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viernes, 15 de enero de 2021

Reconciliaciones

 Nunca he creído en ese rollo de que los mejores polvos son los de reconciliación. Si he tenido una bronca monumental contigo, van a pasar días hasta que me apetezca abrirme de piernas y que tú estés en medio. Así, como dato.

Sin embargo, contando con que no hablo de personas, ni de broncas, ni de polvos, estoy en etapa de reconciliación. No sé bien por qué. Tampoco sé qué era lo que me había llevado a estar distanciada de esas cosas, pero por alguna razón había ocurrido. Y benditos acercamientos que rompen el hielo y sacuden la escarcha de los corazones en mitad de este Madrid que sigue blanco y congelado. Gracias a la Filomena y a su manto de nieve que aun no deja transitar las calles de mi barrio, me he encontrado con dos semanas de vacaciones de mis clases que no esperaba, pero que francamente, ahora veo que necesitaba. Me están viniendo de lujo y los estoy disfrutando por primera vez en años.


Hace dos meses que la yaya se fue al cielo. Aún no me he reconciliado con la idea, pero ya voy aceptándola. Y me voy reconciliando conmigo misma tras semanas de un dolor tan horrible que me impedía respirar.

Eso incluye las croquetas. Sólo una vez en mi vida las intenté hacer y me quedaron fatal. De hecho, no llegaron a ser croquetas porque la maldita bechamel se quedó tan líquida que era imposible moldearla. Al final fue lasaña. En cualquier caso, no volví a intentarlo. Para qué, si me las hacía la yaya. Como la tortilla de patatas, que nunca la hice porque para eso la tenía a ella. Pero en noviembre la yaya se fue y yo me quedé sin croquetas, sin tortilla y sin uno de los mayores apoyos de mi vida. Y no puedo recuperar nuestras conversaciones por la tarde, ni sus anécdotas, ni contarle las cosas que sólo le contaba a ella. Pero puedo hacer croquetas y tortillas. Las primeras veces que las hice lloré como una magdalena todo el tiempo. Ahora las hago y “hablo” con ella mientras tanto. La siento extrañamente cerca mientras el pan rallado se acumula entre mis dedos pringosos. Y no, no me salen como a ella, pero al tiempo. Jamás nada ocupará su lugar, pero me enseñó a vivir hasta en las condiciones más adversas con alegría. Y por ella que voy a hacerlo. Se lo debo. Por eso escribo esto con las lágrimas saltándome a los cristales de las gafas, pero el corazón me sonríe. Porque como le juré la noche antes de que se fuera, ella y yo siempre estaremos juntas.


También me he reconciliado con la lectura. Yo de pequeña devoraba libros. Tanto, que pasé demasiado pronto a la literatura adulta por el simple motivo de que se me acabaron los libros infantiles y mis ansias lectoras cogían todo lo que había por casa, que por suerte era mucho. Y fue así hasta hace unos años, que por alguna razón mi cerebro se cerró. No me apetecía leer nada, no me enganchaba, no lo disfrutaba. Y a regañadientes no puedo hacer cosas. Así que me pasé años en los que sólo leía de forma esporádica. A veces ha habido libros que me han gustado mucho, pero mi ansia terminaba con la última página. Sin embargo también lo retomé con la marcha de la yaya. Las tres noches que pasé con ella en el hospital me ayudó a no volverme loca el poder leer durante horas y horas. Era un libro de Marian Keyes, ni siquiera recuerdo cuál. Pero me ayudó a pasar esas horas infernales mientras le daba la mano a mi yaya que estaba ya más en el otro mundo que en este. Y desde entonces he leído bastante. Me refugia del mundo meterme entre líneas de letras que sirven de escudo ante un presente como mínimo, raro.

Ahora, como consecuencia de una serie de Netflix, me he enganchado a las novelas de los Bridgerton. Leo como cuando era cría, hasta las tantas de la mañana, me llevo el libro al baño, a la cocina, leo mientras como y mientras fumo un cigarro en la ventana. Leo por la noche y después de comer y después de desayunar y si alguien me habla, sólo pienso que me está quitando tiempo de seguir leyendo. Llevo cuatro novelas en poco más de una semana. Soy una enferma. De hecho, estoy escribiendo esto y pensando que a ver si lo termino de una puta vez y me puedo poner a leer. Y sí, es novela facilona y predecible, pero me hace sentir bien. Y eso ya es bastante en estos momentos. Estoy hasta el gorro de los elitistas de las cosas que creen que para que algo valga la pena tiene que ser tortuoso, complicado y coñazo. Vete a leer a Nietzche y pégate un tiro, pero a mí déjame bailar en el Londres decimonónico con afables caballeros en levita.


Por último, me he dado cuenta de esta época de reconciliación gracias Bruce Springsteen. Siempre me había gustado pero por alguna razón, hacía años que no le escuchaba. Sabe Dios por qué. Pero el otro día en ese estúpido reproductor de canciones aleatorias que tengo en el cerebro sonó Glory Days. Tanto y tan fuerte que me la tuve que poner mientras me duchaba. Y de repente la voz de Springsteen me hizo sonreír y bailar en el baño. Hacía tiempo que no hacía. Y me sentí bien. Así que he retomado lo mío con él. Que además, cómo no me iba a gustar, si un tío que puede bailar y sonreír mientras canta como lo hace él ya tiene media polla dentro. Mirad el vídeo de Glory Days. O el de Dancing in the dark. Os juro que me se me retuercen los colmillos con esos vaqueros ajustados.


Me estoy desviando, que en un solo post lo mismo hablo de mi yaya moribunda que del movimiento de caderas del Boss. Quizás esto pasa por escribir tan poco, que ahora se me amontonan las cosas que decir. Igual me vuelve a dar también una racha de escribir a lo loco, quién sabe. Yo soy muy de obsesiones pasajeras pero intensas. Tengo una conducta un tanto compulsiva cuando algo me interesa, pero también soy de atención dispersa, así que vaya a saber.


En cualquier caso, feliz año. No es que de momento el 2021 lo esté poniendo fácil para que le cojamos cariño, pero no vamos a rendirnos tan pronto. Cuidaos, cuidad a los vuestros y sólo pidamos salud, que nunca fue tan importante.


domingo, 14 de julio de 2019


Apenas un par de semanas o tres antes de morir, mi bisabuela me mandó a casa a estudiar cuando fui a verla al hospital. Era junio y yo estaba en la carrera... y ella lo sabía porque estaba completamente lúcida. Así que entré en la habitación y me dijo “¿qué haces aquí? Vete a casa que estás de exámenes.” Y se quedó tan ancha. Lo último que le dije era que la quería mucho. Me sonrió por debajo de la goma del oxígeno y me dijo que ella a mí también. 97 años largos tenía. Yo acababa de cumplir 20. Y aunque me dolió su pérdida en el alma, era demasiado joven, demasiado egoísta, demasiado estúpida para entender de verdad y en profundidad cuánto se me iba con ella. Aún hoy, 16 años después la echo de menos.

La hermana de mi bisabuela murió con 106 años. Se durmió un día y no se despertó, sin más. Esa misma noche le dijo a su hija con la que vivía “hija de verdad... una tortilla francesa y un yogur, a cualquier cosa le llamas tú cenar”. Para colmo, un año antes había tenido un tataranieto. Cuando se lo enseñaron y lo cogió en brazos dijo “Yo lo que siento es que a este pequeño no le veré casar”. Tócate los cojones. No dijo el bautizo o la comunión si quiera. No. Casar. Que la buena señora pretendía vivir mil años, supongo.

En la familia de mi madre nadie quiere morirse nunca. ¿Sabéis eso que dicen a veces los viejos de “a ver si me muero ya” o “yo ya no tengo nada que hacer en el mundo” o cosas así? Bueno, pues por aquí no se estila. Aquí se vive hasta que se puede, dándolo todo hasta el último día, con planes y esperanzas hasta el último aliento. Con ganas de vivir siempre.

Por eso me entristece tanto, tantísimo, que mi yaya tenga cáncer. Un cáncer de ovarios avanzado contra el que ya no podemos hacer nada. Iría y daría de hostias a su doctora de cabecera, que lleva tres años, tres putos años, ignorando las infecciones de orina y molestias genitales constantes, recetando antibióticos todos los meses y diciendo que eso son cosas de la edad. Le daría de hostias hasta que retrocediera en el tiempo y mostrara un poco más de interés en sus pacientes. Que para ella es una más, quizás una pesada que va todos los meses con el mismo rollo, pero para mí es mi yaya. Y me han quitado diez años de vida más que esperaba pasar con ella.
De momento ella no lo sabe. Sabe que tiene un bulto y que le están haciendo algunas pruebas. Pero está bien, está normal. Está en su casa haciendo su vida con mi yayo. Está ojeando su periódico todos los días, viendo su fútbol, leyendo sus libros, cosiendo, haciendo punto, pasando a limpio sus apuntes de historia. Está como siempre. Más delgada, un poco desganada con la comida, quizás algo cansada. Pero con su ánimo, su sentido del humor, sus ganas de aprender, de saber más, de conocer cosas nuevas. Sigue, como al parecer está en la genética de mi familia, queriendo vivir. 87 años no han sido suficientes, ni de lejos. Sigue teniendo demasiado que hacer.

Y yo me muero de pena. Llevo tres días que no puedo dejar de llorar. Porque pierdo a mi yaya y no sé cuánto tiempo me queda de estar con ella. Porque la pierdo y me pregunto si sabré o podré decirle todas las cosas que tengo pendientes. Si sabrá cuánto me ha enseñado, cuánto me deja, cuánto voy a tener de ella toda la vida. Si podré hacerle saber cuánto la quiero y cuánto la voy a echar de menos. Si podré decirle lo afortunada que soy de haberla tenido tanto tiempo aunque no me parezca suficiente. Si entenderá que mi vida es mucho mejor por haberla tenido a ella como yaya. Y me pregunto qué haré cuando ya no esté. Nunca lo había tenido que pensar en serio. Y no sé. No sé qué haré las tardes si no puedo llamarla. No sé quién me hará tortillas de patata o croquetas. No sé quién me cogerá el bajo de los pantalones. Quién me enseñará a hacer tipos de punto nuevos para tejer en invierno. No sé quién me dará consejos y me escuchará las chorradas que le cuento a ella. No sé con quién hablaré de libros, de música, de museos y de cuadros. Quién me contará historias de Madrid o de la familia o de tantas cosas que ella sabe. No sé quién me preguntará por mis gatitos y me dirá que San Francisco los protege. No sé.

