Como yo los sentimientos suelo expresarlos en forma de cabreo aunque no sean cabreo exactamente, voy a seguir con la estela despotricadora que traigo últimamente. Voy hasta a meterme en el farragoso mundo de la política, aunque no es un tema de ideologías, es de lógica. En este caso le toca recibir a una del PP, pero si hubiera sido del PSOE le hubiera dado la misma caña o más. Así que nadie se crea que me decanto por un lado. Que una sigue antipolítica y anarquista hasta la médula.
Hace ya algo más de una semana que ocurrió
lo del Madrid Arena. Vayan por delante mis condolencias a las familias. La muerte de un adolescente siempre es una desgracia. La muerte de cuatro es una tragedia.
Ahora bien, yo la mayor parte de las veces que pasan cosas, me pregunto si yo era la única que las veía claras como el agua. Porque no creo que pueda ser tan lista. Y me resisto a creer que los políticos, la policía, los dirigentes, los responsables y el resto del universo no se enteren, o lo que es peor, que se enteren y se la pele por completo lo que pase. Me cuesta imaginarlos mirando por la ventana de su despacho y silbando como el que finge disimulo, mientras las vidas de su pueblo, de la gente que les ha votado está en riesgo.
Y es que era obvio que esto iba a pasar en cualquier momento. Hace muy pocos días, el 22 de septiembre para ser exactos, ya hubo una
avalancha de gente en el Madrid Río que se saldó con 60 heridos. Pero no hubo muertos. Así que no cuenta, supongo. Debía haberse muerto alguien y lo mismo así habían empezado a pensarlo. Sesenta heridos no es nada. Aquí hace falta sangre, carnaza, muertos. Si no, lo pasamos por alto.
Y por supuesto, esta avalancha del Madrid Río no fue la primera. Un par de semanas antes estuvo mi amiga Pa en semejante sitio y me llamó al día siguiente para decirme que lo había pasado mal, que se había agobiado, que había tenido miedo y que aquello era muy peligroso. Pero naaaaaada… qué más da. Nadie hace nada. Dejemos que siga pasando. Luego hay muertos y nos llevamos las manos a la cabeza. Ay, cómo ha podido pasar. Y entonces sí, entonces todo son medidas, normas y cosas que se promueven a bombo y platillo para que se vea lo mucho que hacen los políticos por nosotros.
Pero insisto en que esto pasa cada fin de semana en ciertos sitios. Yo misma, que soy una rancia y sólo salgo de fiesta si me obligan, hace unos años viví una nochevieja de pesadilla en un sótano en la calle San Bernardino en el que nos habían metido como enlatados. Tardé un par de horas en irme a mi casa con nauseas, mareos y una ansiedad considerable. Y sé de muchas fiestas en las que se forma un follón importante, rozando o sobrepasando con demasiada frecuencia el límite de lo peligroso. Y quien dice fiestas dice conciertos, macrobotellones tolerados, firmas de discos, eventos deportivos y actos diversos. Son muchas las ocasiones a lo largo de cada mes que congregan a cientos o miles de personas en recintos poco o nada preparados para ello. Pero lo vemos como normal. En Madrid al menos estamos acostumbrados a los tumultos hasta el punto de que si un sitio no está lleno de gente, es que no mola. Si un concierto no rebosa gente, ha sido un fracaso. Necesitamos esa masificación sin ser del todo conscientes del peligro real que corremos. Yo soy una claustrofóbica absoluta y jamás me meteré en un jaleo de esos por gusto, pero quizás esta desgracia no sea la última. Porque los aforos se superan siempre en las fiestas. Siempre hay overbooking, se diga lo que se diga. Y porque la mayor parte de los sitios no están bien acondicionados. Y porque los de seguridad no son tal, son sólo gorilas con pinta de mafiosos y malas formas que se creen los amos de la noche y que no velan por la seguridad de nadie. Pero, según la señora alcaldesa de Madrid, a la que voy a poner tupida ahora mismo, la desgracia del Madrid Arena fue poco menos que culpa de los que estuvieron allí por no respetar los flujos de movimiento que debía haber habido dentro del recinto. O sea, por favor, mueran de forma ordenada. No vayan a amontonarse donde no deben.
