Mostrando entradas con la etiqueta la gente está de lo suyo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta la gente está de lo suyo. Mostrar todas las entradas

viernes, 9 de noviembre de 2018

La vidente


Hoy he hablado con una vidente. O sensitiva. O yo qué sé. De esas que “saben” cosas de tu pasado y tu presente y tu futuro, se “comunican” y “ven cosas”. Y diréis a Naar se le ha ido definitivamente la pinza. Pero no, excepto las pinzas literales de esas que se me caen cuando tiendo y que con suerte le arrean en la cabeza a los vecinos, no se me ha ido ninguna más. No es que yo haya llamado a televidentedigamé. No es que haya decidido gastar mi escaso (tirando a nulo) dinero en llamar para que me digan que todo me va a ir chachi piruli. Es una usuaria de mi servicio, que ha llamado para otra cosas y ya que estaba, pues me ha contado su vida y de paso, la mía.
Mi trabajo es lo que tiene, que lo mismo tengo que discutir con viejas intransigentes, que tengo que dar órdenes a auxiliares que me doblan la edad, que tengo que ayudar a vestirse a un yonki o que tengo que hablar con la señora vidente. Y todo así, en la misma semana. Sin tregua. De verdad que si no escribo es porque no tengo tiempo, no porque no me pasen cosas absurdas.
Lo del yonki igual lo cuento otro día, da para post de sobra.
Lo de hoy me ha hecho gracia. Vaya por delante que yo no creo en las cartas, en el tarot, en el horóscopo, en las runas, en los designios del destino ni en lo que opine un señor de Murcia. Mi estado natural es el escepticismo. Ante todo. Mi postura en la vida es la ceja derecha levantada y media sonrisa-mueca que me marca el hoyuelo izquierdo. Para empezar, creo en el libre albedrío. No creo que todo esté escrito. Me parece aburridísimo pensar que estoy siguiendo un guión. Así que nadie puede saber mi futuro si no está en ningún lado y si lo mismo mañana lo mando todo al carajo y cambio de rumbo radicalmente.
Dicho esto, sí creo en las intuiciones, en las premoniciones puntuales, en las sensaciones más allá de lo visible... pero eso es otro tema más largo de explicar.
El caso es que he estado un buen rato hablando con la señora que trabajó en televisión y todo. Fíjate, consulta con vidente famosa gratis. Más que gratis, pagándome porque es dentro de mi jornada laboral. Y encima amenizándome la mañana, que estaba siendo aburrida que ni os cuento.
Y diréis, ¿pero acierta la señora o no? Pues ya me jode, pero tengo que decir que sí. A ver, hay mucha parte de lectura en frío, de decir cosas generales que le valen a cualquiera. De tantear y ver cómo reacciono para saber por dónde tirar. Pero también ha dado en el clavo de muchas cosas concretas difíciles de saber. Me ha dicho, sin información previa de ningún tipo, que no tengo hijos porque nunca he tenido ese instinto. Pero que me veía con dos seres muy queridos en brazos ahora mismo y me ha preguntado si tenía perros o gatos. Bueno, pues sí. Me ha dicho que pensé estudiar psicología pero que me eché para atrás y que hice bien porque no me hubiera gustado. Pues sí, oiga. Me ha dicho que era de una familia pequeña, pero unida y que veía mi círculo cercano de cuatro miembros. Ehhh... pues sí. Me ha dicho que mi padre ha sido siempre un tipo muy libre, que tuvo un puesto muy importante pero que el dinero no le merecía la pena y que lo dejó para trabajar por su cuenta. Joder, pues sí. Y me ha dicho también que últimamente no estaba muy conforme con mi imagen, que estaba dando prioridad a otras cosas y que no me gustaba mucho lo que veía en el espejo. Y la verdad es que sí.

La verdad es que no sé si me hubiera gustado ser psicóloga. Puede que no. Lo único que sé es que no me hubiera gustado nada ser diplomática como quería mi madre (ahí, apuntando bajo, a cosas normales, dí que sí, mamá) ni abogada o economista como quería mi padre. En realidad, pese a todo, me gusta mi trabajo. Sin estos momentos delirantes mi vida sería mucho más aburrida.

sábado, 17 de febrero de 2018

El prepucio incómodo

¿Recordáis cuando dije que estaba pensando cerrar el blog por temas de trabajo pero que mientras no hablara de trabajo no pasaría nada? Bueno, pues he venido a pasármelo por el forro de las bragas porque yo soy así.
El caso es que en dos días han pasado tantas cosas graciosas que me cuesta resistirme a contarlas. Y no son motivo de despido. Creo. Espero. Madre mía, si me despiden será vuestra culpa y entre todos pondréis un euro al mes para que pueda seguir comiendo.
Además pregunté en twitter, ¿qué hago, lo cuento y corro el riesgo de volver al paro, os hablo de inocentes anécdotas de mis gatos o abro un blog porno? No puedo decir que me sorprendiera que ganara la opción del blog porno, pero ya he comprobado que no valgo para gestionar más de un blog ni más de una cuenta en twitter. Apenas valgo para dos páginas de facebook y eso que apenas las uso.
Y eso me recuerda que hace años el dueño de mis sábanas me animó fervientemente a que escribiera una novela subida de tono. Me decía que yo tengo un don para narrar escenas eróticas y que si metía algo fuerte y a la vez algo romántico, triunfaría. Pero pensé “¿a quién coño le interesaría leer esa bazofia? ¿cuantas marujas insatisfechas puede haber por el mundo?” No mucho tiempo después, el pelotazo de las 50 sombras de su puta madre en bicicleta. Qué poca visión de negocio, Naar. Yo que podría estar retirada en las Bahamas viviendo del cuento y mira, aquí estoy, yendo a trabajar todos los días.
Pro suerte me lo paso bien en mi trabajo. Hay días que no, obviamente, pero casi siempre me divierto. Me gusta trabajar con personas, me caen bien los compañeros, me encanta mi jefe y adoro a los abuelos. Así que me sólo me arrepiento en parte de no ser la autora de una novela pseudo porno de cuestionable calidad.
Como ejemplo de mi diversión en el trabajo, el otro día estaba en mi despacho peleando con el programa informático que quiero poner en marcha para mi servicio. Estaba concentrada en los cuadrantes, cuando entra una compañera a la que llamaremos Vera. No me llevo mal con ella, pero tampoco tenemos un feeling especialmente bueno. El caso es que entra y me espeta:

  • Voy a llamar a mi madre, estoy preocupada porque hoy operaban a mi hermano.
  • Ah, ¿Y está bien? - pregunto por cortesía.
  • Sí, si es una operación del frenillo.

¿Frenillo? ¿El de la lengua? ¿Ceceaba el muchacho? ¿El del labio? ¿O el otro frenillo? No, no puede ser “ese” frenillo. No. No, ¿verdad?

  • Es que últimamente le dolía mucho al hacerlo.- pero por qué me está contando esto. Trato de asentir. - Ya sabes, al hacerlo. - repite ante mi cara de pasmo.
  • Ajá. - no te rías, Naar, no te rías.
  • Que hace tiempo ya le miraron para operarle del prepucio también.

¿Prepucio? ¿Ha dicho prepucio? No pienses en prepucios, no hagas imágenes mentales, por lo que más quieras. Y no te rías. Te estás riendo, Naar, te estás riendo. Disimula. Dí algo ingenioso... o algo no ingenioso. Di algo, lo que sea. O finge que se te ha caído algo y métete debajo del escritorio y huye haciendo la croqueta. Finge una emergencia. Finge tu propia muerte. Haz lo que quieras pero deja de reírte. Madre mía, ¿por qué me está haciendo esto? ¿Qué querrá esta loca del prepucio de mí?

  • Eh... hummm... ah.
  • Y claro, ahora A LOS 30 AÑOS al final le han tenido que operar porque últimamente por lo visto estaba peor.

¿Peor? ¿Peor? ¿Peor de qué? ¿Del frenillo, del prepucio? Lo único peor que se me ocurre es una compañera de trabajo que te hable del pene defectuoso de su hermano DE 30 PUTOS AÑOS que al parecer no ha frungido en condiciones en su vida, porque si lo hubiera hecho le hubiera pasado como a un par de ellos que yo me sé que se les rompió por las buenas. Genial, ahora estoy pensando en más penes. ¿Por qué no viene nadie? ¿Por qué este despacho siempre parece el camarote de los hermanos Marx y ahora no interrumpe nadie este momento tan incómodo?

