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jueves, 10 de agosto de 2023

Decir "no estoy bien"

 

Bueno, llegó el día horrible. Es la primera vez que me pongo a escribir sin Ron al lado. Es curioso cuando vas haciendo cosas por primera vez sin ese ser querido que te ha acompañado durante tantos años. Porque de alguna extraña manera, el dolor vuelve con renovadas fuerzas.

El caso es que mi Roncito se ha ido al cielo. Llegó su momento y ya no podíamos hacer más. Es doloroso y desgarrador. Y he necesitado una semana entera para aprender a respirar de nuevo y ser capaz de ser mínimamente funcional. Una semana para no llorar cada cinco minutos, para salir a la calle sin ahogarme de ansiedad, para poder decirle a la gente que he perdido a mi pequeño. Y aún así me cuesta. Porque sigo llorando, sigo con ansiedad y me sigue costando mucho decirlo.

A pesar de todo eso, estoy “feliz”. No estoy contenta, estoy triste. Pero estoy feliz. Porque él ha estado bien hasta el final, ha sido el gato más amado y cuidado del mundo, ha estado con sus papás humanos y su hermana felina hasta el final. Y se ha ido envuelto en la suave caricia del saberse querido con toda la profundidad del alma.


En fin, no tengo fuerzas para hablar más del tema. No puedo hurgarme más en la herida. Sólo quería decirlo porque Ron ha sido gran parte de este blog y lo seguirá siendo. Mi ángel no me dejará nunca y siempre estará conmigo.


Dicho eso, estaba tan, pero tan jodida, que al final hice lo impensable para mí. Y pedí ayuda. Yo. Es raro. Pero me propuse este año ser capaz de pedir lo que necesito. A veces al menos. Dejar de decir “yo puedo con todo” y “no te preocupes que yo me encargo” y “no pasa nada” y “estoy bien”. Me propuse ser capaz de decir a veces “pues mira, sí, estoy en la mierda, me vendría bien que me echaras un cable”. Y oye, lo recomiendo. La gente suele reaccionar mejor de lo que pensamos. No nos ven como débiles y pusilánimes y nos rechazan. Al contrario.

Decía que pedí ayuda. Al dueño de mis... mantas para el sofá (ver aquí por qué el cambio de nombre). Hice lo que dije y le pedí tal cual que me dejara cobrar el vale de comprensión y empatía y no sé qué cosas. Debo decir a su favor (como si dijera pocas cosas a su favor, joder) que sintió mucho lo de Ron, que ya me estaba dando apoyo antes de que le pidiera ayuda y que ni había terminado de escribir la frase cuando me había preguntado qué necesitaba.

Ayer fue el primer día que pude y se vino a mi casa a abrazarme como sólo él sabe hacerlo. Le vi los ojos bajo la luz del sol, que hacía tiempo que no ocurría. Y la hostia. Mira que yo tengo los ojos claros y que en mi familia son comunes. No es algo que me llame la atención. Los ojos azules o verdes no son algo llamativo para mí. Pero os juro que los ojos del dueño de mis... toallas de rizo son impresionantes. Son... azul ciencia ficción.

Dejando de lado sus estúpidos ojos y su estúpida sonrisa y su estúpido cuerpo y su estúpida voz, me gusta la relación que estamos creando como adultos. Anoche hablamos muchas horas, de muchas cosas y con mucha honestidad. Fuimos capaces de decir “estoy jodido/perdido/asustado”. Fuimos capaces de explicar dudas vitales, miedos, vacíos y vértigos. Nos reímos, nos sinceramos, nos abrazamos. Le di las gracias. Pero no sé si lo suficiente. Por si vienes a cotillear, que sé que lo haces a veces, GRACIAS. 


En fin. Basta. Sólo quería poner esto un poco al día y dejar un pin en estas fechas para acordarme de que fue un espanto pero no me faltaron manos para darme empujoncitos.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Botón de autodestrucción

 Hay veces que me enfrasco tanto en mis propios pensamientos que dejo de escuchar todo lo que me rodea. Tengo una capacidad de abstracción que puede ser muy buena o muy mala, según el caso. Cuando tengo que estudiar o estoy concentrada en algo importante es fantástico porque no me molesta el ruido del ambiente. Cuando mi cerebro irse de vacaciones a un lugar que le resulta más interesante pero mi cuerpo debe estar atento a cosas como conducir o trabajar, pues ya no está tan bien.

Ayer por ejemplo volvía conduciendo de un lugar donde no debía haber aparcado. Y no puse la radio del coche porque mi cerebro estaba cantando a todo volumen “Poison” de Alice Cooper, tan alto que no fui consciente de que la música salía de mi cabeza y no de los altavoces. No sé cómo llegué a casa, no soy consciente en absoluto del camino, los semáforos o los cruces. Pero sé que en algún momento empezó a diluviar, tuve que poner los limpias y entonces, sólo entonces, me di cuenta de que no hacía falta subir el volumen de la radio porque estaba apagada. Sin embargo, la voz del señor Cooper seguía clarísima a mi alrededor repitiéndome que el veneno corre por mis venas. Y me pareció bien. Era mejor eso que procesar otras cosas.

Al menos no me dio por cantar al Puma. Aún recuerdo esa época en la que casi me realizo una lobotomía casera con el taladro. A esto me refiero con que mi cerebro puede hacer las cosas muy bien o muy mal, sin termino medio. Puede elegir mis canciones favoritas cuando más las necesito o puede martirizarme con la numeración día tras día sin motivo alguno. Puede darme rachas de felicidad absoluta, de paz, de tranquilidad y de sentirme llena y que un día me despierte y de pronto decida dinamitarlo todo porque sí. De verdad no sé qué afán tengo con pulsar el botón de autodestrucción absoluta cuando menos lo necesito.

En la última semana ha habido dos personas queme han dicho que no me va la vida sencilla, que me gusta complicarme y jugar con los limites. Que me gusta rozar el fuego y ver cuánto puedo acercarme sin llegar a quemarme o quemarme sólo un poquito pero sin terminar en el hospital. Y joder, es cierto. Llevo toda la vida tratando de encontrar el equilibrio. Buscando personas, lugares y cosas que me den estabilidad, seguridad y calma. Y lo busco sabiendo que un día voy a decidir que eso me aburre y que voy a hacerlo saltar por los aires. Soy imbécil, ya lo sé.


Obviamente estoy en una racha de mierda. La única constante real en mi vida es Ron. Y no puedo creer que tenga que despedirme de él más pronto que tarde. No sé cómo voy a llenar el vacío gigantesco que va a dejar en mi vida. No sé qué haré con todo el tiempo, la atención, el amor y el cuidado que le dedico a él. No lo sé. En otras épocas me habría dado a la fiesta, el sexo y el rock and roll. O hubiese hibernado en mi casa mirando al vacío hasta el amanecer, comiendo roñidonetes y cantando rancheras. O hubiese tratado de hacer algo estúpido. Me marco objetivos muy absurdos cuando estoy mal, así que podría haber sido cualquier puta cosa estrafalaria y posiblemente, dañina. Ahora supongo que sólo me queda lo de cantar mentalmente eligiendo cuidosamente canciones que no incluyan pavoreales porque soy más madura. O simplemente más vieja y estoy más cansada. O porque tengo menos tiempo. O porque tengo un dorniense que a veces me mira con infinita paciencia, como si estuviera harto de ver cómo me hostio contra absurdos, sin reprocharme nada nunca. Pero me cuesta. Y aunque por ahora Ron está bastante bien y cada día lo tomo como un auténtico regalo, no dejo de tener un dolor constante en el pecho que me impide respirar con normalidad. Y para acallar eso, para poder tener una vida “normal”, para poder seguir yendo a trabajar, salir, comprar, hablar con otras personas, y no pasar los días llorando en posición fetal, lo único que hago es una especie de huida hacia delante a la desesperada. No pienso, no siento y no padezco. No paro ni un momento a escucharme. Voy, como en épocas antiguas, arrasando con lo que se pone delante sin pensar en consecuencias y tratando de coger aire mientras siento como una mano cruel se cierra alrededor de mi pecho y me roba el aliento en cuanto bajo la guardia un instante.


Seguramente no esté haciendo nada por mejorar las cosas para conmigo misma. Seguramente lo esté empeorando todo. Seguramente. Pero al menos las canciones de mi cabeza me gustan.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Tiro bajo

 Hace poco leí un artículo que decía que volvía la moda de los pantalones de tiro bajo. Apenas seguí leyendo porque no me interesaba saber si los gurús de la moda estaban de acuerdo o no. Salí corriendo a bajar del altillo del armario la caja de la ropa que ya no me pongo pero tengo esperanza de volver a ponerme. Y ahí estaban mis amados pantalones del dosmilypoco. Ah, qué años aquellos.

