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martes, 4 de octubre de 2022

Vendaval en la memoria

 

Nunca fui de querer cosas en abstracto y quedarme con el que llegara para cumplirlas. Por ejemplo, nunca quise un gato. Quise a Ron cuando le vi. Y más tarde, no quise otro gato. Quise quedarme a Maya en cuanto toqué su cabecita negra. Tampoco jamás quise casarme, así en general. Quise hacerlo cuando el Dorniense y yo lo hablamos y supimos que era el momento. Y desde luego nunca quise una aventura, ni una pasión absurda, desatada y desestabilizante. Pero te quise a ti cuando me sonreíste y me miraste a los ojos por primera vez, hace tantos años ya. Por eso debo decírtelo: no fue casualidad. No fue que te cruzaras en mi camino por azar. No fue que pasaste tú y si no, hubiera sido otro. Fuiste tú y ese vendaval que desatas a mi alrededor con el sonido de tu voz. Fuiste tú y esa risa tuya que me hace vibrar. Fuiste tú y esa extraña capacidad para verme guapa a través de tus ojos azules. Fuiste tú, que aún hoy en día haces que se me sacudan los años y me desaparezcan las canas que me empeño en no teñirme. Fuiste tú y el recuerdo que me niego a regalarle al olvido.


Una vez te dije que cuando fuera una vieja senil y me dedicara a ir por ahí con mi carrito recogiendo trastos y dando de comer a todos los gatos del barrio, aún me acodaría de ti. Y maldita sea la caprichosa memoria, que me temo que termine siendo cierto. He olvidado los nombres de mis compañeros de colegio. Los teléfonos que antes me sabía de carrerilla. Las fechas que tanto me importaban. Me he olvidado de quienes fueron mis amigas, de mi primer amor y de muchos de los que vinieron luego. Me he olvidado del Ross y ahora es apenas el espectro de algo que conocí. Me he olvidado de las cosas que me causaron dolor, de las canciones que me hicieron bailar y de los días de sol cuando los veranos eran más largos. Me he olvidado de muchas cosas y tengo que hacer un esfuerzo, una búsqueda intensiva en mi memoria o en los archivos fotográficos amontonados en cajas para acordarme vagamente de ellas, sin sentir el estremecimiento que me causaban.

Y sin embargo me acuerdo de la forma de tu cuerpo, del olor de tu piel y del sonido de tus palabras con una intensidad que me asusta. Me acuerdo de tu casa en la buhardilla mejor que de mi primer piso. Me acuerdo de tus mensajes como si me hubieran llegado ayer. Me acuerdo de tus uñas mordidas y tus dedos despellejados, de cuando te hiciste los pendientes en las orejas, de cuando te hacías dos coletas a lo Beckham, de tus piernas delgadas y de tus colmillos montados. Me acuerdo de todo con una precisión absurda, ridícula y totalmente estúpida.


Y no es que piense en ti a menudo. De hecho, procuro pensar en ti lo menos posible. Pero a veces va el subconsciente, me traiciona y me hace soñar contigo de una forma horriblemente vívida. O pongo la radio de camino al trabajo, medio agobiada por esas cosas que nos agobian a los adultos y suena Lou Reed. O estoy tratando de respirar hondo un domingo porque Ron está bien y porque empiezan mis vacaciones y porque por fin puedo disfrutar de unos días de leer y ver series y comer como una persona normal y vas y me escribes. Y me llamas. Y de pronto tenemos mil cosas que contarnos y hablamos durante horas que se pasan volando y ojalá pudiera dejarlo todo para irme contigo al Rastro y que Madrid nos abrace en su anonimato una vez más. Porque a pesar de todo, incluso de las veces que lo hemos negado, seguimos siendo amigos. Mejor que los que sólo fueron amigos. 

Ojalá no fuera así. Ojalá hubiera podido enfriarte y congelarte en el pasado para recordarte sólo con un vago cariño distante. Ojalá no te hubiera dedicado las mejores cosas que he escrito. Ojalá no siguiera escribiendo para ti. Ojalá no te hubiera guardado un rincón especial, totalmente protegido, en mi corazón. Ojalá hubiera podido poner un punto y final en algún momento. Ojalá tú no fueras tú, yo no fuera yo y la historia no fuera nuestra. Ojalá mil vidas para volver a encontrarte y por un instante desear no haberlo hecho. Ojalá mil vidas para volver a cometer el error y sonreír satisfecha. Ojalá mil vidas despeinándome con el vendaval que desordena todo a su paso y lo deja impregnado de ti. Ojalá mil vidas en las que mereciera la pena vivir por un puñado de recuerdos a los que no renunciaría nunca. Ojalá mil vidas para no regalarle al olvido ni uno sólo de los besos que me diste.


sábado, 14 de octubre de 2017

La triste historia feliz (¿o al revés?)

Fue hace dos años que empezó esta historia por enésima vez. Mi amiga Reichel estaba embarazada y los amigos fuimos a Alicante a darle una sorpresa. Y entre unas cosas y otras, el Ross y yo volvimos a empezar (“retomar” quizás sería más apropiado) una historia. Y como de costumbre, en lugar de ser algo bonito, algo tierno o algo simplemente “normal”, tuvimos una bronca provocada por su comportamiento, pero en la que la terminaba pegando un grito era yo. Porque toda la vida ha sido igual. Él hace las cosas por lo bajo, a la chita callando y la que termina arremetiendo como un miura soy yo. Y claro, eso viene genial. Porque así, frente a todo el mundo él es bueno y yo soy una loca desequilibrada que hace las cosas sin razón. Y claro, si yo soy una histérica, él ya tiene bula para hacer lo que sea, porque nunca es para tanto, siempre es que yo estoy pirada y me pongo fuera de sí por cualquier cosa. Y qué bien viene eso, oye. Ahora lo veo más claro que nunca.
Unos meses después, se vino a vivir a casa. Más o menos.
Pasaron los meses, uno tras otro con la misma tónica. Su desinterés por todo, la falta de ganas, la falta de comunicación. Navidades y cumpleaños sin un detalle, un regalito, un algo. No querer llevarme con sus amigos, enfadarse si, por una vez, ponía una foto o una palabra en facebook y le etiquetaba. Y yo me fui viniendo abajo. Se me fueron yendo la ilusión, la ternura, la alegría de estar juntos. Pero una vez más, si yo pegaba una voz, es que estoy loca.
Y un día llegó la mentira. Me engañó y le pillé. Y algo dentro de mí se rompió en mil pedazos y supe que ya nada volvería a ser igual. Porque la confianza es como un vaso de cristal. Una vez que le pegas un golpe y se rompe, por mucho que lo recompongas, no va a volver a estar igual. Aún así traté de arreglarlo. Porque de verdad yo quería que lo nuestro funcionara. Le quería a él y quería que me saliera algo bien. Estaba harta de fracasar en todo y separarme por segunda vez antes de los 35 me parecía el colmo. Ahora sé que no, que el fracaso era vivir así. Pero he tardado en entenderlo, soy un poco lenta para algunas cosas.
No hubo manera. Se fue un par de veces de casa. Y un poco antes del verano ya no hubo solución. Aún así yo me quedé pensando. Igual había una remota oportunidad aún. Al fin y al cabo seguíamos siendo amigos, nos llevábamos bien de forma superficial y son veinte años en la vida del otro. Así que aún tenía alguna duda, cuando hace un par de semanas me dijo que había quedado con otra chica. Qué buen momento para decidir ser sincero después de años ocultándome cosas y mintiendo si se le daba el caso.
Lo admito, cuando lo escuché tardé un par de minutos en reaccionar. Primero pensé que era una de sus bromas absurdas. Luego, creí que sólo quería hacerme daño.
Y entonces, de repente, se hizo la luz. Muchas veces había pensado que él no me quería. Que estaba conmigo por costumbre, porque era lo fácil, lo que menos problemas le daba, lo que al fin y al cabo todo el mundo esperaba que pasase. Pero que no me quería. Lo que pasa es que él me lo negaba. No me daba argumentos, no me daba ni una sola razón, no ponía mucho empeño, pero lo negaba. Y yo quería creerle. Quería pensar que sí, que me quería a su manera. Quería pensar, quería creer, quería tener fe. Y en ese momento lo tuve claro. No, no me quiere, ni me ha querido nunca. O al menos desde hace muchos, muchos años. Y no entraré en detalles para justificarlo, pero creedme que podría hacerlo.
Así que, en resumen, he invertido la mitad de mi vida en querer a alguien que no me quería. He perdido oportunidades, relaciones y toda clase de cosas por querer a alguien que no me quería.
Y me dio por reírme.
Ese pensamiento era lo más liberador que había tenido en los últimos diez años. Porque yo ya lo había intentado todo y obviamente no había conseguido nada más que pasarlo mal. Y ya era suficiente. Y he dicho más veces esto en el pasado, pero lo he dicho llena de dolor, de resentimiento, de pena, de esperanza silenciada. Lo he dicho sabiendo que al día siguiente iba a decir “no, una vez más”. Pero esta vez no. Esta vez lo decía riéndome. Esta vez era la definitiva de verdad. Porque me hacía feliz liberarme de todo lo que he arrastrado durante media vida y podría empezar de cero. De cero de verdad, de cero absoluto. Y eso me mola. Porque un mundo de posibilidades se abre ante mí. Un mundo de posibilidades sin él. Al fin.
Las últimas semanas he estado tranquila y feliz. Me he sentido mejor que en mucho, mucho tiempo. Porque ahora soy libre. He salido por fin de una relación absurda, sin futuro, sin amor, sin felicidad. Me he quitado unas cadenas que pesaban toneladas y no me dejaban caminar ligera. He soltado un lastre tremendo. Me ha costado, pero lo he hecho. Al fin. Uf.

