jueves, 25 de enero de 2018

Futuro marido, te voy a ser microinfiel.

Querido futuro marido:
no sé si nos conocemos ya o si llegaremos a encontrarnos. Ni si quiera sé si existes. La verdad es que nunca he pensado en ti porque me importa bastante poco. Pero por si acaso algún día llegas a mi vida, tengo que dejarte claro que te soy microinfiel. Así, desde ahora que no sé si existes. Y lo voy a seguir siendo. No pienso cambiar.
Porque querido futuro marido, espero que tú también me seas microinfiel. Llevaré mis microcuernos con orgullo, como espero que lleves tú los tuyos.
Por si te surgen dudas, puedes aclararlas aquí. Y lamento que el sitio original que me hizo darme cuenta de lo microinfiel que soy haya eliminado el artículo, pero te haces una idea.
El caso es que sí, aunque te encuentre, te quiera y hasta en el hipotético caso de que me despose contigo, seguiré siendo microinfiel.
Seguiré teniendo redes sociales, siguiendo y dejando que me siga gente que quizás conozco o quizás no. Con la que puede que no tenga una relación directa. Con la que quizás la tuve en el pasado. Y sí, comentaré con ellos cuando me salga del higo. Les enlazaré noticias o fotos que piense que les pueden gustar. Pondré “me gusta” cuando publiquen cosas que me interesen. Les felicitaré en sus logros, sus fechas señaladas y apreciaré cuando ellos lo hagan por mí.
Seguiré teniendo amigos. Amigos con O, hombres, con pene. Algunos serán exnovios. Exrollos. Exloquesea y que no tengo que explicarte. Y con algunos mantendré una amistad. Y hablaré con ellos. Y quedaré en persona y me tomaré cañas y nos reiremos juntos. Y con mis amigos, independientemente de lo que hayan sido en el pasado, me abrazaré y me daré un par de besos cuando nos veamos. Nos contaremos cosas y nos llamaremos a veces. Y a los que son más importantes, les diré que les quiero. Porque es así, les quiero. Y lo digo ahora, una vez más, por si acaso: chicos, os quiero.
Seguiré hablando con gente, amigos, amigas, familia, compañeros de trabajo. Y les pediré consejo o les aconsejaré. Comentaremos las cosas porque a veces, al ponerlo en común se encuentran soluciones. No buscaré en internet la respuesta a mis preguntas si me apetece hablarlo con otro humano que no seas tú. Y a veces esas dudas serán sobre ti, porque a veces necesitaré decir que estoy harta o que haces cosas que no me gustan. Y no pasará nada. Y otras veces serán dudas sobre cualquier tema. Laboral, personal, emocional. Sobre qué coche comprar o sobre qué champú usan para tener pelazo brillante.
Seguiré pensando que hay gente guapa por el mundo además de ti. Incluso más que tú. Creo que mi jefe es un hombre atractivo, le veo todos los días y espero seguir haciéndolo muchos años porque el trabajo me encanta y que me parezca guapo no significa nada más que eso, que me lo parece. Seguiré mirando a personas en el metro y admiraré su belleza o su estilo. Seguiré quedándome prendada de cada pelirroja que me cruce. Seguiré viendo a Paul Newman en las viejas películas y creyendo que ningún hombre puede ser más perfecto. Seguiré soñando con ese irlandés que me acelera el pulso.
Seguiré poniéndome guapa, arreglándome y vistiendo como me dé la gana. Y seguiré “coqueteando”, que es una palabra que odio. Pero si el señor del estanco o del kiosko o el autobusero me sonríe y me dice unas palabras amables, le responderé de buen grado. Y cuando salga, si alguien se me acerca a hablar con educación y respeto, hablaré un rato con él. Y bromearé con mis compañeros de trabajo, con el camarero del bar al que voy siempre y con los abuelillos del centro que me piden besos.
Seguiré escribiendo historias en las que me enamore de gente ficticia. Crearé personajes a los que amaré con locura y no serán tú. Recordaré a los amores pasados con una sonrisa. Miraré las fotos de mi juventud con un pellizco de añoranza por aquella gente que se fue de mi vida. Y seguiré pensando que el amor de mi vida son mis gatos, y que nunca me enamoraré de un humano como estoy enamorada de Ron.

