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lunes, 5 de marzo de 2018

la no-novela.


Llevo escribiendo toda la vida. No me recuerdo a mí misma sin saber leer y escribir. Lo primero que hay por ahí escrito por mí es una felicitación de navidad a los yayos, deseando feliz 1986. Yo tenía dos años y medio. Fui, digamos, precoz. Y no creo que es porque fuera especialmente lista, es simplemente que los juegos de niños no me gustaban y yo quería saber qué ponía en esas cosas que los mayores miraban durante tanto tiempo con atención. Fue más curiosidad que otra cosa.
Mi primera historia completa se llamaba “El sol y yo” y era un cuento ilustrado con dibujos en el que el sol venía a despertarme y llamaba a mi ventana y nos hacíamos amigos. Es que la lluvia nunca me ha gustado. Tenía 4 años, porque lo hice en clase de párvulos mientras me aburría porque mis compañeros estaban aprendiendo las vocales. El siguiente fue “El perro de P.S”, que era mi amiga de clase y contaba la historia del perro de su abuelo, que le ponían el collar y lo sacaban a pasear. También tenía sus dibujos y todo. Digamos que los 4 años fueron una época de mucha productividad literaria debida a mi aburrimiento supremo en el colegio.
Desde entonces he escrito casi sin parar. Diarios, cuadernos, meditaciones, sueños, cartas, cuentos, historias, el primer blog, este blog... si todas las letras que he escrito en mi vida tomaran forma, como las de la sopa, me sepultarían viva.
Sin embargo, ahora, por primera vez, he terminado algo que podría ser una novela. Quizás, como diría Unamuno, no llegue a ser novela y sea “nivola”. Y claramente tampoco sería eso porque osar a compararse con Don Miguel es demasiado para cualquiera. Quizás sea una no-novela, que es como si tartamudearas y la negaras a la vez. Así que no lo será, no os preocupéis, no voy a publicarla y a daros la tabarra para que la compréis. Me muero de vergüenza sólo de pensarlo. Hoy en día cualquier mongoloide junta cuatro letras y las publica. A veces es famosete de medio pelo y se la publican. Otras, su propio ego le hace autopublicarla y creerse escritor. Porque veo cada cosa en twitter, por ejemplo, que no doy crédito. Y se llaman a sí mismos poetas por ponerse intensitos y decir obviedades absurdas utilizando el intro de manera aleatoria para crear espacios. Escritores y poetas. Y se lo dicen ellos solitos. Madre mía los egos. Y hay quien les lee y todo. En fin. What time to be alive.
Decía que no, no publicaría nunca. Pero la he terminado. Y me siento extrañamente orgullosa de mí misma. Porque la mayor parte de las veces escribo sin ton ni son y no son cosas con un principio y un final, que cuenten una historia más o menos bien hilada. Sólo sólo retazos desordenados y caóticos, como yo misma. Pero esta vez lo he conseguido. Y aunque no llegue nunca a ver la luz, quería decirlo.
Y habrá quien diga, “mujer, ya que lo has escrito...” Pero no. Creo que la frase esa de que hay que escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol ha hecho mucho daño. Y de verdad, el mundo no necesita más niños malcriados, ni más libros de mierda. Mejor plantad tres árboles y con un poco de suerte no moriremos asfixiados en un par de décadas. Pero bueno, esto es una visión chunga mía del asunto, que creo que sobramos humanos y que la mayor parte de lo que se escribe hoy en día es de ínfima calidad. Y como no creo que yo lo haga mejor, pues me quedaré aquí con mi blog sin ínfulas pretenciosas. Yo es que soy una mujer humilde. Prefiero los gatos a los hijos y los post divertidos de blog en vez de los libros malos.

jueves, 10 de septiembre de 2015

El taladro, la tubería y el momento de crisis.

Había dejado un post sobre la vuelta al cole programado para hoy, pero tengo que contar esto y si se os acumula la lectura, pues mira, es lo que hay.
El caso es que el fin de semana pasado me dio un jari mental de los míos y me puse a pintar el baño. Así porque sí. Ya que no puedo cambiarlo entero y tengo la suerte de que está alicatado hasta media altura, pues dije, seguro que otro color anima el asunto. Me compré un bote de color lila muy mono y me lié la manta a la cabeza. Después de un par de manos el baño estaba estupendo. Tan bonito él. Y decidí poner una estantería que había forrado con un papel de mariposas precioso. Me iba a quedar todo de mono...
Pero el gafe que me viene persiguiendo desde principios de verano estaba acechando detrás del lavabo o escondido tras las toallas. Riendo y fotándose las manos con aire malévolo. Esperando su oportunidad para chafarme la ilusión.
Ayer por la tarde vino el Ross para ayudarme a colgar la estantería. La sujetó contra la pared y yo marqué las escuadras de arriba y las de abajo. Y dije las palabras mágicas para darle la idea al gafe:

  • Espero que por aquí no pase ninguna tubería...

El Ross golpeteó un poco la pared, dijo que pensaba que no y se puso a hacer taladros subido a la escalera. Uno, dos y bien. El otro lado, uno, dos... Y de nuevo tentando al gafe:

  • Voy a hacer el tercero por si acaso...

Metió la broca, sonó un ruidito raro y de repente un chorro a presión salía directamente de mi pared a la cara del Ross. Él es bastante bueno conservando la calma... hasta que la pierde. Y yo soy una negada en eso porque a la calma y mí no nos han presentado. Así que entramos en una espiral de nervios y agua a presión de la que estaba visto que no podía salir nada bueno. Yo, básicamente me dediqué a corretear por la casa como pollo sin cabeza mientras el Ross gritaba cosas que me ponían más y más nerviosa.

  • ¡¡Corta el agua!! - chillaba desde debajo de las cataratas de Niágara - ¡¡Corta el agua!!
  • ¡Tú tienes las llaves de paso ahí!
  • ¡Pero no puedo, corta la general!
  • ¿Y eso dónde está?
  • ¡Yo qué sé, es tu casa, deberías saberlo tú!

Salí corriendo a la terraza y miré la lavadora. Ahí hay una llave. Le di media vuelta y nada. Volví al salón.

  • ¡Joder, que es la caliente, me voy a achicharrar!

Volví a la terraza. Igual podía quitar la caldera. Miré la caldera... ¿Cómo diablos se apaga esto?

  • ¡¡Joder, que me caigo de la escalera!!

En ese momento visualicé cómo mi baño se inundaba más y más mientras mi enorme exnovio flotaba muerto por haberse caído de dos escalones y se cocía en el agua hirviendo que salía de la pared. Así que hice lo lógico, abrir la puerta, darle un barreño y volver a dar vueltas sin sentido alguno por el salón. Y justo el momento en estaba valorando seriamente coger a Ron y huir de la escena del crimen, dejando atrás al Ross muerto y cocido como una gamba, el baño pintado de lila y la estantería forrada de mariposas, se oyó un estruendo y después, la calma.
Abrí la puerta del baño esperando lo peor. Y allí estaba, el Ross mojado hasta los huesos, la escalera volcada, el barreño bocabajo encima del váter y todo chorreando agua. Curiosamente, el tsunami de la pared había cesado.
  • He podido cerrar la llave de paso de aquí. - me dijo con las gafas llenas de gotitas y el flequillo chorreándole en la cara. - pero se me ha caído el barreño... aunque tampoco sé muy bien para qué me lo has dado.

