Mostrando entradas con la etiqueta cartas al pasado. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cartas al pasado. Mostrar todas las entradas

miércoles, 31 de julio de 2024

20 años

 

Se equivocó el tango, se equivocaba. Como la paloma de Serrat. 20 años sí son algo. No mucho, quizás, pero sí algo. Se equivocó, como se suelen equivocar las canciones de amor.

Se equivocó el tango diciendo que no eran nada. En los últimos 20 años he vivido. He vivido intensamente, de hecho. Me he enamorado, me he agotado, he caído al fondo y he seguido escarbando un poco más abajo aún. Luego me he levantado y he alzado el vuelo. He reído carcajadas, he sido feliz sola y acompañada, he viajado y he vuelto. He encontrado mi sitio y me he perdido mil veces. He aprendido y he olvidado, he cambiado, me he equivocado, me he dado de hostias contra los mismos muros y a veces contra otros distintos. He caminado convencida hacia delante y me he sentado a la orilla del sendero a llorar hasta que he encontrado las fuerzas para seguir de nuevo. He pasado la segunda mitad de mi vida hasta ahora. Así que el tango se equivocaba en que 20 años no eran nada. Aunque a la vez sea verdad que es un soplo la vida. Y, por mucho que me joda, tenía razón en lo de las sienes plateadas. Quién me lo iba a decir en el 2004.


Mañana es el aniversario (sólo 1 año en este caso) de uno de los días más tristes de mi vida. Así que he pensado que mejor durante un rato refugiarme en el recuerdo de hoy, uno que fue hace dos décadas, pero que sigue vibrando en algún lugar del tiempo y el espacio. Hay un mundo o un momento o una energía pasada en la que estoy ahora mismo enredada en tus caderas, con la ventana abierta a los tejados del Madrid viejo y la bolsa de patatas fritas abierta sobre la mesa. Hay un mundo paralelo o un agujero de gusano de esos en lo que tú y yo, nos besamos esta noche de verano y la luna me ayuda a desabrocharte los pantalones. Hay un lugar en el nudo del tiempo donde yo me dejo llevar y tú sabes a dónde guiarme. Donde somos tan jóvenes que veinte años es todo lo que hemos vivido y tan inconscientes que pensamos que eso es suficiente.

Hay un punto en el tejido del tiempo donde a veces quiero volver porque era más fácil. Porque dolía menos la vida. Porque pesaba menos el equipaje. Porque sabía menos de todo, ni del amor, ni del dolor, ni de la pérdida, ni de nada. Y como dice una canción que me gusta mucho, desearía no saber ahora lo que no sabía entonces.


Pero estoy aquí, en este mundo, en este espacio y en este tiempo. Aquí, donde han pasado 20 años y nos hemos roto y recompuesto mil veces ya. Donde a veces miro por encima del hombro al pasado que me sigue y me empujó hasta aquí. Y no entiendo cómo podemos ser tan distintos de aquellos y sin embargo aún reconocerme en tus ojos y en tu voz. Aún encontrarme a mí misma entre tus brazos. Sé que no soy la que fui, ni contigo ni sin ti, ni con otros ni conmigo misma, pero soy capaz de mirar a través del velo de los años y acordarme de cada segundo que fui libre por tus besos.


He tenido 20 años para arrepentirme y fíjate, nunca lo he hecho. Quién iba a arrepentirse de haber volado libre.




martes, 4 de octubre de 2022

Vendaval en la memoria

 

Nunca fui de querer cosas en abstracto y quedarme con el que llegara para cumplirlas. Por ejemplo, nunca quise un gato. Quise a Ron cuando le vi. Y más tarde, no quise otro gato. Quise quedarme a Maya en cuanto toqué su cabecita negra. Tampoco jamás quise casarme, así en general. Quise hacerlo cuando el Dorniense y yo lo hablamos y supimos que era el momento. Y desde luego nunca quise una aventura, ni una pasión absurda, desatada y desestabilizante. Pero te quise a ti cuando me sonreíste y me miraste a los ojos por primera vez, hace tantos años ya. Por eso debo decírtelo: no fue casualidad. No fue que te cruzaras en mi camino por azar. No fue que pasaste tú y si no, hubiera sido otro. Fuiste tú y ese vendaval que desatas a mi alrededor con el sonido de tu voz. Fuiste tú y esa risa tuya que me hace vibrar. Fuiste tú y esa extraña capacidad para verme guapa a través de tus ojos azules. Fuiste tú, que aún hoy en día haces que se me sacudan los años y me desaparezcan las canas que me empeño en no teñirme. Fuiste tú y el recuerdo que me niego a regalarle al olvido.


Una vez te dije que cuando fuera una vieja senil y me dedicara a ir por ahí con mi carrito recogiendo trastos y dando de comer a todos los gatos del barrio, aún me acodaría de ti. Y maldita sea la caprichosa memoria, que me temo que termine siendo cierto. He olvidado los nombres de mis compañeros de colegio. Los teléfonos que antes me sabía de carrerilla. Las fechas que tanto me importaban. Me he olvidado de quienes fueron mis amigas, de mi primer amor y de muchos de los que vinieron luego. Me he olvidado del Ross y ahora es apenas el espectro de algo que conocí. Me he olvidado de las cosas que me causaron dolor, de las canciones que me hicieron bailar y de los días de sol cuando los veranos eran más largos. Me he olvidado de muchas cosas y tengo que hacer un esfuerzo, una búsqueda intensiva en mi memoria o en los archivos fotográficos amontonados en cajas para acordarme vagamente de ellas, sin sentir el estremecimiento que me causaban.

Y sin embargo me acuerdo de la forma de tu cuerpo, del olor de tu piel y del sonido de tus palabras con una intensidad que me asusta. Me acuerdo de tu casa en la buhardilla mejor que de mi primer piso. Me acuerdo de tus mensajes como si me hubieran llegado ayer. Me acuerdo de tus uñas mordidas y tus dedos despellejados, de cuando te hiciste los pendientes en las orejas, de cuando te hacías dos coletas a lo Beckham, de tus piernas delgadas y de tus colmillos montados. Me acuerdo de todo con una precisión absurda, ridícula y totalmente estúpida.


Y no es que piense en ti a menudo. De hecho, procuro pensar en ti lo menos posible. Pero a veces va el subconsciente, me traiciona y me hace soñar contigo de una forma horriblemente vívida. O pongo la radio de camino al trabajo, medio agobiada por esas cosas que nos agobian a los adultos y suena Lou Reed. O estoy tratando de respirar hondo un domingo porque Ron está bien y porque empiezan mis vacaciones y porque por fin puedo disfrutar de unos días de leer y ver series y comer como una persona normal y vas y me escribes. Y me llamas. Y de pronto tenemos mil cosas que contarnos y hablamos durante horas que se pasan volando y ojalá pudiera dejarlo todo para irme contigo al Rastro y que Madrid nos abrace en su anonimato una vez más. Porque a pesar de todo, incluso de las veces que lo hemos negado, seguimos siendo amigos. Mejor que los que sólo fueron amigos. 

Ojalá no fuera así. Ojalá hubiera podido enfriarte y congelarte en el pasado para recordarte sólo con un vago cariño distante. Ojalá no te hubiera dedicado las mejores cosas que he escrito. Ojalá no siguiera escribiendo para ti. Ojalá no te hubiera guardado un rincón especial, totalmente protegido, en mi corazón. Ojalá hubiera podido poner un punto y final en algún momento. Ojalá tú no fueras tú, yo no fuera yo y la historia no fuera nuestra. Ojalá mil vidas para volver a encontrarte y por un instante desear no haberlo hecho. Ojalá mil vidas para volver a cometer el error y sonreír satisfecha. Ojalá mil vidas despeinándome con el vendaval que desordena todo a su paso y lo deja impregnado de ti. Ojalá mil vidas en las que mereciera la pena vivir por un puñado de recuerdos a los que no renunciaría nunca. Ojalá mil vidas para no regalarle al olvido ni uno sólo de los besos que me diste.


lunes, 5 de junio de 2017

Las mimosas se han secado

Hace un año y unos meses olí las mimosas pensando en ti. Quería tener la mente positiva, quería creer en los finales felices, quería pensar que todo iba a salir bien. Quería creer en los poderes milagrosos de los buenos deseos. Quería, a pesar de que en la boca del estómago, en el mismo sitio donde a ti te descubrieron el cáncer, yo tenía una mala sensación.
Esta primavera volvieron a salir las mimosas, volví a olerlas y me acordé de esos días. De las malas noticias, del hospital, de los buenos deseos que no sirvieron de mucho. Pero las mimosas habían salido de nuevo y tú seguías aquí. Y pensé, a pesar de saber lo que ya sabíamos, que a veces la vida se resiste a la muerte. Que a veces, todo es cuestión de volver a ver cómo llega la primavera una vez más.
Ahora las mimosas se han secado y tú te has ido.

