miércoles, 22 de septiembre de 2021

Limpia

 

Se me ha independizado un sujetador. Hace ya un par de semanas salió volando del tendedero y se fue a vivir al tendedero del señor del primero que no vive aquí. Es un sujetador un poco tonto porque se ha tratado de mudar a una casa donde no vive nadie. Igual es un sujetador okupa, vete a saber. El caso es que al final, como nadie le recogía, se mustió de pena y se cayó al suelo. Así que cogí mis llaves y bajé al patio y lo recogí lleno de mugre. Y dije, bueno, sujetador pródigo, yo te perdono tu intento de huida, vuelve a casa. Le metí en remojo, porque pródigo vale pero pordiosero no y lo volví a tender. Y va el cabrón y se vuelve a pirar. Así tal cual, para dejarme claro que su intención es escapar a la mínima de cambio. Y no sé qué afán con el vecino del primero que no vive aquí, porque esta vez el muy descarado se fue directamente al poyete de su ventana. Que mira yo no sé ya qué pensaría ese hombre de mí si viviera aquí. Menos mal que no.

Y ahí sigue, el cabrón del sujetador tratando de vivir su vida en una casa que no es suya con un señor que no sé muy bien qué uso le daría.

Y yo me rindo a la evidencia. ¿Sabéis esa mierda de que si quieres a alguien debes dejarle ir? (tamaña gilipollez, dicho sea de paso). Pues eso, que se vaya. Era uno de mis sujetadores preferidos de estar por casa pero mira, no voy a seguir tratando de convencerle. Él no quiere estar aquí y no voy a retenerle a la fuerza.


Por otro lado voy a despedirme de más cosas. No dejo de ver mi armario abarrotado de ropa que no me pongo. Pero ay, es que me sigue gustando. Es que aún me vale. Es que igual un día me lo pongo. Es que está casi sin usar. Y ahí voy acumulando cosas, que tengo pantalones de los de tiro bajo esperando a ver si ponen de moda otra vez desde el 2010. Y la gente ha perdido el gusto y va por ahí con sus pantalones por los sobacos y el mom fit que hace los culos gordos y feos mientras mis pantalones de hace mil años esperan en el banquillo. No los voy a tirar, no pierdo la esperanza. Pero los retiraré al trastero. Ya se volverán a llevar, ya.

También voy a deshacerme de faldas cortas que no uso porque madre mía la pereza. Y de jerseys llenos de pelotillas y de camisetas con manchas que no se quitan y de pantalones de pijama que se me caen porque se les ha pasado la goma de la cinturilla. Y así hasta que me quede con un armario que se pueda ordenar y donde vea lo que hay. No es tan descabellado.


Igual en la limpia meto cosas para el pelo. Porque yo, que soy medio ingenua medio imbécil, empecé a hacer lo del método curly. Y a ver, esto está muy bien si tienes el pelo rizado. O al menos ondulado. O algo. Pero no es el caso. Aunque a veces sí. Francamente creo que mi pelo lo que hace es boicotearme. Trato de alisármelo y se ondula. Y digo, ah, pues qué bien, me lo rizo. Y empiezo el método curly de los cojones que es más complicado que la leche y tiene más pasos y más potingues y más movidas que agarrar una plancha o un rizador y hacerte lo que te salga del higo ese día. Que a ver, que el pelo está más sano y ñeñeñé, pero qué aburrimiento, la virgen. Y todo para nada, porque duermes y al día siguiente pareces la bruja avería (nótese en la referencia que tengo más años que la tos) y entonces resulta que además de los potingues, el mulli-mulli, el difusor y no sé qué más, tienes que dormir con un gorro y una funda de almohada especial y aun así refrescarte los rizos por la mañana. Mira, que me vale mejor raparme al cero y unirme a los hare krishna. Que yo pensaba, ilusa, que os digo que soy una ilusa, que los rizos eran la solución y el desentendimiento de los problemas del pelo. Que tú ibas por ahí con los rizos al viento como un caniche feliz y contento con sus lanillas. Pero nooooo... es la hostia de difícil. Y ni os cuento cuando encima ni siquiera tienes el pelo rizado.