Podría haber sido peor. Cuando me pongo nerviosa hago cosas sin sentido. Igual podría haberle dado la palita de recoger las cacas de Ron.
Al final recogí el agua, me fui a duchar a su casa, él cogió ropa seca y nos volvimos a cenar. Me echó un poco la charla por no tener seguro en casa, por hacer cosas absurdas y no dejar de inventar tonterías y después de no pegar ojo en toda la noche, hoy han venido a arreglarlo. Han picado la pared, tras mil complicaciones me han cambiado el pedazo de tubería roto y ahora mi baño tan mono está comido de mierda, tiene un pegote de cemento en medio de la pared y todo huele raro. Lo bueno es que tengo entretenimiento para una temporada entre que lijo de nuevo la pared, la vuelvo a pintar, compro un mueblecito de ikea y lo pego con patex de ese que no necesitas clavos ni tornillos ni nada potencialmente peligroso de perforar tuberías.

Igual el Ross tiene razón y debería estarme quietecita, pero la vida sería más aburrida. Como dijo mi amigo Bombita en una ocasión mientras trataba de colarse por la ventana de su casa borracho perdido “es más difícil, pero es más divertido”.

lunes, 15 de junio de 2015

Minuto mañanero de paz

Las siete de la mañana y una servidora escribiendo. Y esto no sería tan raro si me hubiera quedado la noche en vela, cosa que ocurre con relativa frecuencia. Pero no es el caso. Anoche me acosté a una hora bastante razonable para lo que soy yo porque el Niño Chico tenía sueño. Y me he levantado a las 6 de la mañana porque Ron no lo tenía. Se podría pensar que soy una mujer y madre abnegada.
Aunque todo sea dicho, me acosté porque me encontraba fatal y el Niño al final fue la excusa. Y me he levantado porque Ron estaba dando por saco, sí, pero también porque yo ya no tenía más sueño y porque tenía que hacer un trabajo para el curso que me estoy sacando de orientadora de empleo y claro, cuando tengo un runrun en la cabeza no puedo pararlo. Así que me he puesto en pie con el alba, me he hecho una infusión y me he puesto a darle a la tecla, primero para el curso, ahora aquí. Y lo cierto es que aunque odio madrugar, ahora que Ron duerme en mis piernas todo tranquilo y esponjoso, el Niño duerme arriba respirando despacito y el silencio lo inunda todo mientras empieza a entrar la luz del amanecer por las ventanas, siento un extraño placer. Como si la vida no fuese una carrera a contrarreloj en la que yo voy de puto culo, como si el tiempo fuese algo que me mece y no algo que me persigue mordiéndome los tobillos o tira de mí apretándome la soga al cuello. Siento, aunque sea por unos breves instantes, que la paz es posible durante los segundos que dura el ojo del huracán. Y aprovecho a tomar aire antes de quedarme de nuevo sin él.
El fin de semana por su parte ha ido... bien. Supongo. En la casa de Pueblodelsur todo es siempre extremadamente complicado. En serio, hasta eso que piensas que te llevará cinco minutos y que no tiene mayor vuelta de hoja te tendrá de cabeza durante horas. Es una pesadilla a veces. Por suerte conseguimos más o menos todos los objetivos que llevábamos y algunos extra, como llenarme brazos y piernas de cardenales o pringarme el pelo de pintura que se niega a desprenderse.
En cuatro días vuelvo para allá a seguir preguntándome por qué mis padres me odian y si no debería hacer el petate y marcharme a un lugar muy, muy lejano. O cambiar la cerradura de mi casa y encerrarme a cal y canto dentro, teléfonos desconectados inclusive. Lo que sea para que dejen de pedirme cosas extrañas.
Espero que me dé tiempo a contaros algo más divertido que mis andanzas bricomaníacas antes de volver a irme, pero quién sabe qué será lo que pase en esta especie de chiste mal contado que es mi vida.


P.D. Os leo a todos/as. Os tengo altamente vigilados. Pero no puedo comentar siempre que quiero, el móvil es una caca y me da error cuando le doy a enviar, así que desde el pueblo no hay manera. Pero os leo, repito. Y por supuesto reviso los comentarios, así que no me dejéis sola en estos trances, coñe.

jueves, 11 de junio de 2015

Y vuelvo a caer en la trampa...

No sé si os acordaréis que el año pasado más o menos por estas fechas, me fui a pintar la casa de Pueblodelsur. Aquello fue una tortura china que casi me cuesta la poca cordura que me queda. Pero como a cojones no me gana ni el caballo de Esparteros, pues pinté y limpié y lijé techos y puse emplaste y me cagué en todo lo cagable, pero lo hice. Y LO HICE DE PUTA MADRE.
El caso es que mi casa no es un palacio, pero es una casa de pueblo, lo que significa grande. Y yo odio las casas grandes. Sé que suena a excusa de pobre, pero creo que las casas grandes son para ser asquerosamente rico y tener gente que la limpie y la mantenga y tú sólo tengas que molestarte en saber qué jacuzzi es el que te pilla más cerca en ese momento y si recibir al embajador de los bombones en el salón de invierno o en el verano. Si no, son un coñazo. Y mi casa de Pueblodelsur no es enorme, pero es grande. Y yo no soy rica. Mala combinación.
El caso es que hace poco vino mi madre a mi casa. Y la temo cuando se apoya en el marco de la puerta de la cocina mientras yo trajino en los fuegos. Me recuerda a cuando yo era adolescente y teníamos esa postura, pero cambiando los papeles. Porque además usa el mismo tono que yo y hace lo que hacía yo cuando quería pedirle que me dejasen salir hasta las mil y monas. Y no, mamá, no cuela. Toda esa mierda ya la inventé yo y te recuerdo que contigo no colaba.

  • El caso es que tendremos que pedir presupuesto, claro. Y allí ya sabes cómo se pasan. La ley de la oferta y la demanda, como no hay otro que lo haga, pues claro. - me decía con tono lastimero.
  • Ya. - sigo picando cebolla.
  • Y nos querrán cobrar un pastón.
  • Ajá.
  • Un dineral, claro. Y no estamos como para tirarlo.

La miro de reojo. No cuela. Remuevo la olla y lavo un pimiento verde. Mi madre se cruza de brazos, suspira, melodramática ella.

  • Y es una pena, porque algo tan fácil... si tu padre no fuera así lo hacíamos nosotros, pero claro, ya sabes que tu padre no sabe ni cambiar una bombilla. Pero pagar tanto dinero por algo así... pues qué pena. Porque igual ese dinero podría ser para algo mejor.
  • Pues qué pena. - escucha activa que se llama. O repetir como un loro lo que te digan, vaya.
  • Porque es algo que yo creo que se podría hacer fácil, en serio. Eso, os vais el Niño Chico y tú un fin de semana allí y os lo ventiláis. Y os sacaríais unas pelillas.
  • Vaya por Dios, ya salió.
  • Si es fácil...
  • Mamá, quieres pintar la fachada. De una casa de dos plantas. ¿Cómo cojones se supone que tenemos que llegar hasta el alero del tejado?
  • Con una escalera alta.
  • Sí, y otra cosita, no te jode...
  • ¿Para pintar? - me mira ojiplática.
  • Para bailar la bamba.
  • Jo hija, ¡mira que dices tonterías!
  • ¡¡Pero si has empezado tú!!
  • Mira, haz una cosa, vais, miráis a ver si se puede pintar la fachada y si ves que no, pues nada.
  • Vale.
  • Y ya que estáis allí, pues pintáis la habitación grande, la pequeña de la izquierda y el techo del baño de arriba. Y montáis los muebles del vestidor. Y se barnizan las vigas del techo. No hagáis el viaje en balde, al menos ya dejáis eso arreglado y oye, echáis el fin de semana allí tan a gusto.

