lunes, 29 de agosto de 2011

ligando en la boda

Todo en la vida es por rachas. O al menos en la mía. Yo vivo en una montaña rusa constante. Emocional, física, sentimental, social. Paso del todo a la nada, de la locura a la paz, de amar la vida a considerar el suicidio. En fin. Con los años me he acostumbrado.
El tema es que he pasado unos meses en los que me sentía fea. Que no es que sea una belleza, pero me sentía muy cardo. Y encima no ligaba ni a tiros. Nada. Desde un momento de lo más chapucero con A, no me comía un rosco. Y hace meses de ello. Porque chicososo con mirarme con cara de susto lo tiene todo hecho.
 Lo chungo es que yo tengo la teoría de que en la vida todo se retroalimenta. Es decir, la vida es una pescadilla idiota que se muerde la cola. Cuanto menos ligas, más te deprimes, más feo te sientes, menos te arreglas… y eso hace que ligues menos. Y entras en un bucle de malrollismo total. Pero he aquí el rayo de esperanza: si un día rompes ese círculo vicioso, puedes entrar en el contrario. Ligas, te pones de buen humor, te arreglas un poco, te sientes monísima de la muerte, sales a la calle pisando fuerte y robas unas cuantas miradas… por lo que te sube el ánimo y entras en el bucle del buenrollismo.
Eso, o que mi montaña rusa me lleva de salir arrastrando el chándal y las ojeras sintiéndome un vil gusano, a ponerme los vaqueros ajustados y creerme una tía buena sin límites. (Hola, bipolaridad.)
Esta vez no sé muy bien cómo comenzó el momento de subida de ánimo. Creo que en parte puede ser debido a que a chicososo le falta tanta vida que cada vez que le veo, me animo el doble, por él y por mí. Luego ha ayudado mucho la boda del sábado. Y madre mía, qué boda. No me lo había pasado así desde hace años. Y desde luego, nunca en una boda. Vaya fiestón. Iba mona, el vestido era precioso y los rizos me quedaron estupendos, pero sobre todo, adopté una postura de “voy a pasármelo bien” que ayudó mucho. Total, no tenía nada que perder. Así que me alié con Anita, que es la mejor amiga del mundo para hacer ese tipo de cosas. Más que nada, porque está igual de zumbada que yo y así no me siento rara (pienso dedicarte el próximo post para sacarte los colores, maja). Y luego me reencontré con unos amigos de la novia con los que estuve en la playa hace un par de años. Y en cuanto terminó la cena y pusieron música, empezamos a darlo todo. Bailamos pasodobles, sevillanas, rumbas, salsa y todo lo que echaron. Así que debía desprender un aura de "estoy soltera y loca como una cabra" que ayudó muchísimo.
Conclusión: ligué como una perra. Y eso que yo creía que lo de ligar en las bodas era un bulo. Con un canario cansino, con un macarrilla, con un tío altísimo, con el primo tonto del pueblo y con unos cuantos que me señaló la novia, pero que no se atrevieron a acercarse. Y eso sube el ánimo, claro.
Además, el macarrilla al final se decidió y me dio un beso. Un beso estupendo, por cierto. Sin miedo, sin cara de susto, sin dudas. Un beso, con decisión, con ganas, con agarre de cuello, con lengua y todo. Un beso como está mandado, coño. Que hacía demasiado tiempo que no me besaban así.
Y es que sé que doy una imagen de mujer frágil y delicada, pero no lo soy. No me gustan las cosas románticas, no soy de las que necesitan flores y hacer manitas. Yo soy más de que me empotren contra una pared, de que me besen con ganas, de hacer las cosas a lo bruto.  Hablando claro, yo no soy de las que “hacen el amor”. Yo follo. El resto, son mariconadas.
Bueno, gustos sexuales a parte, lo pasé bien hasta decir basta. Necesitaba una juerga de estas.
Y voy a comprarme un cacharrito de esos de coger turno, como los de la pescadería. Para los hombres que me rodean (que hay un par de ellos más y lo contaré en su momento). Que vayan cogiendo turno.

viernes, 26 de agosto de 2011

segundo aniversario de amor y felicidad

Mañana voy de boda. Y no me gustan. Si salí corriendo de la que podía haber sido la mía, no es difícil hacerse una idea de lo que opino de las ajenas.
Pero da igual, ya tengo el vestido, los zapatos, los pendientes y los rulos puestos para que mañana mi pelo parezca más bonito de lo que es en realidad.
Sin embargo, bodas a parte, mañana es un día maravilloso. Él no lo sabe, o al menos no le importa nada, pero mañana es el día que el AMOR llegó a mi vida. El amooooooooor. El amor de verdad. El amor más maravilloso y fascinante que he conocido nunca. El amor de verdad. El súper amor. Mañana hace dos años que él llegó a mi vida. Y aunque los comienzos nunca son fáciles, ahora sé que es lo mejor que me ha pasado nunca. Y doy gracias a Dios por tenerle. Mi vida no sería la misma sin él. Por eso, aunque él no lo sepa, o no le importe este día, entre otras cosas porque cada día es especial y fantástico a su lado (él me ha enseñado a vivir al día), hace dos años que está conmigo.
Eres el amor de mi vida, Ron. Y aunque quede como una loca, te quiero más que a nada en este mundo. Y me siento querida. Las siestas son mejores contigo. Dormir es mejor cuando te abrazas a mis piernas. Despertar es mejor porque tú ronroneas y me das cabezazos. Vivir es mejor a tu lado. Y por eso, gracias por haber llegado a mi vida, haberlo cambiado todo y haberme dado una razón para seguir adelante. Me haces muy feliz, enorme gatito montés.



martes, 23 de agosto de 2011

¿me leerá?

