jueves, 29 de diciembre de 2011

propósitos de año nuevo

Puede que para mí el año haya empezado varias veces a lo largo el propio 2011. Quizás incluso, cada día. Una el día de la no boda. Otra el día de la Almudena. Otra el día que hizo un año que dejé al desequilibrado. Unas cuantas, vaya.
Pero como yo no soy la medida de todas las cosas, el año de verdad empieza dentro de poco. Y no puedo decir que no me alegre de dejar atrás el 2011. Ha sido un año muy duro.  Ha tenido cosas buenas, claro. Y nunca peor, oiga. Pero también puede ser un poquito mejor, digo yo.
Y como creo que todos somos un poco dueños de nosotros mismos y de nuestro destino, voy a hacer propósitos de año nuevo, cosa que no suelo hacer.
La primera es salir más. Ser capaz de quitarme las telarañas, el pijama de pelotillas y echarme a la calle. Que me paso media vida aquí arrugada en el sofá. Y tengo que hacer por aprovechar la vida y las oportunidades.
La segunda es hacerme caso a mí misma. Si hubiera escuchado más mis intuiciones, me habría equivocado menos. Así que basta de decirme a mí misma que son locuras, que son chorradas, que tal y que cual. Cuando se me agarre algo a las tripas, lo haré. Y así, si me equivoco, al menos no me quedará la idea de que ha sido en contra de mis propias ideas.
Y con eso me conformo. Que no es poco. Ya veremos que tal sale.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

terminando el año

Llevo unos días de locos. Y no han terminado, noooooo, qué va. Aún queda. Además parece que hay veces que los astros se alinean en mi contra y los elementos me odian.
El día de Navidad yo estaba bastante machacada por el desgaste de la noche anterior, me sentía en fase inicial de catarro y con mi síndrome postmenstrual, así que me quedé en casa calentita y tranquila. O ese era mi plan. Cuando me quise duchar por la noche, la manguera de la ducha decidió romperse y una especie de tsunami de agua helada me cayó por encima al abrir el grifo, salpicando de paso a todo el baño. Genial. Sin embargo, el susto pareció curarme el incipiente catarro.
Después de ducharme como en mis años adolescentes de campamentos con un chorro a presión (no hubo forma de volver a enroscar la alcachofa de la ducha a la manguera), cené y me quedé medio grogui en el sofá. Hasta que decidí prepararme una infusión con miel e irme a la cama. Pero, oh desgracia, al coger la miel, se me cayó un tarro de cristal lleno de harina. Así que mi cocina se convirtió en un rebozado gigante, todo lleno de harina y cristales. Por supuesto, mi incómoda ducha, había sido inútil, puesto que me convertí en una croqueta humana, enharinada de pies a cabeza. Geeeeeenial, de nuevo.  Total, que recogí lo gordo y me fui a la cama, sin infusión ni nada.
El resto de los días, he estado haciendo un trabajo para el máster, que manda huevos, lo tengo que entregar el día 2. A quién se le ocurre. Pedir un trabajo el día 2 de enero. Qué cabrones, oiga. Pero bueno, ya está encauzado. 
Ahora me queda el cumpleaños de Pa, a la que felicito de nuevo por aquí. Mi niña se hace mayor. 25 añazos, que cumple la muy. Jo. 25. Eso significa que yo me hago vieja que te cagas.
Y la nochevieja, claro, que siempre es una historia. No puedo evitar acordarme de aquellas en el sur. De la que celebramos todos los jóvenes en la discoteca antigua. De las (sí, en plural) que me besó F. De la que terminamos de barbacoa el día siguiente aún con los vestidos largos y apestando a chusca. De la que Hermanachica no era capaz de subir las escaleras de tanto que se reía. De la que… ains, que me da la morriña. Pero ahora me lo tomo con calma, en casa de mis abuelos, con mi familia y poco más. Y este año me pienso vestir de rojo de arriba abajo (bragas y sujetador incluídos), ponerme lacito rojo en la muñeca, comer las uvas, poner el pie derecho delante, meter anillo en la copa y no sé cuantas paridas más. Este año las hago todas. Por si acaso.
Y como siempre, al año nuevo no le pido más que salud. Para mí y los míos. El resto, lucharemos por ello. Pelearemos cada día. Yo sólo pido salud. Salud para seguir buscando trabajo. Salud para salir de fiesta. Salud para ligarme maromos buenorros. Salud para escribir mis paridas. Salud para seguir caminando.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Extraña felicitación de Navidad... (y nota sobre papá Noel)

