plan era estar en el tanatorio con Bombita, que acababa de fallecer su padre. Nos hacemos mayores, eso empieza a ser asquerosamente obvio. Hacemos planes para divertirnos, pero a veces la vida nos pega de hostias y nos devuelve a la realidad más fea.
Conducía, de nuevo de punta a punta, media M-30 del hospital a mi casa. Por suerte por la mañana había tenido un rato de luz. Sólo un poco, pero joder, una bocanada de aire cuando el mundo te ahoga. Un soplo de aire fresco, un respiro, un destello de lo que fue la vida antes de esto. Un rastro de aquello de que si hace sol, se tira dela cama y por el ascensor, las nubes se levantan y ahí voy, a romper las telarañas de tu corazón, verás como se escampa. Un poco de charla, de risas, de pies descalzos, de paredes desconchadas y olores familiares y lejanos en el tiempo. Un rato, sólo un rato de esconderme del mundo, de huir, de traspasar de nuevo la línea de lo prohibido. Un paseo, sólo un paseo pequeñito por el lado salvaje. Unas horas apenas de las que son mías, sólo mías, de las que no cuento para que no salgan de mí, de las que guardo bajo siente llaves para que no se escapen envueltas en palabras que no le hacen justicia.
Así que conducía, bajo el pronóstico de tormenta y en medio de mi propia borrasca. Conducía y cantaba alto. Cantaba muy alto, para asustar a las lágrimas con la canción que me empujó media juventud “quisiera que mi voz fuera tan fuerte, que a veces retumbara en las montañas y escucharais las mentes social-adormecidas, las palabras de amor de mi garganta.” Y joder, qué cuestarriba otra vez.
Me secaba las lágrimas antes de salir para que no se me corriera el rímel. Me pinto más cuando tengo miedo. Es mi forma de impedirme llorar en público, de no permitirme temblar. El Ross me necesita fuerte, Bombita nos necesita sonriendo por él. Ron me necesita a todas horas. Mis padres me necesitan. Los yayos me necesitan, aunque sea por teléfono para charlar. Y yo sólo puedo esconderme a ratos. Y a veces, hasta mis escondites me necesitan. Así que cantaba otra vez “de pequeño me impusieron las costumbres, me educaron para hombre adinerado… pero ahora prefiero ser un indio, que un importante abogado.” De esas letras mil veces repartidas saqué fuerzas muchas veces para hacerme trabajadora social, educadora de calle. Aunque ahora no me sirva de nada, no me arrepiento. Tampoco eso lo echaría al fuego. El espíritu de ayuda y de entrega sigue vivo en mí. Aunque no me paguen. Nunca quise ser un hombre adinerado. Yo sólo quería amar. Ama, ama y ensancha el alma.
Y así sigo, claro. Amando a diestro y siniestro. Dando sin esperar, sin querer recibir. Dando ánimos, dando fuerzas, dando apoyo, dando seguridad, dando empujones pa´lante. Dando, aun lo que a veces me falta. Dando cuando flaqueo. Dando cuando tiemblo. Dando, porque es parte de mí. Dando, porque es lo que soy.
Empezó a llover cuando llegaba a casa, pero la suerte me sonrió y aparqué en la puerta. Aún así, me quedé un segundo apoyada en el respaldo del asiento del coche. Cogiendo fuerzas para subir a casa con buen ánimo. No me gusta llevarme el mal rollo a mi salón tan mono pintado de verde con sus adornos y sus muebles nuevos. Doce o catorce horas fuera de casa, ni lo sé. Y eso, tras haber dormido apenas seis. No sé si hacer un tambor con mi escroto o dejar que llegue la primavera, y así de paso, la vida entera.