Sí, tan a gusto. Manda huevos. En fin, volveré. Supongo. Mientras tanto, crónica en twitter.


miércoles, 2 de julio de 2014

el cuaderno de pintácora

¿Alguna vez habéis ido a un spa? ¿Os han dado un relajante masaje de pies? ¿Os han hecho la manicura y os han quedado unas uñas preciosas? ¿Alguna vez habéis hecho algo placentero del tipo que sea?
Bien, pues no se parece en NADA a lo que he hecho yo toda la semana pasada. Me he dado una paliza importante a pintar, limpiar, rascar pintura hueca y demás tareas poco gratificantes. Me he roto las uñas, me he quemado la piel con productos químicos, me he dejado las rodillas moradas y las piernas llenas de cardenales. Me he querido volver, he sufrido ansiedad, frustración, dolor, ira y ganas de morirme o de matar a alguien.
Y diréis, mujer, por qué no te volviste a tu casa. Pues porque ese no es el estilo Naar. El estilo Naar es dejarse la piel, literalmente, hasta que hace lo que se ha propuesto. No es un estilo recomendable, ni cómodo, ni fácil. Ni siquiera inteligente. Pero es el único que conozco. Yo lo llamo el “por mis cojones”.
Así que finalmente la casa quedó pintada, limpia y como yo me había propuesto dejarla.
Los que me seguís en Twitter y habéis leído mi cuaderno de pintácora y sabéis que he tratado de tomármelo con humor porque es mi defensa para todo, pero ha sido duro. Duro de verdad. Pero por mis cojones que eso quedaba hecho. Y por mis cojones ahora estoy contracturada, agotada, dolorida y delgada. Porque eso sí, es un plan de adelgazamiento y puesta en forma estupendo. Como un campo de concentración, duro pero efectivo, oyes.
En fin, que he vuelto. Ahora tengo dos semanas por delante para solucionar mil cosas de papeleos y coñazos varios, pero al menos son tareas más livianas físicamente. Eso y contentar al gato, que anda mosqueado con mi ausencia a pesar de que mis padres vienen a cuidarle y le consienten todo como buenos abuelos.

Tooooootal, que después de esta terrible y agotadora experiencia lo único que echaré de menos del pueblo es acariciar de vez en cuando a las salamanquesas del patio que sacaban a relucir mi vena reptiliana. 

domingo, 22 de junio de 2014

qué alegría, qué alboroto

Como soy una gilipollas… hum. Voy a empezar de nuevo que luego dicen las malas lenguas que tengo mal genio. Ja. Yo, mal genio. Ja. Os voy a demostrar que no, que soy altamente positiva.
Decía que como soy una buena hija que quiere mucho a sus papás siempre estoy dispuesta a ayudarles y a complacerles. Y por eso me ofrecí generosamente a pintar la casa del pueblo, puesto que pintar la mía me resultó muy fácil y nada cansado. Y además como aquella es mucho más grande, más vieja, con los techos más altos y tal, será infinitamente más divertido. Y limpiar luego será la juerga, claro, porque limpiar después de una obra y rascar el cemento, quitar las lechadas de los azulejos y fregar cada rincón es fiesta pura.
Además tendré la gran oportunidad de dormir en esa cama viej… antigua que chirría hace un sonidito musical cada vez que te mueves. Y despertarme temprano, con lo que me gusta madrugar.
Huy, y podré ver a mis amigas, cuyas conversaciones no son nada tediosas y cuyos maridos no son nada machistas y controladores y me dicen siempre cosas tan agradables.
Y para colmo de mis alegrías podré estar desconectada del mundanal ruido, sin el horrible acceso a Internet de alta velocidad, ni la estúpida tele, ni las comodidades de la gran ciudad. Podré estar rodeada de bichitos y plantitas y piedritas y tierrecitas. Y qué ricamente, oyes, con toda esa gente que te conoce y que te pregunta hasta de qué color llevas las bragas cuando vas a por el pan y que cómo me gustan a mí los putos pueblitos.
Total, ardo en deseos de hacerme 300 kilómetros, de descargar cosas pesadas, de pintar y limpiar. Y nada de ganas de volver en una semana.


Por cierto, si de vez en cuando durante estos días igual sí descargo algo de mala leche en twitter, no seré yo, será mi alter ego malvado, pero no hagáis caso, que yo estoy encantada de la vida. Por los cojones. En-can-ta-da.

jueves, 29 de mayo de 2014

Cuidado!!

Estoy con la regla. Y eso es malo. No para mí, que también. Es malo, así en general, malo para el mundo.
Hace un par de días me levanté después de haber dormido tres horas. Duermo  fatal cuando estoy con la regla porque me duele todo, estoy hinchada como un globo, tengo calor, tengo frío, tengo calor, mucho calor, muero de calor, me destapo, me quedo helada, me tapo, sudo. Y doy vueltas a las cosas, me pongo nerviosa, me agobio, me como las uñas, me agobio más, pienso en lo que no debo, me destapo de nuevo, doy vueltas, pego patadas, despierto al gato… Soy un una maravilla, un remanso de paz.
Total, que me levanté ojerosa y malhumorada, sin ganas de vivir. Y yo cuando no tengo ganas de vivir, hago cosas de bricolaje o limpio compulsivamente en rincones absurdos, obsesionada por encontrar arañas enormes agazapadas, esperando su oportunidad de comerme.
Dicho todo esto, me estoy empezando a preguntar cómo puedo estar soltera, si soy una joya.
El caso es que después de limpiar el mueble nuevo que había montado el día anterior con el Ross y rellenarlo con las cosas que había en la estantería antigua, reordenar las otras estanterías y limpiarlas a fondo en busca de las arañas que nunca encuentro, me quedé mirando la estantería que me sobraba. Agarré  mi sierra de calar y la corté por la mitad. Así, sin pensarlo dos veces, entre contracciones menstruales, sofocos menopáusicos y locuras transitorias hormonales, convertí una estantería alta en dos medianas.

Ayer me levanté algo mejor, pero por la tarde me aburría y decidí limpiar el mueble grande del salón por dentro (otra vez) y ordenarlo mejor. Lo saqué todo, lo ordené en cajas y bolsas etiquetadas. Reordené y seleccioné la ropa. Usé una de las partes de estantería para hacer un zapatero de lo más apañado. Fregué todas las copas y los vasos que tengo y los coloqué en la vitrina nueva. Cambié las cazuelas de sitio. Le grité al Niño Chico por algo que ni recuerdo (lo dicho, soy una joyita)  y volví a agarrar mi sierra de calar para recortar un poco más el otro cacho de estantería y convertirla en un mueble para la entrada.
Pero, oh, desgracia, oh, infortunio, mi sierra ha muerto. Contando con que me costó 7 euros y que he serrado todo lo que se me ha puesto por delante en las últimas semanas, no es una sorpresa… pero oye, es un fastidio. Además que huele a chamuscado y sale humillo, por lo que deduzco que igual no vuelve a funcionar nunca. Pensé en llamar al Niño Chico y volver a gritarle, pero pensé que igual no estaba por la labor. Así que recurrí a mi otro hombre para casi todo.

-         ¡¡Ross!! ¿tienes sierra de calar en el curro?
-         Yo qué sé… sí.
-         Traémela mañana.
-         ¿Mañana? Jo, me viene fatal porque…
-         ¡¡Mañana!!
-         Pero es que entreno por la tarde y …
-         ¡Ross! ¡Ma-ña-na!
-         Pero es que el viernes es el torneo de rugby y tengo que ir cargado al curro con un montón de cosas como para encima llevar la sierra…
-         ¿Te estoy preguntando? ¡La quiero mañana!
-         ¿Sigues con la regla?
-         ¡¡¡Eso no tiene nada que ver!!!
-         Vale, mañana te la llevo, pero ten cuidado, que es bastante potente y tú estás un poco… así como… desquiciada.
-         ¿¿Quién?? ¿Yo? ¡¡¡¡Joder, Rooooooss!!!!
-         Bueno, hala, que te dejo, que tengo cosas que hacer. Recuérdame mañana lo de la sierra. Un beso.