Casi nunca me han caído bien las amigas de mi madre. No sé por qué, pero es así. A algunas les he terminado tomando cariño, a fuerza del tiempo, a base de ver que eran buenas con ella o le hacían feliz. Otras me siguen cayendo fatal. Pero contigo fue distinto. Había algo en mí que te recordaba a ti misma de joven. Y había algo en ti que me hacía verme reflejada. Por eso, a parte de amiga de mi madre, también lo eras un poco mía. Cuando quedabais todas a comer y yo me apuntaba, casi siempre nos sentábamos juntas. Me divertían muchísimo tus comentarios por lo bajini. Tu finísimo sentido del humor, tu sarcasmo, tu carácter aparentemente seco. Tu manera de pasar de todo, de que te importara un pito la opinión del resto. Nos reíamos del mundo sin que nadie lo entendiera del todo.
Y nos comprendíamos. De verdad que sí. Tú te casaste jovencita y luego tuviste que echarle a la calle y poner el vestido de novia en la basura. Me lo contaste cuando yo eché al desequilibrado. Fuiste la única con la que fui honesta del todo, a la que dí detalles, con la que no me costó hablar. Porque tú me entendías, eras la única que no me ponía cara de pena, que no hacía preguntas absurdas o que me juzgaba. Tú te separaste más o menos a la misma edad que yo, pero en peores épocas, bajo peores circunstancias. Y por eso encontré tanta comprensión, tanto apoyo, tanta complicidad. Tu vestido de novia en la basura, cómo nos reímos las dos como tontas cuando me lo contaste ante la mirada atónita de otras.
A veces pensaba que eras la única que me entendía. Porque éramos las únicas que vivíamos solas, éramos las únicas “solteronas”. Tú sabías, lo hablamos mil veces, que cuando te acostumbras a la soledad, se hace casi imposible volver atrás. Que el primer día que coges el taladro te cagas de miedo, pero cuando consigues hacer el agujero te sientes invencible. Y después de eso, después de montar muebles, después de hacer lo que quieres y ser la única responsable, después de que nadie te contradiga, ni te cuide, ni te acompañe, ya no hay vuelta de hoja. Ya no vuelves a ser la misma. Y la gente te dice que eres muy dura, que tienes mala leche, que tienes demasiado carácter. Y recuerdo tu mirada cuando a alguna de las dos nos decían eso. Me mirabas, sabiendo que aunque nos separaban 30 años, éramos las únicas que lo entendíamos. Porque éramos las únicas que lo habíamos vivido. Y las mujeres fuertes, curtidas en mil batallas, apaleadas hasta los huesos y que se han recompuesto solas, nos reconocemos sólo con levantar una ceja. Por eso eras amiga de mi madre, pero también eras mi cómplice, mi camarada.
Te vi por última vez en el hospital, cuando aún te estaban haciendo pruebas. Cuando aún estabas como siempre. Tenías tu ordenador, tus libros, tus apuntes de la clase de historia del arte de mi madre. Todo desparramado por la habitación, porque te aburrías. Charlamos con naturalidad. Me diste la gracias por la visita, por el rato de conversación, por que ese rato te habías encontrado mejor. Y te di un abrazo y dos besos, en medio de bromas, porque igual que a mí, los besuqueos te ponían de mala leche. Pero esa vez nos los dimos. Y fue la última. Porque no has querido que nadie te viera demacrada por la quimio y la enfermedad. No has dejado que te visitáramos en un año entero. Y quiero que sepas, que aunque de forma egoísta me hubiera gustado verte, siempre lo he entendido. Y te he defendido, he sido la única en defender tu decisión, en pelear con todo el mundo, en darte la razón. Era tu derecho. Y yo, una vez más, lo comprendo.
Mañana tengo que ir al tanatorio. Por eso me estoy despidiendo aquí y ahora. Para llorármelo todo hoy y no hacerlo mañana. Para que quede entre nosotras, como tantas cosas. Para que una vez más, nos entendamos y le enseñemos el culo al mundo.
Te echaré de menos. Te llevo echando de menos un año. Y lo seguiré haciendo.

Ahora las mimosas se han secado y tú te has ido. Sit tibi terra levis. Que la tierra te sea leve, amiga.


jueves, 1 de diciembre de 2016

Me echo de menos en ti

El caso es que ya casi nunca pienso en ti. Estoy muy ocupada, tengo la cabeza llena de gente, de fechas, de datos, de números casi siempre rojos. Estoy ocupada, tirando cada día de las cuerdas del corsé que me sostiene, que sujeta los pedazos en los que estoy rota para que parezca que no, que sigo de una pieza. Estoy ocupada con una vida que no me convence del todo, pero que efectivamente, me ocupa.
Pero hoy, en medio de la lluvia y el frío que sumen esta ciudad en el caos, has aparecido de la nada, con todo tu descaro, echándome a patadas de mi presente para hacerme rodar hasta el pasado. Ese pasado en el que era verano, en el que hacía más sol, en el que hacía calor, en el que no estaba tan ocupada ni tan rota.
Y es que a veces, me echo de menos en ti. Porque hoy me he dado cuenta, mientras casi podía oír tu risa en el asiento del copiloto. No te echo de menos a ti. Tú ya no eres el que yo recuerdo, pero me da igual. Lo que me escuece un poco es que yo ya no soy la que tú recuerdas. Ya no soy tan joven, ni tan guapa, ni tan despreocupada. Y echo de menos aquella que era antes de romperme y reconstruirme mil veces, aquella que no estaba tan ocupada. Aquella que era. Echo de menos mi pelo largo, mis pantalones rotos, mis aros en las orejas y mis uñas pintadas de negro. Echo de menos la que era en ti.
En todo caso, he seguido conduciendo. No me iba a quedar parada en mitad de esas calles por mucho que me hablen de ti, de mí, del verano y del sol. Por muchos recuerdos que traigan, a nadie le importa eso. No puedo quedarme quieta a mirar la esquina donde me abrazaste levantándome del suelo. Bastantes problemas tiene Madrid cuando llueve como para añadirles la nostalgia. Y a veces me pregunto si podría vivir en otro sitio. Si sería más fácil una ciudad más pequeña, menos hostil, menos llena de recuerdos y de fotografías pasadas. Luego acelero de nuevo, cuando se abre el semáforo, y supongo que no. Ya me he fundido con el paisaje, soy parte del anonimato, de la indiferencia, de la ansiedad y el caos que reina. Y ella es parte de mí, con mis recuerdos pegados a las esquinas, a los bares, a los edificios y los rincones donde no llegaba la luz de las farolas. Madrid ya es sólo uno más de los pedazos que aprieto dentro de mi corsé para que no se desparramen por el suelo mojado del otoño.

El caso es que ya casi nunca pienso en ti. Entre otras cosas, porque eso implica pensar en mí. Pensar en el verano no tiene mucho sentido cuando los otoños se siguen sucediendo, cuando siguen llegando los inviernos uno tras otro. Para qué recrearse en el pasado si el futuro viene a cogernos por el cuello. Y sin embargo, a veces añoro el sol en mitad de los días lluviosos. A veces, sólo a veces, me echo de menos en ti.  

