miércoles, 25 de octubre de 2017

La falsa adulta

A veces creo que me he hecho adulta. Así en plan “vaya, qué mayor y qué madura soy”. Luego descubro que aún soy la Naar adolescente pero con la piel estropeada.
Esta mañana me levanté temprano aún no sé por qué. Estoy en una de esas fases de dormir poco. Otra vez. Y he pensado en ir al carrefour a por un teléfono inalámbrico nuevo, que el mío está para tirarlo a la basura. He llamado a mi madre, me he arreglado y he salido a la calle con las llaves del coche en la mano. En el portal he hecho mi propia versión del gif de Travolta en Pulp Fiction. ¿Dónde cojones estaba mi coche? ¿Eso no era el título de una película mala? ¿Por qué me pasan a mí estas cosas si no bebo ni fumo sustancias psicotrópicas?
He pensado un segundo y me he encaminado hacia un lado de la calle. 50% de posibilidades de acertar. Encuentro mi coche. Mira qué mono él. Me miro la mano. Llevo las llaves del coche de mi madre porque el mío tiene la itv sin pasar y aún estoy esperando para llevarlo al taller como expliqué en el post anterior. Vale, estoy buscando otro coche. Y de nuevo ¿dónde cojones está el puto coche?
He dado varias vueltas. He tratado de estrujarme el cerebro ese absurdo que tengo mientras, por cierto, tarareaba la última canción de moda en el show de Naar. Por suerte, el hit de hoy no era el pavo real del Puma. He llamado a mi madre, no sé con qué fin porque ella vive en la otra punta del barrio.

  • Mamá... no te lo vas a creer, pero no encuentro el coche.
  • Eso es que eres hija de tu padre. - suelta una risilla. - ¿Recuerdas aquella vez que creía que se lo habían robado y nos tuvimos que quedar a dormir en casa de P y T siendo tú pequeña?
  • Sí, recuerdo. - admito con cierta derrota genética.
  • ¿Y cuando de verdad nos lo robaron y tú no nos creías?
  • Mamá, va en serio, no encuentro el coche... ¿Tú no sabes dónde está, verdad?
  • No. Pero una vez tu padre se montó en un coche que no era el suyo y...
  • Te llamo en un rato.

He vuelto a casa, he cogido las llaves de mi coche. Yo iba a ir al carrefour a por mi teléfono como fuera, con o sin itv, con o sin coche abollado. Cuando he llegado a mi coche, lo he visto. El de mis padres ataba apenas veinte metros más arriba.
Me he ido al carrefour. Me he comprado unas botas monísimas. Un suavizante para la ropa que es gloria bendita. Lejía. Pan. Y una sandwichera-grill.
He vuelto a casa con el tiempo justo de comerme un bocadillo y salir como loca para el trabajo, donde me encuentro a una de mis compañeras que me dice “¿te creerás que he venido y hoy me tocaba librar? Jajaja, lo que no me pase a mí...” ¿Lo que no te pase a ti? Mira, yo no encuentro mi propio coche y no me hace gracia tu error porque cada día, cada puñetero día, miro veinte veces el calendario porque tengo miedo de ir y que me toque librar o, peor aún, no ir y que me tocara trabajar.
En la oficina la jefa nos dice que el viernes no podemos ir porque nos mudamos de oficina y que lo cambiemos con otro día libre que tengamos, el que sea. Vale, el 30 de noviembre, que queda mucho y sabe Dios lo que será de mí para entonces. Tendré que trabajar un montón de días seguidos... pero ya lo pensaré mañana, Scarlett dixit. De repente me doy cuenta. Si libro viernes... tengo tres días libres. Seguidos. Wiiiiii...
Así que cuando he llegado a casa he comprado los últimos billetes que quedaban y me voy a Granada a ver al Niño Chico. Al carajo todo. Fuck everything. Le iba a llamar para decírselo cuando me he dado cuenta que entre todas las cosas que he comprado en el carrefour no está un teléfono nuevo. Vale, creo que empiezo a merecer una medalla por sobrevivir a este día de mierda. Le he tenido que avisar por wasap.
Y entonces, justo cuando ya me iba a acostar he oído un ruido en el baño, me he asomado y veo a Maya salir con cara de culpable. Conozco a mis gatos como si los hubiera parido y Maya pone ojitos cuando ha hecho algo que no debe. Y no sé qué fijación tiene esta gata con mis pendientes que siempre que puede me los roba. Efectivamente, al lado del lavabo sólo había uno. Me he puesto a buscar el otro a la desesperada. Tengo pánico a que se lo trague, porque todo lo coge con la boca. Suele ser cuidadosa, PERO. Por más que he rebuscado no lo encontraba así que me ha empezado a entrar la temblequera. Ay, que se lo ha tragado, mi niña, mi niña pequeña, ay madre mía. Entonces me ha dado por pensar. Su cara de culpable era peor que por haberse comido algo.
Así que a las dos y media de la mañana, me he puesto a desmontar el sumidero para ver si lo había colado por ahí. Efectivamente, ahí estaba la mariposita verde, brillando entre un montón de roña. La he rescatado con unas pinzas de las cejas y me he puesto a fregar compulsivamente el sumidero por dentro. ¿Por qué no me había dado cuenta de que estaba tan sucio? ¿Por qué me pasan estas cosas de madrugada? ¿Por qué no estoy durmiendo como las personas de bien? ¿Por qué no soy una adulta normal, con todo controlado y sin sobresaltos absurdos a las tantas de la noche?