La verdad es que tiré algunos. Los que tenían los bajos tan corroídos de arrastrarlos por el suelo que daban pena. Porque eso es cierto, muy higiénico no era el asunto. Ni muy cómodo cuando llovía, que ibas recogiendo agua hasta que te llegaba a la rodilla y cada pata pesaba un quintal. Sin contar con lo de enseñar la raja del culo a la mínima, tener que llevar bragas minúsculas, coger frío en los riñones y tener que depilarte el pubis porque, queridas, los pantalones de tiro bajo REAL, son los que te tapan lo justo o incluso menos. Que ahora ves en la tienda el cartelito de tiro bajo y sólo significa que se abrochan debajo del ombligo. Y no. Vale que es un avance tras años de pantalones a que llegan a los sobacos, pero no es eso lo que estoy buscando. Yo quiero volver de nuevo al 2003, cumplir 20, ponerme mis pantalones que apenas me tapan los pelos del coño y dedicarme a zanganear en ciudad universitaria. Cualquier otra cosa no me vale.

Y es que empiezo a pensar que hay algo en la moda que es una cuestión de nostalgia. Nos gustan cosas que nos traen buenos recuerdos. Y la ropa que te pusiste a los 20 y con la que te divertiste tanto parece más bonita cuando la recuerdas de lo que era en realidad. Creo que la memoria nos traiciona y nos hace recordar las cosas como le da la gana a ella. Quizás, sólo quizás, aquel garito no molaba tanto, aquellos pantalones no te quedaban tan bien, aquella música no era mejor y aquel chico no era tan guapo.

Pero qué más da. Hace un par de días alguien me dijo que importaba más el relato que la historia en sí. Y creo que para este caso se aplica que vale más el sentimiento que guardas que la realidad objetiva del asunto. Tener las cosas idealizadas es bueno siempre que no pierdas la perspectiva. Decirse a uno mismo, sé que lo tengo idealizado y aun así me encanta. Porque esos veranos de cuando éramos niños seguramente no fueran más cálidos, más luminosos y más largos. Esos programas de televisión no fueran mejores que los de ahora. Ese amor loco no fuera tan intenso. Y puede que esos pantalones de campana y de tiro bajo no te sentaran tan bien. Pero oye, qué bonito el recuerdo. Y qué sonrisa nos ofrece acordarnos cuando las nubes grises se ciernen sobre nuestras cabezas adultas. Quizás con eso ya valga la pena.

Llevo unos días con el cerebro pegajoso. Como si se me hubiera mezclado con cemento y las ideas tuvieran que luchar por salir, haciendo un gran esfuerzo por moverse. Saber que me tengo que despedir de Ron, el trabajo, el día a día y los recuerdos inoportunos no me lo ponen fácil cuando se mezclan con mis hormonas, mis desajustes y mi habitual falta de sueño. Y en estos momentos raros, en los que ni los pantalones de tiro bajo consiguen que me sienta mejor, los recuerdos felices son algo a lo que agarrarme. Me refugio mucho en los recuerdos de la yaya. En anécdotas tontas de cuando Ron era cachorro. En historias bobas de mis amigos los satánicos. En instantes a escondidas que son sólo míos porque quizás nunca se los he contado a nadie. Y me ayuda. Me devuelve la perspectiva. La idea que llevo tatuada y aun así a veces se me olvida: que esto también pasará. Que las cosas buenas hay que aprovecharlas y llenarse las manos y el corazón con ellas porque no serán eternas. Que las malas hay que aguantarlas como un chaparrón inoportuno porque nunca choveu que non escapara. Y que a veces, las buenas nos sirven de paraguas para afrontar un poco mejor la tormenta.

Tengo muchas cosas buenas en mi vida. Muchas. Y lo sé, soy consciente de ellas. Por eso, a pesar de todo, soy capaz de encararme con los momentos feos. El apoyo del dorniense, su estar a mi lado, su amor incondicional, su mera existencia. Ron y Maya y todo lo que me han dado y me dan cada día. Mis padres. Mis amigos. Mis recuerdos, las cosas que yo misma he construido. Todo me sirve para encontrar fuerzas y seguir adelante.

 Y que aún puedo ponerme los pantalones de hace veinte años y que me la sople muchísimo si realmente se llevan o no, eso también hace. 



domingo, 30 de junio de 2019

Rata y Esponja, el comienzo de una aventura


El Dorniense y yo hemos decidido vivir juntos. Hace ya un año que se vino a Madrid, nos hemos hecho pareja de ídem y como no somos ricos, mantener dos pisos es una pasta. Y que nos sale de ahí, eso como razón principal. El único inconveniente es que él tiene un gato y yo tengo dos. Todos adultos y con sus peculiaridades, así que el asunto no va a ser fácil.
Cuando Maya llegó a mi vida, la metí en casa sin posibilidad de transición ni adaptación ninguna. Y estuvo a punto de salirme muy caro porque Ron se puso muy malito entre la toxoplasmosis y el estrés y todo el rollo. Así que esta vez queremos introducir a Coco poco a poco.
Pensamos que una buena idea era juntarle primero con la niña porque Maya es muy sociable. Allá donde la lleve que haya un gato ella se cree que es su amigo. Lo primero que hizo al ver a Ron fue darle un cabezazo. Cuando vamos al veterinario, se acerca maullando contenta a cada gato que ve, sea grande, pequeño, parezca amigable o tenga cara de ir a sacar la zarpa a paseo. A ella todo le da igual, se acerca, diminuta y negra, con el rabo largo ese de rata que tiene y sus patitas enanas, dispuesta a crear una pandilla.
Coco, el gato del Dorniense es un poco otro rollo. Es muy manso con la gente, pero está muy acostumbrado a estar solo, muy consentido y tiene un pronto un poco imprevisible. En el veterinario por ejemplo se pone furiosísimo y hay que sedarle para todo porque es imposible hacerse con él. Luego en casa es bastante majo, pero no le habíamos visto nunca interactuar con otros bichos.
El caso es que cogí a la rata negra y la llevé a casa del Dorniense. Ella como siempre estaba tan tranquila, se olió con la esponja blanca que es Coco, le maulló contenta y se acercó como si tal cosa. El otro soltó un soplido. Un bfffff de esos que hacen los gatos, más asustado y sorprendido que otra cosa. Pero a ella eso no le gustó un pelo. A mi rata no la sopla nadie. Porque igual que digo que es muy simpática, digo que tiene la mecha muy corta y es muy macarra. Se le nota que es de Móstoles a la jodía. (Un saludo a mis queridos mostolienses).
Así que la esponja bufó y la rata se quedó así como medio mosqueada. Aguantó un rato y volvió a intentar acercarse. Y hubo un segundo soplido. Y ahí ya le salió el venazo chungo y empezó a gruñir. Maya no sopla en plan bffff, ella gruñe como un tigre en miniatura. La cogí en brazos para ver si se calmaba. Y sí, estaba tranquila. Pero con que el pobre y esponjoso Coco la mirara era suficiente para que empezara a gruñir.
Así que la traje de nuevo a casa. Llegó tan feliz, como si nada, le dio muchos besitos a Ron, comprobó que el agua y el plato seguían en su lugar y se fue a tumbar a su cojín. Tan pancha.
Lo siguiente que haremos será que el Dorniense traiga a Coco el esponjoso a casa en el transportín y que le huelan sin salir. Así varias veces. Hasta que al menos se acostumbren al olor. Y luego ya veremos. Poco a poco, no hay prisa de hoy para mañana.
Me preocupa un poco que no se lleven bien, pero confío en que al menos aprendan a convivir. Al fin y a cabo son tres gatos con buen carácter.

Y ya seguiré contando las aventuras de Rata y Esponja, que suena a pareja de quinquis de película.

jueves, 29 de noviembre de 2018

el viaje y el regreso


Hoy en día a todo el mundo le gusta viajar. Preguntas a cualquiera, o incluso sin preguntar y te dice lo mucho, muchísimo que le gusta viajar. Pues mira qué bien. Conozco la Patagonia y las islas de la Polinesia pero luego me preguntas por mi propia ciudad y no sé de nada que haya más allá del centro comercial de turno. Se creen cosmopolitas y son paletos de manual. Son los que yo denomino los cosmopaletos.
Yo reconozco que soy una viajera selectiva. Me gusta, pero con peros. No me merece la pena cualquier destino, hay sitios que no tengo el más mínimo interés en conocer y otros a los que no iría ni secuestrada. También hay otros que están en mi lista de cosas que hacer antes de morir sea como sea, claro. Pero a mí no se me ha perdido nada en Japón, por ejemplo, no voy a ir sólo para decir que he estado, soltar una ristra de tópicos, hacerme la foto y decir que la experiencia, blablablá. Pues no. No me merece la pena el dinero, ni las horas de avión ni las incomodidades que supone.
Porque seamos realistas, un viaje siempre es incómodo. Aunque viajes en plan bien con tu hotel y tus cosas... nunca es como tu casa. Tienes que cargar maletas, no puedes llevarte TODAS tus cosas y al final siempre te falta algo. No está tu sofá, ni tu tele, ni tu manta, ni tus cosas conocidas. Y en mi caso, algo totalmente fundamental, cuando viajo no están mis gatos. Sin mis gatos pocas cosas merecen la pena. Y sí, se quedan mis padres con ellos, sé que les cuidan súper bien y tal... pero ay. Mis mininos.
Ahora he estado tres días en Segovia con el Niño. Ha sido gracioso ver a un dorniense tan arriba del muro. Y lo hemos pasado bien, hemos comido cochinillo y judiones de la Granja, hemos visitado muchas cosas y nos ha venido genial despejarnos. Pero estábamos aquí al lado y han sido tres días. Que no los cambio yo por diez días en el culo del mundo. Porque siendo honesta, aunque han sido tres días maravillosos y los necesitaba, he sentido algo muy guay al llegar a casa, abrazar a mis peludillos, poner mi tele, mi netflix y sentarme en mi sofá a comerme mi comida.

