viernes, 31 de agosto de 2012

odio septiembre (pero nacieron ellos)

Odio el mes de septiembre. Extrañamente, un alto porcentaje de los hombres de mi vida nacieron en él. Puede que sea coincidencia. Puede que sea una razón más para que estas fechas me jodan la existencia. O puede que por el contrario, sea el único motivo por el que sobrevivo a este mes de mierda. Quién sabe.
El caso es que llevo unos días pasándolo mal. Se me han truncado los últimos planes que tenía para acabar el verano de una forma bonita y positiva. Se me ha caído al barro el broche que iba a ponerle a estos meses en los que he sentido y vivido tan intensamente como hace años que no hacía. Se me ha escapado entre los dedos la última bocanada de aire con la que esperaba aguantar el invierno antes de poder llevármela a la boca. Pero encontraré otras fuerzas, otras ganas, otros motivos para seguir adelante, como he hecho siempre.
En los últimos días he sentido que la vida me daba de patadas. No a mí como persona quizás, pero cada noticia, cada palabra, cada mensaje que me llegaba era como un picotazo. Y es que todo el mundo que me rodea parece saber qué hace o va a hacer con su vida. Parece estar centrado en su camino dando pasos firmes. Gente que se casa, que tiene hijos, que cambia de rumbo, que hace cosas. Y yo sigo perdida. Antes esta época era un poco rollo, pero sabía lo que tenía que hacer. Empezaba el curso y yo me ponía a estudiar o a trabajar. Ahora no sé qué tengo que hacer. De hecho, no quiero hacer nada. Quiero seguir como hasta ahora. Quiero tomarme las cosas con calma. Quiero seguir sola en mi casita compartiendo sólo ratos esporádicos. Quiero seguir sintiendo cosas buenas y felices sin complicarme con el futuro. Quiero seguir leyendo, escribiendo y viendo series. Quiero seguir con mi vida, aunque no sepa hacia donde se encamina. Al menos de momento. Al menos hoy.

Nota: por si en los próximos días no escribo o lo hago sobre otra cosa… felicidades a esos hombres importantes de mi vida que tuvieron a bien nacer en esta época un poco deprimente del año.
Muchísimas felicidades al dueño de mis sábanas, que inaugura el mes y cumple los 31 años más sexys del mundo. Espero que las cosas le vayan bien y que sobre todo, le vayan mejor aún a partir de ahora. El mundo necesita de una sonrisa y unos ojos como los suyos.
Muchas felicidades al niño chico, que al día siguiente hace 24 preciosos años que nació y doy gracias a Dios por ello. Espero que la vida la depare todo eso que él espera y que sea tan feliz como se merece. Estoy segura de que todo irá bien, aunque él todavía no lo sepa y aunque tarde un poco en descubrirlo.
Felicidades a Freddy Mercury, que el día 5 cumple años y monta fiesta en el cielo. Nunca me acuerdo de la fecha de su ida, si no de esta, porque es más importante que naciera a que se fuera. Y conmigo estará siempre de un modo muy especial.
Felicidades al desequilibrado, que aunque no recuerdo exactamente su día, sé que era a mediados. No fue bueno en mi vida, pero la marcó en muchos sentidos y gracias a él soy quien soy y tengo lo que tengo. Y me regaló lo más bonito que me haya pasado nunca, mi Ron.
Felicidades a todos y a los que quizás, en este momento se me olvidan.  

miércoles, 29 de agosto de 2012

Sin miedo


-         Tú nunca tienes miedo.
-         Sí, sí lo tengo. Pero hago como que no.
-         ¿Y qué ganas con eso?
-         Pues que al final me creo.
-         Eres una heroína, nena.
-         No, lo que soy es una temeraria.