Bueno, como no me ha tocado la lotería, sigo aquí. Si no, estaría en una isla caribeña con un zumito de piña en una mano y un mulato en la otra. Pero no. Estoy aquí, cocinando una empanada para Nochebuena y tirando la pelota de albal al gato. Qué vida más fascinante la mía.
Lo cierto es que, excepto por mi carencia total de vida amoroso-sexual, me encuentro genial. Pero son buenas fechas para tener un maromo que te caliente… los pies.
El caso es que me ha dado por pensar, una vez más cómo tratar de acabar con mi abstinencia. Cosa negativa, en mi caso. Pero es de lógica: ¿qué hombre se cuela en casa por las noches sigilosamente? ¡¡Papá Noel!! Es obvio.
Lo chungo es que yo soy fan de los Reyes Majos. El gordo vestido de rojo no me mola nada. No sé si es un anuncio de coca-cola o la señora de la menstruación que ha mutado. Además, no me gustan los hombres con botas altas. Y tengo la mala costumbre de desconfiar de los tipos que se cuelan en casa por la noche con un saco a rastras y en principio, sin fines sexuales… ¿qué pretende entonces?
Y eso sin contar otros inconvenientes. Que hablamos de un viejo barbudo que le molan los niños, se les sienta en las rodillas y hace que le llamen “papá”. Eso suena a pederastia que te cagas. Y lleva una especie de pijama y un gorro de dormir todo el tiempo. Su otro nombre es Santa, que es un anagrama de Satán. Vive rodeado de enanos, a los que explota cruelmente, obligándoles a hacer trabajos manufacturados en unas condiciones infrahumanas. Y no sé qué coño le da a los renos para que tengan la nariz roja y vuelen, pero suena chungo. Además y para colmo de mis males, es un viejo barrigudo al que no se le conocen novias, por lo que no tiene pinta de ser un hacha en la cama.
Conclusión, como voy a pasar las Navidades con mis abuelos, mis padres y mi escasa familia, no tengo muchas opciones de que un buenorro me alegre las fiestas. A no ser, que papá Noel se trasforme y se parezca al de la foto, en cuyo caso, bienvenido sea. Si no, la verdad es que no le espero. Guardaré la esperanza de que los Reyes Majos me traigan un macizo de regalo. O lo que sea, que bienvenido será.

Bormas a parte, estoy muy bien, muy contenta y doy gracias a Dios por todas las cosas maravillosas que tengo en mi vida, incluido por su puesto mi insistente gato, que no se cansa de perseguir bolitas hechas de papel de aluminio y traérmelas para que se las tire a la otra punta del salón.
Además estas fechas tienen algo que me gusta y es la disponibilidad repentina de todo el mundo. Y no me meteré a criticarlo, que últimamente oigo y leo demasiadas quejas y críticas sobre estas fechas. Fijémonos en la bueno por una vez, leñe. El caso es que en estos días he hablado con mis hermanas adoptivas del sur, que nos tenemos un poco abandonadas. Con amigos. Con familia. Con gente especial de uno u otro modo. Y eso es bonito. Y no me vengáis con lo de que hay que hablar todo el año y eso. Que ya lo sé. Y lo aplico. Pero hay momentos en los que mola sentir un poco de calorcillo humano.