Quiero añadir que cuento esto porque es mi blog y me lo follo cuando quiero digo lo que me parece. Pero no creo que el Ross sea mala persona. De hecho, seguiremos siendo amigos porque compartimos grupo. Y ni siquiera me arrepiento de lo que he vivido con él. Ni siquiera de lo malo. Yo he querido de verdad y uno no debe arrepentirse de haber querido. Que se arrepienta el que lo haya hecho mal. El que ha amado y se ha entregado no debe ser quien se arrepienta y se sienta avergonzado. Fue bonito en el pasado y estos dos últimos años eran necesarios para cerrar la historia de una vez por todas. Había que tocar fondo para salir adelante. Ahora sé que tenía que pasar esto. Tenía que arrastrarme durante kilómetros por el túnel de mierda para poder salir y ser libre, para poder llegar a Zihuatanejo. Y os lo digo desde ya: merece la pena. La libertad y lo que hay al otro lado lo compensan todo.  

sábado, 3 de junio de 2017

Being Naar

Una de las series que más me han gustado en los últimos años es una canadiense, muy poco conocida que se llama “Being Erica”. A mí me la recomendó una amiga de Twitter y no sé si se lo podré agradecer lo suficiente. Me vino muy bien cuando la vi por primera vez hace dos o tres años y ahora, que estoy esperando a que vuelva Juego de Tronos, la estoy viendo otra vez. La recomiendo encarecidamente.
El caso es que la serie va de una chica de treinta y pocos (ejem) con una vida un poco desastre (ejem, ejem) y bueno, por una serie de circunstancias que no vienen al caso, termina en una terapia muy especial en la que puede viajar en el tiempo para cambiar cosas de su pasado de las que se arrepiente. Lo que pasa es que claro, que tú puedas cambiar algo que hiciste no significa que los demás también lo vayan a hacer, por lo que generalmente, aprende de sus errores, comprende mejor su propia vida... pero no cambia gran cosa.
Es inevitable verla y no pensar en qué cambiaríamos si pudiéramos, qué haríamos diferente o qué no haríamos. Al menos así, en teoría. Yo por lo menos lo pienso muchas veces. Y después de muchas vueltas, me pregunto si realmente cambiaría algo. Y no es que no me haya equivocado, sabe Dios que en mí lo raro es acertar. Y no es que no me arrepienta de cosas, porque sé lo mucho que la he cagado y me siento muy responsable de tirar por la borda un montón de cosas buenas que podría tener en mi vida, como un trabajo, o una casa mejor, o más experiencias o más y mejores estudios. Pero a pesar de todo eso, a pesar de que mi vida es un asco muchas veces y que hay cosas que no me gustan nada, de la mayor parte de mis errores he sacado cosas buenas.
Por ejemplo, estar con el Desequilibrado fue un error. Sobre todo estar tanto tiempo. Y encima serle fiel. Pero si pudiera cambiar algo de todo aquello, seguramente sólo fuera lo último. Porque a pesar de la mierda de relación, de las consecuencias de mierda y de las otras mierdas, él trajo a Ron. Y por Ron merece la pena todo. Porque qué sería yo sin él. Sin su mirada tranquila, sin su serenidad felina, sin su calor. Ron me ha dado en estos casi ocho años mucho más de lo que pudo quitarme el Desequilibrado. Ron me ha curado muchas más heridas de las que él pudo hacerme. Así que si alguna vez consigo una terapia como la de Erica y puedo volver al pasado, lo único que haré será volver con el Desequilibrado, ponerle los cuernos todo lo que pueda y en cuanto traiga a mi Ron, dejarle plantado y huir con mi gato. Y si puedo, decirle cuatro frescas a la impertinente de su madre.
Por lo demás, obviando el efecto mariposa, sólo cambiaría pequeñas cosas.
Esa noche que justo después de dejarte en el bar encontré hueco y dudé si aparcar y volver o seguir conduciendo... pues aparcaría.
Esa vez que me propusiste quedar y no fui... pues iría.
Esa vez que me encerraste en el cuarto de los abrigos entre risas y bromas... no saldría tan rápido.
Esa vez que me pediste que me quedara un rato más pero yo tenía que madrugar... pues me quedaría.
Esa vez que me enfadé por una tontería y al final no nos vimos... pues aprovecharía tu visita a España para darte un abrazo.


Así de sencillo. Todas esas veces, con todas esas personas con las que perdí la oportunidad de compartir algo más, de hacer algo más de lo que hice. Por eso ahora, aunque me equivoco como siempre, trato de aprovechar las ocasiones al máximo. Trato de hacer caso a lo que me dicen las tripas. Trato de hacer lo que quiero, lo que realmente quiero, aunque no sea lo más correcto. Porque... ¿Qué diablos es lo correcto?  

jueves, 1 de diciembre de 2016

Me echo de menos en ti

El caso es que ya casi nunca pienso en ti. Estoy muy ocupada, tengo la cabeza llena de gente, de fechas, de datos, de números casi siempre rojos. Estoy ocupada, tirando cada día de las cuerdas del corsé que me sostiene, que sujeta los pedazos en los que estoy rota para que parezca que no, que sigo de una pieza. Estoy ocupada con una vida que no me convence del todo, pero que efectivamente, me ocupa.
Pero hoy, en medio de la lluvia y el frío que sumen esta ciudad en el caos, has aparecido de la nada, con todo tu descaro, echándome a patadas de mi presente para hacerme rodar hasta el pasado. Ese pasado en el que era verano, en el que hacía más sol, en el que hacía calor, en el que no estaba tan ocupada ni tan rota.
Y es que a veces, me echo de menos en ti. Porque hoy me he dado cuenta, mientras casi podía oír tu risa en el asiento del copiloto. No te echo de menos a ti. Tú ya no eres el que yo recuerdo, pero me da igual. Lo que me escuece un poco es que yo ya no soy la que tú recuerdas. Ya no soy tan joven, ni tan guapa, ni tan despreocupada. Y echo de menos aquella que era antes de romperme y reconstruirme mil veces, aquella que no estaba tan ocupada. Aquella que era. Echo de menos mi pelo largo, mis pantalones rotos, mis aros en las orejas y mis uñas pintadas de negro. Echo de menos la que era en ti.
En todo caso, he seguido conduciendo. No me iba a quedar parada en mitad de esas calles por mucho que me hablen de ti, de mí, del verano y del sol. Por muchos recuerdos que traigan, a nadie le importa eso. No puedo quedarme quieta a mirar la esquina donde me abrazaste levantándome del suelo. Bastantes problemas tiene Madrid cuando llueve como para añadirles la nostalgia. Y a veces me pregunto si podría vivir en otro sitio. Si sería más fácil una ciudad más pequeña, menos hostil, menos llena de recuerdos y de fotografías pasadas. Luego acelero de nuevo, cuando se abre el semáforo, y supongo que no. Ya me he fundido con el paisaje, soy parte del anonimato, de la indiferencia, de la ansiedad y el caos que reina. Y ella es parte de mí, con mis recuerdos pegados a las esquinas, a los bares, a los edificios y los rincones donde no llegaba la luz de las farolas. Madrid ya es sólo uno más de los pedazos que aprieto dentro de mi corsé para que no se desparramen por el suelo mojado del otoño.

El caso es que ya casi nunca pienso en ti. Entre otras cosas, porque eso implica pensar en mí. Pensar en el verano no tiene mucho sentido cuando los otoños se siguen sucediendo, cuando siguen llegando los inviernos uno tras otro. Para qué recrearse en el pasado si el futuro viene a cogernos por el cuello. Y sin embargo, a veces añoro el sol en mitad de los días lluviosos. A veces, sólo a veces, me echo de menos en ti.  

lunes, 29 de febrero de 2016

El autobús

Éste fantástico post de Anusca me ha hecho pensar. Si aún no la conocéis, no sé qué hacéis aquí todavía. Y si ya la leéis, pues qué os puedo decir de ella. AnaCris es amor total, ella fue quien me regaló por el amigo invisible que montó Eva en Navidad y os digo una cosa, los regalos me gustaron, pero lo mejor de todo fue conocerla y empezar a seguirla.
Bueno, que me desvío. El caso es que su post me ha inspirado para contaros cosas.

Mil veces he dicho que yo de pequeña era más rara que un perro verde. Y encima rancia. No me gustaban los besos, ni que me tocaran, ni que me hicieran preguntas, ni que me hablaran, ni que me tocaran los cojones en general. O sea, como ahora, pero sin protocolo social. Y es que a ver, yo soy cariñosa con mi gente, pero no modo lapa. Y con los desconocidos, nada. Y usted, señora con bigote amiga de mi abuela, es una desconocida. No me pida besos, no me toque la cara, no me diga cosas, no me toque las pelotas, haga el favor y vaya a dar el coñazo a sus propios nietos. Así, por ejemplo.
Y una de las cosas que más me enfadaba era que me dijeran “Bueno, bonita ¿y tienes novio? Siendo tan guapa tendrás muchos”. Que yo pensaba “a ver, señora, que tengo cinco años, ¿cómo que novio? Igual en diez años, pero ahora me dedico a colorear. Sea usted seria y haga preguntas con sentido”. No lo decía, porque algún manotazo en la boca me llevé y opté por la técnica de no decir ni mu y esperar a que los adultos me excusaran diciendo que era tímida. Mis cojones son tímidos, lo que pasa es que no hablo con idiotas. Qué mal llevé la infancia, de verdad os lo digo.
Luego crecí un poco y la verdad es que no recuerdo si me gustaban los niños o no hasta los 14 años o así. A ver, que sí, que bien, que ese es guapo, el otro también y aquél es gracioso. Pero que no se me acercaran mucho. Y que nadie me preguntase por el tema porque me cabreaba cosa mala. Curiosamente, siempre tuve más amigos chicos que chicas, era bruta, jugaba con ellos y me lo pasaba bomba con sus bromas y sus cosas. Es decir, que no era miedo ni vergüenza, ni nada de eso. Era que no iba conmigo lo de emparejarse, lo veía extraño, ajeno, de mayores, de otra gente. De hecho, una vez pegué a un chico por decir que era mi novio sin mi conocimiento al respecto porque me pareció machista que lo decidiera por su cuenta. En otra ocasión os lo cuento.
A los 14 me enamoré platónicamente de un tipo del pueblo sobre el que no me gusta hablar porque la historia terminó con malos tratos a los 19 y no viene al caso.
Casi con 15 me enrollé por primera vez con un chico moreno de ojos negros preciosos y una sonrisa socarrona que a día de hoy aún me trae buenos recuerdos. El tema es que era del pueblo y nunca tuvimos nada serio, aunque andamos tonteando durante años.
La parte un poco más romántica de la historia es que en esa etapa adolescente mía se llevaban los juegos y los test de revista para saber cómo conocerías a tu futuro marido y blablá. Recuerdo que durante una temporada me salió insistentemente que conocería a mi amor en el autobús. Salió tanto que ya parecía cachondeo. Como yo no creía en esas cosas y no he tenido nunca la más mínima intención de casarme, no hice caso y me olvidé del tema.
A los 16 empecé con mi primer novio y a partir de ahí tuve mis líos, mis amoríos, mis decepciones, mis historias. Y a los 21, volviendo un día de la facultad donde tenía un par de asignaturas de libre configuración, me encontré con el Ross en el autobús. Y BUM. Yo le conocía del instituto, habíamos sido amigos y mi idea de él es que era un tipo raro, con unas pintas extrañas y una mente enigmática que quería ser físico. Pero de repente era otro. Llevaba otras gafas, se había quitado su estúpido chaleco beige de pescador y se había cortado el pelo. Y me atravesó de lado a lado como un huracán. Le vi sonreírme y como en las películas, el mundo empezó a estar borroso a mi alrededor. Sólo le veía a él. Ese chico era para mí. De repente, en una décima de segundo, supe que era MI Ross. Nos pusimos a hablar, me olvidé por completo del chico que me acompañaba y todo mi mundo se llenó de Ross al instante. Empezamos a quedar, venía a buscarme, conocí a sus amigos, me llevó a una fiesta de rugby. Y un mes después conseguí que me besara por fin. Me enamoré hasta las trancas. Y me acordé de la profecía del autobús.
Luego pasaron cosas, quizás éramos demasiado jóvenes y rompimos dos años después. Yo pasé mi etapa golfa, tuve otras relaciones incluida la del desequilibrado con el que llegué a convivir poco más de un año y la del Niño Chico al que quise tanto, que llegué a pensar que funcionaría y me quedaría con él para siempre. Pero nunca, jamás, sentí ni por un segundo lo que había sentido en el bus al ver al Ross. Siempre le tuve ahí dentro, en contra de mi voluntad y aunque me jodiera en muchos momentos. El Ross era una constante en mi vida. Y salvo pequeñas temporadas, siempre seguimos teniendo contacto, seguimos siendo amigos, seguimos teniendo un vínculo especial. Y a temporadas, tuvimos acercamientos amorosos que no llegaron a nada por unas razones u otras. Muchas veces dije que tenía que parar, que tenía que acabarse, que ya era suficiente. Pero es que algo dentro de mí me decía que al final, saldría bien, que al final volveríamos a estar juntos, que al final, sería. Porque sí, porque tenía que ser, porque le había encontrado en el autobús. Lo sabía, no sé por qué, pero lo sabía. Y quizás por pura cabezonería, al final parece que tenía razón. Ahí está, roncando mientras escribo esto.
Anusca decía en su post que al final sólo había estado con su marido. Yo admiro a esa gente con amores de toda la vida, de verdad. Pero yo no soy así. Sabía que no iba a terminar con mi primer novio. Y no me arrepiento de los años separada del Ross (a pesar de que a veces ha sido horrible) porque he aprendido, he conocido otras cosas, he vivido, he disfrutado, he llorado y me he convertido en la persona que soy, totalmente segura de lo que quiero. Si no, me hubiera quedado siempre con dudas y con preguntas. Cada uno somos un mundo.