Pues aunque no lo creáis, tengo respuestas. Me pasan estas cosas porque soy una farsante. Parezco adulta, pero no lo soy. De verdad que no. No soy responsable, no estoy atenta de las cosas que se supone que debería estar, no me acuesto a horas razonables y no hago lo que hace la gente de mi edad. Y por eso también tengo un blog. Porque a quién carajo le podría contar yo esto. Mis amigos están muy ocupados con sus cosas de adultos de verdad, con sus embarazos, sus hijos, sus problemas bien feos en los que no me gustaría verme. Y yo ando por ahí, buscando mi propio coche, hablando con mis gatos, desmontando desagües a las dos y media de la mañana y escribiendo posts cuando no puedo dormir. Soy la peor adulta EVER. Y ahora que no me oye nadie, también os digo una cosa: menos mal. Menos mal que mis problemas son estos. Menos mal que mi cerebro canta el pavo real en bucle. Menos mal que no encuentro mi coche. Menos mal que mis amigas del trabajo también son un caos y nos reímos las unas de las otras de nuestra propia idiotez. Menos mal que Maya no se traga cosas y sólo se dedica a esconderlas. Menos mal que el sumidero ya está limpio por dentro. Y menos mal, menos mal, que tengo un blog para contarlo.


lunes, 23 de octubre de 2017

El coche limpio... y abollado.

El jueves pasado fue un día de esos que te planteas si te estarán grabando con cámara oculta o si tu vida es el show de Naar o qué puñetas pasa. Me tocaba librar en el trabajo, así que pensaba tomarme el día con relativa calma. Ay, qué ingenua.
Tuve que ir temprano a hacer una cosa muy importante que os contaré cuando llegue el momento. Y obviamente, como era muy importante, me quedé dormida. Así que me levanté con el tiempo justo de ducharme mientras me cepillaba los dientes, vestirme mientras me tomaba una infusión y salir corriendo mientras me terminaba de maquillar en el ascensor. Todo bien.
A todo esto, me había llevado el coche de mis padres porque el mío estaba en el taller para ponerle a punto para pasar la itv. Dejé el Ibiza de mi madre en el despacho y me fui al taller a por el naar-bólido. Al final resulta que había que hacerle más cosas de las que esperaba y fue una clavada, pero el hombre se había apiadado de mí y me lo había limpiado. Limpiado de verdad, de por fuera y por dentro y los asientos y el salpicadero y todo. O sea, limpio. Limpio como cuando lo saqué del concesionario hace doce años. Y lo remarco tanto porque en esos 12 años no se había limpiado nunca, así que el impacto era enorme. También me había arreglado el faro roto, el guardabarros descolgado y blablablá. Que parecía otro puto coche, os lo juro.
Me fui tan contenta con él y con mi madre de copiloto a echar gasolina. Qué bien olía, oye. Y qué limpio, de verdad, qué limpio. Yo sólo lo sentía por la cosecha de patatas del suelo y los puerros que estaban ya creciendo entre los asientos, pero bueno. En esto que según estoy llegando a la gasolinera, en la calle de mi antiguo instituto, toda llena de madres en doble fila y atasco de adolescentes saliendo, veo que el coche de delante de mí pone la marcha atrás. Vale, quiere aparcar. Miro por el retrovisor, tengo otro coche pegado a mi culo. Pongo marcha atrás para que vea que quiero retroceder y dejar al de delante. El de delante sigue dando marcha atrás. Le pito. Le pito. Le pito más. Y efectivamente, me da un golpe.
Y de repente, encima de que me ha dado, se abre la puerta del conductor y sale un tipo enfurecido y gesticulando. Bajo la ventanilla y antes de poder decir nada me suelta:

-  ¿Eres tonta? ¿No ves que estoy dando marcha atrás? ¡¡Manda huevos!
- Sí, los tuyos que te impiden hacer dos cosas a la vez, anormal.