El pobre después de 15 años ya me conoce y es inmune a mi ira. Y sabe que cualquier cosa que haga o diga será utilizada en su contra. Y estaré armada con una sierra eléctrica.

En fin, por si acaso, manteneos alejados de mí. Mucho. Ya os avisaré cuando mis hormonas vuelvan a norm… cuando el Ross se lleve de nuevo la sierra y ya no sea tan peligrosa.

miércoles, 7 de mayo de 2014

el negocio del siglo

Hace ya un montón de tiempo (en mi anterior arrebato bricomaníaco grave) os comenté mi idea de dedicarme a hacer pornochapuzas. Como las pornochachas pero en versión bricolaje y reparación, que limpiar no me gusta. Y no sé por qué al final desestimé la idea, porque es cojonuda.
El otro día volví a pensarlo. Estaba yo aquí en mi salón tratando de montar el mueble del ikea que he colgado encima de la tele. Era un mueble muy facilito, pero mis pobres y ridículos brazos de niña estaban ya agotados del trabajo de dos semanas pintando, limpiando, cortando tablas y lijando, y montando otras cosas. Así que apenas era capaz de atornillar con la llave allen-suputapadre.
Y empecé a sudar y a tener calor. Y empecé a quitarme ropa. Y más ropa. Y a buscar posturas extrañas para que la gravedad jugara a mi favor y pudiera apretar un poco más los tornillos strongen-suputamadre.
Conclusión, terminé subida a horcajadas en el mueble, sin más ropa que unas bragas y un sujetador que me queda pequeño mientras sudaba y jadeaba.
Si supiera gestionarlo bien, estoy segura de que estas cosas me reportarían grandes beneficios económicos.
Porque además al día siguiente vino el Ross para ayudarme a colgar el mueble en la pared. Por no hacerlo en ropa interior, me puse una camiseta de tirantes y unos pantalones anchos, viejos y feos. Erotismo cero. O eso pensaba yo, porque estaba atornillando los anclajes cuando el Ross se me quedó mirando.

-         ¿Qué haces ahí pasmado? Coge el otro destornillador y ayúdame, hombre.
-         Se te ven las pechugas.
-         No las mires y atornilla.
-         Cuando haces fuerza para apretar los tornillos se te juntan más las tetas.
-         Ross, deja mis tetas y ayúdame, coño.
-         No, no, sigue tú.

Obviamente, puse los anclajes yo solita. Luego, después de pegarle voces porque casi me rompe el papel que he puesto en la pared, me subí a la escalera para poner los tacos.

-         Oye, este pantalón se te cae. – se rió bajándomelo un poco de un lado.
-         Ross, das por culo más de lo que vales.
-         También tienes buen culo.
-         No, no lo tengo, es por estar subida a la escalera haciendo fuerza… cosa que podrías estar haciendo tú, por cierto.
-         No, no, sigue tú.

También colgué unos cuadros con idénticos resultados. Y me di cuenta de que si no fuera mi casa, podría estar cobrándole por el espectáculo.

-         Estoy empezando a pensar que mi futuro está en dedicarme a las reformas. – dije
-         Si las haces con esta camiseta, yo te contrato.
-         Pues me tenías que haber visto ayer subida al mueble sin ropa y…
-         ¡¡Contratada!!  


Vale, decido, voy a montar el negocio de las pornochapuzas. 

jueves, 1 de mayo de 2014

Dos brazos forzudos

El Niño Chico es estupendo. Así en general, pero concretamente cuando le pides algo. Es un chaval dispuesto, colaborador y da muy poco por saco con preguntas y sugerencias que nadie pide. Total, que da gusto. Pero claro, vive en Sevilla. Y eso dificulta un poco ciertas cosas.
Como sigo inmersa en mi síndrome del “yaque”, decidí que ya que quitaba las estanterías de la pared para pintar, pues tapaba los agujeros y ponía un mueble cerrado que se limpia más fácilmente.
Así que fui al ikea a Tomarpor de abajo. Y no tenían el que yo quería. Y fui a otro ikea en Tomarpor del este. Lo compré y conseguí cargarlo en el coche y traerlo hasta mi casa Diossabecomo. Y de pronto me di cuenta de que no puedo colgarlo sola. Porque ni tengo fuerza para levantarlo por encima de mi cabeza ni tengo cuatro brazos para marcar los agujeros de  la pared y atornillar mientras lo sujeto. Que molaría mil, por cierto. Yo quiero cuatro brazos. Dos de ellos muy forzudos. 
Dado que el Niño Chico salió huyendo y está en Sevilla, tuve que buscar otra ayuda. Por desgracia los otros hombres de mi vida no suelen poner tanto de su parte. Empecé por la familia, a ver si con el rollo del amor y tal, colaba. Y llamé una tarde al despacho.

-         Papá… verás, he comprado un mueble del Ikea y…
-    ¿Quieres hablar con tu madre?
-         No, quiero hablar contigo. Quería saber si me puedes ayudar a…
-         Verás, no puedo, estoy trabajando.
-         No digo “ahora”, digo en el puente.
-         Eh… es que el viernes nos vamos a Pueblo del sur a llevar unas cosas.
-         ¿Y el sábado?
-         Estaré cansado de volver del viaje y además no sé a qué hora llegaremos.
-         ¿Y el domingo?
-         Es el día de la madre.
-         ¿Y el jueves?
-         Eh…
-         Papá, ¿estás buscando excusas?
-         Eh… sí. Bueno, no. Esto… ¿no será mejor que te ayude otra persona?
-         Vale, gracias, papá.
-         De nada, nena. Ya sabes, para lo que necesites.

Empecé a valorar la posibilidad de esperar a que el Niño Chico vuelva de Sevilla en un par de semanas o tres, pero Ron se lo está pasando bomba con la caja del mueble y mi salón está cubierto de pedacitos de cartón, así que me empieza a urgir el quitarlo del medio.
¿Siguiente opción?

-         Ross… ¿qué vas a hacer este puente?
-         Nada.
-         ¿Me ayudas a colgar un mueble?
-         Ufff… tengo que ir a ver a mi abuela, a mis padres…
-         ¡Pero si sólo es un momento!
-         … ir al centro a comprarme unos libros…
-         Ross, que es sólo ayudarme a marcar los taladros y luego sujetar mientras atornillo.
-         … Y debería seguir con mi proyecto de buscar petróleo en la Luna.
-         Te haré mayonesa para cenar a cambio.
-         Estaré allí el viernes.


Manda huevos. Preferiría que me salieran otros dos brazos mega forzudos.

domingo, 27 de abril de 2014

El síndrome del "ya que"

Hooooolaaaa… he vueltoooo… ¿Hola? Eco, ecoooo… Bueno, da igual, seguiré hablando sola.
El caso es que estoy viva. Sí, esta ausencia de dos semanas no se debe a que haya estado muerta. Ni de parranda tampoco, francamente. Sólo es que he sufrido un grave ataque del síndrome del “ya que”. Y aún no me he recuperado del todo, advierto.
El caso es que como os dije, vino el Niño Chico de Sevilla para pasar aquí la semana santa. Y no termino de entenderlo, porque con esas tallas, esas procesiones y esas cosas maravillosas que tiene Sevilla, venirse a Madrid debe ser pecado. En Semana Santa y el resto del año, la verdad. Pero bueno, él sabrá. Y ya que estaba aquí, le pedí que me ayudara a llevar unos enormes botes de pintura que mi madre había comprado para remozar un poco la fachada del despacho.
Por si no lo sabéis, la pintura pesa un huevo.
Y ya que mi madre se puso a pintar, me dio la idea de que mi casa estaba hecha polvo. La pinté cuando la compré hace cinco años, pero claro, desde entonces ha sufrido dos mudanzas, las averías que hacía mi ex el desequilibrado, las trastadas de Ron, mis propias averías, una humedad y unos cuantos etcéteras más. Así que me pareció buena idea pintar yo también. Y ya que lo hacía, pues cambiaba el color del salón, que estaba ya hasta el potorro del azul.
Y ya que pintaba, pues decidí arreglar el suelo del salón, que con una humedad que tuve se levantaron un montón de tablas del parquet de la puerta del baño.
Y ya que arreglaba el suelo y pintaba, pues quitaba todos los cuadros y las estanterías y las cosas colgadas y tapaba bien los agujeros.
Y ya que estaba, pues movía todos los muebles y los fregaba bien por detrás por si había arañas asesinas atrincheradas detrás.
Y ya que movía los muebles, pues algunos los cambiaba de sitio.
Y ya que los movía, pues lijaba los sillones del ikea y los barnizaba.
Y ya que tenía una lijadora, pues le daba una pasadita a la puerta del cuadro de luces y la pintaba de nuevo.
Y ya que estaba montando ese follón, pues le daba una manita también de pintura al techo.
Y ya que estaba, pues me podía haber tirado por la ventana, oyes.