No se de quién es la frase que leí hace tiempo por ahí y no tengo ganas de buscarla, pero los viajes tienen dos cosas buenas, lo que disfrutas por ahí y lo que agradeces llegar de nuevo a tu casa.

Y con esto y un paquete de roñidonetes, se han pasado la mitad de mis minúsculas vacaciones.


martes, 9 de octubre de 2018

catarro 1 - Naar 0


Al final el catarro ha hecho mella en mí y he tenido que coger la baja. No me gusta faltar al trabajo, pero de verdad que no estaba en condiciones de ir a ningún lado que no fuera el médico.
Tengo un doctor nuevo porque me he cambiado de nuevo al horario de tarde. Es un señor un poco amanerado, con el pelo blanco, los ojos muy azules y bastante amable para ser médico. Según me ha visto me ha sonreído y me ha dicho “huy, vaya catarro”. Y yo, maja por naturaleza, le he dicho “sí, para eso no hace falta ser médico.” El buen hombre se lo ha tomado como una broma y me mirado un poco, me ha dicho que era sólo de las vías altas (o sea, nariz como un pimiento morrón maduro) y que tomara paracetamol y descansara. Para eso, querido, tampoco hace falta una carrera. Pero no se lo he dicho. Se ha puesto a rellenar unos papeles y me ha dicho que me iba a dar la baja y que cuantos días quería. Mi yo vago y lleno de cosas más interesantes que hacer aparte de trabajar, ha pensado “una semana”. Mi yo pobre ha replicado “un día y vas que te matas, muerta de hambre”. Mi yo sensato ha sido el que ha salido de mi boca y ha dicho “hoy y mañana, el miércoles y creo que ya puedo ir”. La verdad es que no me apetece nada levantarme a las 6 y estar 9 horas fuera de casa, pero menos me apetece no tener para comer, así que no es mal acuerdo dos días de reposo y lego vuelta a la lucha.
Sigo haciendo cuentas y creo, espero, deseo, que para el sábado pueda estar en condiciones bodiles. Lo dudo un poco porque estoy bastante floja y no tengo ganas de ir por ahí tambaleándome en los tacones como bambi recién nacido, pero haré lo que pueda. Sólo espero que dejen de gotearme la nariz y de llorarme los ojos para poder maquillarme un mínimo y no ir hecha un zurrapastro. Pero no prometo nada. Lo que no me veo, francamente, es con mucho ánimo de bailar ni de montar juerga. Además siendo una boda de día, la cosa se pone en mi contra. Las noches me animan y me desatan, pero eso de bailar a las seis de la tarde, a plena luz del día y en estado totalmente consciente y sobrio, como que no.
Total, que haré lo que pueda. Cuando la situación empiece a superarme por la razón que sea, le daré al niño uno de esos toquecitos en la mano que él y yo entendemos y nos iremos. A veces creo que podríamos comunicarnos por morse con apretoncitos de manos.

Por cierto, sé que siempre he dicho que me gusta el verano. Pero estoy cambiando de opinión. El otoño es deprimente con sus noches alargándose y comiendo terreno al día, pero mis gatos están súper contentos y felices con el fresquito. Corren y juegan como locos, se me suben mucho encima y comen de maravilla. La peque después de todo el verano dando por saco con la comida vuelve a engullir bolitas como si no hubiera un mañana y está otra vez gordita y lustrosa y no con ese culo diminuto y huesudo que lucía este verano. Ron está contento y juguetón y amoroso y gordo como un cebollo. Ahora mismo escribo esto con Maya en las piernas y Ron sobre mi regazo. Suena guay, pero no es fácil escribir con un gato de siete kilos aplastándome la escasa capacidad pulmonar que tengo estos días. En fin, que sigo siendo una chica proverano, pero mis niños me han hecho prootroño. Lo que hay que ver. Lo que se hace por amor.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Repaso del 2017 y... ¡Feliz Año Nuevo 2018!

Hoy hace un año que apareció Maya en mi vida, pequeñita y negra, con un maullido alegre a todas horas y con muchas ganas de querernos a todos. Nos frotaba su diminuta cabecita y desde la primera vez que la cogí en brazos, se hacía una rosquita muy pequeña en mi regazo y ronroneaba fuerte. Tuve mucha suerte de que una gata negra se cruzara en mi camino y doy gracias por tenerla cada día. Aún me pregunto cómo siendo tan negra ha podido llenar mi vida con tanta luz.
El 2017 ha sido un año... intenso. Me recuerda mucho al 97, aquél que parece que pasó hace poco y cuyos recuerdos han cumplido 20 años ya. Al parecer los años que terminan en 7 son de los que no pasan desapercibidos en mi vida.
El caso es que este año empezó muy mal. Justo después de Reyes, Ron se puso muy malito. Quizás en parte por la venida de la peque, tuvo un brote de toxoplasmosis que casi le cuesta la vida. Nunca agradeceré lo suficiente al equipo de Gattos, lo que hizo para salvarle. Y con mucho esfuerzo, al final se puso bien. Nunca olvidaré esas noches. La que él estuvo ingresado y yo no pude dejar de llorar. Las que pasé en el sofá sin dormir nada, bajándole la fiebre con pañitos húmedos, dándole de comer con una jeringuilla, dándole antibóticos, acunándole en brazos. Fue horrible. Sin embargo, Ron es fuerte y volvió a comer solo, volvió a moverse, volvió a jugar. Volvió a pedir comida a las seis de la mañana haciendo que madrugara feliz. Volvió a ser el mismo de antes.
Después las cosas empezaron a torcerse en otros sentidos. Mi relación con el Ross se fue deteriorando por las mentiras, la dejadez, el tedio. Me sentí perdida, absurda, sola. Me sentí traicionada, humillada, abandonada. Me sentí triste, rota y... triste, sobre todo triste. Quise poner todo de mi parte, quise luchar, quise intentarlo mil veces. Pero en una relación no puede remar uno solo porque la barca da vueltas sobre sí misma y pareces gilipollas. Así que en junio me harté y salté de la barca. A la mierda. Mejor nadar solo que remar solo en una barca donde hay dos personas.
Y entonces encontré trabajo. A la vez. Él recogió sus cosas el día que yo empezaba a trabajar. Y me dio igual. Intuía que venían tiempos mejores.
Y no me equivoqué. El verano, aunque trabajando, fue bastante bueno. Hice unas amigas fantásticas en el trabajo. Pasé muchos viernes tomando cañas con ellas a la salida y riendo a carcajadas. Me visitaron las cabras (mis amigas blogger), fuimos a la sierra, nos bañamos en el río. Me renovaron el contrato, me felicitaron por mi trabajo. Volví a sentirme útil, válida, buena profesional. Y entonces me llamaron de otro trabajo. Uno de esos que sueñas, pero no crees que puedas conseguir. Uno con responsabilidad, posibilidades de crecer, incentivos, objetivos, cesta de Navidad. Confiaron en mí, me dieron todo lo que pedí, invirtieron en mi proyecto a ciegas. Y entonces sí, sí me creció el ego, la confianza, la seguridad que había tenido siempre en que era una buena profesional y que los años en el paro habían mellado.
Y ahora termina el año. Y me da pena. Porque todo está bien, todo está tan bien que tengo miedo. Cada día tengo miedo de despertarme y que haya sido un sueño. Que no sea verdad, que no tenga un trabajo tan bueno, que no tenga a mis niños sanos, que no tenga a mi familia ahí, que no tenga a mis amigos, a mis cabras, a mi Niño Chico. Que no tenga todo en su lugar como ahora. Por eso trato de aprovechar el momento, de disfrutar cada pequeña cosa. Me van a salir arrugas de sonreír, voy a desgastar a mis gatos de abrazarles.
Y sólo puedo desear que el 2018 se quede quietecito y deje todo como está. Que nos traiga salud para seguir disfrutando, trabajando, haciendo cosas que me gustan. Es todo lo que pido. El Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy.