Así que ¡¡¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!!! Disfrutad de las fiestas todo lo que podáis.

martes, 20 de diciembre de 2011

pelos y peluqueras

Muchas veces he comentado mi fobia a cortarme el pelo desde aquel estropicio de cuando tenía 15 años. Así que hasta para cortarme las puntas me lo pienso y repienso mil veces. Y generalmente voy a la peluquería con el puñal malayo entre los dientes, para acojonar a la peluquera y que no haga conmigo lo que quiera. Porque si algo me jode, es el extraño poder que tienen las peluqueras. Tú te sientas ahí, inocentemente y dices aquello de “sólo las puntas” o “córtame un par de dedos”. Y ellas hacen lo que les sale de las narices. Y encima te cobran por ello.  
Además, en muchas ocasiones, te tratan como si fueras estúpido. Tú pides algo, tipo, desfílame por los lados. Y ellas te dicen “pero es que eso no se hace así, tengo que hacerte capas, porque si no, no queda bien”. Oiga, hágame lo que yo digo que para eso es mi pelo, mi cabeza, mi gusto y, todo sea dicho, mi dinero. Pero nada, la dictadura de las peluqueras se impone siempre de un modo u otro, porque una vez puesto en sus manos, eres totalmente vulnerable y ellas mandan.
También temo que me laven la cabeza. A veces creo que en lugar de lavarme el pelo están frotando ropa en el río. Qué restregones, por dios. Sólo les falta la tablilla de escalones y arrearme con una pala de madera para que quede más limpio. Joder, ni que me revolcara en el barro con los gorrinos. Que encima yo tengo un pelo muy agradecido y es muy raro que se me ensucie realmente.
Y eso sin contar con los comentarios que tienes que soportar cuando vas a la peluquería. Sus profundos y elevados estudios las autorizan para decirte cosas crueles sobre tu pelo, desde “es que lo tienes graso”, “es que lo tienes muy descuidado” o “es que tú tienes el pelo muy fino”, sea verdad o no. Y, desde luego, mi frase preferida cuando cambias de peluquería: “¿pero quién te hizo este corte?”, lo que te hace pensar que igual la vez anterior te esquilaron como a una oveja y has ido llena de trasquilones sin saberlo.
Son un colectivo al que da gusto odiar.
Sin embargo, debo decir que la chica donde voy a ahora es una maravilla. Súper discreta, súper cuidadosa. Te lava la cabeza de modo que parece un masaje. Te corta lo que le dices y como tú le dices. Total, adoro a mi actual peluquera.
Y hoy he ido a visitarla. Ya tocaba. Que me pillaba las puntas del pelo con el pantalón. Además, necesitaba un cambio. Algo discreto. Sigo necesitando tocarme las puntas cerca de los riñones. Pero también era el momento de empezar las fiestas y el Año Nuevo con un look un poco distinto. Tras este año de renacimiento interior, también necesitaba un poco de metamorfosis exterior. Así que me he sacado flequillo, como en mis tiempos mozos. Y me veo estupenda, cosa rara, porque generalmente cuando una sale de la peluquería suele verse rara, extraña y generalmente, peor que antes de entrar. Sin embargo yo hoy me veo genial. Estoy en un buen momento. El año casi ha terminado. Las fiestas apuntan bien. Y el 2012 me da buen rollo. Todo puede ir a mejor por qué no. Tampoco va a ser muy difícil, la verdad.
Hay un refrán por ahí que dice que el pelo no es lo más importante de la vida, pero que puede ser un buen lugar por donde empezar.