A veces me da por pensar qué pasaría si todo el mundo de mi vida "real" leyera el blog. Y me entra así como un escalofrío por la espalda. No creo que realmente diga cosas muy malas de la gente y se fueran a enfadar. Pero sí siento que es como ponerme en pelotas y salir a la mitad de la calle. Como mostrar todo lo que oculto generalmente.
En cualquier caso, guardo la esperanza de que nadie conocido me lea o que al menos nadie conocido me reconozca.
Todo esto viene porque ayer volví a quedar con chicososo. El aburrimiento y la soledad hacen estragos en mí.
Cuando quedamos la semana pasada,  me dijo: “yo es que soy muy soso”. Silencio incómodo. Hum. “No, tesoro, ¡qué va! tú qué vas a ser soso…” y no sonó creíble. Soy terrible disimulando.
Empecé a sospechar algo raro.  Me dio por pensar, qué te juegas a que este lee el blog y se ha dado por aludido, obviamente. Pero decidí pasar del asunto y él tampoco volvió a insistir.
Y ayer volvimos a quedar. Y volvió a hacerlo. No sé de qué hablábamos cuando suelta: “no sé, igual soy un poco nena”. Aydios, aydios, aydioooooos. ¡¡Este tío lee el blog!! ¡Lo dije en la entrada anterior!
Consideré la opción de enseñarle una teta para que se desmayara y con un poco de suerte, se golpeara la cabeza y perdiera la memoria. Pero  al final decidí pasar. Si por alguna razón, lee el blog y aun así queda conmigo y me mira con arrobo, lo que no necesita son más golpes en la cabeza, desde luego.

jueves, 18 de agosto de 2011

mark lenders vs oliver aton

No, no es un post friki sobre dibujos manga de ojos enormes y bocas abiertas. Ni siquiera me gusta el manga. Es una metáfora. O algo así.

Este verano está siendo un rollo. No tengo dinero ni para salir a la puerta. Y tampoco ningún plan lo bastante bueno como para prostituirme en una esquina y conseguir los euros suficientes para hacerlo.
Así que ayer quedé con chicososo, que ha vuelto de la playa. Total, estaba aburrida, medio pachucha y temía que mi vocabulario se redujese definitivamente a “miau-miau” “¿quieres comidita?” y “ven a que te limpie ese hocico, gato cochino”.
Y estaba pensando en cambiarle el apodo a chicososo, pero he decidido que está bien como está, porque los otros que se me ocurren son incluso peores.
Puede que yo sea algo conflictiva a la hora de buscar hombres. Mi madre dice que mi camino se torció cuando de pequeña me gustaba más Mark Lenders que Oliver Aton y que terminé de rematarlo cuando mi primer amor platónico fue Hugo Sánchez, el jugador del Madrid que ha llevado los pantalones más cortos y apretados del mundo.
El tema es que me gustan los hombres con carácter. Con iniciativa, con ganas, con sangre en las venas. Me gustan los hombres que están “vivos”, que se ríen, se enfadan, lloran, gritan y te besan en mitad de la calle. Me gustan los hombres dispuestos a hacer planes, a quedarse en casa viendo la tele, a salir a bailar hasta las mil y monas, a cuidarme si estoy mala y a hablar de metafísica hasta la madrugada.
No me gustan los hombres que se escandalizan por cosas tontas, que les da vergüenza todo, que te tocan con miedo, que son mártires de causas absurdas y que se acobardan. No me gustan las nenazas. Quizás porque yo misma no me permito ser blanda, tener miedo, llorar o asustarme. Y si yo no lo hago, tú tampoco. ¡Sé un hombre, por todos los diablos! Y no hay excusas. Si yo puedo tú también, no me jodas.
El caso es que chicososo es un poco así. Un poco blandito para mi gusto. Tan mono él, con sus sonrisa perenne y sus ojillos verdes tan inexpresivos. Tan rojo cuando se habla de sexo. Tan ojiplático cuando me oye hablar. Tan tembloroso cuando me roza una cadera sin querer. Y anoche se lo dije, “chicososo, que no tienes 15 años” y su respuesta casi me deja muerta: “es que tú me impones mucho.” Madre mía. Le asusto. Y claro, me contó que sus novias habían sido todas tontas, de las que lloriquean, te preguntan si las quieres y te abrazan para dormir porque es muy romántico. Claro, este chico no ha visto a una mujer de verdad en su vida. Traté de convencerle de que no es tan fiero el león como lo pintan, que no tengo hombres emparedados por casa, que no tengo un cajón con instrumental sado (está todo en una caja en el armario de arriba… ¿cómo lo iba a tener en un cajón? Menuda estupidez) y que, hasta ahora al menos, todos mis ex han salido vivos. Pero él me vuelve a mirar como si fuera a darle de latigazos de un momento a otro y me replica que es que le gusto mucho. ¿Y te asusta que te guste? ¿Estás asustado por eso? ¿Estas asustado por que sea yo? ¿Estás asustado de estar asustado? Hummmmm… ¿Alguna vez en la vida has estado “no asustado”?
No me molesté en explicarle que no duele. Anda y que se lo cuente otra. Yo prefiero hablar con el gato.  
Ahora me acuerdo por qué le engañé con otro cuando salimos la primera vez y me olvidé de que existía. Ahora recuerdo porqué tras nuestra primera cita me puse a hablar con el dueño de mis sábanas. Ahora sé por qué volvería a hacerlo mil veces. Ahora sé que esto no va a ninguna parte.  Ahora sé que le he olvidado antes de recordarle. Ahora sé porqué de niña prefería a Mark Lenders en vez de a Oliver Aton.  



martes, 16 de agosto de 2011

pasos para ser una vieja loca a los 28

Mierda. He dado unos cuantos pasos más para ser la loca de los gatos. Chungo, chungo.