El tema es que no sé cómo, convencí al Niño Chico para que se quedara una semana más y me ayudara con mi despropósito idea de arreglar la casa. El pobre. Mira que es cándido.

Total, que como soy bastante pobre, pero bastante temeraria, me compré una sierra eléctrica, una lijadora (8 euros cada cosa), un par de botes de pintura y unos rodillos. Y hala, a lo loco. Me puse a cortar tablillas de parquet y puse un parche donde antes había un agujero negro. Las lijé y las barnicé. Quité todos los cuadros, las estanterías y los muebles. Tapé con aguaplás los agujeros. El Niño Chico puso cinta de carrocero por todas partes. Pintamos y limpiamos.
Y ahora mi salón es verde, mis muebles están limpios y mi suelo tiene parches pero no baches, lo que es un pequeño matiz que marca la diferencia.


En fin, que sigo cansada, dolorida, tengo cardenales por todas partes y el pobre Niño ha salido huyendo y no sé si querrá volver alguna vez, pero ha merecido la pena. Ya que estábamos, había que hacerlo… ¿No?

martes, 18 de marzo de 2014

Espíritu de trapero

En primavera me suele dar el ansia limpiadora y ordenadora que no tengo el resto del año. Debe ser algún instinto primario como el síndrome del nido que sufren las futuras madres tratando de tener todo preparado para la llegada del retoño. Pues yo, por algún gen ancestral tengo el ansia de acicalar mi cueva para la llegada del buen tiempo y las visitas de otros cromañones.
El caso es que este año me ha dado fuerte y como encima ayer me enfadé por una chorrada que no viene al caso, hoy me he sentido con unas ansias irrefrenables de ordenarlo todo. Incluso cosas que llevaban amontonadas sin orden ni concierto desde que me mudé a esta casa hace ya cuatro años.
Para colmo ayer me fui de ikeismos y me compré unas cuantas cajas de almacenaje. Por desgracia no fueron suficientes y esta tarde tengo que volver. (¡¡¡¡cajas, cajas, necesito muchas cajaaaaaas!!!!)
Así que esta mañana me he encaramado a la escalera con mis ímpetus ordenadores y he sacado todo lo que tenía en el maletero del armario empotrado de abajo. Y sabía que había mierda ahí, porque lo sabía. Yo tengo mucho espíritu de trapero. Por eso dentro de unos años me haré con un carrito de supermercado y me dedicaré a recoger tesoros porquerías de la basura. Pero es que había aún más trastos de los que pensaba. A parte de una buena colección de pantalones sumamente acampanados, había cosas curiosas, como el discman que apenas llegué a usar, el walkman con una cinta de varios grabada de la radio dentro y el gameboy que me regalaron en el 96. Todo tesoros, oye.
También tenía como una tonelada de bolsas de plástico y de papel, una cantidad ingente de cosas que ni recordaba tener, recuerdos de viajes y cosas que me debato entre guardar por la mierda del recuerdo afectivo que tienen o tirarlas a la puta basura por la misma razón. Y eso sin contar con los bolsos que ya no uso y dentro contenían una kilo y medio de caramelos derretidos y pegajosos, unos cincuenta ibuprofenos caducados, docena y media de gomas y pinzas de pelo y veinte cajitas de vaselina de labios que huelen a rancio. Más tesoros.
Estoy convencida de que mis antecesores fueron los de Atapuerca, con la cueva más llena de piedras, palos, huesos y pintarrajeada por todas partes.


miércoles, 5 de marzo de 2014

Trucos de belleza para pobres (o algo parecido)

Con el rollo de la plancha del pelo que os conté y tal, he descubierto un mundo hasta ahora desconocido para mí, que es el de las tías que cuelgan sus vídeos de trucos de belleza en youtube. Bastante flipante el asunto, por cierto. De las chorrocientos millones que hay, me ha gustado una. Eso dice mucho de la calidad media del asunto. Porque en su gran mayoría son chonis y tías más bastas que la lija del siete, que te cuentan su vida y se enrollan como las persianas. Y claro, tú quieres ver cómo se hacen ondas con la plancha y te encuentras con la pava en cuestión que está diez minutos hablándote de sus chapuses y potingues y luego otros diez secándose el pelo, con el ruido ahí atronando y luego otros tantos hablándote de cosas que no vienen a cuento. Y claro, cuando llega a lo de las ondas con la plancha tú ya eres calva. Además, perdonad mi pasotismo, pero no me interesa demasiado si usas el chapuse (lo digo porque hay una que lo dice así y me hizo tanta gracia que me estuve riendo todo el vídeo) de caballo del mercamoñas, pero antes probaste el de todos los súper de tu barrio. No me importa si te secas el pelo con secador al dos o al tres, no me importa si te has comprado un potingue de argán en tu viaje a Albacete o si tienes pensado hacerte una mascarilla con la mayonesa que te sobró ayer. De verdad, de verdad, que no me importa. Quiero saber cómo se hacen las putas ondas con la plancha, joder.
Total, que luego encontré a ésta que sí me gusta, pero claro, es monérrima, elegante y tiene un presupuesto que pa qué. Dan ganas de odiarla, pero luego es muy adorable. Así que me debato entre meterme a puta para pagarme los productos que ella saca o darme de baja por completo del mundo de la belleza y asumir con alegría mi vena de pordiosera roñosa y baratera.
En todo caso, ya que estamos, he decidido compartir un par de “trucos de belleza” para pobres. Y lo pongo entre comillas porque no son exactamente trucos ni son de belleza. Son chorradas que molan y que encima funcionan por muy poca pasta. Espero que ayuden a alguien.
  1. Como tengo los ojos y la piel un poco sensibles, las toallitas desmaquillantes no me van muy bien. A veces la uso cuando viajo y tal, pero de continuo no. Y los desmaquillantes por una razón u otra no me molan. Solución infalible: el aceite de almendras dulces del mercamoñas. Es barato (unos 3€ y algo el bote y cunde bastante). Sólo hay que poner un poco en un disco de algodón y pasarlo por el ojo, los labios o la cara en general. Quita toooooda la roña con una facilidad pasmosa y cero agresión a la piel o los ojos. Además fortalece las pestañas, previene eccemas y descamación de la piel y te la deja muy suave. Si eres de piel grasa, basta con pasarse luego un tónico o lavarse con jabón. Yo suelo dejarme un poco el aceite a modo de mascarilla antes de lavarme, pero tengo la piel muy seca y con tendencia a las rojeces, las pieles secas y las dermatitis, por lo que el aceite me va de lujo. Además el aceite vale para las estrías, cicatrices, uñas y demás, por lo que lo aprovechas seguro. Yo lo combino con el rosa de mosqueta, pero este es más caro.
  2. Llevo media vida con el pelo por la cintura o más largo aún. Tengo un pelo muy, muy agradecido, pero aún así a veces se resiente. La mejor solución: el aceite de oliva o la crema nivea de caja azul de toda la vida. Barato, barato, oiga. Y bien fácil. Un día que no vayas a salir, te untas el pelo (medios y puntas, no cabeza) de aceite de oliva virgen o de crema nivea de la de caja azul de abuela de toda la vida de dios. Luego te envuelves en un papel de plástico film de cocina. Y te echas una siesta. Una divina de estas de youtube te diría que aproveches a hacerte las uñas o una limpieza de cutis. Hacedme caso, lo mejor para estar guapa es ser joven. Como eso no es para siempre, lo segundo mejor es ser feliz y dormir bien. Envolveos el mejunje para no manchar el sofá y para que penetre bien y a dormir. Luego el pelo se lava enjabonando dos veces y se aplica la mascarilla o suavizante que uséis siempre. El resultado es estupendo, queda muy suave y muy reparado.