En cualquier caso, bendito autobús que me llevó a ti.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Un pedazo de mí en París

El pensamiento me atravesó como una relámpago. No había recordado su nombre desde hacía años. Ojalá esté bien. Espero que tenga un buen trabajo, familia, mujer, hijos, perro, gato. Yo qué sé. Espero que sea feliz. Y sobre todo, estos días, espero que esté bien.
Era tan guapo que la primera vez que le vi se me fueron los ojos detrás de él. Tan rubio, tan blanco, con las facciones tan perfectas. Pasó por delante, con una camiseta blanca. Parecía casi algo etéreo entre tanto colorido chillón, tanta piel achicharrada, tanta ropa hortera y tanto mal gusto.
Era el verano del 2003 y la zona de fiesta de Denia. Yo había ido con mi amiga M a pasar la semana tostándonos al sol y pasándolo bien. Teníamos 20 años recién cumplidos y muchas ganas de fiesta. Se nos acercaban muchos tíos, éramos jóvenes y guapas, pero casi siempre nos reíamos más que otra cosa porque la mayor parte eran locos, o chulos de playa o famosetes de medio pelo. Tíos que se acercaban con una ristra de frases absurdas, preguntando si estudiábamos o trabajábamos, si éramos de allí y si estábamos de vacaciones. Tíos que parecían estar haciendo una competición a ver con cuántas fulanas se enrollaban esa semana de playa. Nosotras bailábamos, nos reíamos un rato y volvíamos a casa con un puñado de anécdotas divertidas.
Cuando él pasó, las dos le miramos. Le dije a M que no se podía ser más guapo y ella, aunque me dio la razón se había quedado prendada de un tipo enorme con rasgos árabes que le acompañaba. Yo ni había reparado en el otro. Seguimos hablando, sentadas en la terraza. Aquel chico estaba fuera de mi alcance, era evidente. Nunca se fijaría en mí. Por eso cuando vino el camarero y nos dijo con una sonrisa burlona que nos invitaba a una ronda de parte de los chicos del fondo, nos temimos lo peor. Otro loco o otro chuloplaya. Pero señaló hacia el fondo. Y desde allí nos sonrió y nos saludó con la mano. Vino a nuestra mesa y se sentaron con nosotras.
El chico más guapo del mundo resultó ser francés, su madre era medio española y hablaba con un acento dulzón. Y por alguna razón desconocida, yo le había gustado. No me explico todavía por qué. Todas las chicas de todos los sitios de alrededor le miraban. Pero él decía que había sido un flechazo, que me había oído reírme y que le había gustado mi sonrisa. Yo descubrí con agrado que cuando le daba el sol era pelirrojo. Ya sí que no podía ser más perfecto.
Pasamos una semana juntos. Íbamos a la playa, a la piscina de su urbanización, a la de mi amiga M, a tomar algo por la zona del puerto. M estaba encantada porque los otros chicos franceses la trataban de maravilla y así practicaba inglés. Yo iba de su mano, mirándole, gastándonos bromas, disfrutando de cada palabra suya dicha así como él la decía. Besándonos en los rincones, tumbándonos en el césped y paseando por la arena. Besaba de maravilla. Y me susurraba cosas que entendía a medias. Todas las chicas de Denia me odiaron durante cuatro días.
Después nos despedimos. Los dos sabíamos que tenía que pasar, así que sólo fueron un par de lágrimas de final de verano. Nos abrazamos, nos dijimos cosas, nos besamos una vez más. Me acompañó al portal, le acompañé de nuevo al coche. Me besó otra vez. Qué mal que vivamos tan lejos. Él se rió, hay vuelos directos a París, no es para tanto. Si vas, te enseñaré la Torre Eiffel, aunque es difícil no verla. Si vienes a Madrid no sé dónde podría llevarte. Al Bernabeu, dijo con una sonrisa. O a donde tú quieras, lo más bonito de Madrid siempre serás tú. Le besé por enésima vez. Y me fui. Sabía que nunca le volvería a ver. Nos escribimos mensajes un tiempo. Nos mandamos un par de cartas. De algún modo me sentí un poco en París un tiempo y yo le llevé a él por Madrid en cada uno de mis pensamientos.
Luego llegó septiembre. El nuevo curso, la universidad, el “buenos días rutina” que me acompañaba cada día en la facultad. Mis amigos, los planes, las fiestas en la asociación cutre donde pasaba las horas. Y llegó el Ross. Y con él mi mundo empezó a girar a otro ritmo. Nuevos amigos, equipo de rugby, terceros tiempos, casa Paco, fiestas “satánicas”. Supongo que a él le pasaría igual. En navidades nos felicitamos el año. Y creo que con el 2004, él fue diluyéndose en los recuerdos de verano. Creo que la última vez que supe de él fue cuando los atentados del 11-M. Quiso saber si estaba viva y bien. Por suerte, no me tocó de cerca. Ni a mí, ni a los míos.

Ojalá, tantos años después él pueda decir lo mismo. Ojalá mi precioso parisino esté bien, él y los suyos. Ojalá el horror no le haya pillado cerca. Ojalá esté casado, tenga hijos, perro, gato, lo que sea. Ojalá sea feliz. Ojalá ese pedacito minúsculo mío que hay en París esté intacto en medio de la locura, de la barbarie, del despropósito humano. Ojalá estés bien, querido mío. Ojalá la ciudad de la luz siga iluminando tus ojos verdes. Ojalá tu sonrisa siga haciendo frente al miedo.  

domingo, 27 de septiembre de 2015

el amor, las rupturas y el petróleo

El amor es un sentimiento temible. Nos altera, nos trastorna, nos vuelve gilipollas. Y es bastante incontrolable. Curiosamente, hay gente que dice buscarlo. Que cada vez que lo oigo me entra el sarpullido. “Yo es que estoy buscando el amor”. Sí, mira y yo estoy buscando petróleo que es mucho más útil. “Pero es que quiero encontrar el amor”. Que sí, que yo quiero encontrar petróleo y fíjate que lo más parecido es el moho del borde de la ducha que rasco cada dos por tres.
No, a ver, en serio. Uno puede decir que está abierto a encontrar a alguien. Que está predispuesto, incluso. Pero “el amor” así dicho, es absurdo buscarlo. El amor no puedes encontrarlo. Es él quien te encuentra a ti quieras o no, lo busques o lo huyas. Y te pasa por encima como una apisonadora. Te traspasa de lado a lado, te deja helado, te destroza y te recompone en un segundo. O al menos así lo viví yo hace la torta de años: con cara de gilipollas. Que luego todo se calma, se relaja y vienen los tiempos realmente buenos, los de la confianza, el respeto y blablablá. Lo que sea, no estoy hablando de eso.
Bueno, en realidad tampoco quiero hablar de encontrar el amor en sí. Ay, me estoy liando. Vaya churro de post.
A ver, lo que pretendo decir, entre otras cosas, es que hace tiempo que me siento confusa y rara y asustada y más confusa y más rara y... tal. Al principio pensé que igual eran las hormonas porque casi todo en mi vida se reduce a las hormonas. Luego lo tuve que pensar un poco más casi por obligación y me di cuenta de que había muchas cosas en mi vida que no estaban del todo bien. Aún tenía temas que tratar conmigo misma, capítulos que cerrar, miedos que superar, conflictos que afrontar y encrucijadas que decidir. Y tenía que hacerlo sola.
Total, que decidí que el Niño Chico no volviera a visitarme. Hace ya un tiempo, pero no me apetecía hablarlo y francamente, sigue sin apetecerme dar explicaciones. Y no es que haya pasado nada malo, no puedo decir una sola mala palabra de él, ha sido, tal y como he dicho, un asunto mío personal e intransferible. De hecho, no quiero extenderme porque hace tiempo que decidí no hablar de él en el blog y quiero seguir respetando esa decisión. Sólo quería aclarar que no ha pasado nada malo entre nosotros y sobre todo que él es maravilloso, es una de las mejores personas que he conocido y que la chica que termine con él será muy afortunada. Sólo es que esa chica no soy yo. No puedo serlo. No quiero serlo sólo por egoísmo. No puedo darle lo que él quiere ni estar a la altura de lo que necesita. No puedo amarle como merece.
Y me da un poco de pena, claro. Pero curiosamente, he tomado esta decisión con una sonrisa y sigo con ella. Porque aunque sea por una vez, estoy segura de que es lo correcto y lo mejor para ambos. Ahora sólo puedo esperar que me perdone si le he hecho daño y que algún día, cuando todo lo feo pase, podamos ser amigos.
Y hasta aquí el asunto Niño Chico. Seguimos adelante, show must go on.
Decía antes que el amor no se busca ni se encuentra, que más bien te atropella. En general los sentimientos no son algo que uno controla. Por eso son sentimientos. Y digo esto desde la absoluta convicción de que los dramas para las novelas y las obras de teatro, que nadie se muere por amor ni por desamor ni por nada. Nadie en su sano juicio, al menos. Que hay que mantener una cierta cordura y dejar de montar tragedias griegas por todo. Pero aún así, me desconcierta el hecho de que a veces no podamos amar a alguien aunque sepamos que es lo correcto y lo mejor en apariencia. Y viceversa, a veces no podemos dejar de amar aunque nos empeñemos en ello con ganas. El corazón, que es un gilipollas, vaya.
Y por si sirve de algo, me he vuelto a poner el anillo vaginal de hormonas para ver si me centro. No creo que lo consiga, pero al menos he dejado de tener hemorragias incontroladas y me siento algo más estabilizada. Igual un día de estos encuentro petróleo y todo.