Sé que aún tengo algún tiempo con ella. No mucho. Quizás unos meses. Demasiado poco. Y muy tristes aunque no se lo demuestre. Lo aprovecharé, pero sufriré cada día sabiendo que es uno menos. Y sólo le pido a Dios que siga así, que no sufra, que no tenga dolores. Y que cuando suba al cielo, porque le van a abrir las puertas de par en par, que le pongan un ordenador para leerme. Porque sé que lo hará, que va a seguir aprendiendo, investigando, siendo inteligente, curiosa y culta. Sé que seguirá queriendo estar al día y manejando internet y todo lo nuevo que salga. Así que podrá meterse en el blog que no le dejé leer desde la Tierra y se lo comerá entero. El mío y todo lo que pille. Aprovechará el resto de la eternidad para estudiar, lo tengo clarísimo.

Sé que va a estar conmigo siempre, de un modo o de otro. Pero de forma egoísta no puedo evitar pedir que se quede aquí, en su casa y en la vida todo el tiempo que sea posible. Porque sin ella el mundo va a ser un lugar un poco peor.


P.D. Cierro los comentarios para este post porque no soy capaz de gestionar lo que se me dice al respecto, aún no. Me ha costado una hora de llorera incontrolada escribir este post y no puedo hurgarme más en la herida. De hecho, me paso el día ocupada en otras cosas y tratando de distraerme para no volverme loca. Sé que me mandáis ánimos y abrazos y los agradezco de todo corazón.

lunes, 5 de junio de 2017

Las mimosas se han secado

Hace un año y unos meses olí las mimosas pensando en ti. Quería tener la mente positiva, quería creer en los finales felices, quería pensar que todo iba a salir bien. Quería creer en los poderes milagrosos de los buenos deseos. Quería, a pesar de que en la boca del estómago, en el mismo sitio donde a ti te descubrieron el cáncer, yo tenía una mala sensación.
Esta primavera volvieron a salir las mimosas, volví a olerlas y me acordé de esos días. De las malas noticias, del hospital, de los buenos deseos que no sirvieron de mucho. Pero las mimosas habían salido de nuevo y tú seguías aquí. Y pensé, a pesar de saber lo que ya sabíamos, que a veces la vida se resiste a la muerte. Que a veces, todo es cuestión de volver a ver cómo llega la primavera una vez más.
Ahora las mimosas se han secado y tú te has ido.

Casi nunca me han caído bien las amigas de mi madre. No sé por qué, pero es así. A algunas les he terminado tomando cariño, a fuerza del tiempo, a base de ver que eran buenas con ella o le hacían feliz. Otras me siguen cayendo fatal. Pero contigo fue distinto. Había algo en mí que te recordaba a ti misma de joven. Y había algo en ti que me hacía verme reflejada. Por eso, a parte de amiga de mi madre, también lo eras un poco mía. Cuando quedabais todas a comer y yo me apuntaba, casi siempre nos sentábamos juntas. Me divertían muchísimo tus comentarios por lo bajini. Tu finísimo sentido del humor, tu sarcasmo, tu carácter aparentemente seco. Tu manera de pasar de todo, de que te importara un pito la opinión del resto. Nos reíamos del mundo sin que nadie lo entendiera del todo.
Y nos comprendíamos. De verdad que sí. Tú te casaste jovencita y luego tuviste que echarle a la calle y poner el vestido de novia en la basura. Me lo contaste cuando yo eché al desequilibrado. Fuiste la única con la que fui honesta del todo, a la que dí detalles, con la que no me costó hablar. Porque tú me entendías, eras la única que no me ponía cara de pena, que no hacía preguntas absurdas o que me juzgaba. Tú te separaste más o menos a la misma edad que yo, pero en peores épocas, bajo peores circunstancias. Y por eso encontré tanta comprensión, tanto apoyo, tanta complicidad. Tu vestido de novia en la basura, cómo nos reímos las dos como tontas cuando me lo contaste ante la mirada atónita de otras.
A veces pensaba que eras la única que me entendía. Porque éramos las únicas que vivíamos solas, éramos las únicas “solteronas”. Tú sabías, lo hablamos mil veces, que cuando te acostumbras a la soledad, se hace casi imposible volver atrás. Que el primer día que coges el taladro te cagas de miedo, pero cuando consigues hacer el agujero te sientes invencible. Y después de eso, después de montar muebles, después de hacer lo que quieres y ser la única responsable, después de que nadie te contradiga, ni te cuide, ni te acompañe, ya no hay vuelta de hoja. Ya no vuelves a ser la misma. Y la gente te dice que eres muy dura, que tienes mala leche, que tienes demasiado carácter. Y recuerdo tu mirada cuando a alguna de las dos nos decían eso. Me mirabas, sabiendo que aunque nos separaban 30 años, éramos las únicas que lo entendíamos. Porque éramos las únicas que lo habíamos vivido. Y las mujeres fuertes, curtidas en mil batallas, apaleadas hasta los huesos y que se han recompuesto solas, nos reconocemos sólo con levantar una ceja. Por eso eras amiga de mi madre, pero también eras mi cómplice, mi camarada.
Te vi por última vez en el hospital, cuando aún te estaban haciendo pruebas. Cuando aún estabas como siempre. Tenías tu ordenador, tus libros, tus apuntes de la clase de historia del arte de mi madre. Todo desparramado por la habitación, porque te aburrías. Charlamos con naturalidad. Me diste la gracias por la visita, por el rato de conversación, por que ese rato te habías encontrado mejor. Y te di un abrazo y dos besos, en medio de bromas, porque igual que a mí, los besuqueos te ponían de mala leche. Pero esa vez nos los dimos. Y fue la última. Porque no has querido que nadie te viera demacrada por la quimio y la enfermedad. No has dejado que te visitáramos en un año entero. Y quiero que sepas, que aunque de forma egoísta me hubiera gustado verte, siempre lo he entendido. Y te he defendido, he sido la única en defender tu decisión, en pelear con todo el mundo, en darte la razón. Era tu derecho. Y yo, una vez más, lo comprendo.
Mañana tengo que ir al tanatorio. Por eso me estoy despidiendo aquí y ahora. Para llorármelo todo hoy y no hacerlo mañana. Para que quede entre nosotras, como tantas cosas. Para que una vez más, nos entendamos y le enseñemos el culo al mundo.
Te echaré de menos. Te llevo echando de menos un año. Y lo seguiré haciendo.

Ahora las mimosas se han secado y tú te has ido. Sit tibi terra levis. Que la tierra te sea leve, amiga.


domingo, 29 de mayo de 2016

Harta de la maternidad

Últimamente todo el mundo habla de la youtuber esa que tiene más hijos que una coneja. Personalmente, creo que he visto un par de imágenes de ella cuando alguien le ha dado a “me gusta” y de rebote ha aparecido en mi facebook. Pero ni un sólo minuto de vídeo suyo.
Primero debo aclarar que youtube no es mi medio. A mí me da vergüenza que me enfoquen hasta con una cámara de juguete. Yo soy incapaz de hacerme un selfie porque me da corte. Así que no, no es lo mío ir por ahí con una cámara en la mano como si fuera gilipollas una extensión de mi propio brazo grabando todo lo que hago. Que además, será cosa mía, pero a mí no me resulta interesante la vida “normal” de los demás. El que se graba haciendo chistes o tutoriales o lo que sea, pues mira, a mí no me gusta, pero vale. Pero grabarte cociendo macarrones o poniendo la lavadora me parece absurdo. Y aún más absurdo el que lo ve desde el otro lado. En fin, yo qué sé, igual es que no soy moderna, me quedé en el paleolítico de las letras escritas y de tener un poco de arte para plasmar en una hoja plana una idea o una aventura.
Por otro lado, insisto en que no he visto ni un minuto de la pava esta en cuestión que todo el mundo sabe quien es y a la que no nombro porque no tengo ganas de pelear con descerebradas que vengan a defenderla de la nada, porque ni siquiera la voy a criticar. Igual sus vídeos son la pera limonera y la tía es divertida y guay y hala con el jijijaja. Ni lo sé ni me importa un carajo. Pero ni esa, ni ninguna. Lo único que veo a veces en youtube son tutoriales de maquillaje para cosas concretas y sólo de cuatro tías que me caen relativamente bien. Y la mitad de las veces lo veo sin sonido, con eso lo digo todo. Lo repito, soy una antigua.
Y ahora tengo que decirlo porque si no, reviento, pero estoy harta de la maternidad. Harrrrta. Haaaarrrrtaaaaa. Que me alegro de que tengáis hijos, de verdad. Que me parece estupendo. Pero estoy hasta el santísimo coño. Del programa de la Samanta esa preñada, de los grupos de facebook, de las sapientísimas de la crianza que lo saben todo y publican normas de conducta porque ellas y sólo ellas han inventado la maternidad, de los blog, los vídeos y los foros que me llegan a través de una u otra red social. Hasta el coño, oiga, hasta el coño.
Además mis amigas están en plena fiebre reproductora y en menos de una semana parió Reichel y la mujer de otro de mis amigos del mismo grupo. Eso significa wasap plagado de fotos, vídeos y anécdotas de bebés. Y yo me alegro, de verdad, pero basta. Llevo 15 días totalmente saturada del tema. Que todos los bebés hacen lo mismo, joder. Que todos tienen hipo, todos se hacen pis cuando les quitas el pañal y te mojan, todos se duermen mamando y todos son pequeños, rosados y feos. Porque es así, son feos. Luego mejoran, pero recién nacidos son feos. Joder.
Y no sé por qué, me siento la peor persona del mundo por decir estas cosas. Yo debería estar ovulando como loca cada vez que viera esas cabecitas calvas y esas manitas arrugadas, pero no es así, lo siento. Soy la mujer más desnaturalizada del mundo. Y lo admito, me da asco la lactancia, me da asco el piel con piel, me da asco que no se lave a los bebés nada más nacer, me da asco el olor a leche, me da asco el cordón umbilical, me da asco el parto, me da asco tooooodo. Soy un engendro. Tiradme piedras si queréis.
Voy a decir también que hay madres menos pesadas. A mi amiga Anita tengo que insistirle para que me mande fotos del peque, que ya es un hombrecillo. Y preguntarle para que me cuente. Y eso que reconozco que el nene es un poco mi ojito derecho por muchas razones. Pero ella no brasea a todo el personal con una cosa que han hecho todas las hembras durante toda la historia porque si no, nos habríamos extinguido.
En fin, yo qué sé. A veces me siento culpable por no ser una “mujer normal”. Y pongo comillas porque mujer soy y normal, pues bueno. Pero no sé expresarlo de otra manera. Me gustaría ser de las que sueñan con la boda, con tener un hijo y que eso me hiciera feliz, porque así sabría cómo ser feliz y mi camino estaría claro en vez de estar la hostia de perdida. Pero no es así. Hay una pieza que me falta o algo. Y no significa que no me alegre por mis amigas, repito. No significa que algunos blog aunque hablen de sus hijos (a veces) no me encanten y los siga con una sonrisa porque son anécdotas simpáticas y contadas con humor, no un dale que dale con la maternidad en sí. Y tampoco significa que no tenga unas ganas locas de ver a Reichel, abrazarla y que me cuente cómo está y de conocer al bebote y de cogerle en brazos, porque claro que estoy deseando, porque es mi amiga y la quiero con toda el alma.