Cuando hace ya más de año y medio toqué fondo aprendí un montón de cosas. Hubo un par de frases que me repetí durante meses como un mantra hasta que me las creí. Una de ellas era “esto también pasará”.  Quien conoce mi casa sabe que hay un post-it en el escritorio que me lo recuerda de vez en cuando. Por si acaso, que yo soy muy de agobiarme por paridas. Pero me lo digo y me calma. “Se pasará”. Y parece que ya me agobia menos porque sé que no durará para siempre.
Otra de esas grandes enseñanzas es que nada es tan importante en realidad como puede parecer. El fondo es el mismo, supongo. El de relativizar los problemas. Porque vamos a ver, siendo realistas… ¿a qué tenemos miedo? Al dolor. El dolor se pasa. Recurrir a frase mantra número uno.  Al fracaso. Vale, muy bien, te has equivocado, la has cagado o te ha salido mal algo. ¿Y qué? ¿Qué cojones importa? Arréglalo o aprende del error. Lo has intentado, has luchado, has puesto de todo de tu parte, no es tu culpa si fracasa. Porque si lo intentas y sale mal, es que no tenía que ser. Si no llegas a intentarlo, la culpa del fracaso es tuya y sólo tuya. Por capullo. Por cobarde. Por gilipollas. Y yo reconozco que no puedo con esa sensación.
Además, que las cosas no son para tanto, de verdad. Yo me empeñé en creérmelo cuando empecé a vivir sola. Porque yo era muy de miedo a cosas tontas, muy tremendista, muy de ahogarme en un vaso de agua.. Huy, soy la Naar de antes de vivir sola y tengo miedo a ponerme mala, a vomitar, a desmayarme. Hasta el día que me dije, “bueno, ¿y qué coño pasa?” que me pongo mala, pues mira tú que cosa. Ya me mejoraré. O me moriré. Qué más da, en todo caso. Porque lo peor de lo peor que te puede pasar en la vida es morirte, obviamente. Muy bien, es chungo, hay que reconocerlo. Nadie quiere morir. Nadie en su sano juicio, digo. Pero la muerte es la única certeza de la vida. Que te vas a morir es lo único que sabes seguro. No sabes cuándo, ni dónde ni de qué manera. Pero que morirás tenlo clarito. Porque la parca no deja escapar a nadie. Nadie, por rico o poderoso o grande que sea puede esquivar la afilada hoja de la guadaña. Así que, ¿qué pasa si me muero? Pues nada. Que me muero y punto. Ya ves tú qué cosa. Si lo voy a hacer de todos modos, sólo varía el modo. Y no digo con esto que vaya uno por ahí haciendo el memo. Que no es cosa de hacer puenting sin cuerda. Que a mí me gusta estar viva y procuro cuidar la poca salud que tengo. Pero vaya, no sé si explico la idea. Que es perder el tabú del asunto. Asumir la realidad y no huir de ella volviendo la cara hacia otro lado, como un caballo con anteojeras. Que hasta lo peor de lo peor, no es para tanto.
El problema de todo esto, es que a estas alturas no tengo miedo a nada. Y no lo digo en un buen sentido. Para nada. Lo digo con cierto resquemor contra mí misma, en plan, joder, Naar, que eres estúpida, que eres una kamikace, que eres un peligro. Pero es así, es un hecho. Ya no tengo miedo. Ya no creo que se me puedan hacer cosas mucho peores que las que ya he pasado. Así que me presento ante los problemas o las cosas como quien espera un toro a puerta gayola. A pecho descubierto.  De frente, como al ariete que mi signo dice que soy. A cabezazo limpio.
Sólo me sigue asustando lo que le pueda pasar a la gente que quiero. Porque soy muy gallinita y me gusta tener a mis pollitos bajo las alas. Incluso a gente que está por encima mía, digamos. Como mi madre o mi abuela. Como Pa, A, o muchos de mis amigos que sí se cobijan un poco bajo esa forma mía de arrollar la vida. Como Anita, que vale mil veces más que yo. Pero da igual, trato de protegerlos a todos, los que lo necesitan y los que no. Trato de cuidarlos. Trato de ponerme de escudo y llevarme sus hostias si hace falta. Y lo hago encantada. Que a mí me las den todas y a mis pollitos no les pase nada.
Porque lo que es a mí, me la trae floja. ¿Que me hacen daño? Que me lo hagan. ¿Que me dan hostias hasta en el cielo de la boca? Que me las den. ¿Que me hacen añicos el pedacito minúsculo de corazón que me queda? Que lo pulvericen si hace falta. Me da lo mismo. Prefiero vivir intensamente que hacerme vieja y estar vacía. Prefiero retorcerme de dolor una temporada (recordemos, se pasa) que preguntarme algún día qué he hecho con mi vida. Porque puede que lo único que me encoja un poco las tripas a estas alturas es pensar que en mi lecho de muerte llegue a decir, “la de cosas que he dejado por el camino por miedo a arriesgarme”. Porque este camino, al fin y al cabo, no es ni más ni menos que para caminarlo, como la vida no es ni más ni menos que para vivirla. Hombre ya.