lunes, 19 de diciembre de 2011

locura navideña

Todo el mundo dice que engorda en navidades. Y en verano. Y en vacaciones.
La verdad es que creo que cuando la gente engorda busca excusas ajenas al hecho de que a veces, come demasiado y punto. Es cierto que hay quien tiene tendencia a engordar y quien no. Gente que por genética o metabolismo o lo que sea, engorda a poco que haga. Pero hay una máxima en todo esto: lo que engorda es la comida. No son los nervios, no es el agua, no es la ansiedad. Es la comida que engulles porque estás disgustado o ansioso. Quien no come, está delgado. Quizá también está enfermo y si sigue sin comer, termine estando muerto. Pero estará delgado. ¿O acaso había obesos en los campos de concentración?
En fin, no quiero hacer ninguna clase de apología de la anorexia. Yo soy una persona normal, que come bien y que cocina mucho y variado. Soy adicta al chocolate, a los bollos, a las chuches y a los helados. Como lo que me gusta, lo que me apetece, lo que quiero. No me obsesiona mi peso, ni el de los demás. Casi todos mis novios han sido gorditos. Aborrezco los hombres huesudos, de hecho. Y en otra ocasión hablaré de mis problemas con el caso contrario, con estar demasiado delgada.
Lo que pasa es que en Navidades las cosas no son normales. Son de locos. La gente engorda porque desde principios de diciembre no hace más que zampar. Comidas de empresa, de amigos, de  antiguos compañeros. Copas, cenas, salidas. Reuniones familiares. Y todo bien nutrido de cosas grasientas, de dulces, mantecados, turrones y demás. Así acaba la gente, estresada, con el colesterol por las nubes e hiperazucarada.
Yo la verdad es que en esto soy un punto y a parte. Cuando me veo rodeada de comida, me agobio y no me entra nada. Cuanto más hay, menos me apetece. Además no me gustan las almendras, por lo que los dulces navideños no me resultan atractivos. Y debo ser muy vulgar, pero no me gusta el marisco, ni el caviar, ni las cosas “exquisitas”. Ceno mil veces mejor cualquier día unas tostadas de pan multicereales con su tomate, su aceite de oliva y su jamón. O un bocadillo de choped. Cualquier cosa mejor que las bandejas de comida y más comida, los putos percebes que me da grima sólo verlos, la carne asada, los langostinos… y para remate, los doscientos cincuenta tipos de turrón, los polvorones, los mazapanes y las frutas escarchadas. Y yo al borde de la nausea, sólo con verlo.
El caso es que todo esto hace que siempre pierda peso en navidad. Eso y que por esas fechas casi siempre me acatarro, como demostré sobradamente la nochevieja pasada. Este año estoy en las mismas. Ya estoy asqueada y aún no ha empezado la locura.
Además debo decir que las navidades están mal interpretadas. Creo que, temas religiosos a parte, son fechas para pasar en familia, con amigos, con seres queridos. Son días de disfrutar, de cantar y de repartir buenos deseos. O eso deberían ser. Y no la vorágine de comida, gastos, consumismo y despilfarros varios que son hoy en día.
Y  tampoco son fechas para fustigarse por comer demasiado, para hacer dietas depurativas como aconsejan mis odiadas revistas femeninas ni para ir corriendo, estresado y de mala gana a casa de unos y otros, a reuniones que en realidad, no nos apetecen. No sé en qué demonios estamos convirtiendo esto.
Así que, si alguien me acepta un consejo, vivid estos días, disfrutad, comed si es lo que os gusta. Visitad a la familia, a los amigos. Abrazad a los seres queridos. Pero sed felices. Que para eso es la vida y las fiestas.  Y ya nos preocuparemos por el resto.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

reunión vecinal y fin de presidencia... por fin!

Hale, ya no soy presidenta de la comunidad de vecinos. A tomar vientos, por fin.
Una vez más en estos días de aniversarios varios,  se ha cumplido el año de la toma de poder. Y estaba deseando de quitarme este muerto de encima, la verdad.
Así que hoy he hecho la reunión de vecinos. Y aunque tenía un poco de miedo, porque he visto mucho “Aquí no hay quien viva”, la cosa ha transcurrido tranquila. Todos han aceptado la miniderrama de cincuenta euros para sanear un poco la cuenta de la comunidad, a pesar de son roñosos, son un poco lógicos. Y han aceptado también a ir un día al banco para cambiar la titularidad de la cuenta, que está a nombre de gente que ya no vive en el edificio.
Así que bien.
Sólo ha habido un momento absurdo, cuando el vecino roncador de enfrente mía ha dicho que en vez de cincuenta euros por piso, habría que hacer la derrama por coeficientes de metros cuadrados. Contando con que la diferencia no llegaría en ningún caso a un euro, he insistido en la ridiculez del asunto. El resto de los vecinos estaban de acuerdo, así que, cincuenta euros por barba y se acabó. Hombre ya con la roñosería.
Luego, vecinodelprimero ha venido a mi casa. Se ha tomado una cerveza (porque tampoco le he ofrecido más) y hemos charlado durante casi tres horas. Qué majo el vecino, oyes. Si fuera un poco más mono, lo empotraba. Hasta a Roncito le cae bien. Pero es calvo, así que se le reducen las posibilidades empotratorias.
Total, si alguien quiere mi consejo: no os independicéis. En caso de que lo hagáis, no compréis un piso. Alquiladlo, okupadlo, lo que os de la gana. Pero no es metáis en estos líos. Menudo coñazo.

