martes, 31 de julio de 2012

el lugar feliz

En psicología hay una cosa que se llama “lugar feliz”. Y no es otra cosa que un recuerdo idealizado o una imagen de algo que nos hace sentir bien. Todos tenemos uno, más real o más imaginario. Y lo usamos para huir a él cuando estamos estresados, agobiados, deprimidos. No es algo en lo que pienses a diario. Es un recurso mental de escape, como la válvula de las ollas a presión. Un modo de convencernos de que volveremos a ser felices cuando todo en el exterior apunta a lo contrario. Es, por decirlo así, como la película que te montas cuando no puedes dormir, imaginando tu vida perfecta, pero a lo bestia.
Mi problema es que sucesivamente en mi vida se me han ido jodiendo mis lugares felices. Porque soy una necia que necesita una base real para crearme ese lugar.
Primero fue mi primer amor. Un chico al que idealicé y amé con locura de los 14 a los 19 años. Yo le recordaba y recreaba un mundo maravilloso que él me ofreció durante tres días absurdos en los que salí con él cuando era sólo una niña atolondrada y llena de sueños. Pero volvió a mi vida. Y antes de que pudiera pensar que el sueño se había hecho realidad, se convirtió en una pesadilla. Me arruinó la vida. Mandó a tomar por culo mi lugar feliz.
Pero por suerte yo era muy joven y muy fuerte, me recuperé, y además mi vida entonces estaba en su punto álgido. Así que encontré otros.
Luego llegó mi Ross. Él era el lugar feliz por excelencia, porque lo era en gran parte incluso cuando estábamos juntos. Porque él me daba esa sensación de seguridad, tranquilidad y confianza que he buscado toda la vida. Y después de perderle, durante años le amé y veneré su recuerdo. Huía mentalmente a su lado cada vez que el mundo era cruel conmigo. Y me fustigaba por haberle perdido, pero sentía que quizás, algún día volvería con él y sentiría de nuevo esa calma y es seguridad que me daban sus brazos. Pero no. El año pasado le tuve que echar de mi vida harta de dolor. Tuve que poner punto y final, sacando fuerzas de flaqueza, cansada de que hiciera astillas del árbol caído y le prendiera fuego con saña hasta reducirlas a cenizas. Y me dolió lo que hizo. Pero más me dolió perder mi lugar feliz, mi refugio, mi hogar. Quedándome desprotegida y desamparada. Porque es una de las más desoladoras de las pérdidas.
Pasé unos meses en lo que me morí por dentro. Pero poco a poco, cree de nuevo un lugar feliz. Uno al que huir cuando el mundo es sórdido y ajeno, cuando es doloroso y desagradable.
Y fuiste tú, lejano e inalcanzable. Perfecto para ser un lugar feliz indestructible. Tú, con tu capacidad de hacerme sonreír. Con tus ojos azules como el mediterráneo que conocí de niña. Y me refugié en ellos. En el recuerdo cálido de las noches de verano que pasé en tus brazos. Me refugié en el arrullo de una pasión sin límites que me hizo sentir viva una vez y me lo recuerda de nuevo cada vez que pienso en ti. Cuando el mundo rugía con fuerza, yo me sumía en el susurro pausado del mar de tus ojos impenetrables. Y fui encontrando fuerzas en este lugar feliz. Absurdo, quizás, pero feliz al fin y al cabo.
Luego me hiciste un regalo con irte. Me obligaste a salir a flote y la lejanía juega a mi favor. Me otorga la posibilidad de idealizarte todo lo que quiera sin que me lo desbarates. Puedo recordarte joven, guapo y perfecto. No vas a envejecer para mí. No vas a estropearte, ni a decaer. Ni siquiera has cumplido más de veinticinco. Sigues siendo y serás el jovencito guapo y sonriente que retozaba desnudo entre mis sábanas. Que se reía y me contaba cosas divertidas. Aquel, que llevaba una melenita rubia y que me mandaba mensajes desde la playa. Puedo seguir soñando con los besos y las caricias que me diste, con tu piel bañada por la luna y con ese olor de tu pelo que se quedaba durante días en mi almohada. Puedo seguir recurriendo a esos momentos que me regalaste sin pedir nada a cambio. Porque eres de los pocos hombres que me ha dado más de lo que me ha quitado. Quizás por eso eres de los pocos también a los que no guardo un extraño rencor. Quizás por eso, a ti pretendo recordarte mientras que a los demás quería olvidarlos.
Así que, si te tengo idealizado, déjame que lo haga. No me lo quites. Déjame ese pedacito de sueño para que pueda esconderme en él cuando se cierne la oscuridad de mi soledad escogida. Déjame que te sueñe, perfecto e imperecedero a mis ojos. Déjame que te regale mis sábanas. Déjame quererte, si a esto tú lo llamas querer. No me obligues de nuevo a renunciar a mi refugio. No me hagas tener que enfrentarme al dolor sin un lugar feliz del que sacar fuerzas. Aunque ese lugar feliz seas tú. O alguien que se parece remotamente a ti y yo he creado con un puñado de recuerdos y de imágenes. Qué más da.