jueves, 23 de agosto de 2012

¡me voy de nuevo!

El año pasado en general fue regularcillo. Tuvo sus buenos momentos y desde luego todo lo que hice fue ir a mejor, pero hasta agosto las cosas no fueron sencillas. El verano se paso básicamente aburrido. Estuve mucho tiempo sola, cosa que necesitaba. Reflexioné y me enfrenté a mis peores demonios. Me despedí de mi pasado, pasando página, asumiendo que el capítulo que más me gustó leer se había acabado. Puse el contador a cero y me dije que el siguiente verano sería mejor. Me lo dije, porque es lo que me digo siempre, pero no me creía mucho, la verdad.
Sin embargo, este verano está siendo increíble. Como aquellos de cuando era una jovencilla irresponsable y llena de vida. Creo que debe ser algo contagioso y hay alguien que me pega el virus de vez en cuando.
El caso es que estoy viajando, pasando tiempo fuera, he ido a la playa, al pueblo… y ahora me voy de nuevo. Me voy, a un rincón de esos que me traen recuerdos de niña y sueños de adolescente. Me voy a Almuñécar, porque me gusta mucho el sur, a la vista está.
No tardaré en volver, espero que un poco más calmada, más morena y más llena de ese aire del sur que me da la vida.

domingo, 19 de agosto de 2012

mi madre, sus poderes de adivinación y el sevillano

Me llevo muy bien con mi madre. Es fantástica y la quiero con locura. Sin embargo, no sé por qué, siempre me ha costado hablar con ella de un chico cuando empiezo a salir con él. Y no es que no tengamos confianza, tenemos muchísima. Hablamos de todo sin pudor, pero me cuesta llegar y decirle: “mamá, estoy saliendo con fulanito.” Me cuesta tanto, que al principio de cada relación, siempre me invento excusas absurdas y luego, poco a poco, voy dejando caer la existencia de esa persona hasta que todo es demasiado evidente. Mi madre, que no es estúpida, se da cuenta de las cosas posiblemente mucho antes de lo que yo creo. Puede que con mirarme la cara sepa que estoy ilusionada con alguien, pero respeta mis silencios y mis excusas hasta que yo quiero.
A pesar de este entendimiento mutuo con mínimas palabras, desde hace un tiempo empecé a valorar la posibilidad de hablarle del niño chico, que ha estado semioculto en la sombra todo el verano. Y no hablo precisamente de su fobia al sol. Pero paso mucho tiempo con él y mi madre no sabe que existe. O bueno, sabe cosas muy, muuuuuy vagas al respecto. Pero estoy empezando a cansarme de buscar excusas cada vez que viene, de mentir cuando me voy por ahí con él y de inventarme cosas raras. Soy fatídica mintiendo y luego nunca me acuerdo de lo que he dicho. Así que llevaba un tiempo dando vueltas al tema. ¿se lo digo? ¿no se lo digo? ¿le digo que el niño tiene unos cuantos años más de los reales? ¿se lo oculto hasta que nos casemos secretamente en Las Vegas? ¿hasta que nazca nuestro segundo hijo secreto? ¿hasta el tercero? ¿hasta el lecho de muerte? ¿hasta que abran mi testamento y extrañamente todo esté a nombre de un tipo de Sevilla con seis años menos que yo y padre de mis cuatro hijos ocultos?
No sé por qué, esta última opción empezaba a ser la mejor de todas cuando mis padres volvieron de vacaciones y mi madre vino a verme a casa una mañana. Empecé a tensarme por momentos cuando me clavó sus ojos verdes casi transparentes y me dijo con media sonrisa:

-         Bueno ¿y qué vas a hacer? ¿Vas a salir en lo que queda de mes?
-         Pues no sé… quizás… algún plan hay por ahí…

Al parecer mi madre tiene mejores poderes de adivinación de los que yo sospechaba, porque suspiró tranquila y me dijo con toda naturalidad:

-         ¿Te vas con el sevillano?
-         ¡¡WTF!! ¿el sevillano? ¿qué sevillano? ¡¡yo no conozco ningún sevillano!! ¡jamás he conocido ninguno!
-         Ya, sí, lo que quieras, pero te vas con él o no. Necesito saber…
-         ¡¡No me interrogues!!
-         Pero es que tengo que saber…
-         ¡¡Dios!! ¡Sí! hay un sevillano, ¿vale? ¡¡Ahora ya lo sabes!!
-         Ya, pero yo te iba a preguntar…
-         ¡Madre mía! ¿qué quieres saber? ¿eh? ¡¿qué?! ¡¡Tiene muchos años menos que yo, planeamos casarnos en las Vegas, pondré todos mis bienes a su nombre y tendremos un montón de hijos secretos porque frungimos como posesos!! Hala, ya está, ¿¿qué más quieres??
-         Saber qué días te vas para dar de comer al gato.
-         Mierda.

P.D. nunca tratéis de mentir u ocultar cosas a una madre. Siempre saben lo que estáis haciendo… sieeeeeempre. Y si no, tienen armas secretas para sonsacaros.

jueves, 16 de agosto de 2012

dudas sobre Prometheus

Hace ya tiempo, el niño chico me dijo que estaba deseando ir al cine a ver Prometheus, que es una especie de precuela de Alien. No sé en qué punto, se decidió que iríamos juntos cuando viniera a Madrid. Contando con que no me gusta ir al cine y que odio la ciencia ficción, me planteo que el niño tenga poderes de convicción desconocidos. El caso es que le llevé al cine. Y por tal de verle sonreír comprando un cubo gigante de palomitas, mereció la pena.
Por lo demás, la peli no me gustó mucho. Cosa que ya sabía que iba a pasar. Cuando salimos, el niño me dijo que había muchas cosas que no había entendido. Para mí, lo que es la peli, es sencilla: gente tonta que va a planeta que no debe, a investigar lo que no debe y les pasa lo que todos sabemos que les va a pasar, que salen bichos malos con forma fálica y les matan. Fin del cuento. Pero aún así, a mí también se me generan dudas. Si alguien pretende ver la peli, que deje de leer ahora mismo. No es que desvele nada del otro mundo, pero igual le jodo un poco el plan.