Y querido futuro marido, si es que existes, espero que tú también tengas una vida plena y feliz, como yo. Espero que tengas amigos y amigas y amores y recuerdos. Espero que veinte segundos de flirteo con la señora de la panadería te animen un día gris. Espero que hables con gente, que compartas con ellos tus experiencias y que a veces, te quejes de mí porque mira que soy cansina. Espero, de verdad, que me seas microinfiel hasta la saciedad.
Porque si los dos hacemos todo eso y luego llegamos a casa y nos queremos y seguimos queriendo estar juntos es que vamos bien. Si nos tenemos total confianza y también mantenemos nuestra parcela de intimidad, si estamos seguros del otro y sabemos que él lo está de nosotros, es que vamos bien. Si enriquecemos nuestra vida con más gente, más opiniones, más experiencias, más cariño y más cosas positivas de las que nos podemos dar entre los dos, porque cuanto más grande es el círculo, cuanto más amplia la visión, más colorido es el mundo, es que vamos bien. Si nos queremos y como pareja no nos hace falta más, si nos elegimos libremente cada día, si aún en los peores momentos nos merece la pena seguir al lado el uno del otro, es que vamos bien. Es que vamos muy, muy bien. Es que puede que vayamos bien toda la vida.

Tu futura microinfiel esposa,

Naar.



jueves, 18 de enero de 2018

Las opiniones y los culos.