martes, 28 de abril de 2015

¿Prefieres follar o hacer puenting?

Hace poco me contaba una amiga que tiene ganas de experimentar cosas fuertes. Cosas como hacer puenting o descenso de cañones o depilarse el chirri con lava candente. Bueno, lo último lo añado yo, pero para el caso, me vale lo mismo. Conste que yo paso de lo que haga cada uno con su vida siempre que no dañe a ningún animal o persona por el camino. Otra cosa es que yo tenga una opinión al respecto o sobre el grado de estupidez del asunto, pero oye, ¿que quieres tirarte por un terraplén envuelto en plástico de burbujas? Pues nada, al lío. Seguro que es bueno para la industria de plástico de burbujas, que últimamente no pasa por su mejor momento.
Luego me dio por pensar. Esta chica no está en su mejor momento personal por asuntos que no vienen al caso. Igual lo que quiere es sentir algo a toda costa y está buscando en el lugar equivocado. A mí me ha pasado. Hace cosa de tres o cuatro años (o quizás cinco, yo qué sé) cuando me quedé acorchada. Lo pasé tan mal con mi separación, una movida que tuve con el Ross y demás historias que el corazón se me hizo corcho. En serio. Pasaban las semanas, los meses y yo no sentía nada. Y llegó el día que me acojoné y pensé que había muerto por dentro. Luego no, resultó que sólo estaba en un sueño muy profundo como el de la Cenicienta. Sólo que como yo no soy muy romántica, en lugar del beso del príncipe lo que necesitaba era un revolcón con un maromo cualquiera. O algo así. No recuerdo bien lo que me hizo despertar. Pero sí recuerdo que supe que seguía viva una noche que hablé con el Dueño de mis sábanas y algo se me movió por dentro.
De todos modos, yo siempre he sido de cosas más de pa´dentro que de pa´fuera. Es decir, que no tengo ningún interés en atarme una cuerda y tirarme por ahí a ver si me doy un barrigazo o no. Nunca me ha llamado la atención poner en riesgo mi escasa salud. Yo soy más de chutes emocionales. Así se lo hice saber a mi amiga. Le dije, “oye, ¿tú te has planteado hacer cosas como follar en un baño público o liarte con un tío lleno de piercing y rastas en una manifestación de Podemos? ¿Pasarte una noche revolcándote con un fornido policía que te cachee en condiciones? ¿Con un bombero de larga manguera? ¿Con un soldador con chispa? ¿Con un mecánico con el esculpido torso lleno de grasa y el mono atado a la cintura y una llave inglesa enorme? ¿Has valorado la idea de frungir hasta las seis de la mañana o recorriendo todas las habitaciones de la casa?” Mi amiga me dijo que no, que quería un subidón físico de adrenalina. Y yo qué sé, yo soy rara, pero sigo pensando que hay más chute de endorfinas en que te besen por sorpresa, en que te cojan con un brazo por los riñones y te levanten del suelo, o en saber que estás haciendo algo un poco prohibido que en poner en riesgo tu vida. Llamadme loca, pero lo que me gusta es vivir con intensidad, no jugarme el no cumplir más años. Además, empiezo a sospechar que mi amiga ha frungido poco y/o mal para pensar que va a liberar más tensión saltando de no sé dónde que sudando con otra piel que no sea la suya. Eso, o yo soy una golfa que te cagas, que también podría ser. Porque hace ya un tiempo, una conocida que es una moñas de cojones (a parte de la reina del drama) me dijo que ella no sabía vivir sin amor y le contesté “¿Sin amor? ¿Has probado a vivir sin sexo?” A lo que ella me insistió que el amor mueve el mundo. Mira, no. El mundo se mueve por la gravedad, las leyes físicas, las fuerzas centrífugas o yo qué cojones sé. El amor está bien, pero tampoco hace falta para respirar. Que el sexo tampoco, ya lo sé. De hecho, yo he pasado largas rachas sin frungir por diversas razones que incluyen la abstinencia voluntaria. Pero mira, qué quieres que te diga. El sexo no mueve mi vida, el amor no mueve el mundo, nada mueve nada más de lo que tú quieras. Ahora bien, un empotramiento en condiciones igual sí que menea un poco el cabecero. Y total, saltando de un puente no meneas nada de nada.
En fin, que cada uno se desfogue como quiera, pero a mí que no me esperen para saltar de un puente, a mí que me busquen teniendo aventuras de piel para dentro que poder contar cuando sea vieja para escandalizar a mis gatos.

P.D. Si estás chunga emocionalmente no te rapes la cabeza, no hagas puenting, no te enamores de quien no debes y no, no frujas con el primero que pase. Que yo me tome las cosas a broma no significa que las ponga siempre en práctica. Si lo estás pasando mal por lo que sea, igual lo mejor que puedes hacer es estarte quietecita, lamerte las heridas, buscar soluciones o autoanalizarte un poco e ir a la raíz del problema. Digo yo, vamos.


miércoles, 18 de febrero de 2015

Tu nombre en un corazón

Grabé tu nombre en mi mesa. Y lo rodeé de un corazón y todo. Mi madre gruñó un poco, pero luego entendió que era un escritorio con el doble de años que yo y que tampoco era para tanto. Siempre fui buena chica, no rompía ni destrozaba, sólo me gustaba mucho escribir en la mesa. Y claro, ahí sigue. Ahí está tu nombre, el corazón y algún que otro dibujillo más. La verdad que es tampoco puse el escritorio como una pared de grafitis. Pero tu nombre sí. Mucha gente que lo ha visto me ha preguntado quién era el chico del corazón. No he tenido ningún novio que se llamara como tú. Pero yo siempre sonrío y contesto vagamente. Un viejo amor. Platónico, pero amor al fin y al cabo. Y a ver si no son los mejores.
El otro día sin embargo te tuve en mi sofá. Ahí sentado, en mi casa de verdad, la de adulta. No en la que escribí tu nombre en el viejo escritorio. Recostado en mi sofá, con esos ojos tan azules que escarchan el aire y esa sonrisa esquiva. Contándome que estás roto, decepcionado, frustrado, cabreado. Tus manos inquietas, tu pelo rubio tan corto ahora. Tu voz, más grave de lo que la recordaba. Tú tan roto y yo tan tranquila a tu lado. Cómo cambia la vida.
Hace muchos años, media vida, hubiera temblado con tanta cercanía. Hace unos cuantos menos, hubiera saltado sobre ti para arrancarte los besos que nunca tuviste intención de darme. Ahora no, ahora nada. Ahora te escucho, sonrío, te hablo y te pregunto. Me hablas, trato de recomponerte algún pedacito aunque sea pequeño. Ahora estoy atada de pies y manos, pero aunque estuviera libre tampoco haría nada. Ahora sé que son más bonitos los besos que no me diste que los mordiscos que pueda robarte. Para qué, si ya no somos aquellos. Tú te has hecho un hombre aunque yo recuerde un chiquillo. Yo no sé qué coño soy, pero desde luego disto mucho de aquella adolescente de la que apenas queda el flequillo ahora que me lo he vuelto a cortar.
Hace años, una tarde de piscina te conté entre bromas que me habías gustado mucho. Y tú te reíste. No me quisiste creer, no era posible que tú me gustaras, dijiste. Yo me reí también, entonces era la novia de uno de tus amigos. Del que menos hubiera pensado que pudiera serlo. Pero le amaba con la fuerza de todo mi ser, que con veinte años era mucha. Así que lo tomamos a broma. El destino a veces cuenta esos chistes que no tienen gracia pero que te hacen reír de puro absurdos.
La otra noche te escuchaba, derrotado pero sin ganas de rendirte del todo. Trataba de animarte con palabras, pero se me quedaban cortas. Ojalá pudiera abrazarte, pudiera acariciar tu rubísima e inteligente cabecita y decirte que todo saldrá bien porque las personas como tú se merecen un final feliz. Ojalá pudiera decirte que todavía Dover me habla de ti, que aún recuerdo haber intercambiado cintas de música grabadas de la radio y aquellos cascos que más de una vez compartimos. Ojalá pudiera decirte que te miro y aún veo al chaval de cara angelical que las cicatrices han surcado, que ignoro tu cojera y la cantidad de grapas, tornillos y puntos que hay por tu cuerpo, que para mí tienes catorce años, corres por el patio y se te cae el flequillo largo sobre los ojos cuando te duermes en clase de historia. Ojalá pudiera darte la mano y asegurarte que no hay supernova que no me recuerde a ti, que no hay matemáticas que no piense que tú podrías resolver antes de que yo no siquiera sepa qué son, que no hay dibujo o plano que no piense que tú harías mejor a mano alzada. Ojalá pudiera decirte que estoy orgullosa de la persona en la que te has convertido a pesar de haberlo hecho por los caminos más complicados. Ojalá pudiera decirte que extrañamente, te quise. Ojalá, ojalá pudiera explicarte que grabé tu nombre en mi escritorio de estudiante y que nunca me arrepentí de haberlo hecho.