  • Ya... es lo que tiene. - digo tratando por todos los medios de ponerme seria, pero la risa nerviosa se ha apoderado de mí.
  • Y por lo visto lo que más le ha dolido de todo es el pinchazo de la anestesia.
  • Hombre, piensa que un pinchazo en la punta del... - Dios mío, ¿estoy diciendo lo que creo que estoy diciendo? ¿Y sigo pensando en penes? Por qué, zeñó, por qué.

A todo esto, no sé cómo, me había puesto de pie, me estaba balanceando, tratando de aguantarme la risa histérica y había abandonado mi ordenador y mi programa a medio instalar a su suerte. Estaba valorando seriamente salir corriendo, ir al despacho del director y presentar en ese mismo momento mi renuncia, cuando a Vera le sonó el móvil. Aproveché ese momento para huir vilmente y no volver hasta asegurarme de que hubiera más gente en el despacho.

Por si alguien se lo pregunta, no sé cómo terminó la historia. En cuanto pude recogí mis bártulos y me marché. Y a no ser que sea estrictamente necesario, no pienso volver a hablar de frenillos ni de prepucios en el trabajo, que llevo tres días intentando borrar la imagen mental de mi cerebro.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

¿Qué les pasa a los tíos?

De verdad que hay veces que me pregunto qué mierda pasa con los tíos. Yo, que he sido siempre defensora de los hombres, que he abanderado el #notallmen porque sé mejor que nadie que no todos son violadores ni machistas. Yo, me veo en la obligación de preguntar qué mierda pasa con los tíos.

Y es que esto es como algo que el otro día leí en tuiter, que una empieza diciendo que no es feminista, porque te suena muy radical. Luego sí, claro que eres feminista, pero no crees que haya machismo en todas partes. Y luego, vas fijándote mejor y oh, sí, sí hay machismo. Machismo everywhere.
En fin, el caso, que me disperso.
El otro día estaba en casa tranquilamente. Y con tranquilamente quiero decir dando cabezadas en el sofá a las 10 de la noche esperando para dar de cenar a los gatos e irme a dormir porque tener dos trabajos es agotador e insano y menos mal que me quedan sólo un par de semanas de seguir así porque si no me tiro por la ventana. Y me sonó el móvil. Por la mañana un tipo que venía conmigo al instituto y con el que jamás había cruzado palabra, me había hecho una solicitud en instagram y le había aceptado. Y de repente, me estaba hablando.
Y mira, si algo me da por el culo de las “redes sociales” es la gente que ha estado en tu vida la tira de años y no te ha hablado, los que te has cruzado por la calle y se han hecho los locos, los que han entrado en el mismo bar que tú y no te han saludado, pero luego llegan al facebook o a la red de turno que sea y de repente son tus mejores amigos y te comentan y te hablan y te mandan abrazos virtuales. Así conmigo no. NO.
El tipo en cuestión me decía que hola, que qué tal. Y yo, pues bien. Y va, el gilipollas, y me dice “sé que en el insti no hablamos mucho, pero siempre me has parecido muy atractiva y muy simpática” (sic). Y a mí que se me empieza a levantar la ceja y se me ponen los ojos en blanco aunque no quiera. Le contesto que lo dudo mucho más que nada porque en los años de instituto yo estaba horrible y soy simpática por los cojones. Y se ríe. Jajaja. Decidí en ese mismo momento que el tío es imbécil, cosa que intuía por lo que le conocí en su momento, pero lo confirmó con creces. “No, en serio, eres muy guapa.” Ay, zeñó, por qué. Le dije que hombre, que no iba a colgar fotos en las que saliera como un orco. Y el memo jajaja de nuevo. Y va, el tonto, porque hay que ser tonto, y me dice “te habrá sorprendido que te hable, ¿verdad? Igual te has quedado flipada”. Y mi ceja cada vez más pa´rriba y mis ojos que dan vueltas ya. Pues a ver, me sorprende que me hables porque no hemos hablado nunca y después de cuatro años viéndonos las caras cada puñetero día has esperado quince años para que tengamos la conversación más larga de nuestras vidas por chat. Y el tío otra vez que si me pareces muy guapa, que si te sorprende o te flipa que te hable. Y ahí me dí cuenta. Yo en el instituto fui feliz. De verdad, después de años de infierno en el colegio, el insti me pareció una gloria. Pero pasaba bastante desapercibida. Tenía mis amigos, mi gente, mi grupo e iba a mi bola. El mongoloide éste era del grupo de guays que se creen por encima del bien y del mal y que si te hablan te tienes que sentir súper halagada. Y como es retrasado, se debe creer que sigo ahí, en la clase de 2ºB, esperando a que voecencia se digne a dirigirme la palabra. Y por eso cree que flipo como una quinceañera porque me hable. Y entonces empezó a subirme la mala leche por la garganta, porque ese tipo de chicos engreídos y absurdos siempre me han repateado. Y me repite, por enésima vez que siempre le he parecido muy guapa. Y claro, le dije que si eso le funcionaba alguna vez, que si en algún momento de su existencia ha conseguido ligar con algo tan tonto. Y me dice que se acaba de separar. No, si ya. Y estás echando el anzuelo a ver qué pescas cada vez que ves un charco. Pues anda a pastar, majete. Y ya, para remate de los remates, me dice que ahora es policía. POLICÍA. A mí. ¡¡A mí!! A mí, que el único policía que tolero es a mi amigo el poli porque intento no pensar a lo que se dedica. Mi respuesta a que era policía fue “No me jodas”. Textual. Y añadió “sí, policía municipal.” ¿¿Munipa?? ¿Encima munipa? Por favor. Al menos los nacionales imponen un poco más. Un municipal es un tonto con pistola. Bueno, eso es obvio en este caso.
Total, que como estaba ya muy cansada de la conversación más estúpida y surrealista con el tío más tonto del planeta, me lo intenté quitar de encima. Y va, y me dice que si tengo pareja, que no quiere molestar.
A ver, que me da, que me da, que os juro que me da. Ya sabía que estaba intentando ligar, pero esa es la forma más cutre de demostrarlo. Y ¿molestar? Si tengo pareja o no es independiente de que me molestes. Yo tengo amigos cuando tengo novio, no es incompatible. Y me gusta que mis amigos me hablen aunque mi novio esté delante. Y si no me gustas, si no quiero nada contigo, no es porque tenga novio o no. Y es que me jode mucho eso. No quiero nada contigo porque YO NO QUIERO, no porque tenga o deje de tener nada, que no soy de la posesión de nadie. Y me tienes que respetar a mí y mi decisión, no la del hombre que haya o no conmigo. No es él a quien tienes que respetar, es a mí, que no me gustas. Coño ya, joder. Me cago en todo.

En fin, que no sé qué mierda pasa con los tíos, pero desde luego no tengo ganas de averiguarlo con este tío.  

sábado, 9 de septiembre de 2017

El tatuaje

Me he hecho un tatuaje. Otro, quiero decir, porque ya tenía. Tenía muchas ganas de hacérmelo y muy claro lo que quería y dónde. Igual un día os braseo con la historia del asunto en sí. Pero hoy el tema es otro.
Después de mucho pensarlo, me lo hice en un estudio pequeñito que hay en mi barrio. Estuve curioseando en internet algunos trabajos del tipo y pasé un día por allí para comentarle mi idea. Me dio un par de sugerencias, me lo explicó todo muy bien y me pidió un precio muy razonable. Así que pa´lante. Y he quedado encantada.
El caso es que estaba yo allí, esperando para entrar cuando aparece una madre, una abuela, un hijo y una hija pequeña. Típica familia que sale en los programas tipo ola-ola de verano haciendo el ridículo en la playa, enseñando los filetes empanaos y la ensalá tomate en el tupperware aceitoso. La abuela con su permanente y su bambo de los chinos. La madre con camiseta de tirantes y pantalones cortos luciendo lorzas con moreno Benidorm, coleta tirante y uñas con esmalte corroído. El hijo, adolescente con gorra de esas en las que caben cuatro cabezas. La niña, espelujada y con un vestido de Minnie descolorido. Estampa típica de mi barrio. La abuela se sienta en una silla. La madre se acerca al mostrador.

