domingo, 29 de enero de 2017

El secreto de la secreta

Hace un par de semanas fui a buscar a mi madre a casa para ir a hacer unas cosas de trabajo. Al llegar y aparcar el coche, veo que hay dos tipos con una pinta un tanto sospechosa en el portal. Me acerco, llamo al telefonillo, mi madre dice que ahora baja y los tíos ahí, apostados en la puerta. Mueeeg, qué poco me gusta.
Me volví al coche para mandar un mensaje a mi madre y decirle que había dos mendas en la puerta y que no me gustaban un pelo, pero no me dio tiempo. Según estaba sacando el móvil, mi madre sale del portal y estos tipos le cortan el paso. Salí del coche como impulsada por un resorte, móvil en mano y tratando de recordar en décimas de segundo cómo se las apañaba Bruce Lee para pelear con veinte malos a la vez. A la vez que llegaba al lado de mi madre y los tipejos contra los que iba a tener que pelear a machete malayo, me di cuenta de que yo no soy Bruce Lee, que peso 45 kilos, que no sé artes marciales y que ni siquiera he visto la serie de Kung Fu. Minucias. Me liaría a patadas en las espinillas si hacía falta.
Justo a la vez que saltaba a su lado a voz de “¿Qué coño pasa?” los tíos se echan mano a sendos bolsillos y nos plantan unas placas en las narices. Policía secreta. No pude evitarlo:

  • ¡Y tan secreta! ¡Como que he pensado que eran un par de delincuentes! Menudo susto me han dado. Igual deberían ser un poco menos secretos, coño. Dos tíos esperando en un portal, pues vaya, como para fiarse.

Estúpidos policías, siempre termino enfadándome con ellos. Me miraron con mala cara, pero empiezo a pensar que es la cara normal en esa profesión. Luego nos pidieron entrar al portal a comprobar una identidad en los buzones.
Y entonces me dio por pensar lo que pienso siempre de los policías: que igual eran de esos polis más majetes que se arrancan los pantalones de velcro y te enseñan la porra. Aunque claro, no iban vestidos para la ocasión. Porque yo no soy muy fan de los uniformes, pero un pantalón de bolsillos y un plumas sin mangas en plan chaleco de quinqui no ponen a nadie. Definitivamente, no me gustaban estos dos tipos, ni como policías, ni como boys.

  • ¿Y usted vive aquí? - le dice uno a mi madre.
  • Sí, desde hace 36 años.
  • ¿Conoce a los vecinos?
  • Sí, porque somos muy pocos.
  • Y ellos la conocen a usted, claro.

Mamá, por el amor de Dios, qué has hecho. Porque o has cometido un delito chungo (que conociendo a mi madre lo peor que se me ocurre que haya hecho en su vida es ir sin gafas y saludar a quien no conoce) o has contratado a los peores boys del mundo.
Para rematar el asunto, uno de ellos se sacó una hoja del bolsillo y nos enseñó una foto diminuta en blanco y negro.

  • ¿Conocen a este señor?
  • Sí, es el vecino nuevo de abajo. Compró el piso antes de verano.
  • ¿Y qué nos puede contar de él?
  • Pues que es un señor un poco raro, muy nervioso, con comportamientos extraños... - mi madre se encoje de hombros. - pero tampoco tenemos mucho trato, hola y adiós.
  • Saluda siempre, así que seguramente sea un criminal.

Los policías nunca entienden mis bromas. Qué gente con más poco sentido del humor, joder. Definitivamente no eran de los polis simpáticos que se arrancan los pantalones, esos suelen sonreír más. Estos eran de los que no me gustan, de los que hacen mucha pregunta pero no se quitan nada, no te enseñan la porra y no te ríen las gracias. Memos.
El caso es que nos hicieron unas cuantas preguntas más y nos pidieron encarecidamente que no dijéramos nada a ningún otro vecino. Que no le comentásemos nada al interfecto que andan buscando. Y que mejor si nadie se enteraba de que habían estado por allí. De ahí debe venir lo de policía secreta.