P.D. Feliz 32 cumpleaños. Ojalá por fin el viento empiece a soplar a tu favor y tú te dejes llevar sin empeñarte en ir a la contra.


domingo, 7 de diciembre de 2014

Explicaciones al (des)amor

A ver si soy capaz de contaros lo que quiero sin parecer una especie de misógina estúpida y me hago entender. Sé que es un post un poco largo, pero me gustaría mucho vuestra opinión al respecto.

Tengo una amiga que está un poco en crisis personal. No pasa nada, todos tenemos temporadas de estar perdidos, atolondrados o simplemente encadenar decisiones estúpidas. Lo que pasa es que a veces, decirle a una amiga que está haciendo el gilipollas provoca que se enfade y que tú te encabrones porque no te hace caso y ella se mosquea más y… da mucha pereza.
El asunto es que hace poco se empeñó en frungirse a un tipo que se veía a la legua que no iba a hacerle ningún bien. Se lo advertí y pasó de mí, cosa que me parece normal porque todos necesitamos hacer ciertas cosas y escarmentar por nosotros mismos. Obviamente el tío se la frungió dos veces y pasó de ella. Mi amiga se hundió en la miseria. Yo le dije, suavizando las palabras, que dejara de hacer el capullo y que pasara página, que el asunto era tan sencillo como que ese tío pasaba de ella. Y que, de nuevo suavizando el modo de decirlo, que no la quería, que es posible que ni siquiera le gustara y que simplemente le hubiera echado dos polvos por no tener nada mejor que hacer. Ella por supuesto, no me quiso hacer caso, volvió a revolcarse en la mierda, le mandó unos cuantos mensajes (en contra de mis consejos) que obviamente fueron ignorados, y por fin pareció que estaba saliendo adelante. Pero el tío le mandó un mensaje y ella salió corriendo a quedar con él de nuevo. Y éste la utilizó para lo que le interesaba, que ni siquiera era un plan sexual y pasó de nuevo de ella. Y mi amiga volvió a llamarme hecha un trapo. Tía, te he dicho que pasa de ti, que no te quiere, que no le gustas, ¿para qué recaes? ¡Que no quiere nada contigo! Explicación de ella “no, yo creo que lo que pasa es que se ha asustado, no está acostumbrado a mujeres como yo y por eso no se atreve a seguir adelante.” Vale, me rindo. De verdad, basta, basta de darme cabezazos contra un muro.

Por otro lado, casi a la vez en el tiempo me llamó mi amigo A. Yo adoro a A, es uno de los mejores amigos que he tenido nunca. Y una de las cosas que más me fascina de él es que siempre me dice que hablar conmigo le hace un bien inmenso, que mi sinceridad y mi forma de decir las cosas le hace pensar y le ayuda mucho. O sea, que con él no tengo que suavizar nada. El caso es que me llamó y me dijo que le había dejado la novia. Al principio estaba bastante triste, así que le consolé, pero cuando me contó el caso, no me lo pensé: “niño, esa tía no te quiere, cuanto antes pases página, mejor.”  Se quedó callado. Pensé que me iba a mandar a la mierda o darme alguna explicación al estilo de la de mi amiga. Pero no. Se echó a reír. Y me dijo que tenía razón. Me siguió contando cosas. Y poco a poco, él mismo se fue dando cuenta y fue racionalizando el asunto hasta que me dijo “tienes toda la razón, esta chica no me quiere ya, por la razón que sea, ya no quiere estar conmigo. Y si ella no quiere, no voy a estar detrás.” Le apostillé una de mis frases preferidas para estos casos, que el amor no es limosna. No se pide, no se suplica, no te lo dan así como de mala gana, no te dan sobras. El amor de verdad se regala a manos llenas. Y cuanto más das, más tienes. Es terrible y maravilloso a la vez. Me volvió a dar la razón. Anoche quedé con él para salir por la noche. Lo pasamos genial. Él está guapísimo y tan animado como siempre. Me dio las gracias mil veces, me dijo que cuanto más lo pensaba, más razón me daba. Que no quería una relación como la que tenía, que quiere otra cosa como las que yo le conté que se pueden tener. Y que no iba a olvidar mis palabras, como no olvidaba otras muchas que le había dicho en el pasado.

Y no sé, hay algo que me mosquea en todo esto, algo como que las mujeres tendemos a buscar intrincadas explicaciones a cosas sencillas mientras que los hombres a veces simplifican hasta el extremo cosas un poco más complicadas. Y sí, por una vez generalizo un poco. Porque obviamente no todas las mujeres hacemos eso de dar vueltas y buscar recovecos en donde no los hay. Pero hay cierta tendencia. Nos cuesta mucho decir “este tío pasa de mí, me ha mandado a la porra y punto”. ¿Por orgullo? ¿Por tratar de salvaguardar la dignidad y la honra? ¿Por estupidez pura y dura? Lo desconozco. Pero siento que cuando a una amiga le dices que está haciendo el tonto y le pones las cosas claras, casi siempre consigues que se enfade al menos un poco mientras que los amigos te lo suelen agradecer. O así es en los casos que me rodean. Y quizás por eso, el número de amigos gana por goleada al de amigas. Porque me parece más fácil hablar con ellos y no tengo que buscar explicaciones rocambolescas para no herir sus sentimientos.

Porque a veces las cosas son sencillas. O al menos, más sencillas de lo que las vemos. A veces, incluso hasta más sencillas de lo que nos gustaría. 

sábado, 15 de febrero de 2014

recuerdos pegajosos

Hay recuerdos, que aunque sean estúpidos o tengan poco valor, se quedan adheridos a ciertas canciones. Como un chicle pegajoso que pisas con tus botas nuevas y que no hay manera de quitar del todo. A cada paso, suena “chuic-chuic”. Pues hay recuerdos que a cada nota de una canción, te asaltan, a flashazos, como una película mal montada.

Otoño del 98, una tarde rojiza de domingo, un autocar de vuelta de unas convivencias. Un casco en mi oreja, otro en la suya. Mi espalda apoyada en su pecho, mi mirada perdida en la carretera. Sus labios carnosos se acercaron a mi cuello. “Sabes que en el fondo, no puedo vivir sin ti.” Chasqué la lengua. Ni de adolescente me libré del cinismo.
No era mi novio, ni mi chico. Ni siquiera nos liábamos. No le quería, porque le tenía cuando quería. Él me quería a todas horas, porque sabía que no podía tenerme. La historia de mi vida apuntando maneras.
Yo seguía mirando por la ventana. Iba envuelta en mi enorme camisa de cuadros de franela que había sido de mi padre y llevaba unas botas de montaña que hacían que pisara con más seguridad de la que tenía en realidad. Él, camiseta y deportivas. Ambos despeinados, oliendo hormonas y a campo.
Me pasaba las manos por la tripa, entrelazaba sus dedos sobre mi ombligo. Yo me dejaba caer en su pecho sin saber que iba a recordar esos minutos sin importancia toda la vida. Sé que por encima del hombro, me miraba las tetas.
Volvió a decirme que me dedicaba la canción, que lo pensara, que ojalá algún día hubiera algo entre nosotros. Yo suspiraba. Me preguntaba hasta qué punto jugaba a mi favor esa extraña atracción, esa capacidad de jugar con el sexo opuesto si me lo proponía. Qué poder me otorgaba aquello que aún no controlaba, qué consecuencias tendría.
Y me arrebujaba en mi camisa de leñador que era como una capa de super héroe, me hacía pensar que estaba a salvo de todo ahí metida. Miraba mis pesadas botas de montaña que me daban la sensación de que podría patear el culo a cualquiera con ellas.
Más palabras al oído que no recuerdo, más notas de la canción. Más sensaciones a flor de piel, más desazón de no saber qué estaba pasando conmigo, de no entender porqué en unos meses había dejado de ser una niña invisible ante los chicos. Adolescencia en estado puro.
With or without you de U2.
Y siempre que la escucho, siempre, siempre, ese domingo de otoño del 98, ese autocar a la vuelta de unas convivencias. Ese cable de su oreja a la mía. Esa camisa de franela, esas botas de montaña. Esa niña de 15 años asustada ente su desconocido y apabullante poder recién descubierto. Esas tetas recién salidas que aún no sabía que eran un imán de capullos. Ese momento que creí intrascendente y que sin embargo, no puedo despegarme de la memoria.

With or without you de U2, él y yo. Hace década y media. Ya no queda nada, ni de quién era yo, ni de quién era él, ni de lo que nunca llegó a haber entre nosotros. Sólo la canción y el recuerdo adherido, como el chicle pegajoso en la suela del zapato. 

domingo, 17 de noviembre de 2013

gustos raros

Supongo que de todas las cosas subjetivas del mundo (que son la mayor parte) la más subjetiva de todas es la belleza. Hay gente que se supone que es súper guapa y a mí me horroriza y nos les tocaría ni con un palo. Ya hablé de ello una vez, al igual que hablé de los tipos raros que me gustan a rabiar. Soy bastante especial, qué queréis que os diga.
Y he vuelto a esta meditación sobre mis gustos rarunos porque después de unos cuantos años, me he reencontrado con una serie británica que me encanta, SKINS.
Me la consiguió el Niño Chico y me he visto las cuatro primeras temporadas en un par de semanas. Es una serie que me hurga un poco en las entrañas y me emociona profundamente, pero reconozco que no es una serie al uso, no es una de esas series made in USA a las que estamos acostumbrados. Y claro, eso resulta extraño, sobre todo al principio.
Y yo es que siempre he sido muy antiyanki, pero con los años reconozco que me voy radicalizando y cada vez me dan más por el culo sus películas, sus costumbres y sus historias que nos venden como la quinta maravilla del mundo. A veces tengo la sensación de que todo está calcado lo uno de lo otro, todas las películas se parecen, todas las series se parecen y desde luego, todas las personas se parecen. Y a mí eso no me gusta. Y sí, estoy generalizando. Sé que se hacen cosas buenas, pero la norma general me deja siempre el mismo sabor de boca.
Puede que yo sea un poco rara, pero me gustan las cosas con personalidad, con alma. Por eso me gustan los hombres que a pesar de no ser bellísimos tienen carácter, tienen algo especial en la mirada, en la sonrisa, en la forma de hablar. Por eso me gustan las películas diferentes y por eso me gusta esta serie.
Y sobre todo, por eso me gusta uno de sus personajes.
Los capítulos que he visto con el Niño siempre nos han llevado a la conversación de si los británicos son feos. Yo opino que no, que simplemente son diferentes a lo que estamos acostumbrados, a esas bellezas americanas que rozan la perfección, con sus facciones pulidas y sus dientes blancos y cuadrados perfectamente alineados, con sus pelos bien peinados y sus narices operadas. Esa belleza absurda y hueca, que ni es real, ni es natural ni es nada de nada. Los británicos se parecen a ese prototipo, pero no. No son tan perfectos, no están tan pulidos, todos tienen algo raro. Y eso es lo que me gusta.   
En el caso del personaje que me tiene enamorada es verdad que tiene los dientes descolocados y raros, es verdad que tiene la nariz en un ángulo raro y es verdad todo lo que quieras. Además lleva tatuajes feos, fuma y se peina con flequillito como un tonto. Bueno, pues me lo quedaba mil veces antes que ningún guaperas hollywoodiense. Soy rara, no sé si lo había dicho ya.




