martes, 28 de febrero de 2012

de Mordor a Salamanca

El otro día vino Pa a pasar la tarde conmigo. Estaba un poco depre y agobiada. Ella, digo, no yo. Yo en general me mantengo en un estado de pasotismo feliz, intercalando  momentos eufóricos de bailar por casa con otros de insanas tentaciones de tirarme a las vías del metro. Pero eso es otra historia.
El caso es que para huir de nuestras realidades frustrantes y del miedo al fin del mundo, Pa propuso que nos fuéramos un fin de semana fuera de Madrid. Y yo acepté encantada. Así que empezamos a barajar posibilidades. Sólo conduzco yo, así que no puede ser muy lejos. Y no tenemos mucha pasta, así que no puede ser muy caro. Total, que empezamos a decir sitios y a pensar cosas que hacer. Molaría montar a caballo. Molaría hacer una excursión. Molaría visitar tal sitio o tal otro.  
Tras un rato de divagar, me dice:

-         Bueno, sabes qué, me gusta esa idea.
-         ¿Cuál? Hemos dicho veinte sitios y mil planes.

Pa tiene tendencia a creer que oigo sus pensamientos y a veces me habla como si siguiera el hilo de los mimos. Y a veces, hasta lo consigo, pero no era el caso.

-         Sí, hombre, ese sitio que has dicho… ese… ¡¡Ese!! – me decía.
-         ¿Pero cual?
-         Joder, Naar, ese, el que has dicho… el de… mmmmmm… ese que sonaba como no se qué de las hordas…
-         ¿Hordas? ¿qué hordas? Como no sean las de Mordor…
-         Sí, eso, algo de Mordor.

Vale, también hace unas relaciones mentales extrañas para los que no están familiarizados con ella. Yo estoy bastante acostumbrada, pero aún así, consigue desconcertarme.

-         ¿Mordor? Pa, te juro que no he dicho nada de Mordor.
-         No, pero sonaba parecido. Y quiero ir a ese sitio.
-         ¿A Mordor?
-         Sí, a montar en orco.

Mientras yo sufría un cortacircuito y ella se reía, traté de volver a retomar una conversación normal, pero cuando Pa entra en crisis, se hace complicado.

-         A ver, Pa, vuelve a la tierra.
-         ¿A la Tierra Media?
-         No, so friki, a la tierra de verdad.
-         Bueno, yo quiero ir al sitio ese que suena parecido. A ese de las Hordas de Mordor. Y si podemos montar en orco, mejor.

Al final, tras mucho indagar, descubrí que se refería a las Hoces del Duratón y a hacer una excursión a caballo. No creo que nadie me culpe si un día de estos la estrangulo un poco. Total, que yo empecé a buscar alojamiento en Mordor y excursiones en orco.  
Pero al día siguiente me llama por teléfono.

-         Naar, he pensado mejor lo del viaje.
-         Vaya por dios, ¿y ahora qué quieres?
-         No quiero ir a Mordor. Quiero ir a Salamanca.
-          Bueno, vale. ¿y ese cambio?
-         Salamanca tiene más marcha. Y estudiantes, muchos estudiantes.
-         O sea, que prefieres montar en estudiante que en orco.

Claro, vaya usted a comparar.
Total, que andamos de preparativos. He tratado de convencer a Anita de que viniera, pero al final no puede. Y me fastidia mucho, porque me lo paso bomba con ella y podríamos hacer un buen trío. De amigas, no seáis cochinos. Pero bueno, por esta vez tendrá que ser un dúo.
Conclusión, este fin de semana habrá dos piradas a la caza del estudiante buenorro por Salamanca. Orcos abstenerse.  