Y a vosotros os deseo lo mejor de lo mejor. Que el 2018 sea un buen año para todos, que tengamos salud, trabajo, seres queridos que nos alegren los días y un poco de dinero para vivir sin apreturas. Muy, pero que muy feliz Año Nuevo a todos.

miércoles, 28 de junio de 2017

Ron y Maya

Cuando era pequeña tenía caracoles. Ya lo he contado más veces, los rescataba de la calle o del campo o de donde los pillara, los metía en un bote con lechuga, los cuidaba un tiempo y luego los volvía a soltar. Incluso una vez criaron porque nadie me había explicado el concepto de hermafroditismo. En fin. El caso es que tuve uno que fue mi favorito. Se llamaba Corretón porque era enorme, gordo y marrón y le encantaba escaparse del tarro y hacer excursiones por las paredes. Lo recogí con la concha rota, pero se le reparó poco a poco. Corretón era un caracol fantástico, salía mucho de la concha, en cuanto le ponías verdura fresca o le mojabas con agua. Me caminaba por las manos y los brazos, no parecía asustarse de nada. Comía uvas y frutas directamente de entre mis dedos. Y con él descubrí que hasta los animales más pequeños, que consideramos más simples, tienen su propio carácter. Porque hay caracoles tímidos y otros sociables, unos miedosos y otros intrépidos.
He tenido montones de animales a lo largo de mi vida y cada uno ha tenido sus peculiaridades, sus manías, sus virtudes, esas cosas por las que les he querido y esas otras por las que a veces me he tirado de los pelos con ellos. Todos me han enseñado mucho, me han dado mucho más de lo que yo he podido o sabido darles. A todos los llevo en el corazón porque en parte, igual que gracias a la familia o a los amigos, soy quien soy gracias a ellos.
Ahora miro a Ron y a Maya fascinada. Los gatos tienen unos caracteres muy marcados. Ellos son muy ellos. Ron es más dependiente de mí, más tranquilo, más bruto, más fuerte. Le gusta mucho saltar, llega muy alto, le encanta subirse a los sitios. Tiene muchísima habilidad con las patitas, casi parecen manos, él todo lo toca con su manita izquierda para cerciorarse de lo que es. Es comilón, todo le gusta y nunca rechaza nada (si lo hace corre al veterinario, le pasa algo raro). Ron es muy de costumbres, le encanta la rutina, cada día hace más o menos lo mismo, le gusta seguir horarios, ponerse en los mismos sitios, que no le cambien sus cosas. Le gusta tumbarse en la ventana para estar fresquito y mirar por el cristal del cuarto de la lavadora para ver lo que hacen los vecinos. Le gusta la gente. Cuando vienen visitas se acerca a saludar, no se asusta ni se esconde, sólo les mira, curioso. A veces se deja tocar, a veces se enamora y se sube encima de la gente, otras, simplemente les huele. Le encanta dormir conmigo en cualquier sitio, en cualquier postura, a cualquier hora. Es perezoso, casi siempre que hay que levantarse se revuelca un rato como pidiendo cinco minutos más, después de desayunar le encanta volver a la cama y dormir conmigo, tan a gusto. Ron duerme mucho desde que era cachorro, cae en los brazos de Morfeo y sueña, profundamente dormido, durante horas. Eso sí, como quiera algo, comer por lo general, es muy exigente. Te despierta a manotazos y cabezazos tan fuertes que podría despertar a un muerto. Casi siempre que me siento, viene a ponerse encima, o al lado como mínimo. Conoce perfectamente su nombre, se vuelve a mirarte cuando le llamas, entiende muchísimas cosas y es bastante obediente. Le gusta mucho que le hable, pero él maúlla muy poco. Y siempre que llego a casa, viene a recibirme a la puerta, a veces con cara soñolienta, a veces como sonriendo, a veces con un trotecillo alegre.
Maya es más inquieta, más suave, más sigilosa, más pequeña. Le encanta robar cosas, todo lo coge con la boca y lo lleva de acá para allá. Le gusta comer la comida húmeda mezclada con bolitas y el agua fresca. A Maya le encanta investigar, se mete en todas partes, lo toca todo, lo huele todo, lo coge todo. Mete su diminuta cabeza en cada hueco para ver lo que hay. Nunca sabes dónde la vas a encontrar, hace cosas inesperadas, cada día descubre algo que le fascina y a los diez minutos lo ha olvidado. Persigue a Ron a todas partes, es cabezona, no se da por aludida cuando le dices que no, es terca hasta decir basta. Le gusta que la cojas en brazos, duerme a veces conmigo, pero sobre todo, le gusta dormir abrazada a Ron, que lo acepta con resignación. También duerme mucho sola, se estira mucho, abre las patitas, ocupa más sitio del que puedes imaginar por un animal tan pequeño. Eso sí, duerme pocas horas seguidas. En seguida se aburre, se levanta, se va a investigar algo, a pasear, a jugar con sus ratoncillos. Maya sabe que se llama así, lo entiende, te mira y generalmente, pasa de ti. Le gusta que le diga cositas, pero sobre todo le gusta hablar ella. Corretea haciendo ruiditos, maúlla a todas horas, se frota mientras emite sonidos. Le hablas y te contesta. Y otras veces maúlla ella esperando respuestas de tu parte y tenemos conversaciones humano-gato. No viene a la puerta a recibirme cuando llego, aunque suele acudir si la llamo. Conoce la alarma del despertador y cuando suena salta sobre mí, abre el embozo de la cama y se frota y refrota haciendo alegrías y me hace unas carantoñas muy dulces tocándome con las patitas la cara y metiendo su cabecilla en mi cuello. A veces se cuela en la cama y anda por dentro haciéndome cosquillas. Te hace levantarte con una sonrisa. Por las noches le gusta hacer la croqueta en la alfombra, pasa mucho tiempo con la barriga para arriba, jugando o simplemente porque está a gusto así. Es muy valiente, muy intrépida, no ve el peligro nunca. Trepa por la red de la ventana del salón como un mono y cuando llega arriba, vuelve a bajar, usando manos y pies como una profesional de la escalada.
Los dos son maravillosos, son buenos, cariñosos y sociables. Jamás bufan, jamás se pelean. Juegan mucho y se roban comida el uno al otro. Se lamen, se imitan, se hacen carantoñas. Son dos ángeles que me ha prestado el cielo, espero que por muchos años. Y hoy hace seis meses que Maya llegó a mi vida para, siendo tan negra, llenarla de luz. Y ayer hizo 7 años y 10 meses que llegó Ron, que es todo para mí. Es el amor de mi vida, es lo que más quiero y he querido jamás.
Tengo suerte, soy afortunada. No tengo mucha familia, ni hermanos, ni siquiera muchos amigos. No soy una persona excesivamente sociable. No he triunfado profesionalmente, ni tengo dinero. Y es posible que no sea muy lista, ni muy especial, ni muy nada. Pero soy afortunada, de verdad que sí. Porque Dios me ha dado un montón de animalitos que me han acompañado en el camino. Siempre recuerdo alguna clase de pata encima de mi pierna, en todos los momentos de mi vida. El perro, los hámster, las cobayas, el pájaro, el cangrejo, los caracoles, los gatos. Siempre ha habido alguien ahí que sin palabras, me lo ha sabido decir todo con sus ojos. Así que gracias a todos ellos.

Y hoy en especial, gracias a mis dos amores más grandes, a mis dos gatos. Gracias por llegar a mi vida, por ser tan especiales como sois, por dejarme ser vuestra mamá humana. Os aseguro que lo hago lo mejor que puedo y que os quiero con toda mi alma. Gracias, Ron y Maya. Gracias por existir.

sábado, 3 de junio de 2017

Being Naar

Una de las series que más me han gustado en los últimos años es una canadiense, muy poco conocida que se llama “Being Erica”. A mí me la recomendó una amiga de Twitter y no sé si se lo podré agradecer lo suficiente. Me vino muy bien cuando la vi por primera vez hace dos o tres años y ahora, que estoy esperando a que vuelva Juego de Tronos, la estoy viendo otra vez. La recomiendo encarecidamente.
El caso es que la serie va de una chica de treinta y pocos (ejem) con una vida un poco desastre (ejem, ejem) y bueno, por una serie de circunstancias que no vienen al caso, termina en una terapia muy especial en la que puede viajar en el tiempo para cambiar cosas de su pasado de las que se arrepiente. Lo que pasa es que claro, que tú puedas cambiar algo que hiciste no significa que los demás también lo vayan a hacer, por lo que generalmente, aprende de sus errores, comprende mejor su propia vida... pero no cambia gran cosa.
Es inevitable verla y no pensar en qué cambiaríamos si pudiéramos, qué haríamos diferente o qué no haríamos. Al menos así, en teoría. Yo por lo menos lo pienso muchas veces. Y después de muchas vueltas, me pregunto si realmente cambiaría algo. Y no es que no me haya equivocado, sabe Dios que en mí lo raro es acertar. Y no es que no me arrepienta de cosas, porque sé lo mucho que la he cagado y me siento muy responsable de tirar por la borda un montón de cosas buenas que podría tener en mi vida, como un trabajo, o una casa mejor, o más experiencias o más y mejores estudios. Pero a pesar de todo eso, a pesar de que mi vida es un asco muchas veces y que hay cosas que no me gustan nada, de la mayor parte de mis errores he sacado cosas buenas.
Por ejemplo, estar con el Desequilibrado fue un error. Sobre todo estar tanto tiempo. Y encima serle fiel. Pero si pudiera cambiar algo de todo aquello, seguramente sólo fuera lo último. Porque a pesar de la mierda de relación, de las consecuencias de mierda y de las otras mierdas, él trajo a Ron. Y por Ron merece la pena todo. Porque qué sería yo sin él. Sin su mirada tranquila, sin su serenidad felina, sin su calor. Ron me ha dado en estos casi ocho años mucho más de lo que pudo quitarme el Desequilibrado. Ron me ha curado muchas más heridas de las que él pudo hacerme. Así que si alguna vez consigo una terapia como la de Erica y puedo volver al pasado, lo único que haré será volver con el Desequilibrado, ponerle los cuernos todo lo que pueda y en cuanto traiga a mi Ron, dejarle plantado y huir con mi gato. Y si puedo, decirle cuatro frescas a la impertinente de su madre.
Por lo demás, obviando el efecto mariposa, sólo cambiaría pequeñas cosas.
Esa noche que justo después de dejarte en el bar encontré hueco y dudé si aparcar y volver o seguir conduciendo... pues aparcaría.
Esa vez que me propusiste quedar y no fui... pues iría.
Esa vez que me encerraste en el cuarto de los abrigos entre risas y bromas... no saldría tan rápido.
Esa vez que me pediste que me quedara un rato más pero yo tenía que madrugar... pues me quedaría.
Esa vez que me enfadé por una tontería y al final no nos vimos... pues aprovecharía tu visita a España para darte un abrazo.


