sábado, 30 de abril de 2011

te querré aunque no quiera

Claro que te extraño. Claro que hay días que respirar sin ti es un suplicio. Claro que hay veces que me sumo en tu vacío y creo que no saldré nunca más. Claro.
Pero me lo prometí a mí misma. Me prometí que te echaría de mi vida y de mi corazón, aunque fuera a patadas. Lo de la vida lo he cumplido. Lo del corazón, estoy en ello, a patada limpia conmigo misma.
A veces es duro. Hay días que tengo que repetirme que ya no estás, que no volverás, que para mí, no existes más que apenas en el recuerdo. Y me esfuerzo en ignorar ese latir que tiene mi pecho para decirme que eres tú y no otro. Que nadie llenará nunca tu espacio, que eres tú. Tú y sólo tú. Que pase lo que pase, los años, el tiempo, el espacio y los otros hombres, seguirás siendo tú. Que para mi corazón siempre serás sólo tú.
Pero no. No, me repito una y otra vez. Ya no más.  Nunca, nunca más. 
Y me digo aquello de que levantaré mi copa y brindaré por tu muerte, por tu muerte para que mi vida siga adelante. Por tu muerte, para que sea el único motivo para no seguir queriendo que vuelvas. Por tu muerte y tu descanso eterno, para celebrar tu olvido de taberna en taberna, de brazo en brazo, de beso sin sabor en beso sin sabor.
Viviré sin ti, claro. Aunque la vida nunca sea la misma. Yo, la que no te necesita, la que es demasiado independiente, demasiado valiente, demasiado poco vulnerable. La que si no lo es, se lo calla. Yo, la indómita, la que camina, la que no mira atrás.
Y te echaré de menos cada segundo de mi vida sin ti. Cada vez que suspire, el aire que me falte serás tú. Sabré siempre que el amor de mi vida eres tú. Que en todo lo que haga, faltarás tú. Que de todo lo que sienta, tú te llevarás un pedazo. Pasará el tiempo y yo te querré, vivo o muerto. Te querré en contra de mi voluntad, en contra de lo que diga, en contra de lo que haga. Te querré porque no puedo dejar de hacerlo. Pero tú no lo sabrás nunca. Y yo, no volveré a admitirlo.

jueves, 28 de abril de 2011

deporte con el gato

Hace algún tiempo ya comenté que mi culo había empeorado mucho en los últimos años. Y aunque pensé en hacer cosas para mejorarlo, al final desistí. Qué le den por el idem a mi culo. Y a la celulitis y a los muslos fofos y a las rodillas y a los tobillos gruesos.
Lo malo es que hace poco estaba bailoteando por mi salón mientras limpiaba y me dí cuenta de que me asfixio en cuanto hago algo fuera de lo normal. Por normal, véase estar tumbada en el sofá. Los años de no hacer deporte, fumar y pasar todo el tiempo libre vagueando han dado sus frutos. Lo chungo es que aún no he cumplido los treinta y tengo la capacidad física de mi abuela. Así que empecé a plantearme en serio el hacer algo con mi deficiente estado físico y de paso, con mi también deficiente culo.
Como soy pobre como una rata y vaga como yo sola, busqué ejercicios que hacer en casa, sin quitarme el pijama y sin gastar ni un euro.
Y el otro día me puse manos a la obra, pero en cuanto empecé a dar saltitos y a hacer círculos con los brazos para calentar un poco, Ron vino corriendo como loco a cazarme los pies. Me llevé algunos mordiscos en los tobillos. Luego me tumbé para hacer unos estiramientos. Y entonces volvió a acercarse, pero ahora parecía más preocupado que juguetón. Al verme tirada en el suelo estirando una pata en diversas direcciones debió creer que estaba dándome un ataque o algo malo, así que se acercó maullando bajito y me lamía la cara. Cuando vio que le hablaba y le acariciaba a la vez que me esforzaba en reafirmar mi culo, se tranquilizó un poco y me trajo su hipopótamo de peluche para jugar. Así que hice el resto de los estiramientos tirando un hipopótamo rosa cada minuto a un gato enloquecido que, seguro, quemaba el triple de calorías que yo mientras corría todo el  salón arriba y abajo.
Tras varios días de verme dar saltitos y ponerme en posturas raras, Ron ha asumido que estoy loca y que el rato de hacer ejercicio es en realidad, el rato de jugar. Así que nos ponemos en forma juntos. Yo haciendo un rato de ejercicios aeróbicos y un rato de estiramientos y yoga; y él, corriendo tras la pelota, el hipo y el resto de juguetes que me trae incansablemente.
La verdad es que me alegra, porque dicen que si haces deporte con alguien hay menos posibilidades de que desistas al poco tiempo porque te sientes más comprometido. Y la verdad es que Ron no tiene intención de renunciar a la media hora de tirarse al suelo conmigo a pasarlo bomba. Pero por otro lado, pierde seriedad el asunto. Una aquí toda concentrada en la posición del loto, pero tirando un reno naranja a la otra punta del salón cada medio minuto. No sé, es raro. Y eso, sin contar que si no hago lo que Ron quiere e ignoro sus pequeños peluches, me muerde, me da con la pata, me lame la cara, me desbarata el moño y me despeina.
Total, no sé lo que me durará el plan de puesta en forma y si mejorará mi estado general, mi culo o algo, pero al menos Ron y yo nos lo pasamos genial juntos. Los vecinos deben pensar que soy una loca, hablando con el gato y riéndome a carcajadas con él, pero yo soy feliz así.

