sábado, 18 de febrero de 2017

Miau Fashion Week

El martes pasado castramos a Maya. Todo salió bien y se está recuperando estupendamente. La llevé a su veterinaria normal del barrio, donde las dos chicas que lo llevan son encantadoras y una de ellas, especialista en gatos. Les tratan genial, tienen precios asequibles y tal, pero no son cirujanas. Así que para las operaciones tienen a un cirujano externo que va allí, opera y se vuelve a ir. Y francamente, no estoy del todo contenta con él. A ver, la operación ha ido bien, así que me da igual, pero la cicatriz que le han hecho en la tripa es una chapuza. Tiene pegotes de pegamento quirúrgico que le he tenido que ir quitando. Y le han pelado muchísimo la tripa y la parte interna de los muslos para lo que era. Que un poco más y me la convierten en gato egipcio. En fin, la voy a seguir llevando a esas chicas para sus revisiones y cosas normales, pero desde luego si pasa algo o hay que hacerle cualquier cosa en el futuro (Dios no lo quiera) no pienso dejar que este tipo la toque de nuevo. La llevaré a la clínica mega-chachi-guay-hiper-cara donde me llevan a Ron, que sí que te dejas allí el sueldo, pero lo vale.

En fin, el caso es que tenía clarísimo que no le iba a poner collar isabelino tras la operación. Me niego porque me parece una tortura medieval y nunca se lo he puesto a ninguno de mis bichos. Además, creo que hay otras soluciones menos traumáticas. No es que sean una maravilla, porque los que tenéis gatos sabéis cómo son, que les gusta ir a su bola, pero mejor que la puñetera campana, sí. Yo, de hecho, ni siquiera les he puesto nunca collar. Ya ni hablamos de los cascabeles, que me llevan los demonios porque encima son malos para ellos (les estresan con el sonidito constante), es que ni collar de adorno.
Bueno, pues para que no se chupara la herida, porque la señora es un poco borrica, pensé en hacerle un body. Traté de meterla en un calcetín grande que tenía, pero no estaba por la labor de colaborar. Así que corté una camiseta vieja mía y se la puse, pero le quedaba floja y le duró un rato. Con ella estaba adorable, parecía un bebé. Pero eso a Maya le importa un comino.
Después hice un apaño con unos pantys gorditos a modo de body y una faja de camiseta. Esto le dio cierto aspecto de putilla porque era en gris y rojo en plan corpiño, pero le moló bastante más. Al parecer ha salido a su mamá y le gusta un poco el look de pilingui-cabaretera. Qué le vamos a hacer. Con este modelo andaba más cómoda, pero al ser panty, se dedicó a lamerlo hasta hacerlo trizas y de nuevo tuve que cambiar de atuendo.
Entonces llegó la que de momento es la opción definitiva, estilo camisa de fuerza de manicomio antiguo. Como sólo encontré una camiseta elástica blanca y va atado por detrás la pobre parece recién sacada de la López Ibor, pero ella no parece acomplejarse. Y está muy cómoda con ella, así que va a seguir así unos días.

El caso es que me ha dado por pensar que hay un negocio ahí. Estoy segura de que si tuviera medios para fabricarlos en tela elástica de más calidad (tipo fajas de esas muy elásticas y suaves sin costuras) y con unos velcros en lugar de nudos, la cosa tendría futuro. A nadie nos molan los collares isabelinos y un vestidito, aunque sea un poco ridículo, es mucho mejor que una pantalla de lámpara metida en la cabeza. Si lo hubiera hecho, en plan bien, yo lo compraría y no andaría por ahí difrazando a la pobre canija con trapos que me voy inventando sobre la marcha. Tengo que pensar sobre ello, lo mismo me forro y por fin dejo de ser más pobre que las ratas pobres.


Os dejo la secuencia de fotos adorable-putilla-manicomio. Espero que os gusten.



  

lunes, 6 de febrero de 2017

Ahorrar ¿es posible?