El domingo por la tarde me aburría en casa. Y hacía bastante calor. Así que, en un arranque de diversión, decidí ir a casa de mi madre a regarle las plantas. Súper fiesta de domingo, que se llama.
Total, que me pongo mis pantalones de pasear, como yo les llamo. Son unos viejísimos pantalones de tela verdes, cutres, anchos y con bolsillos. Los combino con una camiseta gorrina que algún día fue blanca, pero a fuerza de lavarla es parduzca y los dibujos rojos que tenía ahora son rosas-anaranjados e indefinibles. Además la recorté el largo y las mangas. Y ya que voy en plan guarro, me pongo unas zapatillas beiges de tela (de esas que llevan las abuelas para hacer gimnasia) que me dio mi madre para estar por casa.  Soy sexy de cojones. Además, como hace calor, me recojo el pelo en un moño despelujado de lo más favorecedor. Total, que si alguien me viera con esta pinta rebuscando en la basura o pidiendo limosna, no se extrañaría demasiado. Paso uno para ser una vieja loca a los 28 años: vestir como una pordiosera y que te la pele.
Bueno, pues yo tan feliz con mis pintas. Riego las plantas y aunque aún no hablo con ellas, pienso que se están poniendo muy majas desde que las trasplanté. Siguiente paso para la locura: tener plantas, preocuparse por ellas y en casos extremos y futuros cercanos para mí, hablarles.
Tras la riega, me vuelvo a mi casa dando un rodeo para andar un poco. Pienso que, total, ya que visto y me comporto con las plantas como una abuela, voy a hacer deporte de abuelas. Y llegando ya casi a mi casa tras el paseo, veo un gatito negro tumbado sobre un cubo de basura. Tiene algo que me hace mirarle. Es una gatita. Y hace muy poco que ha parido, tiene las tetillas muy hinchadas y peladas. Está muy delgadita. Y a mí que se me empieza a arrugar el corazón. Como soy una pirada, le digo “bisbisbissss, gatita, gatita guapa”. Paso tres para ser una loca: hablar con animales desconocidos a parte de con los propios. La gatita me mira desconfiada, pero no se mueve ni se asusta de mí. En esto que pasa un señor que iba paseando a un perro. Y me dice que la gata lleva ahí un par de días, que debe tener a los cachorritos cerca o algo así. Le digo que claro, que es lo que me preocupa, que estén por ahí y alguien los cojo o les haga algo. Miramos alrededor, que hay un pequeño solar, entre los cubos de basura, el señor se asoma a una alcantarilla, incluso. Y el hombre y yo estamos en nuestro afán de ver si encontramos a los gatitos, no para cogerlos, si no para tratar de protegerlos, cuando pasan un par de niñatos de los de mi barrio, de los de gorra, pendientes, cadenas de oro y demás. Y uno me dice: “ten cuidao, que se ponen mu agresivas cuando están parías. Antes pasemos, me acerqué y m’a bufao.” Me debato entre bufarle yo también o sólo mandarle a parvulario para aprender a hablar, pero le ignoro y sigo mirando entre los cubos, me da miedo que haya parido dentro y cuando venga el camión triture a los pobres pequeños.  Paso cuatro para ser una loca: hablar con desconocidos y comportarse como una lunática ante los vecinos.
Total, que no damos con los gatines, lo que es una buena noticia, debe tenerlos bien escondidos. El señor se va por su lado y yo por el mío. Pero no me voy tranquila. Ni mucho menos. Esa pobre gata, que es súper jovencita, muy pequeña y en los huesos, con sus bebés por ahí escondidos. Así que subo a casa y no me lo pienso dos veces. Cojo un bote vacío y lo lleno de agua. Y cojo un sobre de comida de esa de trocitos con gelatina que tengo por si acaso, porque a Ron no le sientan muy bien. Y me vuelvo a la calle.
Me acerco a los cubos, pero no veo a la gatita negra. Hasta que oigo que en un cubo, se oyen ruidos. La llamo y se asoma. Estaba buscando comida entre las bolsas. Yo me agacho y entre los cubos, le pongo el bote con agua y la comidita en la tapa del bote. Me alejo un poco, pero me quedo en la esquina observando. La gata no tarda nada en bajar al suelo del un salto y ponerse a comer y a beber. Y yo suspiro, un poco más aliviada dentro de mi desazón. Paso cinco para ser una loca: dar de comer a gatos callejeros.

Y vuelvo a casa, arrastrando mis enormes pantalones, con mi moño medio deshecho y mi camiseta recortada. Me veo en el espejo del ascensor. Me falta el carrito lleno de basura, pero tiempo al tiempo.
Y sin embargo, debo decir, que me siento bien por haberlo hecho. Que no hubiera dormido si no llego a llevar algo de comer a esa pobre gata. Así que ya queda poco. Dentro de poco pasaré los días repartiendo comida para gatos por las esquinas de los parques, me trincaré un par de botellas de tequila a la semana y escucharé rancheras de Chavela Vargas por las noches mientras hablo con mis plantas y les saco brillo hoja por hoja. Que los servicios sociales, a los cuales pertenecí un día desde el otro lado, se apiaden de mí.   

Nota mental: esto no me va a ayudar a encontrar un hombre.

domingo, 14 de agosto de 2011

los caminos de la vida a través de facebook

Puede que yo sea una inmadura. O que sea sumamente insoportable. O que mi abuela paterna tenga razón y soy como toda su familia y he nacido para morirme sola.
Me la pela, en cualquier caso. Puede que sea lo peor, pero yo a mí misma no me parezco tan horrible, por lo que no me preocupa el resto.
El asunto es que ayer me tiré todo el día durmiendo. Y claro, por la noche me dieron las mil y monas con los ojos como platos. Las mil y monas más una, me refiero, porque lo de acostarme a las 3 de la mañana ya no es novedad.
El caso es que estaba hasta las narices de leer, de escribir y ver Perdidos me da miedo porque Sawyer me trastorna y no está una para tonterías. Así que me puse a cotillear los facebook de la gente. Maldito invento del demonio. No sé cómo me puede enganchar tanto algo que en realidad va en contra de todos mis principios morales. Es cosa del lado oscuro, sin duda.
Bueno, pues andaba curioseando y mirando páginas de la gente que vino conmigo al colegio. En su mayor parte, es gente que me hizo la niñez imposible. Y claro, los que yo conocí como pequeños hijosdeputa ahora han crecido. No sé si ahora serán grandes hijosdeputa o sólo imbéciles en distinto grado. Algunos se siguen tratando entre sí, cosa que me sorprende cuando hace años se odiaban. Otros sólo son amigos por facebook pero no se molestan ni en darse la enhorabuena cuando uno de ellos tiene un hijo o se casa o algo así. Seguro que por la calle ni se saludan, pero bueno, vale, ahora son amigos de la muerte. O al menos de facebook, que para el caso es lo mismo. A mí me suena a falseo en estado puro, pero claro, yo soy una rara y precisamente por honesta fui la marginada.
El asunto es que me divierte mirar las fotos de gente a la que en el fondo de mi ser guardo un extraño rencor. O quizás no sea esa la palabra correcta, pero lo que sé es que me amargaron la infancia de un modo deliberado y la niña sensible que quería ser aceptada que un día fui aún siente ese dolor que me provocaron.
Algunos de ellos parecen gente súper divertida que sale mucho de fiesta y se lo pasa en grande. Lo primero que siento al verlo es un punto de envidia. Yo también quiero ponerme monísima y salir de fiesta. Luego lo pienso otra vez y me pregunto si tienen una vida social tan estupenda como aparentan o es que cada vez que asoman las narices a la puerta llevan la cámara de fotos para mostrar al mundo lo súperguays que son. Que hay gente que parece que sólo sale y viaja y hace las cosas para luego colgarlas en el face. Ahí queda la duda.
Otros se han convertido en esposos, esposas, madres y padres de familia. Me descojono, lo reconozco. Ver a las tías más guarras e irresponsables de mi colegio darse consejos sobre biberones y pañales me hace temblar. ¿Tanto hemos crecido? ¿Tan mayores somos? A mí ya me parecía una locura vivir con un tío. Como para pensar en bodas, hijos y demás. Y eso sin contar las que tienen hijos de soltera (varios, de distintos padres incluso). Flipo. Flipo en colores. 
En cualquier caso, reflexiono sobre los caminos que puede tomar la vida. Puede que todos sean correctos, cada cual para la persona que los elige. Puede que todos nos equivoquemos. O puede que nadie elija nada y la vida nos lleve por donde le da la gana. Sólo sé que no me parece tan mal como estoy ahora. Aunque no salga de fiesta cada fin de semana, aunque no tenga alguien a mi lado que me quiera. Aunque a veces me sienta sola. Aunque a veces la imagen de la loca de los gatos se acerque más y más. Aunque la sobra negruzca de mi abuela paterna se cierna sobre mí. Aunque haya muchos aunques, me gusta quien soy. He tardado toda una vida en conseguirlo. Y unos cuantos meses en recuperarme. Pero soy quien quiero ser. Y los años me han hecho ganar seguridad, no necesito sentirme aceptada, ni comprendida, ni siquiera amada. Sólo respetada. Soy yo, soy Naar, soy la indómita, para los que me recuerden como tal. Y esta vez, nada ni nadie podrá hacerme cambiar de idea.