martes, 26 de abril de 2011

pesadillas y el resplandior

La verdad es que tengo un millón de defectos. Espera, no me gusta como empieza esto. Vuelvo a empezar. La verdad es que tengo algunos defectos, pero el de ser miedosa no está entre ellos.
A veces me dan miedo cosas metafísicas, tipo la vida, la muerte, la vejez, la soledad. Esas cosas. Pero no me dan miedo las cosas cotidianas como dormir sola, la oscuridad, las pelis de terror. No me importa ir sola a los sitios, ni las casas viejas, ni los cementerios, ni nada de eso. Soy bastante racional para esas cosas.
Lo chungo es que cuando vives sola a veces el miedo te atenaza por alguna razón absurda y no tienes nadie que te consuele. Llevo varias noches teniendo pesadillas. La otra noche fue con unos vampiros. Y no es que me den miedo los vampiros, de hecho, me dan bastante morbo. Pero soñaba que me abrían una vena del brazo en canal y notaba cómo me salía la sangre a borbotones de un modo demasiado real.
También sueño últimamente con gente que me hace daño y que dicen cosas que me hieren. Mi abuela paterna, el desequilibrado, el Ross. Muy majos ellos. Podrían irse a la  mierda juntos, vaya.
Y claro, me despierto con el susto, con la adrenalina quemándome la piel, con el sudorcillo frío en el cuello. Y nadie me consuela. Me tengo que decir yo solita que no pasa nada, que es sólo un sueño, que da igual y que venga, a dormir otra vez.
Pero bueno, no lo llevo mal del todo. Siempre está ahí el amor de mi vida, que cuando me despierto de un sobresalto se acerca, me pasa los bigotillos suaves por la cara, ronronea un poco y se acurruca de nuevo a mi lado.
Y reflexionando sobre el miedo, el otro día haciendo zapping después de comer, descubrí que estaba empezando el Resplandor. Y la dejé. Algún día tengo que plantearme el ver esa película en serio. Y es que los Simpson jodieron mi vida con el capítulo en el que la parodian. Cuando era muy pequeña, obviamente mis padres no me dejaban ver películas de miedo, pero una noche entré en el salón mientras ellos estaban viendo precisamente El Resplandor y ví la escena en la que se abre la puerta del ascensor y caen oleadas de sangre. Me impresionó y se me quedó la idea de que era una peli que daba mucho miedo y que de mayor la vería y me cagaría por la pata abajo. Sin embargo pasó el tiempo, años y años, y no me dio por verla nunca. De hecho, ví antes el capítulo de los Simpson y lo entendí sólo a medias. Pero cuando aún vivía en la casa de alquiler con el desequilibrado, la bajó de Internet y la pusimos una noche ya que ninguno de los dos la habíamos visto. El desequilibrado era bastante impresionable y muy nervioso, por lo que a los cinco minutos de peli estaba en posición fetal comiéndose las uñas. Yo por mi parte, pensé que teniendo una mujer tan fea, que parece una mezcla entre Rosi de Palma y Morticia Adams,  y un niño con ese estúpido corte de pelo (odio los niños pequeños con el pelo largo, me dan una grima que me muero), normal que le de al tío por querer matarlos. Además, el capítulo de los Simpson no dejaba de rondarme la cabeza y no podía evitar pensar constantemente en la frase:

-         Ahí va, niño, tienes el “resplandior”.
-         ¿”resplandior”? ¿No querrá decir resplandor?
-         ¡¡Calla niño, que nos acusan de plagio!!

Y me daba la risilla tonta. Jijiji, el resplandior. Intenté concentrarme, pero no había manera. Por más que quería tomarme la película en serio y tratar de empatizar con el agobio psicológico del desequilibrado, no dejaba de pensar “sin tele y sin cerveza, Homer pierde la cabeza”. Y volvía a reirme. Jejeje. Sin tele y sin cerveza. Jejeje.
Total, que la película me dio de todo menos miedo. Y el otro día pensé en volver a verla a ver si esta vez al estar sola me concentraba y no me daba por pensar en los simpson. Pero me quedé dormida. Así que nada de miedo ni de tensión ni de nada. Y ya no sé si es la película, si soy yo que me la resbala todo o qué.