martes, 6 de agosto de 2013

pequeña explicación

Cuando era pequeña, mi madre siempre me preguntaba por qué tenía que ser la abogada de las causas pobres. Yo no entendía nada de lo que significaba aquello, así que seguía peleando por causas perdidas si las consideraba justas. Y así es como me hice trabajadora social, supongo.
El caso es que tras la entrada anterior, voy a romper una lanza por el Ross. Y es que él es como es. No es una mala persona, ni mucho menos. Ni siquiera pienso que me haya hecho daño a propósito. Sólo es que no ha sabido o no ha querido estar conmigo. Quizás es que no es nuestro momento. Quizás es que ese momento ya pasó. Quizás es que vaya a ser en un futuro. Quizás es que no sea ni haya sido nunca. Poco me importa a estas alturas, la verdad. Ni siquiera estoy enfadada con él. Seguiremos siendo amigos, compartimos demasiadas cosas como para no mirarnos a la cara.
Lo que pasa es que ahora queremos cosas distintas. Yo necesito cosas que él no me da. Él necesitará cosas que yo no le doy. Y yo quiero cosas que él no. Total, que estamos en puntos distintos.
La vida me ha enseñado muchas cosas a estas alturas. Una de ellas es que nunca sabes lo que te espera a la vuelta de la esquina. A veces crees que lo tienes todo atado y seguro. Y de repente, en un segundo ¡zas! Todo a tomar por culo. Así que no puedo decir lo que va a pasar de aquí a seis, tres o dos meses. No sé dónde, cómo o con quién estaré cuando acabe el año. No sé ni lo que haré mañana. Pero sí sé que ahora mismo no quiero estar con el Ross y él no quiere estar conmigo. Y yo tengo la conciencia tranquila. En los pasados meses lo he dado todo, me he mostrado tal como soy, le he tratado lo mejor que he sabido y he mostrado mis sentimientos. Si él no ha querido aceptar eso y estar conmigo, está en su total derecho. Es muy lícito no querer a alguien que sí nos quiere. Son cosas que pasan. Hubo un tiempo hace mucho años en el que fue al revés,  así que no le echo nada en cara. Lo que pasa es que una vez dado todo, ya no hay más que hacer. Le quiero y le querré siempre, lo sé, pero quizás empiece a hacerlo de otro modo. No sé si me explico.
Y por supuesto, tengo que decir unas cuantas cosas del Niño chico. Los que vivisteis la historia en su momento me decís siempre que se me veía muy feliz a su lado. Y lo fui. Lo sigo siendo, de hecho. Ser feliz a su lado es lo más fácil que pueda hacer nadie. Ese jodío niño de ojos negros tiene una magia para todo lo que hace que convierte lo cotidiano en totalmente extraordinario sin darse ni cuenta. Es el mejor novio que he tenido jamás. Nunca me he sentido más cuidada, más segura y más tranquila que con él. Nunca he recibido detalles más bonitos, nunca he tenido mejor forma de despertar ni de dormir que a su lado. Es un niño, le falta mucho por vivir y apenas abulta más que yo, pero les ha dado un auténtico repaso a todos los hombres de mi vida. No hay uno sólo que no quede a la altura del betún comparado con él. Y es el único que ha plantado cara de verdad al Ross. El único al que no hubiera cambiado jamás por él. El único con el que me la jugué y empecé una relación después de la terrible experiencia del desequilibrado. El único con el que he pensado que salía ganando por tenerle conmigo. El único con el que al verle, el resto del mundo pasa a un segundo plano. El único al que he llevado con mi grupo de amigos. El único del que he publicado fotos en mi facebook. El único del que he hablado en el blog como mi novio, llena de orgullo por que estuviera conmigo. El niño chico es el único al que he querido, en el que he confiado, con el que he abierto mi corazón en muchos años. El único con el que me río, lloro, le cuento todo. El único que sabe cuidarme y calmarme. El único en el que confío a ciegas por que como dice Fito, no es que diga la verdad, es que nunca me ha mentido.
Y no lo dejamos por nada raro. Él fue un ejemplo de valentía y sinceridad al plantearme unas dudas más que razonables. Ni más ni menos. Y me dolió tanto perderle por lo feliz que era a su lado. Me sentí dolida y patalee porque me parecía injusto tener que dejarlo escapar. Pero jamás he hablado mal de él. Ni en el blog, por supuesto, ni fuera de él. Los que sois amigos en la vida real lo sabéis de sobra. Ni una mala palabra ha salido de mi boca porque no la hay.   

Ahora bien, sé que algunas de las cosas que nos separaron siguen ahí. Sé que hay una diferencia de edad importante, sé que él quiere irse fuera de España, sé que incluso antes de que eso ocurra, nos separan unos cientos de kilómetros. Lo sé todo. Y por eso es muy probable que no acabemos juntos para siempre forever and ever. Pero me la pela mucho. No creo en los planes de futuro, ya lo he dicho. No creo en el te lo juro vida mía. No creo en el estaré toda la vida esperándote. No creo en nada, porque la vida es como es y un día te levantas y te cae una maceta en la cabeza y se acabó el cuento. Todo puede pasar, todo puede cambiar, todo puede dar mil vueltas. Pero ahora, hoy, en este jodido momento, él se ha vuelto a poner en mi camino. Ha cambiado mi vida para mejor. Me ha dado un empujón que necesitaba como el aire. Me ha enseñado y demostrado muchas cosas. Me ha devuelto la ilusión, la alegría y la idea de que soy mejor de lo que yo misma suelo pensar. Me ha dado la sensación de que quererme no es tan difícil, que mi día a día no es tan desagradable. Y con eso ya me siento feliz y llena. Por eso y por todas esas cosas que él y yo sabemos, tiene un hueco muy grande en mi vida. Y puede quedarse en él hasta que le de la gana, se lo ha ganado a pulso. Porque hoy, ante mi niño chico no hay nadie. Y mañana… mañana será otro día. 

sábado, 3 de agosto de 2013

El NO viaje con Seis

Ay madre. Tengo tanto que contar y va a ser tan complicado explicarlo que creo que sería mejor huir haciendo la croqueta. Abandonar el blog, cambiar de nombre, de cara de casa y pegar la vuelta. Espera, me estoy liando.
Bueno, a ver.
Hace meses os dije que estaba muy apagada. Y notasteis que escribía menos y tal. Pues no lo quise contar, pero fue porque el Ross y yo empezamos a estar en una situación complicada. Bueno, complicada, complicada… no. En realidad es muy sencillo. Que él no quería estar conmigo y punto. Ahora lo veo claro. Él empezó a hacer toda clase de cosas que me hacían sentir mal. Y yo me harté de querer a alguien a lo gilipollas. Así que me quedé hecha polvo. Para colmo de las cosas absurdas que el Ross decidió hacer, una de ellas fue irse una semana de vacaciones con un ex rollete suyo. Conmigo no quería salir un fin de semana, pero con una tía que apenas conocía de nada, se iba una semana de viajecitos, hotelitos y su puta madre. Eso colmó mis límites. Así que yo hice otra cosa más absurda aún en una especie de escalada de gilipolleces: irme con Seis la misma semana para no verle pasearse con la tía en cuestión.
Francamente y como se pudo intuir en mi entrada anterior, no me apetecía mucho irme con Seis. Le quiero mucho, de verdad, pero es una persona complicada cuanto menos. Y unos días antes de viajar empezó a tocarme las narices. Pero yo seguía resignada. Al parecer, nadie me gana a gilipollas. Y tras los últimos meses con el Ross me había acostumbrado a la idea de que “lo normal” es que los tíos me traten mal. Así que estaba la noche de antes de irme de vacaciones totalmente aplastada, sintiendo que es normal que un chico al que adoras y le das todo se vaya de vacaciones con otra. Resignada a irte esa semana con alguien más raro que un perro verde que no es capaz de tener contigo un detalle y asumiendo que las cosas nunca serán distintas. Como si para mí no hubiera otra opción. Como si yo no mereciera algo mejor.
Pero el destino al final nos pone en nuestro camino aunque sea a hostias. Nos empecinamos en hacer cosas raras, complicadas, difíciles. Luchamos y luchamos con la esperanza de que algún día salgan bien. Y no vemos que a veces, todo es tan difícil porque no es para nosotros. Que lo que de verdad es nuestro, sale solo.
Cuando estábamos terminando de preparar el viaje, Seis me dijo que había decidido pasar noche en Sevilla para hacer el viaje en dos partes y que no se hiciera tan largo. Y yo pensé que era buena idea decírselo a mi ex. (Para los nuevos, el año pasado estuve seis meses saliendo con un chico sevillano encantador con el que lo dejé por razones normales, jamás me trató mal ni me engañó ni se fue de vacaciones con otra. Para más información, la etiqueta del niño chico). Al principio se lo dije por quedar bien, la verdad. Me parecía feo estar en su ciudad y que ni lo supiera. Pero no tenía intención alguna de verle. Lo que pasa es que nos pusimos a hablar. Y a hablar. Y nos tiramos tres días hablando. Y quedamos en vernos la noche que yo pasaba en tan maravillosa ciudad.
Esa noche con él empecé a pensar que llevaba un tiempo haciéndolo todo al revés. Si para mí es tan fácil reír como esa noche, si me sentía tan yo, tan natural, tan llena de vida, ¿Por qué hacía meses que no me sentía así ni un solo día?
A las cinco de la mañana me desperté empapada en sudor y con unos dolores mortales. Tuve un cólico de escándalo. Y mientras me retorcía ante la atónita mirada de Seis, llegué a la conclusión de que así no iba a ningún sitio. Ni Algarve ni pollas en vinagre. No me iba a ir enferma y jodida a un pais que no es el mío, donde no sé si hay médicos y no sé decir nada más que “gracias”. No me iba a ir a estar una semana en un país extraño donde iba a pasar más de ocho horas al día sola mientras mi amigo hacía surf.
Así que por la mañana, cuando recibí un mensaje del niño chico deseándome buen viaje le dije que me había puesto mala. Y antes de que pudiera explicarle nada más, su respuesta fue inmediata: “voy para allá”. Diablos. “VOY”. Qué gran palabra. Hacía meses que no la escuchaba sin mil excusas, preguntas y explicaciones de por medio. Un voy a tu lado incondicional. Le dije que buscara un hotel para que pasara ese día y que al día siguiente cuando me encontrara mejor, cogería un bus para volver a Madrid.
Vino a por mí a la otra punta de Sevilla. Me llevó a un hotel y me cuidó mucho ese día. Y me reí muchísimo. Y recordé por qué me gusta tanto Sevilla. Y decidimos quedarnos toda la semana juntos.
No tengo palabras para explicar qué giro ha pegado mi vida en unos pocos días. Ya no sólo porque el niño chico haya puesto mi vida del revés otra vez un año más tarde. Si no por cómo ha cambiado mi percepción de muchas cosas. Me he dado cuenta de que los últimos meses he hecho el gilipollas con el Ross. Cuando un chico te quiere no te deja tirada cuando le necesitas. No se va de vacaciones con otra. No le da igual verte llorar durante semanas. No pasa de ti cuando te ve pasándolo mal. No te deja sola en casa cuando le llamas llorando porque te has hecho una fisura en el tobillo y se queda viendo la tele en la suya, sin preguntarte si quiera como estás. NO. Eso no es así. Y ya está. Y yo he sido imbécil y lo he aguantado todo esto y más, pensando que nadie podría ni querría tratarme mejor. Pensando que nadie se daría cuenta de que por muy bruta que sea, a mí también me duelen las cosas, también necesito ayuda, también necesito cariño. Pensando que tenía que resignarme.
Y esto es en lo que mejor me ha venido esta maravillosa semana. Porque sí, lo he pasado muy bien. Me he reído hasta asombrarme de cómo suenan mis propias carcajadas. Me he enamorado un poco más aún de una de las ciudades más bonitas del mundo. He comido cazón en adobo, pinchitos de pollo, pan con salmorejo y jamón del güeno, montaditos y cosas ricas. He pasado calor y bebido tanto aquarius como para un equipo olímpico. He canturreado y gastado bromas. He paseado hasta hacer desaparecer mi celulitis. He hecho muchas cosas… pero sobre todo, me he dado cuenta de que no tengo que conformarme con migajas. Que si alguien me quiere, me lo demostrará. Que hay chicos que se cruzan una ciudad en coche a las nueve de la mañana para ir a buscarte aunque les digas que no pasa nada. Que hay chicos dispuestos a renunciar a sus planes por mí. Que hay chicos que cada día cuando te despiertas te dicen que eres un regalo. Que hay chicos que se alegran tanto de que vayas a buscarles a la parada del bus que te abrazan y te sonríen. Que hay chicos que te dicen que no les sobras ni un segundo y que cada vez que se dan la vuelta y te ven, son felices de que estés ahí. Que hay chicos que ven más allá de tus defectos, que les importa una mierda que seas más fuerte o más valiente que ellos y te cuidan, te protegen y te dan todo el cariño que otros creen que no necesitas o no mereces. Que hay chicos que te devuelven la vida cuando creías que empezaba a estar todo perdido.