domingo, 26 de febrero de 2012

respuesta


La entrada anterior la escribí el viernes de madrugada, un poco tristona en general. No por nada concreto, sólo lo de siempre, las hormonas revueltas, cierto malestar físico, una semana un poco frustrante y tal. Aún así, traté de tomármelo con un poco de humor y autocrítica, como suelo hacer.
Pero alguien, tuvo a bien contestarme con esto: Yo aquí lo único que veo es lloriqueo inmundo, ya tienes una edad para poder reflexionar y corregir tus pensamientos escritos. Espero que digas en broma lo de buscar un chico para los viernes. Es típico de las mujeres utilizar a los chicos como payasos de circo. Pero cuidado, puesto que esa conducta tiene sus consecuencias. Un saludo y cuídate la depresión.
Y en el momento, a parte de mis defensoras, le contesté con educación y calma. Porque pretendo que nadie estropee mi zen. Pero luego lo he estado pensando detenidamente. Y tengo unas cuantas cosas que puntualizar al respecto.
La primera, como dije en el comentario de respuesta, es que creo que cuando uno visita el blog de alguien debe ser educado. Que hoy en día hemos confundido la sinceridad con la educación. Si uno va de visita a casa de alguien, no está bien que diga todo lo que se le pase por la cabeza. Hay un filtro maravilloso que se usa para discernir lo correcto de lo que no lo es y se llama cerebro. Úsenlo y hagan un bien a la sociedad. Si, siguiendo con el ejemplo, uno visita la casa de un amigo, no debe decir “joder, qué salón tan feo has puesto”. Puede decir algo agradable de los detalles que sí le gusten. O simplemente, callar y sonreír, máxima de la buena educación. Porque si no, no se es sincero, se es un gilipollas. Y no pretendo con esto como se ha insinuado que todos lo que comenten me hagan la pelota. Yo tolero muy bien las críticas. Y en todos los años que llevo en el mundo blog, he tenido muchas diferencias de opinión con la gente. Hemos hablado y puesto puntos de vista en común. Porque debatir es una maravilla. Desde el respeto, siempre desde el respeto.
Una vez puesta la buena educación por bandera, diré otras cuantas cosillas.
La primera, que es la única que realmente me molesta a nivel personal, diré que lo del lloriqueo inmundo se lo podía haber ahorrado. Creo que ni en los peores momentos que he pasado (y los seguidores de este blog y del anterior habéis sido testigos de algunos de ellos) he lloriqueado. Porque no es mi estilo. Yo no lloro en general y mucho menos “lloriqueo”. Jamás en mi vida lo he hecho. Y lo de la inmundicia simplemente sobra. Ni qué decir de aquello de que ya tengo una edad para reflexionar. Porque si algo hago yo en esta vida, es pensar, meditar, reflexionar. Y la edad, desde luego, ha jugado en mi favor, dándome mayor capacidad crítica.
Por último, me queda lo más gordo del asunto, la idea de que es típico de las mujeres usar a los hombres como payasos de circo. Por una vez en la vida y sin que sirva de precedente me voy a poner feminista. Y eso que yo no me considero ninguna defensora de la causa. Soy la más crítica con las actitudes puramente femeninas. Mi amigo Seis siempre dice que tengo una misoginia encantadora. Cosa que tampoco es cierta. Pero vamos, con esto quiero decir que no soy feminista ni de lejos. Pero este comentario me huele al más rancio machismo que no permite a una mujer hacer lo que por otra parte, llevan haciendo los hombres desde tiempos inmemoriales.
Yo nunca he tratado a nadie como a un payaso de circo. He tenido novios, a los que he tratado siempre con cariño, respeto y generosidad. Les he cuidado y he atendido sus necesidades y deseos lo mejor que he sabido o podido. He sido leal y buena compañera. Les he apoyado y comprendido hasta cuando no estaba de acuerdo o iba en contra de mis propios intereses. Me he dejado media vida en ellos, dejando por el camino muchos de mis deseos, mis planes, mis sueños. Y a veces me arrepiento, pero luego pienso que volvería a hacerlo, porque lo hice con el corazón.
También he tenido otros chicos, que no eran novios. Eran aves de paso, como dice Sabina. Y a esos también les he tratado con respeto y cuidado aunque no me haya comprometido con ellos. Porque hay que sentar las bases. No todo el mundo quiere amor eterno. Hay gente con la que estás para compartir besos, risas y un tiempo limitado. Y además tiende a ser algo recíproco, las calles suelen tener doble sentido en estos temas. Yo, por si acaso, siempre he dejado las cosas claras. Que si no somos novios ni tenemos una relación seria, no le debo nada. Y él a mí tampoco.  
No seamos hipócritas, ¿quién no tuvo una relación de esas que son sólo para ratos? O acaso, este señor que me comenta se enamoró perdidamente de cada mujer que pasó por su vida y le entregó cuerpo y alma sin pedir nada a cambio. Si es así, oye, mis respetos. A él y a la sufrida merecedora de tanto amor y pasión desmesurados.
Pero yo no. Me confieso culpable y pecadora. Amante esporádica de diversos hombres. Fulana y golfa digna de la hoguera y el apedreamiento en la plaza pública. Aunque creo que pocos tienen quejas al respecto. No creo que ninguno vaya lloriqueando inmundamente como él dice, lamentándose de que echáramos unos cuantos polvos sin compromiso, nos riéramos, los pasáramos bien y no acabáramos nuestra historia con matrimonio e hijos.
Además, aquí surge mi reivindicación feminista. Si un tío dijera (aunque fuera medio en broma como lo hice yo) que quiere una novia para los fines de semana porque a veces se siente solo… ¿quién se atrevería a decirle que lloriquea inmundamente y a acusarle de tratar a las mujeres como payasos de circo? Más bien me temo que, en el peor de los casos, le dijeran así con tono de guasa como “jo, tío, que cabrón”. Y hala, se acabó. Porque claro, no sería tan terrible y humillante como si lo hace una mujer. Si un chico sale un día y se enrolla con alguien, está bien. Si lo hace una chica, es una puta. Porque a las mujeres siempre se nos ataca por el flanco débil. El de que somos putas, golfas, guarras, ligeras de casos. Libertinas de un modo u otro. Y eso es imperdonable.
Que conste, que yo no defiendo que alguien trate a otro alguien como mono de feria y le utilice vilmente en su propio beneficio, pasando por encima de sus sentimientos. Jamás haría eso. Pero ¿qué hay de malo en una relación esporádica? ¿en compartir ratos de pasión o de compañía sin querer un futuro juntos? ¿qué hay de malo en ser amantes a tiempo parcial? ¿qué hay de malo si ambos lo quieren y lo aceptan? ¿por qué todo tiene que ser blanco o negro, amor o nada, matrimonio y compromiso o nada? ¿por qué si una relación no es seria implica que alguno de los dos sea un payaso de circo? Me toca los ovarios el tema, lo reconozco.
Además yo creo que para poder querer a otro, se debe querer antes uno mismo. Porque si no, lo que se crea es dependencia y parasitismo. Por eso yo llevo más de un año totalmente sola. Porque no estaba ni estoy preparada para compartir con alguien. Necesito tiempo para estar sola. Para lamerme las heridas y reconstruir lo que precisamente esos hombres en los que tanto he puesto me han destrozado. Pero no les culpo ni acuso diciendo que sea típico de los hombres hacer esas cosas. Porque me joden las generalizaciones. No es típico de hombres o de mujeres hacer las cosas. Es de gente capulla que las hace. Y punto.
Ah, y deprimida he estado. Hace tiempo, cuando por cierto daba mi vida por un tío que no me quería. Cuando entregaba cuerpo y alma en una relación que no iba a ninguna parte. Pero ahora no, ni mucho menos. Ahora soy feliz. Feliz de veras. Me levanto con una sonrisa y tengo ganas de vivir. Me gusta mi vida. Y que a veces me queje o gruña o proteste no significa lo contrario. Significa que me apetece hacerlo y como este es un país libre que ofrece la posibilidad de expresarse y hacer lo que a uno le venga en gana si no hace daño a otros, lo hago. Me quejo. Y protesto. Y pataleo si quiero. Y no va a venir nadie, ningún hombre amargado, resentido o machista a decirme lo contrario. A decirme que lloriqueo inmundamente, a juzgar si estoy haciendo bien o mal, a decirme que uso a los hombres y a soltar amenazas encubiertas con aquello de Pero cuidado, puesto que esa conducta tiene sus consecuencias. Porque no me sale de las narices. A mí nadie, absolutamente nadie, me va a volver a dar una orden ni a amenazar en lo que me queda de vida. Faltaría más.
Y ahora, hala, que me den ostias hasta en el cielo de la boca si quieren. Que me trae al fresco y no pienso volver a pronunciarme al respecto. Porque ya lo he dicho todo y como lo digo yo siempre: bien clarito.