domingo, 24 de abril de 2011

historias de cama

Tengo la sensación de que si sigo hablando así en el blog habrá alguien que me denunciará o tendré que limitar la entrada a menores, así que niños y gente fácilmente escandalizable, largo de aquí.
Siempre he tenido la teoría de que los chicos malos follan mejor que los chicos buenos. Así de sencillo. Y lo he comprobado en mis carnes con varios casos. Lo que no mola de los chicos malos es que luego, salen de la cama y te complican la vida. Y yo estoy hasta el culo de complicaciones.
Por eso empecé a liarme con A. Porque es un chico bueno. Es tranquilo, habla despacio, me cuida y es bastante razonable en general. Me gusta mucho estar con él, hablar, ver la tele, que me de masajes y contarnos lo que hemos hecho en el día. Pero temía que nuestra vida sexual fuera un tanto aburrida, que me levantara la misma pasión que regar las plantas, por ejemplo. Eso unido a un primer encuentro sexual un tanto fallido, ya estaba yo temiéndome que se repitiera la historia que me ocurrió hace años, que yo quería a mi novio más que a nada en el mundo, pero vendía mi alma al diablo para sentirme viva con el dueño de mis sábanas cada vez que había oportunidad.
Así que volví a plantearme la decisión entre vida tranquila y feliz o pasiones desatadas pero complicadas. Y estaba en ello cuando mi amiga Ana, que siempre tiene soluciones para todo, me dijo: “nena, toma tú la iniciativa, cuando vaya A a verte, cierra la puerta con llave y le saltas encima con plan pantera en celo.” Y medio de coña, le dije que quizás el plan maquiavélico perfecto fuera esperarle “recién” salida de la ducha. Así rollo albornoz pero maquillada, depiladísima, pelo mojado pero perfecto y con ropita interior mona debajo, para rematar diciendo algo sugerente, como “¿termino de vestirme o termino de desnudarme?”. Lo malo del plan es que yo soy muy pesada para hacer esas cosas y cuando sonó el timbre estaba en rollo albornoz pero de verdad. Es decir, sin maquillar, sin ropa interior mona, con el pelo enrollado en una toalla tipo turbante, sin terminar de darme la crema hidratante y con desodorante sólo en un sobaco. Soy estupenda urdiendo planes sexuales, pero un desastre llevándolos a cabo.
Al final el asunto cuajó, porque cuando un chico tiene 24 añitos, no le hace falta tanta parafernalia para cogerte en brazos y mirarte con ojos lascivos. Así que aunque sea un chico bueno y no me arrancara el albornoz a mordiscos, tampoco me dio por pensar en si habría apagado el gas mientras tanto.
Total, la parte mala de A  en la cama es cuando llega la hora de dormir. El otro día iba todo tan bien, que le dije que se quedara. Habíamos cenado, charlado, escuchado música y visto la tele abrazados. Estaba yo tan encantada de la vida de compartir un  poco mi espacio con alguien que me hace sentir genial, como hacía años que no me sentía.
Pero, oh, dolor, nada es perfecto. Nos fuimos a dormir y a los dos minutos él estaba roncando como una locomotora. En ese momento me acordé del Ross. Y es curioso, por que en la cama una suele acordarse de otro tío en otras circunstancias, no a punto de dormir. Pero me acordé de él. A me recuerda bastante a él, lo reconozco. Me hace sentir igual de protegida y de tranquila, me trasmite la misma paz y confianza. Son bastante parecidos en general. Lo malo es que en esto también se parecen. Yo hubo muchas noches que estuve a punto de cometer un rossicidio, ahogándole con la almohada o con lo primero que encontrara. El Ross roncaba tanto que algún día contaré las anécdotas al respecto, pero el caso es que eso hizo que yo me planteara seriamente nuestra relación cada vez que dormíamos juntos. No dejaba de pensar que no podría soportarlo toda la vida. Así que durante años, amé al Ross con toda mi alma cada día y le odié a conciencia cada noche.  Cierto que no quiero a A, pero al oírle roncar durante horas, empecé a odiarle un poco. Y no había manera de que dejara de roncar, le dí patadas, empujones, me cagué en la puta a voz en grito y dí vueltas resoplando toda la noche. Y nada, la motosierra seguía encendida a mi lado, resoplando en mi oreja. Por la mañana vino con ojitos de cachorro para ver si conseguía quitarme el mal humor, pero eso no es tan sencillo tras horas de escuchar ronquidos y de enervarme lentamente. Reconozco que no tengo buen despertar en general, pero tras una noche de no pegar ojo oyendo ronquidos a esos decibelios, menos.
En cualquiera de los casos, lamento decir que esto impide bastante que me enamore de él. Todo va bien y no voy a dejarle de momento porque me gusta mucho, pero el futuro se hace borroso. No dejo de pensar, que nunca podré dormir a su lado. Y que nunca me quitará las bragas de un tirón, me empotrará contra una pared en plan salvaje o me hará estremecer sólo con una mirada. Y por más que me empeño en convencerme de que mi orden de prioridades es antes tranquilidad que pasión, tampoco puedo olvidarme de cómo mi fiera interior gruñía en el pasado mientras yo me empeñaba en llevar una vida llena de paz. Una aburrida paz.
 Parece que aunque quiera, mis sábanas no cambiarán de dueño de momento. Y por  desgracia, mi corazón tampoco.