No se puede decir que yo nunca haya ido muy holgada de dinero. Más bien todo lo contrario. Además, cada vez que consigo ahorrar un poquito, muy poquito, pasa algo y se me va volando el esfuerzo de muchos meses. En fin, es mi destino ser pobre.
El caso es que desde que Ron se puso malito la cosa ya ha sido la total hecatombe. Me gasté todo lo que tenía, TODO. El Ross puso dinero, mis padres me dieron algo también... y aun así me he pasado la mitad de enero comiendo de lo que tenía congelado y cosas así porque no había más de donde sacar. Y ojo, pagaría el doble si hiciera falta para que él estuviera bien, no me estoy quejando de eso.
El problema es que el agujero negro sigue creciendo, porque claro, al no tener nada de fondo, a día dos del mes, en cuanto llegan tres facturas ya no me queda ni un duro. Y no sé qué más hacer para ahorrar, porque en el súper miro cada cosa hasta el céntimo, compro ofertas, comparto cosas con mi madre, hago mucha pasta y patatas y cosas baratas. No salimos por ahí, no voy nunca al cine, no me compro ropa ni caprichos de ninguna clase. Ni siquiera recuerdo la última vez que me tomé una caña en la calle.
El caso es que ya un poco harta, me he puesto a repasar las cosas en las que más gasto. Las ganadoras, obviamente, las facturas de la luz y del gas. Lo del gas me jode, porque con el frío que ha estado haciendo en Madrid no había más remedio que poner la calefacción y usar agua caliente, pero al menos sé que en verano se compensa pagando una cantidad mínima. Lo de la luz es otro cantar. Eso es gasto todo el puñetero año. Porque tengo que cocinar, tengo que calentar cosas en el microondas, tengo que tener puesto el frigorífico, tengo que poner la lavadora. No uso apenas el lavavajillas, tengo bombillas de bajo consumo y no pongo el aire acondicionado a no ser que sea súper imprescindible (sólo en verano a veces y poco rato). Y no sé, como no haga fuego en mitad del salón para cocer los macarrones y me lleve la ropa al río para frotarla me contaréis qué porras hago yo con mi vida y mis facturas.
El Ross, que sabe más de estas cosas por su propia profesión, ha estado investigando nuevas compañías de electricidad como Mipodo, ya que ofrecen tarifas más reducidas, pero no tienen opción del precio voluntario del pequeño consumidor (PVPC), que es el mercado regulado por el estado. Lo que te ofrecen es el mercado libre, una especie de tarifa plana de precio por el kilovatio durante todo el año, mientras que de la otra manera es variable. Tal y como están las cosas y con las subidas de las últimas semanas no tengo claro cuál es la mejor opción, francamente. Un precio fijo puede beneficiar en ciertos momentos, pero puede perjudicar en otros. De momento sólo nos estamos informando por si nos interesa esta opción y de paso huir de las grandes compañías, que reconozco que a mí me escaman. ¿Alguien tiene ideas al respecto?

En fin, a ver si llega el verano, podemos empezar a alimentarnos de ensaladas para no gastar en la vitro ni el horno y hay más horas de luz. Y de paso, para ponernos vestidos monos, que estoy hasta el moño del abrigo y los jerseys.  

Por cierto, para más información sobre la factura de la luz, lo que significa y todo eso, echad un ojo a este post de Soñadora sobre el tema, que despeja muchas dudas y es muy útil. 