sábado, 25 de febrero de 2012

No me gustan los viernes

Me deprimen los viernes. Sé que es raro. A la gente normal le dan mal rollo los lunes, que hay que volver a madrugar y al trabajo. O los miércoles, que ya estás hasta las narices pero aún queda bastante para el fin de semana. Incluso conozco montones de depresivos domingueros. Mi amigo A. es el mayor exponente de esto. Todos los domingos está de bajón y lo ve todo negro y horrible. Por él, escribiría notas de suicidio dominicales. Pero luego se le pasa, claro. Yo antes me preocupaba, le llamaba, hablaba con él durante horas tratando de animarle mientras él ejercía de calimero. Ahora le digo siempre lo mismo: “nene, esto es lo de todas las semanas. Mañana se te ha pasado, así que deja de hacer el moñas y vete a la cama.” Fin del asunto.
Pero como decía, a mí me dan chungo los viernes. Suelo quedarme en casa, entre otras cosas porque sé que voy a estar de mal rollo. Y claro, eso no ayuda. Es la pescadilla estúpida que se muerde la cola. Porque me quedo sola y me da por dar vueltas a la cabeza. Y es el único momento en el que echo de menos tener compañía.
Otro amigo mío, Ortiz, siempre decía que él quería una novia para los domingos. Sólo para los domingos. Para ir al cine, pasear y hacer cosas románticas. Esas cosas típicas de pareja y de domingo.
A mí me pasa algo parecido en versión viernes. Echo de menos tener alguien con quien hacer planes, con quien quedarme en casa viendo la tele, charlando o lo que sea. Poder acostarme tarde, pero acompañada. Y es raro, porque me he acostumbrado tanto a la soledad, que la gente me suele molestar. Y el resto del tiempo ni me planteo que pudiera haber alguien por mi casa dándome el coñazo. Pero los viernes son odiosos y yo me pongo calimera. Oh, pobre de mí, que estoy solita y abandonada. Ojalá tuviera un novio que me quisiera. Oh, pobrecita yo.
Los sábados suelo hacer planes o estar más calmada. El mi día de limpiar, hacer cosas y salir por la noche. Y los domingos me gustan para mí. Para cosas tontas como ponerme mascarillas en el pelo, tardar horas en ducharme mientras escucho música, bailotear por casa, leer y escribir. Me gustan, porque es día de relax y de no contar ni con mi sombra. Al contrario que los estúpidos viernes, los domingos no echo de menos a nadie. Me encanta estar sola y ni me planteo que alguien pueda interrumpirme. Y el resto de la semana estoy ocupada en mis cosas y mi rutina como para pararme a pensar en nada o en nadie.
Pero odio los viernes. Al menos los que me quedo en casa. Tengo que empezar a hacer algo productivo con ellos. O encontrar a otro loco de la pradera que quiera una novia de viernes. Sólo de viernes, que el resto de la semana ya estoy ocupada con la persona más importante de mi vida: yo.

jueves, 23 de febrero de 2012

hablando sola

Todos a veces hablamos solos. Es una tendencia humana. Necesitamos comunicarnos y en caso de falta de interlocutor, nos apañamos con nosotros mismos.
El colmo llega cuando vivimos solos. Yo he llegado a un extraño punto en el que me contradigo, me cuestiono y me regaño. Porque nadie más lo hace. Y he llegado a la conclusión de que uno de los peligros de vivir sola es que todas las majaderías que se me ocurren me parecen ideas brillantes. Y claro, nadie me dice lo contrario o me trata de disuadir de un plan absurdo. Nadie me dice “no es una buena idea, so chalada”.
Así que trato de ser lo más imparcial posible y no me dejo autoconvecer por mis locuras. Suelo darme una buena explicación antes de dejarme arrastrar por mi montaña rusa emocional. Y procuro mantenerme a raya. 
Pero a veces no me convenzo y se dan casos raros: “debería dejar de comer chocolate. Claro, que el chocolate es sano. Bueno, sano-sano igual no… pero me alivia el dolor de la regla. Y es mejor que atiborrarme de ibuprofeno. Sí, es mejor. Así que comeré un poquito más. No, espera ¡¡No!! No más chocolate. Basta. Venga, guárdalo. Aunque claro, es lo primero dulce que como en todo el día. Y tampoco pasa nada. Qué más da, total, no engordo y no me salen granos. ¡Qué no, hombre, que no! Deja de buscar excusas, tía. Y llévate el maldito chocolate a la cocina. Bueno, un poco más. Un poquito sólo. ¡¡Que no!! Que no comas más, que te va a doler la tripa.” Y así en bucle infinito.
También hablo con en gato, claro. y hablar con los animales es normal. Relativamente. El problema empieza cuando abres la puerta de casa y lo primero que dices es “hola mi amor… ¿qué tal el día? ¿qué estabas haciendo?” y él me mira y maúlla, lo que en realidad significa: “soy un gato, ¿qué crees que hago? ¿resolver misterios? ¿meditar sobre Nietzsche?  ¡Estaba tomando el sol en la terraza!
En fin, soy una loca de la pradera… pero seguro que los demás también habláis solos. O no. No sé. ¿Tú que crees, Naar? Yo creo que sí. ¿Verdad? Claro. Pues eso.