  1. La prota se pasa media peli correteando por ahí en “ropa interior”. Y lo pongo entre comillas porque al parecer, en el futuro no existen las bragas. Tanto avance, tanta navecita espacial y tanto viaje intergaláctico para ir con las partes pudendas envueltas en vendas. Vaya avances de mierda, oiga.
  2. Los tripulantes se tiran dos años durmiendo la mona hasta que llegan al planeta que buscan. ¿No deberían haber estado preparándose? ¿Investigando? ¿Cosiéndose unas bragas? Yo qué sé, algo. Menudos astronautas vagos, colega.
  3. Cuando llegan al planeta y se bajan, deciden ir sin armas. Sí, muy listos ellos. Aunque tampoco pasa nada porque sus armas son lanzallamas. Tócate los cojones con los avances de la ciencia. ¿No habéis inventando nada mejor que algo que ya se usaba en la primera guerra mundial? Claro, que durmiendo los dos años de viaje, no cunde el tiempo. Así uno no inventa armas, ni bragas, ni nada.
  4. La protagonista se queda preñada de un bicho a través de un kiki que le echa su novio, previamente infectado por robot malo. No entiendo cómo alguien puede ponerse a tono en una nave espacial y llevando vendas en lugar de bragas, pero vale. Entonces descubre que lo que tiene en la tripa es un calamar. Se lo saca en una cápsula médica ultramolona, pero no lo mata. ¡Estúpida, no dejes al bicho vivo! Para colmo el calamar se metamorfosea como un power ranger y se hace super gigante y malo-malísimo. Inexplicablemente, a su vez tiene dentro a un alien pequeñito. ¿¿Quién ha preñado al calamar?? ¿Quién ha sido el degenerado? Maldita tripulación de vagos y pervertidos…
  5. Al final deciden estrellar su nave contra la de los tipos grandes y blancuzcos (que no termino de ver qué pintan ni qué relación tienen con los aliens ni nada) porque deducen que van a acabar con la tierra y la raza humana. Cosa que yo no veo clara, pero vale. Y se convierten en kamikaces voluntarios y decididos, tan felices ellos de morir por una buena causa que nadie va a conocer. Muy creíble.
  6. La protagonista, tras sacarse el calamar de la tripa, llevando miles de grapas en el abdomen, tras correr como una posesa de un lado para otro, a veces con dolores y a veces con fuerza sobrehumana, sobrevive a todo. A los alien, a los tipos blancuzcos, a las explosiones, a las naves que caen tras chocar en el aire y a su propia estupidez. ¿Y qué hace? Pues coger al robot que era malo y ahora está decapitado y volver a montarse en otra nave que casualmente estaba por ahí para seguir viajando en busca de vete a saber qué. Posiblemente, de unas bragas.

Total, qué voy a decir. Que para mí, que no me gusta la ciencia ficción, la peli es un truño total. Que estaba cansada, me dolían las piernas y si el volumen hubiera estado más bajo, me habría pegado un sueño apoyada en el hombro de mi niño. Que hacía un frío terrible en el cine. Que las palomitas estaban saladas y el nestea era aguachirri. Pero que hay cosas, que por alguna razón valen la pena por que sí. Y si el niño es feliz, aunque salga confuso, yo feliz también. Qué remedio.

miércoles, 15 de agosto de 2012

una de dignidad, please

A veces no doy crédito. En serio. A veces creo que lo que me pasa tiene que ser una broma cósmica de mal gusto. No puede ser otra cosa. Me niego a pensar que la gente pueda ser tan tonta.
Quizás la gente que lleva por aquí más tiempo se acuerde de chico-soso, del que hablé en un par de ocasiones el verano pasado. Para los que no recuerden y no tengan ganas de rebuscar en mi pasado, la historia se resume muy sencillamente: chico aparentemente perfecto (guapo, alto, educado, etc) que lleva colgado de mí desde que nos conocimos en el instituto. Salimos apenas tres meses hace como un siglo y le dejé porque me olvidé de que existía y me enrollé con otro. A pesar de ello, se ha pasado los años apareciendo de vez en cuando como el Guadiana y tratando de cazarme cada vez que he estado soltera. El verano pasado me aburría tanto que quedé con él un par de veces, pero me di cuenta de que me aburría aún más a su lado que sola y le mandé a freír espárragos. Extrañamente, siguió insistiendo hasta que me puse borde y le dije que me estaba agobiando y que no quería una relación en general y desde luego, bajo ningún concepto, con él. ¿Parece suficientemente humillante? Pues no. Durante un tiempo siguió mandándome mensajes para ver si quedábamos. Ninguno fue respondido. Y al fin me dejó en paz.
Hasta hace un par de días, que volvió a la carga. Yo estaba viendo Breaking Bad como una yonki para poder verme la 5º temporada con el nicho chico en cuanto llegara y retorciéndome de dolor de ovarios. O sea, que no estaba de muy buen humor para sosos y/o acosadores. Por alguna razón, la gente no entiende que si no respondes a un wasap, ni a dos, ni a tres, no debes mandar el cuarto y el quinto y el sexto. En serio, no. Así que, al fin, le respondí para no seguir escuchando el pitidito desquiciante. Que sí, que estaba en Madrid y que todo me iba bien, punto. Y me dijo “ah, pues podríamos vernos en cuanto vuelva de la playa… si es que no quieres venirte unos días aquí conmigo”. Madre de Dios. ¿Debería ponerme el corsé negro, coger una fusta y pegarle hasta que suplique clemencia? ¿O le molaría y pediría más? Le contesté cortantemente que no iba a ir a la playa con él y que estaba esperando a que llegara MI NOVIO a Madrid a pasar unos días conmigo. No es que el niño sea mi novio, pero necesito una razón contundente para que el soso me deje en paz. Y si hace falta que el niño se haga pasar por tal, que lo haga, demonios, que para eso se acopla en mi casa de vez en cuando. Pensé que sería suficiente. Que la idea de un novio le haría desistir. Sobre todo, dada mi afición más que conocida a los macarras, chulos de barrio y demás. Tampoco el niño lo es, pero puestos a fingir, le haré unos tatuajes con rotulador y le peinaré como un cani con la esperanza de que acojone a alguien. Pero no funcionó. Nada hace desistir al soso persistente de los huevos. Me dijo que se alegraba, y que desde cuando tenía novio. No respondí. No tenía ganas de más mentiras. Pero me mandó otro mensaje diciéndome textualmente,  “que podíamos vernos y al menos, tomar algo.”
Sí, dignidad. Tómate una buena dosis, chaval. La necesitas. En serio.