Si se me ocurre alguno más ya os lo diré, pero como no es que me cuide mucho en general, sólo puedo aportar este par de perlas de sabiduría. Por el momento al menos. Que lo mismo sigo viendo vídeos de estos y me flipo en colores y termino siendo una fashion-beauty victim del coño que lo flipas. 

martes, 4 de febrero de 2014

limpiaparabrisas VS paciencia

Digamos que entre mis muchas virtudes (ejem) no se encuentra la paciencia. Ni la constancia, ni la… hum. Lo que sea. El caso es que no soy una persona paciente. Pero nada de nada. Yo necesito hacer las cosas YA. Un nanosegundo es demasiado si se trata de esperar.
Y llevo toda la vida escuchando a mi madre, a mi padre, a mis abuelos, a mis profesores, a mis novios y a todo petete que me rodea eso de “pero si con un poquito de paciencia…” Nunca he sabido como termina la frase, siempre me he ido antes. No pretenderían que me quedara a esperar qué iban a decir.
Total, que con las lluvias que nos asolan últimamente, me he dado cuenta de que los limpiaparabrisas de mi coche no quitaban una mierda de agua del cristal. O quizás me di cuenta el año pasado por estas fechas, pero aunque no sea paciente, tampoco soy cuidadosa. Así que lo había dejado pasar. Pero claro, ya no había manera de ver cuando llovía, con el peligro que conlleva conducir sin ver por dónde vas. Y decidí comprar unos nuevos.
Así que hoy he ido al carreflur y tras descifrar el listado de marcas de coches y al final poco menos que comprar unos al azar, me he bajado al parking. Lo que hubiera hecho una persona normal es irse a su casa, mirar un poco las instrucciones que vienen detrás y en un ratito tranquilo, bajar al coche con paciencia, algunas herramientas básicas y cambiarlos con calma. Lo que he hecho yo ha sido bajar las escaleras mecánicas abriendo el plástico de las escobillas con los dientes y abalanzarme sobre el coche como una posesa a arrancar  las viejas como fuera. Eso ha hecho saltar las pestañas de plástico por los aires mientras yo sujetaba el abrigo, las bolsas y las escobillas nuevas. Lo normal, vaya.
Parte positiva del asunto: he cambiado los limpiaparabrisas en un tiempo récord.
Parte negativa del asunto: me he mojado, manchado, roto una uña y me sobran un par de piezas.
El caso es que he salido a la calle con mis flamantes escobillas nuevas, dispuesta a hacer frente a toda lluvia, nieve o temporal que se precie. Toda ilusionada que iba yo saliendo del parking, deseando probar mi nueva fuerza antilluvia. Y nada. Estaba saliendo el sol. Tres putos días lloviendo y de repente estaba saliendo el sol. Así que me encontraba como la armada invencible, luchando contra los elementos que no parecían dispuestos a colaborar. Pero no pasa nada. Si pensabais que Naar iba a esperar pacientemente a que lloviera para probar su obra de ingeniería de cambio de escobillas, estáis equivocados. El asunto se arregla pegando un chufletazo de ese para limpiar el parabrisas. Y qué maravilla, qué prodigio, qué cosa tan asombrosa ver a través de unos cristales, oye. Porque vosotros pensáis que habéis visto cristales limpios y transparentes… pero NO. No hay nada comparado con los míos. Eso o que antes estaban muy, muy mal. Pero ese no es el asunto.

Conclusión de la historia, no tengo paciencia pero tengo escobillas nuevas. Algunos clientes del carreflur que me han visto forcejear con ellas mientras hablaba lenguas muertas creen que estoy loca, pero ahora veo asombrosamente bien a través de mi parabrisas. De momento, voy ganando. 

jueves, 18 de julio de 2013

Aprovechar un par de días

Antes de seguir con las peripecias del viaje con Flumi, me voy en busca de otra nueva aventura.  Y esta vez no es para contároslo. O no sólo para eso, al menos.
Creo que dije hace tiempo que mis padres por fin se decidieron a hacer obra en la casa del sur. Falta hacía, todo hay que decirlo. El problema es que mi padre es la persona menos constante de la historia. Incluso menos que yo. Y al principio de la obra estaba muy contento, muy dispuesto y muy colaborador. Pero al mes estaba ya hasta el bolo y dejó de hacer caso. Así que mi madre se ve saturada de marrones. Y como por desgracia yo no tengo quince hermanos con los que dividir los malos rollos, adivinad a quién le toca la china.
Esta semana, entre múltiples problemas y complicaciones que han hecho un infierno del día a día, he ido a comprar unas ventanas para acoplar en la casa del sur. ¿Por qué se compran aquí? Pues porque salen infinitamente más baratas y porque así podemos elegirlas en persona y no dejarlo en manos del señor Mariano que hace la obra. Así que adivinad… ¿quién ha ido a castroculo a comprar las ventanas? ¿Quién ha cargado con ellas a pesar de que pesan como demonios y se ha llenado las piernas de cardenales y los brazos de arañazos? Y lo mejor de todo… ¿Quién va a ir al sur a llevar las ventanas, gritar a los obreros para que hagan lo que deben y ya de paso elegir los azulejos de los baños nuevos? ¿Quién va a dormir entre escombros y a comer sobras en una casa que parece un solar de Kosovo? ¿Quién, eh? ¿QUIÉN?
Efectivamente, la menda lerenda. Mañana parto hacia tierras más cálidas (aún) para según mi padre, “aprovechar a pasar un par de días”. Claro.  Estar tres días alejada de toda cosa parecida a una civilización, sin tele, sin ordenador y sin nada es mi idea de “aprovechar un par de días”. Irme a una casa llena de escombros y mierda en la que posiblemente tenga que dormir en el suelo sobre una manta vieja y raída, es mi idea de “aprovechar un par de días”. Y da igual si no hay agua ni luz (cosas que están en duda) porque lavarme con agua del pozo y caminar a oscuras por una casa con 300 años de antigüedad y llena de peligros y herramientas de obra es mi idea de “aprovechar un par de días”. Y desde luego, discutir con obreros machistas, cargar y descargar ventanas y elegir azulejos es mi idea de “aprovechar un par de días”.
Me cago en mi vida, en mis padres y sus geniales ideas. Me cago en los hermanos que no tengo y no me ayudan.  Me cago en el puto sur y en “aprovechar un par de días”.
Y eso sí, ya que estoy allí pienso tomar más de una shandy con tapa, ver a mis amigas y terracear hasta las mil y monas. Ya que aprovecho, pues aprovecho a todo, hombre ya.