lunes, 18 de abril de 2011

el Mariano y el kiki diario

Definitivamente, tengo que dejar de fumar. Y no por miedo al cáncer ni al enfisema ni a esas memeces. Yo a lo que tengo miedo es a ir al estanco. Cierto que hay más por esta zona, pero al que voy yo tiene más variedad, me tratan bien y tienen la marca concreta que me gusta a mí. Total, que voy al estanco pequeñito que hay en la parte más profunda y auténtica de mi barrio. Si lo vieran los pijos del otro día, les daba un chungo.
El caso es que hoy he ido y había una mujer de esas genuinas de mi barrio, que no sé si compraba algo o sólo daba la chapa a la mujer que atiende. Yo he llegado con la conversación empezada, pero es igual, creo que era el momento culminante.

-          …pues el caso es que llevo unas noches que no duermo nada bien. Y luego claro, estoy todo el día cansada… - decía la mujer bostezando.
-          Será la primavera…
-          ¿Qué primavera? No, no, es mi Mariano, que se ha ido al pueblo hace unos días con los niños para ir haciendo unas chapuzas allí.
-          Ay, que ya no sabe dormir sin el Mariano… - bromea la estanquera.
-          Lo que no sé dormir es sin el meneo de todas las noches.
-          ¿Todas?
-          Sí, hija, sí. Todas, toditas. Sólo me respeta los días que estoy mala y cuando he tenido a los críos.

Mira que soy liberal y me he puesto roja. Esa es más información de la que cualquiera quiere saber de una mujer que apenas conozco de vista.

-          Así que no pego ojo. Estoy pensando tomarme un laxante de esos.
-          ¿Laxante? ¡¡niña, que eso es para ir al baño!! ¿no querrás un “sedante”?
-          Ah, jajaja. Pues sí, uno de cada. Porque yo creo que hasta para ir al baño me afecta el tema.

¿Hola? Estoy aquí, soy una desconocida, sólo quiero un paquete de tabaco y volver a mi casa sin excesivo trauma.

-          Pero bueno, ya no pasa nada, yo mañana es el último día que trabajo y me voy al pueblo por la tarde. Que le voy a pillar por banda que ni te cuento. Y eso que la cama de allí es mala, de esas de muelles…
-          Hombre para un apuro…
-          Y tan apuro. Mira, es que yo es meterme en la cama y según le noto por detrás que viene ya le digo, “ay, Mariano, ¿ya estamos?” y vaya que si estamos.
-         
-          Y todos los días, ¿eh? Todos, toditos.

Madre mía, ¿¿esto no lo había explicado ya??

-          Y claro, tantos años de matrimonio que una se hace. Y ya no duermo sin mi meneillo de todos los días. Que me meto en la cama y me falta algo. Tanta paz, tanta calma, sin los niños, sin el meneo… que me pongo a dar vueltas y no me duermo.
-          Ya…
-          Porque claro, yo llevo casada desde los 20 años, no he conocido más hombre que mi Mariano. Y ya no sé, no sé qué hacer sin él. Porque yo sola no me apaño ¿sabes?
-          A dormir…
-          No, a… a lo otro… ya sabes.

Me encanta la gente que da explicaciones como estas y luego es incapaz de decir palabras como sexo o pene o masturbación. Total, ya sé que echas un kiki todos los días y que estás estreñida.

-          A arreglarme yo sola, sabes. Que no puedo, hija, que me da cosa de meterme la mano ahí yo sola. Que a mí eso me lo hace mi Mariano.
-          Oye, pues dicen que hay unos consoladores que vibran y dan vueltas y… hacen un montón de cosas… - la estanquera, experta en sexualidad.
-          Sí, si fui a casa de la Mari a una reunión de esas que viene una chiquita y te lo explica todo y venden cacharritos, pero no. ¿Tú crees que con el Mariano necesito  yo esas cosas? Sí estoy más que servida.
-          Sí, desde luego.
-          Porque cada día, ¿eh? Cada día, viene mi Mariano, ¿para qué iba a querer yo uno de plástico? Y bien que funciona el Mariano, que no falla, oyes, no falla ni una vez.
-          Pues hija, qué gusto.
-          Ya te digo. Y ahora con la primavera que parece que está más animado y todo.

Claro, es lo que tiene, dímelo a mí, que me he pasado toda la noche soñando con un pelirrojo que tiraba de espaldas. Y yo no tengo marido ni nadie me ha echado polvos a diario durante tantos años. Empiezo a sentir cierta envidia de la Maruja en cuestión.

-          Bueno, en fin, atiende a esta chica, que está aquí esperando mientras yo te cuento mi vida.