miércoles, 8 de agosto de 2012

aceitunas contra los problemas

Sé que tengo una extraña tendencia a culpar a mis hormonas de todos los males. Pero es que es verdad. Mis ovarios me odian y yo les odio a ellos. Todos en paz. Más o menos, porque la batalla se libra en mi endeble y poco cuidado cuerpo. Y con frecuencia, en mi cabeza. Mis hormonas controlan mis estados de ánimo y mis chifladuras. Y así me cunde a mí la vida, claro.
Por razones que no vienen al caso, llevo un par de meses con más alteraciones de las normales. Y ha habido de todo: cosas buenas, cosas malas, sustos, viajes, cambios de horarios, problemas alimenticios tanto por exceso como por defecto, frungimientos estilo batir record guiness… os hacéis una idea del caos de vida que llevo desde principio de verano. Y claro, mis enemigas las hormonas se frotan las manos. Es el momento de acabar con Naar. Y ríen malignamente. Las muy cabronas.
En cualquier caso, esta vez sabía que iba a tener una regla complicada. Pero no que me fuera a volver totalmente loca. En serio, creí que me dolería más (aún) o algo así. Algo medio normal. Pero no. Primero, me tiré tres días furiosa. Convertida en un volcán de ira dispuesto a erupcionar en cuanto alguien se acercara. Mi familia me miraba asustada. Luego, empecé a sentirme gorda. Muy goooorda. Mi parte racional, que está por ahí al fondo, me decía “a ver, so pirada, no estás gorda, la ropa te queda igual” pero no valía de nada. No es que estuviera o me viera gorda. Es que me sentía gorda. Y quizás alguna de las lectoras me entienda mientras los hombres suspiran sabiendo que eso ya les ha traído más de un problema con su pareja. El caso es que en medio de mi gordura mental, me dio por tener ansiedad. Ansiedad por nada, hay que decirlo, que no tengo motivos para ello. Pero he estado dos días sin dormir y desquiciada. De muy mal humor, ojerosa, sintiéndome enormemente gorda y con la ansiedad disparada. Un lujo de persona, vaya. Un regalito para cualquiera.
A todo esto, empecé a encontrarme mal físicamente, no sé si como causa o consecuencia del resto de las cosas. Así que me dolía todo, tenía el estómago revuelto y no tenía ganas de nada.
Extrañamente, Pa se empeñó en venir a verme en medio de este caos. No sé si estaba preocupada o sólo sentía curiosidad profesional por mi lamentable estado. Y ya que venía, fuimos al Carrefour a comprar una goma para la ducha, que inexplicablemente se ha vuelto a romper por segunda vez en un mes y cuarta en lo que va de año. Y de paso, a buscar un cargador para mi e-reader. Yo me encontraba fatal y estaba a punto de echarme a llorar cuando mi plan de conseguir un cargador gratis se chafó, pero Pa, que se toma la vida con calma, decidió que le apetecía mucho comer aceitunas. Así que con las monedas que rescatamos de la guantera de mi coche, compramos aceitunas gigantes con sabor a berenjena, revuelto de aceitunas, pepinillos y cebolletas y una bolsa de lacasitos. Dieta sana y equilibrada perfecta para una mujer menstrual con el estómago hecho trizas.
Pues oye, mano de santo. Llegamos a casa, me puse hasta el culo de aceitunas, nos reímos de cosas sin sentido y de pronto, ya no me dolía tanto nada, ya no tenía ansiedad, ya no me sentía gorda y mis ganas de matar se habían esfumado. Así que me puse a comer lacasitos como si no hubiera mañana para celebrarlo. Punto para Naar en su lucha hormonal. Ja.
Lo curioso, es que a mí no me gustan las aceitunas, aún no he cambiado el cable de la ducha y sale agua por todas partes, el e-reader sigue sin batería, aún tengo la regla y me duelen los ovarios... pero, extrañamente, me importa todo un bledo.