Pero sigo estando hasta el coño de la maternidad, de los vídeos, los blog, la crianza con apego y las gilipolleces que parecen acosarme a todas horas. He dicho. Coño ya.  

jueves, 5 de mayo de 2016

Lágrimas y albóndigas

Hoy he llorado haciendo albóndigas. Igual es que me va a bajar la regla o yo qué sé, pero de repente, me he mirado las manos llenas de harina y me he acordado de ti. No es que mis manos se parezcan mucho a las tuyas, yo las tengo más parecidas a mi padre y bueno, más jóvenes de lo que eran las tuyas cuando yo las recuerdo. Pero aún así me he acordado de ti, como siempre que paso un rato cocinando. Porque no llegaba a la mesa y me subías a una silla para que te ayudase. Y yo miraba tus manos tan hábiles, tantos años cocinando que te salían las croquetas perfectas, todas iguales. Y las albóndigas las hacías tan rápido que yo no terminaba de saber cuál era esa técnica secreta. Pero me gustaba pringarme contigo, hacer chapuzas de carne picada mientras tú te reías.
Había pensado escribirte un post, lo pienso muchas veces. Pero me cuesta la vida hablar de ti porque siempre lloro y me temo que te enfadas cuando me ves hacerlo. Y siempre lo pienso por tu cumpleaños, que este año hubieran sido 110. Y lo pienso en la fecha de tu marcha, pero ahí sí que no soy capaz. Aunque haga trece años. Pero yo noto tu ausencia y el hueco que dejaste cada día, hoy también aunque no sea una fecha señalada. Quizás más que entonces. Porque en el 2003 era una cría agilipollada y no supe afrontarlo de otra manera que mirando para otro lado. Además, sé que no lo justifica, pero sabes que tenía mis propios problemas que tratar de arreglar.
Ahora soy una mujer más madura. O eso intento. No me sale bien siempre, lo admito. Pero me acuerdo del consejo que me diste mil veces cuando me decías que tratara de saber hacer de todo y de no tener miedo de intentar las cosas para no depender de nadie para comer bien, ni para ir limpia ni para llevar mi casa y trabajar. Y me decías ante mi obstinación, al contrario que casi todos los demás, que no hacía falta casarse ni tener hijos si no quería. Que tú, ya ves, lo habías hecho, pero que estabas segura de que hubieras sido feliz de otra forma también. Lo decías orgullosa, porque era verdad. La familia recayó siempre en tus hombros porque eras trabajadora, fuerte y luchadora. Y nada se te ponía por delante. Más o menos lo he conseguido. Lo de ir limpia y comer bien, digo. He vivido bastantes años sola y ya ves, aquí estoy. Sentía tu fuerza muy intensamente entonces. Como cada vez que hay alguna situación realmente difícil.
Cuando hace unos años operaron a la yaya, nos contó a mamá y a mí que te había visto mientras la operaban. Que recordaba haberte visto apoyada en la cocina y que le decías, de esa forma tan castiza tuya “aguanta hija, sé valiente y con dos cojones.” Seguro que hay alguna explicación médica, científica, lo que sea. Pero esos días tan duros todos te sentimos muy cerca. Yo, mucho. Sin ti, aunque fuera desde el cielo, no hubiera soportado el peso. Pero lo hice. Por ti. Gracias a ti.
Hoy he llorado mientras hacía albóndigas. Porque sé que es ley de vida que te fueras. Tuviste una vida larga, viste crecer a tus hijos, tus nietos, tus bisnietos. Yo tuve la suerte de vivirte 20 años. Pero me gustaría que aún estuvieras aquí. Te echo de menos siempre, en las navidades, en los cumpleaños, en las reuniones familiares. Siempre, cada día. Y a veces te hablo, como hoy, mientras lloraba y hacía bolitas de carne. Me gustaría que probases mis empanadas, te gustarían mucho. Y disfrutarías con mis hojaldres dulces y mis tartas de manzana y de fresas. Cada vez que los hago daría lo que fuera por subirte un pedacito a casa y que te lo comieras para merendar mientras me dijeras eso de “niña, hazme tú la infusión que te salen más buenas que a tu yaya.” Porque yo también le echo tres cucharadas de azúcar, como tú. Sé que estarías orgullosa de mí. Quizás serías la única, pero verías todo eso tuyo que hay en mí y sonreirías.
Y bueno, bisyaya, no me enrollo más que me vas a terminar echando la bronca. Por llorar y por echarte tanto de menos. Pero quería que lo supieras. Que a todo el mundo le gusta venir a comer a mi casa, que doy de comer a toda la familia y que me siento orgullosa de ello porque sé que lo he sacado de ti. Que en los momentos de crisis todo el mundo me mira con la cara que te miraba a ti, como si fuera yo la que mantengo el ánimo y la fuerza. Que cuido de mamá y de la yaya y de los hombres de la familia que tú siempre decías que eran los más débiles. Que sigo aprendiendo de ti. Que sigo queriendo parecerme a ti. 
Y que te sigo queriendo tanto que hoy he llorado haciendo albóndigas.


sábado, 6 de junio de 2015

Carnet de madre denegado

Sabéis de sobra que no soy una entusiasta de los niños, pero cada día me convenzo más de que el problema real son los padres. Porque cuando yo digo que no me gustan los niños la gente se piensa que soy la malvada bruja de Mim y no es así. Me cansan, me aburren y no entran en mi plan de vida, pero creo que hay que tratarlos bien y cuidarlos al máximo. Lo cual, por cierto, tampoco significa volverlos gilipollas.
Y ya sé que soy la última con derecho a opinar sobre la educación de los niños porque sin hijos a ver qué coño sé yo. Pero bueno, aún así tengo ideas al respecto. Y he tratado a muchos adolescentes totalmente descarriados que repetían que nadie les había puesto límites y que sus padres no habían sido tales.
Total, resumiendo y tratando de no meterme demasiado en terreno farragoso, diré que no creo que los padres sean amigos, no creo en la educación con apego esta que se lleva ahora, no creo en la lactancia prolongada, no creo en el colecho y no creo en la mitad de las cosas que se hacen hoy en día. Creo en el amor, en el cariño, en la disciplina y en el respeto. Y creo profundamente en que una colleja o un buen azote en el culo en caso preciso, hacen milagros. Si tuviera hijos lo pondría en práctica, lo tengo clarísimo. Y es que no sé qué pasa hoy en día que los niños (no todos, ya lo sé, pero sí una gran parte) son tan maleducados. Cogen berrinches de tirarse al suelo y patalear, dan patadas a las madres, mandan callar a los adultos... a mí ni se me hubiera pasado por la cabeza, vamos. Y se me llega a ocurrir y mi madre me da una torta que me espabila.
Y por si alguien tiene dudas, yo me llevo de maravilla con mis padres. Cenamos juntos muchos fines de semana, nos reímos, nos contamos un montón de cosas, debatimos sobre lo humano y lo divino, nos cuidamos y nos apoyamos a la vez que nos criticamos con cariño y respeto. Les quiero con toda mi alma, no hay resto alguno de miedo, de resentimiento, de represión ni nada que se le asemeje. Ahora bien, son mis padres, no mis amigos. Mis padres, que es mucho más importante. Y les respeto y no se me ocurre insultarles, levantarles la voz por tonterías o cosas más graves. Me juego algo gordo a que todos esos que creen en la educación esa que “respeta” todo lo que los mocosos hacen o dicen y ellos son los diminutos dueños de todo no van a tener ni de lejos, una relación tan fluida, tan cercana y tan íntima como tengo yo con mis padres, los que me decían que no y punto, los que me daban un azote cuando me ponía insoportable y los que me ponían límites y normas que cumplir a rajatabla.
En fin, lo que sea, allá cada uno con lo que hace.
El caso es que hay cosas que sí me preocupan seriamente y que creo que escapan a cualquiera que sea tu forma de educar o tus preferencias al respecto.
Hoy estaba con mi madre sacando la compra del coche en su portal. Estábamos ahí como siempre, que si esta bolsa es tuya, que si ésta es mía... cuando pasa una madre con una niña pequeña que no tendría ni cuatro años. La niña, más bien poca cosa, delgadita y caminando al lado de su madre, quería comerse unos gusanitos. Que esa es otra, no veo la necesidad de dar esas porquerías a niños tan pequeños, mi madre no me dejó comerlos nunca y claro, ahora no me gustan. El caso, la niña no tenía pinta de ser una tragona. Y entiendo que la madre no quisiera que se comiera la bolsa de mierda gusanitos antes de comer. Pero no entiendo la respuesta que le ha dado:

  • No, que te pones goooorda. Sí, sí, gooooorda, te pondrás gorda. Así que no comas eso porque te pones goooorda.

Se lo ha repetido tantas veces que mi madre y yo nos mirábamos sin dar crédito. ¿En serio esa es la razón que se te ocurre darle a una niña tan pequeña? ¿De verdad? Dile que no porque no se comerá la comida. Dile que no porque le va a doler la barriguita si come eso y luego la comida. Dile que no es hora. Dile que no y punto. Pero no le digas unas veinte veces a una criatura que se va a poner gorda. Luego esa madre se sorprenderá si se pasa la adolescencia a dieta. Si es una obsesa del peso o del físico. Si, Dios no lo quiera, termina con anorexia o bulimia. Se preguntará qué ha pasado. Y culpará a las marcas por hacer ropa pequeña o a las modelos por estar delgadas. Y nadie se dará cuenta de la relación tan chunga que ella misma ha fomentado con el peso y la imagen en esa niña antes de que ni siquiera sea consciente de lo que es.