La estanquera me mira como si acabase de entrar y se acerca al mostrador. Siempre compro lo mismo, pero me pregunta:

-          ¿Qué quieres?

Un Mariano, oiga, yo quiero un Mariano.


domingo, 17 de abril de 2011

el instinto anti maternal

Últimamente en varios de los blog que visito casi a diario, han hablado de juguetes y de cosas de cuando uno era pequeño. Los que me seguían en el otro blog, saben de sobra que no me gustó nada ser pequeña. En el cole era la marginada y como no tengo hermanos, ni primos ni nada, mi vida era un rollo. Además que yo ya era yo, sólo que más bajita.
El caso es que yo de pequeña no jugaba como la gente normal. A mí los mercaditos, cocinitas y casitas me la pelaban mogollón. Siempre intuí que me hartaría de limpiar, cocinar y comprar cosas de verdad cuando fuera mayor. Las barbis y yo siempre tuvimos muy mal feeling. Tan rubias y sonrientes, tan perfectas a la vez que idiotas. Además, no tener nadie con quien jugar te hace parecer un poco estúpido, hablando solo y desplegando todo tu arsenal de cacharros que ya conoces a la perfección. Total, un rollo.
Yo era más de leer y de escribir, de montar fortalezas con los legos y los cliks y de hacer un poco el bruto si se podía. También dibujaba y me inventaba historias mirando las fotos viejas de la familia. A veces hacía cosas menos inocentes, como disfrazar al perro o maquillar y depilar con las pinzas de las cejas a mi resignada madre.
Desde luego, lo que no hice nunca fue jugar con muñecos. Y eso que me regalaron unos cuantos, tipo nenucos y semejantes. Pero a mí me daban un mal rollo que te mueres. Con esos ojos de cristal que te miraban fijamente, con esas ropas recargadas, con esos pelos rizados, tan rubios, con las mejillas tan brillantes. Incluso me regalaron uno vestido como de época, con un sombrerito y un cestillo, así en plan antiguo y a mí me parecía un niño muerto de esos que se fotografiaban antaño. Y le tenía una tirria terrible. Además creo recordar que decía “mamá” o algo así con una voz de ultratumba que no ayudaba nada a quitarme las ideas macabras de la cabeza.
Para colmo, mi idea de la maternidad siempre ha sido algo terrible y cuando la gente (abuelas, tías y demás familiares que no comprendían porqué yo pasaba de los engendros que me regalaban) me instaban a jugar con ellas y con los muñecos, yo accedía de mala gana. Y entonces me decían “este es tu bebé” y yo negaba con la cabeza. No, mío no, mío ni de coña. “¿Entonces de quién es?” yo solía decir que de mi madre. “¿Ah, es tu hermanito?” No, de hermanito nada. De mi madre, de cualquiera, yo qué sé, qué más da, si está muerto.
Pero el colmo de los colmos fue una vez, que jugando con alguien (creo que tía materna), tenía yo un nenuco en las manos y me dijo: “huy, está malito, tienes que curarlo y cuidarlo para que se ponga bueno”. Pero yo lo que hice fue tirar el muñeco al suelo y retroceder como si me hubiese dicho que estaba poseído por el mismo lucifer. Yo pensé algo como “¿malito? Una de dos, o me vomita encima o me pega algo”. Así que la mejor opción fue tirarlo como una granada de mano sin anilla y alejarme lo máximo posible.
Mi madre dice que ha tenido siempre bastante asumido que no será abuela porque mi instinto hacia los bebés siempre ha sido más de miedo y de repulsa que de ninguna otra cosa. Puede que en parte sea porque no ha habido nunca bebés cerca de mi vida de forma directa, pero he huido de ellos como de la peste hasta en forma de muñeco. Y no ha habido ni un solo día de mis 28 años que haya pensado algo distinto. Ni un momento en el que me haya planteado ser madre. Ni un solo segundo en el que ese instinto maternal, o de protección, o de ternura se haya apoderado de mí al ver un crío. Y quiero a mis sobrinos y a los hijos de mis amigas, les cuido y juego con ellos. Les trato bien, ya no les tiro al suelo y salgo corriendo, lo cual es un triunfo. Hasta a ratos me divierto con ellos y me hacen gracia su media lengua y sus trastadas. Pero… sin abusar, sin ponerse malitos, sin tener que darles de comer, sabiendo que después me volveré a mi casa y no habrá ese olor que todo el mundo dice que es maravilloso y a mí me revuelve las tripas.
Y no sé por qué siempre que digo esto, me siento una mala persona. Una persona horrible y una mujer aún peor. Me siento lo peor del universo, pero no lo puedo evitar, me enternece más un gato, un perro callejero o un hámster que un niño. Tengo una tara grave, ya lo sé.