Así de sencillo. Todas esas veces, con todas esas personas con las que perdí la oportunidad de compartir algo más, de hacer algo más de lo que hice. Por eso ahora, aunque me equivoco como siempre, trato de aprovechar las ocasiones al máximo. Trato de hacer caso a lo que me dicen las tripas. Trato de hacer lo que quiero, lo que realmente quiero, aunque no sea lo más correcto. Porque... ¿Qué diablos es lo correcto?  

sábado, 18 de febrero de 2017

Miau Fashion Week

El martes pasado castramos a Maya. Todo salió bien y se está recuperando estupendamente. La llevé a su veterinaria normal del barrio, donde las dos chicas que lo llevan son encantadoras y una de ellas, especialista en gatos. Les tratan genial, tienen precios asequibles y tal, pero no son cirujanas. Así que para las operaciones tienen a un cirujano externo que va allí, opera y se vuelve a ir. Y francamente, no estoy del todo contenta con él. A ver, la operación ha ido bien, así que me da igual, pero la cicatriz que le han hecho en la tripa es una chapuza. Tiene pegotes de pegamento quirúrgico que le he tenido que ir quitando. Y le han pelado muchísimo la tripa y la parte interna de los muslos para lo que era. Que un poco más y me la convierten en gato egipcio. En fin, la voy a seguir llevando a esas chicas para sus revisiones y cosas normales, pero desde luego si pasa algo o hay que hacerle cualquier cosa en el futuro (Dios no lo quiera) no pienso dejar que este tipo la toque de nuevo. La llevaré a la clínica mega-chachi-guay-hiper-cara donde me llevan a Ron, que sí que te dejas allí el sueldo, pero lo vale.

En fin, el caso es que tenía clarísimo que no le iba a poner collar isabelino tras la operación. Me niego porque me parece una tortura medieval y nunca se lo he puesto a ninguno de mis bichos. Además, creo que hay otras soluciones menos traumáticas. No es que sean una maravilla, porque los que tenéis gatos sabéis cómo son, que les gusta ir a su bola, pero mejor que la puñetera campana, sí. Yo, de hecho, ni siquiera les he puesto nunca collar. Ya ni hablamos de los cascabeles, que me llevan los demonios porque encima son malos para ellos (les estresan con el sonidito constante), es que ni collar de adorno.
Bueno, pues para que no se chupara la herida, porque la señora es un poco borrica, pensé en hacerle un body. Traté de meterla en un calcetín grande que tenía, pero no estaba por la labor de colaborar. Así que corté una camiseta vieja mía y se la puse, pero le quedaba floja y le duró un rato. Con ella estaba adorable, parecía un bebé. Pero eso a Maya le importa un comino.
Después hice un apaño con unos pantys gorditos a modo de body y una faja de camiseta. Esto le dio cierto aspecto de putilla porque era en gris y rojo en plan corpiño, pero le moló bastante más. Al parecer ha salido a su mamá y le gusta un poco el look de pilingui-cabaretera. Qué le vamos a hacer. Con este modelo andaba más cómoda, pero al ser panty, se dedicó a lamerlo hasta hacerlo trizas y de nuevo tuve que cambiar de atuendo.
Entonces llegó la que de momento es la opción definitiva, estilo camisa de fuerza de manicomio antiguo. Como sólo encontré una camiseta elástica blanca y va atado por detrás la pobre parece recién sacada de la López Ibor, pero ella no parece acomplejarse. Y está muy cómoda con ella, así que va a seguir así unos días.

El caso es que me ha dado por pensar que hay un negocio ahí. Estoy segura de que si tuviera medios para fabricarlos en tela elástica de más calidad (tipo fajas de esas muy elásticas y suaves sin costuras) y con unos velcros en lugar de nudos, la cosa tendría futuro. A nadie nos molan los collares isabelinos y un vestidito, aunque sea un poco ridículo, es mucho mejor que una pantalla de lámpara metida en la cabeza. Si lo hubiera hecho, en plan bien, yo lo compraría y no andaría por ahí difrazando a la pobre canija con trapos que me voy inventando sobre la marcha. Tengo que pensar sobre ello, lo mismo me forro y por fin dejo de ser más pobre que las ratas pobres.


Os dejo la secuencia de fotos adorable-putilla-manicomio. Espero que os gusten.



  

viernes, 27 de enero de 2017

Mucho sueño y poca nocilla

Yo este año me había propuesto comer sándwiches de nocilla calientes cuando me apeteciera. Así como emoción máxima. Aún no ha terminado enero y ya me he gastado una cifra de las que marean en veterinarios, he estado súper enfadada, súper disgustada, súper preocupada y bastante feliz porque al final todo ha ido saliendo adelante. Por suerte Ron está estupendo otra vez, vuelve a ser el gato enorme, sano y comilón de siempre. Vuelve a estar contento y feliz, correteando con su hermanita, tomando el sol por las mañanas y pidiendo de comer a todas horas. Pero qué mes más tonto y con menos nocilla.
Y para poner la guinda, Maya está con su primer celo. Eso significa que en febrero seguiré gastando importantes cifras en veterinarios y comiendo poca nocilla. Y luego la gente me dice que por qué no quiero hijos. Mira, antes me echo a vivir al monte.
Para colmo de los despropósitos, no sé qué me pasa últimamente que duermo como una marmota. Yo que en cuanto estoy más de cinco horas en la cama las sábanas empiezan a pincharme, estoy durmiendo una cantidad y con una profundidad que me asusta. Además que me acuesto pronto, duermo hasta las 10 porque no hay forma de despertarme antes (más si es fin de semana), me echo siesta, me caigo dormida por las esquinas después de cenar... igual me ha picado la mosca tsé-tsé. La verdad es que supongo que no es algo grave, pero estoy un poco preocupada. No es normal en mí está ingente cantidad de sueño insaciable. Además que tengo sueños, no me entero de lo que pasa a mi alrededor, no oigo el despertador del Ross, no me entero si me cae una bomba. Caigo en unos estados semi comatosos. Y eso, francamente, me quita mucho tiempo de hacer las cosas que me gustan. Entre ellas, comer nocilla.
En fin, como propósito de febrero espero dormir algo menos y poder actualizar con más regularidad, contar unas cuantas cosas absurdas que me han pasado y que tienen su gracia y de paso, comentar vuestros blogs. Os leo, pero en la sombra. No tengo tiempo ni medios para comentar porque desde el móvil a veces lo consigo, a veces no.

De todos modos, gracias por no abandonarme. Y por vuestros buenos deseos para Ron. Volveré, como Terminator .

viernes, 20 de enero de 2017

Empezando el año regular

Hemos empezado el año regular. Los reyes me trajeron un catarro que aún arrastro. Y luego Ron se puso malito. Empezó a comer un poco peor y un día ya no quiso desayunar y no tenía ganas de levantarse de su manta. Me fui corriendo a urgencias y tenía una infección del carajo. Llego a esperar un día y se me muere de sepsis. Bendita histeria mía. El caso es que le ingresaron con antibióticos y suero y estuvo dos días allí. Nadie se hace una idea de lo fría y lo poco acogedora que encuentro esta casa sin él. Tenía un vacío entre los brazos que no me llenaba la pobre Maya, que se pasó la noche lamiéndome las lágrimas.
Por suerte Ron reaccionó bien a los medicamentos y me lo pude traer a casa. Aún así ha estado una semana un poco pocho, tomando muchas medicinas y bastante apagado. Seguía comiendo mal y poco, seguía sin venir a despertarme o sin querer pasearse por la casa. Yo me he quedado las noches enteras con él para medirle la temperatura, darle de comer con una jeringuilla y ponerle pañitos húmedos cuando le subía la fiebre. Le repetimos los análisis y volvían a ser normales y la infección estaba controlada, los leucocitos volvían a estar normales. Ahí empecé a respirar un poco.
Lo bueno es que todo esto tan feo ya ha pasado. Hoy ha venido a las seis y media de la mañana a pedir de desayunar. Nunca he madrugado tanto con tanta alegría. Me levantaría el resto de los días de mi vida a esa hora si él quisiera.
Los veterinarios creen que ha sido un brote de toxoplasmosis, una prueba dio positivo y otra negativo, al parecer a veces es difícil diagnosticarla.
Por suerte ya ha pasado lo peor. Este Ron me va a matar a sustos, pero al final suele salir airoso. Y menos mal, porque le necesito. No quiero vivir sin él. Y haré siempre todo lo que pueda por que él esté bien. Todo.