Y entonces mientras decido si hacerme el curly o el harakiri se me vuelve a quedar liso. Así que sólo me queda preguntarme para qué cojones me lo corté yo a capas este verano y me siento a mirar al infinito pensando que es sólo pelo y no merece la pena amargarse la existencia y que total, yo sería muy feliz por ahí rapada al cero cantando y tocando la pandereta vestida con una túnica azafrán.

Me acuerdo de mi abuela paterna con frecuencia porque tengo la teoría que desde que enfermó y más tarde se murió, se ha quedado a vivir en mi pelo y me putea un poco a través de él. Es una teoría que suena absurda, pero si hubierais conocido a mi abuela y vierais mi pelo de verdad que lo entenderíais. Igual un día me animo y termino un post sobre ella que tengo a medias.


En cualquier caso, tengo que ir haciendo limpia de cosas. De cosas, de movidas, de roña en general. Que luego llega el final de año y no hago vida nueva porque todo lo que tengo es viejo.


miércoles, 8 de septiembre de 2021

El peligroso silencio

 

Me imagino que todos hemos visto La lista de Schindler. Si no, la veis y luego venís a seguir leyendo el post. Y si no os apetece, pues me valdría cualquier peli de nazis. Me vale La vida es bella, por ejemplo.

El tema que quiero explicar es que cuando ves esas películas (que son basadas en hechos reales que históricamente ocurrieron antes de ayer, que no se nos olvide esto), siempre piensas que tú estarías del lado de los buenos. Tú serías el que no levantó el brazo en el desfile nazi. Tú serías el que se plantó ante los tanques en Tiananmén. Tú serías el ángel deBudapest. Tú serías las hermanas Touza. Tú serías Schindler. Tú serías el salvador. Serías el héroe, el valiente, el que se enfrenta a todo el mal y el horror del mundo. O eso piensas desde el sofá de tu casa.

Porque las cosas casi nunca son blancas o negras, pero hay momentos en los que hay que posicionarse. Y el lado bueno de la historia, queridos, no es que te llamen fascista, diga lo que diga la tarada de la presidente de esta mi comunidad. Y podríamos meternos en casos particulares, claro. Es que hubo un caso de un nazi que era bueno y trató de ayudar desde dentro del sistema y blablablá. Que sí, que vale, tome su pin de buena persona, señor nazi. Es que los comunistas eran malísimos también y blablablá. Que sí, que lo que sea, que no estoy hablando de eso. Que no me distraigáis coño, que así no avanzo.

El caso es que todos pensamos que haríamos lo correcto. Porque es lo correcto. Porque está claro, porque es evidente. ¿O no tanto?

En La lista de Schindler hay una escena en la que una cría increpa a los judíos cuando los están llevando al tren, no recuerdo si de camino al guetto o al campo de concentración. Y les grita “¡adiós, judíos!” con un odio y una rabia descomunal e incomprensible. Es un personaje de ficción para ilustrar algo, lo sé, pero supongamos que fuera real. Esa niña seguramente no tiene razón alguna para odiar a los judíos. Quizás no conozca ninguno y puede que ni siquiera sepa bien qué es un judío. Pero los odia. Porque es lo que está recibiendo cada día: la idea de que ser judío es malo. Y que estará mejor cuando ellos se vayan. Quizás lo oiga en casa porque sus padres sean unos nazis recalcitrantes. O quizás lo oiga en la calle y en casa no oiga nada. Quizás sus padres no odien a los judíos. Quizás, hasta tuvieran amigos, conocidos, socios, que fueran judíos. Quizás hasta simpaticen con ellos. Pero las cosas se han puesto feas y es mejor callarse. Y aquí entra el enemigo más poderoso: el silencio. El silencio que nos hace cómplices. El silencio que nos hace parte de algo. El silencio que nos hace culpables.