Este año, y este mes de julio en particular, he dejado pasar muchas fechas importantes. Unas porque se me han olvidado. Otras, porque he preferido mirar hacia otro lado. Pero esta no. Esta es la que marcó el comienzo de una nueva yo. Esta es la que tú usaste para darme un empujón hacia el lado salvaje. Y aunque ya sólo seas un recuerdo, eres mi lugar feliz. Y lo sabes.

viernes, 20 de julio de 2012

de camino al sur

Llegué ayer de la playa. Y ya estoy harta de Madrid. Menos mal que me voy en pocas horas. Y es que aquí hace calor, no hay quien duerma y no hay playa, ni aire fresco ni los perros de mi amiga Pa. Así que en cuanto termine de poner lavadoras compulsivamente, me vuelvo a montar en el coche y tras casi tres horas de berrear canciones a todo volumen, me planto en el sur. En mi casa roñosa pero de muros de piedra que el calor no traspasa. En mi patio roñoso pero desde el que se ven las estrellas y donde por la noche corre el aire del monte que huele a jara y a pino. En ese lugar del mundo que sí, es roñoso, pero es el mío. Es donde fui adolescente, donde aprendí a vivir, a reír, a amar y a besar. Es donde aprendí que ser yo no era siempre un problema. Donde aprendí lo que significa que la amistad es la familia que uno elige. Donde aprendí que los veranos de la tele existen. Donde aprendí que hay un mundo más allá del asfalto, los edificios altos y el ruido de los coches. Es mi sur, el mío, el que me llena los pulmones de aire puro y la cabeza de buenas vibraciones. Y este año lo comparto un poco con el niño chico. Y lo digo y me da miedo, lo reconozco. Porque ese sitio es mío. Muy mío. Y allí yo soy muy yo. Y no me gusta que cualquiera entre en ese espacio vital. Pero no es cualquiera. Es el niño chico. Mi niño chico. El que me ha devuelto tanto que no habrá vida para agradecérselo. El que ha hecho que de nuevo me enamore del sur. El que ha hecho que palabras y expresiones olvidadas tomen sentido otra vez. El que me ha hecho pensar por primera vez en mi vida que alguien puede quererme por lo que soy y no echármelo en cara como un extraño reproche. El que no me pide que me calle, que deje de pensar cosas raras, que me ponga esto o lo otro, que sea así o asá. El que, pase lo que pase, me ha dado la oportunidad de sentirme viva y bien conmigo y con otro. Por eso, se merece unas vacaciones roñosas en mi pequeño refugio.
Bueno, y basta de ponerse moñas. Hombre ya.
Total, que me largo. Y ya volveré, supongo. Dejaré un par de post programados. Uno tiene su razón. El otro es para que os entretengáis. Así que, ya que hago el esfuerzo, comentad, malditos. Que lo veo desde mi móvil ultrachupi y me hace ilusión. Y cuando vuelva, os cuento aventuras sureñas, palabra.

domingo, 15 de julio de 2012

un poco de playa

Me voy a la playa cuatro días con Pa. Luego volveré, pondré un par de lavadoras, cambiaré maletas, os contaré alguna chorrada y me iré de nuevo p'al sur.
Es lo que tiene el veranito, que hay que disfrutarlo. Así que tomad ejemplo y vividlo, que el verano sólo pasa una vez al año. Y ya están las cosas bastante feas como para no tomar un respiro, como para mojarse el culo en agua salada, como para no vivir y difrutar del dolce far niente.
En cuanto vuelva de tierras valencianas, os cuento qué tal por allí y dejo algún post programado para que no me echéis de menos.

viernes, 13 de julio de 2012

copas menstruales (cómo no pagar 21% de IVA de lujo por tener la regla)

A ver, procuro no pronunciarme de temas políticos, lo sabéis de sobra. Pero estoy hasta los mismísimos ovarios de recortes y agobios a los ciudadanos de a pie. Y oye, uno tiene que comer, no hay duda. Pero en todo lo que se pueda putear un poco, pues mejor.