viernes, 15 de abril de 2011

la pija de barrio

Llevo una semana sin escribir porque la alergia no me deja. Entre eso y el ojo-pipa y la tos y la ostia en verso, pues ando atolondrada y en plan muermo. Pero ayer salí de mi letargo y me fui de barbacoa con A y sus amigos.
Al principio llamé a A amigopijo. Y es que es pijo de cojones. Vive en zona súper pija, en una casa súper grande, tiene un coche súper caro y demás cosas súper. Y no lo critico, sus padres estudiaron buenas carreras y trabajan duro para tener un buen nivel de vida. A estudió una carrera muy chunga, trabaja y hace un máster. Además no viste como si perteneciera a las juventudes del pepé, lleva el pelo largo y su gran pasión son los conciertos heavys. Es decir, no es un niño pijo mimado rollo oseatelojuro. O al menos lo disimula bien cuando canta canciones de ska-p y va por ahí con su chupa de cuero y sus deportivas de aspecto desgastado.
Sin embargo en su grupo de amigos hay cierto tufillo a pijismo que me repatea. Y algunos son muy majos, pero otros son niñatos con polo de marca y mirada altiva de conduzco-un-bmw-y-juego-al-pádel-con-los-hijos-de-aznar. Capullos integrales, vaya.
Yo soy un bicho raro, lo reconozco. Esté donde esté no encajo nunca del todo. Al final me adapto, me he codeado con la gente más dispar, tengo los amigos más variados y he sido feliz en los sitios más extraños. Pero nunca soy parte de ellos, sólo una visitante. En mi barrio creen que soy una pija por no llevar aros gigantes de oro en las orejas y pantalones hiperajustados de colores chillones. Pero estos amigos de A me miran como si estuvieran a punto de darme unas monedas. Mi pobre coche abollado y sucio parece sacado de un desguace al lado de los suyos. Y yo ya no soy trabajadora social, soy de “esas que trabajan con los pobres y eso”, textualmente. Vivo en un barrio, palabra que tienen que pensar con detenimiento porque en su diccionario mental no salen de las palabras “chalet” y “urbanización”.
Y me da lo mismo, no me siento inferior ni nada, todo lo contrario. Me crezco bastante ante estas cosas. Mi gurú Seis siempre dice que cuando alguien radicaliza una postura, te incita a radicalizar la tuya. Así que, de pronto me siento de barrio y orgullosa hasta la médula de un barrio al que sin embargo, no he pertenecido nunca realmente. Vivo aquí, pero no me relaciono, no soy como ellos, no me trato con nadie. Irónicamente, la gente de mi barrio cree que soy muy pija, pero los pijos creen que soy muy de barrio. Me pregunto qué soy entonces. Y posiblemente es que yo no soy “nada”. No cumplo todos los requisitos de un colectivo concreto. Soy un poco de todos y un mucho de ninguno. Pero me da lo mismo, porque A me mira y me sonríe y sé que a él le gusta como soy. Le gusta mi casa proletaria, mi coche roñoso y mi sofá barato de ikea. Al fin y al cabo, él tampoco encaja demasiado en ningún sitio. A lo mejor por eso cada día me gusta más lo que siento a su lado.

domingo, 10 de abril de 2011

gafe, pero feliz

Siempre digo que mi cumpleaños es gafe y nadie me cree. Y lo que es más, no es el día de mi cumpleaños en sí, son los días aledaños, toda la semana en la que cae.
Este año los males han sido pequeños por el hecho maravilloso de que hago todo el tiempo lo que me da la real gana y porque estoy rodeada de una gente maravillosa que me vale su peso en oro varias veces. Pero aún así ha estado la sombra del gafe, para que no me olvide.
Esas pequeñas cosas malas son que mi yayo tiene un herpes en la espalda que le tiene bastante fastidiado, que los problemas con el casero del otro piso van a costar mucho dinero y muchos disgustos y que yo ando un poco averiada. Mis averías son pequeñas, pero son muchas y todas juntas. Tengo un virus en el ojo izquierdo, por lo que me levanto como un hámster con el ojo legañoso y pegado, tengo que darme gotas y pomadas, no puedo pintarme y lo tengo rojo e irritado. Tengo otitis en el oído izquierdo, pero la suerte es que se me ha quedado en el oído externo por lo que el dolor es soportable. Tengo la garganta muy irritada y estoy afónica, tengo la voz como si me hubiera chimplado un barril de cazalla yo solita y a morro. Y tengo un pelotazo alérgico que me hace estar moqueante y atolondrada. Esto muy bien, vaya.
A pesar de todo esto y de todos los medicamentos que se supone que me tengo que tomar (las gotas del ojo, la pomada del ojo, las gotas del oído, el antihistamínico, el antinflamatorio, y las pastillas para la garganta), ayer junté a mi gente. No
para celebrar mi cumpleaños exactamente. Eso es la excusa. Es juntarles porque les quiero, porque les necesito, porque son los mejores.
Así que tras la comida de celebración de los 80 años de mi yayo con mi familia, me vine a mi casita y al poco tiempo llegó Anita. Luego vineron I y G, que pensaban venir a las copas de la noche, pero surgió una cosilla familiar. Después llegó Pa y cenamos las tres chicas solitas. Había pensado hacer una buena cena y una tarta, pero entre enfermedades e imprevistos, no pude. Pero me lo perdonaron y Ana trajo una empanada estupenda. Después vinieron mis otros niños, Jimy y el Rubio a tomar una copa. Charlamos, nos reímos y disfrutamos de la primera noche de terraza y de copas en mi mesa y sillas nuevas de colores. Nos dieron las tantas entre anécdotas, teorías, ron y humo.
Serían las cuatro cuando nos fuimos a dormir. Las tres niñas en mi cama y los chicos en unos sacos en el suelo del salón. Ojalá tuviera algo mejor que ofrecerles.
La noche ha sido curiosa. Me he sentido un poco como en los campamentos, oyendo respiraciones y movimiento a mi alrededor. Es raro, acostumbrada como estoy al silencio más absoluto que sólo rompo yo misma. Pero me gusta. La casa estaba llena de la vida que le falta a diario.
Por la mañana ha venido la mejor parte. Siempre me encantaron los desayunos. Soy muy feliz desayunando con gente, oliendo a café, preparando tostadas… así que nos hemos vuelto a salir a la terraza a desayunar al sol. Y se lo he dicho: “chicos, este es el mejor regalo que me podíais haber hecho”. Y es cierto. Porque me han regalado un rato de felicidad.

