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lunes, 2 de abril de 2018

el semi sueño semi cumplido


He pasado la Semana Santa haciendo el vago. Lo necesitaba, las semanas anteriores fueron bastante chungas en el trabajo y estaba cansada. Así que he visto un montón de series, he leído mucho, he escrito bastante y he dormido siestas largas abrazada a los gatos. Ha sido una gran semana.
También quedé una tarde con Chema y con Álter, nos pelamos de frío pero nos reímos mucho y aprendí lo que son los límites matemáticos, que hay gente que tiene el pelo peludo y que la canción de la numeración del Puma es una plaga.
Al día siguiente me quedé en casa atrincherada porque me dolían los ovarios y tenía aún dos capítulos de la tercera temporada de Outlander, que sin ser como la primera, me ha gustado mucho. Ahora me siento sola y vacía sin mi pelirrojo y voy a tener que ver las escenas porno en bucle hasta que salga la cuarta temporada. Ya por la noche estaba aquí tirada en pijama y despeinada cuando me llamó mi amigo Poli. Que qué tal, que blablá. Que quería cenar gratis, vaya. Se vino y se acopló en mi sofá y se tapó con mi manta. No sé qué tiene este sofá baratero de ikea que todo el que viene se hace una especie de nido en una esquina y se queda atrapado. Luego nos contamos cosas, nos reímos muchísimo y hablamos de millenials y de heces restregadas en la pared. No preguntéis.
Y entonces, entre risas y conversaciones, pasó lo que tenía que pasar. Ocurrió, no vamos a negarlo. Era algo que tenía que llegar tarde o temprano.


ME HIZO UN DIRTY DANCING.

Empezó a pedirme leer un poco de mi no-novela. Le dije que no y a pesar de sus técnicas policiales de mierda, le dije que si hacíamos el dirty dancing me lo pensaba. Francamente, pensé que no podía hacerlo. A ver, que sí, que está más o menos fuerte y yo peso poco. Pero. El caso es que aceptó, muy decidido como es él. “Claro que sí, dirty dancing, venga, vamos.” Y yo le miraba y valoraba la escena. El tipo medirá algo más de 1,70. Si estira los brazos por encima de la cabeza nos ponemos a una altura de más de dos metros. Si a eso le añadimos que soy más torpe que un pato, vamos mal. Si también contamos con que estaba con la regla y eso hace que esté menos fuerte, menos flexible y considerablemente hinchada, vamos peor. Y si terminamos de rematarlo con mi capacidad para la risa floja y absurda, pues ya vamos fatal. Así que pensamos en hacerlo con él de rodillas. Se pondría de rodillas delante de mi cama, yo saltaría, él me cogería y en el peor de los casos, caería de cabeza en la cama. Los daños parecían mínimos para la posibilidad de cumplir el sueño de mi puta vida y hacer un dirty dancing. O algo remotamente parecido.
Así que al final me decidí a intentarlo. Las primeras veces conseguí patalear un poco en el aire y descojonarme de la risa mientras iba de cabeza a la cama. Pero poco a poco pulimos la técnica. Y sí está fuerte el Poli, sí. Que el tío me levanta y me aguanta ahí arriba como un jabato. Al final, cuando estaba a punto de asumir mi derrota, mi fracaso, mi incapacidad para cumplir mi sueño, lo conseguí. Me quedé en el aire, estiré bien las piernas, hice fuerza con el abdomen a pesar de lo mucho que me dolía el puñetero útero y abrí los brazos. Qué maravilla. Algún día moriré y después de de mi temporada en el purgatorio, iré al cielo y buscaré a Patrick Swayze y le pediré un bailecito con momento volandero incluido. Obviamente para entonces yo bailaré bien, porque es lo que tiene el cielo, que tienes todas las cosas guays que deseabas en vida y sonará Hungry Eyes y el bueno de Patrick llevará su camiseta negra ceñida y estará tan guapo como en esa peli. Y bailará conmigo y me levantará por los aires. Y todos aplaudirán. Y seré la reina del baile en vez de la torpe de la esquina por una vez. Y entonces vendrá mi pelirrojo y me cogerá de los brazos de Patrick y me llevará a una ladera escocesa cabalgando los dos juntos tapados con su tartán y luego junto al fuego...
Vale, creo que he visto muchas veces las escenas erótico-festivas en los últimos días.

El caso, que he conseguido algo remotamente parecido a un sueño que tenía yo ahí enquistado. No es el hombre de mis sueños el que me levantaba, no tengo cojones para hacerlo de pie e iba con un pijama en lugar de llevar un vaporoso vestido. Pero bueno, yo soy así, muy de low cost.
Y por cierto, por si también es vuestro sueño os informo: si estás un rato ensayando, al final te quedan cardenales en las caderas. Que en las películas estas cosas no te las cuentan.

P.D: le dejé leer tres páginas de la no-novela.

lunes, 1 de junio de 2015

Fin de semana intenso

Tengo la frustrante sensación de que haga lo que haga, no podré haceros llegar ni la mitad de la mitad de lo que ha sido este fin de semana. Y me temo que aunque fuera buena escritora, tampoco lo lograría. Hay cosas que están mucho más allá de donde llegan las palabras. ¿Acaso alguien puede describir explícitamente la sensación que ha tenido al soñar que volaba? ¿Acaso por mucho que lo hayan intentado todos los poetas de la historia alguien ha conseguido expresar con exactitud lo que se siente cuando se ama a alguien con todas las fuerzas del alma? No. Los sentimientos son demasiado libres para poder enjaularlos entre letras. Por suerte.
El caso es que ha sido en general una buena semana. Así de buen rollo y tal. Yo que me animo con dos de pipas. Así que llegué al jueves bastante cansada pero incluso más alegre de lo habitual. El viernes era el torneo de rugby que cada año enfrenta a los hombres de rosa de mi corazón contra sus enemigos de piedra. Novatos y veteranos dejándose la piel en el campo. Literalmente. Qué gran deporte, el rugby.
Mi Pelirroja y yo fuimos para allá a hacer una especie de viaje al pasado. Nos encontramos con la gente de la vieja guardia, con los que fueron nuestros compañeros de juergas y que ahora son papás más o menos responsables. También estuvieron por allí Gordito y Bombita, que incluso llegó a jugar. También vino A, con quien charlé un rato tirados en la hierba como hace doce años. Me dio una vuelta en su nuevo coche. Le propuse matrimonio con bienes gananciales, pero el tío rancio no quiso. Que soy una interesada, me dijo entre risas. Coño, pues yo no veo sentimiento más puro que el que tengo yo por su Scirocco.
Y luego la de siempre. Mi gente se empieza a retirar y yo siento que me debo ir. Que tengo una edad, unas responsabilidades. Pero el Dueño de mis Sábanas se interpuso en mi camino de la buena conducta. Esos ojos y esa risa son mi jodida perdición. Y mira que empezamos bien, como esa especie de amigos que intentamos ser aunque no nos salga nunca. Charlamos, nos reímos, nos contamos cosillas, divagamos un poco, bebimos cerveza a medias. Y la noche avanzaba y yo no me iba. Así que llegados a un punto, me puse una sudadera suya y a la mierda, aquí me quedo hasta que me echen. Volví a tener 20 años por una noche. Las risas, las anécdotas, la narración de las jugadas, las voces, el olor del campus, el sabor de la cerveza barata y medio tibia. Felicidad en estado puro. Viaje al pasado, digan lo que digan los físicos.
Después cogí el coche. El Dueño de mis sábanas y yo solos. Años sin un rato así de nuestro. Los dos, mano a mano con Whitesnake por Moncloa, charlando, canturreando, sacando el brazo por la ventanilla, el aire tibio, las risas tontas. Los dos, los abrazos, los pellizcos, los guiños de ojo, las miradas cómplices, los pantalones rotos, sus carcajadas que me fascinan, mis palabras que tanta gracia le hacen. Yo, con una cerveza, él con varias más y los dos con la lengua suelta. La tarde que no fue, los recuerdos que sí fueron, la sensación de que no fue suficiente. La convicción de que teníamos que habernos dado mucho más, de que hay una cuenta pendiente a nuestro nombre. El abrazo de despedida sin tocar el suelo, el olor de su cuello, el roce de mi pelo. Las miradas que no podemos mantenernos. Ains. Maldito.
Y llegué a casa de madrugada pero no acabó la historia. Porque nuestra historia nunca acaba del todo y siempre queda una palabra más que decir. Si me hubiera quedado un poco más, si aquella tarde hubiera dicho que sí. Si, si, si. Entre risas le dije que le odiaba porque me estaba haciendo rabiar. “Más quisieras”. No quiero odiarte, baby. Prefiero seguir sin quererte.
El sábado hablé con Pelirroja y nos descojonamos de las historias de la noche anterior. Como hacíamos hace diez años cada semana. Sé que la tengo más cerca ahora que ha vuelto a España y sin embargo la echo tanto de menos. Mi chica, mi adorada chica pelirroja. Luego me fui de cena familiar con el vértigo de que nadie me conoce, nadie sabe realmente quién soy, de que tengo una especie de vida oculta. Y me gusta esa parte sólo mía.
El domingo comimos todos mis amigos y yo en casa de Gordito y Señora de. Hice una tarta que voló en minutos. Una vez más la gente me animó a montar un negocio. Al parecer, es verdad que cocino bien. Pelirroja dijo la frase clave para cualquier triunfo “Logística minimizada, negociaco máximo.” Mi gente son genios. Y con tanta risa y tanta mongolada que hacemos, ni siquiera lo saben. Y a pesar del cansancio acumulado, de no haber pegado ojo en tres días y de tener aún un agujero muy raro en el estómago, estuve feliz con ellos. Me moría de ganas de ver a Flumi, de contarle algunas cosas del viernes al Ross, de abrazar a Reichel y de chapurrear inglés con Rulas. Les debo años de felicidad. Les debo una vida que me ha hecho mejor. Les quiero, les quiero mucho.
Ahora empieza una nueva semana. Una llena de rutina y de esas cosas aburridas que hacemos los adultos. De asumir de nuevo que tengo 32 añazos y que este viernes no volveré a ver rugby ni a tomar cervezas entre risas y canciones obscenas. De seguir el plan trazado y no quedarme hasta las mil vacilando. De hacer lo que se supone que hay que hacer. De, en parte, aburrirme soberanamente.


