martes, 27 de diciembre de 2016

Repaso de año y buenos deseos para el siguiente

Llevo todo el mes de diciembre con la sensación de ir a toda leche porque llego tarde y aun así, llegar tarde. Que casi siempre tengo un poco esa sensación, pero este último mes está siendo de récord. Primero prisas para mandar el amigo invisible que llegó un poco tarde, pero llegó finalmente. Luego prisas para ayudar a mi madre con el pequeño festival de Navidad que preparó con sus alumnos de la iglesia (persona mayores, que son como niños, pero más lentos). Luego prisas para Nochebuena. Y ahora, prisas para Nochevieja y para Reyes, que no tengo ni un solo regalo comprado. Bien por mí, soy súper lista. El caso es que voy de culo y contra el viento.
La verdad es que en estas fechas me gusta hacer un poco de repaso del año y tal. Propósitos no muchos, porque sé de antemano que no los voy a cumplir y es tontería frustrarse gratuitamente. Yo es que no valgo para hacer planes. Me agobian, me hacen sentir atada y al final salgo corriendo. Odio los compromisos hasta conmigo misma. Así que propósitos para el Año Nuevo que sean factibles: no volarme la tapa de los sesos, no matar a nadie.
Por otro lado, el repaso de este año la verdad es que es un poco... meh. El 2016 no me deja muchas grandes alegrías y aunque tampoco muchas grandes tristezas, sí he tenido bastantes disgustos. Mi único deseo siempre para el Año Nuevo es tener salud, para mí y para los míos especialmente. Los yayos han estado bien, gracias a Dios, a veces creo que son los más fuertes. Mi padre se mantiene en su estado habitual con pequeños bajoncillos a veces, pero está fuerte. Mi madre ha estado bastante fastidiada. Por suerte no es nada grave, grave, pero es un tema sin mucha solución y es un engorro. Me ha dado un par de sustos y de disgustos feos, así que una de las peores cosas del año ha sido verla a ella pocha. Por otro lado lo mismo con Ron. Él está bien, no tiene nada grave, pero vaya año más tonto. Entre que empezó con problemas de intolerancia a las comidas y tardamos media vida en dar con la adecuada y luego las historias del riñón que conté en su momento, he estado muy angustiada por él durante meses enteros. Y eso ha empañado cualquier cosa buena que pudiera pasar en esos momentos. Por terminar con las cosas regulares, no he encontrado trabajo de lo mío ni de nada que me gustara un poco. He tenido un montón de gastos imprevistos que me han achuchado los meses más todavía. Y reconozco que mi estado anímico no ha sido el mejor.
En fin, nada demasiado grave, así que lo dejaremos pasar.
Por supuesto este año también ha tenido cosas buenas. Bombita se casó y es feliz. Reichel tuvo su peque sano y estupendo. He tenido dos quedadas con los blogguer que me dan la vida y han sido de lo mejor de este estúpido bisiesto. Al final he llegado a un acuerdo con mi padre para trabajar con él en su pequeña empresa y aunque no puedo decir que el trabajo me fascine, me da una pequeña motivación. Me he cortado el pelo, haciendo frente a un miedo absurdo que me había atado a una coleta hasta la cintura durante años. Y he sobrevivido. He enfrentado batallas, he luchado y he aguantado estoicamente.
Resumiendo, no ha sido el mejor año del mundo, pero no ha sido de los peores.

Y bueno, para el 2017 me reitero en pedir salud. Para mí, para mis padres, mis yayos, mi Ron, mis amigos, mi Ross, mi gente, para todos. Con salud todo se puede. Con salud el resto importa menos. Si se puede, mejorar la situación laboral o económica sería estupendo. Y estar más tranquila, más feliz, tener las ideas más claras. Pero eso es complicado. Para vosotros pido lo mismo, que tengáis salud, que seais felices, que cumpláis sueños y deseos y que las cosas buenas superen con creces los malos ratos. ¡¡MUY FELIZ 2017!! Nos leemos el año que viene.