En fin, que cada uno eduque como considere oportuno porque al fin y al cabo, para él van a ser las consecuencias. Yo sé lo que haría y lo que no en el muy hipotético caso de tener hijos, pero eso es asunto mío. Lo importante es que hay cosas que están fuera de lugar y meter ciertas ideas dañinas a un niño tan pequeño no tienen justificación ninguna. Que luego es que soy una radical, pero cada vez me convenzo más de que se tenía que estudiar mucho el caso y hacer un examen profundo a cada jodida descerebrada que quisiera parir antes de que pudiera hacerlo. Coño ya.

jueves, 14 de mayo de 2015

Vergüenza chulapa

Todos tenemos una especie de sueño en la vida. Muchas mujeres sueñan con el vestido de novia en plan princesa merengue. Otras muchas pasamos trillones de ese asunto y soñamos con otras cosas. Yo, que siempre he tenido espíritu de fulana, lo que quería era vestirme como las chicas del Saloon del oeste. Me encantan esos vestidos con sus encajes, su corpiño ajustado, su escotazo y tal. Por suerte, mi yaya tiene unas manos mágicas para coser y cuando yo tenía 17 años me hizo uno precioso para una fiesta de carnaval. Creo que pocas veces he sido más feliz al vestirme que cuando mi madre me tiró de las cuerdas del corsé y me atusó el encaje rojo de la sobrefalda.
La yaya por su parte tenía el sueño de vestirse de chulapa madrileña. Así que hace unos años mi madre la animó y se hicieron sendos vestidos. Yo me conseguí escabullir del asunto porque fuera de mi vestido de putón del oeste, no me gusta nada disfrazarme, ni vestirme, ni francamente, salirme de mis vaqueros caídos lesbianos y mis zapatillas de deporte. Me da una vergüenza que me muero. Ya en el cole las pasaba putas cuando había que hacer una obra o cualquier mongolada que nos obligara a ir disfrazados. Así que huí del vestido de madrileña como de la peste a pesar de que la yaya me insistía cada año en lo guapa que estaría y blablablá. Pero nada, como el que oye llover.
Lo malo es que los años pasan. Y yo cada año que cumplo es una agonía que me entra de ver que mi mundo envejece. Que mis abuelos son más y más mayores. Que mis padres empiezan a ser los que tienen edad de ser abuelos. Y me reconcome la vida misma de pensar que un día no van a estar ahí todos y quizás me arrepienta de cosas. Que quizás me diga “tenía que haber hecho, tenía que haber dicho, tenía que haber estado”. Así que de un tiempo a esta parte de vez en cuando mando al carajo mis propios gustos, mis apetencias y mis planes para hacer, decir o estar en esas cosas que quizás un año dejen de esperarme.
Joder, me estoy poniendo moñas. Y todo para decir que he cedido al chantaje emocional de la yaya y este viernes me moriré de vergüenza vestida de madrileña por la pradera de San Isidro. Si veis a una con el vestido gris de florecillas y la cara más roja que un tomate, soy yo. Por favor, no me saludéis, con ese vestido no puedo salir corriendo y mi madre ya no me deja esconderme detrás de ella cuando no quiero hablar con gente.
El caso es que ya lo estoy pasando mal de pensar en la vergüencita del asunto, pero la yaya con sus 83 años lleva un mes y medio cosiendo a todas horas con tanta ilusión y tantas ganas que me hacen un gurruño el corazón. Porque cuando le dije “yaya, como no te voy a dar la alegría de verme casar ni de darte bisnietos, al menos voy a cumplirte otro deseo” se puso muy contenta y ni siquiera el carcinoma del que la han operado hace dos semanas le ha hecho soltar un solo día la aguja para tenerlo todo listo. Porque el yayo no ve un carajo pero cree que mi vestido es el más bonito que se ha hecho nunca. Porque hasta el primo de Bilbao con sus ochocientos apellidos vascos se ha apuntado y se viste de pichi. Y porque joder, no me arrepentiré de hacerlo, pero sí se me hubiera quedado la espinita de dejar a la yaya con las ganas toda la vida.

Así que deseadme suerte para no querer hacer un hoyo y enterrarme del corte que voy a pasar.

martes, 21 de abril de 2015

El pequeño protagonista del post 500

Aunque parezca mentira, este es el post 500. Que vaya si escribo chorradas, madre mía. Y le estuve dando vueltas a qué podía hacer de especial en este número tan redondo. Luego caí en que una de las cosas más especiales de los últimos meses es un chico rubio de ojos azules que ha llegado a mi vida. Guapo, guapísimo. Y sonriente. Alegre y con el mundo en sus manos.
Os hablé de él hace un tiempo, cuando aún no podía verle, pero ya le conocía. Y luego vino, se asomó al mundo un poco antes de tiempo. Nos dio un susto, pero le entiendo. Estaba loco por conocer a su mamá, por ver lo guapa que es y lo mucho que hace el gamberro. Estaba deseando salir y poder reírse, desafiando las crisis mundiales y haciéndonos creer que aún hay una oportunidad de que la vida siga, de que el futuro sea hermoso y de que el mundo gire en el sentido correcto.
Por eso, aunque las palabras se me queden muy pequeñas, el post número 500 va por Leo y por su mamá. Porque me hacen creer que hay cosas que merecen la pena. Y porque les quiero tanto que ningún escrito les haría justicia.
Felices 5 primeros meses de vida que cumples hoy, pequeño. Ojalá durante toda la vida que tienes por delante conserves esa facilidad para sonreír con la que llegaste al mundo.


P.D. Tengo permiso expreso de Anita para poner la foto y hablar de él, no lo haría jamás bajo otra circunstancia.




lunes, 16 de febrero de 2015

Mi blog y mi chica Pelirroja

Reconozco que cada vez que alguien de la vida “real” me pide el blog, se me disparan las alarmas paranoides. Y más si es un amigo de hace tiempo. Ay, madre, que este me quiere espiar. Que a ver qué quiere saber, coño. A saber qué quiere descubrir. Porque va buscando algo, claramente. Ay madre, ¿habré hablado de él? Y en tal caso, ¿lo habré hecho bien? Joder, que va a pensar que estoy loca cuando me lea. No, espera, que ya me conoce, seguro que ya lo piensa. Me está mirando, tengo que responder. Hummm... rápido, dí algo…....... algo, lo que sea.

      -   Claro, luego te mando el enlace.

Ja. Bomba de humo. Huida dramática en medio de la niebla. Mutis por el foro. Nunca más se supo.
Así llevo escabulléndome años. Y diréis, pues payasa, no les digas que tienes un blog y eso que te ahorras. Ya, eso tiene sentido. Pero yo veraneo con mis niñas que conocí a través del blog. El niño chico lo conocí ¿cómo? Exacto, a través del blog. A veces quedo con gente o hablo con gente que son ¿de dónde? Efectivamente, del blog. Es demasiada repercusión la que tiene el tema blog en mi vida como para ocultarlo indefinidamente. Es imposible. Y además yo soy penosa mintiendo. Así que todos mis amigos saben que hay un blog por el universo de internet que escribo yo, pero no saben cual. Y la mayoría ya ha desistido y directamente pasan del asunto, pero otros a veces vuelven a la carga.
Y no es que no se lo quiera dar, es que me asusta. Primero porque cuanta más gente conocida me lea, menos libertad para escribir. Más corte, más dudas, más miedo a hacer o decir algo inapropiado. Más y más límites que me ahogan. Porque francamente, yo escribiría mucho más libremente si el Niño Chico no tuviera el blog. Y no puedo hacer nada, no es que se lo diera, es que primero fue el blog y luego conocernos. Y aunque ya no me lee y me ha prometido que puedo escribir lo que quiera porque no lo va a ver, yo no me fío. Y no puedo decir muchas, muchas cosas. Y escribiría más a gusto si el Ross no hubiera sido un listillo que se puso a investigar cual perrito de rastreator y lo hubiera encontrado para ver qué decía de él. En fin, un rollo todo.
El sábado le tocó el turno a Pelirroja. Había venido unos días a Madrid y nuestro grupo de amigos anda disperso por ahí, así que el viernes le mandé un mensaje y le dije que si necesitaba plan para san Valentín, yo siempre sería su chica. Así que nos fuimos a ver unos monólogos, tomar unas cañas y charlar un rato. Francamente, el mejor plan del día de los moñas que he tenido en mi vida. Y salió el tema del blog. Al principio me pareció buena idea, Pelirroja es de las pocas personas en las que confío a ciegas porque va de frente y sé que no va a traicionarme, pero luego me acojoné un poco. Porque es más fácil a veces decir lo que se te pasa por la cabeza sin filtro alguno con desconocidos, con gente que no tienes que mirar a los ojos. Pero con ella sería un poco a lo Extremoduro, decir “ábreme el pecho y rebusca”.

Y el caso es que tras darle vueltas, creo que voy a dejarla pasar. Se lo ha ganado. Y la quiero. Al fin y al cabo, ella siempre será mi chica.  

sábado, 7 de febrero de 2015

Cortar por lo sano... ??