jueves, 2 de febrero de 2017

La maternidad (o no) es una elección

En este blog la maternidad, o la no maternidad más bien, ha sido un tema recurrente. Mi elección personal de no ser madre influye en muchas opiniones que doy o temas de los que hablo. Y además yo no me escondo, es algo que he tratado siempre de tomar con naturalidad. Porque aún hay mucho tabú con el hecho de que una mujer decida no hacer lo que se espera de ella. Y decir que no vas a ser la esposa de nadie ni la madre de nadie es terrible. Una mujer no es nada ni nadie hasta que no la completan otros seres humanos. Hasta que no eres “de”, señora de, madre de. Y mira, no me sale del chumino.
Ahora bien, dicho esto, yo respeto mucho las maternidades ajenas. Me parece estupendo que fulanita tenga cuatro hijos con treinta años. Me parece estupendo que menganita quiera tener dieciocho vástagos y montar un equipo de rugby completo con suplentes y todo. Incluso hago un esfuerzo y consigo respetar a las que dicen que ser madre es su mayor ilusión, su mayor deseo, su mayor realización y su objetivo en la vida. Me cuesta, pero venga, va, lo respeto también.
Y yo no voy a darle la chapa con mis ideas, mis creencias y mis opiniones a nadie cuando me dice que quiere tener hijo o que se ha quedado embarazada. No voy a mis amigas y les digo “¿Como? ¿Otro niño? Pues vaya lío, con el dineral que cuesta mantener a los hijos, lo que te cortan las alas y el coñazo que dan. Y lo mal que lo pasas luego si se ponen malos o algo. Porque mira, yo esa responsabilidad ni loca, eh?”. Cosas, que por cierto la gente te dice cuando adoptas un gato o un perro. Gente que te dice que un tatuaje no, que es para toda la vida pero firman hipotecas a cuarenta años. Gente que te dice que un perro es una responsabilidad enorme pero que quiere tener hijos. Gente que hace cosas raras y encima me mira como si yo fuera la loca. Idos a pastar, por cierto.
En fin, que me desvío.
Iba a decir que el hecho de que yo no quiera tener hijos no hace que no apoye, anime y ayude a mis amigas que sí los tienen o los quieren. Porque me parece una decisión y una opción tan válida como la mía. Igual, no mejor o peor.
Yo no quiero hijos porque no me gustan los niños, me aburren, me parecen tediosos, me dan asco y me incomodan muchísimo. Un ratito pues bueno, sobre todo si no tengo que darles de comer, pero luego con tu madre. No me gustaban ni cuando yo era una de ellos, como para aguantarlos ahora. Además, no me gusta la vida que se te plantea cuando tienes hijos. Es así de simple, no me gusta la vida de padres. No me gusta tener que atenderles a todas horas, no me gusta tener que cambiar mis hábitos, no me gusta ir a parques, actuaciones, películas y toda clase de actividades infantiles. No me gusta tener que socializar con otros padres. No me gusta centrar mi vida en un mocoso. No me gusta renunciar a muchas cosas para ser una buena madre. No me gusta dejar de ser yo para ser mamá.
Por estas razones fundamentalmente (aunque hay más, como que pienso que este mundo es una mierda o que la sociedad está enferma o que simple y llanamente sobran humanos en el planeta) no quiero tener hijos. Nunca he querido porque no he sentido esa “llamada”, ese instinto o lo que sea. No es para mí, es algo ajeno a mi persona. Pero de todos modos, cuando pasé mi crisis de los 27, le di vueltas. Porque no me gusta la maternidad a edad avanzada y quería saber si realmente era lo que elegía para mi vida o si quería cambiar de idea, cosa muy lícita, por otra parte. Me estudié mucho y le dí muchas vueltas. Y es una decisión muy pensada, muy meditada que tomo profundamente convencida. Y conozco los inconvenientes, ojo. Sólo que no son el tema hoy.
Con todo este rollo patatero, quiero decir que me deja un poco con cara de ajoporro la gente que tiene hijos y luego se asombra, o se lamenta o cosas por el estilo. ¿Pero qué cojones esperabas? Que lo comprendo, pero coño, ¿no lo has pensado bien? ¿de verdad creías que iba a ser todo color de rosa? ¿es que no has visto un niño en tu puta vida?