domingo, 19 de febrero de 2012

disfraces confusos

Hace muchos años que no me disfrazo. Creo que desde que era adolescente.
Además no me ha gustado mucho nunca. Mi madre dice que tengo un sentido del ridículo demasiado elevado. Pero tampoco me lo dice muy alto, porque sabe de sobra que lo he heredado de ella. Y es que de pequeña me repateaba disfrazarme. Me sentía ridícula. Y además, ¿de qué te disfrazas sin gastarte una pasta? pues de cosas cutres. De mierdas que tienes por casa y ya no usas. De trapos que te cose la abuela. Y luego te pintas un poco como un payaso y hala, ya estás disfrazado. Pues no.
Y vamos a ver si me explico, que a mí me encantan los trajes de época. Así en plan medieval, los barrocos, los románticos. Me muero por todos ellos. Pero los buenos, los de las pelis. No los que venden en los chinos, claro. Pero para eso no hay quien tenga presupuesto. Así que cuando yo era pequeña (y ni siquiera existían las tiendas de chinos) mi madre era del plan de ¿quieres ir de medieval? No hay problema, con un trozo viejo de colcha se hace un apaño. Y yo me sentía muy patética.
Además, puede que yo sea muy rigurosa para casi todo en la vida, pero coño, es que hay cosas que no. Una no puede ir vestida de princesa y con los zapatos azul marino horrendos del colegio. ¿Qué clase de princesa se permitiría ir con ese adefesio de zapatones que parecen los de Frankenstein? O de griega, pero con el jersey de cuello vuelto debajo de la túnica que se ha hecho del retal de unas cortinas. ¿Qué griegos has visto tú en las películas que fueran con jersey debajo? Y es más, con el jersey beige del colegio. Porque como yo llevaba uniforme, todo se tenía que arreglar con los zapatones azul marino o los jerseys y polos beiges.
Total, que así no hay quien se disfrace. Lo único bueno, es que cuando llegaba al colegio, toda cabreada con mi disfraz cutre y veía a mis compañeros, me consolaba como una tonta con lo del mal de muchos.  Porque allí íbamos todos con lo mismo: retales, cosas viejas, el jersey beige debajo y los zapatos azul marino feos.
Total, que salvo excepciones que igual un día cuento, no he sido nunca partidaria del disfraz. Pero por alguna razón, este año los días raros me persiguen. Mira que salgo poco, y aún así, todas las noches que tienen algo peculiar y gente disfrazada, allá voy yo a meterme en harina.
La primera fue el día de la marcha zombi. Por casualidades de la vida, terminé en un pub heavy donde se hacía muy complicado distinguir a los que iban disfrazados y a los que simplemente eran así. Un amigo de A. y yo nos pasamos media noche haciendo apuestas tipo “Ese es gótico.” “No, ni de coña, es disfraz, ese mañana se pone traje y corbata.” El colmo llegó cuando A, con su chupa de cuero y su melena rubia al viento,  nos dijo sonriente que un tipo ensangrentado, un vampiro y una muerte estaban repartiendo chupitos de gelatina con sabor a mojito.
La segunda fue la noche de Halloween, que extrañamente, terminé con la misma gente que cuando la marcha zombi, pero esta vez en un bar normal. Y de nuevo la duda, ¿esas medias rotas enseñando todos los muslámenes son disfraz o moda? ¿esa tía se pintará los ojos así siempre o es por ser hoy?
Y para colmo, salí anoche, que era carnaval. Traté de vestirme lo más discreta que pude, porque nunca se sabe. Que igual una se ve monísima y alguien va y te dice, “oye, qué divertido tu disfraz de puta”. Porque ayer de nuevo había muchas dudas. Muchas tías que te preguntabas si el fin de semana que viene se pondrán cosas tan raras o si era un intento de disfraz. Si era maquillaje de fiesta o sólo se le había ido un poco la mano. Si tienen mal gusto o es que iban de algo. Muy confuso todo, oyes.

jueves, 16 de febrero de 2012

La bici de mi padre

Muchas veces he hablado de mi lamentable estado de forma. Soy una vaga redomada. Y gracias a que tengo buena genética y a mi tendencia a estar delgada, no parezco un saco de lorzas. Pero los años no perdonan y cada vez tengo más cuerpo escombro, con el culo más blando y los muslos más celulíticos. Así que tras darle muchas vueltas, hace poco llegué a una solución relativamente buena. Mi padre tiene una bicicleta desde hace muchos años abandonada en el trastero. Y montar en bici no es mi pasión, pero me enfada menos que cualquier otro deporte. Y contando que ya tengo el artefacto necesario, es gratis, que en los tiempos que corren es lo más importante.
Total, que hace poco traté de convencer a mi padre de que me cediera su bici en usufructo. Total, él hace años que no monta. Y yo puede que me haya olvidado de cómo se hace aunque hay quien asegura que eso no se olvida. Pero quiero comprobarlo. Muy empírica que es una.
Lo malo es que en un arranque sicótico  de orden de los que sufre mi madre bastante a menudo, la había desmontado y guardado. Pero aún así, no desistí de mi empeño. Lo peor es que mi padre teme a tres cosas en el mundo: una es que yo me vuelva a echar novio. Teme (con razón) mi inercia hacia hombres inadecuados. Otra es gastar dinero, mi padre es roñoso por naturaleza y la crisis ha agudizado su instinto ahorrador. Y la última es hacer cosas con herramientas. Todo lo que conlleva coger un destornillador le crea ansiedad. Si fuera por él, cada vez que mi madre dice que quiere hacer algo en casa, saldría corriendo calle abajo gritando y agitando los brazos como un poseso.
Lo que pasa es que yo compenso casi todos sus temores. Llevo más de un año soltera y sin relaciones destructivas de cualquier tipo. Creo que por las noches reza para que siga así y por eso no se me acerca ningún tío. Además yo soy de poco gastar y me he convertido en la reina del bricolaje, lo que le ahorra tener que hacer cualquier cosa en mi casa o en la suya. Así que suele ceder a mis deseos por tal de que siga cumpliendo sus tres sueños. Por eso cuando le comenté lo de la bici, accedió. Vale, tenía que montarla, pero es gratis, le ayudaría yo con mis herramientas y no me apuntaría a un gimnasio a gastar y de paso, a codearme con hombres musculosos y chungos. Todo ventajas. De no ser porque hay que montarla. Y eso de hacer cosas no va con mi padre. Así que pensó que se me olvidaría, porque la constancia no es una de mis virtudes. Y mi padre piensa que si consigue hacerse el remolón el tiempo suficiente, igual pierdo el interés y se ahorra el hacerlo.
Sin embargo, dos semanas después, yo sigo sin bici y creyendo que es un buen plan. Así que el otro día volví a la carga:

-         ¿Papi? – tono meloso de petición.

Y se le veía en la cara: Oh, mierda, oh, mierda. Me va a pedir algo. Que no sea dinero. No, mejor, que no sea que se ha echado novio, por favor, que no sea que se ha echado novio.

-         ¿Siiiiiiiii?
-         Papá, ¿te acuerdas de lo de la bici?
-         Ehhhh… - bueno, podría ser peor. – sí, claro.
-         ¿Y por qué no la has montado?
-         Porque… porque… - rápido, busca una excusa. – Porque hace frío. Y no vas a salir con este frío por ahí a pedalear, ¿a qué no?
-         Pues no lo sé. Pero vamos, que han dicho que va a mejorar el tiempo. Deberías montarla en estos días.
-         Huy, quién sabe. Febrero está muy loco. Lo mismo ahora hace bueno y luego hace malo otra vez…
-         Ya, y después vendrá la primavera y luego el verano. Y luego el otoño otra vez.
-         ¿Eso significa que ya no quieres la bici?
-         No, papá. Significa precisamente que sí la quiero. Móntala, papá. O tendré que comprarme una nueva.

