Estoy con la regla. Y eso es malo. No para mí, que también. Es
malo, así en general, malo para el mundo.
Hace un par de días me levanté después de haber dormido tres
horas. Duermo fatal cuando estoy con la
regla porque me duele todo, estoy hinchada como un globo, tengo calor, tengo frío,
tengo calor, mucho calor, muero de calor, me destapo, me quedo helada, me tapo,
sudo. Y doy vueltas a las cosas, me pongo nerviosa, me agobio, me como las
uñas, me agobio más, pienso en lo que no debo, me destapo de nuevo, doy
vueltas, pego patadas, despierto al gato… Soy un una maravilla, un remanso de
paz.
Total, que me levanté ojerosa y malhumorada, sin ganas de
vivir. Y yo cuando no tengo ganas de vivir, hago cosas de bricolaje o limpio
compulsivamente en rincones absurdos, obsesionada por encontrar arañas enormes
agazapadas, esperando su oportunidad de comerme.
Dicho todo esto, me estoy empezando a preguntar cómo puedo
estar soltera, si soy una joya.
El caso es que después de limpiar el mueble nuevo que había
montado el día anterior con el Ross y rellenarlo con las cosas que había en la
estantería antigua, reordenar las otras estanterías y limpiarlas a fondo en
busca de las arañas que nunca encuentro, me quedé mirando la estantería que me
sobraba. Agarré mi sierra de calar y la
corté por la mitad. Así, sin pensarlo dos veces, entre contracciones
menstruales, sofocos menopáusicos y locuras transitorias hormonales, convertí
una estantería alta en dos medianas.
Ayer me levanté algo mejor, pero por la tarde me aburría y
decidí limpiar el mueble grande del salón por dentro (otra vez) y ordenarlo
mejor. Lo saqué todo, lo ordené en cajas y bolsas etiquetadas. Reordené y
seleccioné la ropa. Usé una de las partes de estantería para hacer un zapatero
de lo más apañado. Fregué todas las copas y los vasos que tengo y los coloqué
en la vitrina nueva. Cambié las cazuelas de sitio. Le grité al Niño Chico por
algo que ni recuerdo (lo dicho, soy una joyita) y volví a agarrar mi sierra de calar para
recortar un poco más el otro cacho de estantería y convertirla en un mueble
para la entrada.
Pero, oh, desgracia, oh, infortunio, mi sierra ha muerto. Contando
con que me costó 7 euros y que he serrado todo lo que se me ha puesto por
delante en las últimas semanas, no es una sorpresa… pero oye, es un fastidio. Además
que huele a chamuscado y sale humillo, por lo que deduzco que igual no vuelve a
funcionar nunca. Pensé en llamar al Niño Chico y volver a gritarle, pero pensé
que igual no estaba por la labor. Así que recurrí a mi otro hombre para casi
todo.
-
¡¡Ross!! ¿tienes sierra de calar en el curro?
-
Yo qué sé… sí.
-
Traémela mañana.
-
¿Mañana? Jo, me viene fatal porque…
-
¡¡Mañana!!
-
Pero es que entreno por la tarde y …
-
¡Ross! ¡Ma-ña-na!
-
Pero es que el viernes es el torneo de rugby y tengo
que ir cargado al curro con un montón de cosas como para encima llevar la
sierra…
-
¿Te estoy preguntando? ¡La quiero mañana!
-
¿Sigues con la regla?
-
¡¡¡Eso no tiene nada que ver!!!
-
Vale, mañana te la llevo, pero ten cuidado, que es
bastante potente y tú estás un poco… así como… desquiciada.
-
¿¿Quién?? ¿Yo? ¡¡¡¡Joder, Rooooooss!!!!
-
Bueno, hala, que te dejo, que tengo cosas que hacer. Recuérdame
mañana lo de la sierra. Un beso.
El pobre después de 15 años ya me conoce y es inmune a mi
ira. Y sabe que cualquier cosa que haga o diga será utilizada en su contra. Y
estaré armada con una sierra eléctrica.
En fin, por si acaso, manteneos alejados de mí. Mucho. Ya os
avisaré cuando mis hormonas vuelvan a norm… cuando el Ross se lleve de nuevo la
sierra y ya no sea tan peligrosa.