viernes, 12 de agosto de 2011

good bye, baby II

Ahí va, la segunda y última parte. Para dentro de un par de días estaré de nuevo contando chorradas de las mías, lo prometo.
...
Tiempo, y varios encuentros después, yo empecé con el desequilibrado, con el que siempre te unió una antipatía mutua. Desde la primera vez que os visteis y él aún no era nada mío. Luego, se convirtió en mi novio y, claro, la cosa fue a peor. Nada le daba tanto miedo en mi mundo como tú. Ni el Ross, al que siempre supo que amaba con toda mi alma. Tenía mucho más miedo a esa química nuestra. Él decía que podía “olerse” cuando estábamos juntos, que nos mirábamos de una manera que le retorcía las tripas. Por eso sólo te vi una vez a escondidas, con la intención de demostrar que podíamos ser amigos. Sólo amigos, sin que me miraras así, sin sentir un imán en mi interior que me precipitaba hacia tu pecho. Pero no pudo ser. Recuerdo ese último beso, el último que me diste, en la parada del autobús, cogiéndome de la mano y mirándome despacito, con suavidad, con ternura. Como pocas veces me habías mirado. El beso más casto que jamás me hayas dado y tuvo que ser el último. Cuando llegué a casa me mandaste un mensaje, diciendo lo que yo ya sabía, que había demasiado “eso” entre nosotros (palabras textuales) para poder ser sólo amigos. Y ahí lo dejamos. Tú volviste a Estados Unidos. Yo hipotequé mi vida con el desequilibrado y sólo hacía trampas en sueños, imaginando tu piel dorada y recordando “eso” que sólo tú me has hecho sentir.
A finales del año pasado, el desequilibrado se fue. Y lo primero que pensé fue en ti. Luego reculé porque no quería que me rozaras el corazón en carne viva y por suerte, tú ya tenías novia. Me he empeñado desde la primera vez que te ví en no colgarme de ti como una colegiala. Y lo conseguí. No iba a permitírmelo en ese momento, a estas alturas, con este panorama. El problema es que ahora me faltan las fuerzas que antes me sobraban. Por eso me autoimpongo la orden de alejamiento que no terminas de entender. Porque ahora, o saco las espinas envenenadas, o soy demasiado vulnerable. No hay término medio.
Desde entonces, hablamos algunas veces, te escribí esto, dándote el nombre de dueño de mis sábanas.
Y ahora sé que te vas. Que esta vez te vas de verdad. Y que no podré ir a despedirte, que no habrá besos en tu buhardilla el centro, que no habrá desnudos sobre el sofá de estampado hortera. Que te vas, puede que para siempre de mi vida. Nunca había pensado que llegaría este día. Siempre había un bis. Siempre volvías antes o después. Y no me duele la lejanía, repito. Me duele cerrar un capítulo de mi vida y asumir que quizás, nunca más sienta eso que sentía entre tus brazos. Creo que me convertí en mujer de verdad cuando mi cuerpo tuvo contacto con el tuyo. Hasta entonces era una chica un poco perdida, que practicaba el sexo porque era parte de las relaciones. Pero me resultaba un poco indiferente. Sin embargo, al primer roce de tu piel con la mía, algo estalló dentro de mí. Fue como cuando mi gato se estira y abre las garritas suaves, mostrando unas uñas enormes. De pronto, al verme suspendida en el aire, con tu brazo sujetándome la cintura, me convertí en una mujer libre y llena de vida. Creo, que realmente, yo soy sosa, vulgar y anodina. Tú me hiciste brillar, resplandecer, ser especial detrás de las sábanas. Pero eras tú el que hacía eso de mí, no yo. Tú me liberaste, en muchos sentidos. Liberaste mi fiera interior, que se zampó a mi niña buena de colegio de monjas. Liberaste la mujer fatal que no me atrevía a ser. Liberaste mi lado salvaje. Por eso, detrás de una parte de mi libertad, de mi fuerza, de mi seguridad en mí misma, siempre estarás tú.
Ahora sólo queda recordar nuestra historia como algo bonito. Como algo mágico y especial, lleno de momentos a escondidas y de besos robados. Vuelvo a pensar lo que dije hace ya años, que mereció la pena vivirlo. Mucho. Si viviera mil veces, puede que lo cambiara todo, pero seguro que mil veces caería en tus brazos. Y hago como que me vuelves a decir que todo irá bien. Por que siento que va a ser así. Que seremos un poco amigos. Sólo un poco, sólo hasta donde “eso” nos deja serlo. Lo bastante para contarnos de vez en cuando qué tal nos va, para informarnos de los acontecimientos importantes de nuestra vida. Para saber, que si realmente nos necesitamos, estaremos cerca. Lo bastante para saber que nunca nos olvidaremos y que no hay kilómetros, océanos, continentes distintos que nos borren de la memoria del otro. Hace poco te lo dije, para que te lo lleves de recuerdo a Estado Unidos, que puede que un día llegue a ser la loca de los gatos, que recoja animales tiñosos y arrastre mi carrito roñoso por las calles, almacenando trastos inservibles en casa sin recordar apenas mi nombre, pero que no olvidaré lo que sentía entre tus brazos, con tus manos haciéndome estremecer, con tus labios levantando ampollas en mi piel.
Así que, de un modo muy extraño, muy especial, muy distinto de todos las demás, te diré lo que nunca, nunca te he dicho. Y no es con amor, porque nunca te he amado. Ni como amigo, porque no lo somos. Ni como amante, porque como tal ya te lo he dicho y te lo he dado casi todo. Pero no puedo evitarlo, hay una parte dentro de mí, que por esta vez necesita que lo sepas. Porque te vas para siempre y porque se acaba una parte de mi juventud contigo.
Por primera y única vez: te quiero.