En fin, sigo cansada, medio tuerta, medio sorda, medio muda y medio gilipollas, pero soy feliz. Gracias, gente, mi gente. Sois los mejores. Y os quiero a rabiar.

viernes, 8 de abril de 2011

A

Últimamente paso tanto tiempo con él, que se merece un post, aunque quizás nunca lo lea. Aunque quizás nunca sepa las cosas que voy a decir hoy de él.
Le conocí hace muchos años, en una facultad que no era la mía, en un mundo que sólo me pertenecía en modo consorte. Como tenía casi cuatro años menos que yo y era más bien de pocas palabras, se refugió en mi verborrea y mi descaro. Así se forjó una amistad que trajo rumores crueles, pero falsos siempre. A y yo éramos amigos en el sentido más inocente de la palabra. Y lo fuimos durante años. Compartimos mil noches hablando de nuestras historias en el Messenger. Alguna vez quedamos, alguna lloramos, alguna reímos. Pasó el tiempo, él empezó a salir con su ex la posesiva, yo con el desequilibrado. Pero alguna noche les robábamos para hablar a través de Internet y contarnos nuestras vidas, como si no pasara el tiempo y aún fuéramos esos críos universitarios y despreocupados que se  tostaban al sol en vez de ir a clase.
El día de reyes de este año nos reencontramos en persona tras varios años. Yo, escuálida y dolorida. Él, con el pelo muy largo y heridas aún sin cicatrizar. El desequilibrado se había ido en noviembre. Su posesiva se largó a finales de verano. Así que sólo quedábamos él y yo.
Durante estos meses hemos hablado casi todos los días y hemos quedado de vez en cuando. Pero sobre todo, nos hemos hecho hueco uno en la vida del otro. El espacio entre nosotros se ha ido reduciendo hasta que quedó en muy poquito la madrugada que compartimos cama. Y en menos aún cuando la noche de mi cumpleaños se hizo hueco en mi sofá y me abrazaba, con su respirar calmado mientras veíamos la tele. Y en un poco menos cuando noté su olor en la almohada y sonreí, después de que me dijera que si le daba problemas, bienvenidos serían.
El vacío que queda entre nosotros ya es mínimo. Sólo el que necesita mi miedo para seguir acosándome y decirme que alguien saldrá herido de todo esto. Porque el amor hiere siempre a alguien. Por exceso  o por defecto, pero esa forma de mirarme tan dulzona, esos montones de besos que me da en sitios no erógenos (el tipo de besos que sólo trasmiten cariño), esa manera de acariciarme el pelo, ese calor que desprende mientras me abraza y respira tan despacio… todo eso me hace temblar. Me hace tener vértigo y empezar con mis momentos paranoicos pensando si estoy preparada o no, si de verdad me apetece querer a alguien, si quiero una relación, si quiero sentir cosas, si quiero todo esto. Pero él no parece asustado, parece que todo le da igual mientras entrelaza sus dedos con los míos y me dice que no cree que yo le vaya a hacer daño a propósito. Y se queda tan ancho, como si su cabeza no girara al mismo ritmo que la mía y fuera inmune al miedo, al vértigo y a las dudas. No tiene pinta de querer salir corriendo. Ni de nada. Sólo de vivir el momento, repitiéndome que está muy a gusto cuando está a mi lado. Y debe ser verdad, porque pasan las horas increíblemente rápido a su lado, siempre es demasiado tarde cuando miro el reloj. Ha pasado el tiempo volando entre sus ojos marrones, sus palabras pausadas y los aritos de humo que hace constantemente.
Aún no le necesito, no me he acostumbrado a compartir con él, no he creado un vínculo de esos que te unen irremediablemente, pero me asomo a veces al borde del abismo. Y es que esta sensación de seguridad y de calma que me trasmite me hacen sentir demasiado bien. Me recuerda a las pocas temporadas de mi vida que he sido feliz, en que la paz y la confianza han cercado al miedo y la culpabilidad.
A, tiene todo aquello de lo que yo carezco y parecen encantarle todas mis rarezas. Él no cree que estoy loca, si no que soy inteligente, que tengo sentido del humor y que soy una mujer especial. Y especial en el buen sentido, no en el de que sea anormal perdida. Todo esto me asombra, dado lo que llevo escuchando los últimos años.  Me trata genial, le gusta quien soy. Quien soy yo de verdad, no lo que él querría que fuera. Y me hace sentir muy bien. Me recuerda a eso que sentí hace demasiado tiempo, cuando los abrazos me hacían creer que aunque el mundo se cayera a pedazos a mí no me pasaría nada.
A modo anecdótico diré que llega a los estantes altos, tiene buenos brazos para abrir botes y el otro día mató una araña del techo sin rechistar. Igual hay un hombre perfecto dentro de un amigo de hace años. Igual, si yo regreso del limbo en el que vivo feliz como mujer soltera, este puede ser el comienzo de una bonita historia.

