sábado, 13 de abril de 2019

36-25=11


Soy un desastre en matemáticas. Nunca aprendí a hacer raíces cuadradas, ni entendí lo que era un límite o una integral o una derivada. Y la verdad es que no me importa o más mínimo. No creo que sean cosas útiles para mi vida. Francamente, nunca he necesitado nada de eso para mi día a día.
Sin embargo os aseguro que sé sumar y restar. Lo juro. Aunque en el post anterior la liara (me lo hicieron ver en un comentario con toda la razón) al unir mi cumpleaños y la muerte de Cobain. Si cumplí 36 el día que era el 25 aniversario de su muerte, no puede ser que decidiera pegarse el tiro cuando cumplí 14, si no 11.
La explicación a esa cagada matemática es simple y en mi cabeza cuadraba a la perfección por algo tan sencillo como que yo me enteré de toda la movida a los 14 y en mi cabeza se quedó grabado así. Así que escribí el post y me quedé tan ancha, sin hacer la cuenta más sencilla del mundo. Qué queréis que os diga, soy así de tonta.
La historia es que cuando cumplí los 11 y los sesos del cantante de Nirvana volaron por los aires era el 94. Ese fue el cumpleaños que se murió el tío de mi padre del pueblucho de la Castilla profunda y en lugar de soplar velas me pasé mi día rodeada de cirios mientras el pobre muerto estaba en el ataúd en mitad del salón y todas las viejas de la comarca venían vestidas de negro a toquetearle, darle besos y comer pastas. Y yo allí, cumpliendo 11 años en el cementerio más macabro del mundo, con la pila de huesos de gente a la que ya habían sacado del hoyo al fondo y el cierzo azotándonos las narices. Así que digamos que cualquier otra muerte pasó desapercibida ese día para mí. Y eso contando con que no había internet y la televisión no se podía ver porque era poco respetuoso ponerla de fondo con el ataúd en medio y el muerto allí plantado.
Más tarde, en el 97 mi prima mayor me regaló el casette del Nevermind porque a ella se lo habían regalado dos veces. Me encantó y cuando se lo dije, su respuesta fue “el cantante está muerto, ya no habrá más discos, se suicidó el día de tu cumpleaños.” Pues qué bien. Gracias prima por ser tan amable y considerada siempre. So zorra.
Por eso en mi cabeza se quedó esa fecha. Por eso mis recuerdos son más poderosos que la evidencia numérica y escribí el post sin plantearme acaso que pudiera estar equivocada. Pero no os preocupéis, después de esta vergüenza tan horrible de demostrar al mundo que soy una lerda total y no sé sumar ni contando con los dedos, ya no se me olvidará.