P.D. Be happy, baby. Everythings gonna be all right. I´m sure.

miércoles, 10 de agosto de 2011

good bye, baby I

En los últimos meses he perdido muchas cosas. No fundamentales, no imprescindibles… pero demasiadas. Perdí al desequilibrado. Y con él perdí mis muebles, mi dinero, mi paciencia, mi amor propio... Luego perdí al Ross, y con él perdí el corazón, las ganas, las fuerzas, y a ratos, hasta la capacidad de respirar. Luego he perdido cosas, pequeñas quizás, pero las he perdido. Me lo tomo con calma, con resignación, hasta con buena voluntad… pero a veces estoy agotada. Está siendo una temporada complicada, cuanto menos. A veces hasta me pierdo un poco a mí misma.
Así que al principio de saber esto, dije, bueno, una pérdida más. Pero no. Es una gota que cae en un vaso desbordado.  Y no es una más. Él no es uno más. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Él es el dueño de mis sábanas... y creo que de algún modo siempre lo será un poco.
Por eso, con un poco de dolor y muchas, muchas dudas, le escribí esto cuando supe que se iba. Tras habérselo enseñado y tener su bendición, voy a compartirlo. Para descargar el alma un poco, para que conste, para que sea un punto final por todo lo alto. Y me cuesta, porque mientras he retenido estas palabras he pensado que de algún modo retenía en sentimiento… y le retenía a él. Pero es absurdo. Y la única verdad que conozco es que hay que seguir caminando.
Como el texto es demasiado largo y roza lo empalagoso, lo voy a dividir en un par de capítulos. Mañana o pasado publicaré la segunda parte. En fin, no os lo tomaré en cuenta si pasáis de él. Tampoco me lo tengáis en cuenta vosotros a mí por escribirlo.


Una vez te enfadaste conmigo porque te dije que eras un “chico capricho”. Tengo cierto don para enfadarte, pero es gracioso, en el fondo me gusta verte enfurruñado por lo que digo. Si no te importara mi opinión, no te enfadaría. Además, en este caso, no es del todo cierto. Es verdad que parece fácil encapricharse de ti. Eres guapo, simpático, listo y tal. Todas esas cosas que gustan a las chicas y de las que tú eres plenamente consciente. Si no, no las explotarías tanto. Pero yo sé lo que hay detrás de todo eso. Y por eso jamás has sido un capricho. Porque un capricho, cuando lo consigues, te deja de interesar. Nunca me encapriché de ti. Porque eso que ven las demás es lo que menos me ha importado de ti. Lo nuestro, aunque no haya sido una historia de amor, no ha sido tan superficial como un capricho.
Fue en estos días, de hace un porrón de años cuando me mandaste ese mensaje que tú y yo sabemos, y que cambió mi vida. El que me empujó al lado salvaje irremediablemente. Pero, momentos salvajes de lado, también  en esos días me dijiste que presentías que todo iría bien. No ha sido así. Al menos no en mi vida. Desde entonces casi nada ha ido bien, pero eso no viene al caso. El tema es que tú pensabas que todo iría bien y yo te creía. ¿Recuerdas? Tú estabas en tu Mediterráneo, yo sumida hasta el cuello en el asfalto de mi Madrid y me dijiste que con los pies en el agua y el viento en el pelo, pensabas que every things gonna be all right. Querría que me lo dijeras de nuevo, para creerte una vez más, como te creí entonces.
He hablado mucho de nuestra historia, recordando los pedazos que se pueden contar y sólo insinuando los que tú y yo sabemos, nuestro reflejo en el espejo, mi lengua en tu piel, tu brazo en mis riñones... Las cosas que no se pueden reducir a palabras. Las miradas, los instantes entre la multitud, lo que hay detrás de lo que los dos parecemos. Por eso, hoy me cuesta tanto decirte esto otro, las cosas que no sabes, las que no te he dicho nunca, las que siempre he ignorado, mirando para otro lado. Las que dejamos fuera de las sábanas.
Estábamos medio enfadados cuando me dijeron que te ibas a Estados Unidos, hace ya unos pocos años.  Y te mandé un mail, porque siempre me ha jodido en extremo separarme de la gente estando mal la relación. Te dije, recuerdo, que podíamos intentar ser amigos y que me daba igual lo que hubiera pasado porque nuestra amistad y nuestra historia era algo que me había merecido la pena vivir. Y quisiste que nos viéramos. Te ibas sin hacer mucho ruido, sin fiestas de despedida, sin amigos vitoreándote, sin adioses llenos de lágrimas. Te ibas, sin saber para cuánto, ni a dónde, ni muy bien con qué fin. Pero yo sabía que volverías. Esta vez, sin embargo, no me atreví a preguntar, porque sabía la respuesta. Sé que te vas porque aquello es tu sitio en el mundo. Más que tu mar, que se te quedó pequeño hace años. Mucho más que Madrid, a la que nunca perteneciste del todo. Me resulta difícil comprenderlo, pero es así, USA es tu sitio. Y por eso,  estoy feliz por ti. Todos debemos encontrar nuestro lugar en el mundo antes o después. Y algún día, quizás, yo encontraré el mío y espero podértelo contar, a miles de kilómetros seguramente, y que tú también te alegres por mí.
Decía, que recuerdo que quedamos la primera vez que te fuiste. Yo llevaba una falda blanca y una camiseta negra, unas sandalias altísimas e iba bastante maquillada, como siempre que me siento insegura. Fui a verte a tu casa, aquella medio en ruinas del centro de esta ciudad maldita. Y te escuché canturrear bajito, con la guitarra sobre las piernas cruzadas. Me comía las lágrimas mientras tú susurrabas aquello que nos unió para siempre “… hey honey, take a walk on the wild side…” Nos besamos, como siempre, en aquél sofá roñoso que tenías en el salón. Te miré con ternura, y sonreíste, diciéndome que nos veríamos pronto, que no pusiera esos ojos tan tristes. Se hizo muy tarde, porque las horas se escurrían por tu piel demasiado rápido y me tuve que coger un taxi para volver. Monté, y como en las películas, me eché a llorar. Esta parte es la que no sabes, que lloré tú marcha. Lloré, todo el trayecto hasta mi casa, cuando me bajé, me repinté los ojos de negro y subí las escaleras como si no me temblaran las rodillas. Dejé que pasara la noche, me había acostumbrado ya a que al día siguiente de esconderme entre tu piel el mundo amaneciera y siguiera girando como si tal cosa, sin acelerarme apenas el corazón.
Durante aquellos meses, tu ausencia fue fácil. Nos mandábamos mails bastante a menudo, tú me contabas tus peripecias en las américas y yo te mantenía informado de las cosas que pasaban en nuestro grupo de gente en común y de lo que iba haciendo con mi vida. En ese trance, lo dejé con el Ross, perdí las riendas de mi vida y aún no las he recuperado. Pero siempre he aceptado bien que estuvieras lejos. Es lo bueno de no haber estado nunca unidos en el espacio, que me da igual que estés en Madrid, en tu rincón mediterráneo o al otro lado del charco. Qué más da, si nuestra unión es otra, si nunca nos hemos visto a diario, ni con frecuencia si quiera. Pero un día me dijiste que volvías. Y volvimos a encontrarnos. Fui la primera persona con la que quedaste. Y me faltó tiempo para correr a tus brazos. Casi, como si no hubiera pasado tiempo. Aquellos años todo parecía ir más despacio. La vida aún no viajaba a la velocidad de la luz mientras yo corría tras los acontecimientos como ahora.
...