En fin, esta es la pequeña actualización. No he escrito antes porque me sale contar las cosas malas, me cuesta muchísimo y no me hace sentir mejor. Además, no he tenido tiempo ni ganas, mi prioridad es él. Y no sé cuánto lo haré en los próximos días porque aún necesita un poquito de cuidado extra y yo tengo un montón de trabajo atrasado en todos los aspectos. Pero bueno, que estamos vivos gracias a Dios y que poco a poco volveremos a la normalidad.


martes, 10 de enero de 2017

Propósitos y nocilla

En estos días me ha dado por pensar en los propósitos de año nuevo y tal. Yo no suelo hacer porque el mero hecho de pensar que tengo que hacer algo ya me pone con el cable cruzao y se me quitan las ganas de hacerlo, le voy cogiendo asco y al final se me mete esa cosa por el culo y ya no la hago ni aunque me paguen. Soy así de idiota, pero no me gustan los compromisos, me agobian y me ponen a la contra. Por eso yo para el año nuevo lo único que me suelo proponer es no morir y no matar a nadie. Es asequible, pero tiene su esfuerzo, oye.
Además, me he dado cuenta de algo. Casi todos esos “buenos propósitos” no son tan buenos. No suelen ser cosas que realmente nos apetezca o nos guste hacer. Primero porque si así fuera ya los haríamos y no tendríamos que proponernos nada. Y segundo porque nunca son cosas del estilo “este año voy a comer todos los sándwiches de nocilla calientes que me apetezcan” si no más tipo “comeré verduras cuatro días a la semana y saldré a correr y cenaré sólo ensalada y pescado a la plancha” e intentaré no quitarme la vida disparándome una coliflor a la cara, añado.
La verdad es que es bueno tratar de mejorar, hacer propósito de enmienda. A todo el mundo nos va bien revisarnos y tratar de subsanar errores. Pobre de aquel que crea que lo hace todo bien. Lo que pasa es que yo creo que es más efectivo ver que la estás cagando y tratar de mejorar porque tú mismo te das cuenta que eso no está bien que porque sea uno de enero te propongas cosas que no te molan ni media sólo porque es lo que toca, lo que hace la gente o porque crees que tu vida sería mejor si comieras más judías verdes.


Ron duerme sobre mis piernas y Maya a mi derecha, recostada contra mi muslo. Ellos no hacen propósitos de año nuevo. Ni siquiera les importa qué año es. Ellos buscan calor en invierno, un sitio fresco en verano, comida, agua y cariño. El resto les da igual. Igual deberíamos plantearnos la vida un poco más así. Me voy a hacer un sándwich caliente de nocilla para celebrarlo.  

jueves, 5 de enero de 2017

La suerte de la gata negra

El cambio de año es sólo una fecha. A todo el mundo nos mola hacernos un poco la paja mental de que “año nuevo, vida nueva” y tal, pero en realidad no significa mucho. La vida te puede cambiar un día cualquiera y el uno de enero generalmente no pasa nada extraordinario.
A mí por ejemplo, me ha cambiado el 28 de diciembre. Y a ella también.
Desde hace años el Ross cuida de una colonia de gatos en su trabajo. Viven en la calle, algunos no habría manera de meterlos ya en una casa, pero él los recoge, los castra, les vuelve a soltar allí, les da de comer y si les pasa algo, les lleva al veterinario. Se gasta el dinero, pone esfuerzo, tiempo y ha tenido problemas con algunos gilipollas de su trabajo, pero le da igual. Para el Ross los gatos son lo más importante. Más que el dinero, el tiempo, el esfuerzo, lo que opinen de él y más que yo. Y me parece correcto. El caso es que hace tiempo me empezó a decir que había un gatito pequeño negro que se dejaba coger, que era muy cariñoso y blablablá. Coincidió que empezó con estos comentarios cuando estábamos muy preocupados por la salud de Ron y no tuve ganas de meterme en más líos, así que le dí largas. A veces el corazón tiene un límite y yo no podía hacerme con nada más en ese momento. A parte de que no quería que Ron pudiera empeorar o algo.
Sin embargo, en estas Navidades le acompañé un día que no trabajaba a darles de comer. Y la vi. No era un gatito, era una gatita. Muy pequeña, muy negra, muy linda. Es verdad que se dejaba coger, que se dejaba tocar, que era un pequeño paquetito de amor. Y le dije que si quería, lo intentaba. La traía a casa y veía cómo se lo tomaba Ron.
Así que el 28 de diciembre, como una broma de las que sí hacen gracia, salvamos a un inocente y la llamé Maya. Ahora está aquí, ronroneando muy fuerte, pisándome el ordenador, haciendo que tarde un siglo en escribir mi primera entrada del año. Todo lo bueno que se diga de ella es poco. Se ha adaptado de de maravilla, no pone pegas aunque la lleve a casa de mis padres o la deje aquí con Ron o la lleve al veterinario. Es buena, cariñosa, juguetona, está loca y es preciosa. Pide mucha comida y muchos mimos, le encanta la gente, le encanta estar en brazos, las caricias, le encantan todos los juguetes. Me parece muy pequeña, pero es que todos los gatos normales me lo parecen comparados con mi gordo.
Ron se lo tomó muy bien. Yo confiaba en mi chico porque sé que es un gato estupendo y que tiene un corazón enorme, pero aún así sabía que se podía poner en plan hijo único. El primer día la bufó unas cuantas veces y así comprobé por primera vez en siete años que sabe bufar. Luego la aceptó, sin más. Aún no duermen juntos, pero juegan, se dan cabezazos, se huelen mucho y a veces hasta deja que ella le lama o él le da un lametazo en la cabecita. Poco a poco serán los mejores hermanos del mundo porque en dos días ya se llevaban genial y todo lo que hacen es mejorar.
Yo ahora soy la orgullosa mamá de dos ángeles en forma de gato que me ha regalado Dios y a los que he ofrecido una vida mejor que estar en la calle. Y no puedo tener el corazón más rebosante de amor.
Lo único malo de tener un gato negro es lo difícil que es sacarle fotos. Ron sale siempre impresionante, precioso, majestuoso con sus siete kilos de gato montés. Maya es una pelotilla negra diminuta que sale borrosa, sin rasgos distinguidos. Es sólo un gurruño negro. Aún así, os la presento. Esta es Maya, la que ha cambiado y mejorado mi vida. Es una razón más para vivir y creer que hay cosas bonitas. Es otra alegría en mi día a día. Es una suerte haberla encontrado. Toda ella es una suerte.





miércoles, 26 de octubre de 2016

Buenas noticias sobre Ron

Bueno, aunque he dejado un nota en facebook, para los que no lo tenéis (reitero mi invitación a que me busquéis como Naar Tipala y seamos amigüitos), os cuento por aquí también.
Hoy le hemos hecho de nuevo los análisis a Ron. Gracias a Dios hay buenas noticias y parece que definitivamente su problema de riñón viene por las putas liliáceas de los cojones. La creatiina sigue un poco demasiado alta, pero ha bajado un poco porque sus riñones están sanos por lo demás y puede hacer frente al daño. Le ha bajado 4 décimas y aunque no sea reversible el problema, sí que es significativo que esté “mejor”.
Por lo demás está sano cual manzana, no hay nada más que esté alto, todos los niveles está bien, no hay síntomas de nada más y ha bajado de estadio 3 a estado 2, lo que es bastante bueno.
La verdad es que yo he pasado unas semanas horribles, lo he pasado francamente mal, muy asustada, muy angustiada y muy, muy preocupada. He sufrido una ansiedad horrible. Y es que hay quien no lo entiende, que peor para ellos, pero se puede amar mucho a un animal. Muchísimo.
Yo quiero a Ron con toda mi alma. Sin él mi vida no sería la misma. Y sé que algún día se irá a esperarme en el cielo, pero que sea lo más tarde posible, porque la tierra sin él será un lugar más oscuro y menos acogedor. Por suerte de momento le sigo teniendo conmigo. Y rezaré para que siga siendo así mucho tiempo.
Gracias a todos los que os habéis preocupado por él, por mí y os habéis tomado un minuto para preguntar, para mandar buenos deseos, para darme ánimos y para calentarme un poquito el corazón en estos días que han sido tan feos. De verdad, gracias, no puedo decir más.