domingo, 5 de agosto de 2012

cuando el futuro me alcance (depresión de agosto)

Trato siempre de ser defensora del mes de agosto. En parte porque intento convencerme de que no es tal malo. Y porque tengo que quedarme en Madrid y es un buen momento para hacerlo. Hay menos gente y se pueden hacer cosas que son impensables el resto del año. Pero qué coño, seamos sinceros, agosto es un mes un poco deprimente. Es como un domingo largo. Es festivo, sí, pero es un rollo. Y es el preludio del fin. Sabes que ya queda poco. Que soplan vientos de cambio. Que pronto será septiembre, con su vuelta al cole, sus días más cortos, sus noches más frescas y su puta madre en verso. Y no mola. No mola nada. Porque el verano es un sueño. Una oportunidad de pensar que la vida puede ser más bonita. Es el momento de sentirse más joven, más guapo, más libre. Es el momento de disfrutar de la vida y no de sobrevivir día tras día con cierta resignación, agachando las orejas bajo el restallar del látigo de la rutina. El verano es como coger aire para sumergirse en las aguas del resto del año. La pregunta es si es suficiente. Si ese oxígeno tomado nos valdrá hasta el verano siguiente. O hasta que podamos sacar de nuevo la cabeza para respirar.
Nunca he sido una persona muy previsora. Soy más cigarra que hormiga. Soy muy aries, muy inmediata, muy del ahora, muy de vivir el hoy y que le jodan al mañana. Soy muy de disfrutar el presente y que solucione los problemas la Naar del futuro. Pero empieza a no valer. Empiezo a tener una edad. Empiezo a sentir que el futuro me pisa los talones. Y agosto es el momento de darse cuenta. Que pronto empezará otro año (porque yo aún cuento los años por cursos escolares)... Y no hay buenas perspectivas. Ni laborales. Ni familiares. No hay buenas perspectivas en general. No sólo en mi vida, si no en general. Puede que sea la crisis, la situación política, económica, social. Puede que sea yo. Puede que sea todo. Puede que no sea nada. Pero hay algo raro en el ambiente y no parece que las cosas caminen en el sentido adecuado. No parece que el mundo se dirija a buen puerto. No parece que el futuro depare cosas maravillosas. No dan ganas de descubrirlo, de abrirlo como un regalo. Dan más bien ganas de arrojarlo lejos como un paquete bomba. Pero no es posible. El tic-tac del detonador sigue sonando. Sigue descontando segundo a segundo. Nada detiene el tiempo, nada impide que el futuro llegue. Nada evita que llegue agosto, ni que acabe, ni que el curso empiece de nuevo. Nada nos salva de lo que está por venir, sea lo que sea.
Y quedan dos opciones. Vivir, aferrándonos al presente inmediato y tratando de ser felices, mirando para otro lado. O preocuparnos por el inevitable y desconocido mañana, dejando que se nos escape el ahora entre los dedos. Y no sé por qué, pero ninguna de las dos me convence. En estos momentos, yo, que no creo en las garantías, me gustaría tener una señal. Un faro de luz al que encaminarme. Una esperanza a la que aferrarme. Una mano que me sujetara. Un hombro en el que apoyarme. Un sitio seguro en el que refugiarme. Un “algo” que me hiciera esperar un nuevo amanecer sin la desoladora sensación que no va a ser mejor que el ocaso que se apaga.