lunes, 8 de agosto de 2011

tuberculosis???

Entre mis múltiples fobias, se encuentra la de que soy un tanto hipocondríaca. Todas las enfermedades que tiene la gente creo que me las van a pegar. Entre otras cosas por eso no me gustan las multitudes, los trasportes o servicios públicos, los hospitales y los colegios. Que los niños son pequeños sacos de microbios, con sus catarros, sus diarreas, y su manía de meter sus pequeñas manitas en todas partes.
Pero hoy he tenido que ir a la estación de autobuses de Méndez Álvaro a sacar los billetes de mis padres y mis abuelos, que en septiembre van a Granada a la boda de mi estúpida prima mayor. Y he ido en RENFE. Más que nada porque en tren se tardan diez minutos desde donde yo vivo, pero en coche se tarda una hora. Maldita m-30. Pero desde luego, no sé si volveré a hacerlo.
A la ida todo ha ido bien. Y tras mucho tiempo de espera, he comprado los billetes y he vuelto. Me he sentado en una silla de esas que van cuatro juntas, dos hacia delante y dos hacia atrás, enfrentadas como para hacer una timba de póker. Al principio iba sola, pero en la siguiente estación se me han acoplado dos señoras. Una muy gorda al lado, que apoyaba parte de su culo en mi asiento. Y enfrente otra, que le contaba que mañana tiene que ir al médico.

-         Me van a hacer unas placas de los pulmones. – decía. – creen que puedo tener algo porque no se me quita la tos y tengo mucha presión en el pecho.
-         Eso igual es ansiedad. – hoy en día todo es ansiedad.
-         Pues eso creía yo. Pero es que estoy echando flemas con sangre.

Mis alarmas empiezan a dispararse. ¿Tos? ¿Sangre? Arggggg. Rápido, cambiar de sitio, cambiar de sitio…

-         Y claro, eso ya no es normal – seguía explicando la mujer. – y los médicos creen que puede ser cualquier cosa. Incluso tuberculosis.

Argggggg, diosmío, diosmío, diosmío…
Sólo me quedan dos paradas para bajarme y el vagón se ha llenado bastante, pero mis ganas de salir huyendo empiezan a apoderarse de mis piernas. Trato de mantener la calma y hago lo que toda persona cuerda haría en ese caso. Sacar un pañuelo y taparme la boca con él, repitiéndome que a la siguiente parada me bajo y puedo respirar aire puro lleno de bendita contaminación de coches.
Mientras las dos mujeres especulan sobre si será tuberculosis o no, yo veo como un luminoso aparece sobre la cabeza de la supuesta enferma, que parpadea y la señala con flechas que pone “contagiosa - contagiosa”.
Trato de nuevo de calmarme, pero en la universidad asistí a una asignatura optativa que se llamaba “enfermedades infectocontagiosas de personas en situación de exclusión social” y hubo un monográfico sobre la tuberculosis. Así que mientras la menda sigue explicando lo de las flemas con sangre, yo pienso en patatas llenas de pus en los pulmones, en que se contagia a través del aire y en que en el siglo XIX la gente moría como moscas. Vale que ahora hay antibióticos y que con comer bien y cuidarse un poco el tema no es tan grave… pero mira, qué quieres que te diga, bastante tengo ya con lo mío.
Cuando por fin he llegado a mi parada, he salido disparada del tren. Anda y que te den a ti y a tus bacterias infecciosas, tía. Y he subido las escaleras a la carrera. Llevaba casi sin respirar desde que la había oído. Cuando he salido a la calle, en mitad del parque, he cogido una bocanada de aire que me ha llenado los pulmones al fin. Y me ha sabido a gloria. Nunca el aire de Madrid me había gustado tanto.