En fin, si sobrevivo os informaré por twitter. Y os lo contaré todo el lunes cuando vuelva. Deseadme suerte.

sábado, 1 de junio de 2013

el taladro y el bizcocho

A veces necesito hacer el bruto. Coger mi taladro y hacer agujeros. Y pegar martillazos. Esas cosas poco femeninas que me hacen sentir bien conmigo misma.
La otra tarde estaba un poco así como chof. Y llegué a la conclusión de que lo que me animaría sería ponerme a mis bricomanías. Mi taladro amado y yo, frente a frente. Además he comprado una broca enorme para traspasar paredes y pasar un cabe del salón a la cocina y estoy loca por usarlo. También quiero poner una cadenilla en la puerta para abrir sólo una rendija en plan abuela. Y quiero colgar unos tiestos en la terraza. Total, que tengo un montón de faena chula que hacer.
Pero he aquí mi frustración cuando fui a echar mano del taladro y no estaba en su sitio. Ni en el suyo, ni en otro, porque lo bueno de tener una casa minúscula es que por muy desordenado que seas, las cosas no van muy lejos. Y empecé a hacer memoria. Y empecé a entrar en crisis de pánico.
Así que llamé a mi madre.

-         ¿Oye, tienes tú el taladro?
-         ¿Taladro? ¿qué taladro? – mi madre y su rapidez mental
-         El de trepanar cráneos, ¿tú qué crees? El taladro, mamá, ¡¡el taladro!!
-         Hum… ¿el tuyo?
-         ¡Sólo hay un taladro en la familia!
-         Hum… déjame que mire a ver.

Mientras mi madre rebuscaba entre sus trastos me empezó a entrar un sudor frío por la espalda. La última vez que yo usé mi taladro fue el verano pasado y luego mi madre me lo pidió para…

-         ¿nena? Aquí no lo tengo, creo que me lo llevé a Pueblodelsur. – exacto.
-         ¿Y no se te ocurrió traerlo de nuevo?
-         Pues yo qué sé… como allí estamos de obras…
-         ¡¡Pero no vais nunca!! Ay, mi taladro, mi querido taladro allí tirado a merced de las arañas…
-         ¿Y el tuyo?
-         ¿el mío qué?
-         El taladro tuyo…
-         ¡¡mamá!! Qué te repito que sólo hay un taladro, ¿oyes? ¡¡Uno!! o sea, ¡el mío! ese, ¡¡el que has dejado allí abandonado!!
-         ¿Pero tú no tenías otro?

A veces creo que la mataría, en serio. Pero para ello necesitaría mi taladro y lo tiene en el puto sur, donde no vamos nunca porque la casa parece un solar de Kosovo.

Total, que mis planes bricomaníacos se vieron trágicamente frustrados por tiempo indefinido. Y por no echarme a llorar desconsoladamente en una esquina echando de menos a mi amado taladro, me puse a hacer un bizcocho. Así de extremista que es una. Eso, y que tenía unos plátanos pochos ahí mirándome con cara de pena. Así que me planté mi delantal, cogí mi batidora y puse a calentar mi horno… toda mona y amita de mi casa yo.
Bueno, pues el puto bizcocho se quemó. Me cago en mi vida. Si es que nunca he estado en contacto con mi lado femenino. Yo quiero mi taladro para hacer el borrico, no valgo para ser una mujer decente que hace pasteles.


Conclusión de la semana: no puedo hacer el marimacho que siempre me ha gustado ser porque mi taladro está secuestrado a cientos de kilómetros. No puedo ser una mujer femenina, delicada y decente porque tendría que nacer de nuevo. Parece que ser humano es demasiado difícil. Para otra vida quiero ser una pelusa de las que vive tan tranquila debajo de mi cama. Hala. 

jueves, 22 de noviembre de 2012

solución porque yo lo molo

A ver, que conste que yo agradezco vuestros consejos y tal. Sois más majos que todas las cosas. Pero la verdad es que no me apetecía una mierda andar mendigando duchas a mis padres ni haciendo cochinadas con un barreño gigante, ni volverme una guarra y seguir el consejo de Tomate y hacerme rastas en el pelo. Así que pensé… ¿Qué es realmente lo que yo quiero? Pues ducharme en mi casa, con mis cosas, mis potingues, mis comodidades. ¿Y eso cómo se consigue? Pues arreglando la ducha.
Y no es que la otra vez me lo arreglaran mal. Es que hay cosas en mi casa que están hechas así como regular desde los inicios. Y para el rollo este de la ducha no hay más solución que lo que me hicieron la otra vez: cambiar la goma, ajustar el desagüe lo máximo posible, sellarlo con silicona y ya. Lo malo es que de la humedad y tal las gomas se endurecen, se desajustan y vuelve a filtrarse el agua. Eso o picar y cambiar la mitad de la instalación del baño, cosa que yo no puedo permitirme en este momento.
Total, que al final me lié la manta a la cabeza e hice lo que hago siempre. Cogí mi destornillador preferido, esa herramienta que sirve para apretar tuercas y no sé cómo se llama y el martillo. Yo siempre llevo el martillo. Por si las moscas. Y me arremangué con mi lema de “si ya está roto no puedes empeorarlo mucho más”. Desmonté el sumidero. Rasqué los restos de roña y silicona vieja. Saqué la anterior goma mohosa, la metí en una bolsa y me fui al leroymerlín con ella en el bolso.
El resto de la historia ya os la podéis imaginar. Compré otra goma, una par de piezas más y arreglé el desagüe. Con mi destornillador preferido y mi martillo y el cacharro ese de apretar tuercas que no sé cómo se llama.
Eso es una solución y no llamar a un fontanero, ni poner un barreño, ni ir a mendigar duchas por el mundo. Hombre ya.
Por cierto, me lo digo yo sola: molo mil. Lo mismo arreglo las luces del coche, pongo unas estanterías, monto muebles del ikea, arreglo un sumidero de ducha o hago un cocido. Repito: molo mil.

jueves, 29 de marzo de 2012

porno chapuzas

No, no es que cuando me pongo a hacer cosas porno las haga mal. Que generalmente (y por desgracia) no las hago y punto. Y si las hago… ehhh, espera, que no quería hablar de esto.
El caso es que ya he hablado más veces de mis aventuras bricomaníacas. Soy un as del taladro. Y del martillo y de todo lo que se me ponga por delante desde que tengo mi caja de herramientas chupipandi.
Pero había algo que se me había resistido y son las putas lámparas de mierrrrrda. Que me tenían hasta los ovarios ya. Llevaba como un año y medio con unos plafones a medio poner y sin luz en el techo. Por suerte, tengo una lámpara de pie, porque si no, me veía ya en modo bata, gorro de dormir y candelabro. Que mola mil, pero no es práctico. El problema principal es que soy bajita y con la escalerilla que tengo para mis chapuzas no llegaba al techo. Maldito metro sesenta y cinco.
Pero el otro día vino vecinodelprimero, que como toda excusa es buena para venir a darme charla, me trajo su escalera alta. Y yo no había caído en la cuenta, pero efectivamente, me tira los trastos desde un momento porno de los míos. Fue cuando el coche se me quedó sin batería. Y que subí a su casa, en pleno verano, sudando, con un pantalón corto y una camiseta de tirantes manchada de grasa de motor. Cuando me abrió la puerta le dije que necesitaba una herramienta. Porno del chungo. Porque claro, él podía haberme dicho, “sí, tengo una buena herramienta aquí mismo.” Por suerte, no  lo hizo. Pero desde entonces se hace el encontradizo.
Bueno, el tema es que una vez conseguida la escalera, me puse con las lámparas, pero no conseguí nada. Y ya estaba a punto de darme por vencida y sacar el candelabro de mis antepasados. Hasta hoy, que me he inspirado de nuevo. Como el pantalón de chándal era nuevo y no quería mancharlo, me lo que quitado. Así que me subo a la escalera en bragas. Y me pongo a forcejear. Uf, qué calor, qué sudores. El moño que se me deshace. Así que me quito la camiseta. Y me suelto el pelo. Y sigo atornillando en ropa interior y con la melena al viento. Debo estar para que me vean, vaya.  
Y lo he estado pensando. El porno da pasta. Y yo sigo sin encontrar curro. Igual mi futuro está en ser una porno-chapuzas. Porque el rollo porno chacha ya está muy visto. Y yo prefiero atornillar que barrer. Así que nada, igual monto un negocio. Porque por fin, las lámparas funcionan, que es lo importante.