  • Mira, que el niño me se quiere tatuar una cruz en la mano, aquí. - se señala entre el pulgar y el índice.
  • Ya. - el tatuador levanta una ceja y mira al púber.
  • Ejque me cumple 15 la semana que viene y quiere un tatuaje. Asín que digo, pos si quieres de regalo, pero ya no hay otra cosa.
  • Hummm... - el tatuador me mira de reojo. - El tema es que un tatuaje en una mano... mira que luego eso queda un poco... que a ver, el día de mañana vas a tener que buscar un trabajo y en la mano se ve siempre. ¿No prefieres otro sitio? ¿Otra cosa?
  • Si ejque se ha enamorao. Mira, está por una niña de su clase y el tontopolla se quería hacer una frase y no sé qué mierdas en el brazo y le dije que igual luego se arrepiente y que mejor otra cosa más pequeña.
  • Pero en la mano...
  • Si es que está apollardao. ¿No te digo que se ha enamorao?
  • ¡¡Te quieres callar, que pareces Belén Esteban!! - salta enfurecido el tontopolla.
  • Anda, que te pones vergonzoso porque digo la verdad. Mira, se quería tatuar una frase de una canción que le gusta a la niña de un grupo moderno de esos...
  • ¡¡Que te calles, maruja, que eres una maruja, que te gusta mucho hablar!! ¡Que a nadie le importa mi vida! - aúlla.
  • Ay, madre la juventud. - masculla la abuela.

Miro a la novia del tatuador, una chica dulcísima que está sentada mirando todo con cara de pasmo. Pongo los ojos en blanco. Me muerdo la lengua.

  • Mira, los tatuajes pequeños son 50 euros. Me da igual que sea una cruz de dos líneas o algo un poco más trabajado. Pero piensa que en la mano es algo que marca mucho, que se ve siempre.
  • ¿50? mira, por eso te haces algo más chulo, algo como un dragón o unas letras chinas o algo de eso. - la madre de nuevo demostrando su clase y buen gusto. - Que por ese precio que con la misma aguja nos tatúe a toda la familia.
  • Yo no, que tomo sintrom y no me pueden pinchar. - la abuela, el origen de la sensatez familiar.
  • Mira, esta chica me pidió cita, voy a tardar dos horas con ella. Si queréis lo pensáis y luego volvéis.
  • Pos venga, me tomo un par de botellines donde la Mari y volvemos. - bonita forma de pensar en algo para toda la vida.

Según salieron por la puerta no lo pude evitar.

  • Madre mía, en qué barrio me ha tocado vivir.
  • ¿Pero tú eres de este barrio? - me pregunta la novia del tatuador que no sale de su estupefacción.
  • Sí hija. Al menos de nacimiento.
  • Perdona, es que no... no pareces...
  • No parezco alguien que se haga tatuajes carcelarios con quince años.


Desconozco si al final se lo hizo o no, aunque supongo que sí, porque volvían a entrar cuando yo me iba. Y claro, lo que me decía el tatuador, que si la madre no sólo consiente, si no que va, lo paga y le parece buena idea... qué va a hacer él. Puede decirles que no es la mejor idea, darles otras opciones... pero es su decisión. Su decisión estúpida y poco meditada, pero la suya al fin y al cabo. Y yo lo único que pienso es que debería implantarse el carnet de padres. Y que si dependiera de mí, lo iban a tener cuatro.

miércoles, 5 de julio de 2017

Las semanas (y media)

Mi amiga Pelirroja ha pasado al club de las preñadas. Y estoy feliz porque ella es feliz, pero de alguna manera me pone triste despedirme de mi amiga, la más alocada y despreocupada de mis amigas. Porque ya no será mi Pelirroja-peligrosa nunca más. Ahora será una mamá con el pelo rojo. En fin, es ley de vida.
El caso es que hay una cosa que me cabrea de las preñadas y es su manía de hablar en semanas. Que sí, que ya sé que el ginecólogo lo cuenta así y blablá, pero de toda la vida de Dios los embarazos han sido nueve meses y punto. Pero ahora no. Ahora estás de 7 o de 15 o de 23 semanas. Y mira, no. Yo no me apaño. No sé cuántas putas semanas dura un embarazo y además no me interesa lo más mínimo.
Y es que me reconozco un poco negada para eso de cambiar de medida. Cada vez que he viajado y he tenido que cambiar de moneda he decidido desconectar y no andar convirtiendo cada precio porque me aturulla. Prefiero marcar una especie de límite, tipo “más de X moneda es caro porque pasa de los 10 euros” y con eso me apaño, clasificando las cosas en baratas y caras y punto. Ni os imagináis las que pasé cuando cambiamos de peseta a Euro, la verdad. Y eso que era jovencilla. Pero da igual, moriré de vieja echando de menos mis queridas pelas. Y eso que también tenía su cosa. Que la primera vez que fui a Pueblodelsur, bajé a comprar unas chuches con mis amigos y la tía del estanco me pidió 15 duros. Muy dignamente, le dí una moneda de 100 pesetas y esperé mi cambio, pero no tuve ni idea de cuánto me había costado aquello. En Madrid sólo se usaban los 5 duros y los 20 duros. Y jamás en una tienda o semejante. Nunca comprabas algo y te decían son 5 duros. Y mira que yo me he criado en un barrio muy barrio, eh? Que por aquí andaba poco menos que el vaquilla. Pero da igual, lo de los 5 o los 20 duros era algo puramente coloquial, entre colegas, en casa. Jamás en un comercio, por muy humilde o barriobajero que fuera. Y yo, de repente, me vi en un pueblo de mierda donde me querían cobrar en duros. Desde entonces la tía del estanco me cae mal. A día de hoy, me sigue sin resultar simpática.
En todo caso y dejando las monedas a parte, cuando el otro día hablé con Pelirroja le termine pegando una voz de las mías. Porque le pregunté de cuánto estaba y me respondió que diez semanas. ¿Diez semanas? ¿Pero quién a parte de las preñadas habla así? Nadie dice “llevo en el nuevo trabajo 13 semanas”. Nadie dice “celebro hoy con mi novio las 45 semanas”. Nadie habla así, joder. Y hay gente en el mundo que no estamos embarazadas, ni lo hemos estado, ni lo vamos a estar. Y que nos importa una mierda las semanas que dure un preño, que no sabemos desde cuándo se empieza a contar ni hasta cuándo hay que seguir haciéndolo. Así que le dije “Joder, Pelirroja, que yo en semanas sólo conozco la película de las nueve semanas y media y por cierto, es una mierda. Háblame en lenguaje de no preñi, haz el favor.” Bueno, pues lo tuvo que pensar. Tócate los cojones mariamanuela que ahora en cuanto se te instala un okupa en el útero dejas de pensar como lo has hecho toda tu vida y ya sólo sabes contar en semanas.
Eso, hasta que pares. Entonces sólo sabes contar en meses. Y de pronto tu hijo tiene 16 meses. Oiga, por el amor de Deu, diga un año y algo, diga un año y medio, diga dos años, diga lo que quiera, pero deje de hablarme en unidades inferiores a las necesarias.
Y eso añadido a la palabra bebé. Admito que esa palabra no me gusta, me parece que roza el ridículo, no sé por qué, supongo que sólo es una manía de las mías. Pero a ver, un bebé lo es hasta los 6 meses, el año si quieres. Pero no más. Con año y medio es un niño. Pequeño, pero un niño. Y con tres años, desde luego no es un bebé. Que yo entiendo que has tenido que dilatar el chumi para echarlo y que quieres que sea eternamente pequeñito para que sea tu nenuco, pero joder, no. Déjale ser una personita pequeña. Déjale tener su dignidad y no le llames bebé cuando ya va por ahí corriendo como una bala y destrozando todo a su paso como un diminuto godzilla.


En fin, yo qué sé. Si cada día entiendo menos cosas y pongo menos esfuerzo en entenderlas.  