En La vida es bella el protagonista tiene un amigo, cliente del restaurante donde trabaja con el que bromea e intercambia adivinanzas. Piensa que le va a ayudar cuando todo se pone feo. Pero no lo hace. No le acusa directamente, pero de nuevo el silencio. Si te ayudo me van a señalar. Si te ayudo, puedo estar en peligro. Mejor no ayudar, mejor no hacer nada. Mejor el silencio.

También se ve esto en Patria, libro y serie, tanto me da. Cuando ETA amenaza al Txato él dice “no me van a hacer nada, yo soy euskaldun, de aquí de toda la vida, la gente me conoce y el pueblo se pondrá de mi parte”. Spoiler: NO.


Y ya habrá algún iluminado a estas alturas pensando, claro, pero es que el miedo y el instinto de protección y salvar la vida y mimimi. Hacerse bicho bola y refugiarse en el silencio cómplice de los malvados no nos protege de nada. Nos expone más, si cabe, porque les estamos dando poder. Estamos dejando que ganen terreno. Estamos dejando que se hagan fuertes. Y antes o después vendrán a por nosotros. Porque siempre hay un motivo. El racismo, la homofobia, el machismo. Tanto da. Cualquier excusa es buena. Siempre tendrán por donde atacarnos. Y vendrán más fuertes y armados porque no quisimos o pudimos pararlos a tiempo. Porque callamos. Porque, por miedo, callamos. Porque por no señalarnos, callamos. Porque por no tener lío, callamos. Porque no iba con nosotros, callamos. Porque callamos una y mil veces, nos lloverán los palos.


Me da miedo por donde va el mundo. Me da miedo, especialmente porque me toca de cerca, por donde va España. Me dan miedo las agresiones homófobas constantes, los mensajes de odio. Porque lo único que están haciendo el enfrentarnos y crear enemigos donde no los hay. Los inmigrantes, las mujeres, el colectivo LGTBI, los comunistas, tu tía Paca la del pueblo que siempre fue muy rara. Hay un millón de culpables, siempre el que tenemos al lado. Si nos convencen de odiar al vecino, quizás no les odiemos a ellos. Y mientras peleamos con el vecino, ellos se harán con el poder, ellos engordarán sus arcas, ellos impondrán su ley. Y entonces diremos, joder, cómo ha podido pasar. Cuántas veces hemos dicho o escuchado que en qué pensaba toda la sociedad alemana, toda Europa, todo el mundo mientras los nazis campaban a sus anchas. Pues en lo mismo que nosotros ahora. En que la culpa de todos los problemas eran de los judíos o de los inmigrantes o de las mujeres o de los homosexuales. Y aunque no lo pensemos, no haremos nada porque así no te señalas, así no buscas gresca, así no te metes en problemas. Déjalos, si son cuatro exaltados. Si son una minoría. Déjalos que ya se cansarán.

Pero no se cansan. No son una minoría. No son cuatro locos. Son muchos y cada día más. Y hay que plantar cara porque dejando que hagan lo que quieran mientras miras para otro lado, les estás dando la razón aunque sea por omisión.


Estamos yendo para atrás. Empezamos llamando nostálgicos a los fachas y riéndoles las gracias a los nazis de vox y aquí estamos. Con un chaval muerto. Con otro apuñalado y marcado de por vida. Con otros tantos con las caras partidas. Con gente cogiendo miedo. Con discursos de odio constantes en redes y en programas de televisión. Con no sé cuántos diputados dispuestos a devolver a España al blanco y negro. Con gente en contra del feminismo, de la igualdad, de los derechos humanos. Con gente cada vez más ignorante, más garrula y más mala ostentando más poder. Y seguimos callando.


Yo tengo claro de qué lado de la historia voy a estar, y cada día más, cueste lo que cueste. Y una cosa os digo, o lo tenéis claro también, o estáis en el contrario.