sábado, 17 de diciembre de 2016

Las ronchas

Esta picante historia (y no precisamente por la acepción guay de la palabra, si no por los picores mortales que he sufrido) comienza hace ya meses. O años. O qué sé yo. Se supone que yo siempre he tenido la “piel sensible”. No llega a ser atópica, no llega a ser algo diagnosticable... pero si no me embadurno en crema tras cada ducha, la tengo seca, tirante, se me descama, me pica y se pone roja. Por supuesto, no puedo usar cosméticos que irriten, ni cosas fuertes, ni hacer experimentos. Tengo que ir con cuidadito para no despellejarme como una serpiente en época de muda. Y aún así, cuando me doy un golpe, me pica un bicho, me rasco un poco más de la cuenta o me roza algo dos veces seguidas, ya la hemos liado. En fin, qué le vamos a hacer. A cambio no me quemo con el sol a pesar de ser muy blanca (no lo tomo jamás porque odio ponerme morena, pero podría) y cuando está en buen estado tengo una piel muy fina y muy bonita.
Decía que la tortura empezó hace unos meses que me salieron unas ronchas extrañas que se ponían rojas, se descamaban, se hacían herida y cuando curaban me quedaba una cicatriz oscura, como una mancha horrible. Nunca en mi vida había visto algo así. Y no reaccionaban a nada, ni cremas, ni jabones, ni cortisona... nada. Fui al médico de cabecera. Me mandó al dermatólogo número 1. Dermatólogo1 me miró con cara de sospechar que yo fuera reptiliana en proceso de transformación. Me mandó una crema, me dijo que me hidratara mucho y me mandó a casa. Y que si no se me quitaba en dos semanas, volviera.
A las dos semanas, volví, claro. Como dermatólogo1 no parecía saber qué me pasaba, pedí cita con otro. Dermatólogo2 resultó ser gilipollas integral. Me dijo que mi piel era así de toda la vida y que no me habría dado cuenta. Le dije que no soy ciega y que no había tenido esas ronchas tan horribles en mi puta vida. Me dijo que seguro que tenía la parte trasera del brazo y las nalgas llenas de granitos pequeños. NO. Me dijo que no me habría dado cuenta. Me dijo que seguro que de pequeña había tenido engordaderas. NO. Me dijo que ni mi madre ni yo nos acordaríamos. Me dijo que ya que me ponía pesada (WTF!!) me mandaría una biopsia. Y me echó de la consulta.
Tres semanas después me llamaron para la biopsia. Las ronchas habían desaparecido y con las cicatrices no se podía hacer nada.
Volví a mi doctora de cabecera. Me dijo que si me volvía a pasar, fuera a urgencias.