Últimamente se ha hablado mucho del caso de Samanta Noséqué que hizo un programa y todo con el preño y el parto y la pera limonera. Cuarenta años se gasta la tía. Tratamientos de fertilidad mediante para tener a sus retoños. Y ahora dice que pierdes calidad de vida y que no es más feliz ahora que tiene hijos de lo que era antes, frases que comprendo y comparto, y me parece estupendo que alguien las diga, hasta ahí, todo mi apoyo... ¿pero cuál es la sorpresa? ¿de verdad no se te había ocurrido eso antes? ¿creías que ibas a tener un nenuco? ¿Que era uno de los programas de 21 días haciendo no sé qué parida y luego ya se acababa la experiencia? Hija, que tienes una edad como para haberte dado cuenta de todo eso antes. Digo yo, vamos.
Y sí, hay mucha mierda dulcificada en torno al tema. Que tener hijos es lo más, que es una experiencia maravillosa, que es único, que blablablá. Y mucha presión ambiental para que seas madre. Y sé que ella se quiere referir a eso y quiere desmitificar el tema, pero es que no entiendo que alguien en su sano juicio crea que de verdad tener hijos es sólo cosas buenas. Porque nada en este mundo, nada, es sólo bueno. Todo tiene una contrapartida, un precio, una cruz en la moneda. Sólo es cuestión de ponerlo en la balanza y ver qué te compensa más. Y si con cuarenta años no lo has comprendido, es que eres medio tonta. Que sé que ella ha dicho que adora a sus niños y todo el rollo, que me sigue pareciendo bien que haya hecho esas declaraciones en un mundo estúpido en el que sólo se pueden decir cosas wonderfulosas. Y no estoy de acuerdo para nada con los que la critican. Sólo me sorprende que se sorprenda, porque de verdad, repito que no sé qué esperaba. ¿No había visto a ninguna madre hacer renuncias por cuidar de su hijo? ¿No ha tenido amigas hechas polvo por la depre postparto? ¿No ha visto a veces a su madre saturada? ¿No ha escuchado a nadie decir que a veces está hasta el moño de sus hijos? ¿No? ¿En qué mundo vive esta chica?
También conozco casos de mujeres que realmente no querían ser madres y por la presión de sus parejas o de sus familias o de simplemente la sociedad, han cedido, han tenido hijos y luego se han arrepentido. No arrepentido tipo “tiro a mis hijos por puente” pero sí en plan estar amargadas porque llevan una vida de mierda y no hacen lo que realmente quieren. Y yo esto sí que no lo comprendo. Me parece un tema lo bastante serio como para no dejarte convencer. Que porque te lo dice tu tía la del pueblo te puedes cortar el pelo y arrepentirte, pero tiene solución. Pero no puedes tener hijos “porque es lo que toca” o por cosas semejantes porque la responsabilidad es enorme, descomunal, y este la vas a comer con patatas. Así que piensa bien lo que haces, las consecuencias y los cargos que ello conlleva. Que es deseándolos mucho y posiblemente haya rachas que te tires de los pelos, como para encima no quererlos. Por eso yo sé que no los tendría bajo ninguna circunstancia. Ni por mi pareja, ni por mis padres, ni por nadie. Ellos tuvieron su elección y yo tengo la mía, así de simple. Yo, elijo los gatos. Y sí, quizás muera sola, me voy a perder la experiencia y todo lo que queráis, pero es MI elección.
Y así como reflexión final dejo la idea de que hay que conocerse mucho, pensar mucho, conversar mucho con uno mismo. Que todas las decisiones tienen sus ventajas y sus inconvenientes, pero que hay que sopesarlos bien. Que uno elige su camino y que no me vale el “yo esto no lo sabía, a mí esto no me lo han contado”. Que igual es simplemente que no lo has querido ver, que no te ha dado la gana de escuchar, que has pensado que tú estabas por encima del bien y del mal y que te iba a salir todo a pedir de boca porque tú lo vales. Y no, la vida no es así. A ver si maduramos todos un poquito y somos más conscientes de nosotros mismos y de lo que nos rodea. Coño ya.