Y nada, desaparezco un poco por unos días porque me voy a tomar el aire con mis niñas del bambo, que lo necesito. Estoy bastante ahogada y ellas me meten aire a presión en los pulmones. Cuatro días que me renuevan y soy otra, mejor para todos. Pero volveré. Me esperan aquí mi Ron y mi Ross que son los dos amores de mi vida y quiero estar bien para ellos. En una semanita, nos ponemos en marcha otra vez.  

martes, 4 de octubre de 2016

Resultados de Ron

Como ha habido un montón de gente que me ha preguntado por Ron (él y yo os lo agradecemos mucho) os voy a contar los resultados que hemos obtenido hasta el momento.
Hoy hemos ido a una veterinaria especializada en gatos que hay en Madrid. Es cara, pero es verdad que es completísima, la gente está megapreparada, tienen toda clase de aparatología y te dan diagnósticos concretos y tratamientos súper personalizados.
Le han hecho de todo al peque: análisis, ecografía, radiografías... Y bueno, a parte de un problemilla dental sin ninguna importancia (de paso le han hecho una limpieza para quitar el sarro), se ha indagado a fondo con el tema del riñón.
A día de hoy no podemos asegurar al 100% lo que es porque los resultados son un poco desconcertantes. Todo está bien. Tiene unos análisis como para vivir más que yo. Todo está perfecto, no hay anemia, ni fósforo alto, tiene la tensión genial, el pelo y la piel preciosos. Bien de peso, estupenda masa muscular, corazón fuerte. Morfológicamente los riñones son, palabras textuales de la doctora, los más bonitos que ha visto en años. Están muy sanos, sin infección, hinchazón, cálculos ni nada de nada.
Lo único que falla es la puñetera creatinina que sigue en 3. Y esto no es normal. Así que, tras todas las pruebas del mundo, se descartan todas las enfermedades a excepción de un linfoma o una enfermedad autoinmune (lupus o amiloidosis). Esto son horribles noticias porque son horribles enfermedades. El tema es que no da otros síntomas, ni ha perdido peso, ni ha cambiado de hábitos ni nada. Y son enfermedades muy poco frecuentes. El linfoma es lo menos probable porque desde abril que empezó la pesadilla, tendría que haber empeorado muchísimo y él está estupendo y la creatinina no ha variado apenas desde que la descubrimos alta. Y la enfermedad autoinmune no es muy normal porque se debería haber manifestado antes y además sería normal que diera otros síntomas.
Así que, estrujándonos la cabeza, hemos dado con la respuesta más plausible. Una intoxicación con liliáceas. Resulta que estas flores tan preciosas son completamente mortales para los gatos. Si se comen una hoja caen fulminados en 24 horas por fallo renal agudo. Si simplemente chupan un poco de polen que cae al suelo o que se les pega al pelo, mueren partes del riñón y quedan con ese fallo crónico de por vida, dependiendo su gravedad de la cantidad de tóxico y el alcance que éste haya tenido. Yo esto no lo sabía hasta hoy. Y no habría caído jamás si no fuera porque la doctora me ha enseñado las fotos y he recordado que por mi cumpleaños los padres de Ross me regalaron un ramo enorme con cuatro de estas putas flores. Obviamente no dejé que Ron la comiera, pero sí las olisqueó, se frotó y yo las toqué sin tener demasiado cuidado. No podía saberlo. Y sin embargo, si se confirma que es esto, no me lo perdonaré nunca en la vida. Ni a mí, ni a odioso cumpleaños gafe.
Dentro de lo malo, si esta es la solución al enigma, es el menor de los males. El daño está hecho, pero no avanza ni empeora. Hay que controlarlo, pero podría vivir una vida larga y saludable, sin molestias ni más problemas, sólo teniendo un poco de cuidado.
En fin, resumiendo, porque no tengo ganas de extenderme más sobre este tema, ahora sólo podemos esperar unas semanas para repetir analítica y ver si la creatinina se mantiene en 3 como hasta ahora, lo que confirmaría el diagnóstico de la liliácea, o si sube o varía, lo que lo descartaría y sólo dejaría las otras feas opciones.
No quiero hacerme ilusiones porque me puedo llevar la hostia de mi vida. Y no quiero desanimarme porque no serviría de nada antes de tiempo. De momento agradezco vuestros buenos deseos, vuestras velitas a los santos, vuestros cruces de dedos, soplos de buena energía, rezos o lo que sea en lo que creáis. Toda la ayuda es poca. Ron y yo os lo agradecemos de corazón. Os informaré cuando sepa algo más y trataré de no obsesionarme para no volverme completamente loca.



jueves, 15 de septiembre de 2016

Días de asco

Hay rachas que son un poco una mierda. Que todo parece torcerse o al menos, no terminar de enderezarse. Es un asco, pero es parte de la vida. Porque la vida a veces es así: un asco. Y temo por esos niños de hoy en día cuyas madres creen en la sobreprotección, en no hablar nunca de la muerte, del dolor, de la enfermedad y de las cosas malas porque se van a cagar cuando crezcan. Que no digo que haya que traumatizar a los niños ni salir a la calle gritando “oh dios mío, vamos a morir todos” mientras corremos agitando los bracitos en el aire. Pero que la vida a veces apesta. Y hay que decirlo, no pasa nada. Me da por el culo el buenrollismo, el repetir siempre que todo va a salir bien, que todo se va a solucionar, que todos los finales son felices. Porque no es así. Y punto.
A veces me dicen que soy pesimista, pero francamente no estoy de acuerdo. No creo que yo vea las cosas negativas porque sí. Es sólo que prefiero no edulcorarlo todo. Prefiero tener en cuenta las posibilidades de que algo salga mal para estar precavida. Prefiero no hacerme ilusiones a lo tonto y luego llevarme la torta. Prefiero no engañarme. ¿Y esto significa que no me alegre, que no me ría, que no disfrute, que no haga planes y que no ponga ilusión en lo que hago? NO. Sólo significa que no vivo en los mundo de yupi y que sé que hay un porcentaje de probabilidad de que todo se vaya al carajo.
Porque no, la vida no es justa. El karma no existe. Las buenas acciones no siempre se recompensan, las malas no siempre se pagan. La vida no la escribe un guionista de hollywood. Y ya me gustaría, pero no. Y que sí, que siempre hay cosas buenas, que siempre hay que dar gracias y que blablablá. Estoy hasta el coño de positivismo y motivación y de no poder quejarme. Sé que siempre hay un lado bueno, un resquicio de luz. Y sé también que tengo derecho a la pataleta y a decir que hay días que son una mierda.

Hoy le hemos hecho unos análisis a Ron. Lleva seis meses con la medicina para el riñón que le pusimos cuando descubrimos que tenía la creatinina un poco alta. Y no son tan buenos como esperábamos. Le ha subido un poco más. Y tiene algunos otros niveles un poco regular, aunque en general no hay nada alarmante más que el problemilla renal. De momento le vamos a poner una dieta más estricta y seguir con la medicina (ajustando la dosis). Volveremos a hacer análisis en tres meses a ver cómo ha evolucionado, pero no pinta demasiado bien.
La verdad es que me había hecho ilusiones y de ahí mi reflexión. Últimamente está tan bien, tan contento, con tan buen aspecto, que creí que sería suficiente, que los análisis saldrían redondos, que podríamos quitar la medicación, que estaría sano como una manzana, que me dirían que se iba a hacer tan viejo como el sol. Y claro, qué palo. Por eso ahora no pierdo la esperanza, pero no confío demasiado en nada.
La verdad es que le tengo pánico a la simple idea de que Ron se muera. Sé que es algo que va a pasar, como moriremos todos, pero me horroriza. Nadie que no haya amado tan profundamente a un animal puede saber lo que siento. Ron ha sido el único que motivo que he tenido para vivir en muchos momentos. Y no concibo la vida sin él. Sin embargo, asumiré lo que tenga que pasar. Le cuidaré lo mejor que sé y con todos los medios posibles mientras él esté bien y no sufra. Y después, pues Dios dirá.
De momento, estoy triste. Y supongo que el hecho de que me hayan rechazado de un trabajo en el que había avanzado bastante en el proceso de selección no ayuda. Porque además era buena para el puesto y me ilusionaba la idea. Y necesito el dinero, para qué vamos a mentir. Entre los muchos sinsabores de este mes, se ha roto el canapé de la cama y no tengo dinero para comprar otro. Y sí, tengo salud, pero ayer me caí por las escaleras y tengo un brazo, una pierna y el culo completamente amoratados, hinchados y doloridos. Y un tobillo torcido. Y dos huevos duros.

Mira, yo qué sé. Que hay un montón de cosas buenas, de días maravillosos. Pero hoy no es uno de ellos. Hoy, la vida da un poco de asco.


miércoles, 20 de julio de 2016

¡He vuelto!