Total, me fui tres metros adelante, aparqué y salí del coche como una furia mientras mi madre me decía cosas que no escuché.

- A ver, - me dice el memo con toda su condescendencia. - Si ves que estoy echando marcha atrás...
- Pues me volatilizo
- ¿Qué?
- Has puesto marcha atrás, he intentado retroceder pero tenía otro coche detrás, ¿qué quieres que haga? Te he pitado y no has escuchado. - le explico, porque no parece muy listo.
- Es que si ves que el de delante tiene marcha atrás...
- Y si tú miras por el retrovisor y oyes que están pitando...
- Pero es que la marcha atrás... - y dale perico al torno.
- A ver, te lo voy a explicar otra vez. Poner marcha atrás no te da derecho absoluto sobre el universo. La pones y miras a ver si puedes hacer la maniobra. Y no sé en qué estabas pensando o qué estabas haciendo para no verme y no oírme cuando te he pitado como loca. Yo no podía echarme hacia atrás porque había otro coche. ¿Lo entiendes?

De repente el tío me mira con esa expresión que se te queda cuando ibas cargado de razón y te desmontan. Cuando encima es una tía la que te está dejando en evidencia. Cuando crees que vas a pegar tres gritos y a decir que manda huevos y vas a asustar a alguien pero te está plantando cara. Así que vuelve a levantar la voz y me dice:

- Mira niña, que a mí me da igual el coche, que es de renting.
- Mira tío, a mí sí que me da igual tu puto coche, pero no el mío que encima lo acabo de sacar del taller.
- El mío es de renting y...
- Que no me cuentes tu vida, si tienes algún problema llamamos a la policía.
- …y que si quieres que te haga un parte, te lo hago, que no tengo problema.
- Y si tienes problema también lo vas a hacer, así que tú mismo.

Llamé a la mutua y dimos los datos. Así que ahora estoy esperando a que me llamen del taller y me cambien la aleta lateral y el parachoques. Cosas, que por cierto, estaban algo abolladas de antes. De verdad que me va a quedar el coche que no voy a reconocerlo. Pero vamos, para una vez que lo limpio me lo limpian y mira lo que pasa. Nota mental: no volver a limpiarlo nunca.

El problema y/o moraleja de esta historia es que creo que el tío era un gilipollas y que me hubiera hablado en mal tono aunque yo me llamara Manolo y calzara un rabo de 20 centímetros. No le estoy acusando de machismo de forma aleatoria. Pero me jode esa condescendencia y ese “mira niña” que obviamente se hubiera ahorrado en caso de yo ser Manolo el del rabo gordo. Y me jode que en vez de estar a lo que hay que estar cuando se conduce estuviera a por uvas totalmente (aún no me explico cómo pudo no verme y no oírme). Y me jode tener que echarle ovarios y enfrentarme a esa situación absurda de dar voces y plantar cara a un desconocido porque en lugar de tener civismo y decir “oye, lo siento, te he dado y es mi culpa” me intenta echar el marrón.

Cuando volví al coche mi madre me miraba como si fuera una heroína de comic. Mi pobre madre, siempre tan correcta, tan educada. Creo que a veces se pregunta cómo ha podido tener una hija que esté tan loca y no tenga miedo a nada con menos de ocho patas.

sábado, 14 de octubre de 2017

La triste historia feliz (¿o al revés?)