jueves, 19 de mayo de 2016

Te lo estás perdiendo

Querida Mery,
hace casi dos años que dejaste de hablarnos. No sé aún muy bien por qué. O sí lo sé, pero no me lo quiero creer. Hay algo dentro de mí que me impide creer que por culpa de un novio idiota y manipulador nos hayas querido dejar de lado. Que no le caigamos bien porque se siente inferior no es una buena razón. Que te quiera tener bajo su mando y que sea un controlador no justifica esto. Porque ya nos hemos acostumbrado a estar sin ti, a juntarnos y no llamarte, a vernos y que no estés. Pero me duele. Los demás dicen que les da igual, que ya no les importa. Yo te echo de menos. Echo de menos tu risa y tu dulzura, echo de menos tus historias, tu voz y tus abrazos. Echo de menos a mi amiga.
Y me da pena, porque sé que nos querías y te estás perdiendo un montón de cosas.
Bombita se casa en un mes y no conoces apenas a su novia, que es de esas personas que valen la pena. Es adorable y simpática, cercana y cariñosa. Es buena conversadora, es inteligente y tranquila. Da gusto pasar el tiempo con ella. Bombi la quiere un montón y está como loco con la boda. Están ilusionados y felices, nos hacen partícipes de sus planes y nos reímos un montón juntos. Y te lo estás perdiendo.
Reichel acaba de tener un bebé. Ha tenido un embarazo fantástico, los primeros meses estuvo molesta pero luego lo ha disfrutado. Ya sabes cómo es la jodía, de todo se ríe. Nos dejaba tocarle la barriga y nos la enseñaba a todas horas. La hemos sobado a base de bien para notar las patadas y hemos pegado la oreja a su ombligo para ver si nos decía algo desde ahí dentro. Y ahora ha nacido. Era un bichito feo y arrugado, aunque después de un par de días está muy bonito y sonrosado. Dice Reich que se porta muy bien, que come mucho y duerme y que ella está feliz. Rulas la ayuda mucho, es un padrazo y no sabes cómo la cuida. Tú no le has llegado ni a conocer, pero el holandés es un tío grande. Es simpático, gracioso, trata de comunicarse por todos los medios, es entrañable y afectuoso, es un tío estupendo. Y se quieren mucho. Están desbordantes de felicidad y no sé cómo, te la contagian. Y te lo estás perdiendo.
Gordito y su señora están buscando también un niño, pero la cosa no está fácil. Gordi nos lo cuenta a veces, medio por desahogarse, medio por quitarle importancia. Ella es más reservada, pero cada día va cogiendo más confianza y hay días que quedamos y vamos descubriendo cosas de ella, como que tiene más sentido del humor del que parece. Nos invitaron a su nueva casa, el Gordi hizo un arroz estupendo y nos lo pasamos genial, nos hicieron sentir parte de su hogar. Y te lo estás perdiendo.
Flumi sigue como siempre, está trabajando mucho porque es un tío más que válido. Y a la vez investiga, hace sus progresos y maneja su mente con proyectos y resultados brillantes. Y sigue siendo un golfo y teniendo rolletes con chicas jóvenes, no sé si algún día le veremos sentar la cabeza. Pero qué risas nos echamos con sus historias. Y te lo estás perdiendo.
La Pelirroja está en el mar, con su trabajo soñado y haciendo una vida que le hace sonreír aún más de lo normal. Está preciosa, morena y llena de vitalidad. Hace un montón de deporte, baja a la playa a diario, come montones de paellas y se mete en el agua y se reboza en la arena. A veces creo que todo lo que ha hecho en la vida ha sido para llegar aquí, porque está radiante. Y te lo estás perdiendo.
El Ross y yo estamos juntos de nuevo, como muchas veces vaticinaste. Vivimos juntos y nos llevamos muy bien, tenemos planes y futuro para llevarlos a cabo. Estamos contentos y creo que se nos nota. Y te lo estás perdiendo.

Y no sé, nena. No sé si te merecerá la pena. Si una sola persona podrá darte tanto como para que renuncies al resto. Si será bastante como para quedarte sin amigos, como para perderte los progresos en nuestras vidas. Si compensará como para no compartir tanta felicidad y tantos buenos ratos que echamos. No sé. Espero que tú lo sepas. Y siento que nos bloquearas de facebook y no pueda mandarte esto. Siento tener que escribirlo en el blog para desahogarme. Siento no poderte decir que te echamos de menos aún. Y siento, de verdad que siento, que te lo estés perdiendo.  

jueves, 5 de mayo de 2016

Lágrimas y albóndigas

Hoy he llorado haciendo albóndigas. Igual es que me va a bajar la regla o yo qué sé, pero de repente, me he mirado las manos llenas de harina y me he acordado de ti. No es que mis manos se parezcan mucho a las tuyas, yo las tengo más parecidas a mi padre y bueno, más jóvenes de lo que eran las tuyas cuando yo las recuerdo. Pero aún así me he acordado de ti, como siempre que paso un rato cocinando. Porque no llegaba a la mesa y me subías a una silla para que te ayudase. Y yo miraba tus manos tan hábiles, tantos años cocinando que te salían las croquetas perfectas, todas iguales. Y las albóndigas las hacías tan rápido que yo no terminaba de saber cuál era esa técnica secreta. Pero me gustaba pringarme contigo, hacer chapuzas de carne picada mientras tú te reías.
Había pensado escribirte un post, lo pienso muchas veces. Pero me cuesta la vida hablar de ti porque siempre lloro y me temo que te enfadas cuando me ves hacerlo. Y siempre lo pienso por tu cumpleaños, que este año hubieran sido 110. Y lo pienso en la fecha de tu marcha, pero ahí sí que no soy capaz. Aunque haga trece años. Pero yo noto tu ausencia y el hueco que dejaste cada día, hoy también aunque no sea una fecha señalada. Quizás más que entonces. Porque en el 2003 era una cría agilipollada y no supe afrontarlo de otra manera que mirando para otro lado. Además, sé que no lo justifica, pero sabes que tenía mis propios problemas que tratar de arreglar.
Ahora soy una mujer más madura. O eso intento. No me sale bien siempre, lo admito. Pero me acuerdo del consejo que me diste mil veces cuando me decías que tratara de saber hacer de todo y de no tener miedo de intentar las cosas para no depender de nadie para comer bien, ni para ir limpia ni para llevar mi casa y trabajar. Y me decías ante mi obstinación, al contrario que casi todos los demás, que no hacía falta casarse ni tener hijos si no quería. Que tú, ya ves, lo habías hecho, pero que estabas segura de que hubieras sido feliz de otra forma también. Lo decías orgullosa, porque era verdad. La familia recayó siempre en tus hombros porque eras trabajadora, fuerte y luchadora. Y nada se te ponía por delante. Más o menos lo he conseguido. Lo de ir limpia y comer bien, digo. He vivido bastantes años sola y ya ves, aquí estoy. Sentía tu fuerza muy intensamente entonces. Como cada vez que hay alguna situación realmente difícil.
Cuando hace unos años operaron a la yaya, nos contó a mamá y a mí que te había visto mientras la operaban. Que recordaba haberte visto apoyada en la cocina y que le decías, de esa forma tan castiza tuya “aguanta hija, sé valiente y con dos cojones.” Seguro que hay alguna explicación médica, científica, lo que sea. Pero esos días tan duros todos te sentimos muy cerca. Yo, mucho. Sin ti, aunque fuera desde el cielo, no hubiera soportado el peso. Pero lo hice. Por ti. Gracias a ti.
Hoy he llorado mientras hacía albóndigas. Porque sé que es ley de vida que te fueras. Tuviste una vida larga, viste crecer a tus hijos, tus nietos, tus bisnietos. Yo tuve la suerte de vivirte 20 años. Pero me gustaría que aún estuvieras aquí. Te echo de menos siempre, en las navidades, en los cumpleaños, en las reuniones familiares. Siempre, cada día. Y a veces te hablo, como hoy, mientras lloraba y hacía bolitas de carne. Me gustaría que probases mis empanadas, te gustarían mucho. Y disfrutarías con mis hojaldres dulces y mis tartas de manzana y de fresas. Cada vez que los hago daría lo que fuera por subirte un pedacito a casa y que te lo comieras para merendar mientras me dijeras eso de “niña, hazme tú la infusión que te salen más buenas que a tu yaya.” Porque yo también le echo tres cucharadas de azúcar, como tú. Sé que estarías orgullosa de mí. Quizás serías la única, pero verías todo eso tuyo que hay en mí y sonreirías.
Y bueno, bisyaya, no me enrollo más que me vas a terminar echando la bronca. Por llorar y por echarte tanto de menos. Pero quería que lo supieras. Que a todo el mundo le gusta venir a comer a mi casa, que doy de comer a toda la familia y que me siento orgullosa de ello porque sé que lo he sacado de ti. Que en los momentos de crisis todo el mundo me mira con la cara que te miraba a ti, como si fuera yo la que mantengo el ánimo y la fuerza. Que cuido de mamá y de la yaya y de los hombres de la familia que tú siempre decías que eran los más débiles. Que sigo aprendiendo de ti. Que sigo queriendo parecerme a ti. 
Y que te sigo queriendo tanto que hoy he llorado haciendo albóndigas.


viernes, 1 de enero de 2016

GAME OVER

Estimados señores de Nintendo.
Hace años tenía una game-boy y jugaba al super Mario. Cuando ya cogí cierta técnica, era capaz de pasar la primera pantalla sin perder una sola vida y siendo grande porque había cogido una seta que me hacía crecer. Además me había cargado un montón de bichos con la estrellita que me daba inmunidad y rapidez. Y por supuesto, había recogido todas las monedas, incluidas las que había dentro de los túneles secretos. Si por lo que fuera, no me salía bien y no llegaba al final de la pantalla en óptimas condiciones, me “suicidaba” a propósito las tres vidas que tenía para volver a empezar y hacerlo bien. Eso me daba muchas más posibilidades de pasar el resto de las pantallas con cierta ventaja. Y no me merecía la pena hacerlo de otra forma.
Bien, pues quería saber si ustedes saben cómo se hace eso en la vida real. Es importante para mí.
Es verdad que yo no soy super Mario, no tengo bigote, no llevo un mono vaquero ni una gorra roja. Y apenas sé mucho de fontanería. Tampoco suelo meterme por tuberías ni como setas. Y por desgracia, cuando me he golpeado con bloques de hormigón, nunca han salido monedas. Pero estoy segura de que esta vida no puede ser lo único que haya. Estoy convencida de que, de un modo o de otro, aquí también hay un game over. Sólo tengo que encontrar el modo de desbloquearlo. No me puedo creer que en una maquinita que funciona a pilas con una diminuta pantalla amarillenta se pueda volver a empezar para remediar errores y en este mundo que está en 3D y todo, no haya oportunidad de cambiar nada. Me niego a pensar que aquí sólo se pueda hacer una vez y si la cagas tengas que cargar con ello toda la vida. Que si no cojo una seta me vaya a quedar pequeña para siempre. No. En algún sitio tiene que estar la seta que me haga crecer. Les agradecería también que me dijeran dónde.
Así que por favor, ante la expectativadel año nuevo, les ruego que me recomienden algunos trucos para este juego, porque creo que a pesar de llevar treinta y dos años en él, no le he pillado aún el tranquillo. Y necesito saber cómo se puede volver a la pantalla inicial. Cómo se resetea esto. Y no me remitan a otra compañía, ya he hablado con los de Sony a ver si se podía volver a tras metiéndose un boli bic en una oreja y dándole vueltas como con las cintas y créanme, no funciona. Da gustillo porque rasca la orejita, pero no funciona a modo de rebobinar.
Les quedo muy agradecida por su ayuda.
Atentamente,
Naar.