La idea me la ha dado Charlotte con este post sobre compresas, tampones y cosas de esas. Siempre han tenido IVA de lujo. Y digo yo, ¿qué lujo es llevar un papel medio plastificado pegado a las bragas? ¿¿Qué lujo es pasar una semana al mes hecha polvo y jodida y encima gastando dinero?? Pero el colmo es que ahora un 18% no es suficiente. No. Nos lo suben a un 21%. Porque tener la regla mola tanto que hay que pagarlo a precio de oro. Y lo mismo ocurre con los tampax, los salva-slip y muchas otras cosas de higiene diaria y necesaria. Vamos, que ser mujer es un lujo. O al menos hay que pagar por ello como si lo fuera.

Yo desde hace tiempo tengo prohibidos los tampones por el ginecólogo. Y la verdad, es que investigando un poco, dejan de darte ganas de meterte un zurullo de algodón con un hilo colgando en semejante sitio. Y diréis, queridas mías, “vale, son malos, malísimos… pero ¿qué hacemos?” Y es que casi todas odiamos las compresas. Llevar eso pegado al culo es agradable como una patada en el ídem. Y en verano sudas. Y todo huele a… bueno, que huele. Sin hablar de la horrorosa sensación de llevar un pañal. Para colmo, yo soy alérgica. Así que encima me lleno de granos, picores y mala hostia. Creo que se me nota lo mucho que me gusta ser mujer. Es un lujo auténtico, de veras. Un lujo del 21%.
Total, que hace meses ya, Pétalo publicó este post y me dio mucha curiosidad. La verdad es que nunca había oído hablar de las copas menstruales hasta el momento. Pero estoy dispuesta a escuchar casi cualquier sugerencia sobre el tema, así que indagué un poco. Y qué queréis que os diga. Amo a mi copa. La amo mucho. Es maravillosa. Totalmente. Soy muy, muy feliz desde que la tengo. A ver, no es que esté deseando de que me baje la regla, pero ya no es tanto trauma como antes. Y es que te olvidas. Ya no hay regla. No manchas nada, no hueles raro, no pica, no molesta. No tienes que usar enooooormes bragas para sujetar las compresas en su sitio. Puedes ir con tanga, o con el culo al aire. Puedes llevar falda, short o pantalones blancos. Puedes hacer todo lo que te salga de las narices. Y de verdad, no como las subnormales de los anuncios.



Os lo juro, todo ventajas. A parte de estas comodidades, se añade el hecho de que es ecológico. Pensad un momento en todos los tampones o compresas que tiráis al cabo del mes. Por todos los meses de vida fértil. Por todas las mujeres que los usan. ¿No es un horror? Montones de deshechos infectando el planeta. Sin embargo esto es una copa de silicona. Una. Que la lavas, la hierves y se reutiliza. Oh, gran palabra que hoy en día casi desaparece: reutilizar.
Y luego, es bueno para la economía. La vuestra, no la de los políticos, claro. Porque sí, la copa es un poco cara, cuesta unos 30 euros (que tampoco es una ruina) en tienda, aunque es bastante menos si la compráis por Internet. Pero es que dura años. Y de paso, jodéis a los políticos sin darles un puto duro de IVA de lujo en un producto que de lujoso tiene lo que mis cojones.

Total, que si alguien tiene dudas, quiere saber cómo funciona, cómo se usa, dónde se compra o lo que sea, que me mande un mail, que sabéis que contesto siempre y os respondo a todo lo que haga falta.