lunes, 12 de junio de 2017

El salto

La gente a veces se queja de que por culpa de Disney espera al príncipe azul. Admito que nunca me gustaron los príncipes. Tan peripuestos, tan repipis, con esos modales tan refinados. El único un poco apañao era el de la sirenita que iba descamisado. Y ni por esas, mira. Yo es que he sido siempre de macarras. Y trato por todos los medios de evitarlos en la vida real porque ya tuve experiencias en el pasado que me demostraron que traen más problemas que otra cosa. Pero lo admito, esos personajes durísimos, con pinta de chungos y luego un tierno en el interior, hacen que se me caigan las bragas a plomo.
Yo admito que mi problema con los ideales de las películas es con los musicales. No entiendo por qué en la vida real no podemos arrancarnos todos a bailar de repente y que nos salgan unas coreografías de puta madre. Así, improvisando, como quien no quiere la cosa y montar un espectáculo que le dé gracia al asunto. Todo mejora con música y con bailes. Y la vida es una cosa que hay que intentar mejorar porque como no pongas de tu parte, pues meh. Así que yo esperaba que en algún momento, todo el mundo de mi entorno supiera bailar y yo aprendiera por obra y gracia. Entonces empezaría lo bueno. Algo así como en el baile del instituto tipo Grease o en cualquier pelea de pandillas por los tejados como en West Side Story.
Luego resulta que no. Que mis amigos no saben hacer coreografías espontáneas, que yo soy un pato mareado que se pisa sus propios pies, que en mi instituto no se hacían bailes y que las peleas en mi barrio, inexplicablemente, no eran bailando. Y qué decepción, oyes.
Y es que la vida real es un tanto decepcionante. A ver, que está bien, que merece la pena estar vivo. Pero no es una película, no es una serie, no es un musical. No siempre las cosas salen bien, no siempre el amor triunfa, no siempre los malos pagan y los buenos salen airosos. No siempre sabes bailar. Ni mucho menos. La vida es como es. Y como tal hay que tomarla.
Lo bueno que tiene es que están los sueños. Ahí siempre puedes hacer lo que te dé la gana, estar donde y con quien quieras, puedes conducir un ferrari o bailar como Ginger Rogers. Yo por lo menos soy bastante afortunada en lo que a sueños se refiere. Soy bastante capaz de controlarlos, de retomarlos si me despierto y de vivirlos muy intensamente. Lo chungo es cuando sueño con arañas y juro que las veo corriendo por mi cuerpo. Que me despierto y aún tardo un rato en dejar de rascarme y de buscarlas porque no tengo claro si estaban ahí o no. Pero eso es otra historia. El caso es que mis sueños buenos son la hostia. Yo he soñado que comía cerezas del torso desnudo de Brad Pitt. Jhonny Deep me ha mordido el cuello. He bailado con Rick (Humphrey Bogart) en Casablanca. He volado por encima de edificios, he respirado bajo el agua del mar mientras veía corales y peces. Mi cerebro a veces se porta bien, como para compensarme el coñazo que me da el resto del tiempo.
Por desgracia, no todo el mundo tiene esta suerte. Esta misma noche estaba comentando por wasap con mi amiga Mar mientras veíamos Dirty Dancing. A las dos nos encanta, somos así de pavas. Y sé perfectamente que el guión lo podría haber escrito una niña de quince años. Y que en realidad, no trata de nada. Y todo lo que quieras. Pero ay. AY. Que está Patrick Swayze como para comérselo sin patatas ni guarnición ni nada. Primer plato, principal y postre. Todo en uno. Qué guapo, qué cuerpo, qué sexy. Qué ropa negra tan ajustada. Qué tupé medio despeinado. Qué forma de moverse. Ay, zeñó. Y esos bailes, esa música, esas faldas vaporosas. Esa escena de los equilibrios en el tronco, la del lago levantando a la otra pava. Y ese salto, EL SALTO. Por el amor de Dios. Que estoy segura de que cuando el bueno de Patrick se murió y subió al cielo, llegó la virgen María a recibirle y lo primero que le dijo fue “levántame en el aire como a la de Dirty Dancing”. Porque qué mujer no ha soñado con esa escena. Con ser levantada así. Pues tengo la respuesta. Mi amiga Mar. A ver, técnicamente sí ha soñado con ello, sólo que ella corría y saltaba así, pero nadie la cogía. Y entonces se daba una tremenda leche contra el suelo y la gente se arremolinaba a mirarla. Pobre. Qué sueños más tristes. Y me lo ha contado por wasap, mientras veíamos la peli. Me he reído tanto y tan fuerte, que he despertado a Maya de sus sueños de gato.
Por cierto, ¿con qué sueñan los gatos? ¿con ratones, pájaros? ¿infinitas latas de atún? ¿un Patrick Swayze gatuno que les levante en el aire? Quién sabe.








miércoles, 17 de mayo de 2017

Pfffffff... qué pereza

Hace poco comenté que el mayor de mis pecados era la pereza. Y me he dado cuenta de que lo estoy llevando a un nivel muy elevado. Me dan pereza cosas absurdas. Por ejemplo, me termino una serie y tengo varias por empezar, pero me da pereza. Porque no conozco a los personajes, no sé de qué va la vaina y pffff... qué pereza. Así que vuelvo a ver las de siempre, que me sé los guiones de memoria.
También he descubierto un grado plus de pereza: la gente. La gente me da pereza. Juntarse en grupo con gente que no conozco, pfffff... Juntarse con mis amigos de siempre para hablar de niños, pfffff... Juntarse con gente inteligente para hablar de temas serios, pfffff... Juntarse con gente simple para hablar de idioteces, pfffff...
Empiezo a pesar que el momento de hacerme ermitaña, tener mi propio huerto y vivir sin más compañía que los gatos está acercándose peligrosamente. Tengo que terminar de convencer a Pimiento y Tomate de que la edad del bambo ha llegado YA.

El otro día, por ejemplo. Quedé con una amiga a la que llamaremos... Lua. Sí, eso. Lua ya me da un poco de pereza de por sí. Y no es por nada, de verdad que la quiero mucho. Pero últimamente le ha dado por unos rollos que no van conmigo, así que la pereza me ataca fuerte cuando quiere que quedemos. Pero bueno, repito que la quiero mucho, así que me obligo a mí misma a salir y verla. Y entonces, entre otras múltiples pamplinas que no vienen al caso, Lua me cuenta que se ha dado de alta en toda clase de páginas de esas para buscar “pareja” y que se está hartando a frungir. Y bueno, de entrada no me parece el mejor de los planes. Más que nada porque si me voy a dedicar a follar por follar con desconocidos, casi prefiero hacerlo cobrando, que la cosa está muy mal y tengo dos bocas gatunas que alimentar. Y segundo porque de nuevo, pffffff... la pereza a máximo nivel.
Y diréis, qué le ha pasado a esta mujer, que de repente se nos ha vuelto tan puritana. Nada más lejos. Yo he sido un poco golfa. Y no me arrepiento ni pizca. He pasado mis rachas de “vida alegre”, de amoríos, de dejarme querer, de saber que gustaba, de no pensar en el mañana. Dentro de mí aún late a veces aquel halo de misterio y de erotismo con el que sabía jugar tan bien. Aún sé mirar de reojo y notar cómo me crecen los colmillos. Pero nunca me dediqué a zumbarme a desconocidos sacados de cualquier página de mierda sin poner filtro alguno, sin buscar nada más que el pumba-pumba. Nunca me dediqué al sexo vacío de juego y de complicidad. No, porque no me aporta nada. A mí, ojo. Que por mí cada uno puede hacer lo que le venga en gana. Sólo que yo, repito que para hacerlo de ese modo frío y mecánico, prefiero cobrar una pasta gansa.
En todo caso, lo que me daba la pereza de las perezas eran las cosas que me contaba Lua, el tipo de personajes que hay en esas redes. Que habrá gente maja, gente que quiera buscar algo un poco más especial o un poco más personal o lo que sea. Que supongo que los habrá que busquen pareja de verdad. Y conste que a mí conocer gente por internet me parece genial. Una gran parte de los mejores amigos que tengo ahora los he conocido por el blog. Incluso tuve una relación maravillosa con Niño Chico, al que también conocí por aquí y al que sigo queriendo hasta la médula. Pero el rollito que se trae Lua es más tipo poner foto y pedir rollo al que sea, y si acepta, hala, barra libre de frungimiento.
Y claro, como para el punchimpún da lo mismo uno que otro y no los conoces antes ni un poco, se da el caso de ir a cepillarte a uno y descubrir toda clase de cosas desagradables. Que igual en la foto de perfil parece medio normal y luego lleva tatuada la cara de su hijo en el pecho a tamaño natural. O el escudo de su equipo de fútbol. O aún tiene el nombre de la exmujer (vamos a creernos lo de ex) en letras góticas. Y aún quitando ese tipo de regalitos, porque luego es que yo me pongo muy exquisita, están los tipos con un coche enorme y un pene diminuto. Los que te venden o intentan venderte toda clase de motos que no quieres comprar. Los que te mandan fotos de su rabo a los dos minutos de conversación. Y el típico que se ha creído lo de las 50 sombras de Grey y no llega a ser Torrente. Y a parte del pffff, puaj.
Además, para colmo de mis males y de mi bajada de líbido, me dio por pensar que ni uno de esos era capaz de escribir en condiciones. Le pregunté a Lua y me lo confirmó. Ella, que tampoco es una erudita admite que “patinan bastante”. O sea, gente que no distingue “a ver” de verbo “haber”. Y yo, lo siento mucho, pero soy una talibán de la ortografía. A mí me escribes “ola wapa” y ya se me ha cerrado el chichi como una lapa contra la roca. Es que no puedo, no lo soporto. Hoy en día, con tantas posibilidades a tu alcance, tantos libros, tantas cosas que leer, si no sabes escribir es porque no te da la puta gana. Porque pasas de todo, porque no prestas atención, porque eres de los que crees que eso son chorradas. Y esa gente no me interesa. Esa gente me da más que pereza.