Soy una defensora de Twitter. Me gusta mucho la idea de plasmar pensamientos cortos, inmediatos, chorradas, chistes, fotos, ideas más o menos profundas. Pero últimamente se está echando a perder por culpa de la sociedad absurda que estamos montando.
Uno de los problemas de hoy en día es que las redes sociales e internet, que en sí mismas pueden ser cosas maravillosas, han dado pábulo a toda clase de gilipollas. Y todo el mundo cree que su opinión es súper importante, súper interesante y que DEBE ser escuchada y respetada. Y bueno, todo el mundo tiene derecho a una opinión. Lo que pasa es que tu opinión puede ser una gilipollez, puede no interesar a nadie o puede ser que nadie te la haya pedido. Y tú la puedes dar, claro. Pero atente a las consecuencias. Y tu opinión no es más importante que la del resto. Eso es algo con los que deberíamos contar todos.
No sé si me explico.
El problema de Twitter ahora mismo es que tú dices “Me estoy comiendo unas cerezas” y habrá mil comentarios, unos que digan “qué ricas” y otros que digan “no me gustan las cerezas”. Y vale. Lo feo empieza cuando llegan los que te exigen que dejes de comer cerezas porque son lo peor y que comas manzanas. Lo que dicen que no estás pensando en los pobres agricultores que recogen cerezas por un sueldo mísero. Los que te dicen que las cerezas vienen de Extremadura y que si has visto el documental de las Hurdes. Los que te dicen que claro, tú comes cerezas tan tranquilo mientras en África la gente se muere de hambre. Los que te dicen que ya que estás comiendo cerezas, les enseñes las peras. Y los que te llaman nazi de las manzanas porque prefieres las cerezas. Y a ti se te quitan las ganas de comer cerezas y de vivir así de golpe.
El otro día se montó polémica porque una madre dijo que su niño desayunada garbanzos. Que yo ya dije lo que opino de los pesaos de la nutrición que tanto abundan hoy en día. Y hoy se ha montado polémica porque hay gente a la que le gusta operación triunfo y otros a los que no. Y yo no entiendo por qué hoy en día nos empeñamos en que a todo el mundo le tenga que gustar lo que a nosotros y además les aleccionemos para que hagan las cosas como a nosotros nos gustan.
A mí no me gusta operación triunfo. Y no lo veo. Así de sencillo. Porque hay muchas cosas que no me gustan. No me gustan los pelos de colores tipo mi pequeño pony que se llevan ahora. No me gustan los botines con los dedos al aire. No me gustan los cachopos, ni las espinacas, ni el ajo, ni la quinoa. No me gustan los pantalones hasta los sobacos, ni las deportivas fluorescentes, ni los abrigos de pelocho. No me gustan los iphone, ni las tablet, ni las consolas de videojuegos. No me gusta el rap, ni el reguetón, ni la música electrónica. No me gustan muchas cosas. Pero no las hago, no las compro, no las veo, no las como. PUNTO. A quien le guste, que lo haga. Y que me deje en paz con lo mío como yo les dejo en paz con lo suyo. De verdad que no veo el puto problema. No veo qué parte no se entiende del “vive y deja vivir”.
Pero no, hoy en día te comes una galleta y vienen venticinco personas a decirte que no son sanas y que tienen azúcar. Porque al parecer tú eres imbécil y crees que las galletas son sanas y frescas, recién recogidas del venerable árbol galletero. Que ya sé que tienen azúcar, pero a lo mejor, a lo mejor eh, me quiero comer una galleta sin que me la amargue nadie. Y además, mira, que me dejes, pesao, que te vayas a pastar ya que la hierba es sana. Que luego los mismos que se te echan encima por una galleta se toman tres copas de vino, o un gintonic, o comen fritos cuatro días en semana. Déjame comerme mi puta galleta, cojones, déjame en paz. Que no he pedido tu opinión, ni me interesa, ni quiero escucharla, ni nada de nada. Déjame vivir. Vete a darle tu discursito a quien te quiera escuchar, que por cierto, no soy yo.
Pero no, hoy en día es imposible hacer nada sin que aparezca un opinólogo de debajo de una piedra para decirte que lo estás haciendo todo mal. Y esos opinólogos profesionales, que yo creo que invierten todo su tiempo en buscar cosas con las que no están de acuerdo para criticarlas, se vanaglorian de decir que “sólo están dando su opinión” como si eso fuera bulo para abrir su bocaza y escupirte toda su mierda. Eso sí, ya te cuidarás mucho de responder, de opinar distinto o de contradecirles, que se te cae el pelo. Porque ellos tienen derecho a dar su opinión siempre, por y para todo, pero no escuchan jamás, no quieren saber nada que no les baile el agua y no aceptan el más mínimo atisbo de flexibilidad. Porque poseen la verdad absoluta. No se dan cuenta de que las opiniones son como los culos, que todos tenemos uno, pero los que nos dan asco son los de los demás. Que creemos que l nuestro está bien, pero los demás apestan. Y que por mucho que lo blanquees, seguirá siendo un culo. Y a mí esa gente que cree que su culo importa más que el resto de los culos no me gusta. Me gusta menos que los pelos de pony, los pantalones ochenteros y el reguetón juntos. Y con eso os hacéis una idea.



sábado, 13 de enero de 2018

Me asomo a la ventana eres el recuerdo de ayer...