Hace cosa de 15 ó 20 días, me empezaron de nuevo a salir esas ronchas pero más pequeñas. Me cagué en la puta de oros y en el rey de bastos. Antes de que me diera tiempo a hacer nada, me empezó a salir un sarpullido. Me di la crema de siempre de los sarpullidos y no me hizo nada. Me lavé con jabones especiales y no me hicieron nada. El martes pasado, que era festivo, estaba ya llena de granos desde el cuello hasta las ingles. Fui a urgencias al ambulatorio. Doctor chino me dijo que me fuera al Clínico a dermatología de urgencias. Allí descubrí que en el Clínico no hay urgencias de dermatología desde hace 15 años. Aplausos y ovaciones. Fui, me tomaron la tensión, la temperatura y me hicieron preguntas rutinarias. No había comido nada raro, ni medicamentos, ni jabones, detergentes, suavizantes, ropa nueva... nada. Me pasaron con el médico. El médico me pinchó un polaramine en el culo, me dejó coja, me dio una pastilla para el día siguiente y me consiguió cita para dermatóloga3 para la mañana siguiente.
Dermatóloga3 no me miró, ni me tocó, ni le interesó en absoluto lo que yo le contaba después de hacerme esperar 40 minutos “porque no me tenía en la lista” y después de tener que esperar al lado de un tipo que se arrancaba costras y me las tiraba encima. Gracias, por cierto, fue muy poco perturbador ver tu hoja de exámenes de pus, costras, hongos y demás mientras arrojabas excrecencias a centímetros de mi pierna.
Dermatóloga3 lo único que me miró fue una de las ronchas primigenias que se descaman y mandarme de nuevo una biopsia. Le expliqué que para cuando me llamasen, se habrían convertido en cicatrices, pero no pareció importarle lo más mínimo. Del sarpullido, a pesar de ser más que escandaloso, no hizo mención, “porque ya se quitaría con el tratamiento del día anterior”.
Una semana después, la manta de granos rojos no se me había quitado y cada vez me picaba más y se extendía por las piernas y los brazos. Después de dos noches bastante malas, una de ellas sin poder dormir nada por los picores y los pinchazos, volví a urgencias a mi ambulatorio. Mi doctora de cabecera me puso una inyección de polaramine y otra de urbasón haciendo que anduviera como Chiquito de la Pradera durante el resto del día.
A día de hoy los granos han remitido bastate por el urbasón, que hizo efecto casi inmediato, pero no descarto que vuelvan cuando se pase todo el efecto ya que no han desaparecido. La piel la sigo teniendo irritada y lejos de su estado habitual. Me han mandado unas pastillas para la alergia que no me puedo tomar porque tienen lactosa y lo que es bueno para el bazo es malo para el espinazo. Además, ni siquiera está claro que lo que tengo sea una alergia y no algo tipo autoinmune. Desde luego, no me han llamado para la biopsia y las ronchas están casi convertidas en cicatrices. Empiezo a parecer un dálmata.