martes, 5 de abril de 2011

cumpliendo vida

Ya que es mi cumple y me da un poco de yu-yu porque suele ser algo gafe, voy a hacer un ejercicio de memoria y de imaginación en modo meme que ví por ahí hace tiempo. Así que a ver qué sale.

Hace un año…
Cumplí 27. Y pensé que había salido todo bien. Tuve ragalitos, quedé con amigos y con la familia. La parte chunga es que el desequilibrado de mi ex me regaló un viaje a Roma en el que luego me pidió matrimonio. Anda que…

Hace cinco años…
Cumplí 23. Estaba trabajando en un centro juvenil por las tardes con mi amigo Jimmy. Los niños me regalaron muchos dibujos y me dieron muchos besos. Entonces salía con el lánguido, pero lo dejamos pocos días después, así que no creo que lo celebrásemos de ningún modo especial. Al menos, no lo recuerdo.

Hace diez años…
Cumplí 18, la mayoría de edad. Curiosamente, me la pelaba ser mayor de edad o no. Toda mi familia vino a casa de mis padres y tengo muchas fotos del evento. Luego lo celebré también con los amigos de entonces en un bar del barrio con cañas y tapas. Lo raro es que yo había estado muy enferma el año anterior y con estar viva me conformaba. Me daba igual todo ese lío que montaban mis compañeros con los 18, creyendo que la mayoría de edad legal les daba licencia para hacer de todo. Mi vida no cambió en nada y no lo recuerdo con ninguna ilusión especial.

Dentro de un año…
Espero cumplir 29, aunque me horrorice la idea y pase la crisis de los 30 durante todo el año. No sé cómo puedo estar haciéndome tan mayor. En cualquier caso, espero que todo siga igual. Que estén mis padres, mis yayos, mi Ron y mis amigos especiales (Anita, Pa, I y G…) con eso me conformo. Aunque también querría tener trabajo, estar bien, feliz, sana y con ilusiones. Pero mi gente que no falte.

Dentro de cinco años…
Cumpliré 33. Qué bonito. Habré superado las crisis y seré una treintañera estupenda. Espero. Y sigo con las mismas, que esté toda la gente que acabo de nombrar y mi Ron quizás tenga un hermanito. Espero tener un trabajo guay y estable. Y tener alguien a mi lado. Un hombre maravilloso, que me quiera, me respete y me haga feliz. Un hombre con el que caminar de la mano y que me haga sentir segura. Supongo que dentro de cinco años ya sí que estaré preparada para confiar, para entregarme, para compartir la vida. Sólo espero que “esa” persona especial me encuentre y supere mis barreras.

Dentro de diez años…
Cumpliré 38 años y estaré con las crisis de los 40 rondándome la cabeza. Espero que mi gente siga ahí, quizás sea mucho pedir para los yayos, pero vengo de familias longevas, espero que estén ahí, como ancianitos adorables. Y mis padres claro. Y mi Ron, que tendrá doce años y estará un poco mayor, pero estupendo todavía. A estas alturas hay dos opciones, que tenga muchos más gatos y ande despelujada y loca por la vida o que esa persona especial con la que ya cumplí los 33 siga a mi lado y me quiera como el primer día. O más. Que siga pensando que no soy una pirada si no una mujer maravillosa. Que siga haciéndome sentir especial. Y que aunque se me hayan caído las tetas y me hayan salido patas de gallo, me siga viendo preciosa y me lo diga lo bastante como para que yo no me sienta espantosa.

En fin, a ver qué depara el destino. De momento, a seguir en el camino, pasito a pasito, cumpliendo días, cumpliendo momentos, cumpliendo sueños y cumpliendo vida.