He estado a punto de llamarte. De decirte lo que acababa de pasar, porque era esa mezcla que me encanta de absurdo y gracioso. Luego me he acordado de que nosotros no hablamos. O sea, sí, podemos hablar, pero no solemos hacerlo. Nos vemos una vez al año, nos abrazamos muy fuerte, nos miramos un momento a los ojos, nos decimos muchas cosas con pocas palabras, nos hacemos un guiño entre la multitud, nos suspiramos al oído cuando nos despedimos. Y ya. Porque si hablamos, si hay comunicación, ponemos en riesgo nuestro orden dentro del caos. Y no queremos hacerlo. Ahora menos que nunca.
Pero lo he pensado, te lo juro. Porque si veo esa escena en una película, pienso que es un cliché que ya aburre de tan manido. Pero así ha sido. Yo iba conduciendo con mi amiga al lado. Habíamos cenado, nos habíamos reído a carcajadas. Como he ido por la M-30 y pasado por el túnel, en lugar de la radio llevaba un CD puesto. Y por casualidad, por pura casualidad, justo empezaba a sonar nuestra canción. Y ahí, justo ahí, cuando dice eso de “...y ahí voy, a romper las telarañas de tu corazón, verás como se escampa...” he parado en un semáforo y mirado a la derecha. Y estabas tú. Estabas tras las cristaleras de una cafetería. Sentado en una mesa, pegado a la ventana que daba a la calle. Como una puta película romántica de mierda.
Hacía meses que no pensaba en ti, pero hacía apenas diez minutos te había nombrado. Y de repente, pum, tú. Tú, ahí, tras la cristalera, con nuestra canción de fondo. No me jodas.
De hecho, recuerdo la última vez que pensé en ti antes de hoy. Hace meses tu recuerdo me fulminó como un rayo. Estaba en el trabajo. Y el director se llama como tú. No tiene nada de especial, es un nombre súper común. Mi padre se llama así, de hecho. Pero claro, para mí es “papá”, no le llamo por su nombre. Y curiosamente, no hay más gente en mi vida con ese nombre. Así que entró el director en mi despacho a dejarme unos papeles. Los cogí sin mirarle porque estaba liada y le dije “Gracias, nombre acortado”. Y boooooouuuum. Un puto trailer que me pasa por encima. Hasta ese momento no le había llamado así, siempre le había llamado por su nombre completo. Y no lo he vuelto a hacer. Porque por el nombre acortado sólo te he llamado a ti. Y si lo digo, me tiembla el pulso. Como ese día, que según lo dije, aunque creo que mantuve la compostura, el director me miró. Y el tío tiene una forma de mirar muy parecida a la tuya. Esa así que parece medio esquiva y que cuando se fija en ti te traspasa de lado a lado. Y me sonrió y me dijo algo de esos papeles que yo sujetaba en la mano mientras creo que ambos sabíamos que algo raro, una especie de viento helado y sofocante a la vez, acababa de pasar entre nosotros.
No le he dicho nada a mi amiga. He girado la cabeza un poco, según pasábamos para verte de nuevo por la cristalera del bar. En ese momento te has tocado la nuca, casi como en un gesto inconsciente. Quiero pensar, para rizar el rizo de la escena, que has sentido un cosquilleo. Era yo, mi yo del pasado susurrándote detrás de la oreja ese nombre acortado por el que sólo te he llamado a ti y por el que sólo yo te llamo. He seguido avanzando sin mirar atrás de nuevo. Y hemos seguido charlando mi amiga y yo mientras nuestros caminos se iban separando otra vez, tras un punto de tangencia casual.


¿Sabes? Todo va bien. Todo va muy, muy bien. Tanto, que no pienso tan a menudo en ti. Tengo todo lo que puedo desear. Y tú sólo eres un recuerdo. El mejor, pero un recuerdo. Y no quiero que eso cambie porque es mucho mejor así. Pero joder. He hablado de ti y te he visto por la ventana de la cafetería. Y tenía que decírtelo.  

