martes, 29 de agosto de 2017

Regreso

Este verano he aprendido:
  • A los gatos les gusta tener el cacharro del agua lejos del de la comida.
  • Decir “voy a guardar esto aquí para que no se me olvide” significa no volver a encontrarlo hasta que por casualidad, buscando otra cosa, te caiga encima de la cabeza. Y ya ni recuerdes para qué lo querías.
  • La gente que merece la pena es la que te dice “la semana que viene te pego un toque”. Y te lo pega.
  • Las primeras impresiones a veces son una equivocadas. Y no pasa nada por admitir el error.
  • A veces un trabajo compensa por más cosas que nada tienen que ver con el dinero.
  • Mi carrera me sigue haciendo más feliz que ser rica. Y sigo siendo más que buena en lo mío.
  • Me gusta el turno de tarde más de lo que pensaba.
  • El relato de mi viaje de fin de curso de 8º es capaz de hacer reír a la gente a carcajadas (yo incluida) durante una noche entera.
  • Los traumas adolescentes son risibles a los 30.
  • No necesito el pelo largo para ser feliz ni para estar guapa. Ni siquiera necesito llevarlo suelto.
  • En realidad, puedo vivir sin televisión si tengo internet.
  • A todas las mujeres a veces nos duelen las piernas.
  • Las circunstancias marcan, pero el espíritu de las personas no depende de ellas. Y la felicidad tampoco.
  • Puedo desayunar fruta sin tener cagalera.
  • Los amigos de verdad entienden que lo importante es estar juntos, no dónde, no cómo, no haciendo qué.
  • Las abuelas macarras de Vallecas son las mejores.
  • Es mejor salir de cañas que limpiar la casa.
  • No soporto que la gente no sepa admitir sus errores, sus limitaciones, sus defectos. Que no sepan decir “estaba equivocado” o “tú tenías razón”.
  • Los ofendiditos de tweeter, los que se dan por aludidos siempre, los que creen que todo el mundo les odia, los de la piel tan fina que todo les cala y los que piensan que todos las indirectas son para ellos me dan toda la pereza del mundo.
  • Sigo pensando que he nacido para solterona y vivir sola con mis gatos es lo que más me gusta.
  • Una vez canté, como la ranchera, “sé que de este golpe ya no voy a levantarme”. Y me equivoqué. Y si alguna vez vuelvo a cantarla, me estaré equivocando de nuevo.