Señorita Naar,
Nos ponemos en contacto con usted para comunicarle se encuentra en el año 2016. No es 1996. Haga usted el favor de descargar las nuevas actualizaciones mentales que seguramente le ayuden a asumir que este año va a cumplir 33 años, que la game-boy dejó de fabricarse hace años y que las cintas magnetofónicas son algo totalmente arcaico. Por favor, deje de vivir en el pasado y póngase al día. Quizás no pueda resetear su vida, pero podrá ver lo que le depara el futuro. Quizás no pueda volver a empezar, pero puede tratar de mejorar lo que ya tiene.
Así que sáquese los bolígrafos de las orejas que tememos que termine metiéndoselos más de lo recomendable y se haga una lesión cerebral que empeore su ya precario estado mental. Y tampoco coma setas con la esperanza de hacerse grande, tenemos entendido que en su país eso no es legal. Y desde luego, por favor, no golpee bloques de hormigón con la cabeza, no saldrán monedas. Nunca.
Así que, en resumen, señorita Naar, siga su propio lema y camine hacia delante. Empieza un año nuevo y quizás le esperen en él cosas fantásticas. Y si no, quizás sea un poco más adelante. Volver una y otra vez a la pantalla de inicio no es vivir, es repetir indefinidamente lo mismo. Y eso es un aburrimiento, por eso el fin de los videojuegos es avanzar, como en la vida. Quizás usted esto no lo sepa porque siempre ha sido una negada jugando a cualquier cosa, pero es así. Así que avance. Coja experiencia y armas. Gane puntos. Así podrá derrotar a los dragones que se le presenten por el camino.
Un saludo.




O sea, que no hay más vidas. Mierda. Me crearon falsas expectativas.





miércoles, 18 de febrero de 2015

Tu nombre en un corazón

Grabé tu nombre en mi mesa. Y lo rodeé de un corazón y todo. Mi madre gruñó un poco, pero luego entendió que era un escritorio con el doble de años que yo y que tampoco era para tanto. Siempre fui buena chica, no rompía ni destrozaba, sólo me gustaba mucho escribir en la mesa. Y claro, ahí sigue. Ahí está tu nombre, el corazón y algún que otro dibujillo más. La verdad que es tampoco puse el escritorio como una pared de grafitis. Pero tu nombre sí. Mucha gente que lo ha visto me ha preguntado quién era el chico del corazón. No he tenido ningún novio que se llamara como tú. Pero yo siempre sonrío y contesto vagamente. Un viejo amor. Platónico, pero amor al fin y al cabo. Y a ver si no son los mejores.
El otro día sin embargo te tuve en mi sofá. Ahí sentado, en mi casa de verdad, la de adulta. No en la que escribí tu nombre en el viejo escritorio. Recostado en mi sofá, con esos ojos tan azules que escarchan el aire y esa sonrisa esquiva. Contándome que estás roto, decepcionado, frustrado, cabreado. Tus manos inquietas, tu pelo rubio tan corto ahora. Tu voz, más grave de lo que la recordaba. Tú tan roto y yo tan tranquila a tu lado. Cómo cambia la vida.
Hace muchos años, media vida, hubiera temblado con tanta cercanía. Hace unos cuantos menos, hubiera saltado sobre ti para arrancarte los besos que nunca tuviste intención de darme. Ahora no, ahora nada. Ahora te escucho, sonrío, te hablo y te pregunto. Me hablas, trato de recomponerte algún pedacito aunque sea pequeño. Ahora estoy atada de pies y manos, pero aunque estuviera libre tampoco haría nada. Ahora sé que son más bonitos los besos que no me diste que los mordiscos que pueda robarte. Para qué, si ya no somos aquellos. Tú te has hecho un hombre aunque yo recuerde un chiquillo. Yo no sé qué coño soy, pero desde luego disto mucho de aquella adolescente de la que apenas queda el flequillo ahora que me lo he vuelto a cortar.
Hace años, una tarde de piscina te conté entre bromas que me habías gustado mucho. Y tú te reíste. No me quisiste creer, no era posible que tú me gustaras, dijiste. Yo me reí también, entonces era la novia de uno de tus amigos. Del que menos hubiera pensado que pudiera serlo. Pero le amaba con la fuerza de todo mi ser, que con veinte años era mucha. Así que lo tomamos a broma. El destino a veces cuenta esos chistes que no tienen gracia pero que te hacen reír de puro absurdos.
La otra noche te escuchaba, derrotado pero sin ganas de rendirte del todo. Trataba de animarte con palabras, pero se me quedaban cortas. Ojalá pudiera abrazarte, pudiera acariciar tu rubísima e inteligente cabecita y decirte que todo saldrá bien porque las personas como tú se merecen un final feliz. Ojalá pudiera decirte que todavía Dover me habla de ti, que aún recuerdo haber intercambiado cintas de música grabadas de la radio y aquellos cascos que más de una vez compartimos. Ojalá pudiera decirte que te miro y aún veo al chaval de cara angelical que las cicatrices han surcado, que ignoro tu cojera y la cantidad de grapas, tornillos y puntos que hay por tu cuerpo, que para mí tienes catorce años, corres por el patio y se te cae el flequillo largo sobre los ojos cuando te duermes en clase de historia. Ojalá pudiera darte la mano y asegurarte que no hay supernova que no me recuerde a ti, que no hay matemáticas que no piense que tú podrías resolver antes de que yo no siquiera sepa qué son, que no hay dibujo o plano que no piense que tú harías mejor a mano alzada. Ojalá pudiera decirte que estoy orgullosa de la persona en la que te has convertido a pesar de haberlo hecho por los caminos más complicados. Ojalá pudiera decirte que extrañamente, te quise. Ojalá, ojalá pudiera explicarte que grabé tu nombre en mi escritorio de estudiante y que nunca me arrepentí de haberlo hecho.

P.D. Feliz 32 cumpleaños. Ojalá por fin el viento empiece a soplar a tu favor y tú te dejes llevar sin empeñarte en ir a la contra.


miércoles, 27 de marzo de 2013

Como respirar


Como soy una supersticiosa de mierda, el post 301 es para mi Ross. En un par de días, vuelvo a la normalidad con post chorras y paridas varias.


Era muy fácil quererte. Era como respirar. Era parte de mí. Yo hacía cosas y te quería. Iba a la facultad, estudiaba, salía con mis amigos y te quería. Iba a buscarte, a verte jugar al rugby, íbamos a casa Paco y a las fiestas con los satánicos y te quería. Iba a trabajar, conducía, bajaba al sur y te quería. Y luego, estaba contigo y te seguía queriendo. Quererte era muy fácil. Era como respirar, era parte de mí.
Luego lo dejamos, sí. Pero yo seguía queriéndote. Y ya no era fácil, pero sí era parte de mí.  Tú eras parte de mí. De mi vida, de mi entorno, de mí misma. Quizás por eso, una vez que te enfadaste me dijiste que yo sólo te quería por la vida que me dabas, por el mundo que habíamos creado con nuestros amigos y nuestras costumbres. Yo no te quería a ti, quería nuestro mundo. No terminé de entenderlo, pero pensé que quizás fuera verdad. Así que me alejé de ti. Y aprendí a vivir sin todo ese mundo. Incluso aprendí a vivir sin ti. Pero jamás aprendí a vivir sin quererte. Quererte era como respirar, era parte de mí.
Durante años me esforcé mucho en no quererte. Te lo aseguro, hice todo lo posible. Salí con otros chicos, conocí otra gente, fui a otras fiestas. Pero te seguía queriendo a ti. En contra de mi voluntad. Quererte era tan mío, que no sabía renunciar a ello. Era parte de mí, era como respirar. Pero seguí en mi empeño. Tenía que olvidarte, tenía que seguir adelante. Empecé una relación. Incluso me fui a vivir con él. Y no hubiera sido todo tan difícil, tan complicado, tan a contracorriente si hubiera podido dejar de quererte. Si hubiera podido dejar de respirar. Todo salió mal. Porque las cosas complicadas no funcionan. Porque a veces, hay cosas que tienen que ser sencillas, que salir solas, que ser parte de ti. Como respirar. Como quererte.
Hubo dos años en los que me empeñé en odiarte, incluso. Estaba dolida y quería olvidarte como fuera. Casi, casi lo consigo. Casi consigo ver otra cosa que no fueras tú. Casi consigo que no me importes. Casi dejo de respirar. Pero no. Porque volví a verte. Y en cuanto te vi, lo supe. Te querré hasta que me muera. Desde ese día, todo lo que he hecho ha sido dar pasos hacia ti. Y espero llegar a estar tan cerca, que no tenga que volver a irme. Espero, con todas las fuerzas de mi corazón, que tú no quieras que me vaya. Que tú también vuelvas a sentir que es tan sencillo querernos, que es tan parte de nosotros que es como respirar.
Mientras tanto, esperaré paciente. Esperaré a que vuelvas de viaje. Esperaré a que dejes de tener miedo. Esperaré a que quieras que respiremos de nuevo. Porque quererte siempre ha sido fácil. Y lo sigue siendo. Quererte es fácil, es sencillo, es parte de mí. Es como respirar.