sábado, 6 de enero de 2018

Mi padre es mi Rey Mago

Trabajar todo el día con gente que está enferma, que es muy mayor o que es joven pero está fatal te abre mucho los ojos. Porque algunos somos afortunados y nos creemos que eso es lo normal. Que levantarse y estar sano y vivo y que los tuyos estén ahí, sanos y vivos es lo normal. Y no. Es lo esperable, lo deseable, lo ideal. Pero no algo que dar por supuesto, que dar por seguro. Es una suerte y hay que agradecerlo todos los días.
El otro día estuvo el hijo de un usuario hablando conmigo en el trabajo. El hombre ha entrado hace poco, es bastante joven (se acaba de jubilar) y está bastante malito. No voy a dar explicaciones, obviamente, pero unas cosas se han complicado con otras y tiene un tumor en el cerebro. El hijo me decía entre lágrimas que sólo quería que su padre volviera a ser el mismo, el hombre inteligente, conversador, cariñoso y alegre que era hace unos meses. Las otras dos compañeras que estaban en el despacho y yo intercambiamos una mirada fugaz. Porque sabemos que eso seguramente no ocurra.
Anoche cuando vi a mi padre le abracé un poco más de lo normal. Le abrazo mucho y le intento ver casi todos los días y hablamos mucho y todo eso. Pero ay. Anoche le miraba y pensaba “qué joven y qué guapo está todavía mi papá.” Además a mi padre la noche de Reyes le gusta mucho, así que estaba especialmente contento. No es por los regalos, ni por que por fin se termine la locura navideña. A mi padre le gusta porque él cree en los Reyes Magos. Siempre cuenta que cuando era pequeño iba al banco donde trabajaba mi abuelo y los veía en sus tronos, le daban caramelos y un juguete. Luego en casa le dejaban más cosas, sobre todo calcetines, que mi padre siempre los rompe, un pijama, algún chocolate... Y aunque los otros niños de su barrio le decían que los reyes no existían, él no hacía caso ¿Cómo no iban a existir si él iba a la sede del banco y los veía en sus tronos, con sus capas de colores, sus coronas y le daban caramelos y juguetes? Y creo que aún, a los sesentaypocos, lo sigue pensando.
Muchos años más tarde, mi padre fue Rey Baltasar en la cabalgata de Pueblodelsur. Fue raro, porque mi padre era rubio (ahora tiene el pelo blanco) y tiene los ojos verdes muy claros, pero pocas veces le he visto más feliz y con una sonrisa más grande que aquella en la cara tiznada de negro. Iba subido a su pequeña y humilde carroza de pueblo, tirando caramelos y dando juguetes, pasando por las casas de los niños más pequeños del pueblo y devolviendo un poco de toda aquella ilusión que le dieron a él aquellos reyes que le cogían sobre las rodillas en la sede del banco.
Aquél día que mi padre fue Rey Baltasar yo recuperé la fe en ellos Reyes Magos. Era adolescente, había pasado la crisis de “me han mentido porque los reyes no existen” y mantenía que si alguna vez llegaba a tener hijos no les haría creer en esas cosas. Creía que lo sabía todo. Creía que siempre se es joven y guapo y sano. Tenía abuelos jóvenes, bisabuela en estupendo estado y padres de la edad que tengo yo ahora. Y pensaba que eso era lo normal y que sería así siempre. Ahora sé que no. ahora mi bisabuela no está, mis abuelos son muy mayores y la yaya ha pasado las navidades malita con un catarro fuerte. Yo no soy tan joven ni tan guapa ni creo que sepa nada. Y cada día voy a mi trabajo, que me encanta, pero en el que veo cosas muy duras. Veo gente con la cabeza totalmente perdida que no reconoce a sus propios hijos. Veo familias tristes porque su madre huye de ellos porque son desconocidos y la asustan. Veo hijos que lloran en mi despacho porque su padre no es el mismo y de repente está enfadado y no habla y se queja porque sufre dolores y no saben cómo ayudarle. Veo cosas que rompen el corazón. Así que vuelvo a casa y veo a mi padre y a mi madre aún jóvenes, sanos y guapos y quiero abrazarles y parar el tiempo, no dejar que envejezcan ni que enfermen ni que dejen de ser nunca mis papás.
Cada año en la noche de Reyes busco en mi memoria para acordarme de aquellos años en los que yo era pequeña y mi padre me supo trasmitir toda la ilusión que él tuvo de niño a pesar de mi escepticismo natural desde que era una mocosa. Sigo rebuscando y me acuerdo de mi padre vestido de Baltasar repartiendo caramelos y juguetes por Pueblodelsur tan feliz, tan lleno de ilusión, con sus ojos claros en la cara pintada de negro. Y entonces me doy cuenta de que los Reyes sí existen. Y son los padres. Y eso es maravilloso.