viernes, 22 de julio de 2016

Lo que nadie te cuenta sobre el Algarve

Cuando uno se va de vacaciones suele soñar con un montón de cosas. Paseos por la playa, caminatas por la montaña, comidas fantásticas, cócteles coloridos y refrescantes con sombrillita... luego la realidad es, pues eso, la realidad.
Yo la semana pasada estuve en el Algarve. Que todo el mundo dice “oh, qué bonito, qué bien, qué estupendo”. Y sí, es bonito. Pero tiene sus cosas.

  • Si te gustan los paseos marítimos para caminar plácidamente cerca del mar y ver tiendas y demás, el Algarve NO es tu destino. Allí las playas están a tomarpor de la civilización, metidas entre acantilados, montañas y caminos de cabras. A mí esto me mola porque hay poca gente y entorno es mucho más bonito. Lo malo es la caminata de vuelta con todo el calor, cuesta arriba y con arena en los pies.
  • Si te gusta mucho bañarte, nadar y chapotear, el Algarve NO es tu destino. El agua está fría, helada, congelada. Es imposible meter un pie sin dejar de sentirlo y tener la sensación de que se te va a caer a trozos. Las olas van fuertecitas, así que no es cosa de broma. Y cubre en cuanto das dos pasos.
  • Si te gusta ponerte vestidos preciosos por la noche y lucir tus carnes morenas, el Algarve NO es tu destino. Se supone que a nosotros nos pillaron días de mucho calor. Y durante el día hacía bueno, pero corría una brisita agradable que hacía que la temperatura no fuera sofocante. Esa brisita por la noche se convertía en un aire gélido. Vaqueros, camiseta, chaqueta y frío.
  • Si te gustan los alojamientos lujosos y los hoteles de porrón de estrellas, el Algarve NO es tu destino. Nosotros creíamos haber alquilado un apartamento. Curiosamente, era una casa hippy en la que terminamos conviviendo con un un par de surfistas americanos, una neozelandesa, una pareja de catalanes y un nutrido grupo de rubias de procedencia desconocida que aparecían y desaparecían. Lo cierto es que no fue una mala experiencia, pero dese luego tampoco es que fuera lo que esperábamos. Por la zona había montones de casas de ese estilo, pero sólo conseguí ver algo parecido a un hotel de buena calidad. El resto son hostales, albergues y semejantes.
  • Si te gustan las carreteras bien asfaltadas, las autovías, conducir rápido y sin percances, el Algarve NO es tu destino. Hay montones de autovías de peaje que no están del todo mal, pero para visitar ciertas cosas, los pueblos, el cabo, las playas... tienes que coger los caminos de cabras más cochambrosos que podáis imaginar con portugueses que te adelantan a toda velocidad. La media que se consigue es de un par de kilómetros a la hora. Ir en burro sería más seguro y cómodo.
  • Si bebes aquarius o nestea, el Algarve NO es tu destino. No conocen el aquarius, directamente no existe. Nestea tienen algunos sitios concretos, pero es raro. En todas partes tienen lipton, que es parecido, pero sabe horriblemente a edulcorante y a mí personalmente me da cagalera. Por suerte el agua mineral sabe genial y lo que sí hay es coca-cola.


Ahora bien, hay cosas que pueden hacer que te merezca la pena hacerte chorrocientos kilómetros para ir a la zona sur del fin del mundo.

  • Los surfistas. Si te molan los tíos fibrosos, de piel bronceada y melena rubia ondulada digna de anuncio, el Algarve es tu lugar ideal. Hay a montones. En todas partes, en la playa, en los bares, en las terrazas, en las casas de hippies. Surfistas, surfistas everywhere.
  • Hablar inglés. Si te apetece practicar inglés o mejorar tu capacidad de hacer mímica, el Algarve es tu lugar ideal. Los camareros generalmente hablan un poco de español y no es difícil entenderse con ellos, pero si dudas, pregunta en inglés, todos lo hablan seguramente mejor que tú. Y en cuanto sales a la calle, más de la mitad de la gente no es portugesa. Miles de guiris por todas partes. Todos hablando inglés. Y la mayor parte haciendo surf. Surfistas angloparlantes everywhere.
  • La comida. Yo como fatal, mis viajes casi siempre pasan entre el hambre y el asco, 90% del tiempo sin comer nada. En Polonia me alimenté de pollo frito. En Italia de ensaladas de tomate y lechuga. Sin embargo en el Algarve se come de maravilla. Pescado, carne, ensaladas, pollo, lo que quieras. El Ross comió tartas y pasteles, pero mi intolerancia a la lactosa me impide comer nada dulce fuera de casa.
  • Los precios. Comer es barato, beber algo es barato, comprar cosas es barato. Lo único prohibitivo son los cosméticos. Intenta no olvidar la mascarilla del pelo o te dejarás el doble que en España en el mismo tarro de fructis. Eso sí, un par de refrescos al borde de un acantilado viendo el mar, 4 euros. Dos platos combinados de pescado fresco o pollo asado con ensalada, arroz y patatas fritas, 12 euros.