martes, 31 de julio de 2012

el lugar feliz

En psicología hay una cosa que se llama “lugar feliz”. Y no es otra cosa que un recuerdo idealizado o una imagen de algo que nos hace sentir bien. Todos tenemos uno, más real o más imaginario. Y lo usamos para huir a él cuando estamos estresados, agobiados, deprimidos. No es algo en lo que pienses a diario. Es un recurso mental de escape, como la válvula de las ollas a presión. Un modo de convencernos de que volveremos a ser felices cuando todo en el exterior apunta a lo contrario. Es, por decirlo así, como la película que te montas cuando no puedes dormir, imaginando tu vida perfecta, pero a lo bestia.
Mi problema es que sucesivamente en mi vida se me han ido jodiendo mis lugares felices. Porque soy una necia que necesita una base real para crearme ese lugar.
Primero fue mi primer amor. Un chico al que idealicé y amé con locura de los 14 a los 19 años. Yo le recordaba y recreaba un mundo maravilloso que él me ofreció durante tres días absurdos en los que salí con él cuando era sólo una niña atolondrada y llena de sueños. Pero volvió a mi vida. Y antes de que pudiera pensar que el sueño se había hecho realidad, se convirtió en una pesadilla. Me arruinó la vida. Mandó a tomar por culo mi lugar feliz.
Pero por suerte yo era muy joven y muy fuerte, me recuperé, y además mi vida entonces estaba en su punto álgido. Así que encontré otros.
Luego llegó mi Ross. Él era el lugar feliz por excelencia, porque lo era en gran parte incluso cuando estábamos juntos. Porque él me daba esa sensación de seguridad, tranquilidad y confianza que he buscado toda la vida. Y después de perderle, durante años le amé y veneré su recuerdo. Huía mentalmente a su lado cada vez que el mundo era cruel conmigo. Y me fustigaba por haberle perdido, pero sentía que quizás, algún día volvería con él y sentiría de nuevo esa calma y es seguridad que me daban sus brazos. Pero no. El año pasado le tuve que echar de mi vida harta de dolor. Tuve que poner punto y final, sacando fuerzas de flaqueza, cansada de que hiciera astillas del árbol caído y le prendiera fuego con saña hasta reducirlas a cenizas. Y me dolió lo que hizo. Pero más me dolió perder mi lugar feliz, mi refugio, mi hogar. Quedándome desprotegida y desamparada. Porque es una de las más desoladoras de las pérdidas.
Pasé unos meses en lo que me morí por dentro. Pero poco a poco, cree de nuevo un lugar feliz. Uno al que huir cuando el mundo es sórdido y ajeno, cuando es doloroso y desagradable.
Y fuiste tú, lejano e inalcanzable. Perfecto para ser un lugar feliz indestructible. Tú, con tu capacidad de hacerme sonreír. Con tus ojos azules como el mediterráneo que conocí de niña. Y me refugié en ellos. En el recuerdo cálido de las noches de verano que pasé en tus brazos. Me refugié en el arrullo de una pasión sin límites que me hizo sentir viva una vez y me lo recuerda de nuevo cada vez que pienso en ti. Cuando el mundo rugía con fuerza, yo me sumía en el susurro pausado del mar de tus ojos impenetrables. Y fui encontrando fuerzas en este lugar feliz. Absurdo, quizás, pero feliz al fin y al cabo.
Luego me hiciste un regalo con irte. Me obligaste a salir a flote y la lejanía juega a mi favor. Me otorga la posibilidad de idealizarte todo lo que quiera sin que me lo desbarates. Puedo recordarte joven, guapo y perfecto. No vas a envejecer para mí. No vas a estropearte, ni a decaer. Ni siquiera has cumplido más de veinticinco. Sigues siendo y serás el jovencito guapo y sonriente que retozaba desnudo entre mis sábanas. Que se reía y me contaba cosas divertidas. Aquel, que llevaba una melenita rubia y que me mandaba mensajes desde la playa. Puedo seguir soñando con los besos y las caricias que me diste, con tu piel bañada por la luna y con ese olor de tu pelo que se quedaba durante días en mi almohada. Puedo seguir recurriendo a esos momentos que me regalaste sin pedir nada a cambio. Porque eres de los pocos hombres que me ha dado más de lo que me ha quitado. Quizás por eso eres de los pocos también a los que no guardo un extraño rencor. Quizás por eso, a ti pretendo recordarte mientras que a los demás quería olvidarlos.
Así que, si te tengo idealizado, déjame que lo haga. No me lo quites. Déjame ese pedacito de sueño para que pueda esconderme en él cuando se cierne la oscuridad de mi soledad escogida. Déjame que te sueñe, perfecto e imperecedero a mis ojos. Déjame que te regale mis sábanas. Déjame quererte, si a esto tú lo llamas querer. No me obligues de nuevo a renunciar a mi refugio. No me hagas tener que enfrentarme al dolor sin un lugar feliz del que sacar fuerzas. Aunque ese lugar feliz seas tú. O alguien que se parece remotamente a ti y yo he creado con un puñado de recuerdos y de imágenes. Qué más da.

Este año, y este mes de julio en particular, he dejado pasar muchas fechas importantes. Unas porque se me han olvidado. Otras, porque he preferido mirar hacia otro lado. Pero esta no. Esta es la que marcó el comienzo de una nueva yo. Esta es la que tú usaste para darme un empujón hacia el lado salvaje. Y aunque ya sólo seas un recuerdo, eres mi lugar feliz. Y lo sabes.

jueves, 26 de abril de 2012

cuando escucho a Dover...

Siempre que escucho a Dover me acuerdo de ti. Me parece que fue ayer aquél día en el primer año de instituto cuando nos pusieron “devil came to me” en clase de inglés para transcribir la letra. Y tú, con tu melenita de un rubio dorado precioso cayéndote sobre los ojos, te pusiste a tararearla mientras escribías con ese pulso nervioso y rápido.
Recuerdo, la cinta de casete que me dejaste, sabe Dios de dónde la habrías grabado tú, con aquel primer disco de Dover en la cara A y música clásica en la cara B. Así eras tú de raro.
Y recuerdo también, un día que estaba yo con los cascos puestos a la salida del instituto y te acercaste, con ese aire distraído y medio perdido que llevabas siempre y me quitaste uno de los cascos. Pensé que me ibas a decir algo, pero sólo te lo pusiste en la oreja y sonreíste mientras sonaba “Serenade”. Estabas cerca mía, con esos ojos de un azul puro como pintados con acuarela mirándome mientras sonaba la canción y nos unía un cable. Literalmente. De tu oreja a la mía. Con Dover de por medio.  Yo apenas lo oía. Me bombeaba el corazón tan fuerte que parecía latirme todo el cuerpo. Pero tú agitabas la cabeza concentrado en la música y tu pelo dorado y suave se mecía ante mis atónitos ojos adolescentes.
Me pellizcaste un poco el corazón aquel intacto que tenía yo entonces. Pero sólo a nivel platónico. Siempre supe que no eras para mí. Que estabas un poco zumbado. Que ese aspecto de genio loco que irradiabas no era compatible conmigo. Pero me gustabas mucho. Eras guapísimo, tan rubio, tan blanco, con esos ojos tan sumamente azules. Y tan listo, tan rápido, tan inquieto. Siempre investigando. Desconcertando a los profesores con preguntas sobre las supernovas. Entendiendo las matemáticas mientras cabeceabas de sueño en las primeras horas de clase. Haciendo experimentos con cosas inflamables y pegándonos sustos de muerte cuando estallabas mecheros. Eras increíble.
Sólo tú sabrás por qué echaste tu vida a perder cuando con 16 años decidiste estúpidamente dejar de estudiar y ponerte a trabajar en una gasolinera para comprarte una moto con la que te estrellaste poco después, dejándote una cicatriz de lado a lado de aquella cara angelical que sólo queda en mi memoria. Sólo tú sabrás si mereció la pena engancharte a las drogas. Pegarte una hostia con el coche que dejaste siniestro antes de terminar de pagarlo y llenarte de nuevo de heridas que aún te duelen. Juntarte con gente que te llevó por caminos indeseables. Perder el rumbo mil veces. Volver, de vez en cuando a nosotros, herido y desorientado, pidiendo otra oportunidad y tratando de subirte a trenes en marcha que se te escapaban. Sólo tú sabrás por qué lo hiciste. Sólo tú sabrás si mereció la pena. Si ahora eres feliz. Sólo tú sabrás, si es que lo sabes, qué queda de aquél chaval de flequillo liso sobre los ojos, de sonrisa medio tímida, de manos nerviosas que nunca paraba quieto.
Yo sólo sé, que cada vez que escucho a Dover me acuerdo de ti. O de aquel que fuiste antes de las cicatrices, de los golpes, de los errores, de los caminos complicados que elegiste. Me acuerdo, quizás mejor que tú mismo, de quién eras y de quién fuiste para mí. Y deseo, con toda el alma, que aún escuches a Dover. O que al menos, aún sientas esa inquietud por la vida, que aún no te hayas agotado del todo. Que aún haya cosas que te hagan mecer la cabeza y tararear con los ojos entornados, olvidando lo que te rodea. Que aún haya cosas que hagan brillar esos ojos de acuarela que poco a poco se fueron velando. Que aún sonrías. Que aún lata dentro de ti ese niño curioso y lleno de vitalidad que se creyó demasiado aquello de “devil came to me, and he said what you need es me”.