En fin, a la espera de otro golpe de viento, volvamos al mundo real. Es un asco, pero fingiré que es un impasse de espera hasta que llegue de nuevo la adrenalina que quema la piel. El remanso de la montaña rusa antes de la diversión. Sigamos viviendo. Buenos días, rutina.  

martes, 16 de julio de 2013

Viaje con Flumi... 1

Mis amigos y yo tenemos tendencia al humor absurdo. Eso hace que nos hagan gracia las cosas que nos pasan. Lo que no sé es si fue antes el huevo o la gallina y nos hacen gracia porque nos pasan o nos terminan pasando porque nos hacen gracia. En fin, menos mal que nos da por reír.  
En el viaje con Flumi nos pasó de todo, como era de esperar.
Para empezar, nos perdimos de camino. Teoría: se suponía que él sabía llegar. Y que lo había mirado en google maps. Y que estaba todo controlado. Realidad: viajamos de noche, no conocíamos una mierda del camino y nos cayó una tormenta de esas que asustan.
Tras dos horas de conducir bajo rayos y truenos que acojonaban al más pintado, llegamos a Palencia. Y no, no teníamos que llegar a Palencia. Teníamos que acercarnos solamente. Pero. Y no conseguíamos encontrar el camino hacia donde íbamos. Paramos en una gasolinera a repostar y de paso pregunté al señor que atendía. Empezó a darme instrucciones confusas estilo “das la vuelta aquí donde la fábrica de harina y cuando llegues a la retonda, giras pacá, luego recto, luego pallá y luego ya si eso verás un cartel o algo.” Cojonudo. Como mi cara debía ser un poema, otro tipo que había en la gasolinera hablando con el dependiente decidió ayudar y tuvimos la siguiente conversación:

-         No hombre no… - dijo el señor garrulo oriundo de Palencia que estaba allí. – No le indiques por ahí que es más largo… que baje por la calle del Mauro y salga por abajo, donde el Zapatones.
-         ¿Y ese es el camino fácil? – pensé en alto.
-         Sí, mira, tú bajas por aquí hasta la retonda. – y dale con la “retonda”. – Y luego giras pacá y luego recto y luego pallá…
-         Sí, eso me ha quedado claro. – como los cojones de un grillo de claro.
-         Y entonces llegas a la calle del Mauro. – apuntó el otro.
-         Ajá. Sí, gracias. Han sido de mucha ayuda.

Volví al coche y miré a Flumi.

-         Tío, tenemos que ir por la calle del Mauro.
-         ¿Quién?
-         Ni idea, pero está cerca de donde el Zapatones.
-         Perfecto.

Extrañamente, después de tan claras indicaciones, nos perdimos de nuevo. Y tras preguntar a un telepizzero con idénticos resultados, preguntamos de nuevo a un tipo en una furgoneta que se ofreció a que le siguiéramos, puesto que llevaba el mismo camino que nosotros. Bien, por fin algo con una remota posibilidad de éxito. El tipo nos llevó callejeando (imaginamos que por donde el Mauro) hasta la zona del río. Y luego, bajo una tormenta increíble en la que era imposible ver más allá de tus narices, se metió por una carretera de puta mierda comarcal llena de curvas y a través del campo. Yo traté de concentrarme en seguir al tipo de la furgo y en no salirme de semejante calzada.

-         Bien, ahora hay dos opciones. – dijo Flumi. – Que el tío este nos mate y nos descuartice o bien que nos matemos siguiéndole y nos convirtamos en los chicos de la curva.
-         Tronco, no jodas.
-         Vamos a morir.
-         Lo sé.

Y entonces empezamos a gritar como dos memos mientras nos partíamos de risa.  Nos mirábamos, gritábamos y nos reíamos en un extraño bucle. Por suerte llovía tanto que el tío no podía vernos por el retrovisor. Si lo hubiera logrado, habría pensado que los psicópatas éramos nosotros y nos hubiera dado esquinazo de alguna manera.
Una vez llegamos al sitio que pretendíamos, Flumi me dijo que claro, que lo había preparado todo en plan romántico para ir con Lerda.

-         Lo único raro – añadió – es que la mujer me dijo que a estas horas ya no estaba, así que nos iba a dejar la llave de la habitación debajo de una maceta.
-         ¿Cómo dices?
-         Sí, una maceta que hay al lado de la puerta. La llave está detrás de la pata izquierda. – concretó.
-         Eh…. Bien, sí. Lo más normal.
-         Así que puede que haya unos okupas en la habitación. O podemos volver otro fin de semana al azar y buscar debajo de la maceta para ver si hay suerte.
-         Estupendo.


Curiosamente, la llave estaba ahí esperándonos. Y la habitación era preciosa, como el resto del hotel. Así que fue todo una suerte. Al final las cosas terminan por salirnos bien. Pleno románico palentino, pleno centro de sitio histórico y un hotel encantador. Si ni por esas se hubiera frungido a Lerda, es que la cosa está perdida. Como por desgracia iba conmigo, nos dormimos pronto. Y sí, yo odio el frío y la lluvia. Pero eso de dormir tapada con una manta en pleno mes de julio se agradece. Y mucho. 

lunes, 15 de julio de 2013

¿no es no?

Bueno, por fin estoy en Madrid. Es curioso como suelo estar deseando salir de aquí y una vez que lo hago, estoy loca por volver. Maldita ciudad adictiva.
Como os podréis imaginar, un fin de semana con Flumi y una boda de por medio tiene miga. En muchos momentos, lo único que pensaba era “esto da para un post”. Y sonreía malignamente, muejejeje…
Hoy os voy a contar una parte, motivada por otra cosa que ha pasado y dejo como guinda del pastel. El asunto es que he estado pensando… ¿qué es eso que nos hace decir sí o no a si nos gusta alguien? ¿hay que luchar por la persona que nos gusta o si recibimos una negativa hay que pasar página y punto final?
Yo en la boda decidí pasarlo bien y dejar que Flumi hiciera lo que quisiera. Eso provocó que tomara más gintonic de la cuenta y me diera el coñazo buena parte de la noche, pero eso lo dejo para otro post. El caso es que él pensó que lo mejor era decir la verdad, es decir que somos amigos y punto sólo a sus primos. Y a los tíos y demás gente mayor dejar que pensaran lo que les saliera de las narices. Como es normal, todo el mundo creyó que éramos novios. Y a mí me la pelaba mucho. Es gente que seguramente, nunca vuelva a ver, así que por mí como si me dan por su amante y abnegada esposa.  
En un momento de la noche, fui al baño. Y me crucé con un tipo joven y relativamente atractivo, totalmente descamisado, con la corbata colgando por la espalda y demás indumentaria típica de borracho. Semejante interfecto se puso a hablar conmigo. Y al parecer el elevado nivel de alcohol en sangre le dio alas para no poner filtro entre su cabeza y su boca. Me soltó perlitas al estilo de “si no tuviera ciertos compromisos te iba a decir un par de burradas”. Claro. Quién se resiste a esas lindezas. Mientras yo le pegaba cortes y él seguía dándome la brasa con que nos fuéramos él y yo por ahí (supongo que a un descampado, dada su fineza y elegancia), conseguí que me explicara cuáles eran sus “compromisos”. Y habéis acertado: estaba casado. Para mí, la conversación habría acabado mucho antes, pero desde luego, en ese momento ya no quería oír ni una palabra más. Así que le dije que me dejara tranquila, que si tenía una mujer hiciera el favor de respetarla. Y el menda me soltó no sé qué de que si tenía problemas, que si su mujer debería respetarle a él también y no sé qué y no sé cuantas. Así que me mosqueé y le dije que no me contara sus problemas maritales, que como podría comprender, hablándome mal de su mujer no hacía otra cosa que conseguir darme más asco. Qué poco hombre, coño ya.
Pero huyendo de él, me dí de narices con otro tipo con semejante indumentaria a la que hay que sumar unos tacones prestados. Flumi y su primo estaban hablando con él. Era un chico muy guapo que me había guiñado el ojo dos o tres veces y me había sonreído sin parar. Así que se la pintaron calva para tratar de ligar conmigo. Y queridos hombres del mundo, vuestro estado de embriaguez es directamente proporcional a las pocas o nulas posibilidades que tenéis de ligar conmigo. A más borrachos, más lejos va a huir Naar, así de sencillo. Y el tío dale que te pego. Trató de que le diera mi móvil, pero le conté una milonga y al final Flumi le dio el suyo. Y me repitió como veinte veces su nombre y apellidos para que le agregara a facebook. Por cierto, no lo recuerdo, debí prestar una atención de cojones. Y por más largas que le daba y más veces que le decía lo mucho que pasaba, el muy cansino más insistía.
Cuando por fin llegué a Madrid, recapacitando un poco sobre el asunto, llegué a la conclusión de que el alcohol lleva a hacer este tipo de cosas. Y otras peores, supongo. Yo nunca he necesitado beber para hacer capulladas, pero imagino que la intoxicación etílica da alas a la estupidez humana.
O no, claro. Y aquí llegamos al remate de la historia.  Porque una vez en casa, estuve echando un ojo a los correos y tal. Y oh, sorpresa, tenía un mail. Del tío más pesado que he conocido nunca. Hablé de él aquí, porque le conocí en el speed datting de febrero que aún colea. Y luego os expliqué también aquí que hasta las narices de él, le había mandado a la mierda y le había dicho que tenía novio. Ea, pues como le bloqueé de wasap, me manda un mail. Así, con dos pelotas bien gordas. Y más de lo mismo, que cómo me va, que si estoy bien, que si aún se acuerda de mí, que si le gustaría hablar conmigo de nuevo. Colega, que no me molas. Que NOOOOOO. Pesao, que eres muuuu pesao. No le he contestado, pero algo me dice que aún tendrá cojones de volver a la carga. Hay que reconocerle que es un plasta, pero que los tiene cuadrados. Y ya no sé qué decirle a parte de que me deje de acosar o mandaré a tres rumanos a partirle las piernas.