Todas las mujeres hemos pasado por alguna crisis (emocional en muchos de los casos) en nuestra vida que nos ha empujado a hacer alguna locura con nuestro pelo. No sé por qué, pero es así. A todas se nos ha ido la cabeza y hemos decidido cortar por lo sano, rizar, teñir o sabe dios qué atentado contra nuestra propia imagen.
Mi amiga Pa hace unos meses sucumbió a la tentación de creer que el pelo es el culpable de que su vida esté hecha unos zorros y a pensar que cortándolo podría solucionar algo. Así que en cosa de tres meses fue a la peluquería unas diez veces. Primero lo cortó un poco. Y bueno, pase. Luego lo tiñó de naranja. Y mal, pero vale. Luego lo tiñó de más rojo. Luego lo cortó otra vez. Y otra. Y otra. Y ya no tenía pase ninguno, pero ella volvió a cortarlo más hasta que no quedó pelo que cortar porque se lo dejó poco menos que como la teniente O´neill. Y claro, para cortar siempre hay tiempo, pero una vez rapado ya no hay nada que hacer más que esperar a que crezca. Y eso no ocurre de hoy para mañana. Obviamente no está contenta porque aunque quiero mucho a Pa, no le favorece nada, pero nada de nada. Ella tenía un pelo precioso, rubio natural, ondulado y un montón, por lo que es una pena. Y encima tiene la cara muy rendondita, así que ese corte le hace una cara de hogaza que no veas, con lo mona que estaba con su pelazo. Yo trato de tranquilizarla y de decirle lo de siempre, que ya crecerá y que total, no es para tanto. Pero sé que en esos momentos no consuela una mierda. Y que encima te sientes estúpida porque te lo has buscado solita. En fin.
El caso es que Pa el otro día publicó este enlace en facebook sobre el tema dándole toda la razón. Y me dan ganas de darle dos tortas a ella y otras dos a la mongola que lo ha escrito. Claro, que yo soy muy partidaria de la técnica de la colleja, pero a ver si es para menos.
La autora del texto dice que sólo se corta el pelo cuando está hecha mierda y cuando ha roto relaciones porque así simboliza la ida del ser amado. O sea, que como se ha ido algo que quieres y no puedes tener, vas y te automutilas. Ah, qué bien, qué lógico. Y que cuando está bien, no corta el pelo ni un centímetro. Primero, cochina, el pelo se corta cada pocos meses, que debes llevar unas greñas gitanas que dará gusto verlas. Y segundo, estás reafirmando que sólo usas el tijeretazo como modo de autolesión cuando las cosas no van como tú quieres. Dice textualmente: Ya no eran trozos de pelo los que estaban en el suelo. Eran sentimientos, ilusiones, amores inconclusos y una amarga realidad. Me di cuenta de que para mí, la partida de alguien era la tijera que cortaba la ilusión.” Pues vale. Lo que tú veas. Pero me das un poco de yuyu.
Además, si por la razón que sea no estás muy conforme contigo misma, un cambio radical de look no suele ayudar. Y menos si es algo tan poco favorecedor como un corte tipo chico. Cada día, cada jodida mañana te levantarás y te verás ese estropicio y te recordarás a ti misma que estás hecha polvo y que eres tan gilipollas que has pensado que eso iba a solucionar algo, cuando en realidad lo único que has conseguido es que te cueste mirarte al espejo. O sea, que estabas hundida y has pensado que sería buena idea echarte veinte kilos de mierda por encima.
Yo sólo me corté el pelo en plan radical una vez. A los quince. Y fue por pura rebeldía. Mi madre me había llevado con el pelo largo casi siempre y estaba hasta el culo de él. Literalmente, porque la melenaza me pasaba con muchas creces de la cintura. Luego me arrepentí porque pasé meses siendo un champiñón. A parte de que me lo cortaron mal y hubo un tiempo horrible en que llevé un trasquilón en la coronilla. En fin, un desastre. Pero aprendí del asunto. Escarmenté y nunca más. Y reconozco que cuando me separé y pasé mi crisis existencial correspondiente lo pensé. Pero no. NO. O sea, no. Y me alegro de no haberlo hecho. De hecho, me alegraba al rato de pensarlo por entrar en razón antes de que no tuviera arreglo.
Por supuesto que si a alguien le ayuda el asunto pues bien por ella, eh. Yo sé que a mí y que a la mayor parte de la gente que conozco y lo ha hecho no le ha ayudado nada de nada. Pero bueno, de todo hay en la viña del señor. Y ojalá a mí me funcionara. Ojalá mis crisis y mis rachas chungas tuvieran una solución tan fácil como darle la vuelta a la melena.
Yo ahora sólo me atrevo a los cortes o los cambios cuando estoy bien, a gusto conmigo misma, segura de lo que hago. Cuando sé que si me queda mal tengo suficiente fuerza en mi interior para saber que es sólo pelo y que no pasa nada, que no es tan grave y que ya crecerá. Si estoy mal, procuro estarme quietecita y no empeorar las cosas con decisiones estúpidas. Porque es más fácil ir a la peluquería y decir “me corte el pelo, oiga” que asumir que estás mal porque has metido la pata hasta el fondo y que lo que hay cambiar está dentro de ti y que va a requerir esfuerzo, sudor y lágrimas. Es más sencillo pensar que la solución que nos haga sentir bien va a venir de fuera en vez de tener que currárnosla nosotros solitos. Y mucho, por cierto.
En fin, nadie dijo que la vida fuera fácil. Lo que no sé es quién nos hizo creer que un corte de pelo podría solucionar nada.


jueves, 19 de junio de 2014

Dentro de esa barriguita...

Llevo ya semanas aguantándome las ganas, pero no puedo más. No puedoooorrrr…
Esa panza que se ve ahí es la de Anita y dentro está mi futuro sobrinito o sobrinita.
Yo quiero un niño, lo reconozco, soy más de chicazos, de hacer el bruto y de pelear en el sofá. Pero algo me da que va a ser una niña. Y tampoco me importa, porque será preciosa como su madre. Y le haré coletas y le pondré horquillas y me jartaré a comprarle zapatos bonitos.
Cuando la gente me dice que quiere tener hijos, siempre dentro de mí se dispara la pregunta maldita “¿Por qué? ¿Por qué querría nadie en su sano juicio tener un hijo?”. No lo puedo evitar, es algo que hay dentro de mí y no funciona bien. Pero hay casos en los que la pregunta pasa desapercibida porque la alegría me invade más que ninguna otra cosa. Así me pasó esta vez. Que cuando Anita me dijo, “nena, voy a por el niño”, yo pensé, “pues oye, y tan bien”. Y creíamos que iba a ser más complicado, más difícil, más espinoso el camino. Pero no, a veces Dios, el destino o lo que sea, se pone de tu parte y a la primera el renacuajo se enganchó a donde debía y ahí sigue, nadando en esa barriga y moviendo ya sus pequeños bracitos y sus diminutas piernecitas. Parece mentira, coño, hace unos días sólo era una judía gorda con cabeza. Y ahora tiene patitas. Y ojitos negros aún. Y se mueve como loco de contento porque sabe lo mucho que le vamos a querer.
Y ahora que tu madre no nos oye, escucha un momento, pequeño. Soy tu tía Naar. Oirás que no me gustan los niños y descubrirás tú mismo que tengo una mala leche que espanta. Pero sabrás también que me sacarás todo lo que quieras, que te cogeré cuando te caigas y te curaré las rodillas. Que te daré de comer aunque me den arcadas con los purés. Que te cambiaré los pañales y te comeré la tripita a besos. Que te dejaré comer chuches cuando tu madre no mire, te dejaré subirte al tobogán y te llevaré a tomar helados. Que te cuidaré cuando mamá no pueda y que te aguantaré a la hora de la siesta si no te da la gana de dormir. Que te escribiré cuentos. Que estaré siempre que me necesites, desde ahora que estás aún nadando como un pececillo hasta que seas un adolescente insoportable que desesperes a tu madre. Y después también, aunque luego ya no me necesites, tu tía Naar seguirá ahí. Porque oirás que no me gustan los niños, y es verdad. Pero me gustas tú. Porque me gusta mucho tu madre. Y porque tú, pequeño bichejo, ya eres un poquito mío aunque no hayas nacido. Porque yo sabía que ibas a llegar antes de que tú mismo lo supieras. Porque yo he creído en ti desde antes de que fueras confirmado. Y porque me haces una ilusión bárbara. Y te voy a coger y achuchar aunque me llames pesada. No se lo digas a mamá, pero te voy a querer tanto o más que a ella. Y eso es mucho, pero mucho de mucho.
Así que chicos, toda esa energía de la guay que me mandáis muchas veces para Anita y para el pequeño renacuajo que nada en su tripita, para que a principios del año que viene nazca sano y precioso y nos llene a todos de alegría.


martes, 3 de junio de 2014

Son mis amigos

Mis amigos son de esos que aparecen en tu casa sin avisar y aporrean el timbre hasta que les abres. Y de los que cuando contestas al telefonillo les puedes decir “iros a la mierda, no sois bienvenidos”. Y aún así suben y se comen tu comida y se beben tus cervezas.
Mi amigos son de los que te piden que les lleves a su casa en coche aunque te pille en el quinto coño. Y de los que cuando se hace tarde en tu casa se tapan con una manta y te dicen “me quedo aquí a sobar, despiértame cuando te levantes”. Pero tú puedes hacer lo mismo y siempre hay un hueco disponible en sus casas.
Mis amigos son de los que te llaman a las dos de la mañana para contarte una chorrada o para ponerte una canción o para decirte que se lo están pasando en grande y que si te apuntas a acercarte a Valencia o a San Petesburgo. Y les llames cuando les llames, estarán al otro lado.
Mis amigos son de los que se olvidan de tu cumpleaños  y no te regalan nunca nada, pero corren a tu lado si tienes alguien en el hospital, si fallece un familiar o si les da el aire de tomar cañas un martes en pleno invierno. Y aunque vivan a tu lado quizás no se pasen a verte en meses, pero si les dices “ven”, les salen alas y vuelan a tu lado.
Mis amigos son de los que se tiran semanas o hasta meses sin dar señales de vida, pero un día te llaman y se tiran una hora contándote cosas.
Mis amigos son de los que no se fijan si te has cortado el pelo, en si has cambiado de color o en si te has pintado una palabra en la frente. Pero sabrán ver una mirada triste detrás del maquillaje y se dejarán la piel porque sonrías.  Son de los que te incordian a todas horas, pero se pondrían delante de ti si te fuera a atropellar un camión.
Mis amigos son de los que se ríen de ti y te hacen reírte de tus desgracias. De los que lloran contigo, de los que te abrazan sin cesar aunque no quieras y de los que te dicen que te quieren sin ponerse ni colorados.
Mis amigos son de los que a veces dan ganas de odiar, pero no puedes dejar de quererlos. Son un engorro a veces, pero mi vida no sería la misma sin ellos.
Porque joder, me pasé 20 años buscándoos sin saberlo.
Porque aunque nos peleemos mucho porque los dos tenemos un carácter complicado, mi vida no sería la misma sin las risas de Bombita, sin su humor, sin su finísima ironía, sin esos ojos grises con los que me comprendo sin palabras.
Porque aunque a veces le regañe por ser un sieso y no dar explicaciones nunca, mi vida no sería la misma sin el apoyo de Flumi, sin su calor, su seguridad, su aplomo y su lealtad inquebrantable. Porque es el típico amigo que si te ve peleando con otro no viene a separarte, entra en medio con una patada voladora y te saca en volandas del peligro como supermán. Porque él sabe, yo sé y nadie más nos entiende, pero nosotros sabemos.
Porque aunque esté lejos, Reichel siempre está al lado. Y mi vida no sería la misma sin sus anécdotas, su capacidad de reirse de sí misma, su fuerza, sus ganas de reponerse, sus besos sonoros, sus expresiones de las que siempre nos reímos y su capacidad de cohesionar al grupo.
Porque aunque ahora esté en otras cosas, Mery es siempre el punto de dulzura y de paz. Y mi vida no sería la misma sin su sonrisa eterna, sin su inocencia, sin sus equivocaciones, sin su empeño y sin su ternura que nos empuja a protegerla siempre.
Porque aunque se haya casado y encima con su señora, Gordito es una de las mejores y más grandes (literalmente) personas que he conocido. Y mi vida no sería la misma sin sus sonoras risotadas, sin sus bailes, sus ganas de cachondeo, su juerga y su sonrisa socarrona. Porque siempre está ahí, porque vuela si le llamas, porque confía en mí a ciegas, porque él inventó “el colmillo retorcido” y porque siempre te mira y te dice “las cosas van a salir bien” y lo dice tan seguro, que tienes que creerle.
Porque aunque estuvimos años separadas por mil circunstancias, Pelirroja y yo tenemos un lazo morado entre las dos que no se rompe ni de España a Holanda, ni de Madrid a Alicante, ni de ninguna de las maneras. Y mi vida no sería la misma sin ella porque es preciosa y divertida, llena de buen rollo y ganas de vivir. Porque es pura y transparente, porque siempre se acuerda de mi cumpleaños, porque me llama “neni” como sólo ella sabe y porque me manda miles de berenjenas por wasap.
Porque aunque lo nuestro sea lo más raro del mundo, el Ross y yo somos el Ross y yo. Y no hay nada ni nadie en el mundo para mí como él. Porque sí, me hace enfadar, me decepciona, me cabrea, me sulfura… pero le quiero. Es la persona más inteligente, sensible y honrada que conozco. Y allá donde esté él, yo estoy bien porque estoy con él. Y es raro, pero le sigo queriendo igualmente dentro de la rareza.