sábado, 6 de abril de 2019

36


Ayer cumplí 36 años. Sigo teniendo que pensarlo dos veces. Igual que cuando hago cuentas de cuándo pasó no sé qué cosa. Porque ayer también hizo 25 años que Kurt Cobain se descerrajó un tiro en la cabeza y de algún modo el grunge y la generación X murió con él.
Me acuerdo bien. Yo tenía 14 años (cumplía 14 de hecho), estaba en el último año del colegio (8º de EGB, abueeeeela!) y estaba empezando a descubrir la música más allá de la que ponían mis padres. El rock, el heavy, el grunge me estaban llamando fuerte y en medio de mi apogeo de hormonas, del florecer de mi adolescencia y de empezar a abrir los ojos a mi propia vida y mis propios gustos, va ese tipo tan guapo, de ojos azules y greñas rubias y se suicida. El día de mi cumpleaños. Pues qué bien, oiga.
Kurt tenía 27 años y entró en la lista maldita. En aquel 1997 a mí tener 27 años me parecía algo muy lejano. Me parecía casi imposible salir al fin de ese colegio de mierda donde llevaba encerrada desde que tenía uso de razón y estaba rodeada de idiotas. Aún quedaban por delante los 4 años de instituto, la universidad... cosas que sonaban a muy mayor y a muy a largo plazo. Cosas que luego se pasaron en un suspiro. Cosas de las que ya hace un pila de años también.
Cuando yo cumplí los 27 me planteé entrar en el club también. El problema de los club en los que te exigen morirte para entrar es que es dificilísimo salir. Siempre bromeo con ello y por mi extraña conexión con él, digo que estuve a punto de hacer un Kurt Cobain. No es que fuera tan dramático, pero me gusta tomarme la vida (y la muerte) a broma. Es verdad que lo pasé muy, muy mal. Por suerte para mí, yo no le pegaba a la heroína ni tenía una escopeta en casa. Y en lugar de una nota de suicidio, abrí un blog. Sí es verdad que hubo días, noches y semanas enteras en las que pensé que la muerte sería una solución a todo lo que me rodeaba. Y me jode admitir que miraba a mi alrededor y creía que excepto a mis padres y a mis abuelos, a nadie le importaría lo que me pasara. Y eso es muy doloroso. Quizás no es cierto, o quizás sí, pero tu cabeza lo ve así, tu corazón lo siente así y duele en cada milímetro de tu ser. Todos necesitamos amar y ser amados, de un modo o de otro. Por amigos, familiares, compañeros, pareja, lo que sea. Pero lo necesitamos.
Ahí jugó un papel muy importante a mi favor Ron. Él sí me quería, sí me necesitaba y desde luego, no estaba dispuesto a quedarse sin comer por el mero hecho de que yo me quisiera morir y no me levantara de la cama. Así que venía, insistente como es él y me obligaba a salir de la cama a cabezazo limpio. Y ya que le ponía el desayuno a él, pues lo ponía para mí. También me obligaba a dormir cuando el insomnio me hacía la vida imposible. Y me acompañaba y me consolaba. Ron me quería ahí y me quería viva. Y bueno, por él lo haría todo.
Mientras tanto iba escribiendo en el blog. Muy triste al principio, muy jodida. Pero me fui dando cuenta de que cuando le daba la vuelta a una situación. Me la tomaba con humor y era capaz de contarla con gracia, me sentía mucho mejor. A la gente también le gustaba más, pero eso era lo de menos. Lo importante es que yo me sentía muchísimo mejor contándolo así que recreándome en la mierda.
Y el blog me trajo cosas buenas. Buenísimas. Me trajo al Dorniense cuando sólo era el Niño Chico. Me trajo amigos, conocidos, abrazos y mensajes. Me trajo, en un momento de recaída, la mejor de las oportunidades con la primera quedada en Granada. Esa vez, cuando gente que no me conocía en persona me pidió que fuera, que me apuntara y me hizo sentir en casa, supe que había una esperanza. Que podría volver a hacer amigos, a querer, a confiar y a ser parte de algo. Empecé a pensar eso de que al final las cosas salen bien y que si no están bien, es que no es el final. Empecé a confiar en que las películas tuvieran razón y después de las crisis todo empieza a mejorar y poco a poco, se llega a un buen lugar. El detalle es que en las pelis esas crisis duran unos minutos con banda sonora de fondo y luego enseguida la prota encuentra trabajo, pareja y amigos y el piso de sus sueños y los tacones no le hacen daño ni se le notan las canas o las raíces en el pelo. En mi caso no fue un ratito de imágenes con música, si no años de lucha y pelos encrespados que aún mantengo muchas veces.
Pero el grupo de las cabras me dio la vida. Las quedadas de verano, los fines de semana aquí o allá, los colchones por el suelo, las canciones horteras, los bambos y las alpargatas. No sé si lo saben, porque somos más de reírnos los unos de los otros que de ponernos moñas, pero son uno de los puntales que sostienen mi vida cuando todo lo demás se derrumba.
Hace unas semanas, cuando el Dorniense y yo celebramos nuestra unión de hecho y me vi rodeada de casi toda mi gente, de mis satánicos, a los que recuperé cuando me recompuse, de mis blogger, de mis compañeras de trabajo a las que adoro y sobre todo de las cabras, pensé que no se podía ser más feliz. Porque ahora sé que sí le importo a alguien. Les importo tanto que hacen una kilometrada desde la otra punta de España para venir a compartir la felicidad. Vienen, con regalos y bromas, con fotos y canciones, con un bambo y unos calzoncillos grandes, con un paquete de roñidonetes y unas cervezas y unas aceitunas. Vienen por mí, por el Dorniense, por nuestro grupo, nuestra alegría y nuestros momentos compartidos. Vienen y mientras me río y me divierto y canto a grito pelado en el coche, lo que pienso es que me salvaron del abismo. Que no lo saben, pero que sentirme arropada y querida es lo único que necesitaba para sacar toda mi fuerza y seguir adelante. Que no lo saben, pero me alegra mucho más cumplir 36 de lo que me alegró cumplir 27. Que no lo saben, pero quizás ahora tenga canas, melasma y el culo más caído, pero me da igual. Porque ahora soy feliz y las tengo a ellas. Y tengo a los demás. Y tengo al Dorniense, y tengo a Ron y tengo a Maya y tengo tantas cosas que no puedo contarlas. Y me tengo a mí misma, viva y con ganas de vivir.

Feliz cumpleaños, yo. Cómo me alegro de haber salido a delante. Y Kurt, querido, cómo lamento tu unión al club de los 27. La tuya y la de todos los demás. Os habéis perdido lo mejor.