Y todo esto me lleva de nuevo a pensar en mis dudas iniciales. ¿Los hombres quieren que nos resistamos y nos hagamos las difíciles? ¿Aún perdura la idea de que las mujeres decimos que no cuando en realidad queremos decir que sí? ¿Piensan acaso que la insistencia funciona? ¿Creen que queremos caballeros andantes dispuestos a batallar sin fin por conseguir nuestro amor? ¿Qué hay que hacer para que nos dejen tranquilas y hacerles entender que no es no?

Conclusión: hombres del mundo, no estoy receptiva. No quiero rollos. No quiero amantes. No quiero novios. No quiero nada. Y cuando lo quiera, os lo haré saber o al menos lo daré a entender. Si digo que no, es que no. NO, cojones, NO.


lunes, 25 de febrero de 2013

la despedida de Gordito... 2

En capítulos anteriores… las estupideces van ganando 3 – 1 y con pinta de ir a marcar unos cuantos tantos más.
Y sigo al más puro estilo de mi admirada Pérfida Canalla, relatando la noche más rara y absurda del mundo. En serio, si no lo hubiera vivido creería que es cuento para darle bombo al blog. Pero no. Esta es mi vida, por extraño que parezca todo lo que me pasa. Así que volvamos a la discoteca y aproximadamente a las dos de la mañana del sábado al domingo.

Mery salió a mi encuentro y me agarró por el brazo:

-         Naar, mírame ¿estás bien?
-         Sí, perfectamente.
-         ¿Tú estás segura de esto? ¿segura, segura, segura…?
-         No.
-         ¿Entonces?

Me encogí de hombros, y sacudí la cabeza. Ella me abrazó y me dijo que me quería mucho y que hiciera lo que hiciera contara con ella y no me preocupara en exceso.
Flumi se metió en medio y nos separó. Me agarró de la cintura y me levantó tres palmos del suelo. Me dedicó una de sus sonrisas que iluminan medio Madrid y me dijo:

-         Me alegro muchísimo. Estás haciendo lo correcto. Y te quiero mucho pequeña.

Me quedé colgada un momento de sus anchísimos hombros porque siempre me reconfortan mucho. Y porque me dolían los pies a morir. Tanto novio bajito, he perdido práctica de llevar tacones. Pero Gordito me arrancó de sus brazos y me miró con sus pequeños ojos que lo ven todo, lo saben todo, se enteran de todo, lo analizan todo.

-         Sé que vestido de luchador de sumo no tengo autoridad alguna para decirte nada. – rió. – Pero no la cagues.
-         Lo intentaré.
-         Vale. Y gracias por esta noche. Esto no es morriña, es lo siguiente. Tengo un nudo en el estómago que es muy fuerte. Y sé que en gran parte te lo debo a ti. Así que muchas gracias. Ya sabes que eres mi pequeña madre satánica y que tienes un hueco grande en mi corazón. Y también sabes que me encantas cuando te pones así, con el colmillo retorcido. – cosas que sólo entendemos nosotros, pero que son más bonitas de lo que pueden parecer.

Le di un beso en su sonrosada mejilla y le dije que le quería mucho. Es mi gordo. Y le adoro. Aunque se case. Y eso es mucho decir en mi caso.
Pero me tenía que soltar de su agradable abrazo de oso. Tenía que dar el siguiente paso. Así que dejé el abrigo que aún llevaba colgado del brazo, dejé el bolso y avancé con cierta decisión pero con un puntito de zozobra. Cogí al Ross de la camiseta y le miré a los ojos. Él me sonrió y fue a decir algo, pero no le dejé,  le agarré del cuello y le besé.

-         ¿Dónde está el ingeniero? – me dijo al cabo de un rato.
-         Me gustan más los físicos.
-         ¿Estás segura?
-         Si tú estás por medio siempre estoy segura, Ross.
-         ¿Y qué le has dicho? – me preguntó con media sonrisa y levantando una ceja.
-         Pues… eso es igual. El caso es que ahora estoy contigo.

Entonces el Ross me abrazó con fuerza, me empotró contra una barandilla y me besó con una pasión nunca vista. Fíjate qué cosas. Hemos tenido que dejarlo y esperar siete años para tener un arrebato pasional en público. Para que luego digan que el pasado no te cuenta cosas nuevas. Ja.
Aunque también cuenta cosas conocidas, claro. Y a pesar de los arrebatos pasionales, el Ross sigue siendo el Ross. Así que le dio una crisis calimera de las suyas. Que si igual no era buena idea, que si nuestro tiempo ya había pasado, que si la última vez me hizo mucho daño, que si esto y que si lo otro. Blablablá. Los rollos Ross que en realidad sólo significan “por favor, quiéreme” y que me ponen negra. Así que le cogí por las solapas, le dije que me dejara en paz de problemas y que hiciera el favor de volver a empotrarme, hombre ya. Me dio un poco más el coñazo, pero como estoy inmunizada a sus calimeradas, no le hice ni puñetero caso.
Además yo estaba en mi estado de borrachera mental y me importaba todo un carajo. Así que bailé como una posesa, me reí y llené de besos al Gordito y a Flumi, charlé con Mery y me harté de arrebatos pasionales con el Ross. Me sentía un poco como aquellos años felices, en los que esa misma gente no pensaba siquiera en casarse, montábamos fiestas así cada fin de semana y creíamos que jamás cumpliríamos los 30. Así que disfruté la noche todo lo que pude hasta que el Ross me cogió por banda y entre beso y beso, me dijo que nos íbamos a casa.
Y podría haberse acabado el mundo esa noche en cualquier momento que me hubiera dado igual. Podría haberse acabado entre besos, risas y mordiscos nuevos pero conocidos. Podría haberse acabado mientras dormía con un brazo protector rodeándome y con el gato en mi regazo. Podría haberse acabado cuando me desperté con unos ojitos verdes a mi lado y una sonrisa que me hace volar como si fuera LSD puro. Podría haberse acabado mientras desayunábamos entre risas y efectos de la resaca. Podría haberse acabado el mundo, podría haber algo o alguien que metiera la mano en los relojes del mundo y parase el incesante avanzar de las manillas. Pero no. La vida continúa. Y sé lo que pasó el sábado y el domingo, pero no sé lo que pasará mañana. Así que no me preguntéis, porque no tengo ni puñetera idea.

domingo, 24 de febrero de 2013

despedida de Gordito... 1

Hoy es uno de esos días en los que me gustaría mucho haber bebido anoche. Así mi resaca sería justificada. O al menos tendría una excusa para la cantidad de gilipolleces que hice ayer.
Porque si alguien es capaz de liarla cuando todo va bien, esa soy yo. Hasta extremos insospechados. Hasta el punto en el que me sorprendo de mí misma. Y no sé cómo soy capaz aún de sorprenderme. Y menos cuando yo misma intuía que esto iba a pasar.
Bueno, a ver.
Tras miles de planes frustrados y problemas diversos, ayer celebramos la despedida del Gordito. Le vestimos con un traje de sumo estilo humor amarillo y le llevamos de paseo por Madrid. Cenamos en un restaurante muy chulo de esos con espectáculo y música y tal. Nos reímos y lo pasamos en grande. Y bebimos mucha sangría. Ya que había barra libre, había que amortizarla. Yo no bebí más que medio vaso con el rollo de brindar, pero ya sabéis mi problema con el alcohol. Dos sorbos y ya me pongo a hacer paridas.
Así que a mitad de la cena, mientras Mery y su novio se hacían arrumacos, Gordito me dijo, “pilla desprevenido al Ross y le das un beso, que le pillo la cara de tonto con la cámara”. No sé por qué, me pareció una idea divertidísima. Así que lo hice. Le di un beso en plan peli y sacamos la foto. Jiji-jaja. Y entonces el Ross, sacó ese poco fuste que suele tener en general y me dijo: “la próxima vez avisa, o dame tiempo para que te coma la boca en condiciones.” Así que la Naar imbecil se levantó de nuevo, se sentó en su regazo y se dejó besar por el único hombre al que de verdad ha querido. Primera decisión estúpida de la noche.   
Después de eso, seguimos haciendo coñas con los animadores del restaurante, bailando, pintando a un tío buenorro que no debía tener ni 20 años y en cuyo escaso paquete desde luego tampoco había nada de 20… esas cosas horteras de las despedidas. Hasta que me llamó el ingeniero guapérrimo. Había salido por ahí y estaba relativamente cerca de donde íbamos a ir después. Así que le dije que más tarde podíamos vernos un rato. Segunda decisión estúpida de la noche.
Y a la que volvía a la mesa de hablar con el guapérrimo, un chaval me cogió por el brazo y me dijo que era preciosa y que tenía unos ojos impresionantes. Un chaval con un piercing en la boca y tatuajes en los brazos. Y no era el peor de su mesa, porque había todo un repertorio de poligoneros, canis, macarrillas y barriobajeros. Parecía un catálogo de camisetas petadas de los barrios bajos. Y el chaval se pudo a darme bola. Que si era de Leganés (sorpresa) y sus amigos eran de otros sitios aún mejores, de Vallecas, de Villaverde, de Fuenlabrada… (sorpresa, sorpresa) y que tenía 27 años y que blablá. Como era majo y no pillaba mis ironías, le vacilé un rato y luego me uní a la conga que pasaba por el salón. No hay nada que no se solucione uniéndose a una conga. Extrañamente, el chaval se las apañó para agarrarme con un montón de manos que no sé de dónde sacó. Por suerte me avisaron de que la limusina que teníamos contratada nos esperaba. Así que le dí un teléfono falso y nos fuimos. Dije que no más macarras y no más macarras. Primera decisión inteligente de la noche. 2 a 1 para las estúpidas.
Total, que nos dimos el paseito en limusina, bebimos cava en vasos de plático (más cutre imposible) y nos fuimos a la discoteca. Y allí estábamos, no sé muy bien haciendo qué, cuando el Ross me enganchó por la cintura con una decisión que no recordaba en él y me besó de nuevo. Nuestros amigos empezaron a montar follón. Risas, palmaditas y demás. Pero a mí me empezaba a importar todo un bledo. Me sentía en estado de euforia inducido por el no alcohol de lo más interesante.
Hasta que me llamó el guapérrimo y me dijo que estaba en la puerta. Ehhhhhh… estupendo. A ver, recapitulemos. Yo estoy pegándome el lote con mi ex, bailando con mis amigos como hacíamos hace casi diez años y hay un tío bueno en la puerta esperándome para vete a saber qué. Mátame camión. Mátame ahora mismo y moriré feliz. O no, pero moriré y no tendré que enfrentarme a todo este marronazo.
El Ross, que me tenía cogida en una extraña llave de judo y me besaba con más ganas que los años que salimos juntos, me miró, se echó a reír y me preguntó qué iba a hacer. Le miré a los ojos, esos ojos verdes que me llenan de serenidad y no tuve dudas. Sería la tercera decisión estúpida de la noche, pero iba a tomarla con todas las consecuencias.
Así que me puse el abrigo, cogí el bolso y subí las escaleras con decisión a pesar de lo mucho que me dolían los pies.