Así que me da por pensar. De momento no creo que nunca más vuelva a buscar pareja (aunque por cierto, buscar, lo que se dice buscar, no la he buscado nunca, pero eso es otro tema). Y no porque me vaya bien en el tema precisamente, pero aún así lo tengo bastante claro. Y cuando veo estas cosas, más aún. Porque ya me da bastante pereza conocer a alguien y tener que pasar las primeras fases, como para encima tener que descartar al 90% de la población bien sea por tatuajes que me traumatizan, bien sea porque creen que ortografía es escribir con el orto. Que igual son manías mías, que me estoy haciendo más rara por momentos, pero madre mía qué pereza. Qué pereza más grande.  

jueves, 10 de noviembre de 2016

Mucha ilusión y poco dinero

Tengo una amiga que quiere montar un negocio. En los tiempos que corren. A veces creo que la gente es un poco temeraria. O inconsciente. O directamente está loca. O igual estas ideas son las que hacen que vaya a ser pobre toda mi puñetera vida.
Yo misma pensé hace un tiempo en montar algo. Me di cuenta de que en mi barrio pasan montones de coches de ruta recogiendo abuelitos para llevarlos y traerlos de los centros de día pero no hay ningún centro en sí. Mi abuela paterna estaba por aquel entonces yendo a uno de su barrio muy pequeñito y muy mono que me dio la idea. Era un centro privado pero con plazas concertadas por el ayuntamiento. Pensé en alquilar un local, que por aquí los hay a porrillo y montar algo de ese estilo ya que tengo la formación necesaria y experiencia en el sector. Me informé de las licencias, las características y todo lo necesario. A pesar de que en España la burocracia es totalmente desalentadora y poco menos que induce al suicidio, al final lo tuve todo bastante claro. Era bastante factible. El problema empezaba al echar números. Por muy pequeño que lo montara todo, por mucha ayuda que consiguiera de los bancos, de subvenciones y por mucho que digan que se fomenta y se apoya a los emprendedores, necesitaba un chute inicial de pasta totalmente desproporcionado. Entre otras cosas porque sólo de autónomos ya se va un dineral al mes quieras o no, ganes algo o no. Total, que dejé el proyecto en mi cajón de los sueños que rescataré en mi próxima vida como millonaria.
Decía que mi amiga quiere montar un negocio. Resulta que después de toda una vida dedicándose a la sanidad, ahora quiere montar un negocio de comida. Así, sin formación, ni clientela fija, ni en realidad tener ni idea de lo que habla. A mí, repito, me parece que la gente es, como mínimo, muy osada. Pero bueno, lo que sea. El caso es que vino el otro día a hablar con mi padre al despacho para que la informase sobre unas cosas. Yo estaba ordenando unas facturas y flipando con el optimismo del que cree que ha tenido una buena idea y no repara en los millones de personas que la tuvieron antes. Al parecer, ella cree que con ilusión se pueden pagar facturas, porque no tiene ni un duro para comenzar la inversión, pero tiene un montón de ganas de trabajar y de empezar un nuevo proyecto y blablablá. Cree que podría empezar con algo muy pequeño y luego ya expandirse, cosa que seguro que no se le ha ocurrido a nadie, claro. Va a abrir un blog con sus recetas y sus productos estrella, cosa que tampoco hay en la red, claro. Y como método para darse a conocer y llegar a más gente, ha pensado en colgar carteles por el barrio, aunque con lo que está lloviendo últimamente por Madrid me temo que no sea lo más efectivo. Me pudo el ansia ante su entusiasmo absurder y le propuse intentarlo al menos con una empresa especializada en email marketing como Mdirector que al menos puede llegar a más gente y de paso no perder sus posibles clientes cada vez que llueva y se mojen las farolas.

El caso es que ella sigue convencida de la viabilidad de su plan a pesar de las muchas dificultades, sobre todo económicas, que se plantean. Y yo, dejando mi opinión a parte, admiro a esas personas optimistas y convencidas de que todo va a salir bien, empeñadas en su idea aunque el viento sople en contra, decididas a darlo todo y a cerrar los ojos ante la adversidad. Tienen su mérito, oye.  

martes, 27 de septiembre de 2016

Amistad intermitente

Hoy, post de indignación.
Creo que soy una buena persona. De verdad, creo que a pesar de tener cierto mal pronto, en el fondo soy una blanda y todo. Pero hay veces que ya no sé si la gente lo aprovecha, me toman a cachondeo o creen que lo que soy es gilipollas. Y no. Porque yo perdono, pido perdón y creo en las segundas, terceras y enésimas oportunidades porque todos nos equivocamos. Pero también creo que hay un límite y creo que no se debe nunca abusar de la bondad ajena.
Tengo un amigo. O tenía, no sé. El caso es que nos conocimos teniendo pareja los dos y en realidad éramos amigos los cuatro. Luego yo mandé a la mierda al Desequilibrado y y ellos me ayudaron muchísimo. Los dos, la verdad, aunque más éste del que os hablo. Iba a su casa, cenábamos casi todos los viernes, me llamaba, se preocupaba por mí. Fue una ayuda y un apoyo importantísimo. Me ayudó mucho a montar la casa, a ir a por muebles, a todo lo que necesité. Por eso cuando unos meses después él también lo dejó con su chico, yo me volqué en él. Todo lo que pude y más. Le llamaba, venía a mi casa a todas horas, hablábamos infinito por teléfono, le acompañé al médico por unos problemillas de salud que tuvo... en fin, muy buenos amigos.
Después él volvió con su ex. Y no es que desapareciera por completo, pero sí bajó mucho, mucho, el ritmo de llamarme y quedar, a pesar de que su ex también era mi amigo. Pero bueno, lo tomé bien porque me dije que estaban tratando de recomponer una pareja y tal.
Como era de esperar, lo volvieron a dejar. Y aquí tuve a mi amigo llorando día y noche, comiendo, durmiendo, pasando horas muertas en mi casa. Salíamos por ahí, le sacaba para que se animase, me quedaba en casa cuando estaba de bajón para no dejarle solo. Le ayudé con la mudanza, volvimos al ikea. Aguanté horas de lloros por teléfono hasta la madrugada. Hice todo, todo lo que pude y un poco más.
Bueno, pues al cabo de los meses conoció otro chico y si te he visto no me acuerdo. Dejó de llamar, de quedar, de venir a casa y hasta de contestarme a los mensajes. Ya hubo un punto en el que me mosquée porque le pedí quedar para una cosa que era importante y me dejó tirada sin explicaciones. Le dije que me parecía muy bien que ahora tuviera otras prioridades, pero que yo no era de usar y tirar tantas veces como le dejara el novio de turno porque yo también tengo sentimientos, necesidades y quiero a mis amigos siempre, no sólo cuando conviene. No hubo respuesta.
Y así pasaron dos años y medio. Hasta el otro día que me llega un mensaje por facebook y me dice que no se ha olvidado de mí, pero que es tonto y que espera que me vaya bien. Revisé su perfil. Adivinad quién lo ha dejado con su novio.
El caso es que estuve un montón de días pensando. No sabía si quería contestarle ni qué decirle en caso de hacerlo. Al final me pudo el ansia y le dije que no estaba enfadada con él, pero que me sentía dolida porque me había dejado de lado sin razón y que eso no se le hace a los amigos, que pensaba que teníamos una relación especial y que me había fallado. Aun así le decía que esperaba que le fuera bien, que yo estaba bien y que nunca me había olvidado de él porque había sido muy importante en mi vida.
Pues va y me responde que me quiere, pero que ya sé cómo es, que es tonto y se deja influenciar.
Vamos a ver. Uno: Tienes una edad ya, hermoso, no eres un adolescente que se deja presionar por el grupo. Dos: ¿influenciar por quién? ¿Tu novio que no llegué a conocer te decía que no quedaras conmigo? ¿O es simplemente que te apetecía más estar con él? Tres: el “ya sabes como soy” me toca el coño a dos manos. Es un “yo soy así y tienes que joderte”. Perdona pero no. Porque eso implica que no quieres cambiar, que vas a seguir haciendo lo mismo, que no te arrepientes y que desde luego, volverás a dejarme tirada cuando aparezca el nuevo culo que te guste. Y mira, NO.
Había visto y vivido muchos casos de gente que te deja de lado por un novio, pero como este yo creo que pocos. Me parece de tener bastante cara. Y me duele decir todo esto, porque en realidad yo quiero mucho a este chico, le echo de menos y claro que me gustaría seguir teniéndole en mi vida. Pero no me parece bien que me haga eso, que yo sea sólo el trapo con el que quitarse la mierda y cuando está bien, no acordarse de que existo. Yo también lo he pasado mal en estos últimos dos años y no lo sabe ni ha estado aquí para ayudarme. No me parece justo. Y francamente, ya no confío en que no vaya a hacer lo mismo pasado mañana, luego vuelva llorando y luego lo vuelva a hacer. Y yo ahí como una tonta, esperándole siempre, sin importar cómo yo me sienta. Pues no me gusta mucho el plan.
En fin, no me enrollo más. ¿Vosotros qué pensáis de esto? ¿Qué haríais? ¿Os ha pasado algo parecido?



domingo, 22 de mayo de 2016

Más abajo, más arriba, la historia del que no encontraba su casa

Últimamente he leído un par de post de blogueros a los que sigo hablando de su falta de orientación y/o despistes. Reconozco que yo no soy demasiado despistada, cuando cojo el coche me poseo por el espíritu del gps que nunca tuve y es raro que me pierda. Eso sí, cuando lo hago, es a lo grande, como ese año por Almería. Ahora bien, os contaré una anécdota que he repetido mil veces para que todo el mundo vea que siempre puede ser peor.

