Hace un año estaba trabajando en
teleasistencia en la misma empresa donde me han contratado ahora para
otra cosa bastante más aburrida aunque más lucrativa. Había hecho
buenas migas con unas compañeras y a veces nos quedábamos a la
salida a tomar algo. No podía echarme la siesta, trabajaba de tarde,
pero a cambio podía trasnochar y levantarme cuando me diera la gana.
Ahora madrugo como una alondra y me tengo que acostar pronto. Lo
odio. Me acababa de hacer el tatuaje de las costillas. Ahora estoy
urdiendo el siguiente y puede que me agujeree de nuevo la oreja.
Habían venido mis amigas de Granada y el Niño Chico a verme y
habíamos pasado unos días en la sierra. Ahora no he podido salir
más allá del barrio de los yayos. Fue un buen verano el del año
pasado. No genial, no fantástico... pero bastante bueno. Algo mejor
que este diría que sí.
Este año voy de boda en boda. Por un
lado es un coñazo, un gasto enorme y una extraña sensación entre
aburrimiento, pereza y un pellizco de emoción. Raro todo.
La primera fue en Sevilla, de unos
amigos del Niño Chico. Boda más cutre y más aburrida, señor mío.
Estrené un vestido verde muy bonito y me llené el pelo de orquídeas
moradas.
La siguiente es la semana que viene, de
una de esas amigas de teleasistencia. La primera con la que quedé a
tomar algo. Y eso cuando la vi en la entrevista no me cayó muy bien.
No sé por qué, no había razón ninguna. De hecho, la primera vez
que hablé con ella me pareció encantadora. Qué tontas son a veces
las primeras impresiones. Aquel viernes del verano pasado salimos a
la puerta después del trabajo y me dijo “¿qué vas a hacer
ahora?”. Y yo, “pues irme a casa”. Y me dijo que si me apetecía
algo fresco. Y a mí me apetecía. Así que nos fuimos al Rodilla de
enfrente de la oficina y pedimos un nestea y unos sandwiches. No sé
bien cómo, nos aliamos con dos chicas más y formamos un grupito de
cuatro muy bien avenido. Las demás nos miraban como si estuviéramos
locas. Yo creo que se morían de envidia de ver el buen rollo que nos
traíamos.
Un par de meses después, cuando éramos
ya inseparables, nos dijo que se iba tres días a París con el
novio. Le dije que le iba a pedir matrimonio. Nos mandó un whatsapp
desde allí para decir que sí, que se lo había pedido y foto con el
anillo. Dos días después nos abrazamos las cuatro en el patio del
edificio de oficinas. Un año después hemos hecho una despedida de
soltera, las cuatro también. En una semana vamos de boda. Tres
invitadas y la novia. Me voy a poner un vestido precioso que estrené
para otra boda hace ocho años. Y una diadema de piedrecitas.
Aún me queda la boda de Reichel, para
la que iré de rojo y con pamela. Pero eso es otra historia y otro
post.