viernes, 12 de agosto de 2011

good bye, baby II

Ahí va, la segunda y última parte. Para dentro de un par de días estaré de nuevo contando chorradas de las mías, lo prometo.
...
Tiempo, y varios encuentros después, yo empecé con el desequilibrado, con el que siempre te unió una antipatía mutua. Desde la primera vez que os visteis y él aún no era nada mío. Luego, se convirtió en mi novio y, claro, la cosa fue a peor. Nada le daba tanto miedo en mi mundo como tú. Ni el Ross, al que siempre supo que amaba con toda mi alma. Tenía mucho más miedo a esa química nuestra. Él decía que podía “olerse” cuando estábamos juntos, que nos mirábamos de una manera que le retorcía las tripas. Por eso sólo te vi una vez a escondidas, con la intención de demostrar que podíamos ser amigos. Sólo amigos, sin que me miraras así, sin sentir un imán en mi interior que me precipitaba hacia tu pecho. Pero no pudo ser. Recuerdo ese último beso, el último que me diste, en la parada del autobús, cogiéndome de la mano y mirándome despacito, con suavidad, con ternura. Como pocas veces me habías mirado. El beso más casto que jamás me hayas dado y tuvo que ser el último. Cuando llegué a casa me mandaste un mensaje, diciendo lo que yo ya sabía, que había demasiado “eso” entre nosotros (palabras textuales) para poder ser sólo amigos. Y ahí lo dejamos. Tú volviste a Estados Unidos. Yo hipotequé mi vida con el desequilibrado y sólo hacía trampas en sueños, imaginando tu piel dorada y recordando “eso” que sólo tú me has hecho sentir.
A finales del año pasado, el desequilibrado se fue. Y lo primero que pensé fue en ti. Luego reculé porque no quería que me rozaras el corazón en carne viva y por suerte, tú ya tenías novia. Me he empeñado desde la primera vez que te ví en no colgarme de ti como una colegiala. Y lo conseguí. No iba a permitírmelo en ese momento, a estas alturas, con este panorama. El problema es que ahora me faltan las fuerzas que antes me sobraban. Por eso me autoimpongo la orden de alejamiento que no terminas de entender. Porque ahora, o saco las espinas envenenadas, o soy demasiado vulnerable. No hay término medio.
Desde entonces, hablamos algunas veces, te escribí esto, dándote el nombre de dueño de mis sábanas.
Y ahora sé que te vas. Que esta vez te vas de verdad. Y que no podré ir a despedirte, que no habrá besos en tu buhardilla el centro, que no habrá desnudos sobre el sofá de estampado hortera. Que te vas, puede que para siempre de mi vida. Nunca había pensado que llegaría este día. Siempre había un bis. Siempre volvías antes o después. Y no me duele la lejanía, repito. Me duele cerrar un capítulo de mi vida y asumir que quizás, nunca más sienta eso que sentía entre tus brazos. Creo que me convertí en mujer de verdad cuando mi cuerpo tuvo contacto con el tuyo. Hasta entonces era una chica un poco perdida, que practicaba el sexo porque era parte de las relaciones. Pero me resultaba un poco indiferente. Sin embargo, al primer roce de tu piel con la mía, algo estalló dentro de mí. Fue como cuando mi gato se estira y abre las garritas suaves, mostrando unas uñas enormes. De pronto, al verme suspendida en el aire, con tu brazo sujetándome la cintura, me convertí en una mujer libre y llena de vida. Creo, que realmente, yo soy sosa, vulgar y anodina. Tú me hiciste brillar, resplandecer, ser especial detrás de las sábanas. Pero eras tú el que hacía eso de mí, no yo. Tú me liberaste, en muchos sentidos. Liberaste mi fiera interior, que se zampó a mi niña buena de colegio de monjas. Liberaste la mujer fatal que no me atrevía a ser. Liberaste mi lado salvaje. Por eso, detrás de una parte de mi libertad, de mi fuerza, de mi seguridad en mí misma, siempre estarás tú.
Ahora sólo queda recordar nuestra historia como algo bonito. Como algo mágico y especial, lleno de momentos a escondidas y de besos robados. Vuelvo a pensar lo que dije hace ya años, que mereció la pena vivirlo. Mucho. Si viviera mil veces, puede que lo cambiara todo, pero seguro que mil veces caería en tus brazos. Y hago como que me vuelves a decir que todo irá bien. Por que siento que va a ser así. Que seremos un poco amigos. Sólo un poco, sólo hasta donde “eso” nos deja serlo. Lo bastante para contarnos de vez en cuando qué tal nos va, para informarnos de los acontecimientos importantes de nuestra vida. Para saber, que si realmente nos necesitamos, estaremos cerca. Lo bastante para saber que nunca nos olvidaremos y que no hay kilómetros, océanos, continentes distintos que nos borren de la memoria del otro. Hace poco te lo dije, para que te lo lleves de recuerdo a Estado Unidos, que puede que un día llegue a ser la loca de los gatos, que recoja animales tiñosos y arrastre mi carrito roñoso por las calles, almacenando trastos inservibles en casa sin recordar apenas mi nombre, pero que no olvidaré lo que sentía entre tus brazos, con tus manos haciéndome estremecer, con tus labios levantando ampollas en mi piel.
Así que, de un modo muy extraño, muy especial, muy distinto de todos las demás, te diré lo que nunca, nunca te he dicho. Y no es con amor, porque nunca te he amado. Ni como amigo, porque no lo somos. Ni como amante, porque como tal ya te lo he dicho y te lo he dado casi todo. Pero no puedo evitarlo, hay una parte dentro de mí, que por esta vez necesita que lo sepas. Porque te vas para siempre y porque se acaba una parte de mi juventud contigo.
Por primera y única vez: te quiero.

P.D. Be happy, baby. Everythings gonna be all right. I´m sure.

miércoles, 10 de agosto de 2011

good bye, baby I

En los últimos meses he perdido muchas cosas. No fundamentales, no imprescindibles… pero demasiadas. Perdí al desequilibrado. Y con él perdí mis muebles, mi dinero, mi paciencia, mi amor propio... Luego perdí al Ross, y con él perdí el corazón, las ganas, las fuerzas, y a ratos, hasta la capacidad de respirar. Luego he perdido cosas, pequeñas quizás, pero las he perdido. Me lo tomo con calma, con resignación, hasta con buena voluntad… pero a veces estoy agotada. Está siendo una temporada complicada, cuanto menos. A veces hasta me pierdo un poco a mí misma.
Así que al principio de saber esto, dije, bueno, una pérdida más. Pero no. Es una gota que cae en un vaso desbordado.  Y no es una más. Él no es uno más. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Él es el dueño de mis sábanas... y creo que de algún modo siempre lo será un poco.
Por eso, con un poco de dolor y muchas, muchas dudas, le escribí esto cuando supe que se iba. Tras habérselo enseñado y tener su bendición, voy a compartirlo. Para descargar el alma un poco, para que conste, para que sea un punto final por todo lo alto. Y me cuesta, porque mientras he retenido estas palabras he pensado que de algún modo retenía en sentimiento… y le retenía a él. Pero es absurdo. Y la única verdad que conozco es que hay que seguir caminando.
Como el texto es demasiado largo y roza lo empalagoso, lo voy a dividir en un par de capítulos. Mañana o pasado publicaré la segunda parte. En fin, no os lo tomaré en cuenta si pasáis de él. Tampoco me lo tengáis en cuenta vosotros a mí por escribirlo.


