jueves, 21 de septiembre de 2017

Fauna subterránea

No sé si a alguien le habrá dado por calcular cuánto tiempo de nuestra vida pasamos los madrileños en transporte público. Y no quiero saberlo, me deprimiría. Sobre todo porque a eso habría que sumarle las horas de atascos mascullando improperios y clavando las uñas al volante, las de esperar al bus mientras una vieja te habla de su nieto el que es ingeniero y las de cuando metro se ha estropeado o se ha parado sin razón aparente entre dos estaciones y sientes cómo poco a poco se termina el oxígeno del vagón y te preguntas en qué orden tendrás que comerte al resto de los pasajeros.
Obviamente nadie en esta ciudad escapa al hecho de pasar una buena cantidad de tiempo metido en el coche, el bus y el metro. Tanto, que lo aprovechamos para otras cosas. Hay quien lee, cosa muy noble. Yo no puedo porque me mareo. Hay quien duerme. Los madrileños nacemos con un chip implantado en algún pliegue de nuestro cerebro que nos avisa de nuestra parada para despertarnos en el momento justo. Hay quien come. Yo no suelo hacerlo, pero el otro día fui a trabajar sentada junto a un mazas de gimnasio que engulló una tortilla de claras, una ensalada de pepino y tomate, unos espárragos a la plancha mustios y unos trozos de pollo asado, todo envasado en sus respectivos tupper. Hay quien conversa, bien con compañeros de viaje o por el móvil cuando hay cobertura, quien te deja a medias de saber si al final Fulanito la llamará el finde que viene o si el niño se quedó llorando el trigésimo cuarto día de colegio como hizo los anteriores. Por supuesto también están los directamente mal educados que llevan música sin cascos o que se dedican a ver vídeos de youtube o escuchar chistes mierdosos de cadena de wasap con el volumen puesto para todo el vagón. Y se ríen solos, mientras los demás les asesinamos con la mirada. Que no nos interesa tu audio de cinco minutos, imbécil. Que me da igual tu cuñado imitando a chiquito, el vídeo del menda con su opinión sobre cataluña o el hijo de tu prima balbuceando. Ponte unos putos cascos. Baja el volumen y pégatelo a la oreja. Haz lo que quieras, pero no nos “amenices” el viaje a los demás con tu mierda. En fin. Hay de todo.
Yo soy de las que van observando la fauna que la rodea y a veces, aprovecho a hablar por wasap o contestar algún correo. Pero sobre todo, observo. Me fijo en los zapatos de la gente. En los cortes de pelo de las chicas. En la ropa de los jóvenes. En los libros bajo el brazo de los culturetas. En los veinteañeros aún imberbes que se montan en Ciudad Universitaria y me hacen sentir una vieja depravada mientras noto cómo me crecen los colmillos.
También a veces me fijo en chicos al azar, que me gustan, me parecen guapos o me llama la atención su estilismo. El problema es que me he vuelto una solterona gruñona y a todos les encuentro defectos. Terribles defectos que imposibilitan que nuestro amor llegue a puerto. El primero, que la mayor parte de ellos ni me mira. El segundo, que se bajan en su estación o yo me bajo en la mía y obviamente, hasta nunqui, desconocido. Otras veces tienen cosas peores.
Por ejemplo, el otro día llevaba en frente a un progre con look estilo Malasaña, con pañuelo al cuello, gorra de tela y libro tipo sesudo sobre Descartes. Hubiera sido interesante si no fuera porque movía los labios al leer. A ver, hijo mío, no. De verdad que no. No se puede llevar el pack completo de cultureta de barrio hipster y luego no saber leer sin mover la boca como los niños pequeños. Es como un científico con bata blanca que cuente con los dedos. Pierde toda la seriedad.
O ese otro chico, tan guapo, con ese pelo tan brillante y los vaqueros medio caídos tan monos que llevaba el teclado del móvil con sonido. Y ahí, mirando la pantalla y sonando “tactacatacatacataca” cada vez que escribía algo. Y a ver no. Ya se me ha pasado el morbo de verte la goma de los gayumbos al oírte con el tacatacataca activado igual que mi abuelo.


De momento, me han renovado en el trabajo. Si Dios quiere, tengo otros tres meses por lo menos de seguir estudiando la fauna salvaje del metro de Madrid.  

4 comentarios:

  1. enhorabuena por la renovación! eso quiere decir que has hecho las cosas bien.
    yo en el transporte público también me fijo en la gente. y a veces también lo hago cuando como fuera. si hay por ejemplo un grupo de chicas, enseguida detecto quién es la líder, quién es la tímida...
    sí, lo de mover los labios al leer como si estuviera rezando o algo, no hace muy buen efecto. :D
    besos!!

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  2. Yo también soy muy de observar a la gente en los sitios públicos. Les miro los estilismos, sobre todo, y cada vez estoy más convencida de que hay gente que se viste a oscuras y por eso no saben ni qué están sacando del armario. Jajajaja. Besotes!!

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  3. Yo aprovecho el tiempo en el bus para comentar blogs o whatsappear. A mi tmb me parece odioso que todos tengamos que ir oyendo audios y vídeos ajenos. A mi me ha pasado cada cosa en el bus...

    Enhorabuena por tu renovación!!

    Un besito

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