Hace ya unos años, a la vuelta de una fiesta de rugby, un amigo del Ross me pidió que le llevara a casa. No me pillaba especialmente cerca pero tampoco lejísimos y bueno, accedí. El amigo, al que llamaremos Nitrix, iba un poco “tocado” esa noche. Tampoco es que fuera borracho como una cuba, pero le dio el punto gracioso. De hecho, se pasó media noche haciendo sonidos guturales por la ventanilla utilizando el parasol a modo de altavoz y alegando que era la época de la berrea. Luego trató de pegar a los viandantes con el mismo parasol enrollado. Y luego increpó a un conductor vecino en un semáforo por estar mordiéndose las uñas. El caso es que al fin llegamos a la calle en la que me había dicho que vivía. Tenía la esperanza de soltarle cuanto antes y que se fuera a su puñetera casa de una vez.

  • Nitrix, ya estamos en tu calle, ¿en qué número vives?
  • Más abajo.
  • Nitrix, estamos a mitad de la calle.
  • Más abajo.
  • Nitrix, la calle se termina aquí.
  • Ahhhh... puesss viviré más arriba.

Media vuelta y de nuevo calle arriba bien despacito para que se fijara.

  • Nitrix, ¿vives por aquí?
  • No, más arriba.
  • Nitrix, ya hemos pasado por aquí antes y...
  • No sé, viviré más arriba.
  • Nitrix, volvemos a estar en el principio de la calle.
  • Ahhhh... pues viviré más abajo.


Su puta madre. Así recorrimos la calle tres veces en cada sentido. Cuando ya desesperada le pregunté en qué cojones de número vivía, alegó que se acababa de mudar y no lo sabía. Vivía solo. Nadie conocía su casa. El tipo no se acordaba ni de qué color era el portal o si estaba cerca de alguna tienda. Ni siquiera parecía sonarle su propia calle.
Estaba a punto de echarle del coche a patadas y abandonarle a su suerte cuando, de repente, con el coche en marcha, abrió y la puerta y gritó “esa, esa es mi casa”. Y se tiró a la calle como si saltara de un helicóptero en una película de la guerra del Vietnam.


Total, si sois capaces de encontrar vuestra casa o de al menos recordar el número de vuestro portal, no es para tanto.

viernes, 22 de abril de 2016

Las conservas de melocotones

Hay dos tipos de personas, los que viven como si fueran a morir mañana y los que viven como si hubieran muerto ayer. Y sí, hay mil tipos de matices, personas, blablá. No me jodáis la frase con el bienquedismo.
El caso es que hace unas semanas, decidí que ya era hora de que alguna gente empezara a desvirtualizar al Ross, no vaya a ser que penséis que me lo invento todo. Así que quedamos con Alter y su churri para tomarnos unos algos y echar unas risas. El caso es que no sé cómo terminamos hablando de locos. Supongo que para sentirnos un poco mejor con nosotros mismos viendo que hay gente que está peor de lo suyo. Y salieron los preparacionistas, que son esos pirados (norteamericanos en su mayor parte, cómo no), que se pasan la vida preparándose, de ahí el nombre, por si llega algún tipo de apocalipsis. Decía Alter que vio un reportaje sobre esta buena y para nada desequilibrada gente y salía una mujer que se pasaba el día haciendo conservas de melocotones para guardarlas en el búnker. O sea, que si realmente llega el catacroc y por lo que sea tu plan no funciona y palmas, te has pasado los años en los que podías disfrutar del mundo envasando melocotones. Diversión a tope. Y en el caso de que sobrevivas, te has pasado los años buenos haciendo las puñeteras conservas y ahora tienes unos cuantos más por delante para comértelos mientras observas un paisaje postapocalíptico de lo más alentador. Todo bien.
La verdad es que esa gente que vive como si hubiera muerto ayer me saca de quicio. Hay tanta gente enferma, con los días contados o desgraciadamente muerta que tenía ganas de vivir y estos mustios de la vida por ahí amargados la mayor parte de las veces sin razón alguna. Me parece egoísta y absurdo. Que todos pasamos malas rachas o días de sentirse calimero, pero coño, luego ya a seguir adelante. Me recuerdan a esas viejas del pueblo de mi padre que se vestían de negro, se ponían el pañuelo en la cabeza y se quedaban en casa pochas como pothos sin regar desde los 50 años o antes, repitiendo que para ellas se había acabado ya todo. Mira, hay formas más rápidas e indoloras de morir. Y de paso, dejas oxígeno para los demás.
De la gente que vive como si fuera a morir mañana se puede decir mucho más. Reconozco que la idea de “vas a morir mañana” me sugiere más el sentarme en una esquina a acunarme repitiendo “no quiero morir, no quiero morir” que salir de fiesta a darlo todo. Pero ya me entendéis. Hay quien vive la vida sin pensar en los riesgos, con el carpe diem por bandera para hacer toda clase de gilipolleces. Mi ex el desequilibrado era un poco así. La fiesta, el alcohol, las drogas y toda retaila de irresponsabilidades eran su modus operandi porque “la vida había que vivirla”. Pues que te cunda, chavalote. Sigue cruzando sin mirar a los lados y verás que bien te atropella la vida en forma de trailer.
Por otro lado están los envasadores de melocotones, que por aquello de si el mundo mañana hace chof, se dedican a intentar salvarse el culo de las formas más peregrinas. Y mira, qué queréis que os diga, para vivir después de un desastre nuclear o una tormenta solar o alguna mierda de estas, casi mejor que me muero. Que los zombis me dan mal rollo y paso de vivir estresada en un paisaje chungo sin más finalidad que comerme los putos melocotones que he estado envasando. Que les estoy cogiendo tirria ya nada más que de pensarlo.

Supongo que como de costumbre, la virtud está en el punto medio y lo mejor es vivir, disfrutar de la vida y asumir que hay ciertos riesgos y que las cosas pueden pasar, pero tomando precauciones. Es decir, ser consciente de que la muerte es la única seguridad que tenemos y que va a llegar algún día, nos ayuda a poner los pies en la tierra, a relativizar los problemas y a exprimir los buenos ratos al máximo. Y a veces, tenemos que plantearnos cómo de graves son las consecuencias de lo que realmente queremos. Si nos apetece decir a alguien que le queremos, por qué no vamos a hacerlo. Y si por el contrario, alguien no nos aporta nada bueno y es tóxico para nosotros, por qué seguir aguantando en lugar de mandarlo al carajo. Por qué esperar y esperar para ser quien queremos ser o para hacer lo que nos gusta. Por qué castigarnos con dietas, problemas, complejos y absurdeces si mañana lo mismo nos cae una teja y nos deja tontos. Por qué envasar melocotones en lugar de echar un polvo, comerte un pastel de chocolate o comprarte esos zapatos tan monos que has visto. Por qué arrepentirte mañana de no haber hecho ese viaje o haberle dicho a esa persona lo mucho que significa para ti. Supongo que el truco puede ir por ahí, por, ante una duda o una tribulación, preguntarse de qué me arrepentiría más si muriera mañana, si de hacerlo o de quedarme quieta.