viernes, 5 de agosto de 2011

el amor de mis yayos

La semana pasada fui un día a casa de mis abuelos a llevarles unas cosas. Aproveché la circunstancia para hurgar en la biblioteca de mi abuela. Mi yaya es una lectora compulsiva, por lo que deduzco que lo mío es un tema genético. Y como no tengo ahora mismo ningún libro que llevarme a los ojos, decidí mangarle un par de ellos. Lo que pasa es que ella tiene la manía de forrarlos para que no se le estropeen. Y para colmo, si son regalados, los forra con el propio papel de floripondios en el que se lo has envuelto. Así que para ver el título de muchos de ellos tenía que abrirlos y mirarlo dentro.
Mi historia súper tierna, no apta para diabéticos, empieza cuando abro uno de los libros y me encuentro una dedicatoria con la letra grande y redonda de cuaderno de caligrafía de mi abuelo: “en el día de tu cumpleaños con todo el amor de tu esposo que te adora.” Ohhhhhhh, pienso. Pero no me extraña, son mis yayos, son así de tiernos ellos. Y abro otro libro: “para el amor de mi vida, con todo mi corazón porque eres la mujer que más quiero en el mundo.” Doble Ohhhhhh. Corazón que empieza a hacerse un gurruño. Y abro el siguiente: “para mi amada esposa, a la que quiero con toda mi alma y toda mi vida es tuya.” Triple Ohhhh con sonido de violines de fondo incluido. Lagrimillas a punto de asomar.
Y es que yo digo siempre que si algún día llego a querer la mitad de lo que se quieren mis abuelos ya habré conocido el AMOR con mayúsculas.
Mis yayos llevan juntos toda la vida. Empezaron a salir juntos cuando mi yaya tenía 14 años y mi yayo 15. Y no se han separado nunca. Sé que tuvieron muchas dificultades, pero nunca se habla de ellas. Lo sé, porque la familia de abuelo no aceptó nunca bien a mi abuela y él renunció a todos ellos por casarse y estar con la mujer de su vida. Luego las aguas se calmaron y tuvieron siempre una relación un tanto distante y fría. Pero a mi abuelo no le importa. Él con mi abuela lo tiene todo en el mundo. Hasta lleva su nombre tatuado en el brazo. Sí, tengo un yayo la más de moderno y cañero. Se hizo el tatuaje en la mili (hace así como un millón de años), un corazón con el nombre de mi abuela y el suyo. Con dos cojones. Y es una horterada de tatuaje, pero él lo lleva con todo su orgullo. Cuando yo era pequeña y le preguntaba qué era eso, me decía “que yo a tu yaya la llevo hasta en la piel metida.” Y punto.
Este año hacen 58 años de casados. Más los que estuvieron de novios, algo así como 65 años juntos. Ahí es nada. Y no son capaces de estar ni un día el uno sin el otro. Menudo trauma si un día mi abuela sale a comer con sus amigas de clase de historia del arte, que allá va mi abuelo a buscarla no vaya a ser que se pierda por el camino o algo. Y siempre van de la mano. A todas partes juntos. Es una ricura verlos.
Como colofón de la historia más tierna que jamás podré contar, diré la frase que dijo mi abuelo el día que cumplieron las bodas de oro. Mi bisabuela, que siempre vivió con ellos, había muerto hacía unos pocos meses. Y mi abuelo le dijo a mi abuela, “fíjate, 50 años casados y esta es la primera vez que nos quedamos solitos. Pero que sepas, que a pesar de todas las circunstancias, ha sido un placer caminar por la vida de tu mano.” Cuando lo oí se me saltaron las lágrimas de emoción. Cómo se puede querer tanto. Cómo se puede aprender a ser parte de otra persona hasta ese punto. Cómo se puede dejar de ser uno para ser la mitad de algo que es uno en sí mismo.
Verles, es creer en el amor. Sin lugar a dudas.

martes, 2 de agosto de 2011

un cola más grande

El sexo vende, lo sabemos todos. Por alguna razón, sirve como reclamo publicitario.
Sin embargo hay veces que no deja de sorprenderme lo explícito del asunto.
Hoy iba conduciendo para ir a comprar el regalo de cumpleaños de mi madre. Llevaba la radio y de pronto, oigo un anuncio: ruido de un frenazo, golpe de chapa, dos coches que se han chocado. Imagino que será un anuncio de la DGT, pero de pronto se oye:
-         Huy, lo siento, ¡te he destrozado el coche!
-         No pasa nada… - voz  desconcertantemente alegre.
-         ¡¡Pero si ha quedado hecho polvo!!
-         ¡¡qué da igual, de verdad!! – continúa la alegría seguida de risas.

Yo arrugo el ceño y miro la radio. Debe haberse estropeado, esto no es normal. Pero entonces la voz en off del anuncio dice: “si tu vida sexual funciona, nada más importa.” Y resulta que es un anuncio de la clínica de impotentes y eyaculadores precoces unidos. Y me da la risa. Mi vida sexual en este momento no funciona, fundamentalmente porque es inexistente. Me pregunto si por eso el resto de mi mundo es un desastre.
Pero tengo cosas más importantes en las que pensar. Tengo que ir al carreflur a comprar el regalo de mi madre el día de antes de su cumpleaños porque lo he ido dejando y, como siempre, se me ha echado el tiempo encima. Así que ignoro mi vida sexual (que por un día más no va a pasar nada) y sigo a lo mío.
Lo chungo del asunto es que el sexo me persigue. Cuando ya estoy volviendo al parking, con el regalo en el bolso y temiendo que de nuevo el coche no arranque y me quede encerrada otra vez, veo un cartel. Y flipo tanto, que me quedo un momento parada delante de él. Hay una foto de una pareja, con una chica súper sonriente y el slogan reza: “ella ahora disfruta de una cola más grande.” Noooooo. No puede ser. Seguro que he leído mal. Pero no, realmente ella disfruta de una cola más grande. Sólo que en una esquina del cartel hay una lata de pepsi diciendo que ahora en vez de 33 cl tiene no sé cuantos más. Vale, una explicación al fin. Por eso, cuando bajo otro piso y veo otro cartel con un tipo y unas letras enormes que ponen “ahora tu cola puede ser más grande” no me asombro. Pongo las fotos que he encontrado por Internet, aunque se ven un poco de pena, os hacéis una idea.
Debo decir que eso de “refresco de cola” siempre me ha sonado fatal. ¿De cola? ¿de qué cola? ¿de la cola de quién? No sé, me pregunto a quién se le ocurrió el asunto, porque es realmente terrible.
Y no entraré en el recurrido tema de si el tamaño importa o no. Porque claro que importa, y quien diga lo contrario o miente. Aunque debo decir que importa tanto por defecto como por exceso. Y si ya me cuesta beberme una lata de bebida con gas normal porque a la mitad me siento a punto de explotar, no quiero imaginar qué sería de mí tratando de trasegarme una más grande. Una lata de bebida, repito. Que aquí nadie habla de sexo. Es sólo una cuestión publicitaria y son palabras normales. Los que las tergiversan son los enfermos. Será que mi vida sexual no funciona y por eso las colas más grandes me preocupan.
  