sábado, 10 de diciembre de 2011

un año caminando

Hoy hace un año que, en una casa sin muebles, helada, solitaria y hecha un desastre, me dispuse a empezar una nueva vida y con ello, un nuevo blog.
Entonces, pesaba ocho kilos menos que ahora, tenía el corazón hecho trizas, las fuerzas agotadas y me faltaba el aire con frecuencia. Pero aún así, cree un blog que se llama “Caminando”. Porque no hay más opciones que caminar y que mirar hacia delante. La gente me dice que es una buena filosofía. Yo no creo que sea buena o mala, creo que es la única, así de sencillo. Si alguien conoce otra, si sabe el modo de parar el mundo, que me lo diga y nos bajamos. Pero yo no sé hacer otra cosa. Así que ahora, un año después, seguimos caminando. Mejor que el año pasado, sin duda. Y en parte gracias a este blog, y sobre todo a sus seguidores, vosotros. Por eso y como agradecimiento, os dejo una foto nuestra que nos hizo Pa hace un par de semanas. Para que nos conozcáis un poquito más.  En varias ocasiones me habíais pedido fotos mías y de Roncete. Pero me había hecho la loca. Y no porque no quisiera enseñarlas, si no porque tenía preparado este “regalito”. Espero que os guste.

martes, 6 de diciembre de 2011

besos bajo la nieve

Recuerdo que la primera vez te dije que estaba nerviosa. Temblaba y más por los nervios que por el frío tan terrible que hacía aquella noche. Y tú sonreíste, así, de medio lado, como tú lo hacías. Y me dijiste que no importaba, que tendrías cuidado. Así que me cogiste por la cintura, inclinaste la cabeza, porque eras mucho más alto que yo y tus labios rozaron los míos. Cerré los ojos mientras me besabas, mientras tu lengua entraba en contacto con la mía y notaba el sabor a chicle de fresa, que catorce años después aún me sabe a tus besos.
La noche siguiente me esperabas con la espalda y un pie apoyado en la pared. Cuando me acerqué, levantaste la cabeza, sonreíste y tiraste el cigarrillo. Me saludaste y me diste un beso en los labios, como si lleváramos media vida besándonos. En ese momento empezó a nevar. Miraste al cielo, luego a mí y te echaste a reír. Me cogiste de la mano, diste un tirón y a la carrera, nos metimos bajo un tejadillo. Aún tenías copos blancos en el pelo y sobre los hombros cuando me empezaste a besar. Yo tenía las manos tan frías que pegaste un salto cuando te toqué el cuello. Yo me reí y tú dijiste que tenías una idea mejor. Me abriste la cremallera del chaquetón, te desbrochaste el tuyo y pegaste tu cuerpo al mío, envolviéndome con tu abrigo. Te rodeé con mis brazos, enterrando mis manos en tu espalda. Repentinamente, ya no hacía frío. Y nos besamos bajo el tejadillo, mientras nevaba aquella gélida noche de enero en la que el corazón me latía contra tu pecho.