Os quiero mucho, niños. Os quiero cuando lo pasamos bien y reímos hasta el dolor, pero más os quiero cuando las cosas duelen y reímos hasta que lo pasamos bien. 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

laca en defensa propia

El tema de la derogación de la doctrina Parot está trayendo cola. En gran parte con razón. En unas pocas semanas se han puesto en la calle un buen puñado de terroristas, violadores y demás gentuza. Claro, que nos tiramos de los pelos porque han sido todos de golpe y porrazo, pero a la mayoría les quedaban diez años en prisión como mucho. Y es que en este país algunas leyes son de chirigota. Y desde luego el rollito de que las cárceles son para rehabilitarse me lo paso por el mismísimo forro de las bragas.
Pero no me voy a poner seria y a hablar del tema en tono jurídico ni social, ni nada de nada. Eso ya lo hacen otros más y mejor que yo.
El caso es que la otra mañana vino mi madre a traerme el pan y un par de cosas a casa. Entre ellas me trae un recorte de periódico.

-         Nena, - me dice muy seria. – me imagino que habrás visto esto por Internet y el wasap y esas cosas… pero te traigo las fotos de los tipos esos que han soltado.
-         Ah. Claro. – no estoy entendiendo nada.
-         Hay que estar atenta… porque si tú fueras un delincuente o un violador, ¿qué harías?
-         Delinquir y violar, supongo.
-         No, venirte a vivir a Madrid. Aquí nadie te mira, nadie se fija en nada. Si el tonto este – me señala a Ricart el de las niñas del Alcasser. – vuelve a su pueblo le linchan. Pero si viene a Madrid… ¿tú crees que alguien se va a dar cuenta de que es él?
-         No lo sé, tiene sentido lo que dices, pero… ¿va a venir a este barrio?
-         Ah, quién sabe. Y ese es el de menos, así te lo digo. Que la gente se echa las manos a la cabeza porque fue un caso muy mediático y tal, pero anda que no hay tipos peores aquí. Y todos, nena, todos pueden acabar en Madrid.
-         Vale, mamá, me quedaré con sus caras. Así al menos me violará un conocido.
-         Huy, qué gracia. Tú es que todo te lo tomas a risa, hija, pero no, no es gracioso. Además, el caso no es ese. El tema es que con esta gente en la calle y toda la que va a salir… y toda la que hay por ahí, hay que ir protegidas. Porque tú vives sola y sales sola y vuelves sola.
-         Sí… aunque sabes que en invierno yo soy más de manta y sofá.
-         Total, que quiero que vayas protegida.

Antes de que mi madre decidiera ponerme un guardaespaldas, le expliqué esto que contó Key de que llevar un spray de pimienta es ilegal y que pueden multarte por llevarlo en el bolso, aunque no por usarlo en defensa propia… ¿no os decía que las leyes a veces son de risa? Pues eso. Pero mi madre es bastante terca.

-         No, me he informado y los sprays esos son un rollo, por lo que se ve luego te pones malísimo y tal. Pero ¿sabes lo que no es ilegal? La laca.
-         Sí, ya… ehhh… ¿cómo dices?
-         La laca, nena, la laca del pelo. Puedes llevar un bote pequeñito de esos de viaje en el bolso. En caso de duda, se la enchufas a alguien en la cara y anda que no jode.
-         Hummmm… ya.

Contando con los pelos que llevan la mayor parte de los excarcelados, si alguno me ataca, aun le hago un favor y todo. Y al tal Ricart (que yo creo que no es tan peligroso como lo pintan) puedo devolverle su tupé post ochentero.  A parte de eso, tengo mis dudas respecto al plan de mi madre.

-         Bueno, en caso de auténtico peligro, la laca es altamente inflamable… puedes montar un lanzallamas casero en un segundo. – le explico. – Yo lo hacía con los desodorantes cuando íbamos de campamentos y…
-         Pues mira, eso no lo había pensado, pero es buena idea.
-         Vale mamá, pues compraré un botecito de laca. Y si no, pues oye, con un poco de suerte iré bien peinada este invierno sin que sirva de precedente. 


Total, que si sois un criminal o un violador o semejante, manteneos alejados de mí. Que estoy muy loca, que llevo un bote de laca en el bolso y sé cómo usarlo. Anda que no he quemado yo bichos en los campamentos. Y si no queréis atracarme ni violarme, os puedo dejar unos flequillos monísimos. 

jueves, 4 de julio de 2013

Las milongas de mamá



Mi querida Alter me otorga un premio que se llama “Las Milongas de Mamá”. Se supone que tengo que contar tres rollos macabeos que me contara mi madre cuando era pequeña y luego colgar un vídeo mío salando a la pata coja durante un minuto.
Y vale, lo de las milongas está bien. Yo tiro de memoria y cuento lo que se me ocurra. Pero ¿saltar? ¿YO? Yo tengo la gracilidad de un hipopótamo a pesar de mi reducido tamaño. Así que no. Además me he jodido un tobillo y ya es el colmo, pero vamos. Que lo mío es contar paridas, no hacer malabares.
El caso es que lo he estado pensando y mi madre no es muy de contar rollos. Mi madre cuando yo era pequeña y me ponía muy pesada era más de “esto es así porque lo digo yo” y punto, oye. Y no creáis que estoy traumatizada ni nada, me parece muy bien. Que los niños a veces son muy cansinos y yo especialmente. Además, para colmo, siempre he sido muy respondona y a cada frase de esas de madre que me intentaba decir, yo tenía una respuesta de esas a las que no sabes qué añadir. Por eso mi madre siempre dice que es una madre frustrada porque nunca la he dejado ejercer demasiado.
Pero sí hay algunas historias que rozaban la milonga. O ella lo intentaba y yo me salía por peteneras.
Recuerdo que mi madre era muy estricta con los horarios de comidas y de sueño. Entre otras cosas porque yo siempre he sido una persona muy caótica y con tendencia a trasnochar. Así que durante el curso escolar mi madre me metía en la cama a las ocho de la tarde. Y bien. Yo soy muy marmota y era la única forma de que me levantara por las mañanas y no me sobara en el colegio. El problema es que hacia finales de curso era totalmente de día cuando mi madre me quería echar a dormir. Y como que no colaba. Y ella me contaba historias tipo “si los niños se acuestan tarde no crecen y no están sanos y tal”. Y a mí me la pelaba mucho. De hecho, me bajaba totalmente la persiana, me acostaba y me cerraba la puerta. Y yo encendía una lucecita y leía a escondidas.
Otra es que siempre he comido fatal. Y mi madre lo intentó todo en su desesperación por alimentarme. Y os lo adelanto desde ya, nada funcionaba. Que si esto tiene mucho hierro. Me la pela. Que si esto tiene muchas vitaminas. Me la pela. Que si esto es muy bueno para los huesos. Me la pela. De hecho, mi madre siempre dice que conmigo no ha habido forma de razonar desde que tengo un par de años de edad y cuando me decía “si no comes no vas a crecer” yo le respondía que me daba igual, que mi yaya era muy bajita y que había sido muy guapa de joven y que se había casado con mi yayo que era muy alto y guapísimo. Así que adiós razonamiento de madre.
Y la tercera que se me ocurre es que mi madre era bastante friolera. Luego con la menopausia se ha vuelto un sofoco humano, pero antes se moría de frío a todas horas. Y a mí me abrigaba muchísimo con la excusa de “¿No ves que mamá lleva una rebeca?”. Y eso más o menos funcionó durante unos años. Yo pensaba que pasar calor constantemente era casi normal. Hasta una noche de julio (lo recuerdo porque estábamos celebrando el cumpleaños de mi padre) que vino con su rollo de la rebequita de las narices a pesar de que yo estaba muerta de calor. Y ni corta ni perezosa le dije: “mamá, no ves que siempre me abrigas a mí cuando tienes frío tú?” Y bueno, con eso de que soy tu madre y lo digo yo seguí llevando más ropa de la necesaria durante años, pero creo que la hice reflexionar un poco y se acabaron las rebequitas cuando me veía sudando.


Y ahora añado para compensar el no saltar a la pata coja que supongo que yo soy una hija horrible, pero mi madre es increíble. Sí, está un poco loca, tiene siempre la cabeza en mil cosas, es una inútil con la informática y aunque se sacó el carnet hace 25 años no ha conducido nunca. Pero es la mejor mamá del mundo. Me tuvo siendo muy jovencita y no me explico cómo lo pudo hacer tan bien y no perder la cabeza ni la paciencia con una hija tan desastrosa como yo. Y no sé qué haría sin ella, porque es lo más maravilloso que hay en mi vida.

viernes, 18 de enero de 2013

os pongo al día...