viernes, 27 de enero de 2017

Mucho sueño y poca nocilla

Yo este año me había propuesto comer sándwiches de nocilla calientes cuando me apeteciera. Así como emoción máxima. Aún no ha terminado enero y ya me he gastado una cifra de las que marean en veterinarios, he estado súper enfadada, súper disgustada, súper preocupada y bastante feliz porque al final todo ha ido saliendo adelante. Por suerte Ron está estupendo otra vez, vuelve a ser el gato enorme, sano y comilón de siempre. Vuelve a estar contento y feliz, correteando con su hermanita, tomando el sol por las mañanas y pidiendo de comer a todas horas. Pero qué mes más tonto y con menos nocilla.
Y para poner la guinda, Maya está con su primer celo. Eso significa que en febrero seguiré gastando importantes cifras en veterinarios y comiendo poca nocilla. Y luego la gente me dice que por qué no quiero hijos. Mira, antes me echo a vivir al monte.
Para colmo de los despropósitos, no sé qué me pasa últimamente que duermo como una marmota. Yo que en cuanto estoy más de cinco horas en la cama las sábanas empiezan a pincharme, estoy durmiendo una cantidad y con una profundidad que me asusta. Además que me acuesto pronto, duermo hasta las 10 porque no hay forma de despertarme antes (más si es fin de semana), me echo siesta, me caigo dormida por las esquinas después de cenar... igual me ha picado la mosca tsé-tsé. La verdad es que supongo que no es algo grave, pero estoy un poco preocupada. No es normal en mí está ingente cantidad de sueño insaciable. Además que tengo sueños, no me entero de lo que pasa a mi alrededor, no oigo el despertador del Ross, no me entero si me cae una bomba. Caigo en unos estados semi comatosos. Y eso, francamente, me quita mucho tiempo de hacer las cosas que me gustan. Entre ellas, comer nocilla.
En fin, como propósito de febrero espero dormir algo menos y poder actualizar con más regularidad, contar unas cuantas cosas absurdas que me han pasado y que tienen su gracia y de paso, comentar vuestros blogs. Os leo, pero en la sombra. No tengo tiempo ni medios para comentar porque desde el móvil a veces lo consigo, a veces no.

De todos modos, gracias por no abandonarme. Y por vuestros buenos deseos para Ron. Volveré, como Terminator .

viernes, 20 de enero de 2017

Empezando el año regular

Hemos empezado el año regular. Los reyes me trajeron un catarro que aún arrastro. Y luego Ron se puso malito. Empezó a comer un poco peor y un día ya no quiso desayunar y no tenía ganas de levantarse de su manta. Me fui corriendo a urgencias y tenía una infección del carajo. Llego a esperar un día y se me muere de sepsis. Bendita histeria mía. El caso es que le ingresaron con antibióticos y suero y estuvo dos días allí. Nadie se hace una idea de lo fría y lo poco acogedora que encuentro esta casa sin él. Tenía un vacío entre los brazos que no me llenaba la pobre Maya, que se pasó la noche lamiéndome las lágrimas.
Por suerte Ron reaccionó bien a los medicamentos y me lo pude traer a casa. Aún así ha estado una semana un poco pocho, tomando muchas medicinas y bastante apagado. Seguía comiendo mal y poco, seguía sin venir a despertarme o sin querer pasearse por la casa. Yo me he quedado las noches enteras con él para medirle la temperatura, darle de comer con una jeringuilla y ponerle pañitos húmedos cuando le subía la fiebre. Le repetimos los análisis y volvían a ser normales y la infección estaba controlada, los leucocitos volvían a estar normales. Ahí empecé a respirar un poco.
Lo bueno es que todo esto tan feo ya ha pasado. Hoy ha venido a las seis y media de la mañana a pedir de desayunar. Nunca he madrugado tanto con tanta alegría. Me levantaría el resto de los días de mi vida a esa hora si él quisiera.
Los veterinarios creen que ha sido un brote de toxoplasmosis, una prueba dio positivo y otra negativo, al parecer a veces es difícil diagnosticarla.
Por suerte ya ha pasado lo peor. Este Ron me va a matar a sustos, pero al final suele salir airoso. Y menos mal, porque le necesito. No quiero vivir sin él. Y haré siempre todo lo que pueda por que él esté bien. Todo.

En fin, esta es la pequeña actualización. No he escrito antes porque me sale contar las cosas malas, me cuesta muchísimo y no me hace sentir mejor. Además, no he tenido tiempo ni ganas, mi prioridad es él. Y no sé cuánto lo haré en los próximos días porque aún necesita un poquito de cuidado extra y yo tengo un montón de trabajo atrasado en todos los aspectos. Pero bueno, que estamos vivos gracias a Dios y que poco a poco volveremos a la normalidad.


martes, 10 de enero de 2017

Propósitos y nocilla

En estos días me ha dado por pensar en los propósitos de año nuevo y tal. Yo no suelo hacer porque el mero hecho de pensar que tengo que hacer algo ya me pone con el cable cruzao y se me quitan las ganas de hacerlo, le voy cogiendo asco y al final se me mete esa cosa por el culo y ya no la hago ni aunque me paguen. Soy así de idiota, pero no me gustan los compromisos, me agobian y me ponen a la contra. Por eso yo para el año nuevo lo único que me suelo proponer es no morir y no matar a nadie. Es asequible, pero tiene su esfuerzo, oye.
Además, me he dado cuenta de algo. Casi todos esos “buenos propósitos” no son tan buenos. No suelen ser cosas que realmente nos apetezca o nos guste hacer. Primero porque si así fuera ya los haríamos y no tendríamos que proponernos nada. Y segundo porque nunca son cosas del estilo “este año voy a comer todos los sándwiches de nocilla calientes que me apetezcan” si no más tipo “comeré verduras cuatro días a la semana y saldré a correr y cenaré sólo ensalada y pescado a la plancha” e intentaré no quitarme la vida disparándome una coliflor a la cara, añado.
La verdad es que es bueno tratar de mejorar, hacer propósito de enmienda. A todo el mundo nos va bien revisarnos y tratar de subsanar errores. Pobre de aquel que crea que lo hace todo bien. Lo que pasa es que yo creo que es más efectivo ver que la estás cagando y tratar de mejorar porque tú mismo te das cuenta que eso no está bien que porque sea uno de enero te propongas cosas que no te molan ni media sólo porque es lo que toca, lo que hace la gente o porque crees que tu vida sería mejor si comieras más judías verdes.