Y yo ahora lo que me pregunto es si alguien en su lecho de muerte se arrepentirá de no haber envasado muchos más melocotones.

domingo, 4 de octubre de 2015

La educación de callarse la boca

No es la primera vez que lo digo, pero hoy en día hemos confundido la sinceridad con la mala educación, con la grosería y con ser un bocachancla. Eso, y que la gente es miserable de la hostia puta, pero bueno, vamos por partes.
Cualquiera que me conozca de cinco minutos puede tener bien claro que se me puede acusar de muchas cosas en la vida pero no de falsa ni de mentirosa. Creo en decir la verdad, creo en no esconderse y creo profundamente en ser claro y leal. Eso no significa decir todo lo que te pase por la cabeza, no es soltar todas las barbaridades que te vengan en gana y desde luego, no es ser grosero ni maleducado. Que el problema fundamental hoy en día es que a la gente le falta un poquito de mucha educación. Dicho esto, bien sabido es que creo que precisamente si hay una amistad y una confianza, cuando alguien te pide consejo debes ser sincero y decirle la verdad. Pero hay formas y FORMAS. Puedes decirle a alguien que crees que se está equivocando suavemente, puedes tratar de hacerle reflexionar y puedes mostrar tu desacuerdo siempre que dejes claro que tendrá tu apoyo y tu comprensión. Querer a alguien es apoyarle aunque no estés de acuerdo con lo que hace y estar a su lado aunque creas que está en un error. No sé si me explico. Lo que no debes hacer es boicotearle, machacarle ni ser innecesariamente hiriente. Y lo que desde luego no está permitido es volcar tus frustraciones, tus miedos y tu mierda en ella. Eso no mola nada. Porque además te arriesgas a que la otra persona tenga tan poco tacto como tú y te diga tres frescas, que te las estas ganando.
Y aquí viene el asunto de lo miserable que es la gente a veces. Yo tengo un montón de defectos, pero me alegro siempre del éxito ajeno. Y más si son mis amigos, gente a la que se supone que quiero. Me alegro de cuando les va bien, de sus logros laborales, de sus triunfos en lo personal, de sus proyectos que salen estupendamente y de sus reconocimientos. Me alegro en su felicidad, me apeno en sus tristezas. Y estúpidamente, suelo esperar que hagan lo mismo conmigo. Y la mayoría lo hacen, ojo. Mis amigos son los mejores. Por eso son mis amigos. Pero de vez en cuando viene alguien de quien esperas algo más. Y me llevo la torta.
El otro día le conté a una amiga algo que me tiene ilusionada. Aún no es más que el pequeño inicio de un proyecto, pero me gusta cómo va. Se lo conté esperando un buen deseo, un “espero que salga bien”, una alegría. No sé, esperando cualquier cosa que yo haría. Pero no. Me di de morros con una frase fea y con un montón de mierda que no me corresponde por encima. Porque esta tía, que no está en situación de criticar a nadie porque si ahora mismo hay alguien tomando decisiones estúpidas y haciéndolo todo mal es ella, volcó sobre mí todas las cosas que ven de puto culo en su vida. Me dieron ganas de cantarle las cuarenta, de decirle que cuando ordene toda su porquería venga y me diga algo, pero que mientras, se esté calladita que está más guapa. Me dieron ganas de decirle que yo la estoy tratando de apoyar y de comprender a pesar de que no da una a derechas. Me dieron ganas de decirle que creo que es imbécil y se está dejando embaucar por quien no debe, pero que lo único que hago es tratar de ayudar, de aconsejar y de tragarme lo que realmente pienso por no hundirla en la misera. Sin embargo decidí pasar. Si estás tan jodida que una buena noticia te revuelve y te hace echar por la boca un montón de basura, no mereces que te diga nada más y yo no pienso ponerme a tu altura. Es mejor que te quedes en tu propia mierda y te la comas a cucharadas.


Además, para desahogarme, ya tengo el blog. Hala.  

viernes, 2 de octubre de 2015

Días que cunden

¿Sabéis esa gente odiosa que dice que le gusta madrugar, se levanta activa y llena de energía y dice que así puede provechar el día? Yo no soy de esas. A mí me gusta dormir hasta tarde y no siento, ni remotamente, que esté perdiendo el tiempo. Oiga, estoy durmiendo, no estoy desperdiciando la vida. Que es algo bien sano y bien agradable el dormir a pierna suelta después de desayunar. Ron lo sabe, por eso me obliga a levantarme a las 7 o las 8, según le dé el aire. Y luego nos echamos un sueñito hasta las 9 o las 10. O las 12 si es fin de semana. No me da vergüenza ninguna admitirlo.
Pero hoy se me ha jodido el plan. Anoche no pegué ojo porque entre la regla, el dolor de cabeza que arrastro de toda la semana y alteraciones varias, apenas dormí. Luego me he levantado con Ron a las 7:30 y a las 9 estaba en el centro cultural de mi barrio a ver si pillaba una plaza para pilates. Y sí, la conseguí después de cuatro horas de tortura china esperando rodeada de abuelas con ganas de cháchara. Pensé que moría allí echa un gurruño sentada en la escalera.
Por la tarde me he ido a mi primera clase de inglés. Porque sí, he decidido desempolvar mi ajada lengua de Shakespeare y me he apuntado a una academia que da clases de conversación y de preparación a exámenes oficiales. A mí, la verdad sea dicha, no me gusta nada el inglés. Yo diría que soy más de francés, pero luego vaís al chiste fácil, así que me lo ahorro. El caso es que la clase mola, es muy dinámica, el profe (nativo) es muy simpático y sé que es útil. Pero jo, qué perezaca más grande las preposiciones y los pasados y los have y los do y blablablá. Coñazo, oiga. Y no sé hasta qué punto estas clases pueden conducirme a frungir con un Irlandés pelirrojo que se llame Owen. O un escocés pelirrojo que se llame McAlgo. O un pelirrojo cualquiera. Si por mucho inglés que hable no tengo pasta para irme a la caza del vikingo cachondo. Bah.
Luego me he venido para casa, he quedado un rato con mi amiga Pa que se ha metido en una empresa de esas de productos dietéticos para adelgazar y que es más una secta que una empresa. Qué comida de tarro, por favor. Qué coñazo de grupos de control, de proteínas, nutrientes, viajes de empresa, presentaciones, técnicas de venta y cuotas a alcanzar. Y yo qué sé, seré una descreída dormilona, aficionada al pilates y a los pelirrojos, pero a mí estos negocios que te ofrecen un supuesto dineral a cambio de invertir tú dos dinerales, me huelen a chungo pescao. Y dejar un trabajo fijo, con un sueldo fijo para vender polvos que huelen a diablos y que te rebajan los michelines me huele a chungo pescao de hace un mes. En fin, ella sabrá. Cada uno gestionamos nuestros errores como mejor sabemos. Bastante tengo yo con lo mío para solucionarle la vida a los demás.

Y bueno, esto es todo por hoy, que para lo vaga que soy ya me ha cundido el día más de la cuenta. Que tengo la cabeza como un bombo de historias de abuelas, de terceras personas del plural y de proteínas y nutrientes. Y no veo ningún pelirrojo dispuesto a llevarme a la cama en brazos. Así que me retiraré yo sola con mi amorcillo peludo que en unas horas tenemos que desayunar para volvernos a dormir un poquito más.