Queridos míos:
Voy a tratar de poneros al día antes de caer desfallecida sobre el teclado.
El miércoles operaron a la yaya. Entró a quirófano a las 9:30 y salió a más de las seis de la tarde. Muchas, muchas horas son esas.
Lo que tenía era un bocio intratorácico. Sin meterme en tecnicismos porque no soy médico ni nada que se le parezca, os diré que es un problema de tiroides. Al parecer a casi todo el mundo cuando le sale un bocio es hacia fuera y lo que les pasa es que les sale una especie de papada como la de un sapo. Pero a mi yaya el bicho ese le creció hacia dentro. Y creció y creció. Los médicos pensaban, a través de las ecografías y las pruebas que hicieron que llegaba a los pulmones, pero no. Le llegaba al hígado. Eso, básicamente, significa que estaba comida por un alien.
La operación fue muy larga y muy compleja. Mucho más de lo que esperaban los propios cirujanos. Tuvo una hemorragia en el hígado y un desgarro en la tráquea. Muy feo todo.
Pero fue subsanado. Por la tarde pudimos verla cuando salió de quirófano, medio adormilada todavía y con muchos cables y máquinas alrededor. Por suerte, pudo respirar por sí misma y le quitaron el tubo y el respirador. Por la noche nos fuimos a casa, dejando el corazón allí metido en la UCI. A mi yayo había que llevarle de la mano porque no atinaba a dar dos pasos. A veces le miro y me pregunto cómo puede querer tanto alguien a otro alguien. Y muero de amor al verle besar a mi yaya y decirle lo mucho, muchísimo que la necesita viva.
Al día siguiente fuimos a verla por la mañana. Se suponía que iba a estar en UCI unos días y teníamos un horario muy reducido. Así que me pegué con medio mundo para aparcar y subir con mi yaya. Pero cuando llegué, yo que esperaba ver de nuevo a una abuelita desvalida en una cama, me encontré con la sorpresa. Mi yaya estaba sentada, totalmente consciente y hablando. Nos habían dicho que podía perder la voz, pero de eso nada. Mi yaya es la mejor. Y no hay quien pueda con ella. Es más dura de lo que parece. Dentro de su pequeño cuerpecito late la fuerza de mi bisabuela, que era la mujer más valiente que he conocido nunca.
Así que me sonrió, me cogió la mano y me dijo, un poquito ronca todavía: “nena, cuida de tu madre, que está muy cansada. Y del yayo, que sabes cómo se pone. Tú eres la fuerte, tú eres como la mamá (mi bisabuela). Yo estoy bien, díselo, que a ti todos te hacemos caso.” Y yo me reí y la llené de besos. Le prometí que estaba cuidando de todos. Le expliqué que había un puchero enorme de lentejas que ya había repartido para que comieran caliente. Y que no dejaba solo al yayo. Y que le hacía la cena a mi padre y que hacía todo lo posible por mi madre. Y ella asintió. Por  una vez, sé que está orgullosa de mí con motivo. Por una vez, sé que mi bisyaya también está contenta conmigo desde el cielo porque todos me dicen que soy tan fuerte y tan valiente como ella. Y yo sólo soy una aprendiz.
Por fin, por la tarde subieron a mi yaya a planta. Eso es muy buena señal. Está en una zona con cuidados un poco especiales, pero es un avance. Además está solita en la habitación, sin compañeros que la tosan. Y nosotros estamos ahí siempre. Esta noche está mi madre durmiendo con ella. Mañana voy yo a quedarme allí. El Clínico me da pánico, pero por mi abuela, me lo paso por el forro de las bragas. Allí me quedo con ella para que mi mamá descanse.
Y yo… pues estoy cansada y tengo ratos de bajón cuando llego sola a casa. Pero me siento muy arropada y estoy muy contenta. Las cosas han salido bien a pesar de la gravedad. Y todo el mundo está muy volcado con nosotros, familia, amigos, todos pendientes. Cuando mi yaya salió del quirófano yo tenía a Flumi dándome la mano y protegiéndome con sus enormes hombros de jugador de rugby. Ese “no estás sola, pequeña” me dio unas fuerzas sobrehumanas. Y ahí están todo el día Anita, Pa e I que siempre están pendientes y aún no han venido porque no les he dejado. Su mensajes, sus llamadas, sus “adelante, que estoy contigo”, sus “sé tan fuerte como siempre y si no, me avisas que voy yo contigo” y sus “te quiero” me hacen creer que podría volar si me lo propusiera.
Y mil gracias a todos vosotros, vuestra fuerza, vuestros buenos deseos y vuestra energía positiva me ha sujetado cuando me tambaleaba. Mil gracias por los mensajes, los mails, los twitter… por todo. No doy abasto a contestar porque apenas tengo tiempo, pero os lo digo desde aquí a todos, sin excepción: MIL GRACIAS, sois los mejores.

Y ahora, os repito que os iré contando y que aún hay un largo camino por delante, pero la peor parte está salvada. Pronto podré contaros nuevas aventuras y sobre todo, hablaros de un proyecto en el que estoy participando y me parece muy interesante y muy bonito. Me pondré con ello lo antes que pueda.

Ahhhh, ¿habéis visto que somos 100 caminantes oficiales? Más que los que me leen por ahí agazapados anónimamente. Nunca imaginé que mis paridas llegaran a tanta gente. Nunca imaginé que yo pudiera hacer cosas grandes. Nunca imaginé que pudiera sujetar a toda mi familia con una sonrisa. Nunca imaginé que este blog llegara tan lejos. Y nunca, nunca imaginé que pudiera ser tan feliz sólo por el mero hecho de valorar la vida y la capacidad de respirar de mis seres queridos.

miércoles, 25 de enero de 2012

el lobo bueno y el lobo malo

Escribí esto hace ya un par de semanas. Pero le he estado dando vueltas a publicarlo o no, porque utilizo palabras más duras de las que suelo usar hacia ninguna persona. Pero tras ciertas actitudes, me siento con el derecho a hacerlo. Así que, hala, lo publico.

Hay una leyenda india (de los indios norteamericanos, los de las plumas en la cabeza, las flechas y las pelis del oeste) que dice que todos tenemos en nuestro interior un lobo bueno y uno malo. Ante las circunstancias de la vida, los lobos pelean entre ellos y el que gana, decide lo que haremos, si el bien o el mal. Según la persona va creciendo, alimenta a sus lobos interiores. Y elige alimentar a uno o a otro. De ese modo, al que más alimenta se va haciendo más fuerte y por lo tanto, gana más batallas. En nuestra mano está alimentar al lobo bueno o al malo.
Me encanta esta fábula porque no creo en las historias de buenos y malos radicales, pienso que todos somos un poco de las dos cosas y depende de nosotros qué parte sale a la luz, hacia qué lado se inclina la balanza. Se supone que todos deberíamos tener la inercia de tratar de ser mejores, de alimentar al lobo bueno. Pero asombrosamente hay gente que alimentó tanto al malo que el bueno se murió de hambre. Y ahora apenas hay batallas en su interior dado que el lobo malo es el único, es el que decide, el que manda, el que domina. El lado oscuro, del que es imposible volver.
De primera mano conozco un caso así. Uno de alguien cuya maldad traspasa límites. Alguien que ha ido aplastando sus cosas buenas (que las tenía) hasta reducirlas a cero. Dejando que la mala hierba y los espinos crezcan y ahoguen las flores. Ahora sólo queda en su interior una nube oscura que hace honor al mote que tenían las mujeres de su familia en su pueblo natal: las nubladas. Su aura es negra, siniestra y peligrosa.   
Y esa persona es mi abuela paterna. Antes me dolía decir, o pensar siquiera, estas cosas de ella. Pero ya estoy cansada de sus ataques, de sus palabras, de las heridas que me causa sin el más mínimo miramiento. A plena conciencia, sonriendo mientras me lastima, alimentándose del dolor que causa. Ya ha colmado mis límites. Y mira que se tarda en llegar a este punto. Pero son 28 años los que tengo y los que llevo soportándola. Aguantando sus malos modos, sus humillaciones, sus críticas y sus embestidas. Contra mí y contra todo lo que quiero. Contra mi madre, mi otra abuela y mi familia materna en general. Contra mis amigos, mi gente, mis chicos. Incluso contra mi pobre padre, su propio hijo. Y es que no se cansa esta mujer de hacer daño. Es de lo que vive, como un parásito. Y la última gota que ha colmado mi vaso de paciencia no tiene nombre. Pero el caso es que ya he dicho basta. Esa mujer ya no forma parte de mi vida. Y se acabó. Hombre ya.
Y como aún es principio de año y hay que ser positivo y  el mal sólo se combate con el bien… voy a dar las gracias a mi abuela paterna. Por haber heredado de ella un pelo precioso, el don de escribir y de narrar, la independencia, el valor, la capacidad de hacer las cosas sola. Por todo lo bueno que ella tenía y que los genes me trasmitieron. Y doy las gracias porque tengo sus cosas buenas y algunas de las malas, pero yo no alimento a mi lobo malo. No le dejo crecer y hacerse fuerte como ella. Yo doy de comer a mi lobo bueno a diario, para que se haga fuerte. Para que el lobo malo gane muy poquitas batallas y con el tiempo no gane ninguna.

martes, 17 de enero de 2012

manual para orientarse con los personajes de mi vida

En la vida todo es cíclico. Todo va y viene, como un péndulo. Hace poco leí (no sé dónde, por eso no enlazo) que el mundo blog estaba tocado de muerte. Que ya la gente reduce sus pensamientos a los pocos caracteres de twiter y que hay montones de blog por ahí abandonados o que actualizan cada varios meses. Y en parte me dio penita, porque es cierto. Mucha de la gente con la que yo empecé mi camino blogger, hace años, con mi sitio anterior ya no escribe. Ha cerrado el blog, lo ha abandonado o lo actualiza cada mil años. Yo misma a veces he pensado que como siguiera así la cosa, terminaría escribiendo para mí sola, sin recibir comentarios, ni visitas y me moriría del asco, como antiguamente cuando escribía en el ordenador y lo guardaba en carpetas que nunca vieron la luz. O antes incluso, cuando escribía cuadernos y más cuadernos a mano. Que por cierto aún están por ahí. Los dejaré en mi  testamento para quien le puedan interesar.
Sin embargo, de unas semanas a esta parte, el blog ha experimentado un resurgimiento tipo ave fénix. Han caído casi diez seguidores de golpe, comentadores y escritores a su vez. Por varios caminos he encontrado montones de blog súper activos y que me encantan. Y me he puesto contenta. Así de boba soy yo, que me pongo triste y contenta por chorradas.
El caso es que como yo llevo muchos años contando mis rollos y como hay gente que lleva conmigo desde el principio, parto de la base de que todo el mundo me conoce y conoce mi mundo. Y no es así, obviamente. Es que me dan venas egocéntricas a veces. Pero tiene fácil solución. Voy a hacer un pequeño manual de la gente de la que hablo más asiduamente para que los nuevos visitantes se orienten con facilidad.