domingo, 5 de febrero de 2012

Naar señorita vs Naar albañil

Desde que vivo sola, no dejo de descubrir cosas de mí misma y de sentirme fascinada por lo que puedo ser capaz de hacer. A veces creo que mi gurú Seis tiene razón cuando me dice que soy una heroína. Y es que nunca creí que llegara tan lejos y que fuera capaz de ser tan feliz sola. Y todo esto, porque he puesto unas estanterías. Igual suena excesivo, pero es que el bricolaje me pone. He descubierto que es como el sexo. Al principio da miedito. Luego te das cuenta de que todo lo que necesitas es una buena broca y un poco de maña y de práctica para disfrutarlo. Y en ambos casos (si lo haces bien) terminas cansado y dolorido, pero súper reconfortado y satisfecho. De hecho, el bricolaje tiene ventajas respecto al sexo. No hay nadie que te moleste luego, que te hable, que de el coñazo y que ronque. Y puedes admirar tu obra y presumir de ella sin parecer una furcia.
Pero hasta que empecé a vivir sola, no había descubierto esta faceta bricomaníaca mía. En casa de mis padres, las chapucillas las hacía mi abuelo. Porque mi madre no es una persona decidida y mi padre es un manazas que no sabe ni cambiar una bombilla. Luego me independicé y el loco se encargaba de hacer esas cosas. Se empeñaba en decirme que él era muy apañado y se daba muchos aires para cada tontería que hacía. Así que yo asumí de nuevo que eran cosas de hombres y me conformaba con ayudarle si me dejaba.  
Total, que entre unos y otros, yo pensaba que era incapaz de hacer ciertas cosas. Creía que tendría que buscarme un novio manitas que las hiciera. A mí me educaron para ser una señorita. Y esperaba ser tan elegante y femenina como mi madre y mi yaya. De ellas aprendí a andar con tacones, a coser, a hacer punto y a cocinar. Aprendí a maquillarme, a pintarme los labios de rojo, a cruzarme de piernas cuando llevo falda y a bajar de un coche sin enseñar las bragas. Y bien que lo agradezco, por cierto. Que estoy muy orgullosa de esa parte mía que puede irse a cenar al sitio más elegante del mundo sin que le tiemblen las rodillas porque sé que estaré a la altura y jamás nadie me señalará con el dedo. Puedo hacer gala de una educación exquisita si quiero.
Pero como soy una persona contradictoria y llena de contrastes, también he aprendido a hacer taladros, a cambiar cerraduras, a lijar madera, a poner tornillos y a arreglar aparatos electrónicos.  A dar martillazos, a montar y restaurar muebles. Y todo como si tuviera más cojones que el caballo de esparteros.
Total, que paso de andar con stilettos, pintalabios rojo y la raya del ojo larga, finita y perfecta a darme de ostias con herramientas, tacos y brocas sin término medio. Paso de hacer magdalenas el sábado, con mi delantal y música francesa de fondo, a hacer talados el domingo, con heavy a todo volumen, el pelo lleno de polvo, sudando y jurando como un arriero. Mis vecinos deben creer que tengo una esquizofrenia de las chungas. Y puede que sea verdad, pero me la pela porque cuando me veo a mí misma encaramada a una escalera, con el taladro en las manos, haciendo fuerza, maldiciendo y cubierta de yeso como un albañil, me digo, “pero Naar, ¿cómo has llegado a ser así?” y la respuesta es sencilla. He llegado a ser quien soy yo de verdad. He llegado a ser quien quería ser, aunque sean varias Naar a la vez. He llegado a ser feliz. Feliz haciendo magdalenas dulcemente y feliz pegando porrazos a la pared como una mala bestia. Feliz siendo extraña, absurda, contradictoria. Feliz de ser quien soy, cosa que llevaba años sin conseguir.   
Ha aprendido que no necesitaba un novio manitas. Lo que yo necesitaba era una buena caja de herramientas.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

el bricolaje y yo

Después de casi un año sin mesillas de noche en mi habitación, por fin el otro día encontré unas que se adaptaban bastante a mis gustos y con un precio de lo más asequible. Así que las compré. Estaba harta de tener la lamparilla, la crema de manos, el bálsamo de labios y el paquete de pañuelos haciendo extraños malabares sobre una destartalada y diminuta banqueta amarilla. Total, que ahora tengo mesillas. Eso sí, tras mil esfuerzos para montarlas. Porque las he montado yo sola. Sí, yo solita con mis herramientas. Ja. Monté los cajones, los tiradores y todo quedó perfecto. No me sobraron piezas. No se caen, no se tambalean. Los cajones abren y cierran. Estas mesillas eran, posiblemente, el mayor logro de mi vida…  hasta esta tarde, que he superado mis propios límites.
 El caso, es que, crecida tras haber montado unas mesillas de modo impecable y sin más ayuda que la de mi destornillador eléctrico, esta tarde he decidido ir un paso más allá. Hace muchísimos meses que compré un perchero. Pero no había colgado por aquello de que hacer taladros es algo terrible. Por eso es algo de lo que se suelen encargar los hombres. El taladrador es un aparato del infierno que pesa una tonelada, que hace un ruido de lo más desagradable y con el que corres un riesgo de muerte. Pero aún así es mucho menos peligroso que un hombre. Así que yo tengo un taladrador, un juego de destornilladores, un martillo y otras herramientas que no sé cómo se llaman, pero no tengo un hombre. Y extrañamente, cada vez me apaño mejor.
Total, que esta tarde estaba medio deprimida y bastante aburrida, cuando me he acordado del perchero. Y ni corta ni perezosa, me he arremangado y me he puesto en modo bricomanía. Y de nuevo sin pedir ayuda. Yo sola, con mi taladro, mis tacos, mi martillo y mis destornilladores. Mi testosterona y yo frente a frente. Y no es por presumir, pero me ha quedado estupendo. Casi me disloco el hombro malo haciendo fuerza para taladrar la estúpida pared, pero lo he logrado. El perchero se sujeta, está recto y queda genial.
Y yo me siento invencible, lo reconozco. Me siento independiente, fuerte y capaz de cualquier cosa. Me siento el hombre de mi vida.
La verdad es que cuando era pequeña soñaba con vivir sola. Y me imaginaba haciendo muchas cosas que hago ahora, pero no pensaba que algunas fueran tan complicadas, dolorosas o deprimentes. O simplemente tan complicadas que te dan ganas de pedir ayuda al vecino del primero, que por cierto, es el único que te habla y además te tira los trastos. Yo me imaginaba como una mujer estupenda como esas de las series de televisión, autosuficientes y maravillosas, capaces de hacer cualquier cosa con una buena banda sonora detrás. Sin embargo, durante el último año no he sido exactamente ese tipo de mujer. Pero ahora lo estoy consiguiendo. He sido capaz de montar unas mesillas. De hacer unos taladros y colgar un perchero. He sido capaz de hacerlo sin ayuda y sin miedo. Y me siento la ostia.
Esto demuestra algo sobre lo que llevo días pensando aunque en un contexto un poco diferente. Que no existe el “no puedo”, si no el “no quiero”, o el “no me atrevo”. Pero  poder, se pueden hacer cosas increíbles. Y si puedo yo, que soy una birria de persona, puede todo el mundo.  Así que, adelante, poned a prueba vuestros límites. Están mucho más altos de lo que pensáis.