Y sé que no tengo muy buena suerte con los médicos en general, pero coño, no me puedo creer que esté inventando una enfermedad nueva. No quiero pensar que dentro de unos años alguien tenga un sarpullido y le diagnostiquen un Naar. Además, estoy hasta el gorro. De picores, incomodidades, gente que te dice que a su tío del pueblo le pasó algo parecido por comer gambas y de que me sugieran ir por lo privado, cuando tres dermatólogos y tres médicos más no han tenido ni puta idea de lo que es, como si al ver el dinero se les fuera a encender la bombilla por arte de magia. Estoy harta de llenarme de manchas, de tener cicatrices sin comerlo ni beberlo y de no saber qué cojones me pasa.

Total, que estoy mu jarta.


miércoles, 14 de diciembre de 2016

Coches y recuerdos

El otro día, por una conversación que no viene al caso, mi padre y yo terminamos hablando de coches. A los dos nos la pelan mucho los motores, los modelos y blablablá. Un coche es, aparentemente, una caja con ruedas que te lleva de aquí para allá y poco más. Sin embargo, reconozco que yo siento algo especial por el mío. Es tan mono, tan pequeño, tan abollado, tan viejo, tan sucio y tan fiable y tan potente que me hace sentir bien. Es mío, es la mejor cosa material que tengo. Y lo mola todo. Además, como casi todas las cosas buenas de mi vida, llegó en un momento jodido, cuando estaba a punto de tirar la toalla, cuando estaba ya hasta el moño de todo. Llegó, como un rayo de luz. Y me enamoré de él. Qué mono mi coche.
Mi padre, por su parte, de joven empezó a conducir un seat 600 la tira de viejo que tenía mi abuelo paterno y ya no usaba porque se había comprado otro mejor... un seat 127. Mi padre y Tíopaterno se turnaban el 600 hasta que el pobre coche dijo que ya bastaba y no sé muy bien qué fue de él. Entonces mi tío se compró un Chrysler rojo precioso y mi padre heredó el 127 porque por desgracia, mi abuelo cayó enfermo y ya no se recuperó.
El 127 duró años. Muchos años. Tantos que ya estaba un poco cascado y mis padres se compraron uno mejor, más grande y más cómodo. Se compraron un Fiat Tipo horrible, blanco y cuadrado como un panzer. Pero lo dejaron para las vacaciones, viajes largos y demás. Mi padre usaba el 127 a diario y su plan era que durase lo suficiente como para que yo aprendiese a conducir con él. Incluso se informó en especialistas para seguros de coches clásicos porque el pobre trasto contaba ya con sus 20 años cuando yo aún era una adolescente. La verdad es que el cochecillo iba tirando, pero a mí me daba un poco de corte cuando me iba a llevar al colegio con él. ¿Por qué tenía mi padre que ser tan cutre? Luego entendí, con los años y tal, que le tenía cariño porque era de las pocas cosas que le quedaban de un padre que se fue demasiado pronto.
El caso es que yo no llegué a conducir el 127 por poco tiempo. De hecho, justo se averió irreparablemente cuando yo tenía los 18. Creo que el pobre coche pensó en la idea de otra novata más a sus espaldas y se rindió. Total, que yo aprendí a conducir con el Fiat Tipo del demonio. Ese coche y yo nunca nos caímos bien. Era un coche pesado, enorme y muy poco práctico para alguien que está empezando. Además ya tenía sus doce o trece años y tenía varias taras que mi padre se empeñaba en no ver. Cosas como que no frenaba bien, que se iba a la derecha, que el aire acondicionado no funcionaba, que olía siempre a gasolina o que el tubo de escape se caía cada dos por tres. Yo lo iba reparando como podía, pero entre las chapuzas y lo muchísimo que gastaba en gasolina, me dejaba el sueldo del mes en el maldito coche que cada dos por tres me dejaba tirada.
Entonces, entre un poco que tenía ahorrado y otro poco que me pusieron mis padres pude comprar el mío. Y oh, qué gloria. Un coche pequeño que cabía en todas partes, que consumía poquísimo, que no se calaba cada dos por tres, que frenaba en seco si hacía falta y que no era blanco y cuadrado. Amor total.
Al final, el año que el Tipo cumplía los 20, se lo robaron. Como el carro de Manolo Escobar, pero en versión coche feo. Otra vez mi padre sin poder usar los seguros de coche clásico. Una lástima. Yo creo que el robo fue un acto divino porque aquello era más un peligro sobre ruedas que otra cosa, pero a mi padre le dio mucha pena. Y ahora, de nuevo con los años, le entiendo. A los coches se les coge cariño. Te acuerdas de las cosas que has vivido en ellos. Mi coche, a parte de llevarme de aquí para allá, es parte de mi juventud y de mi vida. Recuerdo las risas el día que nos metimos siete, cuando dos amigos se intercambiaron los pantalones en la parte de atrás, cuando hacíamos el tonto, cuando gritábamos por las ventanillas. Recuerdo los viajes que he hecho, la gente que lo ha conducido, las canciones a voz en grito agarrada al volante. Y no me gustaría que alguien me robara eso.

Los coches son como las casas, sólo son cubículos hasta que tú los llenas de recuerdos y los haces realmente tuyos.  