RON: es mi gato. El gran amor de mi vida. Un precioso gatito atigrado que mi ex encontró en la calle, cuyo papá o mamá eran gatos monteses. Así que es enorme, muy fuerte y muy guapo. Y buenísimo. Jamás ha bufado, ni arañado ni nada. Todo él es un derroche de amor.

ANITA: recurrir aquí y aquí, aunque la he nombrado muchas más veces, claro. Es una de mis mejores amigas. La conocí hace años en un trabajo y lo nuestro fue feeling desde el principio. Así que puede que terminemos siendo un par de locas solteronas en el futuro. Mientras, hablamos, reímos, lo pasamos bien y es una excelente cocinera. Las últimas pastas que me trajo el sábado están... estaban (porque ya no quedan, me las he zampado todas) estupendas.

PA: también se puede recurrir aquí para saber más y mejor. En resumen, es más que una amiga, es parte de mi familia y de mi vida. Es mi niña, mi hermana, mi apoyo, mi enfermera. Vivió un año en Valencia con su exnovio y yo la echaba de menos tanto que me dio el siroco y me fui a vivir con el desequilibrado. Luego volvió a Madrid. Y aunque lamento que el plan no le saliera tan bien como esperaba, no puedo evitar alegrarme de tenerla cerca.


Debería hacer un auténtico manual para ubicarse con mis exnovios. Yo la primera, que me pierdo si me pongo a recordarlos. Y es que durante media vida he ido enlazando relaciones. Pero bueno, contaremos los recurrentes.

DESEQUILIBRADO: mi último ex. Lo dejé con él días antes de abrir este blog. Y aunque le nombro relativamente a menudo, no le he dedicado post en exclusiva. Ni siquiera tiene una etiqueta con su nombre. De todos modos, se puede recurrir aquí para saber más de nuestra historia. Resumiendo, desperdicié pasé con él cuatro años, dos de ellos viviendo juntos. Y siempre tuve dudas, altibajos, crisis y problemas. Lo que no sé es por qué puñetas tardé tanto tiempo en darme cuenta de lo sumamente infeliz que me hacía. Conclusión: dejarlo con él es lo mejor que me ha pasado en muchos, muchos años.

ROSS: bueno, tiene etiqueta propia con los post en los que he hablado de él. Y un día tengo que armarme de valor y escribir nuestra historia. Pero de momento, resumo: éramos compañeros de colegio, nos reencontramos años después (con unos 20), me enamoré como loca, viví con él los mejores años de mi vida… hasta que me dio un jari y lo dejamos. No ha pasado día en el que no me haya arrepentido. Pero bueno, cosas que pasan. El año pasado en navidades tuvimos un acercamiento y creí que volvería a mi vida, pero no. Todo salió mal, tirando a fatal. Y harta de dolor, le eché de mi vida. Desde entonces me empeño en convencerme a mí misma de que es mejor así y de que no volverá nunca, aunque las tripas a veces se me encojan y me digan lo contrario.  

A: a ver, que recuerde ahora he hablado de él aquí, aquí y… aquí. Sí... Más o menos. Pero repaso rápido: éramos amigos de la época del Ross, aflojamos lazos, el año pasado nos volvimos a encontrar, nos hicimos súper íntimos, tratamos de tener algo más, fue un desastre y desde entonces somos los mejores amigos del mundo, pero sólo amigos. Nos los contamos todo, nos vemos muy a menudo y nos ayudamos y apoyamos todo lo que podemos. .

Y estos son los personajes principales de esta telenovela que a veces parece mi vida. espero que sirva para orientar a los que andan perdidos.

lunes, 24 de octubre de 2011

qué será, será...

He tenido un fin de semana… complicado. Sí, eso. “Complicado”. Eufemismos al poder. El caso es que, en tiempos difíciles es cuando más cuenta me doy de que tengo suerte. Suerte de ser quien soy y de tener lo que tengo. Y suerte, sobre todo de la gente que me rodea. Son poquitos, pero porque son tan valiosos, que son como un millón de amigos concentrados. Una vez más tengo que decirlo: Anita, te quiero. Gracias a ti el domingo no ha sido un infierno y he podido hasta sonreír. Sé que tú no crees mucho en Dios, pero yo sí y por eso sé que eres un ángel. Espero que nunca me necesites tanto como yo a ti, pero si es así, sólo deseo estar a la altura.
Tras esta reflexión, me asaltan las dudas, para variar. Si ella es un ángel y yo… bueno, yo soy un petardo, pero tampoco soy una mala persona, ¿por qué sólo damos con tíos tan gilipollas?
Así, haciendo cálculos, entre las dos juntamos a un buen puñado de imbéciles, locos, desequilibrados y pirados diversos. ¿Somos nosotras que los atraemos? ¿Tenemos un puñetero don? ¿Nos ha mirado un congreso de tuertos? ¡¡Pero qué mierda nos pasa!!
La otra opción es que el número de capullos por metro cuadrado sea tan elevado que todo se reduzca a un tema de probabilidades. Pero aún así, es una jodienda que nos toquen tantos a nosotras y haya tías lerdas que dan con uno majo a la primera de cambio.  
Ahora la cuestión es: ¿quedará algún hombre medio normal para nosotras? ¿alguno no loco, no cerdo, no gilipollas? ¿alguno que nos quiera y nos trate como nos merecemos? ¿o será el celibato y las manadas de gatos nuestra única salida? ¿somos carne de soltería y vejez solitaria y amargada? ¿nos daremos al lesbianismo cuando encontremos una solución al tema del gusto por los penes?
En fin, me temo que sólo queda aquello de seguir caminando, que es el lema que me repito cada día y el espíritu con el que le puse el nombre al blog. Aquello, del qué será, será. De confiar en que, quizás, más adelante estará lo mejor.

Y mientras, a recuperarme del último envite de la vida. Y gracias a las galletas y la sopita de Ana, será más fácil. Gracias, nena. Gracias por todo.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Anita, mi amor femenino

Soy una mujer un tanto… peculiar. Sí, eso. Llamémosle “peculiar”. El caso es que siempre me ha costado tener amigas. Por eso valoro tanto a las que tengo.
Y una de las que más me gusta es Anita. Advertí en el post anterior que le iba a sacar los colores y al menos voy a intentarlo. Que con ella no es sencillo.
Conocí a Ana cuando éramos compañeras de trabajo. Y desde la primera vez que la vi, me gustó. Parecía seria, hablaba bajito y tenía unos ojos súper azules difíciles de interpretar. Pero me gustaba. Porque a mí me pareció preciosa. Y me dio esa sensación que me da a veces alguna gente de que no es lo que parece. Me gusta esa gente. Me gusta quien no es lo que parece a simple vista. Me gusta, porque yo también soy así. Y siempre tengo la esperanza de que alguien intuya eso en mí y me dé una oportunidad de mostrarme tal cual.
El caso es que cuando llevaba apenas unos días trabajando, me dijo que me instalara no sé qué programa en el ordenador para poder hablar en las tediosas horas de oficina. Accedí. Y menudas risas mal disimuladas. Ella, Nuria (la novia de la última boda) y yo hablando todo el día de las majaderías que se nos ocurrían. Hablando de chicos, de libros, de ideas extrañas. De sexo. De absurdeces que nos pasaban. Así aprendimos a conocernos y a querernos, pantalla de ordenador por medio aunque sólo nos separaban un par de paredes de pladur.
Luego ella se fue de la empresa. Pero seguíamos hablando a diario. Y luego me fui yo. Pero no perdimos el contacto. Visité su casa. Ella vino a la mía cuando sólo vivía de alquiler. Luego conoció esta. Forjábamos una amistad a pesar de que ambas salíamos con desequilibrados que nos complicaban la vida de diversas maneras.
Luego ella echó de su vida al suyo y yo al mío. Y nos quedamos solitas, solteras, llenas de ideas raras y sin ser lo que parecemos. Por eso ya nos unimos irremediablemente. Y menos mal. Sin ti no hubiera salido adelante igual, nena.
Ana, dejando nuestra historia de lado, es fascinante por sí misma. Es guapa, inteligente, independiente, fuerte, segura de sí misma. Habla bajito, despacio, pero dice auténticas burradas que me matan de risa. Parece menuda, dulce y frágil. Pero no lo es. Tiene mucha más fuerza física y moral de la que nadie sospecharía. Y la dulzura la deja para las tartas que prepara.
Debo decir, que es la única mujer con la que he tenido un sueño erótico. Y era un trío estupendo, por cierto. Y aunque no es pelirroja, creo que es preciosa. La lástima es que ninguna de las dos tiene pene. Si no, la vida sería más sencilla. Pero bueno. Me conformo con hablar de sexo con ella. Es la única persona del mundo a quien le cuento ciertas cosas, a quien le confieso lo más oculto y retorcido, a quién no me da vergüenza decirle lo que realmente pienso o siento. Y es que Ana tiene una energía sexual maravillosa. Es capaz, de hablar de todo con una naturalidad que me fascina. Puede decirlo todo sin dudar, sin ponerse roja, sin titubear. Y eso tras la carita de niña buena, tras su melenita medio rubia y sus ojos azulísimos. Me veo en ella, también pareciendo buena y siendo una pervertida. Y me divierte hasta el extremo, lo que parecemos y lo que somos. Así pasa, cada vez que salimos, nos llevamos a los hombres de calle. Ella me convence para bailar. Yo me río y me dejo. Ella me provoca para hacer locuras. Yo me tiro de cabeza.
En fin, Anita, mi amor femenino, que eres única. Especial, maravillosa y fantástica. Y te quiero. Te quiero porque sacas todo lo que procuro ocultar de mí. Porque contigo no me siento una loca. Porque contigo no temo ser quien soy. Porque contigo me siento segura, me siento feliz, me siento libre. Me siento yo en ti. Por eso, y por todo lo que tú sabes, te quiero en mi vida. Te quiero cerca. Te quiero siempre a mi lado y yo al tuyo. Estemos solteras, encontremos churri o vivamos rodeadas de gatos. Porque te quiero. Te quiero, nena, aunque no tengas pene.