Me voy a terminar volviendo una perroflauta (gatoflauta en mi caso) pero estoy indignada, harta y muy, muy hasta los ovarios. Así que, diré una frase que viene muy al tema: que no me toquen el coño que no lo tengo para farolillos. Hombre ya.

miércoles, 11 de julio de 2012

problemas lingüísticos

Muchas veces he hablado sobre lo que me llaman la atención los acentos, las formas de hablar y demás. Yo soy de Madrid, muy de MadriZ, de un barrio de esos donde se dice “ejque” en vez de “es que”. Y aunque me he recriado en un pueblo del sur donde me enseñaron que hay otro mundo de palabras raras y de formas de decir las cosas, no puedo renunciar a mis orígenes.
Por eso, con frecuencia me veo en extrañas circunstancias con el niño chico, que no deja de ser de Sevilla y por muy bien que hable, tiene un acento andaluz cerrado. Y precioso, por cierto. Me encanta como habla. Sin embargo, él tiene una forma más original de verlo cuando me dice eso de “al final me he acostumbrado a tu voz y tu forma de hablar. Tanto, que ya no te escucho.”. Toma ya. Qué majo que es, oyes.
También tenemos conflictos con palabras concretas o con expresiones raras. A veces me pregunto cómo se las apaña su amigo Fanki con su novia que es de Zaragoza. Debe ser un espectáculo verles.
En todo caso, y a pesar de que dice no escucharme (su explicación es que al final se acostumbra a mi forma de hablar y no nota la diferencia… es listo el jodío, ¿eh?) dice que yo pronuncio las consonantes muy fuertes. Yo opino que cuando él se emociona, no se le entiende una mierda porque no vocaliza, se come los verbos y lo dice todo raro. Pero en general y sobre todo cuando me habla a mí, me hace mucha gracia porque aspira las J, cambia las L por R cuando están en mitad de las palabras y arrastra las CH de una forma muy suave. Me descojono cada vez que me dice que quiere comer “sarshishas”, por ejemplo.
Otra cosa graciosa que supe que me iba a traer problemas fue la primera vez que dije su nombre completo y él, frunció el ceño y me dijo muy serio “ofú, illa, qué mal suena cuando tú lo dices”. A tomar por culo. Ya no puedo llamarle por su nombre. No soy capaz. Así que recurro a la técnica del cari-churri como dice Anita, que se basa en llamarle por apelativos cariñosos chorras que me eviten el tener que decir su nombre. Y los uso todos: cariño, cari, tesoro, rey, amor, mi vida, nene, niño y los que haga falta. Lo sé, muy moñas todo, pero a ver qué hago si no.
Además, hay momentos en que no mola que nos digan nuestro nombre completo porque suena a enfado. A mí me pasa. Oigo mi nombre y tiemblo. Me acuerdo de cuando era pequeña y mis padres sólo me llamaban así para regañarme, así que lo escucho y me arrugo. Mierda, ya me van a gruñir. Por suerte, al niño chico mi nombre real también debe chirriarle y no lo usa jamás. A veces creo que si se lo preguntaran de improviso, diría que me llamo Naar.  
En cualquier caso, sé que en Madrid no hablamos tan bien como creemos. El niño se pasa la vida corrigiéndome los laísmos y ahora vivo obsesionada. Decimos unas jotas tan fuertes que nos salen del alma, que nos dejamos las gargantas, que parece que vamos a arrancarnos una flema. Por eso, ya le he advertido que un día se me cruzará el cable, me hará enfadar y le soltaré un “Joder José Manuel” que hará que le retumben los tímpanos. Lo bueno es que cuando se lo dije, me contestó: “ofú, cuando eso pase sabré que el fin está cerca, el Apocalipsis total. Así que saldré corriendo y me meteré debajo del sofá como hace Ron, escurriendo el culo para caber.” Y sólo por ver eso me echaré a reír y se me pasará el enfado. Porque luego saldrá de ahí, me llamará illa y me dirá alguna parida de las suyas. Jodido crío con buen humor, no hay manera de cabrearse con él.

jueves, 5 de julio de 2012

la depilación más divertida del mundo

Hoy, en “historias humillantes”… yo. Para qué poner en evidencia a nadie teniéndome a mí misma. Aunque Anita también está implicada en la historia, para variar. Y de modo tangente, Pa. Ten amigas para esto.