El resto de la noche, en el próximo capitulo, que si no esto es la historia interminable.

lunes, 18 de febrero de 2013

domingo raro, raro, raro...

No sé ni por dónde empezar. Qué estrés, oiga.
El sábado quedé con el chico guapérrimo como ya os expliqué. Y sí, muy bien y tal y pascual. Pero que yo no siento nada del otro mundo. Mi cabeza me dice que sí, que es un chico estupendo. Mi corazón no dice nada porque ya os dije que no sé dónde lo he puesto. Y mi vena frungidora tampoco dice porque tampoco sé dónde anda.  Lo único que he conseguido encontrar, por suerte han sido las llaves de casa de mi madre. Se ve que Ron jugó con ellas y las metió debajo del mueble de la tele. Pero ahí no había nada más. Vale, sí, había pelusas, bolitas de albal de Ron y alguna que otra mierda. Pero ni el corazón, ni las ganas, ni la vena frungidora ni nada de nada.
El domingo me levanté tarde y atolondrada. Estaba nublado y yo me sentía también un poco grisácea. No sé muy bien por qué. Serían las hormonas, para variar.
Estaba terminando de desayunar cuando me llegó un wasap. Pensé que sería Anita para cotillear. O Pa. O incluso el guapérrimo. Pero era el Ross. Me decía que al final se había alquilado un piso en la calle de al lado del mío y que si los domingos abría alguna tienda por aquí. Y es que la última vez que nos vimos ya me dijo que le había echado el ojo a un apartamento a escasos metros de mi casa y aunque se me pasaron muchas cosas por la cabeza, decidí ignorarlas todas. Así que no me sorprendió en exceso el mensaje y me limité a decirle que dependía de lo que necesitase, pero que sólo se me ocurrían los chinos porque los domingos mi barrio cae en estado de hibernación. Al cabo del rato recibí otro wasap suyo. Me decía que era una mentirosa y que estaba abierto el Dia de abajo. Y me ponía una carita sonriente. Pues vale, Ross, estupendo. Y de paso, se acordó de que el podíamos quedar el viernes para hacer la compra de la despedida del Gordito. Le dije que sí y traté de mantener mi estado de calma e insensibilidad, pero me lo estaba poniendo complicado. Y ya ni os cuento cuando después de comer me mandó un nuevo mensaje diciéndome que si me apetecía ir a conocer su casa y ver una peli juntos.
Y como soy estúpida, pero estúpida, estúpida… fui. El cabrito me había comprado aquarius y patatas fritas de las que me gustan. Y pan y jamón “por si quería quedarme a cenar”. Nos tumbamos en el sofá como siempre. Le calenté los pies, como siempre. Y él me acarició un poco los tobillos, como siempre. Vimos una peli de dibujos, porque somos así de memos los dos y nos reímos muchísimo, como siempre. Después de la peli estuvimos hablando, contándonos cosas y cachondeándonos de todo el mundo, como siempre. Me pidió que le rascara la espalda, como siempre. Y yo empecé a sospechar dónde había puesto el corazón. Porque siempre que estoy con él siento que estoy en el lugar adecuado, que estoy en casa, que nada malo puede pasarme si él está cerca. Pero traté de ignorarlo hablándole del guapérrimo. El Ross hizo lo de siempre, se encogió de hombros y me dijo lo apropiado aunque sin mirarme a los ojos mientras lo hacía. Me dijo que sonaba todo muy bien y que a lo mejor era el chico perfecto que yo necesitaba. Por desgracia, yo también hice lo que siempre y una vez más, una frase cruzó mi mente como un relámpago. “Te querré hasta que me muera”. 

Momento flash back: Se la dije en el bar donde quedamos los amigos casi siempre, este otoño pasado, tomando unas cañas. Era la primera vez que me veía con el Ross desde hacía un año y las cosas habían estado muy tensas. Pero ese día, él estaba inspirado y quiso bromear. Yo al principio le seguí la bola, pero luego, el tema fue subiendo de tono. Así que empezamos a medio discutir y en un  momento de cierta tensión, le dije “mi condena es que me moriré queriéndote.” Se lo dije sin pensar y me arrepentí al mismo tiempo que iban saliendo las palabras de mi boca. Porque además yo en ese momento estaba con otra persona. Pero lo dije, maldita sea mi estampa. Y él lo sabe. Sabe que trato de convencerme de que no volvería con él nunca porque me niego a perdonarle del todo lo que me hizo, pero sabe que me cuesta mucho vivir sabiendo que no estaremos juntos. Sabe que me duele. Sabe que haga lo que haga, que esté con quien esté, que avance lo que avance, él siempre será él. Siempre será mi Ross, mi casa, mi lugar seguro. Sabe que no me siento con nadie como con él, a pesar de todos los pesares.  Y sabe, me cago en todo, que él es el amor de mi vida y que por muy perfectos que sean otros, nunca serán él. Fin del flash back.

Aún estaba recuperándome de esto y tratando de convencerle que no podía quedarme a cenar mientras recogía mis cosas cuando me vibró el móvil. Y de nuevo tuve la esperanza de que fuera Anita, o Pa o el guapérrimo para hacerme pensar en otra cosa. Pero nooooooo. Mi vida es mucho más ridícula que todo esto. Muuucho más. Así que no podía ser otro que el dueño de mis sábanas, diciéndome que la otra noche soñó conmigo. Así que ahora también sospecho dónde he puesto mi vena frungidora.

Por favor ¿es que se han alineado los astros? ¿es verdad que se acerca el fin del mundo? ¿es que mi vida estaba por fin estabilizándose de nuevo y eso resta audiencia a este absurdo show en el que vivo?
Madre mía. Necesito un respiro. En serio. Que paren el mundo. Me quiero bajar ahora mismo.

Actualización: hoy lunes me ha llamado el guapérrimo. Que tienes ganas de verme y que si mañana me viene buscar con la moto y no sé qué y no sé cuanto. No puedo con mi vida. En serio. Basta.

cita con el chico guapérrimo

Puffff…
¿Sabéis esa sutil diferencia entre un chaval y un hombre? Yo la descubrí la otra noche. Y no culpo ni critico a nadie, que conste. Que bien feliz he sido yo con los chavales de mi vida. Entre otras cosas porque hasta hace un par de años o tres, yo también era una niñata. Pero oyes, ya he crecido y tampoco está mal la sensación de tener un hombre al lado. Un hombre, así con todas las letras, todo hombre él. Qué mono, fíjate, tan hombre.
Bueno, eso. Que me enrollo con cosas que no vienen a cuento.
El caso es que el sábado por la tarde quedé con el guapérrimo. Y eso que me entró la crisis esa que me da a mí y me empuja a salir corriendo en dirección contraria. De hecho, todo empezó mal. Porque yo me estreso y lo hago todo mal, todo al revés, todo muy torpemente. Así que estaba de los nervios y la lié con todo durante todo el día. Primero, decidí no depilarme. Me he propuesto ser decente este año y no frungir a la primera de cambio. Me pienso hacer la interesante. Y mira que me cuesta, pero lo voy a intentar. Y una de las formas, es saliendo sin depilar. Porque con estos pelos que me gasto ahora mismo, no me frungiría ni un mandril de esos salidos con el culo rojo.
Y según se iba acercando la hora de salir, ya ni os cuento mi lamentable estado. Me había pintado las uñas. Y no sé para qué lo intento, si siempre me las pinto mal. Esta vez no fue la excepción. Me las pinté como el culo. Y no sé qué hice el poco rato que eché de siesta, que me las terminé de joder. Estupendo. Así que me tuve que hacer un apaño chapucero dándome la quinta capa de laca. Al final me pesaban tanto las uñas que parecía que me las hubiera pintado con plomo. Y claro, quedaron como el culo. Pero vale, no había tiempo. Así que empecé a maquillarme. Como era una ocasión un poco especial, pensé en darme base de maquillaje de esa que me da asco. Mal. Muy mal. Se me quedó a ronchas y me salieron unas extrañas pelotillas marrones por la cara. Miré extrañada el bote y descubrí que lleva dos años caducado. Ejem. Me lavé la cara y me di mi crema de todos los días y un poco de BB cream de esa. A tomar vientos el plan de piel radiante. Me pinté los ojos, pero me tembló el pulso y me hice la raya como el culo. Yo, la reina del eye liner, hecha un picaso. Si me hubiera pintado los ojos un niño de diez años, me habría quedado mejor. Pero vale, da igual, cada vez tenía menos tiempo, así que hice un poco un apaño y me peiné. Si mi pelo es liso de por sí, no sé qué hice ayer al lavármelo que me quedó como si me lo hubiera lamido una vaca. Pero vaaaaaale… da igual.  Rollito liso asiático que está de moda. Y ni os cuento la odisea de meterme en los vaqueros ajustados. Me terminé de estropear las uñas, se me marcaban las bragas y no podía respirar. Odio los vaqueros recién lavados. Y para colmo, como está a punto de bajarme la regla tenía las tetas hinchadísimas y se me salían del sujetador como si llevara un wonderbrá.
Resumen: iba a quedar con tipo guapísimo hecha unas pintas. Así es mi vida de ridícula.
Al final, harta de todo, me metí en el coche y puse la radio. “A tomar por culo todo. Si me ve y sale corriendo, pues me vuelvo y ceno tranquilamente con mi gato viendo la tele”, pensé. Extrañamente, no salió corriendo, me dio un par de besos, me dijo que estaba guapísima y me llevó a un sitio genial. Allí charlamos, nos reímos mucho y todo eso. Nos tumbamos en una especie de sofá lleno de cojines y poco a poco me fui relajando. El muchacho sabía mantener el equilibrio entre no invadir mi espacio e irse acercando poco a poco. Hasta que hizo una sabia maniobra y me besó. Y me besó así como imaginaba yo que besan los hombres, agarrándote fuerte, con decisión y sin titubear ni un segundo. Problema: que yo lo primero que pensé fue ¿ya había besado alguna vez a un tipo con barba? y me di cuenta del absurdo y me eché a reír. Soy única chafando momentos. Por suerte el chico se lo tomó bien y creo que interpretó que estaba nerviosa.
Luego seguimos hablando y mientras él me contaba cosas, yo no podía dejar de mirarle y pensar, dios mío, qué guapo es. Mi madre tiene razón, este tiene que tener una tara fijo. Una tara gorda. Así que fui sacando temas aleatoriamente para tratar de pillarle en algo raro. Pero no. No se mete drogas ni se las ha metido nunca. Apenas bebe alcohol. No es líder de una secta, ni pertenece a ningún grupo político o religioso radical. No es un chulo, ni un macarra, ni un maltratador. No lleva tatuajes, ni piercing, ni cosas extrañas. No caza animales ni mata bichos por placer, ni nada semejante. No es mentiroso ni infiel.
Así que sólo queda un problema: que la tenga pequeña. Y claro, es un poco raro preguntarle eso a alguien. No sé, no lo veo como tema de conversación en una primera cita: hola ¿la tienes pequeña? Como que no. Pero no pude evitar decirle que parecía demasiado perfecto y que algo raro tenía que tener. Y soltó una carcajada. Por suerte, tiene una risa preciosa este chico. En serio, preciosa. Se ríe e ilumina media sala. Así que me quedé con pinta de tonta mientras él se reía. Me acarició la cara, me dijo que tenía una piel muy bonita y me besó. Flipante. Porque igual la tiene pequeña, pero este chico es un empotrador nato. De hecho, cuando me acompañó hasta mi coche para despedirnos, me empotró contra la pared y me dio un beso de escándalo. De los de película. Y yo cada vez más flipada. Y más convencida de que tiene que tenerla pequeña, porque si no, no me lo explico.
El caso, entre que descubro el gran defecto que oculta, pues seguiremos quedando y tal. Pero no estoy tan motivada como debería. No sé por qué. Pero estoy así como desganada. Creo que he perdido el corazón, las ganas, la vena frungidora y las llaves de casa de mi madre. Se ve que lo puse todo junto y ahora no recuerdo dónde. Si por casualidad encontráis cualquiera de estas cosas, avisadme, son importantes. Sobre todo lo de las llaves. El resto me la pela un poco, la verdad.