lunes, 12 de diciembre de 2016

Cumpleblog y Amigo Invisible

El sábado este humilde blog cumplió seis años. Y parece que no, pero son unos pocos. Creo que es de las cosas que más han durado en mi vida. Porque yo soy muy así, de que me den aires, ahora por aquí, ahora por allí. Que lo mismo hoy creo que la pasión de mi vida es pintar y mañana descubro que no sé dibujar la O con un canuto y lo dejo, sin dolor ni remordimientos ni ná de ná. Que olvido su cara su nombre su loquesea y pego la vuelta. Pero mira, con el blog no. De momento al menos. Llevo aquí seis años contando mis miserias y mis grandezas y no me he cansado. Así que me felicito, a mí misma y a mi blog de mis entretelas.
Y lo mismo que me felicito me echo la bronca. Sé que soy lo peor de lo peor, pero aún no he enviado el regalo de mi amigo invisible. Y está fatal por mi parte, pero tengo justificantes médicos al respecto. Ya contaré con más detalles, pero estoy en medio de un proceso de ronchas, granos, picores y erupciones de origen desconocido que me han llevado a urgencias, a tres dermatólogos y al borde de un puente desde donde valoré la posibilidad de lanzarme al vacío. En todo caso, entre eso y un proyecto en el que me he embarcado sin mucha gana, pero enfinquélevamosahacer, estoy de cabeza. Por suerte, sé lo que voy a regalar y sólo tengo que ir mañana a por lo que me falta, empaquetarlo y enviarlo. Espero que se me perdone el retraso, aunque los que me conocen ya me lo perdonan de por sí.
Yo por mi parte sí he recibido ya unas cositas muy monas de parte del mío, que seguro que por la foto ya os podéis imaginar quién es. Me ha regalado el disco recopilatorio de WhiteSnake que lo mola todísimo y ya estoy yo con mi pista 9 del primer CD desgañitándome viva, es una de mis canciones favoritas de todos los tiempos (aquí versión original y no mis graznidos). El Ross no parece muy contento con este regalo porque los CDs van directamente al coche, que es mi refugio y mi lugar de escuchar música a todo trapo y disfrutarla como una enana y si él monta, le doy el viaje. En fin, que se compre su propio coche, oye. Y además, no es mi culpa que tenga un gusto musical pésimo con su hause y su progresive y sus ruidos insoportables. Yo estoy feliz y el regalo es mío, así que hala. Y además cuadernito, tarjeta y paraguas de chocolate. No se puede pedir más. ¡¡Mil gracias!!




lunes, 5 de diciembre de 2016

Premiando espero

Estamos a 5 de diciembre, el sábado este blog cumple 6 años y no he recibido una cosita que quería sortear para tener un pequeño detalle con los lectores, que son la base de este sitio. Y no sé si llegará porque con las fiebres de diciembre y sus compras compulsivas, lo mismo está el tráfico de paquetes atascado. Igual hay un milagrito y en lo que queda de semana, aparece en mi buzón la solución en forma de pareado. Cruzad los dedos.
En fin, mientras lo pienso y tal, os dejo con un premio  que me ha dado Eva con unas preguntas. Ya sabéis que yo no nomino, ni paso el premio ni puñetas en vinagre, pero respondo encantada y breve de la vida.


1.- ¿Cuándo y por qué empezaste con tu blog?
Dentro de poco hago seis años. Antes tenía otro y lo empecé porque estaba agobiada y necesitaba desahogarme. Luego me separé del desequilibrado y entonces quise hacerme otro nuevo para que ni lo pudiera encontrar, ni tuviera recuerdos de él ahí metidos. Era una forma más de empezar de cero.

2.- ¿Qué esperas de él?

Ya me ha dado mucho más de lo que podría esperar, amistad, amor, viajes y todas las cosas buenas que se puedan imaginar. No puedo pedir más porque sería avaricia.


3.- ¿Qué esperas, o te gustaría encontrar, en los blogs que visitas?

Que me entretengan, que ofrezcan opiniones o vivencias interesantes. Sólo pretendo entretenerme.

4.- ¿Cómo descubres nuevos blogs, a través de qué vías? Si es que los buscas.

Pues depende, pero generalmente porque los amigos de mis amigos son mis amigos. Otros blogger leen o comentan otros blogs, a veces los visito y si me gustan, me quedo.

5.- ¿Cuál ha sido tu post que más éxito ha tenido? ¿A qué lo atribuyes?

No tengo ni idea y la verdad es que me da igual. Con que alguien me comente, me diga que se ha reído o que le ha gustado un post, me doy más que por satisfecha. No escribo para conseguir números.


6.- ¿Tus publicaciones están relacionadas con tu profesión (o son directamente parte de tu profesión), o es una afición completamente aparte?

Generalmente no. Mi profesión está estancada porque no trabajo en ella. A veces doy opiniones sobre ciertos temas basadas en lo que sé, en lo que he visto, en lo que estoy formada... pero no muy a menudo. Para mí esto es parte de mi ocio, es sólo un hobby.

7.- ¿Crees que blogger puede ser una profesión?

Hoy en día cualquier chorrada es una profesión.


8.- ¿Qué piensas de las "nuevas profesiones", nacidas alrededor de las redes sociales?