A veces hay que hacer uso de la artillería pesada: comprar una nueva implica gastar dinero. Así que por mucho que le fastidie, prefiere montar la suya. De nuevo accedió a regañadientes y se supone que en este fin de semana se pondrá a ello. Con un poco de suerte, en verano tendré bici. Eso sí, no garantizo que sea este verano, si no alguno en el futuro.  Y eso contando con que siga dándome al bricolaje, que no haya ningún gasto imprevisto y, desde luego, que no me eche novio. Me sale cara de cojones la bicicleta vieja, oiga.

martes, 14 de febrero de 2012

Reflexiones y críticas sobre el amor el día de san Valentín

Con frecuencia me sorprendo de la facilidad de algunas personas para “enamorarse”. Y lo pongo entra comillas porque dudo, francamente, que eso sea amor.
Yo soy de las que creo que una persona, con suerte, se enamora de verdad una vez en la vida. Dos, como mucho, muchísimo. El resto de las veces, se puede querer, claro. Yo he querido mucho. Y a muchos, lo que es peor.
También creo, porque soy así de raruna yo, que el amor es algo que se construye con el tiempo.  Que lo del principio es pasión, locura, enchochamiento. Pero que eso se pasa pronto. Y si cuando se pasa, no queda nada, mal vamos.
Si por el contrario, cuando la novedad deja de deslumbrarte sigues teniendo ganas de estar con esa persona, de mimarla, de cuidarla, de renunciar a cosas por ella, de ceder y de trabajar por una vida común… tienes una remota posibilidad de que salga bien.
Y vale que yo soy una descreída, que estoy resentida con los hombres y que he tirado la toalla respecto al amor. Que sólo la palabra me sienta como una patada en los cojones. Pero es que hay cosas que me sacan de quicio.
Una es la especie de moda de decir “te amo”. Tendría que hacer memoria para saber si he dicho yo eso así alguna vez, tal cual: te amo. Aún flipo cada vez que lo oigo. Y sé que tiene una explicación racional por la influencia de la inmigración. Los sudamericanos sí usan esa expresión y a fuerza de oírsela, la hemos normalizado. Pero vamos, que si cuando yo era adolescente alguien llega a decir “te amo” a otro, le esperamos a la salida para zurrarle la badana. Por moñas. 
Y encima no es que uno diga “te amo” cuando realmente lleva mucho tiempo con esa persona y tiene una relación estable y seria. No. ¡Es que lo dicen a los tres días de estar juntos! Y vuelvo a echar cuentas. Yo llevaba meses con el memo de mi primer novio cuando me dijo que me quería. Y yo no se lo dije nunca, pero eso es otro tema. Con los demás novios que he tenido, se han dado diversos casos, pero siempre se puede resumir en meses de relación antes de dar el estúpido paso de decir “te quiero”. Y repito: te quiero. Nada de esa ñoñez del “te amo”. Pero bueno, el caso es que se espere un tiempo prudencial. Que hoy en día no sabemos tomarnos las cosas con calma. Así pasa. Que lo hacemos todo tan corriendo, que se acaba en seguida. Todo rápido: conoces a alguien, te lo frunges, le dices que le quieres, te prometes matrimonio y amor eterno y le dejas. Así, en cosas de unos días. Pa’ qué perder tiempo.
Y otra cosa de las que me dejan alucinada de hoy en día es lo de pedir matrimonio. Ves a niños de instituto que se dicen (o escriben en redes sociales y demás) “te amo, quiero casarme contigo”.  Y yo alucino pepinillos. Me dan ganas de gritarles que son unos jodidos críos, que ni aman, ni saben nada. Y que se dejen de chorradas y vivan la vida, que antes de lo que se creen tendrán treinta y se preguntarán qué ha pasado con sus mejores años. Y luego miro atrás de nuevo. Cuando yo era adolescente sólo pensaban en boda las niñas cursis que tenían grabado el cuento de la cenicienta y soñaban con vestirse de merengue. Los demás ni nos lo planteábamos. Y puede que yo sea un caso perdido. Dos veces en mi vida se me ha pedido matrimonio. Y las dos han tenido el mismo resultado. Pero es que cuando se lo oigo a gente súper joven o a parejas que llevan tres meses, me dan los males. ¿Es que la gente es estúpida? Si llevas pocos meses, estás encoñado perdido. Pero no es amor. Y no tienes ni jodida idea de quién es la otra persona. No la conoces de nada. Tú espera años, convive, acepta sus defectos, pelea, lucha, agótate, decepciónate. Y después, si sigues queriendo, te casas. Pero a los pocos meses es de gilipollas pensar en boda. Porque así pasa, que la mitad de los que se prometen, no llegan al altar o al ayuntamiento o a donde se quiera casar cada uno. No llegan ni a la vuelta de la esquina.
Para colmo de mis males, nunca he sido muy de hacer demostraciones públicas sonadas ni de hacer aspavientos. Es decir, a mí no me importa besar, abrazar o dar la mano a mi pareja en cualquier sitio. Soy, o más bien era una persona cariñosa. Pero sin empachos. Y sin teatro. Cuando yo quiero, la persona en cuestión lo sabe. No me hace falta que se enteren los chinos. Y hoy en día la proliferación de las redes sociales y de la publicación constante de la vida íntima hacen que la gente cante las alabanzas de sus amores como si tal cosa. Que publiquen sus sentimientos como si eso los hiciera más grandes, más importantes, más fuertes. Sin darse cuenta de que lo que se muestra demasiado se convierte en superficial en el mejor de los casos. O en ridículo cuando cada poco tiempo se cambia el estado del feisbuc o se habla del profundo amor hacia gente distinta.
En fin… que cada uno puede hacer con su vida y sus sentimientos lo que quiera. Puede decir “te amo” a todo el que pasa por la calle. Puede creerse profundamente enamorado todas las semanas. Puede salir al balcón y gritar a los cuatro vientos sus hondos sentimientos hacia el vecino. Que allá cada cual con su historia.
Puede que todo esto sea porque yo he perdido mi capacidad de ser dulce, tierna y cariñosa. He perdido mi capacidad de creer en los hombres, en las parejas y en el amor. He perdido las ganas, las fuerzas. Y por extensión, todo lo que se le parece me provoca rechazo. Y puede que algún día cambie de opinión. O no, me da lo mismo. Soy mucho más feliz desde que estoy sola de lo que fui en muchos años de relaciones. Así que de momento, Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy. A pesar de todo.

domingo, 12 de febrero de 2012

meme 3 x 3

Noia de Vidre me pasa un meme y como me gustan bastante (cada uno tiene un vicio, qué pasa) pues lo hago y espero que los nuevos destinatarios, se animen también.