domingo, 10 de febrero de 2013

Speed datting (1?)

Empiezo a pensar que si no tuviera el blog hará muchas menos gilipolleces. Mi vida sería mucho más aburrida, pero más normal o madura… o algún otro sinónimo de aburrida que se os ocurra.
Cuando estas navidades Flumi lo dejó con su chica, lo primero que hizo fue correr a mis brazos. Mis amigos creen que yo soy tengo una especie de campo de fuerza en el cual no les puede pasar nada malo. Así que cada vez que les ocurre algo, recurren a Naar. Por suerte, ellos también son mi sitio seguro. El caso es que cuando vino la primera vez a casa tras su ruptura, un tanto abatido y desanimado, yo tampoco estaba en un buen momento. Así que nos apuntalamos el uno al otro como buenamente pudimos para que no cayera nadie. Y en medio de aquél abrazo que reconfortaba al uno con el otro, me dijo “este año haremos cosas divertidas juntos.” Y estúpidamente acepté. Para que él se animara y para tener cosas guays que contar en el blog. Además que lo pensé tal cual, cosas divertidas, post divertidos. Por eso cuando surgió el tema de ir a un speed datting, nadie se pudo negar. Da igual quién lo propusiera o quien tratara de convencer a quien o quien dijera “deja de insistir que ya me has convencido”. Da igual. Porque el caso es que fuimos ayer. Y nos divertimos de lo lindo.
Supongo que más o menos sabéis de lo que va ese rollo. Es básicamente un montón de chicas que se sientan en mesas y chicos que van rotando y con los que tienes unos siete minutos para hablar. A veces se hacen muuuuuuy largos y te dan ganas de arrancarle de las manos el gong al tipo que lo organiza y hacerlo sonar inmediatamente. Y hay otras veces que se hace corto y te dan ganas de arrancarle de las manos el gong al tipo que lo organiza para que no suene. O sea, que te pasas media noche odiando al del gong.
Yo me senté allí, al lado de una chica más charlatana de la cuenta. El primero en colocarse delante de mí fue Flumi como ya habíamos acordado. Me miró, me dedicó una de sus sonrisas arrolladoras y me dijo:

-         Me molas mazo, guapa. Te voy a poner en favoritos para que me den tu mail y tengamos una noche de sexo ardiente y apasionado.
-         Si le dices eso a otra, triunfas fijo.
-         ¿En serio?
-         Sí, qué mujer se ha resistido nunca a eso.

Entonces nos echamos a reír como locos. La gente debía pensar que habíamos pillado. Se me acercó un poco y bajó la voz.

-         Hay uno gordo y bajito que ha venido como mil veces a estas cosas. Dile que no, es un babas. Y hay un tipo francés rarísimo, no te dejes engatusar por el acento que nos conocemos. Y hay otro que es muy raro, lo reconocerás en cuanto lo veas. Los demás parecen majos.
-         Tomo nota. Escucha. La de mi lado es una charlatana y está desesperada, incluso ha buscado pareja en el meetic y sitios de esos. Ojo con ella. A las 12 tienes a una rubia con coletas muy rara. A la una hay un grupito de tres que vienen juntas y que parecen majas, pero ya han venido más veces y la de rojo es una borde. A las tres tienes a una rubia sosa bastante mona. De las otras no sé nada.
-         Perfecto. Suerte, preciosa. Y si no nos mola nadie…
-         Ya sé, frungimos entre nosotros.
-         Te iba a decir que nos piramos rápido y nos tomamos una copa en otro sitio, pero tu plan mola más.

Con las mismas me guiñó un ojo, sonó el gong y se piró a seguir su recorrido.
Yo me quedé sentada conociendo a tipos raros. Pero raros, raros. El francés, médico y con un acento muy dulzón, pero parecía mi padre y eso que decía tener treintaypocos. Descartado, colega, para colmo los médicos me dan asquete, se pasan la vida entre enfermos. Un asturiano con acento raro y que se llamaba Marino. Descartado, no hay más que decir. El tipo gordo que decía Flumi y que daba mucha grimita. Ni muerrrrrrta, chaval. Uno que trabaja de portero en una casa y que era más aburrido que una ostra. Hala, que sí, que te pires. Uno que decía ser ingeniero de blablablá y que me preguntó si me gusta el fútbol o la fórmula uno. Acabas de dar en el blanco, chico. Otro con un tic en un ojo. Sí… estupendo para mis nervios un tipo con principio de síndrome de Tourette.
Pero entre toda esa maraña de tipos raros, hubo dos que me gustaron… algo. No muchísimo, así como para dar saltos, pero algo. Uno de ellos, uno morenito, con pinta macarilla y una sonrisa preciosa. Fan de Rock fm y que le molan los gatos. Y que se quedó alucinado porque le expliqué quién era el Tato y por qué se dice lo de que “no va ni el Tato”. Mi capacidad de recordar datos absurdos sigue dando resultado para alucinar a la gente.
El otro, que no dejaba de mirarme desde que estaba con dos chicas antes que yo. Eso explica que las otras pensaran que era estúpido. El chaval empezó mal, porque me miró directamente las tetas y me preguntó si me podía levantar para verme bien. (Hombres del mundo: no nos gusta sentirnos carnaza.) Pero bueno, luego lo medio arregló con conversación interesante y diciéndome “debes asustar a muchos hombres siendo tan directa y teniendo esos ojos, ¿verdad? Porque impones un montón.” Por suerte, fue de los pocos que supo sostenerme la mirada y mostró un interés real en mí y no en todas las chicas que había allí. De hecho, cuando terminó el asunto, salió con Flumi y conmigo a fumar un piti. Y me contó muchas cosas sobre él y me dijo que me invitaba a tomar algo. A mí no me apetecía tomar nada, pero me quedé charlando con él y con otra gente del evento que andaba por el garito. Sospecho que a Charlatana le molaba el mismo que a mí, al que le conté lo del Tato. Pero a mí me monopolizó este chico, al que llamaremos Cáncer, puesto que me repitió como cuatro veces que era su signo.
La experiencia, hasta aquí, ha sido divertida. Es una buena forma de invertir una noche en la que no tienes plan, la verdad. Y conocer gente siempre tiene su punto gracioso.
Ahora veremos qué pasa… ya os diré si hay segundo capítulo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

