martes, 11 de octubre de 2011

descreídos

Creo que con los años me he vuelto un tanto cínica en cuanto al amor. O como dicen en mi pueblo del sur, una descreída. El asunto lingüístico no importa tanto como el hecho de que he perdido mi confianza en el amor. De vez en cuando veo a mis abuelos y me da la tentación de creer. Pero luego vuelvo al mundo real y se me quitan las ganas.
Últimamente mucha gente me ha preguntado si estoy bien. Que en el blog doy un poco la sensación de estar depre. Y no es así. Estoy bien. Yo, como individua descreída, estoy bien. Pero el mundo que me rodea sufre convulsiones y me duele. A modo de dolor colateral, pero me duele.
Hace un par de semanas mis niños I y G rompieron. Terrible palo. Además me han pillado un poco en medio. Primero G, contándome su visión del asunto, sus dudas, sus problemas, sus comeduras de cabeza. Luego I, con sus soliloquios pensando en alto, sus dudas también, sus vaivenes emocionales, su madurez para asumirlo con serenidad. Y yo, tratando de comprender, de consolar y de dar unos ánimos que apenas me llegan para mí misma. Viendo a dos personas que se quieren, pero que se preguntan a sangre fría si se aman. Dos personas, un tanto descreídas del amor también. Tengo la esperanza de que lo solucionen, pero no soy lo bastante optimista para estar segura de ello.
El domingo quedé con mi amigo Flumi. Es uno de los amigos de la época del Ross y el quipo de rugby. Y de pronto, me veo hablando tranquilamente y tomando aquarius con el hombre famoso por tragar cervezas y güisqui-colas sin fondo, con quien fue el rey de la fiesta, el gamberro sin pantalones que se despelotaba en todos los bares. Al menos tenía la esperanza de que siguiera estando un poco loco porque a pesar de sus 32 años sale con una chavalita de 19. Pero de pronto me dice que es consciente de que la diferencia es demasiado grande. Que le gusta la relación pero sabe que está acercándose a su fin. La niña empieza la universidad, con la vida loca y agitada que eso conlleva. Y no quieren las mismas cosas. Y cada vez les separa más que lo que les une. Así que vive el presente sabiendo, de forma totalmente clara, que pronto habrá un final que él ya ha asumido. Y yo busco en sus ojos un atisbo de aquel Flumi que lloraba desconsoladamente cuando rompió con la pelirroja, años ha. Pero no lo veo. Veo un Flumi maduro y consciente. Consecuente, responsable, adulto. Cínico y descreído como yo.
Y para colmo de males, ayer hablo con Anita, que hace poco conté que se había lanzado a vivir con su chico. Tenía la esperanza de que ella me diera una visión más romántica de la vida hasta que me dice que vuelve a vivir sola. Que el otro recogió sus trastos y se fue. Y menos mal que ha sido pronto, que si no, hubiera sido peor, porque sus problemas eran de los que no se solucionan, si no de los que se enquistan. El tío se ha comportado como un auténtico gilipollas. No es por ponerme del lado de mi amiga, que también, pero el tío ha sido un inmaduro, un cobarde y un mierda. Así que nada. Fuera. Lejos. Y yo, recuperada del shock y tratando de asimilar la historia, pregunto a mi Anita cómo está. Esperando, de algún modo, que esté dolida, furiosa, triste. Algo. Pero no, me dice que está bien, tan tranquila. Y es verdad. Porque sin fiarme mucho, la obligué a llamarme por la noche. Y sí, estaba bien. Calmada y consciente de que es lo mejor. Serena y hasta contenta de volver a su vida y a su rutina de soltera. Y suspiro. Otra cínica del amor. Otra descreída.

Me pregunto, una vez más, qué coño es eso del amor. Qué es ese loco sentimiento si es que acaso existe. Si cuando pasa la adolescencia dejamos de sentir ese fuego abrasador y nos conformamos con el tibio rescoldo que nos recuerda que un día estuvimos más vivos. Me pregunto si yo, si mis amigos, si Anita o Pa o alguien volveremos a llorar porque el amor se ha ido. Si volveremos a emocionarnos porque comienza. Si volveremos a temblar, o a ponernos nerviosos ante un beso. Si volveremos a sentir esa sacudida casi eléctrica.  Si volveremos a decir que esta vez puede ser para siempre. Si volveremos a creer. O si la edad, la maldita y aburrida madurez, nos ha empujado al cinismo irremediable e irreversiblemente.

4 comentarios:

  1. Por si te sirve... sabes mi edad, que no soy una adolescente, sabes mi historia (la anterior y la última)... y si. Creo. Creo total, absoluta y absurdamente, que sigue existiendo la llama, el "abrasamiento", el lloro y el dolor. Sigo creyendo, porque lo siento, en el nervio ante una mirada, en las mariposas en el estómago y en el temblor que produce un beso. Sigo creyendo que hay cosas que, salgan bien o mal, puedan ser o no, son para siempre. Ciegamente.
    He vuelto.
    Te quiero.

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  2. Pues yo soy descreída del amor abrasador del que hablas, pero no del amor, así a secas. Llevo 11 años con mi chico y nuestro momento abrasador duró poco (al menos visto en perspectiva) y fue a partir de los 3 años de novios cuando la cosa se hizo mejor y mejor. Ahora, a veces me descubro sintiendo ansiedad porque queda media hora para que llegue del trabajo, por ejemplo, pero ocurre muy de vez en cuando. Y, aunque me sorprende que pueda seguir sintiendo eso, eso no es lo increíble. Lo increíble es que el amor es la confianza absoluta en la otra persona y eso sólo se logra a base de sinceridad, complicidad y esfuerzo. Y la sensación de que siempre, en cualquier momento, pondrás su vida por delante de la tuya y su interés por delante de tu interés. Hay gente que dice que eso es dependencia (con todo es rollo de que cada uno tiene que mantener su espacio y demás) pero yo creo que no. Ya te diré si sigo creyendo lo mismo dentro de 11 años, pero por ahora te puedo decir que el amor existe y es lo mejor que te puede suceder. Pero no es fácil.

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  3. Tal y como está el patio... Como para no ser un descreído. Aunque no perdamos la fe, no es fácil. Nunca se sabe.

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  4. Mientras yo soy pareja eterna de mi costilla (tonteos varios + 7 años de novios + 8 años de casados), veo como a mi alrededor se montan y desmontan las parejas. Y sí, creo en el amor, pero también creo que es algo muy cruel para algunas personas porque a veces tarda mucho en llegar, otras veces no es correspondido, otras veces nos clava una daga en el corazón...

    Dada mi experiencia, me gustaría que todo el mundo fuera tan feliz como yo, pero también sé que lo que yo he vivido no le sirve a todo el mundo. Es difícil estar solo, pero también es difícil la vida en pareja, sobretodo después de los primeros momentos de enamoramiento.

    Algún día llegará, ya lo verás.

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