Hace un par de semanas fui a buscar a
mi madre a casa para ir a hacer unas cosas de trabajo. Al llegar y
aparcar el coche, veo que hay dos tipos con una pinta un tanto
sospechosa en el portal. Me acerco, llamo al telefonillo, mi madre
dice que ahora baja y los tíos ahí, apostados en la puerta. Mueeeg,
qué poco me gusta.
Me volví al coche para mandar un
mensaje a mi madre y decirle que había dos mendas en la puerta y que
no me gustaban un pelo, pero no me dio tiempo. Según estaba sacando
el móvil, mi madre sale del portal y estos tipos le cortan el paso.
Salí del coche como impulsada por un resorte, móvil en mano y
tratando de recordar en décimas de segundo cómo se las apañaba
Bruce Lee para pelear con veinte malos a la vez. A la vez que llegaba
al lado de mi madre y los tipejos contra los que iba a tener que
pelear a machete malayo, me di cuenta de que yo no soy Bruce Lee, que
peso 45 kilos, que no sé artes marciales y que ni siquiera he visto
la serie de Kung Fu. Minucias. Me liaría a patadas en las espinillas
si hacía falta.
Justo a la vez que saltaba a su lado a
voz de “¿Qué coño pasa?” los tíos se echan mano a sendos
bolsillos y nos plantan unas placas en las narices. Policía secreta.
No pude evitarlo:
- ¡Y tan secreta! ¡Como que he pensado que eran un par de delincuentes! Menudo susto me han dado. Igual deberían ser un poco menos secretos, coño. Dos tíos esperando en un portal, pues vaya, como para fiarse.
Estúpidos policías, siempre termino
enfadándome con ellos. Me miraron con mala cara, pero empiezo a
pensar que es la cara normal en esa profesión. Luego nos pidieron
entrar al portal a comprobar una identidad en los buzones.
Y entonces me dio por pensar lo que
pienso siempre de los policías: que igual eran de esos polis más
majetes que se arrancan los pantalones de velcro y te enseñan la
porra. Aunque claro, no iban vestidos para la ocasión. Porque yo no
soy muy fan de los uniformes, pero un pantalón de bolsillos y un
plumas sin mangas en plan chaleco de quinqui no ponen a nadie.
Definitivamente, no me gustaban estos dos tipos, ni como policías,
ni como boys.
- ¿Y usted vive aquí? - le dice uno a mi madre.
- Sí, desde hace 36 años.
- ¿Conoce a los vecinos?
- Sí, porque somos muy pocos.
- Y ellos la conocen a usted, claro.
Mamá, por el amor de Dios, qué has
hecho. Porque o has cometido un delito chungo (que conociendo a mi
madre lo peor que se me ocurre que haya hecho en su vida es ir sin
gafas y saludar a quien no conoce) o has contratado a los peores boys
del mundo.
Para rematar el asunto, uno de ellos se
sacó una hoja del bolsillo y nos enseñó una foto diminuta en
blanco y negro.
- ¿Conocen a este señor?
- Sí, es el vecino nuevo de abajo. Compró el piso antes de verano.
- ¿Y qué nos puede contar de él?
- Pues que es un señor un poco raro, muy nervioso, con comportamientos extraños... - mi madre se encoje de hombros. - pero tampoco tenemos mucho trato, hola y adiós.
- Saluda siempre, así que seguramente sea un criminal.
Los policías nunca entienden mis
bromas. Qué gente con más poco sentido del humor, joder.
Definitivamente no eran de los polis simpáticos que se arrancan los
pantalones, esos suelen sonreír más. Estos eran de los que no me
gustan, de los que hacen mucha pregunta pero no se quitan nada, no te
enseñan la porra y no te ríen las gracias. Memos.
El caso es que nos hicieron unas
cuantas preguntas más y nos pidieron encarecidamente que no
dijéramos nada a ningún otro vecino. Que no le comentásemos nada
al interfecto que andan buscando. Y que mejor si nadie se enteraba de
que habían estado por allí. De ahí debe venir lo de policía
secreta.