sábado, 29 de diciembre de 2018

Última entrada del año.


Madre mía, quedan tres días para que se acabe el año y yo ni actualizo, ni felicito la Navidad, ni hago repaso del 2018 ni ná.
Ayer en el trabajo lo pensaba, me quejo de que la blogosfera ha muerto y a lo mejor es simplemente que encontró trabajo a jornada completa, novio y tiene dos gatos. Porque yo hago lo que puedo con todo, pero no llego. Eso, y que últimamente no conduzco. Coger poco el coche es pésimo para mi creatividad. Porque ayer estos pensamientos los tuve mientras iba con el coche de empresa por debajo de los aviones y esperando ver el mar de fondo.
También pensé, este no ha sido un mal año. De hecho, ha sido bueno. Bastante bueno. Tengo a mis niños sanos. Tengo a mis yayos un poco más viejitos, pero bien. Tengo a mis padres. Tengo a mi Niño Chico. Tengo trabajo, que me complica la vida lo justo y me da para comer. Tengo amigos. Tengo salud. Tengo casa. Tengo un coche viejo y un poco cascado pero que aún me lleva y me trae. Qué cojones, lo tengo todo.
Así que, Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy.
Y ese es mi resumen del año. Que aunque ha habido momentos regulares, ya podían ser todos los años así.
Dicho esto, sólo me queda desearos un Feliz Año Nuevo, que el 2019 sea generoso con todos y que sobre todo tengamos salud y no haya bajas que lamentar. El resto lo iremos caminando día a día.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Soy gilipollas (spoiler: termina bien)


Soy gilipollas. No se puede decir que esto sea una novedad, pero viene al caso de lo que os voy a contar.
El otro día estaba pacíficamente escribiendo las tarjetas navideñas que este año van a llegar más o menos para San Valentín, cuando le sonó el móvil. Era una persona a la que en el pasado quise muchísimo, pero con la que ahora apenas tengo contacto. Me dijo que necesitaba alguien que fuera amante de los gatos (y gilipollas). Y yo pensé “ya la estamos liando”. Y efectivamente. Que se había encontrado una gatita, que era muy buena, muy guapa y muy cariñosa, pero que no se la podía quedar porque aunque había intentado adaptarlos, los dos perrospatada que tiene no dejaban de ladrarla y que la pobre estaba cada vez más asustada.
Al parecer, la gatita un día de lluvia se había metido en el portal buscando un poco de refugio. Habían puesto carteles por toda la zona, la habían llevado a todas las veterinarias que conocían, pero nadie la había visto y no tenía chip. Así que, por favor, que si podía quedármela.
Y a ver... Os juro que me la quedaría. Esa, y cincuenta más. Pero no puedo. Ron está muy bien, pero tiene sus achaques que no se puede jugar con ellos y que me cuestan una pasta al año en veterinario. Y además está Maya. Y el Niño tiene a Coco, que si algún día nos arrejuntamos, ya son tres bocas gatunas que alimentar. Y mira, no me da la vida.
Pero aquí entra mi vena gilipollas. Le dije que no me la quedaba, pero que le buscaría casa. La llevé a la veterinaria que siempre me ayuda con estas historias y las chicas fueron tan adorables como siempre. Le hicieron revisión, test de inmuno y leucemia y por unos eurillos más, se la quedaron unos días en una jaulita. ¿Era la solución ideal? No. ¿Era la más parecido a una solución? Sí. ¿Me dejé (porque soy gilipollas) la mitad de mi presupuesto para regalos de Reyes en el test, la comida y la estancia de la peque? Obviamente.
Ahí empezó la locura de difundir por Twitter, por facebook, y por grupos de amigos y conocidos. Pero nada. Así que me pasé dos días llorando por las noches (porque soy gilipollas), molestando a todo el mundo por el día (porque soy gilipollas) y echando cuentas de si me podría gastar algo más de dinero en tenerla más días en la veterinaria (porque soy gilipollas y pobre).
Hasta que se me ocurrió preguntar a la chica que a veces me echa una mano con la casa desde que trabajo más horas que un reloj. Es brasileña, adora a los gatos y mis gatos la adoran. Me dijo que ella no podía pero que buscaría a alguien, que conocía muchos grupos de brasileños. Y oye, empiezo a estar enamorada del país de la samba. En un solo día me hablaron dos chicas que querían a la gatita. Una de ellas me dijo que el problema es que se iba de viaje hasta enero y la otra me dijo que la recogía al día siguiente. Así que me decidí por esa. Quedé con ella, le hice mil preguntas y las pasó todas con nota. Había tenido gatos ya, podía permitirse el veterinario, la castración y todos los cuidados. Y quería, realmente quería, salvar a un gatito de la calle. Así que se la llevé. Y la dulzura con la que la habló y la cogió en brazos me convencieron. Ahora me manda fotos y me cuenta que ya va comiendo sola, que poco a poco tiene menos miedo y que están muy bien las dos juntas.
Así que la historia tiene un final feliz. Gracias a Dios. Y a los brasileños.
Y me diréis aquello de que no soy gilipollas, que tengo buen corazón y blablá, pero la verdad es que sí soy una imbécil. Porque a ver qué hago yo metiéndome en más líos con la de problemas que tengo, disgustándome y queriendo salvar el mundo a través de los gatos. Pero no lo puedo evitar. Hay gente que le conmueven los niños de África, los del Sáhara o los enfermos de no sé qué. Hay gente que colabora con la iglesia, con cruz roja o con fulanitos sin fronteras. Muy loable todo. Hay gente que sólo colabora con su propio ombligo. Menos loable, francamente. Yo trabajo cada día con personas y a veces termino hasta el coño de los humanos, así que en mi tiempo libre, cuido gatos. También cuando puedo dono algo de dinero para perros, ratas, conejos o ballenas. Cualquier animal no humano me vale. Y es que veo en ellos toda la vulnerabilidad. Veo que pagan las consecuencias de una sociedad absurda de la que no tienen la culpa. Me muero de pena cada vez que leo que los peces, tortugas o cualquier ser marino que muere por culpa de nuestros deshechos, nuestra contaminación, nuestros plásticos. Cada vez que leo que hay menos y menos espacio libre para leones o tigres o monos. Cada vez que leo que una especie se extingue o entra en números rojos de población. Me duele, me duele el alma de pensar que somos así de crueles. Así que sí, soy gilipollas, pero hago lo que me conciencia me grita, que es cuidar y dar voz a cada bicho que no puede hacerlo por sí mismo. Y no me arrepiento. Y lo seguiré haciendo. Y seguiré siendo pobre. Y gilipollas, sobre todo, gilipollas.