calimeradas de sábado noche

Al final los planes para el fin de semana se truncaron por razones ajenas a nuestra voluntad, pero sólo los hemos pospuesto. Pronto nos reuniremos los satánicos y haremos el gamberro hasta que se nos pasen las penas. Sí o sí.
A falta de mis gordos dándome amor, salí el sábado con una amiga. Me arreglé con esmero y salí a la calle. Todo un logro para mis tendencias agorafóbicas y sociópatas. No puedo decir que me lo pasara bien, pero por el mero hecho de que he perdido la alegría. No sé dónde la he puesto, tengo que buscarla seriamente porque me jode estar así. Yo no soy esta. Yo soy una persona más vital, más alegre, más fuerte. Yo no soy este ente ojeroso y demacrado que me mira desde el espejo.
Anoche mientras volvía conduciendo por un Madrid colapsado de gente, de coches, de luces y de más gente, me dio por pensar en ello. Sé que volveré a estar contenta y feliz. Sé que volveré a ser quien era. Lo que no sé es cuando. Porque he perdido mi alegría y no sé donde la he puesto. Puede que alguien, al hacer la maleta apresuradamente, se la llevara sin querer. Al fin y al cabo, le dije que se lo llevara todo, absolutamente todo, hasta que no quedara rastro de su paso por esta casa. De repente, tuve ganas de preguntárselo. Ojalá pudiera preguntarle si a él le sobra la alegría que a mí me falta, porque en ese caso es que se llevó la mía. Ojalá pudiera decirle lo bonita que está la puerta de Alcalá iluminada. Ojalá pudiera decirle que estuve en un sitio al me gustaría haberle llevado. Ojalá pudiera decirle que aún le echo de menos, quizás como amigo, quizás como compañero, pero que echo de menos hablar con él y contarle las cosas que me han pasado en el día. Ojalá pudiera decirle tantas cosas…
Luego volví a pensarlo. ¿Por qué iba a ser tan estúpida de querer hablar con quien no quiere hablar conmigo? ¿Por qué iba a echar de menos a quien posiblemente jamás se acuerda de mí? ¿Por qué iba a lamentarme de haber perdido a quien se alegra de ello?
No tiene sentido alguno. Y entonces, como de la nada, a la altura de Atocha, encontré la respuesta. Yo lo que tengo es un ataque de calimeritis. Ya hablé alguna vez de los momentos Calimero, esos en los que te paseas por ahí con tu cáscara de huevo en la cabeza preguntándote por qué el mundo te odia. Y yo estaba haciendo eso. Estaba haciendo el Calimero, con mis tristes ojos de pollo y mi cáscara lastimera sobre la cabeza. Oh, pobre yo, pobre, pobre de mí.
Y me dio la risa. Así, de la nada, cuando estaba enfilando la calle Embajadores, me dio por reírme. “Debo ser la tía más estúpida del mundo”, me dije. Desde el coche de al lado, un chico me miró, me sonrió y me guiñó un ojo. Y yo volví a reírme. “Lo llevas crudo, chaval.” Y seguí conduciendo, cantando a ac/dc y y viendo lo bonito que está Madrid lleno de luces.   
Y es que creo que una semana es suficiente. Una semana que ha pasado lenta y agónicamente. Una semana larga como un demonio. Una semana sin comer apenas, durmiendo mal y sin ser capaz de respirar con normalidad. Una semana sufriendo un dolor inexplicable. Y ya basta. Ya se acabó. Joder, hombre ya. Fuera cáscara de huevo, fuera enormes ojos manga de lágrimas chispeantes. Fuera agonías de pollo. La vida sigue. No, qué diablos, la vida comienza.
Y puede que vuelva a caer alguna vez en hacer el Calimero, pero lucharé con todas mis fuerzas, por pocas que sean. Me recordaré que se sale, que al fin, hay luz. Me recordaré que siempre sale el sol al día siguiente. Me recordaré que volveré a reír, volveré a soñar, volveré a ilusionarme. Me recordaré que el dolor físico se cura y el emocional se olvida. Me recordaré que volveré a comer y a llenar los vaqueros con mi culo celulítico. Me recordaré que la vida está llena de oportunidades y yo iré a por ellas. Me recordaré que sigo viva y que voy a seguir estándolo. Me recordaré que algún día volveré a ser feliz como era antes o más, y este mal trago habrá merecido la pena porque me habrá endurecido un poco más. Me recordaré a mí misma porqué no debo querer llamarle, no debo lamentarme, no debo echarle de menos. Y me volveré a reír, puede que sola, puede que acompañada, por haber sido una Calimera. Volveré a reírme hasta que coja de nuevo costumbre. Volveré a reírme hasta que sea feliz de nuevo.

martes, 15 de mayo de 2012

toy boy... again

Si es que pierdo el norte. Lo pierdo, lo pierdo. Pero el norte, el sur, y la brújula entera. Que soy una perdida. Que no tengo remedio. Y mira que me digo: “Naar, que tú eres muy de perderte, céntrate…” pero nada. Que se da el caso y no me encuentro ni los pies. Tonta que es una. Será por aquello de ser rubia y tener las tetas grandes. Yo qué sé.

Bueno, la razón de esta autobronca es por el toy-boy. Again. Que es que encima de lerda soy reincidente. Que veo la piedra y allá que voy obcecada perdida a tropezarme con ella.
El caso es que después de quedar con el nene la primera vez, superar la resaca tremenda y recuperarme del chute de endorfinas, empecé a pensar con claridad. ¿A mí esto que me aporta? Nada. Bueno, nada-nada, no. Frungimiento. Y del bueno. Con un niño jovencito y estupendo que es vida pura. Pero a parte del frungir, hay más cosas en la vida. Y siendo realistas, esto no me lleva a ningún sitio. No tenemos nada en común. Nos llevamos un puñado de años. No vamos a compartir nunca gustos, ni amigos, ni planes fuera de la cama, el sofá, la mesa, la pared… o sea, fuera de casa. Y sí, me río con él, me divierto mucho, pero con vistas a futuro, pues como que no me veo. Así que debería dejarlo correr. Ha sido una experiencia divertida que contar a mis gatos cuando sea vieja, pero poco más. Tampoco él me hace sentir nada más allá de la calentura.
Así que le transmití este monólogo mental a Anita, que siempre tiene respuestas. Y me dijo, “nena, haz lo que quieras, pero entiendo que busques alguien que te haga vibrar. Sin embargo, mientras te lo puedes ir frungiendo. Que luego ya te quiten los frungido. Pero tienes razón, sin buscar nada más en él, teniendo claro lo que es.” Y yo me dije, “claro, si es que Anita es muy sabia.” Así que las siguientes veces que hablé con él, le dí un poco de largas, no le hablé de quedar y me hacía la remolona para contestar a sus mensajes para no caer en la tentación de cogernos cariño a fuerza de roce. Como él está en fase de hacer el cafre con sus amigos y además trabaja y tal, no fue difícil darle esquinazo, la verdad. De tal modo, llegué a la conclusión de que la historia había acabado y chimpún.
Peeeeeeeero (siempre hay un pero que lo jode todo) el sábado estaba yo en casa por la noche remoloneando. Pensaba haber salido con Jime, pero entre unas cosas y otras, me quedé en el sofá haciendo el vago y abanicándome muerta de calor. Cuando de repente, el facebook me hace un ruidito raro: “hola señorita”. Mierda, el toy boy. Me pongo a hablar un poco con él y me dice que libra todo el finde del curro porque el domingo es su cumple. Ainsssssss, 23 tiernos añitos. Y que no tiene plan, que si me apetece que me venga a visitar porque tiene ganas de verme. Y yo entro en crisis. La casa está como si hubiera pasado un huracán. Mis piernas parecen las del yeti. Estoy en bragas viejas y camiseta cutre. Sin pintar, con los pelos a lo Janis Joplin porque ya he entrado en fase de pasar del secador. Todo un desastre. Así que le digo que sí, que se venga. Espera, ¿era eso lo que tenía que decir? Pero ya es tarde. Me dice que va a ver a nosequién y viene. Así que a toda leche, me pongo a barrer, recojo un poco la ropa que hay esturreada por todas partes, me depilo cutremente las piernas y me pongo un conjunto mono. Hum. Yo juraría que tenía otro plan al respecto. Pero no hay tiempo de pensarlo, tengo que recoger el baño y quitarme este roal de pelos que no había visto antes.
Total, que lo monté súper bien y cuando llegó, estaba elegante a la par que natural tumbada en mi sofá, en mi salón recogido, con mis piernas suaves, la cara aparentemente lavada (y una mierrrrrrda voy a recibir a un niño de veintipocos con la cara lavada, ja!! Las BB cream esas, que hacen milagros), con mi conjuntito mono y una oportuna trenza ladeada en mi largo pelo. Bueno, igual muy natural no era, pero cuando tratas de aparentar un porrón de años menos para no parecer la abuela de tu chico, la naturalidad no es buena idea.
Y bueno, el niño llegó, con esa voz tan bonita que tiene, que me habla y me atolondra, con ese olor a colonia perenne que lleva y me obnubila, con una camiseta negra y esa sonrisa de macarrilla que me vuelve loca. Y entró, me agarró por la cintura y me dijo “hola preciosa” y me dio un beso de esos que dejan sin aire. De esos que te quitan siete años e golpe. De esos que me hacen perder el norte.
En fin, que me lo comí a besos hasta el amanecer, me reí mucho y me sentí como si estuviera “mazo de buena”, como él me dice. Que igual soy una asaltacunas, pero me mola serlo. Total, que como dice Anita, que es más sabia que todas las cosas, que me quiten lo frungido. Cuando se me pase el subidón, volveré a pensar que esto no va a ningún lado y pasaré de él. Hasta que me pille otra noche tonta y vuelva a ignorar mi propio plan. Y es que me encantan las normas y los planes por el gusto que da saltárselos a la torera. ¡Es tan divertido!

P.D. Hombre perfecto del post anterior, si llegas tú, de verdad de la buena que no vuelvo a ver al toy boy. Pero comprende que entre que llegas y no…. algo hay que hacer. Aunque sea tirarse a una chumbera.


lunes, 16 de abril de 2012

súper feliz celebración de cumple

Los amigos no se valoran por la cantidad, si no por la calidad. No son chopped que se compre al peso. Son piedras preciosas, que se seleccionan una a una.
Yo desde luego, no dejo entrar en mi vida y en mi círculo más íntimo a cualquiera. No. Hay que cumplir muchos requisitos.  Eso sí, el que entra es raro que se vaya. Creamos un vínculo difícil de romper.
El sábado celebré mi cumple y ha sido uno de los mejores de mi vida. Quién me iba a decir que los 29 serían tan buenos. Conseguí juntar a toda mi gente. Bueno, casi todos porque Mery lo dejó con su novio y estaba ocupada en llevarse las maletas a casa de sus padres. La pobre Mery, todo ternura, recibiendo la primera gran bofetada que le da la vida. La llamé el domingo por la mañana y le dije que no estaba sola. Que es preciosa y encantadora y la vida le depara aún lo mejor. Estoy segura. Y estaré a su lado para conseguirlo.
Los demás, tan maravillosos y divertidos como siempre. Nos reímos. Hablamos. Bailamos. Nos abrazamos, besamos y dijimos lo mucho que nos queríamos. Y me hicieron feliz. Me llenaron en corazoncito de un montón de miradas cómplices, palabras al oído y achuchones. Me arrullaron el alma hasta hacerme sentir que reventaba de amor.
Y todos estuvieron genial. Jimmy y Rubio tan divertidos y amorosos como siempre. Da gusto llevarlos a cualquier sitio. Gordi y Flumi bromistas y risueños, llenos de alegría y de buenas noticias. Reichel y Jime hicieron un esfuerzo por venir y se lo agradezco. Ese abrazo con Reich cuando me dijo con su acento tan especial “te quiero mucho, flor, tenemos que vernos más que nos damos vida cuando lo hacemos” me hizo sonreír desde lo más hondo. Seis estaba radiante y lleno de luz, mejor que en mucho tiempo. A. y sus amigos estupendos y súper atentos conmigo. Y como siempre, mis niñas, Anita y Pa estuvieron al pie del cañón. Lo pasaron genial y el domingo hablamos horas recordando los momentos de la noche. Son las mejores. Y supe de nuevo que Dios me las ha regalado, que son mis ángeles en esta vida.
Así que a todos, gracias. No sólo por venir, por los regalos, por todo lo bueno que me dais. Simplemente, gracias por existir.