Hace ya cosa de una semana o así, vino Pa a casa para pasar la noche conmigo antes de irse un mes a Valencia con su frungidor habitual. Y me dijo: “Naar… ¿tú me depilarías las ingles?”. Y yo accedí encantada. Eso de poder ser cruel y despiadada e infringir dolor a alguien bajo su consentimiento me gusta. Así que cogí el roll-on de cera y unos cuantos tirones, unos cuantos gritos de dolor y unas cuantas risas con la frase de mi amigo Jimmy de “ábrete de piernas, puta” después, Pa tenía las ingles más suaves que cuando nació. Fue divertido, lo reconozco. Y me dio envidia. Jo, yo quiero unas ingles así de monas y suaves y frungibles, oiga. Pero soy un poco pobre y pagar en la peluquería por el asunto me parece excesivo. Y me lo suelo hacer yo sola, pero no me veo bien y es incómodo de cojones.
Así que unos cuantos días después, yo hablé con Anita.

-         Nena… ¿me harías un favor?
-         ¿Sexual?
-         No del todo, aunque vas a verme hasta las entrañas. ¿Tú me depilarías las ingles?

Anita dudó un poco porque hacía años que no usaba cera caliente, pero al final llegó a la misma conclusión que yo, que puede ser divertido. Así que el martes se vino a mi casa por la tarde. Charlamos, se fumó un cigarro y me dijo muy seria, “hala cuando quieras, hermosa”. Mierda, no había lugar al arrepentimiento. Así que me puse un tanga que no uso jamás y calenté la cazuelita de las torturas. Pensé que me iba a morir de dolor. Que iba a gritar como si estuviera de parto. Que iba a golpear a Anita con algún objeto contundente. Pero sin embargo me reí tanto que las endorfinas me atolondraron y ni me enteré. A partir de ahora, Anita es mi depiladora oficial. Y me dejó unas cuantas perlas de las suyas:

La primera, según me quité los pantalones y me tumbé con las piernas abiertas. Resoplé para controlar los nervios previos al dolor, pero ella me dijo: “¿Te da vergüenza? ¿Quieres que te enseñe algo mío para sentirte mejor?” (si tu me enseñas, yo te enseño, el viejo truco.)
                                                                                      
En esto que me empieza a poner pegotes de cera y yo pego otro bufido… “No digas que es humillante. Esto ya es confianza pura. Sólo me falta ponerte un supositorio y lo tendremos todo hecho”.  (la confianza se hace así, Anita dixit.)

Pero no contenta con eso, sigue poniéndome cera y se le pega un pegote en un dedo. Me mira con una cara de asco indescriptible y me dice: “ay, es que esto me da un asquete… o sea, tu pepe no,  lo que me da asco es que se me peguen cosas entre los dedos… mira, ¿ves? estiras y se hacen hilos. Parece que estés haciendo espaguetis. No me gusta nada.” (el asco es relativo)

Y no es que te depile normal, no. Es que encima se recrea. Porque de repente, levanto los ojos y la veo, ahí, observando mis nobles partes con detalle. Así que le grito que qué está haciendo y ella, tan tranquila, me contesta: “Yo soy hija de artista, maja. Y eso se nota. Yo si hago las cosas las hago bien, ahí, al detalle. Ya sea pintar un cuadro o depilarte las ingles. Esto tiene que quedar perfecto, me lleve el tiempo que me lleve. Así que ábrete de piernas, dame las pinzas y calla.” (el arte de depilar)

Pero al parecer, a pesar de su recreamiento, no era suficiente. Y empezó a decirme, yo te quitaba un poco más de aquí y esto y esto otro… pero la postura no era lo bastante humillante y me dijo que me pusiera a cuatro patas. ¿A cuatro patas? ¿¿En serio?? ¿Se pude hacer algo peor en este mundo que ponerse a cuatro patas? Lo cierto es que no se me ocurre. Y le dije, “nena, por dios, que esto empieza a ser porno del duro. Imagina que nos viera alguien”. Pero Anita tiene otra visión del asunto: “¿Porno? Esto no tiene nada de porno, no seas boba. Y ahora quítate el tanga  y ponte a veinte uñas.” (pero no es porno, eh??)