Eres sólo un recuerdo adolescente. Pero aún tienes hueco en mis pensamientos y una posición privilegiada entre los hombres de mi vida. Porque fuiste el primero en adivinar lo que esa niña flacucha podría llegar a ser. Porque fuiste el primero en enseñarme la magia de los rincones de mi pueblo del sur cuando caía el sol. Contigo aprendí a sentir la calidez de otro cuerpo. A tener un deseo irrefrenable de morderte el cuello cada vez que me guiñabas un ojo desde la otra punta de la discoteca. Y me enseñaste a besar. Por eso, y por tantas cosas que guardo bajo llave en el cajón de mi memoria, a veces me dejo llevar y cierro los ojos, sintiendo de nuevo todo lo que viví con aquél guapísimo niño andaluz de ojos negros y sonrisa socarrona que aún habita en mi corazón.


(Ains. Suspiro. Jo. Qué morriña más tonta. Ains.)

domingo, 4 de diciembre de 2011

más vale doctora silenciosa conocida... que doctora imbécil por conocer

Un par de veces me he quejado de mi doctora, más por sus silencios que por ninguna otra cosa. En realidad, nunca se ha portado mal conmigo ni nada semejante. Sólo es que no decía nada. Ni bueno, ni malo ni regular. Nada. Y claro, eso genera dudas, no sabes si lo que te pasa es grave o es una chorrada, si vas a morir o si se curaría con decir “cura sana, cura sana, culito de rana” (nunca entendí esta cantinela… ¿culito de rana? ¿alguien se ha parado a pensar en ello?)
Así que cuando hace un par de meses me llegó una carta diciéndome que se habían convocado oposiciones y que había posibilidades de que me cambiaran de médico me dio un poco igual. Con un poco de suerte, me tocaría un médico que me dijera qué demonios es lo que me pasa o que me respondiera a alguna pregunta. Pero la historia me demuestra que la mayor parte de las veces los refranes tienen razón y que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Ahora parece que voy a echar de menos a mi doctora silenciosa y todo...
Como estoy increíblemente acatarrada (mucho y absurdamente, llevo una semana igual), pedí hora con mi nueva doctora. Me citaron a las cinco y media. Comí en casa de mis padres y a esa hora estaba en la consulta, con mi tos perruna y mi moqueo incesante.
Había una pareja esperando ya y me dijeron que hacía al menos un cuarto de hora que estaban allí. Me senté pacientemente, convencida de que habría un poco de retraso. Tras casi una hora de espera, el chico que estaba esperando antes que yo, llama a la puerta de la consulta y trata de abrir, descubriendo que la doctora no está dentro. Así que bajé a recepción y les dije que la doctora Fulana de Tal no estaba. La mujer que me atendió, me dijo que igual había ido al baño. Y yo le sugerí que lo mismo se la había tragado la taza del váter dado que hacía una hora que esperábamos. Así que la llamó para que volviera al que por otro lado, es su puesto de trabajo. Cuando llegó a la consulta, empezó a llamar por orden. Le dije que llevaba allí mucho rato esperando y que ni siquiera me había nombrado. Su respuesta fue:

-         Si se te ha pasado la hora, pides cita para otro día.
-         ¿Cómo dice? No se me ha pasado la hora, es que usted no estaba. Pero vamos, que si hace falta, me espero a la última o a un hueco que tenga.
-         No, pide cita para otro día.
-         ¿En serio?
-         Que pidas cita para otro día, hoy no voy a atenderte.
-         Oiga, mire como estoy, llevo una semana enferma y…
-         Que no te voy a atender, - me repite con una autosuficiencia ofensiva. – que pidas otra cita.

A mí, que seré una malpensada, me suena a venganza. Que te has chivado de que no estaba, pues ahora no te atiendo. Y las pataletas no me gustan ni en los niños, pero en una doctora en medicina, adulta y cobrando un sueldo del estado, me parece intolerable. Me cabreé tanto, que me di media vuelta y le dije a mi madre, bien alto para que ella me oyera:

-         Vámonos, que esta gilipollas no quiere atenderme.

Mi madre no daba crédito.

-         En serio, vámonos, que si no, aún la formo y no tengo la garganta para discutir.

Así que volví a recepción y pedí que me cambiaran de médico inmediatamente. Pedí también una cita para el día siguiente y la que tengo ahora es maja. Responde a mis preguntas, me recetó un par de potingues para el catarro y punto, que no era tan difícil, jolines.