miércoles, 14 de marzo de 2012

final del sábado

Joder, van tropecientas veces que intento escribir este post y no sé por dónde pillarlo. He escrito un montón de cosas y las he borrado todas. Y sigo sin saber si esta vez voy a ser capaz de hacerlo o lo borraré de nuevo.
Vamos a ver, sé que os dejé a medias con la historia del sábado. Y los coitus interruptus no molan. Pero es que lo que pasó oscila entre lo romántico y lo ridículo. Y no sé cómo tomármelo, si en serio o a coña.
El caso es que ligué en el búho.
(nota aclaratoria: no sé en el resto de ciudades será así, pero en Madrid llamamos búhos a los buses nocturnos. No sé si será normal o fruto de la chulería madrileña. Y aclaración dos, tampoco sé si es en todas partes, pero en Madrid los autobuses tienen algunos asientos anchos, casi el doble de un asiento normal y que imagino que son para gordos porque no encuentro otra explicación al asunto)
Y hacía como ocho años que no cogía un búho. Porque siempre se montan borrachos y gentuzas varias. Así que desde que me compré el coche, voy a todas partes con él, pero el sábado había quedado en Sol. Y ahí hay dos opciones: o te metes el coche en el culo, o vas en transporte público. También pensaba haber cogido un taxi, pero estoy pelada de pasta. Y ya que mi amiga Jime iba a Cibeles a coger su propio búho, decidí hacer lo mismo.
Total, que me monté y me senté en uno de esos asientos para gordos justo a la entrada del bus con el fin de poder salir corriendo si entraba algún pirado, cosa que por la noche es de lo más frecuente. De hecho, entraron tantos, que estuve a punto de bajarme a mitad de camino. Pero por suerte o por lo que sea, no lo hice. Me quedé en mi enorme asiento de gordos deseando llegar a mi casa lo antes posible.
Hasta que entraron tres chavales algo más jóvenes que yo, sin estado etílico grave y bromeando de buen rollo entre ellos. Tanto, que me hicieron sonreír, porque yo soy boba y de risa fácil. El búho iba hasta arriba de gente y el chico más guapo de ese grupito, sin dejar de mirarme, dijo que se debían compartir asientos porque ir de pie tan apretado era horrible. Y yo, en un perrenque de locura, le dije que si quería, le hacía un hueco. Estoy chalada, lo sé. Pero ahí no acaba lo fuerte. Lo bueno es que el niño mono se sentó conmigo. Y por muy ancho que sea el asiento de gordos, es para una persona. Así que íbamos muy, muy juntos. Y empezamos a charlar y a bromear. Jiji-jaja. Y me puso la mano en la pierna “porque no tenía sitio para ponerla”. Y yo medio mareada por la colonia de hombre que tanto me confunde porque he perdido la costumbre de olerla, feliz de que alguien me tocara. Y el chaval venga a darme conversación, clavándome unos ojos negros de lo más sugerentes. Hasta que me dijo que si me gustaría quedar un día para tomar algo. Y yo, obnubilada entre unas cosas y otras, le dije que sí. Que sería un placer. Así que le di mi teléfono.
El colmo, es que cuando llegué a mi parada. Me despedí de él y justo antes de bajarme, me cogió suavemente del cuello del abrigo y me dio un beso en los labios. Así que de pronto, cuando toqué suelo firme, me parecía que mis piernas se habían vuelto de goma y que sería incapaz de llegar a casa. Y llamé a Anita para contárselo, toda emocionada yo por que hacía muchos años que no me pasaba algo así.
El sábado me costó mucho dormirme del subidón. El domingo estaba cansada pero aún con un revoloteo raro en el estómago, como si me hubiera poseído por la Naar adolescente de nuevo.  Pero el lunes me puse mala por uno de mis temas hormonales. Y se me olvidó el asunto hasta que por la noche se conectó el nene a feisbuc y empezó a darme charla. Yo, ya en mis cabales y sin ojos negros, colonias, ni cuerpos fibrosos y jóvenes que me confundieran, le dije que igual todo esto había sido una chifladura y que era mejor dejarlo tal cual. Pero él se rió, me dijo que las locuras eran divertidas y que si me apetecía quedar el jueves. Que el piquito le había sabido a poco.
Y la Naar adolescente volvió a poseerme. Porque la responsabilidad es útil, pero es aburridísima. Así que igual, el jueves quedo con él. O no. Según qué lado bipolar se apodere de mí mañana.

domingo, 11 de marzo de 2012

Sábado de restregones y beso lésbico.

El rollo de la bicicleta me ha dejado secuelas. Para empezar, una contractura en la espalda de las que hacen época. Así que el sábado me levanté hecha polvo, dolorida y con la sensación de que me hubieran dado una paliza.  Y en lugar de limpiar, que es lo que hago los sábados, vino vecinodelprimero a contarme un rato su vida. Muy majo y amoroso él, sobándome la espalda para comprobar mi contractura. Y terminé tan cansada de hablar con él de pie que pensé que con gusto me tomaría alguna droga dura y me tumbaría a remolonear el resto del sábado en mi casa llena de roña.
Por suerte, a mediados de semana ya había quedado con Anita y con Jime para salir a bailar. Así que mi plan de quedarme en casa, mohína y dopada hasta las orejas se fue al traste. Total, que me obligué a mí misma a ducharme, arreglarme y salir. Con una desgana de nivel elevado, pero salí. Y al final fue un triunfo de noche.
Fuimos a una discoteca de bailes latinos que hay en el centro. Y claro, Jime es colombiana y Anita baila bastante bien. Así que la única que era un pato mareado y contracturado era yo. Pero da lo mismo. El caso era bailar y arrimarse.
Porque es lo único que echo de menos de tener un chico en mi vida: el contacto físico. No el del frungimiento en sí, que también. Si no el simple contacto, el de que me abracen, me cojan por la cintura, se me acerquen y pueda oler la colonia de hombre que tan extraña me resulta. Y otra cosa no, pero con los bailes latinos lo que hay es contacto. Hay tanto, que de vez en cuando te dan unas cuantas vueltas para marearte, dejarte confusa y que te dejes sobar otro rato.
Además en general, el ambiente de ese sitio es bueno. Bailan contigo, te dan un poco de charla y si no das pie, no se ponen pesados. Aunque de todo hay, claro. Y hubo que se puso muy cansino con Anita. Yo lo vi mientras bailaba con uno que se arrimaba más de la cuenta y decidí eliminar a dos pesados de un tiro haciendo la vieja técnica de la lesbiana. Así que además de restregones a ritmo de salsa, conseguí un beso. De una chica, vale, pero un beso al fin y al cabo. (Por cierto, te quiero, guarra. Me voy a comprar un pene de goma y vas a flipar.)
Y el final de la noche fue apoteósico, pero no os lo cuento para que no se me gafe. Si sale bien, ya os pondré al día.

lunes, 5 de marzo de 2012

Salamanca de subidón, Madrid de bajón

Pues eso, que nos fuimos a Salamanca. Y un buen rollo que te mueres.
Yo creo que todo el mundo sabe que Salamanca es una ciudad preciosa. Y si alguien no lo sabe, lo repito: es preciosa. Tiene montones de monumentos: iglesias, la catedral, la universidad, las calles del centro, los estudiantes jóvenes y lozanos, los guiris guapos… todo es un gusto para la vista.
El caso es que Pa y yo nos hemos pasado el fin de semana pateando la ciudad hasta que he llegado a  la conclusión de que si viviera allí mi culo estaría en mucho mejor forma que ahora. Porque todo está cerca y te pasas la vida andando. Una maravilla abandonar el coche, olvidarse de él y hacer ejercicio gratis y divertido. Además como el hotel estaba super bien situado, podíamos hacerlo todo en un paseo. Todo a cinco minutos, los bares, las tiendas, los monumentos, los sitios de marcha, los guiris… un lujo y una cura anticelulitis.  
Por las noches salimos, y exceptuando que hay que ir sorteando vomitonas porque la gente bebe hasta la muerte, el ambiente es buenísimo. Hay montones de hombres sueltos por allí con ganas de ligar. Y todo jovenzanos alegres y estupendos. Y muchos extranjeros. El paraíso de una pervertida sexuarrrl como yo, vaya.
No puedo decir que Pa y yo no ligáramos. Nos entraron varios. Lo malo es que el primer día me crucé con el amor de mi vida y claro, el resto ya no me parecía que estuvieran a la altura. Pero es que soy una gilipollas. El guiri más guapo del mundo me mira, me sonríe, me vuelve a mirar… y yo sigo andando calle abajo. ¿Pero qué coño haces, Naar? ¡¡Vete detrás suya!! ¡Frúngetelo en una esquina! Ay, madre, si es que no aprendo… También se nos acercaron unos franceses de los cuales dos eran apañados. Pero ellos no hablaban ni patata de español, nosotras ni patata de francés y yo aún tengo mucho resquemor por lo de los guiñoles. Y unos vecinos de habitación en el hotel trataron de ligar con nosotras… pero eran de Madrid, con más de 30 años y feos. Así que nada, nos hemos vuelto igual de poco frungidas que fuimos.
Otra cosa maravillosa del viaje fue conocer a Key. De toda la gente que he conocido a través de blog, es con la que mejor rollo he tenido desde el minuto cero. Que no se me pongan celosos los demás, os quiero, lo sabéis. Pero es que Key es la bomba. Nos reímos mucho y nos caímos genial. Y su amigo que vino el segundo día, a parte de frungible, era bien majo también.
Total, que obviamente ahora estoy de bajón. Porque después de esto, una vuelve a Madrid y se deprime. Madrid, con su costra de contaminación que no te deja respirar. Con sus distancias imposibles entre los sitios. Con su ruido y sus hombres no salidos y dispuestos a frungir conmigo...  Madrid es un asco. Quiero irme a vivir a Salamanca, ser amiga de Key, frungirme estudiantes veinteañeros, jugar al beer-pong como en mis años mozos, frungirme extranjeros… ¡¡quiero vivir en Salamanca y hartarme a frungir!!