Total, tras una tarde de un poco de dolor, un poco de sentimiento de vergüenza y muchas, muchas risas, me ha quedado una entrepierna más bonita que un san Luis, oiga. Y le dije a Anita, que si la crisis empeora y se queda sin curro, siempre puede hacerse estilista de pubis. Lo único que ella piensa “No puedo dedicarme a esto, tardo demasiado. No sería rentable. ¡Ojalá que todo el que se meta a hurgarte entre las piernas tarde al menos tanto como yo!” (el tiempo entre las piernas es oro…)


En fin, el verano tenía que tener algo malo. Aunque sea el hecho de que la ropa se acorta y hay que quitarse pelos que una no sabe ni que tenía. Por suerte, yo tengo depiladora personal, concienzuda, divertida y sin lugar al pudor. Esto debe ser amistad de la buena.

martes, 3 de julio de 2012

esto es el amor

El amor es esto, joder, tiene que serlo.
Cuando llevas 65 años con el mismo hombre, 59 de casados y tú cumples 80… y todo lo que haces es agarrarte de tu señor esposo y no soltarle. Y lo que más te importa es que él sigue ahí, a tu lado. Y lo único que repites es “no puedo volver a tener 80 años mejores que estos porque han sido contigo, cariño”. Cuando sólo sonríes en las fotos si tu maridito te mira y aún, a pesar de tus 80 años, las arrugas, las canas y la vejez del cuerpo, cree que eres la mujer más bellísima del mundo. Porque el alma no envejece. Y él, en su corazón te ve como la preciosa chica de 14 que conoció. Cuando se pone las gafas de ver de cerca y con su caligrafía grande y redonda, te escribe en la tarjeta “Para el amor de mi vida, que no he conocido otro ni falta que me hace porque todo en mi mundo eres tú. Te quiero con todo mi corazón.” y firma como “tu S.” y te da un besito y te susurra, “porque tuyo soy, cuchi” con los ojillos empañados porque es un tierno y se emociona. Y eso cuando se inspira más, como en sus bodas de oro cuando dijo “ha sido un placer caminar por la vida de tu mano”, haciendo que mi rimel se fuera a tomar por culo.
Eso tiene que ser el amor. Tiene que serlo, joder. Porque si no, que alguien me diga qué es.
En fin, en tantos años juntos ha habido tiempo para todo, a veces se enfadan, como todo el mundo. De hecho, siempre he pensado que malo son las parejas que no discuten, porque eso es que no se importan. Mis abuelos a veces se pelean, pero les dura poco. Y a veces se ponen celosos. Porque los dos creen que esa persona que tienen al lado sigue siendo el jovencito del que se enamoraron. No ven que apenas es una sombra un tanto decrépita de aquello. Mi abuelo gruñe porque cree que todo el mundo le tira los trastos a mi abuela. Y mi abuela se enfada si él mira a alguien al pasar. Aún bailan tangos a pesar de artrosis. Y boleros, que mi yayo los baila de muerte, Y me cuesta mucho verles bailar abrazados sin que se me salten las lágrimas.
Además, son la juerga, los tíos. Cantan, beben y fuman y se apuntan a un bombardeo. Las eurocopas y los mundiales se ponen su camiseta de España y se vienen a mi casa a verlo, cantan “yo soy español, español, español” y lo viven con pasión, saltando y gritando por mi terraza.
Salen a cenar todos los fines de semana. Van de museos. Pasean por el centro. Disfrutan tanto de todo que es difícil asumir que tienen 80 años, que tienen sus achaques, que a mi abuela la operan después de verano.
Se regalan cosas, se dan sorpresas. Se preparan detallitos. No se les olvida un aniversario, un cumpleaños, un santo. Se dan un besito cada vez que se ven, si es que se separan cinco minutos al día. Se dan los buenos días y las buenas noches como si fueran las primeras veces.
Mi yaya es una reina de la costura. Me ha hecho los vestidos largos más preciosos del mundo. Me enseñó a usar el eye-liner como nadie y a bailar con tacones de aguja. Y lee y estudia historia porque aún siente que su alma está inquieta por aprender. Y mi yayo es el mejor joyero del mundo, que aún hace diseños y arregla todos los relojes y aparatos del mundo. Además, es un loco de la tecnología que se lo pasa como un enano tocando botoncitos y programando todos sus cacharros de grabar, hacer fotos, su móvil y demás. Porque ellos están a la última.
Y dios mío, como les quiero. Porque son mis abuelos. Y son los mejores. Me hacen creer en muchas cosas que sin ellos no podría ni imaginar.
Estos son mis yayos. Y me permito el lujo de compartirlo con vosotros, porque me emociona el asunto. Porque son la hostia. Y porque no hay más que verlos para creer. Porque sé que yo no tendré algo así jamás, pero puedo decir que he conocido el amor en ellos sin lugar a duda.
Por eso, felicidades por tu 80 cumpleaños, yaya. Y enhorabuena por una vida como la vuestra. Porque esto es el amor, joder, tiene que serlo.