En fin, si os lo estáis planteando como destino, son cosas a tener en cuenta. Echad tres o cuatro chaquetas, mucha paciencia para las carreteras, un diccionario de inglés y verificad el tipo de alojamiento. Por lo demás, no está tan mal.  

miércoles, 20 de julio de 2016

¡He vuelto!

Ea, pues he vuelto.
Pensaba haber dejado una entrada programada para deciros que me iba de vacaciones una semana y tal, pero mira, luego me lié con cosas y al final no me dio tiempo. Y me llevé el ordenador con la idea de quizás escribir por las noches como suelo hacer. Pero me dio pereza.
El caso es que escribiré alguna entrada sobre las vacaciones, que han sido... bah, os esperáis al siguiente post.
De momento os comento que en Madrid hace un calor de cojones. Ahora mismo escribo con un pijama raído que sin embargo me parece una manta zamorana y con el culo fundido al sofá. Ross duerme en la cama con el ventilador enchufado a todo trapo y de vez en cuando se despierta y se rocía con un chuf-chuf de agua. Y el pobre Ron anda tirándose por los suelos y a veces me mira como diciendo “haz el favor de arreglar esta mierda”. A ratos me da tanta penilla que le pongo el aire acondicionado. A Ron le fascina, claro. Se sienta donde más cae el chorro fresquito y se pone esponjoso. A veces, cuando lo apago, mira a la pared y maúlla al aparato con tono imperativo para que vuelva a funcionar. Yo le entiendo, que conste. El problema es que Ron no está familiarizado con el concepto “factura de la luz”.
Por otro lado, pasado mañana me quedo de Rodríguez porque Ross se va al norte a una friki-party de cosas de ordenadores y niños rata pegados a pantallas. Su abuela me preguntó si me parecía bien que se fuera solo. Y a ver, yo entiendo que las abuelas crean que sus nietos son un partidazo y que las mujeres caen rendidas a su paso. Lo que las abuelas no entienden es que hay sitios donde las posibilidades de que simplemente haya mujeres se reducen mucho. Y las que hay, pues mira, no me asustan. Además, ¿¿conexión a internet gordísima, pantallas por todas partes, horas ilimitadas de juego y otros frikis que quieran hablar de juegos de mierda?? Os garantizo que esa semana el Ross ni se acuerda de que tiene pene.
Además me vendrá genial estar unos días sola, con la cama para mí, haciendo la comida que me apetezca y rascándome el higo a dos manos. Lo mismo hasta me apetece más verle cuando vuelva y todo.
Total, que me enrollo, que he vuelto, que hace calor y que tengo unos días para actualizar bastante. Así que permanezcan atentos a sus pantallas.


domingo, 10 de julio de 2016

600 y los que vengan

Hoy hace 5 años y 7 meses que abrí el blog. Esta es la entrada 600. No me puedo creer que haya contado tal suma de chorradas en el blog. Y no me puedo creer que haya gente que las haya leído. Son tal montón de cosas que con que cada una ocupara un folio, ya sería un tochazo de hojas. Son una puñetera novela rusa.
Me cuesta visualizarme a mí misma en 2010, cuando empecé este blog hecha una mierda, en una casa casi tan vacía y tan en ruinas como yo misma.
Me cuesta más aún pensar dónde estaré dentro de otros seis años, con otras tropecientas entradas más.
Me cuesta ser consciente de todo el mundo que hay dentro de mí y que por alguna razón que no comprendo, vengo aquí a contar al aire. Me cuesta pensar que en ese “aire” hay gente que ha venido, que se ha ido, que sigue, que vendrá. Me cuesta encontrar palabras hoy, después de haber escrito miles repartidas en 600 entradas.
El caso es que casi no me he dado cuenta, metida en mi rutina, en mi día a día, en mis momentos a ras de suelo y en los que levanto el vuelo. He ido dejando que pasara la vida, que los días fueran contando su propia historia. Y he llegado hasta aquí, ni de idea de cómo.
Este blog me ha dado mucho. Amigos, viajes, un chico al que quise con locura, risas, momentos inolvidables, palabras de ayuda, de apoyo, de desahogo. Agradecimiento es poco para expresar lo que siento, pero aún así, gracias. Gracias al Niño Chico, a las Gemelas, a Mar, a Álter, a Eva, a Key, a Luz Marina. A los que comentáis siempre, a los que lo hacéis a veces. A los que habéis traspasado las barreras de lo virtual y sois parte de mi vida. A los que os tengo en facebook, a los que a veces hablamos por correo. A los que se fueron y no sé en qué lugar del universo andarán. A los que me siguieron desde el anterior blog. A los que han salido en algún post, a los que aparecen de forma recurrente, a los que me callo. Al Ross, a Ron, a mi gente. Gracias.