3 lugares en los que has estado y te gustaría volver a estar:

- Cuba, en especial La Habana.
- Suances
(Cantabria)
- Sevilla.

3 motivos por los que te gusta formar parte de la blogosfera:
- Me gusta escribir y creo que si alguien lo lee, mejor. A alguien le tengo que contar mis cosas, pero vivo sola.
- He encontrado gente estupenda y he hecho auténticos amigos.
- Me sirve como terapia. Contar las cosas hace que las relativicemos.

 3 libros favoritos:

-         Demian, Herman Hesse.
-         El nombre de la rosa, Umberto Ecco.
-         La elegancia del erizo, Muriel Barbery.


3 cosas que te gustaría hacer y que todavía no has hecho:
- Escribir un libro.
- Tener un romance largo con un extranjero guapo.
- Ganar la lotería. (nota mental: comprar lotería)

3 cosas que te alegran el día:
- Los cabezazos, ronroneos, lametones y manotazos matutinos de Ron.
- Levantar las persianas y ver que hace sol.
- Recibir mensajes o comentarios positivos.

3 palabras que te definan:
- Cabezota.
- Independiente.
- Indómita.

3 sitios donde no has estado, pero te gustaría visitar:
- Francia.
- Escocia.
- Nápoles.

3 de tus comidas favoritas:
- Pan con tomate y jamón.
- Patatas fritas y filete empanado.
- Pasta.

3 olores que te gusten:

- Jazmín.
- Lilas.
- Limón con clavo.

3 sueños:

- Tener un trabajo que mole.
- Viajar con amigas.
- Tener un albergue o una casa enorme para acoger montones de animales.

3 personas:
- Mi madre y mi padre. (son dos, pero cuentan como un pack)
- Pa y Anita.
- Mi amigo y gurú Seis.

3 colores:
- Rojo.
- Azul.
- Verde.


3 nombres de chica

- El mío.
- El de mi madre.
- El de mi abuela materna.

3 nombres de chico

- El de mi padre y el del dueño de mis sábanas, que es el mismo.
- El del Ross.
- El de mi abuelo.

3 estados de ánimo que sueles tener a menudo.

- Alegría.
- Melancolía.
- Tranquilidad o plan reflexivo.

Ahora se supone que tengo que añadir yo tres preguntas y pasárselo a tres personas.

-         3 animales.
-         3 canciones preferidas.
-         3 películas.

Y se lo paso a… CMQ, porque sé que le gustan los memes y seguro que se anima. A Efi y a Key, a ver si les apetece!!




viernes, 10 de febrero de 2012

Tíos que me dan grima

Siempre repito lo de que para gustos se hicieron los colores. Que cada uno tiene su público, sus seguidores y sus detractores. Pero hay tipos que me dan grima a pesar de ser (o haber sido) guapos, atractivos o sex simbol de uno u otro modo. Y puede que hayan sido o sean buenos en lo suyo, no lo discuto ni es de lo que hablo ahora. Esto es meramente superficial. Es el físico de lo que opino. Y a mí no me tocaban ni con un palo largo. Pero ni pagando. Ni aunque fueran el último hombre del mundo. Me repelen de una forma visceral e irracional. Porque hay tíos que simplemente no te parecen guapos. O que no les ves para tanto como otra gente. Pero esto va un paso más allá. Estos me dan asquito.
Para no hacer sangre al respecto, he buscado fotos en las que no estén muy mal. Que todos podemos tener un mal día o una mala racha. Así que en un acto de generosidad, pongo fotos relativamente buenas de estos tíos-grima. Como sé que estos post os molan, os animo a participar y dar opiniones al respecto.




10. Joaquin Phoenix. Le dejo el décimo porque de jovencito tenía un puntillo de chico malo y unas facciones más o menos atractivas. Pero esos ojos de loco a mí me echan para atrás. Y encima, luego le dio por engordar y dejar de lavarse y afeitarse.   

9. Alejandro Sanz.  No me gusta su música, ni sus letras ni nada, pero eso es otra historia. El caso es que físicamente me parece un poco lo peor. Tiene la nariz redonda tipo payaso. Y los ojos hinchados y ojerosos, como si llevara media vida de juerga y sin dormir. Y es bajito. Y habla con acento andaluz (que ha ido creando con los años) a pesar de ser Madrid. Muy raruno todo. vamos que cuando era adolescente y le gustaba a mis amigas yo flipaba en colores.  


8. Rusell Crowe. A ver, que vale que en Gladiador daba el pego. Así por la cara de borrico y tal. Pero a mí no me parece atractivo. Pero nada. Me parece un garrulo total. Y desde luego cuando encima engordó y se dejó el pelo largo ya fue el acabose.




7. Ben Affleck. Supongo que todo en esta vida es cosa de feeling. Y a mí no me transmite nada de nada. Y no me gusta su cara ni esa mueca constante de chico bueno, sensible, con las cejas levantadas y la barbilla adelantada. Y se injerta pelo porque se está quedando calvo. ¡Arg!




6. Javier Bardem. El rollito de boxeador con la nariz aplastada me da asco. Y pienso constantemente, “lo que debe roncar este menda”. Pero es que además tiene la boca muy grande y la cara muy ancha. Y pinta de burrote, así como de coger un mazo y dar porrazos a las paredes con él. Encima de no atraerme nada, me da susto.





Ojito, pasado el ecuador, empieza lo chungo, chungo…




5. Robert Downey Jr. Para empezar, tipo poco recomendable, drogadicto, alcohólico, delincuente… menudo pieza. Y luego pone esa cara de payasete como si no hubiera roto un plato, con su nariz redonda y su sonrisa de “a mí que me cuentas”.




4. Steven Seagal. El hombre de de cartón piedra. No cambia la expresión ni por error. Va por ahí en sus pelis pegando palos, repartiendo a diestro y siniestro, pero sin hacer una mueca. Y otro que luego engordó y se puso tirando a repelente.




3. Mickey Rourke. Me da un asco este tío que me muero. Pero asco, literal. La foto que añado es de las regulares, porque hay muchas en las que está más viejo y más asqueroso. Y hay otras en las que está más joven pero igualmente repugnante. Yo cuando ví Nueve semanas y media, sólo podía pensar ¿Pero por qué este tío? ¿Cómo puede molarle a Kim Basinger? ¡¡Si da ascazo!! Y eso que fue el momento álgido de su vida, lo que dice muy poco a su favor.

