Me he hecho amiga de un poli. ¡¡De un poli!! Nacional, para
más datos. Porque los municipales son como medio polis, pero no impresionan
tanto. Son los pringados de los polis. (Madre mía, espero que no haya ningún
munipa leyéndome)
El caso es que cuando me lo presentaron no sabía que era
policía. Era una fiesta de rugby y ya se sabe lo que pasa en esas fiestas. Y si
no lo sabéis, pues os recomiendo ir a una. Luego nos pusimos a hablar y pues
bueno, me lo dijo, pero lo ignoré un poco. A mí el trabajo de la gente es algo
que me da bastante igual. Y además me lo estaba pasando bomba con él, así que
no me terminé de tomar en serio que fuera un madero. En parte, quizás porque
casi nunca nos topamos con la policía en momentos agradables. Obviamente uno no
marca el 091 para decir, “oye, que va todo bien y que sólo les llamo para
informarles de lo a gusto que estoy”. No. Más bien uno llama cuando pasan cosas
chungas. Y eso crea una asociación de ideas negativa. Eso, y que una vez un policía me dijo que me iba a detener por desacato por insinuarle que si se iba a desnudar o algo. Y ni siquiera se sacó la porra. Un rollo patatero de tío.
Como este chaval era de lo más divertido y le gustaba Loquillo, pues pasé del
asunto de que a diario se vista de azul.
Luego le di el blog. Y empezó a venir a leerme. Y hablamos
algunos días por wasap. Y luego nos tomamos una cocacola el sábado porque tenía
que pedirle un favor. Favor de policía. Y no de esos en los que se arrancan los
pantalones de velcro, si no un favor un poco más burocrático.
Hoy he ido a comisaría para que me echara una mano con una
denuncia, porque hace tiempo que me intentaron robar el coche y me apalancaron
la puerta y ahora no cierra bien y está descolgada y la cerradura no funciona y
el seguro pasa de mí sin denuncia, y… y… mal todo. El caso, que he ido a
comisaría. Y claro, estaba él ahí, vestido de poli. Pero de poli de verdad, con
pistola y la toda la hostia.
El caso es que supongo que sigue siendo el mismo, que el
hábito no hace al monje. Pero me resulta raro. Siento que estamos a distintos lados
de una línea difusa. Y no porque yo me pase la vida haciendo cosas ilegales (que
no es el caso, señor agente, se lo juro) si no por el mero hecho de que a mí la
autoridad en sí misma me da repelús. Y que hacerla cumplir por la fuerza me da
sarpullido. Y que yo, como trabajadora social en muchos momentos empatizo mucho
con el bando opuesto.
Sin embargo, sigo siendo amiga suya. Me gusta mucho la
persona que hay detrás de la placa. Así que le he llevado bollitos de chocolate
para agradecer el favor y espero que no se entiendan como soborno o tráfico de
influencias de esas. Sólo eran humildes bollitos. Y tengo que reconocer que
joder, está guapo de uniforme. Y que debe ser un buen policía porque se suponen
que estan para ayudar al ciudadano y aunque él no lo sepa, la noche nos
conocimos me ayudó mucho. Esa noche él me provocó la risa que me salvó de un
naufragio. Y porque gracias a él y a Loquillo di un paso al frente que era
necesario dar desde hacía tiempo.
Así que, por todas las veces que he despotricado de la pasma
y de las cosas chungas que hacen (que sigo pensando que todo no está bien), el
karma me ha mandado un amigo policía nacional cojonudo. Ains, qué puñetera vida
esta…