Repito, que hoy en día a cualquier chorrada le llaman profesión. Si la gente consigue dinero haciendo lo que le gusta, bien por ellos, pero vamos, de ahí a que sea exactamente “una profesión”...


9.- ¿Planificas tus publicaciones? Semanalmente, mensualmente... o ¿publicas lo contenidos según los generas?

No, escribo según me sale, según me apetece o según me da el aire. Para planificar estoy yo, que no sé ni lo que voy a comer mañana.


10.- ¿Moderas los comentarios que se dejan en tu blog? ¿Por qué?

Tengo cerrados los comentarios anónimos porque el anonimato desata las pasiones de los gilipollas, pero por lo demás no. Que cada uno diga lo que quiera.


11.- Para leer, para escribir, ¿papel o electrónico?

Prefiero el papel, tengo un libro electrónico y no sé por qué, no me terminan de enganchar los libros en ese formato. Para escribir casi prefiero el ordenador por pura comodidad, pero aún así como coger papel y boli no hay nada.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Me echo de menos en ti

El caso es que ya casi nunca pienso en ti. Estoy muy ocupada, tengo la cabeza llena de gente, de fechas, de datos, de números casi siempre rojos. Estoy ocupada, tirando cada día de las cuerdas del corsé que me sostiene, que sujeta los pedazos en los que estoy rota para que parezca que no, que sigo de una pieza. Estoy ocupada con una vida que no me convence del todo, pero que efectivamente, me ocupa.
Pero hoy, en medio de la lluvia y el frío que sumen esta ciudad en el caos, has aparecido de la nada, con todo tu descaro, echándome a patadas de mi presente para hacerme rodar hasta el pasado. Ese pasado en el que era verano, en el que hacía más sol, en el que hacía calor, en el que no estaba tan ocupada ni tan rota.
Y es que a veces, me echo de menos en ti. Porque hoy me he dado cuenta, mientras casi podía oír tu risa en el asiento del copiloto. No te echo de menos a ti. Tú ya no eres el que yo recuerdo, pero me da igual. Lo que me escuece un poco es que yo ya no soy la que tú recuerdas. Ya no soy tan joven, ni tan guapa, ni tan despreocupada. Y echo de menos aquella que era antes de romperme y reconstruirme mil veces, aquella que no estaba tan ocupada. Aquella que era. Echo de menos mi pelo largo, mis pantalones rotos, mis aros en las orejas y mis uñas pintadas de negro. Echo de menos la que era en ti.
En todo caso, he seguido conduciendo. No me iba a quedar parada en mitad de esas calles por mucho que me hablen de ti, de mí, del verano y del sol. Por muchos recuerdos que traigan, a nadie le importa eso. No puedo quedarme quieta a mirar la esquina donde me abrazaste levantándome del suelo. Bastantes problemas tiene Madrid cuando llueve como para añadirles la nostalgia. Y a veces me pregunto si podría vivir en otro sitio. Si sería más fácil una ciudad más pequeña, menos hostil, menos llena de recuerdos y de fotografías pasadas. Luego acelero de nuevo, cuando se abre el semáforo, y supongo que no. Ya me he fundido con el paisaje, soy parte del anonimato, de la indiferencia, de la ansiedad y el caos que reina. Y ella es parte de mí, con mis recuerdos pegados a las esquinas, a los bares, a los edificios y los rincones donde no llegaba la luz de las farolas. Madrid ya es sólo uno más de los pedazos que aprieto dentro de mi corsé para que no se desparramen por el suelo mojado del otoño.

El caso es que ya casi nunca pienso en ti. Entre otras cosas, porque eso implica pensar en mí. Pensar en el verano no tiene mucho sentido cuando los otoños se siguen sucediendo, cuando siguen llegando los inviernos uno tras otro. Para qué recrearse en el pasado si el futuro viene a cogernos por el cuello. Y sin embargo, a veces añoro el sol en mitad de los días lluviosos. A veces, sólo a veces, me echo de menos en ti.