2. Feliciano López. Este me produce una sensación casi peor que el asco. ¿No os pasa algunas veces que sólo por ver a alguien su cara os inspira unas irrefrenables ganas de abofetearle? Pues me pasa eso pero a lo loco. Le daría de tortas, por tener esa cara de tonto y creerse guapo. No puedo, de verdad, no puedo ni mirarle sin tener una rabia incontrolable hacia su cara de memo.




1. Matthew Mcconaughey. Este es la mezcla de los dos anteriores. Asco y ganas de abofetear. Así, todo juntito. Y es que me da hasta la sensación de que este tipo huele mal. Me da así como una imagen de espesez y que está grasiento, que es verle en foto y me parece que le puedo oler el sobaco desde aquí. Beeeeeeej. Ni regalao, oiga.


martes, 7 de febrero de 2012

tú cambiaste mi vida

A veces me acuerdo de ti. Y antes me maldecía por hacerlo. Porque de entre todos los hombres de mi vida, el que más grabado a fuego tengo eres tú. Tú cambiaste mi vida.
Tú, sin saberlo, sin quererlo, sin proponértelo. Tú mandaste mi felicidad al traste sin darte cuenta. Tú arruinaste mis planes. Tú jodiste mi destino. Tú me arrancaste de mi sitio. Tú me sacaste del camino. Tú. Con tus promesas de que todo iría bien. Con tu tentación del lado salvaje. Tú cambiaste mi vida.
Y no creas que lo digo con rencor, ni con resentimiento. Pero es así. De todos los hombres de mi vida, el que más la ha trastocado, la ha zarandeado, la ha arrasado, has sido tú. Tú cambiaste mi vida.
Y es raro. Que después de un desequilibrado, montones de locos y de pirados diversos, de un ángel, un bohemio y hasta un maltratador, que el que más haya cambiado mi vida hayas sido tú. Tú, que nunca pasaste dos días seguidos conmigo. Que no compartimos casa, ni tiempo. Ni vacaciones, familia, amigos y eventos. Tú, con el que no compartí apenas más que besos y mordiscos. Tú, a quien no quise, ni mucho menos amé, cambiaste mi vida.
Y no una vez. Ni dos. La cambiaste montones de veces, aunque muchas de ellas no lo sepas. La última fue este verano, cuando te fuiste al culo del mundo a vivir. Y yo supe que una parte de mi vida, de mi pasado, de mi juventud y de mis años felices se iban contigo. Como si rompiera por fin el cordón que me unía con todo aquello. Como si tu marcha fuera algo simbólico, que marcaba el fin de una era. Desde ese día, que decidí poner de nuevo el contador a cero, he sido más feliz, más fuerte y más libre. Porque de nuevo, tú cambiaste mi vida.
Y por eso, a pesar del dolor, de los agujeros que han quedado en mi corazón, de los pedazos que he perdido por el camino y de haber perdido el rumbo mil veces, tengo que darte las gracias. Porque tú cambiaste mi vida. Tú fuiste el detonante. Fuiste la chispa que encendió la mecha. Fuiste el empujón que te obliga a saltar al vacío.  Y nunca hubiera sabido quién era yo de verdad si no llega  a ser por ti. Nunca hubiera conocido ciertas partes de mí. Nunca hubiera vivido lo que había más allá de lo conocido. Nunca hubiera cambiado mi vida. Por eso, ahora lo sé, ahora te recuerdo y sonrío. Ahora sé por qué no te olvido. Porque tú, TÚ, cambiaste mi vida.

domingo, 5 de febrero de 2012

Naar señorita vs Naar albañil

Desde que vivo sola, no dejo de descubrir cosas de mí misma y de sentirme fascinada por lo que puedo ser capaz de hacer. A veces creo que mi gurú Seis tiene razón cuando me dice que soy una heroína. Y es que nunca creí que llegara tan lejos y que fuera capaz de ser tan feliz sola. Y todo esto, porque he puesto unas estanterías. Igual suena excesivo, pero es que el bricolaje me pone. He descubierto que es como el sexo. Al principio da miedito. Luego te das cuenta de que todo lo que necesitas es una buena broca y un poco de maña y de práctica para disfrutarlo. Y en ambos casos (si lo haces bien) terminas cansado y dolorido, pero súper reconfortado y satisfecho. De hecho, el bricolaje tiene ventajas respecto al sexo. No hay nadie que te moleste luego, que te hable, que de el coñazo y que ronque. Y puedes admirar tu obra y presumir de ella sin parecer una furcia.
Pero hasta que empecé a vivir sola, no había descubierto esta faceta bricomaníaca mía. En casa de mis padres, las chapucillas las hacía mi abuelo. Porque mi madre no es una persona decidida y mi padre es un manazas que no sabe ni cambiar una bombilla. Luego me independicé y el loco se encargaba de hacer esas cosas. Se empeñaba en decirme que él era muy apañado y se daba muchos aires para cada tontería que hacía. Así que yo asumí de nuevo que eran cosas de hombres y me conformaba con ayudarle si me dejaba.  
Total, que entre unos y otros, yo pensaba que era incapaz de hacer ciertas cosas. Creía que tendría que buscarme un novio manitas que las hiciera. A mí me educaron para ser una señorita. Y esperaba ser tan elegante y femenina como mi madre y mi yaya. De ellas aprendí a andar con tacones, a coser, a hacer punto y a cocinar. Aprendí a maquillarme, a pintarme los labios de rojo, a cruzarme de piernas cuando llevo falda y a bajar de un coche sin enseñar las bragas. Y bien que lo agradezco, por cierto. Que estoy muy orgullosa de esa parte mía que puede irse a cenar al sitio más elegante del mundo sin que le tiemblen las rodillas porque sé que estaré a la altura y jamás nadie me señalará con el dedo. Puedo hacer gala de una educación exquisita si quiero.
Pero como soy una persona contradictoria y llena de contrastes, también he aprendido a hacer taladros, a cambiar cerraduras, a lijar madera, a poner tornillos y a arreglar aparatos electrónicos.  A dar martillazos, a montar y restaurar muebles. Y todo como si tuviera más cojones que el caballo de esparteros.
Total, que paso de andar con stilettos, pintalabios rojo y la raya del ojo larga, finita y perfecta a darme de ostias con herramientas, tacos y brocas sin término medio. Paso de hacer magdalenas el sábado, con mi delantal y música francesa de fondo, a hacer talados el domingo, con heavy a todo volumen, el pelo lleno de polvo, sudando y jurando como un arriero. Mis vecinos deben creer que tengo una esquizofrenia de las chungas. Y puede que sea verdad, pero me la pela porque cuando me veo a mí misma encaramada a una escalera, con el taladro en las manos, haciendo fuerza, maldiciendo y cubierta de yeso como un albañil, me digo, “pero Naar, ¿cómo has llegado a ser así?” y la respuesta es sencilla. He llegado a ser quien soy yo de verdad. He llegado a ser quien quería ser, aunque sean varias Naar a la vez. He llegado a ser feliz. Feliz haciendo magdalenas dulcemente y feliz pegando porrazos a la pared como una mala bestia. Feliz siendo extraña, absurda, contradictoria. Feliz de ser quien soy, cosa que llevaba años sin conseguir.   
Ha aprendido que no necesitaba un novio manitas. Lo que yo necesitaba era una buena caja de herramientas.