Ea, pues he vuelto.
Pensaba haber dejado una entrada programada para deciros que me iba de vacaciones una semana y tal, pero mira, luego me lié con cosas y al final no me dio tiempo. Y me llevé el ordenador con la idea de quizás escribir por las noches como suelo hacer. Pero me dio pereza.
El caso es que escribiré alguna entrada sobre las vacaciones, que han sido... bah, os esperáis al siguiente post.
De momento os comento que en Madrid hace un calor de cojones. Ahora mismo escribo con un pijama raído que sin embargo me parece una manta zamorana y con el culo fundido al sofá. Ross duerme en la cama con el ventilador enchufado a todo trapo y de vez en cuando se despierta y se rocía con un chuf-chuf de agua. Y el pobre Ron anda tirándose por los suelos y a veces me mira como diciendo “haz el favor de arreglar esta mierda”. A ratos me da tanta penilla que le pongo el aire acondicionado. A Ron le fascina, claro. Se sienta donde más cae el chorro fresquito y se pone esponjoso. A veces, cuando lo apago, mira a la pared y maúlla al aparato con tono imperativo para que vuelva a funcionar. Yo le entiendo, que conste. El problema es que Ron no está familiarizado con el concepto “factura de la luz”.
Por otro lado, pasado mañana me quedo de Rodríguez porque Ross se va al norte a una friki-party de cosas de ordenadores y niños rata pegados a pantallas. Su abuela me preguntó si me parecía bien que se fuera solo. Y a ver, yo entiendo que las abuelas crean que sus nietos son un partidazo y que las mujeres caen rendidas a su paso. Lo que las abuelas no entienden es que hay sitios donde las posibilidades de que simplemente haya mujeres se reducen mucho. Y las que hay, pues mira, no me asustan. Además, ¿¿conexión a internet gordísima, pantallas por todas partes, horas ilimitadas de juego y otros frikis que quieran hablar de juegos de mierda?? Os garantizo que esa semana el Ross ni se acuerda de que tiene pene.
Además me vendrá genial estar unos días sola, con la cama para mí, haciendo la comida que me apetezca y rascándome el higo a dos manos. Lo mismo hasta me apetece más verle cuando vuelva y todo.
Total, que me enrollo, que he vuelto, que hace calor y que tengo unos días para actualizar bastante. Así que permanezcan atentos a sus pantallas.


jueves, 2 de junio de 2016

La herencia de Ron

Hace un tiempo os conté que le hice análisis a Ron y salió un poco alta la creatinina y tal. Bueno, después de eso, pasó una racha con la tripa suelta. Comía bien y parecía estar normal, jugando y durmiendo y todo... pero con la tripa suelta.
Le hicimos una prueba de parásitos. Nada, todo estaba bien.
Le di una especie de pasta probiótica para ver si es que tenía la flora del intestino tocada. Nada, como el que oye llover.
Repasé con el veterinario los resultados de los análisis de sangre minuciosamente. Nada, todo bien.
Repasamos la ecografía con detalle. Nada, todo bien.
Todo bien, pero las cacas seguían siendo un horror. Así que el veterinario me pidió muestras de heces para hacer un cultivo especial. Eso se traduce en tres días persiguiendo al gato cada vez que merodea por el arenero para pescar sus malolientes cacas en un tarro.
Yo, que siempre odié a las madres que hablan de los pañales de sus bebés, contando esto. En qué me he convertido, zeñó, en qué.
Total, que a todo esto, a mí se me metió en la cabeza que el pienso no le sentaba bien. Y es que siempre, siempre he tenido problemas con los piensos de Ron. Los he probado todos, caros, muy caros, carísimos. Especiales para tripa sensible, sin cereales, de pollo, de pescado, de oro puro. Siempre haciendo las transiciones graduales, siempre con mil cuidados. Y nada. A él todo le gusta, porque es un tragón, pero no le terminan de sentar bien.
Total, que hasta el gorro del tema, le empecé a dar sólo bolsitas de trocitos con salsa. Y de un día para otro, perfecto. Tripa bien, caca bien, todo bien. Así que me empecé a temer que no le pasara nada de nada y que simplemente, no le cayeran bien las croquetillas secas. Hice la prueba de darle de nuevo bolitas y mal. Quitaba las bolitas y bien. Era como muy evidente el asunto.
De todos modos hicimos el cultivo de heces especial por si había algún parásito raro o alguna bacteria chunga de detectar. ¿Lo adivináis? Nada, todo está perfecto.
Y diréis, fantástico, ya tienes la solución, dale bolsitas. Claaaaro. Muy bien. El único problema es que cuestan 1,70 cada una. Y se come dos al día. Eso hace una pasta al mes que no me gasto en mi propia comida.
Obviamente, como necesito estar tranquila una temporada y Ron es mi mayor prioridad, me estoy quitando de todo para que él siga comiendo sus bolsitas de pollo en salsa especiales para el riñón y esté tan contento y feliz y con su tripa tan estupenda.

El veterinario está totalmente desarmado, dice que Ron le deja sin argumentos y que no tiene ni idea de qué pasa aquí. Yo tengo mi propia teoría y es que como los gatos no pueden heredar, Ron ha decidido pulirse mis bienes en vida, por si acaso. Así que estamos muy felices y muy sanos... y totalmente arruinados. Curiosamente, merece la pena por verle tan guapo.


jueves, 21 de abril de 2016

El susto

He pasado dos días horribles. Por suerte la cosa ha terminado bastante bien, pero joder. En fin, saquemos enseñanzas positivas del asunto.
El caso es que hace cosa de un mes y pico o así le hice a Ron unos análisis rutinarios para ver qué tal estaba. Todo salió estupendo menos la creatinina que estaba en el límite. El veterinario me mandó una especie de malta con no sé qué para el riñón. Me dijo que era muy suave y que se usaba a nivel preventivo más bien, pero que como aún no se podía considerar un índice alto era lo mejor. Se la he estado dando a diario y la semana pasada le repetimos los análisis para ver qué tal había ido.
Bueno, pues la creatinina había vuelto a subir. No una cosa exagerada, no un nivel así en plan mortal, pero sí, alta. Total, que entre eso y que Ron es un poco delicado de por sí, yo me agobié mucho. He pasado dos días llorando abrazada a él pensando que se me moría.
Por supuesto, Ron estaba normal. Comiendo, jugando, durmiendo, viniendo a las 5 de la mañana a dar por saco... pero yo no dejaba de llorar ante su atónita mirada.
Hoy le hemos hecho una ecografía para ver qué andaba mal, si había daño en el riñón o por qué a veces hace la caca suelta, que esa es otra, el señor es de barriguita delicada.
Como mi gato es un primor y se deja hacer de todo, reconozco que temblaba yo más que él y se me caían los lagrimones mientras le hablaba.
Por suerte está todo bien. Los riñones, el hígado, el intestino. Todo. Está sano cual manzana.
El veterinario cree que la cratinina está alta por el cambio de dieta ya que por dentro no hay nada raro y los análisis por lo demás están bien, así que me ha mandado un jarabe, unas latitas especiales y después del verano le repetiremos los análisis a ver qué tal va la cosa.
Y es que reconozco que soy una madre histérica que me pongo como una loca cada vez que el gato estornuda, pero joder qué susto y qué dos días más malos.
Y sí, ya sé también que algún día, Dios quiera que muy lejano, Ron cruzará el arcoiris y me esperará en el cielo. Pero no quiero que sea ahora. No quiero que sea nunca, pero desde luego aún no. Todavía tiene mucho que vivir, que correr, que cazar, que jugar, que dormir en mis brazos y que despertarme temprano pidiendo desayuno. Aún hay mucho que soñar juntos. Y el día que se vaya, se llevará tanto amor, tanta felicidad compartida, tantos momentos y tantas cosas buenas, que me romperé en mil pedazos y sólo me quedará el consuelo de que él sabe que su humana le ha querido así, todo lo humanamente posible. Y un poco más.

La verdad es que la muerte es un tema que me obsesiona, por decirlo de alguna manera. La mía no, la mía me la pela un poco. Pues me muero, fíjate qué cosa. Me muero, estoy muerta y que os den a los demás. Pero el sufrimiento que se deja aquí cuando uno se va es la parte chunga. Es el precio feo por una vida que tiene su parte maravillosa. No sé si me explico.
El paso del tiempo es un tema recurrente en este blog, me doy cuenta, pero es algo en lo que pienso a menudo. Que la vida pasa más rápido de lo que uno piensa cuando es crío. Cumples 20 y uf, qué mayor eres. Y entonces llegas a los 25 y cuando te quieres dar cuenta, pum, lo 30. Y tú con cara de gilipollas preguntándote qué ha pasado. De pronto tus abuelos (si es que eres afortunado y aún tienes) son muy mayores, tus padres ya no son jóvenes lozanos y tú misma no eres la chavala universitaria. Tu adorable gatito ya no es un cachorro si no un señor gato adulto. Te miras en el espejo y tienes ojeras, patas de gallo, canas. Y te preguntas qué mierda te espera en el futuro. Qué es lo que se supone que va a pasar ahora.
A ver, que hay montones de cosas buenas por llegar, ya lo sé. Que yo soy la típica mongola que se ilusiona con cualquier cosa, con la boda de unos amigos, con el niño que va a tener Reichel y con los viajes y los proyectos que haré en el futuro. Pero hay ratos que mueg.


Conclusión, que si no me enrollo. Que disfrutad de la vida, de los buenos ratos y de las cosas guays que los malos rollos vienen solos. Decid a la gente que la queréis o que se vayan a la mierda, según toque, porque mañana podrían irse al lado oscuro y vete a saber si nos encontraremos. Y que hagáis revisiones al gato una vez al año al menos, que si las cosas se pillan a tiempo tienen mejor solución. Y que améis fuerte, porque el dolor vendrá de un modo o de otro y al menos, tendréis el consuelo de haberlo dado todo y de haber hecho la vida valga la pena.