Y ahora bien, ya he denunciado el hecho de que esto pasa cada dos por tres y nadie hace nada, nadie parecía saber nada, a nadie le importaba nada. Ahora me voy a cebar con la alcaldesa de Madrid. Porque me da vergüenza, pero vergüenza absoluta que esa tía represente nada de mi ciudad. Lo primero es que esta mujer ha ido trepando en el PP por la excelente razón de ser la mujer de Aznar. Grandes credenciales las suyas. A fuerza de explotar el asunto llegó a concejala. Se hizo la picha un lío tratando de explicar sus razones contra el matrimonio gay con
peras y manzanas. Y ahí, dale que te pego a medrar hasta que por fin, le sonó la flauta cuando Gallardón, el alcalde electo en Madrid tuvo que dejar su puesto para tomar la cartera del ministerio de justicia cuando Marianico el re-corto subió al poder. O sea, señora, que usted no es alcaldesa por votación popular. Ha sido puesta ahí a dedo. Cosa que en Madrid ocurre con una impunidad absoluta, porque el presidente de
la Comunidad tampoco es el que se votó. Se eligió a Esperanza Aguirre, pero ahora va y se pira y nos ponen a otro que no lo conoce ni su padre. ¿Y quién se queja? ¿Quién dice algo? Porque ahora tenemos una alcaldesa y un presidente que no han sido elegidos democráticamente, si no puestos ahí porque sí, repito: a dedo. Y es que, señores del PP, sigue gobernando el mismo partido, pero no el mismo candidato que se decidió si votar o no. Y no es lo mismo. Cuando uno vota a un candidato, es por algo. Déjennos elegir. Y si ese elegido se va, dennos la oportunidad de volver a decidir quien nos gobierna. No nos lo impongan aún más de lo necesario. Que esto ya es cachondeito.
Pero bueno, ahí está la señora Botella con su más que dudosa subida al poder. Y por primera vez ocurre algo realmente serio en Madrid desde que ella está ahí. Porque hasta ahora, sí, heridos, problemas, huelgas, paros, violencia callejera, agresiones policiales, revueltas en el congreso… nimiedades. Repito, aquí o muertos o nada, a juzgar porque nunca ha se ha presentado a dar la cara ante ninguna circunstancia. Y esta vez, por fin se la pintaban calva para ganarse mínimamente el respeto de unos ciudadanos a los que representa injustamente.
Podía haber salido a dar explicaciones. Haberse acercado al lugar de los hechos. Haber hablado con las familias. Haber demostrado que está para servir al pueblo. Que no eres señora ni soberana, estás a nuestro servicio, Ana Botella. Que es algo que los políticos no les entra en la cabeza. Que no son señores feudales paseándose por sus tierras y mangoneando a sus súbditos. Que están para velar y proteger al ciudadano. Que no son jefes, son nuestros empleados. Que les hemos puesto ahí y deberíamos poder quitarles. Que no ven que nos están empujando a montar una revolución y poner una guillotina en la plaza pública. Pero no. A esta sinvergüenza apenas se le ha visto el pelo hasta una semana después, que ha aparecido con una altanería despreciable y con una estúpida y desafiante sonrisa que con gusto le habría borrado de un sopapo. Y nos dice, con todo su coño, que hacerse un viaje a Portugal a un spa de lujo en los días de la tragedia no es asunto nuestro porque pertenece a su vida privada. Y que ella piensa en sus problemas y trabaja mucho esté donde esté. Aunque sea remozándose en barros o recibiendo masajes o lo que quiera que hiciera en el spa junto a su señor marido el del bigote. Y respetuosamente, señora Botella, se podía haber ido usted a tomar por el culo. Mientras había tres niñas muertas, una agonizante que finalmente falleció y un buen montón de heridos, usted debía haber estado al pie del cañón. Y si tenía un viaje reservado, se jode. Porque ese es su trabajo altamente remunerado. Porque para eso está ahí en un puesto que ni siquiera se ha ganado. Y me repatea las tripas ese “NO” asqueroso y arrogante que suelta con su sonrisa de imbécil cuando le preguntan si ha pensado en dimitir. Es difícil ver las
imágenes de la rueda de prensa y no sentir como mínimo, indignación, aunque en mi caso, asco es poco para describir lo que siento.
Así que, me va a permitir, que use las palabras que hicieron famoso a su marido y las utilice en su contra, pero váyase, señora Botella, váyase. Y añado yo, váyase, pero a la mierda. Y no hace falta ni que vuelva, oiga.