domingo, 15 de enero de 2012

mi zen y el tipo que intenta jodérmelo

He perdido mi capacidad de enfadarme. Yo, que era conocida por mis accesos de furia, ahora soy un remanso de paz.
He llegado a la sabia conclusión de que los hombres no me hacen bien. Me irritan, como un urticante interno. Como si masticara ortigas o algo semejante. Y son ellos, porque me he pasado media vida con novio y cabreada, pero desde que vivo sola, apenas me enfado por nada. Todo me da igual. Pero muy iguaaaaaaaal. Así, como si me hubiera fumado un porro. Y no lo hago, que conste. 
El Ross, que puede que haya sido el hombre que más me ha llegado a conocer, siempre me decía que yo tenía días en los que necesitaba discutir. Y eso que con él discutía muy poco. Entre otras cosas, porque hacen falta dos y él pasaba de mis enfados. Así que básicamente yo entraba en trance iracundo y él me ignoraba con eterna calma.
Con el desequilibrado sí discutía. Y mucho. Cuando pasaba una semana sin discutir, me temblaban las piernas porque la guerra estaba por estallar. Como un caldo de cultivo, ahí, recociéndose. Y éramos de los que gritábamos, dábamos portazos y tal. Un show.
Y con mis otros novios, también he discutido en mayor o menor medida. Más bien en mayor, pero bueno.
Y antes de tener novios, discutía con mis compañeros cabrones de colegio, con mis amigos, con mis padres o familiares. O con el perro. El caso era montar gresca. Y me encendía por cualquier cosa. Todo hacía que me saliera humo por las orejas y echara arena para atrás como los mihuras.
Pero se ve que ya he discutido todo lo discutible con el mundo y me he cansado. O he agotado mi capacidad discutidora. O algo.
El caso es que ahora es dificilísimo hacerme enfadar de verdad. Vivo en un extraño estado de zen. Y aún en el caso de que alguien se esfuerce mucho en sacarme de mis casillas, suelto un bufido y vuelvo a mi estado de paz. El acceso de furia no me dura horas o días como antes. Y es una maravilla. Mi colon irritable lo agradece, desde luego.
Sin embargo, hay un señor de mi barrio que el universo ha enviado con el único fin de hacerme enfadar. Y como siga así, lo va a terminar consiguiendo. Y me voy a cagar en la puta como me saque de mi estado zen. Hombre ya.
El caso es que hace unos meses fui al médico con mi madre, no recuerdo para qué. Había un hueco para aparcar en la acera de enfrente del ambulatorio, donde hay un bar. En la puerta había un tipo gordo, sesentón, con bigote enorme tipo morsa. Yo me pongo a aparcar, ignorando sus instrucciones. Odio que me indiquen cuando aparco. Pero vamos, que dejo mi coche y cuando salgo, el tipo me dice:

-         Oye, niña, - empezamos bien con lo de “niña”.-  echa el coche más para atrás que lo has dejado muy pegado al de delante.

Yo miro, pero el coche está bien. Está perfecto, a la misma distancia del de delante que del de detrás, porque otra cosa no, pero aparco que te cagas. Así que le digo que no, que el coche está bien. El tío rebuzna y me insiste.

-         Que no, hombre, que no, que te montes ahora mismo y lo eches más para atrás.
-         Que no, que el coche está bien.
-         ¡¡Que no!! que hagas lo que te digo.

Aquí empiezo a entrar en crisis. A mí no me da órdenes nadie. Y menos un hombre un desconocido. Así que le contesto:

-         Que no me da la gana. Y que no tengo porqué obedecerle, coño. El coche se queda como está.

Y me fui con mi madre al ambulatorio mientras el tío seguía gruñendo.
Cuando salimos, el coche de delante, que deduzco que era suyo, estaba totalmente pegado al mío. Pero tocándolo. Y el menda en la puerta, así con media sonrisa maligna. Yo que lo veo, me río y le digo a mi madre en voz bien alta:

-         De verdad que la gente es gilipollas y no sabe en qué gastar en tiempo.

Pero me monto, arranco, meto marcha atrás y en la siguiente maniobra saco el coche, dejando al tío morsa con dos palmos de narices. Punto final del acceso de ira.
Pero, oh, cruel destino, el gordo tocacojones se vuelve a cruzar en mi camino hace pocas semanas. Estaba yo haciendo la compra en el mercamoñas. Llevaba mi carro hasta los topes, por lo que no era fácil manejarlo para alguien con mi escasa fuerza y mis ridículos brazos. Me acerco a las cajas y en esto que aparece mi archienemigo con su cesta. Pensaba dejarle pasar en un arranque de buena convivencia, dado que llevaba muy pocas cosas y yo un carro llenísimo. Pero el tío hace un quiebro que ni el Ronaldo o el Messi y se mete delante de mí en la caja, por las bravas. No puedo evitar que se me escape una sonrisa, pero no digo nada. Sin embargo, el tipo, decidido a discutir y a acabar con mi buen rollo, se da la vuelta y me dice:

-         ¿Qué pasa? Te veo ahí, dudando y me meto en la caja mientras tú te lo piensas.
-         Vaaaaale. – digo sin dejar de sonreír.
-         Hombre, es que no se puede estar ahí, que no sabes para donde vas.
-         Sí sé donde voy, pero no ahora, si no en general en mi vida. Sólo que el carro pesa mucho y cuesta maniobrarlo. Pero vamos, que me la pela.
-         Que no, niña, que no, que estabas ahí, dudando. – repite.
-         Qué sí, que me da igual. – digo mientras empiezo a poner mi compra en la cinta.
-         ¿Cómo has dicho? ¿Qué tengo mucha cara?

Yo, me empiezo a descojonar. Si su finalidad en la vida es mosquearme, lo hace de puta pena, oiga, pruebe a buscar otro objetivo.

-         Nooooooo, he dicho que me daaaaaa iguuuuuaaaaaal. – trato de vocalizar muuuuuchooooo. Por si acaso somos lentos mentalmente.
-         No, has dicho que tengo cara.
-         Pues vale.
-         Hombre, es que ya es el colmo, ¡que tengo cara, dice! – y eleva el tono, para que le escuche un público inexistente.

Y a todo esto, sin poner sus cosas en la cinta para que la cajera las pase y se las cobre. Yo, harta ya, no puedo por menos que decirle, con toda mi calma, mi zen y mi sonrisa:

-         Ay, por favor, qué pesado es usted.
-         ¡¡Encima me dice pesado!!
-         Ay, Señor bendito. – respiro hondo. -  Ponga usted sus cosas para que se las cobren de una vez. ¿No tenía prisa? ¡Pues venga! Pague y váyase.
-         Hombre, es que me has dicho que tenía cara y ahora que soy pesado.
-         Jodeeeeeer. Y sí es pesado usted, sí. Vamos, hombre, que está la chica esperando para cobrarle.
-         Pero es que…
-         ¿No tiene usted mujer o nietos o alguien a quien dar la brasa y dejarme a mí en paz? Que si no los tiene, yo lo entiendo, ¿eh?


El tío se dio por vencido al ver que la cajera no podía aguantarse la risa y que yo no me alteraba ni un pelo. Así que sin dejar de refunfuñar, pagó y se fue. El muy cansino.
Pero yo sin enfurecerme como habría sido normal en otro momento. Yo tan calmada que ni me lo creía. Definitivamente, estoy en un periodo maravilloso. Me encanta esto de estar soltera. Los hombres no me hacen ningún bien, me hacen perder mi zen.

9 comentarios:

  1. muahahahaha, que hartón de reír! me ha encantado lo del tio morsa! vaya tela marinera...
    Aixxx que feliz se te ve con Ross, el hombre de tu vida.
    Un besito para los dos, y las morsas bien lejos, oye, jajajajajja

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  2. Noia, el Ross es mi ex. Y puede que fuera el hombre de mi vida, pero lo fue hace años. Así que si le mandas besitos creo que no le van a llegar. Yo sigo soltera, soltera. Pero empedernida!
    un beso.

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  3. jajajaj ves? ni el tío morsa te saca de tu zen. Si después de buscar gresca en el mercamoñas no lo consigue, nadie lo hará!!! SuperNaar contraataca a base de paz!!! jajajaja
    Besos, preciosa.

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  4. Hostia Naar, vaya metedura de pata, pensaba que Ross era tu gato, pero ahora recuerdo que se llama Ron, verdad?
    Joder, me estoy riendo de mi misma ahora, muahahahahaha, lo siento, jejejejeje, hostia, retiro lo de besitos para Ross, :D

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  5. Mi vecino de arriba es un tormento de los malos. Entre sus grandes "virtudes", está la de vivir obsesionado con los aparcamientos. Cabe señalar que vivo en un pueblo y lo que sobra es sitio, pero a él le da lo mismo. Suele comentar que el único que sabe aparcar es él y tiene la santa manía de pegarnos el coche. Cualquier día alguien se va a cansar, metiéndole una buena hos, porque como paga el seguro, les va a dar lo mismo.

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  6. Bravo Naar. Si te vuelve a pasar junto a la caja le dices que se le olvidan las cuchillas de afeitar, ésas que suelen estar ahí. Y le regalas una de color rosa. Que seguro le encantan. Qué gente, de verdad.

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  7. Qué tío más raaaaro... me da miedito. Me ha encantado como lo has llevado, con una sonrisa y sin entrar en su juego.

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  8. Me he reído mucho, pero a mí un tío como ese me saca de mis casillas rápido.

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  9. Pues está bien eso de tener el zen subido... que yo ahora mismo ando estresaíta perdía y ni zen, ni ná.

    Besines guapa!

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