Una vez te enfadaste conmigo porque te dije que eras un “chico capricho”. Tengo cierto don para enfadarte, pero es gracioso, en el fondo me gusta verte enfurruñado por lo que digo. Si no te importara mi opinión, no te enfadaría. Además, en este caso, no es del todo cierto. Es verdad que parece fácil encapricharse de ti. Eres guapo, simpático, listo y tal. Todas esas cosas que gustan a las chicas y de las que tú eres plenamente consciente. Si no, no las explotarías tanto. Pero yo sé lo que hay detrás de todo eso. Y por eso jamás has sido un capricho. Porque un capricho, cuando lo consigues, te deja de interesar. Nunca me encapriché de ti. Porque eso que ven las demás es lo que menos me ha importado de ti. Lo nuestro, aunque no haya sido una historia de amor, no ha sido tan superficial como un capricho.
Fue en estos días, de hace un porrón de años cuando me mandaste ese mensaje que tú y yo sabemos, y que cambió mi vida. El que me empujó al lado salvaje irremediablemente. Pero, momentos salvajes de lado, también  en esos días me dijiste que presentías que todo iría bien. No ha sido así. Al menos no en mi vida. Desde entonces casi nada ha ido bien, pero eso no viene al caso. El tema es que tú pensabas que todo iría bien y yo te creía. ¿Recuerdas? Tú estabas en tu Mediterráneo, yo sumida hasta el cuello en el asfalto de mi Madrid y me dijiste que con los pies en el agua y el viento en el pelo, pensabas que every things gonna be all right. Querría que me lo dijeras de nuevo, para creerte una vez más, como te creí entonces.
He hablado mucho de nuestra historia, recordando los pedazos que se pueden contar y sólo insinuando los que tú y yo sabemos, nuestro reflejo en el espejo, mi lengua en tu piel, tu brazo en mis riñones... Las cosas que no se pueden reducir a palabras. Las miradas, los instantes entre la multitud, lo que hay detrás de lo que los dos parecemos. Por eso, hoy me cuesta tanto decirte esto otro, las cosas que no sabes, las que no te he dicho nunca, las que siempre he ignorado, mirando para otro lado. Las que dejamos fuera de las sábanas.
Estábamos medio enfadados cuando me dijeron que te ibas a Estados Unidos, hace ya unos pocos años.  Y te mandé un mail, porque siempre me ha jodido en extremo separarme de la gente estando mal la relación. Te dije, recuerdo, que podíamos intentar ser amigos y que me daba igual lo que hubiera pasado porque nuestra amistad y nuestra historia era algo que me había merecido la pena vivir. Y quisiste que nos viéramos. Te ibas sin hacer mucho ruido, sin fiestas de despedida, sin amigos vitoreándote, sin adioses llenos de lágrimas. Te ibas, sin saber para cuánto, ni a dónde, ni muy bien con qué fin. Pero yo sabía que volverías. Esta vez, sin embargo, no me atreví a preguntar, porque sabía la respuesta. Sé que te vas porque aquello es tu sitio en el mundo. Más que tu mar, que se te quedó pequeño hace años. Mucho más que Madrid, a la que nunca perteneciste del todo. Me resulta difícil comprenderlo, pero es así, USA es tu sitio. Y por eso,  estoy feliz por ti. Todos debemos encontrar nuestro lugar en el mundo antes o después. Y algún día, quizás, yo encontraré el mío y espero podértelo contar, a miles de kilómetros seguramente, y que tú también te alegres por mí.
Decía, que recuerdo que quedamos la primera vez que te fuiste. Yo llevaba una falda blanca y una camiseta negra, unas sandalias altísimas e iba bastante maquillada, como siempre que me siento insegura. Fui a verte a tu casa, aquella medio en ruinas del centro de esta ciudad maldita. Y te escuché canturrear bajito, con la guitarra sobre las piernas cruzadas. Me comía las lágrimas mientras tú susurrabas aquello que nos unió para siempre “… hey honey, take a walk on the wild side…” Nos besamos, como siempre, en aquél sofá roñoso que tenías en el salón. Te miré con ternura, y sonreíste, diciéndome que nos veríamos pronto, que no pusiera esos ojos tan tristes. Se hizo muy tarde, porque las horas se escurrían por tu piel demasiado rápido y me tuve que coger un taxi para volver. Monté, y como en las películas, me eché a llorar. Esta parte es la que no sabes, que lloré tú marcha. Lloré, todo el trayecto hasta mi casa, cuando me bajé, me repinté los ojos de negro y subí las escaleras como si no me temblaran las rodillas. Dejé que pasara la noche, me había acostumbrado ya a que al día siguiente de esconderme entre tu piel el mundo amaneciera y siguiera girando como si tal cosa, sin acelerarme apenas el corazón.
Durante aquellos meses, tu ausencia fue fácil. Nos mandábamos mails bastante a menudo, tú me contabas tus peripecias en las américas y yo te mantenía informado de las cosas que pasaban en nuestro grupo de gente en común y de lo que iba haciendo con mi vida. En ese trance, lo dejé con el Ross, perdí las riendas de mi vida y aún no las he recuperado. Pero siempre he aceptado bien que estuvieras lejos. Es lo bueno de no haber estado nunca unidos en el espacio, que me da igual que estés en Madrid, en tu rincón mediterráneo o al otro lado del charco. Qué más da, si nuestra unión es otra, si nunca nos hemos visto a diario, ni con frecuencia si quiera. Pero un día me dijiste que volvías. Y volvimos a encontrarnos. Fui la primera persona con la que quedaste. Y me faltó tiempo para correr a tus brazos. Casi, como si no hubiera pasado tiempo. Aquellos años todo parecía ir más despacio. La vida aún no viajaba a la velocidad de la luz mientras yo corría tras los acontecimientos como ahora.
...

miércoles, 13 de julio de 2011

gracias por nacer

Ya he dicho alguna vez que tengo tendencias bipolares. Por eso paso del post anterior a este sin anestesia. Y últimamente tengo el corazón acorchado, pero en días como este, hay un pinchacito incómodo que me recuerda que aún puedo sentir dolor si me descuido. Total, post absurdo y blandengue. Diabéticos abstenerse.

A veces me da por ponerme sensiblona, calimera y estúpida y pienso que hay una persona para cada otra, que todos tenemos al amor de nuestra vida por ahí, hasta que un día lo encontramos. Y que le queremos desde siempre, sólo que no lo sabemos hasta que caemos en sus brazos y sentimos cómo el mundo se detiene. Otras veces tengo, como me dice mi amigo el Gordito, el colmillo retorcido y creo que el amor es una patraña que nos han contado y todos, como gilipollas, nos hemos creído.
Pero sea como sea, el caso es que pasa el tiempo y le echo de menos. Me duele su ausencia como si me faltara un pedazo de mí misma. Como si me hubieran arrancado un trozo de alma. Como si se lo hubiera llevado el día que salió por mi puerta para no volver. Como si aquellas últimas palabras que le dije “adiós, mi vida” hubieran sido más que premonitorias.
Y más hoy, que cumple años y por primera vez en muchos años no voy a darle las gracias por haber nacido y haber cambiado mi mundo.
Sé que no puedo, que no debo decirle que aún le quiero, que aún le espero, que aún guardo la esperanza de que terminemos juntos. Pero hoy, por ser el día que es, me doy una tregua. Me levanto a mí misma, mi propia orden de no pensar en él y dejo que su recuerdo me invada.

Total, Ross, mi amor, que muy feliz cumpleaños. Y que gracias por haber nacido, por haber cambiado mi vida, por haberme hecho feliz, por haberme hecho sentir el amor más grande que nunca pude imaginar. En resumen, gracias por existir, el mundo es un lugar mejor porque tú estás en él. Y este año no te lo diré en persona, ni por teléfono, ni por mensaje. No lo oirán tus oídos. Pero no me importa. Tú me dijiste hace años que nuestros corazones siempre estarían juntos. Y aún lo están. Así lo siento yo y así lo sientes tú, lo sé. Por eso, lo diré muy, muy bajito, sólo con la voz del mismo corazón, sólo para que el tuyo, que está a su lado, lo oiga: que seas muy feliz, amor mío. Y que te quiero y te querré hasta que me muera, como te quiero desde el día en que naciste, hace hoy 28 años. Una vez más, gracias por ser tú.

