Ayer cumplí 36 años. Sigo teniendo
que pensarlo dos veces. Igual que cuando hago cuentas de cuándo pasó
no sé qué cosa. Porque ayer también hizo 25 años que Kurt Cobain
se descerrajó un tiro en la cabeza y de algún modo el grunge y la
generación X murió con él.
Me acuerdo bien. Yo tenía 14 años
(cumplía 14 de hecho), estaba en el último año del colegio (8º de
EGB, abueeeeela!) y estaba empezando a descubrir la música más allá
de la que ponían mis padres. El rock, el heavy, el grunge me estaban
llamando fuerte y en medio de mi apogeo de hormonas, del florecer de
mi adolescencia y de empezar a abrir los ojos a mi propia vida y mis
propios gustos, va ese tipo tan guapo, de ojos azules y greñas
rubias y se suicida. El día de mi cumpleaños. Pues qué bien, oiga.
Kurt tenía 27 años y entró en la
lista maldita. En aquel 1997 a mí tener 27 años me parecía algo
muy lejano. Me parecía casi imposible salir al fin de ese colegio de
mierda donde llevaba encerrada desde que tenía uso de razón y
estaba rodeada de idiotas. Aún quedaban por delante los 4 años de
instituto, la universidad... cosas que sonaban a muy mayor y a muy a
largo plazo. Cosas que luego se pasaron en un suspiro. Cosas de las
que ya hace un pila de años también.
Cuando yo cumplí los 27 me planteé
entrar en el club también. El problema de los club en los que te
exigen morirte para entrar es que es dificilísimo salir. Siempre
bromeo con ello y por mi extraña conexión con él, digo que estuve
a punto de hacer un Kurt Cobain. No es que fuera tan dramático, pero
me gusta tomarme la vida (y la muerte) a broma. Es verdad que lo
pasé muy, muy mal. Por suerte para mí, yo no le pegaba a la heroína
ni tenía una escopeta en casa. Y en lugar de una nota de suicidio,
abrí un blog. Sí es verdad que hubo días, noches y semanas enteras
en las que pensé que la muerte sería una solución a todo lo que me
rodeaba. Y me jode admitir que miraba a mi alrededor y creía que
excepto a mis padres y a mis abuelos, a nadie le importaría lo que
me pasara. Y eso es muy doloroso. Quizás no es cierto, o quizás sí,
pero tu cabeza lo ve así, tu corazón lo siente así y duele en cada
milímetro de tu ser. Todos necesitamos amar y ser amados, de un modo
o de otro. Por amigos, familiares, compañeros, pareja, lo que sea.
Pero lo necesitamos.
Ahí jugó un papel muy importante a mi
favor Ron. Él sí me quería, sí me necesitaba y desde luego, no
estaba dispuesto a quedarse sin comer por el mero hecho de que yo me
quisiera morir y no me levantara de la cama. Así que venía,
insistente como es él y me obligaba a salir de la cama a cabezazo
limpio. Y ya que le ponía el desayuno a él, pues lo ponía para mí.
También me obligaba a dormir cuando el insomnio me hacía la vida
imposible. Y me acompañaba y me consolaba. Ron me quería ahí y me
quería viva. Y bueno, por él lo haría todo.
Mientras tanto iba escribiendo en el
blog. Muy triste al principio, muy jodida. Pero me fui dando cuenta
de que cuando le daba la vuelta a una situación. Me la tomaba con
humor y era capaz de contarla con gracia, me sentía mucho mejor. A
la gente también le gustaba más, pero eso era lo de menos. Lo
importante es que yo me sentía muchísimo mejor contándolo así que
recreándome en la mierda.
Y el blog me trajo cosas buenas.
Buenísimas. Me trajo al Dorniense cuando sólo era el Niño Chico.
Me trajo amigos, conocidos, abrazos y mensajes. Me trajo, en un
momento de recaída, la mejor de las oportunidades con la primera
quedada en Granada. Esa vez, cuando gente que no me conocía en
persona me pidió que fuera, que me apuntara y me hizo sentir en
casa, supe que había una esperanza. Que podría volver a hacer
amigos, a querer, a confiar y a ser parte de algo. Empecé a pensar
eso de que al final las cosas salen bien y que si no están bien, es
que no es el final. Empecé a confiar en que las películas tuvieran
razón y después de las crisis todo empieza a mejorar y poco a poco,
se llega a un buen lugar. El detalle es que en las pelis esas crisis
duran unos minutos con banda sonora de fondo y luego enseguida la
prota encuentra trabajo, pareja y amigos y el piso de sus sueños y
los tacones no le hacen daño ni se le notan las canas o las raíces
en el pelo. En mi caso no fue un ratito de imágenes con música, si
no años de lucha y pelos encrespados que aún mantengo muchas veces.
Pero el grupo de las cabras me dio la
vida. Las quedadas de verano, los fines de semana aquí o allá, los
colchones por el suelo, las canciones horteras, los bambos y las
alpargatas. No sé si lo saben, porque somos más de reírnos los
unos de los otros que de ponernos moñas, pero son uno de los
puntales que sostienen mi vida cuando todo lo demás se derrumba.
Hace unas semanas, cuando el Dorniense
y yo celebramos nuestra unión de hecho y me vi rodeada de casi toda
mi gente, de mis satánicos, a los que recuperé cuando me recompuse,
de mis blogger, de mis compañeras de trabajo a las que adoro y sobre
todo de las cabras, pensé que no se podía ser más feliz. Porque
ahora sé que sí le importo a alguien. Les importo tanto que hacen
una kilometrada desde la otra punta de España para venir a compartir
la felicidad. Vienen, con regalos y bromas, con fotos y canciones,
con un bambo y unos calzoncillos grandes, con un paquete de
roñidonetes y unas cervezas y unas aceitunas. Vienen por mí, por el
Dorniense, por nuestro grupo, nuestra alegría y nuestros momentos
compartidos. Vienen y mientras me río y me divierto y canto a grito
pelado en el coche, lo que pienso es que me salvaron del abismo. Que
no lo saben, pero que sentirme arropada y querida es lo único que
necesitaba para sacar toda mi fuerza y seguir adelante. Que no lo
saben, pero me alegra mucho más cumplir 36 de lo que me alegró
cumplir 27. Que no lo saben, pero quizás ahora tenga canas, melasma
y el culo más caído, pero me da igual. Porque ahora soy feliz y las
tengo a ellas. Y tengo a los demás. Y tengo al Dorniense, y tengo a
Ron y tengo a Maya y tengo tantas cosas que no puedo contarlas. Y me
tengo a mí misma, viva y con ganas de vivir.
Feliz cumpleaños, yo. Cómo me alegro
de haber salido a delante. Y Kurt, querido, cómo lamento tu unión
al club de los 27. La tuya y la de todos los demás. Os habéis
perdido lo mejor.