miércoles, 1 de febrero de 2012

el soplido del freno

Hace ya tiempo que iba conduciendo con mi madre al lado y de pronto se oye un soplido:

-         fffffffsssssssssssssssssssssssssssssss
-         ¿Nena? ¿Qué es eso? – me dice mi madre.
-         ¿No eres tú?
-         No, ¿y tú? – insiste.
-         No, yo no… ¿y tú?

Al ver que entrábamos en bucle, decidí pegar oreja para averiguar de dónde salía el sonidito de las narices. Me costó trabajo, pero tras varios días de dar golpes aquí y allá, de hacer distintas pruebas y tal, resultó ser el freno. Cada vez que lo pisaba volvía el soplido fssssss.
Sin embargo, decidí ignorarlo. Durante meses. Pero claro, el soplido persistía. Yo frenaba y él soplaba. Hasta el punto en que me acostumbré al asunto y casi ni lo oía. Sin embargo hace un par de días, volvía a ir con mi madre y ante el insistente bufido del freno, mi madre se puso tensa:

-         Nena, ¿tú estás segura de que esto es normal?
-         Bah, la palabra normal es muy relativa, mamá. ¿Quién nos dice lo que es normal y lo que no?
-         No filosofes. Escucha, escucha… psssss, ¿lo oyes? Mira, mira… pssss. ¿ves?
-         Ah, sí, eso lleva así meses, es el del freno.
-         ¿Del freno? – chilla y se agarra de la asita que hay en la puerta, como si eso la fuese a salvar de algo.

En el momento no dijo nada más, estaba ocupada rezando todo lo rezable y aferrándose a la puerta con un fin que desconozco. Anda que si me quedo sin frenos se iba a salvar por eso. Pero urdió una maldad de madre. Porque mi madre cree que aún tengo diez años y que mi padre me impone más que ella. Así que en su interior pensó lo que me decía de niña: “se lo voy a contar a papá y a ver qué dice él.” Lo que mi madre no asume es que con 28 años ya paso de los dos por igual y que si hay un tema con el que mi padre no tiene ninguna autoridad moral sobre mí, es con el coche. Mi padre es el mayor de los desastres en lo que a temas mecánicos se refiere. Durante años condujo un coche con más peligro que una caja de bombas, que perdía gasolina, se recalentaba, no frenaba y se calaba si dejabas de acelerarle, fueras a la velocidad que fueras. Y muchas otras cosas que me darían para un post entero.   
Total, que ayer, paseando los tres por la tarde, mi madre empieza con sus argucias:

-         Y claro, - le decía a mi padre, que iba tan contento con sus dos mujeres, una de cada brazo. – la niña quería irse este fin de semana al sur, pero… ¿sabes que el coche de la niña hace un ruido raro?
-         ¿Ruido? – en estos temas, para mi padre ruido significa dinero y eso le aterra. - ¿pero un ruido preocupante… o un ruido tonto?
-         Un ruido del freno. – dice mi madre triunfante.

Mi padre se debate entre el amor por su única hija y su vena roñosa acuciada por los tiempos de crisis. Al final me mira, de reojo. Yo voy con cara de inocente, como si no fuera conmigo el asunto.

-         ¿Pero el coche frena?
-         Sí.
-         Ah, bueno, entonces no es grave. – su lado roñoso se anota un tanto.
-         ¿Cómo que no es grave? Suena un soplido. Y lleva sonando meses. Que digo yo que eso no es normal. – madre al ataquerrr.
-         Ya. Pues no, claro, no es normal… llévalo al taller, hija. No sea que pase algo. – el amor de padre empata a uno.

Así que hoy bajo al taller con mi coche, resoplando los dos a partes iguales.  
El tipo de mi taller me asusta. Lleva unas gafas muy gordas que le hacen ojos de pez. Y claro, te mira con esos ojos enormes y dice cifras aún más enormes. Y acojona, claro. Además, con frecuencia pienso que me equivoqué de profesión. Mola mogollón usar palabras que no entiende nadie y que te tengan que creer sí o sí.  Los mecánicos son los médicos de los coches y como tal, se afanan en que nadie domine su lenguaje, para que nadie les quite su superioridad.
Total, que llego yo, con mi coche y ojosdepez me pegunta qué le pasa.

-         Pues que el freno sopla. – digo yo.
-         Ah, eso va a ser la goma del émbolo que sostiene la pirindola de los extremos y gracias a la cual, las correas percusoras hacen su circuito.
-         Claro. ¿y es grave?
-         Hombre… -  me dice abriendo el capó. – si eso se rompe, la júntula de la trócola se vería afectada. Y podría dejar de hacer el enganche con los engranajes de los piñones garrapiñados.
-         Ya, es lo que tiene.
-         Además, si el soplido es persistente, podría romperse la currucutora media, lo que endurecería la estrombolia sílica y dejaría de funcionar el pedal.
-         O sea, que hay que cambiarlo.
-         Sí.
-         Ssstupendo. – tomo aire para soportar el envite. - Y serán…
-         Chorrocientos euros.
-         Claro, cómo no.

Total, que ahí está el coche, en el taller, con el mecánico feo hurgándole en las tripas. Y lo que más me jode, es que cada vez que voy al taller el mito erótico del mecánico cachondo, con el mono atado a la cintura y el hermoso torso brillante y cubierto de grasa se aleja más y más. Lo único que veo son sus enormes ojos de besugo detrás de las gafas, sus explicaciones ininteligibles y el sablazo que me espera.