sábado, 30 de abril de 2011

te querré aunque no quiera

Claro que te extraño. Claro que hay días que respirar sin ti es un suplicio. Claro que hay veces que me sumo en tu vacío y creo que no saldré nunca más. Claro.
Pero me lo prometí a mí misma. Me prometí que te echaría de mi vida y de mi corazón, aunque fuera a patadas. Lo de la vida lo he cumplido. Lo del corazón, estoy en ello, a patada limpia conmigo misma.
A veces es duro. Hay días que tengo que repetirme que ya no estás, que no volverás, que para mí, no existes más que apenas en el recuerdo. Y me esfuerzo en ignorar ese latir que tiene mi pecho para decirme que eres tú y no otro. Que nadie llenará nunca tu espacio, que eres tú. Tú y sólo tú. Que pase lo que pase, los años, el tiempo, el espacio y los otros hombres, seguirás siendo tú. Que para mi corazón siempre serás sólo tú.
Pero no. No, me repito una y otra vez. Ya no más.  Nunca, nunca más. 
Y me digo aquello de que levantaré mi copa y brindaré por tu muerte, por tu muerte para que mi vida siga adelante. Por tu muerte, para que sea el único motivo para no seguir queriendo que vuelvas. Por tu muerte y tu descanso eterno, para celebrar tu olvido de taberna en taberna, de brazo en brazo, de beso sin sabor en beso sin sabor.
Viviré sin ti, claro. Aunque la vida nunca sea la misma. Yo, la que no te necesita, la que es demasiado independiente, demasiado valiente, demasiado poco vulnerable. La que si no lo es, se lo calla. Yo, la indómita, la que camina, la que no mira atrás.
Y te echaré de menos cada segundo de mi vida sin ti. Cada vez que suspire, el aire que me falte serás tú. Sabré siempre que el amor de mi vida eres tú. Que en todo lo que haga, faltarás tú. Que de todo lo que sienta, tú te llevarás un pedazo. Pasará el tiempo y yo te querré, vivo o muerto. Te querré en contra de mi voluntad, en contra de lo que diga, en contra de lo que haga. Te querré porque no puedo dejar de hacerlo. Pero tú no lo sabrás nunca. Y yo, no volveré a admitirlo.

martes, 15 de febrero de 2011

te usé como refugio

Te usé como refugio, lo reconozco. Tú no lo sabes, ni lo sabías, ni posiblemente lo sabrás, pero fuiste mi escondite durante mucho tiempo.
Cada noche, cada silencio, cada desprecio. Cada segundo que no era feliz, me escondía en ti. Y en los últimos meses fueron muchas veces, demasiadas. Me pasaba más tiempo contigo que con él, aunque viviera a mi lado. Me resultaba más dulce tu recuerdo que mi realidad.
Por las noches, al apagar la luz, él se iba con ella y yo contigo. Dormíamos juntos, pero soñábamos por separado.
Yo recordaba tus besos, tu olor, el tacto suave de tu pelo largo. Caminaba con mi dedo índice y corazón por tu costado, haciéndote cosquillas porque me gustaba ver cómo te agitabas y te reías, levantando la cabeza para que te diera besos. Te mordía los hombros y te pasaba la mano por el pecho, enredando la punta de mis dedos en la pelusilla rubia que te salía. Bajaba por esa línea de pelo y jugaba con tu ombligo.
Él se imaginaba que la besaba el cuello, pero a mí me daba igual, me daba media vuelta en la cama y pensaba intensamente en ti, imaginando que estabas de nuevo ahí, en mi espalda.
Te girabas y me abrazabas por detrás. Te pegabas a mi espalda y me decías que te encantaba que durmiera desnuda todo el año. Pero es que a tu lado nunca era invierno. Tu recuerdo está ligado al verano, a las noches templadas, a dormir sin ropa, a amaneceres dorados que me hacían sentir bien. Así que imaginaba tu torso cálido pegado a mi espalda y tu respiración en mi nuca. Tus manos juguetonas acariciándome el estómago, tus dedos rozando la goma de mi única prenda. Esa forma tuya de agarrarme los pechos y de canturrearme bajito al oído. Me decías que de qué me reía. “de ti”, decía yo. Y tú me llamabas boba y seguías recorriéndome con la yema de tus dedos, con los ojos cerrados y diciéndome que tenía le piel muy suave. Y notaba cómo te excitaba pasarme la mano por la cara interna de los muslos y me besabas justo entre los omóplatos, susurrando que aún era temprano para dormir, o para levantarse o para cualquier cosa. Aún teníamos tiempo. Aún podíamos quedarnos un rato.
Me mordisqueabas la oreja y yo me reía de nuevo. Tú me canturreabas otra vez con ese tono tan bajo y tan dulce que ponías, y hundías la nariz en mi pelo. Me dabas la vuelta y me besabas. Así, con pasión medio contenida, como besabas tú. Y me rodeabas con tus brazos. Yo te seguía los besos, claro. Quién se resistía a esos labios. Te los mordía suave y jugaba con la punta de mi lengua. Te metía las manos en la nuca, me enredaba en tus mechones rubios y me agarraba de tus hombros.
Generalmente a estas alturas él se había dormido. Y soñaría que le llevaba el desayuno a la cama o que la arroparía con una manta o que compartirían un pastel. Por mí, cuanto más lejos mejor.
Yo lo que quería era esas cosas que tú me hacías. Esas que recordaba con detalle. Esas que me hacían estremecer. Ese modo tuyo de suspenderme en el aire con un brazo rodeándome los riñones. Ese modo de abrazarme cuando me tumbaba sobre ti y sentía todo tu calor en cada resquicio de mi piel. Esa mirada que me traspasaba las costillas. Ese gemido suave que me aceleraba el pulso.
Fue mucho tiempo escondiéndome en tu recuerdo para no asumir mi realidad. Muchas noches de ignorar que él no me quería recordando mis noches a tu lado. Mucho tiempo de huir en sueños, de usarte de escudo, de cobijarme en tu memoria.

Él se iba con ella. Yo me refugiaba en ti.  Ahora él se ha ido, no sé si con ella. Y yo no tengo donde esconderme.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

a mi amor

Tuve que elegir y lo hice mal. Como siempre, creo. Así que dudo que te sorprendiera. Te dolió, eso lo sé y lo llevo a mis espaldas día a día. Pero no te pillaría de nuevas porque me conocías mejor que yo misma.
El caso es que tuve que elegir entre él y tú y me equivoqué. Me fui con él. Pero en su momento creí que era lo correcto. Estaba cansada de fallarte, de cometer errores, de hacer las cosas mal mientras tú eras siempre tan perfecto. Estaba cansada de que los dedos acusadores siempre me apuntaran. Estaba harta de ser el huracán en tu tranquila vida. De arrasar con todo, de desatar tormentas, de ser siempre yo la que me equivocaba. Estaba tan harta de cometer errores que pensé que el mayor de todos lo solucionaría. Y me fui con él.
La cosa no duró. Yo seguía enamorada de ti y él no sabía si quererme o no. Pero no pude volver atrás. Aunque lo deseara cada día. Aunque llorara por las noches abrazada a tus cosas. Aunque no me quitara tu anillo ni un solo segundo. No podía volver. No podía cargar con más culpa aún. Ya arrastraba el pasado, no podía con más. Me costaba mirarte a los ojos, me dolía que me quisieras. Me costaba respirar el mismo aire que tú.
Sabía que no te merecía. Que debía dejarte volar, buscar tu destino, tu propio camino, una mujer de verdad que te quisiera sin cometer errores. No fue fácil. Sigue sin ser fácil a día de hoy.
Una vez me dijiste que no estaba enamorada de ti si no de la vida que tenía contigo. Que dependía de ti. Pero no es verdad. Ya no tengo tu vida. Ni siquiera te necesito. Pero te echo de menos cada día. Siento tu vacío.
Y te echo de menos a ti. Echo de menos comer en el sofá y dormirme las películas que te gustaban. Echo de menos  tu forma de despertarme, que por primera vez en mi vida me hacía sonreír por las mañanas. Echo de menos tu paz y tu respirar tan pausado. Echo de menos tu olor en la almohada. Echo de menos esos abrazos que me hacían sentir protegida, aquella sensación de que nada malo me pasaría cuando me agarraba a tus anchos hombros. Echo de menos tenerte cerca. Te echo de menos s ti, aunque no me creas.
Sigo viviendo, claro. Sigo adelante sin ti. Sigo respirando. Pero también sigo soñando que vuelves a mi lado, sin culpa y sin rencores, sin pasado y sin tantos errores. Sueño que por una vez, hago lo correcto y no lo estropeo todo. Sueño que el destino existe y que el amor de mi vida vuelve conmigo para quedarse, para darme la segunda oportunidad que yo no me ofrezco. Sueño que todo sale bien. Sueño que te compenso por todos mis fallos, que te lleno aquellos vacíos y que te hago sonreír de nuevo. Sueño que veraneamos en tu casa del sur y que viajamos a sitios que se nos quedaron en el tintero. Sueño que puedo volver a amarte sin medida. Sueño con besos y con apoyar mi cabeza en tu pecho. Sueño que amas como nadie más que tú me amó jamás.

Y verme de nuevo en tus ojos verdes me llena de ilusión y de esperanza. Un abrazo tuyo me ha dado fuerzas para lo que resta de semana. Tu compañía me ha dado de nuevo la calma, el sosiego. Tu risa me ha devuelto el optimismo. Y sé que volveremos a estar juntos. Lo sé, a pesar de tus dudas, a pesar de que necesito mi tiempo. Lo sé, porque tú y yo, mi vida, mi amor, hemos nacido para estar juntos. Y lo sabes tan bien como yo.