Ron duerme sobre mis piernas y Maya a mi derecha, recostada contra mi muslo. Ellos no hacen propósitos de año nuevo. Ni siquiera les importa qué año es. Ellos buscan calor en invierno, un sitio fresco en verano, comida, agua y cariño. El resto les da igual. Igual deberíamos plantearnos la vida un poco más así. Me voy a hacer un sándwich caliente de nocilla para celebrarlo.  

jueves, 5 de enero de 2017

La suerte de la gata negra

El cambio de año es sólo una fecha. A todo el mundo nos mola hacernos un poco la paja mental de que “año nuevo, vida nueva” y tal, pero en realidad no significa mucho. La vida te puede cambiar un día cualquiera y el uno de enero generalmente no pasa nada extraordinario.
A mí por ejemplo, me ha cambiado el 28 de diciembre. Y a ella también.
Desde hace años el Ross cuida de una colonia de gatos en su trabajo. Viven en la calle, algunos no habría manera de meterlos ya en una casa, pero él los recoge, los castra, les vuelve a soltar allí, les da de comer y si les pasa algo, les lleva al veterinario. Se gasta el dinero, pone esfuerzo, tiempo y ha tenido problemas con algunos gilipollas de su trabajo, pero le da igual. Para el Ross los gatos son lo más importante. Más que el dinero, el tiempo, el esfuerzo, lo que opinen de él y más que yo. Y me parece correcto. El caso es que hace tiempo me empezó a decir que había un gatito pequeño negro que se dejaba coger, que era muy cariñoso y blablablá. Coincidió que empezó con estos comentarios cuando estábamos muy preocupados por la salud de Ron y no tuve ganas de meterme en más líos, así que le dí largas. A veces el corazón tiene un límite y yo no podía hacerme con nada más en ese momento. A parte de que no quería que Ron pudiera empeorar o algo.
Sin embargo, en estas Navidades le acompañé un día que no trabajaba a darles de comer. Y la vi. No era un gatito, era una gatita. Muy pequeña, muy negra, muy linda. Es verdad que se dejaba coger, que se dejaba tocar, que era un pequeño paquetito de amor. Y le dije que si quería, lo intentaba. La traía a casa y veía cómo se lo tomaba Ron.
Así que el 28 de diciembre, como una broma de las que sí hacen gracia, salvamos a un inocente y la llamé Maya. Ahora está aquí, ronroneando muy fuerte, pisándome el ordenador, haciendo que tarde un siglo en escribir mi primera entrada del año. Todo lo bueno que se diga de ella es poco. Se ha adaptado de de maravilla, no pone pegas aunque la lleve a casa de mis padres o la deje aquí con Ron o la lleve al veterinario. Es buena, cariñosa, juguetona, está loca y es preciosa. Pide mucha comida y muchos mimos, le encanta la gente, le encanta estar en brazos, las caricias, le encantan todos los juguetes. Me parece muy pequeña, pero es que todos los gatos normales me lo parecen comparados con mi gordo.
Ron se lo tomó muy bien. Yo confiaba en mi chico porque sé que es un gato estupendo y que tiene un corazón enorme, pero aún así sabía que se podía poner en plan hijo único. El primer día la bufó unas cuantas veces y así comprobé por primera vez en siete años que sabe bufar. Luego la aceptó, sin más. Aún no duermen juntos, pero juegan, se dan cabezazos, se huelen mucho y a veces hasta deja que ella le lama o él le da un lametazo en la cabecita. Poco a poco serán los mejores hermanos del mundo porque en dos días ya se llevaban genial y todo lo que hacen es mejorar.
Yo ahora soy la orgullosa mamá de dos ángeles en forma de gato que me ha regalado Dios y a los que he ofrecido una vida mejor que estar en la calle. Y no puedo tener el corazón más rebosante de amor.
Lo único malo de tener un gato negro es lo difícil que es sacarle fotos. Ron sale siempre impresionante, precioso, majestuoso con sus siete kilos de gato montés. Maya es una pelotilla negra diminuta que sale borrosa, sin rasgos distinguidos. Es sólo un gurruño negro. Aún así, os la presento. Esta es Maya, la que ha cambiado y mejorado mi vida. Es una razón más para vivir y creer que hay cosas bonitas. Es otra alegría en mi día a día. Es una suerte haberla encontrado. Toda ella es una suerte.