P.D. Agosto me deprime un poco, eso es todo. Nada de alarmas, nada de dramas. Estoy bien. Sólo me ha dado la vena reflexivo-poética. Pero se pasará… mañana, cuando salga el sol de nuevo y vea que el mundo sigue girando, sea hacia donde sea.

jueves, 2 de agosto de 2012

vacaciones relajadas

A pesar de haber crecido en un barrio… muy barrio, no soy una macarra. Creo. Pero a veces me sale la vena bajuna de pegar un grito o contestar de mala leche a los desconocidos. Y es que yo no soy una persona con mal humor a largo plazo, pero sí tengo un poco instinto de gaseosa, que me agitas y ¡¡puf!! exploto. Así que a veces es mejor no tocarme las narices si no quieres un zarpazo.
Además, estar en Madrid me estresa. Es llegar aquí y como dice la canción, me entra el veneno de la ansiedad. Y todo me pone de los nervios. Sin embargo, cuando voy al sur, mis pulsaciones bajan. Si a eso le añades que el niño chico es una persona calmaaaaada, que vive despaaaaaaaacio, pues yo me relaaaaaaajo y como que todo empieza a importarme menos. Además, ole sus huevos, sabe quitarme los mosqueos. En pocos meses sabe trucos que otros hombres de mi vida han tardado años en comprender. Sabe darme una razón por la que en vez de saltar la como la espuma de una botella agitada,  razone y me controle. Así que mis vacaciones han sido, básicamente, un remanso de paz.
Ejemplo uno: viejo loco de enfrente de mi casa que me grita y golpea mi coche cuando trato de aparcar. Mi primer instinto es salir del coche resoplando y echando arena para atrás como un toro de mihura, pero ahí está el niño para tirarme de la mano y decir “nena, está mal de la cabeza, para qué discutir con alguien que no te va a entender… pérdida de tiempo.” Y yo me digo, “pues tiene razón” y dejo que me lleve a casa mientras el viejo suelta improperios.
Ejemplo dos: noche de debate en casa de amiga chica. Su marido, recién salido de la época de cromañón empieza a desquiciarme. Me planteo saltar por encima de la mesa, abrirle la cabeza de un hachazo, sacar el serrín e introducir un cerebro. Pero el niño me da un toque en la mano. Me mira y sacude la cabeza despacio, en una negación suave. Y yo pienso, “tiene razón, para qué calentarme”. Pero el resto de la gente sigue gritando como en un plató de telecinco, sin escucharse unos a otros y cada vez más calientes y mosqueados. Hasta que mi niño abre la boca, suelta unas palabras a la mitad de decibelios de los que se estaban usando y se hace el silencio. Con dos cojones. Ocho persona de más de treinta años sin respuesta a una sola frase de un chaval de 23. Ole.

Lo malo es que ahora he vuelto a Madrid. Y aquí no hay niño que valga. Así que ayer, en apenas dos horas fuera de casa, discutí con dos viejas, le grité a un viejo verde que intentó tocarme el culo, le solté una maldición entre dientes a un moro que me dijo una grosería y odié a más de la mitad de los coches con los que me crucé por el camino.
Esto debe ser lo de la crisis postvacacional.