domingo, 19 de febrero de 2012

disfraces confusos

Hace muchos años que no me disfrazo. Creo que desde que era adolescente.
Además no me ha gustado mucho nunca. Mi madre dice que tengo un sentido del ridículo demasiado elevado. Pero tampoco me lo dice muy alto, porque sabe de sobra que lo he heredado de ella. Y es que de pequeña me repateaba disfrazarme. Me sentía ridícula. Y además, ¿de qué te disfrazas sin gastarte una pasta? pues de cosas cutres. De mierdas que tienes por casa y ya no usas. De trapos que te cose la abuela. Y luego te pintas un poco como un payaso y hala, ya estás disfrazado. Pues no.
Y vamos a ver si me explico, que a mí me encantan los trajes de época. Así en plan medieval, los barrocos, los románticos. Me muero por todos ellos. Pero los buenos, los de las pelis. No los que venden en los chinos, claro. Pero para eso no hay quien tenga presupuesto. Así que cuando yo era pequeña (y ni siquiera existían las tiendas de chinos) mi madre era del plan de ¿quieres ir de medieval? No hay problema, con un trozo viejo de colcha se hace un apaño. Y yo me sentía muy patética.
Además, puede que yo sea muy rigurosa para casi todo en la vida, pero coño, es que hay cosas que no. Una no puede ir vestida de princesa y con los zapatos azul marino horrendos del colegio. ¿Qué clase de princesa se permitiría ir con ese adefesio de zapatones que parecen los de Frankenstein? O de griega, pero con el jersey de cuello vuelto debajo de la túnica que se ha hecho del retal de unas cortinas. ¿Qué griegos has visto tú en las películas que fueran con jersey debajo? Y es más, con el jersey beige del colegio. Porque como yo llevaba uniforme, todo se tenía que arreglar con los zapatones azul marino o los jerseys y polos beiges.
Total, que así no hay quien se disfrace. Lo único bueno, es que cuando llegaba al colegio, toda cabreada con mi disfraz cutre y veía a mis compañeros, me consolaba como una tonta con lo del mal de muchos.  Porque allí íbamos todos con lo mismo: retales, cosas viejas, el jersey beige debajo y los zapatos azul marino feos.
Total, que salvo excepciones que igual un día cuento, no he sido nunca partidaria del disfraz. Pero por alguna razón, este año los días raros me persiguen. Mira que salgo poco, y aún así, todas las noches que tienen algo peculiar y gente disfrazada, allá voy yo a meterme en harina.
La primera fue el día de la marcha zombi. Por casualidades de la vida, terminé en un pub heavy donde se hacía muy complicado distinguir a los que iban disfrazados y a los que simplemente eran así. Un amigo de A. y yo nos pasamos media noche haciendo apuestas tipo “Ese es gótico.” “No, ni de coña, es disfraz, ese mañana se pone traje y corbata.” El colmo llegó cuando A, con su chupa de cuero y su melena rubia al viento,  nos dijo sonriente que un tipo ensangrentado, un vampiro y una muerte estaban repartiendo chupitos de gelatina con sabor a mojito.
La segunda fue la noche de Halloween, que extrañamente, terminé con la misma gente que cuando la marcha zombi, pero esta vez en un bar normal. Y de nuevo la duda, ¿esas medias rotas enseñando todos los muslámenes son disfraz o moda? ¿esa tía se pintará los ojos así siempre o es por ser hoy?
Y para colmo, salí anoche, que era carnaval. Traté de vestirme lo más discreta que pude, porque nunca se sabe. Que igual una se ve monísima y alguien va y te dice, “oye, qué divertido tu disfraz de puta”. Porque ayer de nuevo había muchas dudas. Muchas tías que te preguntabas si el fin de semana que viene se pondrán cosas tan raras o si era un intento de disfraz. Si era maquillaje de fiesta o sólo se le había ido un poco la mano. Si tienen mal gusto o es que iban de algo. Muy confuso todo, oyes.

sábado, 12 de noviembre de 2011

reencuentro en la capea

Estoy agotada. Pero feliz. Es ese agotamiento maravilloso de haber pasado todo el día fuera, de no haber parado quieta, de no haber parado de hablar y de reír. No sé si podré articular palabra en lo que queda de fin de semana, pero me da lo mismo. Ya he dicho hoy muchísimas y a gente que realmente me importa.  
Lo he dicho alguna vez, pero mis amigos son los mejores. Aunque nos distanciáramos un tiempo. Aunque ahora seamos más maduros, más viejos, más serios. Aunque ya sólo seamos la sombra de aquellos universitarios que se sentaban en el parque de ciencias a jugar al jia. Siguen siendo de lo mejor que ha habido nunca en mi vida. Y les quiero.
Este preámbulo es para decir que la capea ha sido un éxito. El tiempo ha acompañado y ha hecho un sol estupendo. No parecía ni noviembre siquiera.
Pa y yo nos hemos ido en mi coche y tras un momento de crisis relacionado con un camino de tierra que no era el que debíamos tomar, hemos llegado genial. El autocar con todos los locos de mis amigos acababa de llegar. Así que nos hemos puesto a repartir besos y abrazos, saludos y alegrías varias. Una de las cosas que me ha fascinado siempre de este grupo es la capacidad de tener contacto físico entre todos. De abrazarnos y darnos besos, de decirnos que nos queremos sin rubor. Me encanta, lo reconozco.
Sólo ha habido un momento tenso cuando tras saludar a todo el mundo, me he quedado delante del Ross. Por un momento he dudado, pero no me ha dado tiempo a reaccionar cuando me ha dicho “¿no vas ni a saludarme?”. Por un instante se me han cruzado mil cosas por la cabeza. Pero he elegido bien, creo. Le dicho, “claro, que sí: hola Ross, ¿qué tal?”, le he dado dos besos y me he dado media vuelta. Se traduce por “no te niego la palabra, pero no te quiero cerca”. Igual soy una inmadura o una gilipollas, pero así lo sentía y así lo he hecho.
El resto del día ha sido genial. Risas, bailes, conversaciones, bromas y muchas fotos. El Gordito, hiperfeliz disfrazado de torero. Flumi en su quinta esencia. Seis en su modo “estudio antopológico de situaciones ancestrales”. Bombita más genial que nunca. Mery amorosa, preciosa y pequeña como siempre y su novio, Persa, divertidísimo, le voy cogiendo el punto a este chaval. Y los demás estupendos.
Del Ross y su novia hablaré detenidamente en otro post, pero hoy sólo lo positivo. Sólo este sabor de boca tan bueno que me deja mi gente. Hoy sólo la diversión, los abrazos, los besos, los momentos absurdos. El amor tan grande que me dan y que se llevan cada vez que nos juntamos. La extraña melancolía que me crea despedirnos.
Nadie tiene el blog, pero no me importa. Siempre creí que las palabras escritas son como una carta lanzada al aire. Por eso, como lo sabéis aunque no lo leáis, lo diré una vez más: os quiero chicos. Sois los mejores. Los más maravillosos amigos del mundo. Y os quiero. Os quiero a reventar.

domingo, 30 de octubre de 2011

vida social

Anoche salí, cosa que es casi un milagro en mí. Soy reacia a salir. Así, en general. Tengo tendencia a la reclusión y una extraña querencia al sofá. Me gusta mi casa. Me gusta comer chocolate. Me gusta ser huraña y solitaria.
Peeeeeeeeeero… también soy humana y como tal, un ser social. Así que a veces me relaciono con otros seres vivos que no sean mi gato.
El caso es que el viernes estaba aquí en mi modo casero, con pijama, moño y calcetines de lana cuando a casi la una de la mañana, me sonó el móvil. Era A, que me invitaba a salir con sus amigos. Le dije que no porque era tarde para pasar por chapa y pintura, pero me insistió en que saliéramos al día siguiente, es decir, ayer. Como se había tomado dos copas antes de llamarme, pensé que quizás se le olvidara y yo podría pasar un típico sábado de los míos, en pijama, moño y calcetines de lana, viendo una película francesa y comiendo chocolatinas de menta.
Sin embargo, anoche estaba viendo la tele y atiborrándome a patatas fritas cuando me sonó el móvil. Y era A de nuevo. Que iban a estar en nosequé bar y que me esperaban allí.
Dudé durante mucho rato. Había cenado demasiado y llevaba toda la semana un poco floja física y emocionalmente. Así que luché conmigo misma. Y tras mucho pelear, me decidí a vestirme y pintarme los ojos. Me costó un triunfo, por absurdo que parezca. Pero lo conseguí. Mi vida se basa en ir ganándome batallas a mí misma poco a poco.
Y al final lo pasé muy bien. A es fantástico. A veces lamento que lo nuestro no funcionara porque, salvo la carencia absoluta de química sexual, nos llevamos de maravilla, tenemos muchísima confianza y lo pasamos genial juntos.
Así que anoche estuve un  bar ruidoso y abarrotado charlando con un grupo de semidesconocidos y pijos camuflados que nos sabían que cuando viene la policía se grita “agua, agua”. Me sentí como una expresidiaria o algo semejante, pero me reí mucho. Además tuve suerte de aparcar cerca y me encanta volver a casa conduciendo por la noche y cantando a pleno pulmón. Así que cuando a las cuatro y pico (hora antigua) me quité el rímel y me puse las pantuflas, me sentí extrañamente orgullosa de mí misma por haberme arrancado el pijama de pelotillas y haberme echado a la calle.
Y hoy es domingo de transición, entre la juerguecilla de anoche y el plan con Anita de mañana. Vamos a ir a Latina a tomar algo y ver cantar a alguien especial. Hoy, de momento, descansaré y aprovecharé a planchar un poco. Me quedaré en pijama y calcetines, abrazada a Ron en el sofá. Que no puedo llevar tanta vida social sin un poco de vida eremita entre medias para compensar.