lunes, 2 de julio de 2012

vuelvo

Bueno, ahora que España ha ganado la Eurocopa, que el verano empieza  tomar forma y que las cosas están más o menos encauzadas, vuelvo. Poco a poco las iré contando, claro, pero ahora hace falta una mínima explicación. Quizás la ausencia no ha sido tan larga como parecía presumible. Pero de todas las cosas que he pensado y me he dado cuenta en estos días, una de ellas es que echaba de menos mi blog. Echo de menos escribir, contar lo que pienso, recibir respuestas y todo eso. Echo de menos ser Naar. Y es de tontos echarlo de menos pudiendo tenerlo. Vamos, digo yo.

Debo decir, que si no he vuelto antes ha sido por el niño chico. No por su culpa, pero sí que él era la razón. Pasaron un par de cosas feas entre nosotros y no quería, bajo ningún concepto usar el blog como arma arrojadiza o que él pudiera hacer interpretaciones libres de lo que yo contara. No quería hacerle daño. No puedo evitar protegerle aún cuando sé que no debo hacerlo. Es mi niño chico y lo será siempre, pase lo que pase. Porque hay un punto de inocencia y de una deliciosa ingenuidad en sus ojos que me hace estremecer y me impide tratarle como trato al resto de los hombres. Ahora, tras hablarlo tranquilamente, nuestra relación está donde debe estar. Donde siempre debió estar. Donde siempre quise que estuviera aunque no me diera cuenta del todo. Pero se me fue de las manos. A mí, no a él. Se me escapó, por ese afán extraño que tengo en vivirlo todo y las ganas locas de sentir que tenía desde hacía tiempo. Y es que nadie lo había conseguido hasta que llegó él. Quizás no sentí tanto como quise ver, pero sí algo. Y nadie lo había conseguido en años. Por eso, por ese “sentir”, me dejé arrastrar por esa candidez juvenil que yo perdí demasiado pronto. Dejé que me contagiara su pasión y su creencia de que el amor existe. Y fue un error que pagué con dolor, porque los sentimientos es lo que tienen, que pueden ser buenos o malos. El niño me los devolvió todos. Pero aún así, bien pagado está a cambio de lo que viví a su lado. Fue un precio realmente bajo para lo que recibí. Por eso, no me arrepiento. En absoluto.
Ahora, las aguas han vuelto a su cauce. Y todo está bien. El niño chico y yo somos amigos. Amigos con confianzas... pero amigos. Y además tengo que decir que me gusta tenerle en mi vida. Prefiero un millón de veces tenerle como amigo que no tenerle de ninguna manera. Porque me gusta hablar con él, contarnos cosas, charlar y ver series juntos. Y esas cosas, con quien mejor se hacen es con los amigos. Así que, pequeño, deja que la vida fluya, no pienses tanto en cosas raras y disfruta, que estás en lo mejor. Y que te quiero, mi niño chico. Te lo digo porque así te mentalizas a que a partir de ahora no te tome en serio nunca más y me dedique a contar anécdotas humillantes, que es mucho más divertido y tú eres una mina.

Por lo demás, la vida sigue su curso. Y todo sigue bastante bien situado. A veces creo que cuando dije que ojalá el mundo se parase porque estaba todo perfecto, gafé un poco el asunto. Y de ahí el bajón, provocado por otras cosas a parte del niño chico, que fue sólo una gota más en un vaso desbordado. Creo que cuando dices cosas como esa, la vida llega y pega una colleja. Para que pongas los pies en el suelo. Para que aterrices. Para que recuerdes que esto, que lo bueno, también se pasa. Pero no me quejo. No, ni de coña. Como decía el chiste, virgencita, que me quede como estoy. Que tengo mucha suerte. Y que Dios (o la vida, o el destino o lo que crea cada uno) nos de salud, que el resto, ya lo pelearemos cada día.

Conclusión, que no os habéis librado de mí. Ni mucho menos.