Llamé al blog paracaminantes porque mi único objetivo cuando lo empecé era ser capaz de ponerme de pie y andar. He llegado lejos porque he tenido buena compañía. Y más que llegaré mientras haya alguien que quiera seguir dando un paso más a mi lado. Vamos, sigamos tirando pa´lante.  

lunes, 4 de julio de 2016

La boda de Primamediana

Para mí, la palabra “primo” tiene una connotación casi negativa.
En mi caso, Primamayor es imbécil. Así de sencillo, no pasa nada. Hay mucho gilipollas suelto por el mundo y a mí una me ha tocado de prima. De hecho, hace años que no nos hablamos y aunque cuando nos tenemos que ver por obligación yo pongo mucho de mi parte para mantener un trato cordial y educado, a veces se hace muy complicado. Más que nada porque ella es una impertinente. Y si me estás leyendo, te envío un beso, hermosa. Como el que tú me negaste la última vez.
Luego tengo a Primamediana, a la que profeso una bella indiferencia. Lo cierto es que apenas nos conocemos. Ella nació en una ciudad muy lejos de la mía y siempre ha vivido allí. Entre eso y los cinco años que le saco, digamos que no tenemos mucho en común. De pequeñas yo pensaba que ella era una cursi y una consentida y cuando empezó a tener edad para dejar de serlo, le perdí la pista y tampoco hablamos desde hace décadas.
Y por último tengo a Primapequeña, que vive en Alicante y que podría ser mi hija. Esto dificulta bastante la relación, digamos, normal entre primos. No hemos jugado juntas, no hemos hecho cosas juntas, no hemos vivido nada en común. De hecho, cuando era pequeña me llamaba tía. Es lo que tiene llevarse casi 17 años. Desde que es adolescente tenemos algo más de comunicación, pero admito mi deformación profesional al respecto, lo que hace que la relación no sea la normal para dos primas hermanas. En todo caso, a veces escucho (o leo por wasap más bien) sus neuras, le doy consejo y a otra cosa, mariposa.
La única con la que la palabra “prima” me suena entrañable y encantadora es con la prima Amai de Bilbao, a la que cuido los gatos y las jerbas cuando se va de vacaciones. Esa sí es adorable. Curiosamente, es prima segunda de mi madre, así que muy cercana como que no me toca.
El caso es que en agosto se casa Primamediana. En una ciudad que adoro pero que está a tomarpor. Yo, francamente, no quiero ir. Odio las bodas y odio a mis primas, no entiendo qué puedo pintar allí. Ni siquiera sé por qué me ha invitado. Pero mi madre insiste en que vaya. Ya pasé de ir a la de Primamayor por diversas razones que ahora mismo no vienen al caso y sé de buena tinta que mi madre lo pasó fatal porque la gente le preguntaba por mí, me echaba de menos y cuando se hicieron las fotos familiares yo no estaba allí. Ojalá tuviera diez hermanos más para que fuera alguno y mi madre ni reparase en mi ausencia. Pero no, soy sólo yo, así que si no estoy, se nota mucho.
El caso es que se supone que debería hacer acto de presencia en ésta. Si al menos fuera cerca, me quebraría menos la cabeza. Me arreglaría, iría un rato, pondría cara de póker y volvería a mi casa cantando a pleno pulmón Extremoduro. Pero no, tengo que ir a pasar el puñetero fin de semana porque el don de la teletransportación aún no lo controlo.
La verdad es que el tema me da por el culo todo lo más grande. Primero tengo que dejar a Ron al cuidado de mi amiga Pa. Que yo la quiero y confío en ella, pero es MI Ron y no me gusta que le cuide nadie que no sea yo misma.
Segundo porque no le veo el sentido a ir a la boda de alguien con quien no he hablado en mi puñetera vida.
Tercero porque no me apetece gastarme un duro en el evento en cuestión.
Y cuatro y fundamental, porque no me apetece y odio hacer cosas que no me apetecen.
Y diréis, pues no vayas. Claro. Qué fácil.
El problema es que estoy harta de ser la peor hija del mundo. Siempre soy, hago y digo lo contrario de lo que mi familia quiere ver y escuchar. Creo que lo único que he hecho desde que tengo uso de razón es decepcionarles. Y me cansa esa sensación, pero no puedo ni quiero cambiar lo que soy. Sin embargo, por un día, puedo cambiar lo que hago y hacerles felices. Al fin y al cabo, es posible que sea la última boda de la familia y sé que mis padres y mis abuelos estarían muy contentos de tenerme allí aunque sea con cara de acelga. Y repito, igual esto no pasaba si tuviera hermanos. Muchos. Porque iría otro. Cada uno tendría sus cosas buenas y sus cosas malas. No recaería toda la atención en mi diminuta persona.

Total, que me jodo y seguramente me toque ir. De verdad, qué cansancio de bodas. Me cago en mi prima, en su puta boda y en los científicos que no han inventado la teletransportación. Joder.