Fue hace dos años que empezó esta historia por enésima vez. Mi amiga Reichel estaba embarazada y los amigos fuimos a Alicante a darle una sorpresa. Y entre unas cosas y otras, el Ross y yo volvimos a empezar (“retomar” quizás sería más apropiado) una historia. Y como de costumbre, en lugar de ser algo bonito, algo tierno o algo simplemente “normal”, tuvimos una bronca provocada por su comportamiento, pero en la que la terminaba pegando un grito era yo. Porque toda la vida ha sido igual. Él hace las cosas por lo bajo, a la chita callando y la que termina arremetiendo como un miura soy yo. Y claro, eso viene genial. Porque así, frente a todo el mundo él es bueno y yo soy una loca desequilibrada que hace las cosas sin razón. Y claro, si yo soy una histérica, él ya tiene bula para hacer lo que sea, porque nunca es para tanto, siempre es que yo estoy pirada y me pongo fuera de sí por cualquier cosa. Y qué bien viene eso, oye. Ahora lo veo más claro que nunca.
Unos meses después, se vino a vivir a casa. Más o menos.
Pasaron los meses, uno tras otro con la misma tónica. Su desinterés por todo, la falta de ganas, la falta de comunicación. Navidades y cumpleaños sin un detalle, un regalito, un algo. No querer llevarme con sus amigos, enfadarse si, por una vez, ponía una foto o una palabra en facebook y le etiquetaba. Y yo me fui viniendo abajo. Se me fueron yendo la ilusión, la ternura, la alegría de estar juntos. Pero una vez más, si yo pegaba una voz, es que estoy loca.
Y un día llegó la mentira. Me engañó y le pillé. Y algo dentro de mí se rompió en mil pedazos y supe que ya nada volvería a ser igual. Porque la confianza es como un vaso de cristal. Una vez que le pegas un golpe y se rompe, por mucho que lo recompongas, no va a volver a estar igual. Aún así traté de arreglarlo. Porque de verdad yo quería que lo nuestro funcionara. Le quería a él y quería que me saliera algo bien. Estaba harta de fracasar en todo y separarme por segunda vez antes de los 35 me parecía el colmo. Ahora sé que no, que el fracaso era vivir así. Pero he tardado en entenderlo, soy un poco lenta para algunas cosas.
No hubo manera. Se fue un par de veces de casa. Y un poco antes del verano ya no hubo solución. Aún así yo me quedé pensando. Igual había una remota oportunidad aún. Al fin y al cabo seguíamos siendo amigos, nos llevábamos bien de forma superficial y son veinte años en la vida del otro. Así que aún tenía alguna duda, cuando hace un par de semanas me dijo que había quedado con otra chica. Qué buen momento para decidir ser sincero después de años ocultándome cosas y mintiendo si se le daba el caso.
Lo admito, cuando lo escuché tardé un par de minutos en reaccionar. Primero pensé que era una de sus bromas absurdas. Luego, creí que sólo quería hacerme daño.
Y entonces, de repente, se hizo la luz. Muchas veces había pensado que él no me quería. Que estaba conmigo por costumbre, porque era lo fácil, lo que menos problemas le daba, lo que al fin y al cabo todo el mundo esperaba que pasase. Pero que no me quería. Lo que pasa es que él me lo negaba. No me daba argumentos, no me daba ni una sola razón, no ponía mucho empeño, pero lo negaba. Y yo quería creerle. Quería pensar que sí, que me quería a su manera. Quería pensar, quería creer, quería tener fe. Y en ese momento lo tuve claro. No, no me quiere, ni me ha querido nunca. O al menos desde hace muchos, muchos años. Y no entraré en detalles para justificarlo, pero creedme que podría hacerlo.
Así que, en resumen, he invertido la mitad de mi vida en querer a alguien que no me quería. He perdido oportunidades, relaciones y toda clase de cosas por querer a alguien que no me quería.
Y me dio por reírme.
Ese pensamiento era lo más liberador que había tenido en los últimos diez años. Porque yo ya lo había intentado todo y obviamente no había conseguido nada más que pasarlo mal. Y ya era suficiente. Y he dicho más veces esto en el pasado, pero lo he dicho llena de dolor, de resentimiento, de pena, de esperanza silenciada. Lo he dicho sabiendo que al día siguiente iba a decir “no, una vez más”. Pero esta vez no. Esta vez lo decía riéndome. Esta vez era la definitiva de verdad. Porque me hacía feliz liberarme de todo lo que he arrastrado durante media vida y podría empezar de cero. De cero de verdad, de cero absoluto. Y eso me mola. Porque un mundo de posibilidades se abre ante mí. Un mundo de posibilidades sin él. Al fin.
Las últimas semanas he estado tranquila y feliz. Me he sentido mejor que en mucho, mucho tiempo. Porque ahora soy libre. He salido por fin de una relación absurda, sin futuro, sin amor, sin felicidad. Me he quitado unas cadenas que pesaban toneladas y no me dejaban caminar ligera. He soltado un lastre tremendo. Me ha costado, pero lo he hecho. Al fin. Uf.

Quiero añadir que cuento esto porque es mi blog y me lo follo cuando quiero digo lo que me parece. Pero no creo que el Ross sea mala persona. De hecho, seguiremos siendo amigos porque compartimos grupo. Y ni siquiera me arrepiento de lo que he vivido con él. Ni siquiera de lo malo. Yo he querido de verdad y uno no debe arrepentirse de haber querido. Que se arrepienta el que lo haya hecho mal. El que ha amado y se ha entregado no debe ser quien se arrepienta y se sienta avergonzado. Fue bonito en el pasado y estos dos últimos años eran necesarios para cerrar la historia de una vez por todas. Había que tocar fondo para salir adelante. Ahora sé que tenía que pasar esto. Tenía que arrastrarme durante kilómetros por el túnel de mierda para poder salir y ser libre, para poder llegar a Zihuatanejo. Y os lo digo desde ya: merece la pena. La libertad y lo que hay al otro lado lo compensan todo.