Tooooootal… que mis vacaciones han sido mucho mejor de lo que podría haber soñado. Y poco a poco os contaré muchas más cosas, porque mi vida es así de sencilla. Muy fácil todo, oiga. Si no me busco yo aventuras para animar el blog, la vida me las da ella sola. Pero aquí no hay quien se aburra.

martes, 28 de mayo de 2013

Ropa interior bonita... ¿merece la pena?


Todas y sí, digo bien en femenino, todas, hemos oído alguna vez el rollo ese de que debemos arreglarnos, pintarnos y ponernos ropa bonita por nosotras más que por los hombres que nos van a mirar. Y me parece una soberana chorrada.
No seamos hipócritas. Nos arreglamos como rito de apareamiento. Si no fuera así, nos pondríamos súper guapas para estar tiradas en el sofá y saldríamos de fiesta con los andrajosos pantalones de chándal y los pijamas de pelotillas. Pero no. ¿Por qué? Pues porque todos necesitamos gustar, queremos atraer miradas o la atención del sexo opuesto. O del propio. O de lo que nos guste.
El caso es que yo soy vaga tirando a muy vaga. Así que reconozco que me cuesta un triunfo arreglarme si no es por un buen motivo. Y me gustaría ser de esas chicas capaces de levantarse media hora antes para llegar super bien maqueadas al trabajo o a clase o a lo que sea. Pero no. Yo me lavo la cara y me doy crema hidratante y punto. Y me visto, por aquello de lo socialmente incorrecto que resulta ir en pelotas por el mundo actual. Pero no me como la cabeza. No me sale ponerme un vestido, medias, zapatos y blablablá para ir al mercamoñas o para bajar al despacho a deshacer los entuertos informáticos de mi padre.
A veces sí me da el punto y me pongo mona un día…. Pero es raro. Y además, no me siento mejor ni peor por ir con pintas roñosas o con aspecto de revista de moda. Me la trae muy floja todo. Hay gente que dice que si te arreglas y tal, te sube la autoestima y por lo tanto tu estado anímico mejora. Es posible. Pero de nuevo es por la razón de que te ves más guapa y crees que ese chico tan mono que está de cajero en el mercamoñas lo pensará también. O sea, no te arreglas por ti. O no sólo por ti.
El colmo es lo de la ropa interior. Que si vas bien por dentro te sientes mejor y tal. Eslogan de tiendas de bragas, vaya. Yo necesito llevar bragas medianamente cómodas. Ir constantemente rascándote el culo porque las monísimas bragas brasileñas se te meten por el ídem es lo más grosero del mundo. Y no me fastidiéis, cuando una se pone ropa interior de esa tan chuli como incómoda es porque tiene la esperanza de que alguien se la quite. Yo misma lo he hecho en más de una ocasión. Hasta que descubrí que los hombres por lo general pasan de la ropa interior como de comer flores. Que sí, que ven el desfile de victoriasecret y se les cae la baba porque no les riega la sangre al cerebro, pero una vez metidos en lío con una mujer normal, no se detienen a observar tus preciosas bragas con cristales del swarosky incrusrtados que por cierto, te han hecho yagas en las ingles. O al menos esa es mi experiencia.
Yo sólo he encontrado un hombre que realmente se deleitaba con la ropa interior y con los años he llegado a pensar que era porque le hubiera gustado más llevarla él que vérmela a mí puesta. El resto, han pasado mucho del asunto. Que síiiii… que te ven con ella puesta y lo mismo hasta te dicen algo o provocas que dejen de jugar al ordenador para jugar contigo. Pero supongamos que llevas el conjunto de encaje más mono del mundo debajo de la ropa de calle y él no lo sabe. Lo más posible es que una vez metido en faena, te arranque las bragas a la vez que los vaqueros y que forcejee con el sujetador hasta desistir y sacártelo por la cabeza sin reparar en que es preciosérrimo y que te ha costado un dineral como para que lo tire al suelo sin miramientos. O al menos, esa ha sido mi experiencia en general.
Total, que ahora me he hecho vaga también para la ropa interior. Y llevo bragas de algodón y sujetadores con remiendos debajo de mis chándal raídos y mis vaqueros desgastados. Ahí, molando fuerte. 

Y por cierto, estoy un poco cansada de la gente que llega a mi blog con búsquedas como tetas, culos, follar con vecinos, bikinis transparentes y demás cosas cochinas. Esto NO es un sitio porno por más que os empeñéis. Y si no me pagáis no va a serlo nunca, hombre ya. 

lunes, 20 de mayo de 2013

El Gori


Mi querido gurú Seis ha empezado a salir con una chica. Una auténtica y genuina loca de la pradera. A mí cuanto más me cuenta de ella, peor me cae. Porque aparte de estar desequilibrada, chalada y ser una obsesiva, tiene unas gilipolleces flipantes. De hecho, yo la llamo la Masmola porque todo lo que hace tiene que molar un montón. Es la típica persona instagram, que sólo hace cosas para ponerles un bonito filtro y colgarlas en donde todo el mundo pueda verlo. No esquían o hacen surf o senderismo por placer, lo hacen por estética. A veces creo que si a esa gente les ofrecieran el viaje de sus sueños con la única condición de no poder hacer fotos ni contarlo, no lo harían. ¿para qué? Si no puedo publicarlo en mis chorrocientas redes sociales, no tiene sentido. A mí, francamente, me parece un absurdo todo esto. Un postureo puro y duro, una vida de plástico y tinta, sin un ápice de sentimiento real detrás de la imagen retocada. Pero oye, allá cada cual con sus cosas.
El tema es que cuando Seis me estaba contando todo esto, me acordé del guapérrimo. Me eche a reír y le comenté que quizás se entendieran bien entre dos “molatanto” que en realidad no molan nada. El problema es que Seis tiende a tomarse en serio todo lo que digo y le pareció una buena idea. Y le enseñé una foto del guapérrimo que guardo por ahí para recordarme a mí misma que hubo un día en el que ese pedazo de pivón quiso algo conmigo. Es una estupidez, pero me sube el ego, qué queréis que os diga.
El caso es que, como todo el puto mundo que ve fotos del guapérrimo, Seis no pudo evitar una exclamación de asombro.

-         ¡¡Co-ño!! Vaya pedazo de tío, ¿no Naar?
-         Ya…
-         Joder, qué mandíbula cincelada en piedra. – Seis es así hasta para describir a un tipo que no conoce. – Y qué sonrisa. Vaya tipo tan guapo.
-         Ya…
-         Y dices que este tío hacía snow y submarinismo y tenía moto y…
-         Y hacía viajes de mochilero y era ingeniero y era educado y divertido y blablablá.

Seis me miró por fin, saliendo del embrujo que producen las fotos del guapérrimo a todo el que las ve y sacudió la cabeza con desaprobación. Cruzó las manos y se inclinó un poco hacia delante.

-         Y me estás diciendo que este chico estaba interesado en ti pero…
-         Pero pasé de él.
-         Bien, y la razón es…
-         Pues que se cruzó el Ross. – para los nuevos mirar aquí y aquí.
-         Ya. – respiró hondo. - ¿¿Y ME DICES EN SERIO QUE CAMBIASTE A ESTE TÍO POR… POR UN GORI?? ¡¡UN PUTO GORI!!

Solté una sonora carcajada. Un Gori*. Qué bueno. Porque es verdad que mi Ross se parece a los Goris. Sólo Seis y su fina agudeza mental podían hacer esa extraña pero acertada asociación de ideas.