lunes, 1 de agosto de 2011

cambiando la batería

Hay ratos tontos en los que pienso “me tengo que buscar un hombre.” Y no lo pienso en modo desesperado-sexuarrrl tipo quierounhombreeeee-ñam-ñaaaam. No. Es más un asunto práctico. Un hombre que cumpla las tres naar-condiciones básicas: abrir botes, llegar a estantes altos y matar arañas sin rechistar. Y que de paso, cumpla otras tantas.
Y es que desde la experiencia traumática de quedarme encerrada en el mercamoñas, lo he vuelto a pensar. Jo, yo quiero un chico que me venga a buscar al parking maldito, que me consuele, que me arregle el coche y que me diga “no te preocupes, que ahora vamos a casita, te preparo la cena y te doy un masaje de pies, que has debido pasarlo muy mal.” Y que, por supuesto, al día siguiente cambie la batería y, de paso, me lave el coche. Y que traiga el pan a la que vuelve a casa.
Pero como no lo tengo y chicososo (que quizás estaría dispuesto a hacer alguna de estas cosas) se ha ido a la playa, pues no me queda más remedio que ser una mujer moderna, liberada y jodida y hacerlo todo yo sola. Menudo fastidio.
Total, que hoy me he ido a comprar la batería del coche. Como soy rubia, menudita y con sonrisa angelical, los tíos de los talleres y otras cosas puramente masculinas tienden a tratarme como si fuese estúpida. Estoy harta de tener que demostrar que el hecho de ser rubia y mona no me convierte impepinablemente en subnormal profunda.

En la tienda de cosas para coches, me acerco al mostrador y el tipo me pregunta qué quiero.

-         Venía a por una batería.
-         ¿Sabes para qué coche?

No, da igual, para uno cualquiera. Qué importa. Debo ser tan tonta que no distingo mi coche de ningún otro, así que dame una que sea rosa y muy mona.

-         Sí, claro, un 206….

Antes de que me de tiempo a decirle el motor y eso, me corta diciéndome:

-         ¿Pero sabes qué motor tiene? ¿o al menos si es diesel o gasolina?

No, ni idea, yo le echo Chanel número cinco, no te jode.

-         Sí. Diesel. Un 2.0 HDi. 95 caballos.

El tipo rebusca entre unos papeles, mira el modelo exacto de batería y la trae.

-         El problema es que pesa mucho. – me dice.
-         Bueno, tengo el coche de mi madre ahí enfrente, creo que podré cruzar la calle.
-         No, no, yo te la llevo. Y si quieres te la instalo en un momento.
-         Pues hombre, está complicado, porque mi coche está en mi barrio y he venido con otro. Es que el mío no arranca, no tiene batería. – por si no lo habías captado.
-         ¿Ah, pero se te ha quedado sin nada, nada? ay, mujer, pero ¿cuándo se la cambiaste por última vez?
-         No lo sé. Hará al menos cinco años.
-         Ayyyyy – tono condescendiente – si es que hay que prestar atención a las cosas…
-         Ya, pero si no tengo novio por tal de no tener que prestarle atención, puedes imaginarte la que le presto al coche.

El tipo me mira completamente ojiplático. Pero aún así me lleva la batería al coche de mi madre para que no me hernie cruzando la calle. Que sí, que las baterías pesan, pero no eran ni cinco metros. En fin, se lo agradeceré pensando que es buena voluntad y que si en vez de yo hubiera ido mi abuelo, el tipo se habría comportado igual.
Total que llego al barrio y llamo a mi niño I, para que venga a echarme una mano a cambiar la maldita batería de los cojones. Que una es moderna y liberada, pero tampoco tanto. O al menos no lo bastante como para tener fuerza y conseguir aflojar las tuercas que la sujetan. Así que viene I, tan dispuesto como siempre. Qué haría sin él. Si es que es el hombre de mi casa, de verdad. Pues viene, muy dispuesto pero sin herramientas. Y las mías se las ha llevado mi madre. Joderrrrrr.

-         Pídeselas a un vecino. – propone.
-         Los vecinos me odian. Y no me hablo con ellos.
-         Pues igual es buen momento para empezar a hablarles.
-         Mierda.

Así que llamo al único vecino que me cae medio bien, chicodelprimero. Tras la confusión inicial de que alguien llame a tu puerta pidiéndote una llave inglesa, chicodelprimero ha venido a ayudarnos y ha traído un par de herramientas cuyo nombre desconozco y no tengo ningún interés en aprender. Así que I ha podido cambiar la batería y ahora mi coche arranca que da gusto. Dentro de otros cinco años, me volveré a quedar encerrada en el sitio y la situación más bizarra del mundo, pero eso es otra historia.
Cuando I se ha ido porque tenía que hacer cosas, me he quedado charlando con chicodelprimero, para sociabilizar un poco más que nada. Le he narrado mi historia terrorífica en el parking del mercamoñas y me ha contado un par de anécdotas parecidas. Luego hemos hablado de otros temas. Y al final me ha dado su teléfono y me ha dicho, que si me pasa cualquier cosa cuente con él, que para eso está y que total, ya que estamos solos y vivimos al lado, tenemos que echarnos una mano si se puede. Mola, otro hombre al que encasquetar tareas desagradables… o sea… un vecino majo. Ya no me odian todos los vecinos, ya sólo son cuatro de cinco.