-         El Ross no es un gori… - puntualicé. – es MI gori. Y cambiar a ese tío y a toda su estúpida perfección y sus cosas molonas por él es la mejor decisión que he tomado en la vida.

Entonces Seis me miró con ternura. Sonrió y se arrebujó en la manta que lo tapaba.

-         Tienes toda la razón. Puede que haya una conexión especial entre dos personas que hace que veas a un gori como el ser más maravilloso del mundo. Y entonces nada te importa. Aunque tu Ross no sea el más guapo, o vista como un pordiosero o no mole tanto como este tipo… es tu gori. Es buena persona, os entendéis y os hacéis felices. Eso es lo que cuenta, es lo importante. Y ya quisiera yo encontrar a mi propia gori.

Conclusión, quizás un gori pueda hacernos más felices que el tipo perfecto de mandíbula cincelada en piedra. Porque no hace falta ser perfecto… hace falta que la otra persona te quiera por encima de todo aunque no lo seas.


* para los que sois tan asquerosamente jóvenes que no sabéis quién ese este bicho, es un personaje de los Fraggel Rock. Y por vuestro bien, deberíais ver esa serie. Es una maravilla. Yo la veía cuando era pequeña y aún hoy he conseguido rescatar algún capítulo y me sigue pareciendo una pasada. Así que id y conoced a los goris, los fraggel y los curris. Ignorantes.   


lunes, 11 de marzo de 2013

el wasap es mal


Martes por la tarde-noche. Yo cocinando tranquilamente en casa hasta que se me cruza el cable. Foto a los hojaldritos rellenos y wasap al canto:

-         Ross, mira lo que estoy haciendo… ¿te apuntas?
-         ¿me invitas a cenar?
-         Claro.
-         Dame diez minutos y estoy en tu casa.

Luego pasó todo esto. Pero no estamos juntos.

Jueves después de comer. Yo echando la siesta con Ron abrazado a mí y sonriendo feliz. Me suena el móvil, wasap al canto.

-         Naar, estoy en casa ya… ¿te vienes y vemos una peli? Tengo patatas fritas J
-         Vale, voy en un rato, estoy ocupada, mira. (Foto de Ron dormido como un tronco en mi brazo izquierdo.)
-         Ok, te espero.

Al cabo de un rato, estaba en su casa, tapada con la manta en el sofá y recibiendo un estupendo masaje de pies mientras veíamos Snatch, cerdos y diamantes. Buenísima, por cierto. Nos echamos unas risas con la peli. Charlamos un rato. Peleamos un poco en el sofá riéndonos a carcajadas. Le rasqué la espalda. Me llevó a la cama en brazos, me dio un masaje en la espalda y… esas cosas.  Me enseñó vídeos en Internet, volvimos a reírnos. Tenía en favoritos y recientes el de nuestra canción. Me miró de reojo, pero hice como que no me enteraba. Me fui a casa tras convencerle de que no me acompañe.  Tuve que repetirle diez veces que vivo a 200 metros y que no fastidie. Se empeñó en que le mandara al menos un wasap cuando llegara a casa. Lo peor es que lo hice.
Pero no estamos juntos.

Sábado. Estaba por la noche aburrida en casa dudando si ver el debate mierdoso de telecirco o si ponerme alguna película deprimente para hincharme a llorar cuando un pitido me desconcierta, wasap al canto.

-         Nena, si estás en casa pon el canal Xplora.
-         Voy.
-         Hay un programa de un tío buenorro que busca fenómenos paranormales. Mola. J
-         ¡Ah, sí, lo conozco! ¡¡Es genial!!
-         ¿Y por qué estás en casa?
-         Me puse malita anoche y no he querido salir.
-         Yo estoy en casa de mis padres cuidando a la gorda (su gata maléfica), pero si quieres voy.
-         No, estoy bien.
-         ¿seguro?
-         Sí.
-         ¿has comido?
-         Sí.
-         ¿Y has cenado?
-         Que sí…
-         Bueno… ¿Voy?
-         Que no, pesado.

Dos horas más chateando sobre el programa. Riéndonos de todo lo que iba pasando. Haciendo coñas de esas que sólo nos hacen gracia  a nosotros. Viendo la tele juntos aunque en casas distintas. Contándonos cosas durante la publicidad. Hablando del Seis Naciones. Haciéndonos una extraña compañía.
Pero no estamos juntos. 

Domingo. A eso de las seis y algo de la tarde me empecé a aburrir estrepitosamente. Así que mandé un wasap al Ross preguntándole cómo iba el seis naciones, que Inglaterra juega con Italia y ya verás tú qué paliza. El Ross me contestó al rato que se iba para casa y que si me animaba a ver una peli con él. Le dije que sí, claro. Así que me dijo que tardaría como media hora en llegar y que me daría un toque cuando llegara a su casa. Yo me duché y me estaba empezando a vestir, cuando me sonó el telefonillo. El Ross, que venía con tres pintas de guinness en el cuerpo más contento que unas maracas. Así que me abrazó, me besuqueó, me dijo un par de chorradas y nos fuimos a su casa riéndonos por la calle, paseando de la mano y charlando de rugby. Pero no estamos juntos.
En su casa, tarde de domingo. Vimos Los Juegos del hambre, que no está mal a pesar de que a mí los rollos futuristas me tocan un poco la moral. Comimos palomitas, seguimos bromeando. Me dio un masaje, le rasqué los tobillos. Nos reímos y hasta hablamos un rato en serio. Nos abrazamos bajo la manta. Pero no estamos juntos.

Cuando llegué a casa el domingo por la noche estaba un poco triste sin saber muy bien por qué. Quizás porque no estamos juntos. O quizás porque parece que sí. Y entonces me di cuenta. Hay un denominador común en toda esta historia. Hay algo raro en todo esto ¿no os habéis dado cuenta? ¿no veis lo que falla? ¡¡El maldito wasap!! Es eso. Sin duda. El wasap es el mal. Así que me voy a pensar mucho si pagar los 89 céntimos. Maldito wasap del demonio… ¡la culpa de todo es suya!

viernes, 8 de marzo de 2013

¿qué está pasando?


¿Vosotros creéis que hablo claro? Bueno, que escribo claro, pero es igual. ¿Se me entiende? ¿Digo las cosas de una forma muy extraña o retorcida?
Porque os garantizo que hablo tal y como escribo. Sólo que con más tacos. Y más deprisa. Pero igual de clarito. O más aún porque cuento a mi favor con el tono y la expresión corporal. Así que si os digo que he sido lo bastante clara con un tío, podéis creerme sin lugar a dudas.
Os lo expliqué aquí. El tío no me molaba nada. Le hice tres cobras. Le dije que no iba a pasar nada entre nosotros ni entonces ni nunca. Así, tal cual. Fui muy sincera. Y cuando digo sincera, quiero decir rozando lo hiriente. Bien, pues el otro día estaba con el Ross en mi casa viendo la tele y charlando mientras zampábamos hojaldritos rellenos cuando me llegó un wasap. Y era de ese tío. De ese puñetero tío al que dije el más radical de los NO. Me decía que qué tal me iba y blablá. No contesté. Me siguió mandando mensajitos. Le dije que bien y punto. Sin más. Y me dijo que si me apetecía que nos viéramos un día. ¿Comorrr? ¿Pero yo a ti qué te he dicho? ¿Pero en qué idioma hablo? O lo que es mejor ¿pero en qué idioma escuchas tú?
El Ross se echó a reír cuando se lo conté. El estúpido Ross y su estúpido sentido del humor. Y a veces no sé si es que hace las cosas por que sí, porque es un manipulador nato, porque es muy listo o porque simplemente es tonto.
El caso es que yo ahí indignada y el Ross con su sangre de horchata tumbado a mi lado y engulléndose mis hojaldres. Y el otro tipo volvió mandarme mensajes, pero ni los miré porque esas cosas me enfadan.  Y porque como me había olvidado de él, ni se me ocurrió bloquearle. Si es que soy tonta perdida y no aprendo. Y seguí despotricando un poco mientras el Ross comía y miraba la tele, absorto en el “Cómo lo hacen” del Discovery Channel. Eso me trajo recuerdos. Muchos recuerdos.

-         Ross, me ignoras mientras te estoy contando algo, como siempre.
-         No, qué va. Claro que no. – dijo sin mirarme.
-         ¡¡Ross!!
-         ¿Eh? No, sí… no. Te escucho. Dime.
-         ¿sabes que siempre me ignoras? ¿sabes que me perdiste por ignorarme?
-         Lo sé, pero como ya no somos novios, puedo ignorarte tranquilo. – dijo con una risita. Luego me puso la mano en la pierna y con toda su pachorra añadió. – ¿Te gusta ese tío? Frúngetelo. ¿No te gusta? Dile que has vuelto conmigo. Y ya está. ¡Huy! mira cómo hacen los ladrillos. Es una pasada.
-         ¿Que le diga qué?
-         ¿eh? ¿A quién?
-         ¡¡Ross!!
-         Dile que hemos vuelto. – hizo una pausa y se comió otro hojaldre. – Pero no hemos vuelto. Tenlo claro. No hay nada entre nosotros, ¿vale? Nada. Bueno, sí, tú cocinas y yo me lo como.
-         O sea, como siempre.
-         No, porque antes… ¡No hemos vuelto!
-         Ya lo sé.

Cogí el móvil y le dije al tío ese pesado que no iba a quedar con él porque había vuelto con mi ex. Curiosamente, una mentira hizo mucho más efecto que una verdad. Son cosas que no me explico. El cachondo mental de él me dijo, entre la amenaza y la simulación de dignidad, que en tal caso iba a borrar mi número. Pues bórralo, tío cansino, porque vas a ser bloqueado pero ya mismo. Al rato, cuando terminaron de explicar cómo se hacen los puñeteros ladrillos, El Ross dejó de comer y me miró de reojo.

-         ¿Entonces no te lo frunges?
-         No.
-         ¿Y al ingeniero?
-         Tampoco. Desapareció hace tiempo.
-         Ahá.
-         ¿Pasa algo? – le dije un poco confusa.
-         O sea, que ahora no te frunges a nadie.
-         No. Bueno… a ti, pero… o sea, tú y yo no estamos juntos. – dije haciéndole un guiño.
-         Ahá.

Y entonces como de la nada, se arrancó el jersey que llevaba y me empotró contra la esquina del sofá. En serio, o me manipula súper bien, o es el más listo o simplemente es que yo soy tonta. Pero aquí pasa algo raro. Eso seguro.