sábado, 6 de junio de 2015

Carnet de madre denegado

Sabéis de sobra que no soy una entusiasta de los niños, pero cada día me convenzo más de que el problema real son los padres. Porque cuando yo digo que no me gustan los niños la gente se piensa que soy la malvada bruja de Mim y no es así. Me cansan, me aburren y no entran en mi plan de vida, pero creo que hay que tratarlos bien y cuidarlos al máximo. Lo cual, por cierto, tampoco significa volverlos gilipollas.
Y ya sé que soy la última con derecho a opinar sobre la educación de los niños porque sin hijos a ver qué coño sé yo. Pero bueno, aún así tengo ideas al respecto. Y he tratado a muchos adolescentes totalmente descarriados que repetían que nadie les había puesto límites y que sus padres no habían sido tales.
Total, resumiendo y tratando de no meterme demasiado en terreno farragoso, diré que no creo que los padres sean amigos, no creo en la educación con apego esta que se lleva ahora, no creo en la lactancia prolongada, no creo en el colecho y no creo en la mitad de las cosas que se hacen hoy en día. Creo en el amor, en el cariño, en la disciplina y en el respeto. Y creo profundamente en que una colleja o un buen azote en el culo en caso preciso, hacen milagros. Si tuviera hijos lo pondría en práctica, lo tengo clarísimo. Y es que no sé qué pasa hoy en día que los niños (no todos, ya lo sé, pero sí una gran parte) son tan maleducados. Cogen berrinches de tirarse al suelo y patalear, dan patadas a las madres, mandan callar a los adultos... a mí ni se me hubiera pasado por la cabeza, vamos. Y se me llega a ocurrir y mi madre me da una torta que me espabila.
Y por si alguien tiene dudas, yo me llevo de maravilla con mis padres. Cenamos juntos muchos fines de semana, nos reímos, nos contamos un montón de cosas, debatimos sobre lo humano y lo divino, nos cuidamos y nos apoyamos a la vez que nos criticamos con cariño y respeto. Les quiero con toda mi alma, no hay resto alguno de miedo, de resentimiento, de represión ni nada que se le asemeje. Ahora bien, son mis padres, no mis amigos. Mis padres, que es mucho más importante. Y les respeto y no se me ocurre insultarles, levantarles la voz por tonterías o cosas más graves. Me juego algo gordo a que todos esos que creen en la educación esa que “respeta” todo lo que los mocosos hacen o dicen y ellos son los diminutos dueños de todo no van a tener ni de lejos, una relación tan fluida, tan cercana y tan íntima como tengo yo con mis padres, los que me decían que no y punto, los que me daban un azote cuando me ponía insoportable y los que me ponían límites y normas que cumplir a rajatabla.
En fin, lo que sea, allá cada uno con lo que hace.
El caso es que hay cosas que sí me preocupan seriamente y que creo que escapan a cualquiera que sea tu forma de educar o tus preferencias al respecto.
Hoy estaba con mi madre sacando la compra del coche en su portal. Estábamos ahí como siempre, que si esta bolsa es tuya, que si ésta es mía... cuando pasa una madre con una niña pequeña que no tendría ni cuatro años. La niña, más bien poca cosa, delgadita y caminando al lado de su madre, quería comerse unos gusanitos. Que esa es otra, no veo la necesidad de dar esas porquerías a niños tan pequeños, mi madre no me dejó comerlos nunca y claro, ahora no me gustan. El caso, la niña no tenía pinta de ser una tragona. Y entiendo que la madre no quisiera que se comiera la bolsa de mierda gusanitos antes de comer. Pero no entiendo la respuesta que le ha dado:

  • No, que te pones goooorda. Sí, sí, gooooorda, te pondrás gorda. Así que no comas eso porque te pones goooorda.

Se lo ha repetido tantas veces que mi madre y yo nos mirábamos sin dar crédito. ¿En serio esa es la razón que se te ocurre darle a una niña tan pequeña? ¿De verdad? Dile que no porque no se comerá la comida. Dile que no porque le va a doler la barriguita si come eso y luego la comida. Dile que no es hora. Dile que no y punto. Pero no le digas unas veinte veces a una criatura que se va a poner gorda. Luego esa madre se sorprenderá si se pasa la adolescencia a dieta. Si es una obsesa del peso o del físico. Si, Dios no lo quiera, termina con anorexia o bulimia. Se preguntará qué ha pasado. Y culpará a las marcas por hacer ropa pequeña o a las modelos por estar delgadas. Y nadie se dará cuenta de la relación tan chunga que ella misma ha fomentado con el peso y la imagen en esa niña antes de que ni siquiera sea consciente de lo que es.

En fin, que cada uno eduque como considere oportuno porque al fin y al cabo, para él van a ser las consecuencias. Yo sé lo que haría y lo que no en el muy hipotético caso de tener hijos, pero eso es asunto mío. Lo importante es que hay cosas que están fuera de lugar y meter ciertas ideas dañinas a un niño tan pequeño no tienen justificación ninguna. Que luego es que soy una radical, pero cada vez me convenzo más de que se tenía que estudiar mucho el caso y hacer un examen profundo a cada jodida descerebrada que quisiera parir antes de que pudiera hacerlo. Coño ya.

martes, 28 de abril de 2015

¿Prefieres follar o hacer puenting?

Hace poco me contaba una amiga que tiene ganas de experimentar cosas fuertes. Cosas como hacer puenting o descenso de cañones o depilarse el chirri con lava candente. Bueno, lo último lo añado yo, pero para el caso, me vale lo mismo. Conste que yo paso de lo que haga cada uno con su vida siempre que no dañe a ningún animal o persona por el camino. Otra cosa es que yo tenga una opinión al respecto o sobre el grado de estupidez del asunto, pero oye, ¿que quieres tirarte por un terraplén envuelto en plástico de burbujas? Pues nada, al lío. Seguro que es bueno para la industria de plástico de burbujas, que últimamente no pasa por su mejor momento.
Luego me dio por pensar. Esta chica no está en su mejor momento personal por asuntos que no vienen al caso. Igual lo que quiere es sentir algo a toda costa y está buscando en el lugar equivocado. A mí me ha pasado. Hace cosa de tres o cuatro años (o quizás cinco, yo qué sé) cuando me quedé acorchada. Lo pasé tan mal con mi separación, una movida que tuve con el Ross y demás historias que el corazón se me hizo corcho. En serio. Pasaban las semanas, los meses y yo no sentía nada. Y llegó el día que me acojoné y pensé que había muerto por dentro. Luego no, resultó que sólo estaba en un sueño muy profundo como el de la Cenicienta. Sólo que como yo no soy muy romántica, en lugar del beso del príncipe lo que necesitaba era un revolcón con un maromo cualquiera. O algo así. No recuerdo bien lo que me hizo despertar. Pero sí recuerdo que supe que seguía viva una noche que hablé con el Dueño de mis sábanas y algo se me movió por dentro.
De todos modos, yo siempre he sido de cosas más de pa´dentro que de pa´fuera. Es decir, que no tengo ningún interés en atarme una cuerda y tirarme por ahí a ver si me doy un barrigazo o no. Nunca me ha llamado la atención poner en riesgo mi escasa salud. Yo soy más de chutes emocionales. Así se lo hice saber a mi amiga. Le dije, “oye, ¿tú te has planteado hacer cosas como follar en un baño público o liarte con un tío lleno de piercing y rastas en una manifestación de Podemos? ¿Pasarte una noche revolcándote con un fornido policía que te cachee en condiciones? ¿Con un bombero de larga manguera? ¿Con un soldador con chispa? ¿Con un mecánico con el esculpido torso lleno de grasa y el mono atado a la cintura y una llave inglesa enorme? ¿Has valorado la idea de frungir hasta las seis de la mañana o recorriendo todas las habitaciones de la casa?” Mi amiga me dijo que no, que quería un subidón físico de adrenalina. Y yo qué sé, yo soy rara, pero sigo pensando que hay más chute de endorfinas en que te besen por sorpresa, en que te cojan con un brazo por los riñones y te levanten del suelo, o en saber que estás haciendo algo un poco prohibido que en poner en riesgo tu vida. Llamadme loca, pero lo que me gusta es vivir con intensidad, no jugarme el no cumplir más años. Además, empiezo a sospechar que mi amiga ha frungido poco y/o mal para pensar que va a liberar más tensión saltando de no sé dónde que sudando con otra piel que no sea la suya. Eso, o yo soy una golfa que te cagas, que también podría ser. Porque hace ya un tiempo, una conocida que es una moñas de cojones (a parte de la reina del drama) me dijo que ella no sabía vivir sin amor y le contesté “¿Sin amor? ¿Has probado a vivir sin sexo?” A lo que ella me insistió que el amor mueve el mundo. Mira, no. El mundo se mueve por la gravedad, las leyes físicas, las fuerzas centrífugas o yo qué cojones sé. El amor está bien, pero tampoco hace falta para respirar. Que el sexo tampoco, ya lo sé. De hecho, yo he pasado largas rachas sin frungir por diversas razones que incluyen la abstinencia voluntaria. Pero mira, qué quieres que te diga. El sexo no mueve mi vida, el amor no mueve el mundo, nada mueve nada más de lo que tú quieras. Ahora bien, un empotramiento en condiciones igual sí que menea un poco el cabecero. Y total, saltando de un puente no meneas nada de nada.
En fin, que cada uno se desfogue como quiera, pero a mí que no me esperen para saltar de un puente, a mí que me busquen teniendo aventuras de piel para dentro que poder contar cuando sea vieja para escandalizar a mis gatos.

P.D. Si estás chunga emocionalmente no te rapes la cabeza, no hagas puenting, no te enamores de quien no debes y no, no frujas con el primero que pase. Que yo me tome las cosas a broma no significa que las ponga siempre en práctica. Si lo estás pasando mal por lo que sea, igual lo mejor que puedes hacer es estarte quietecita, lamerte las heridas, buscar soluciones o autoanalizarte un poco e ir a la raíz del problema. Digo yo, vamos.


sábado, 7 de febrero de 2015

Cortar por lo sano... ??

Todas las mujeres hemos pasado por alguna crisis (emocional en muchos de los casos) en nuestra vida que nos ha empujado a hacer alguna locura con nuestro pelo. No sé por qué, pero es así. A todas se nos ha ido la cabeza y hemos decidido cortar por lo sano, rizar, teñir o sabe dios qué atentado contra nuestra propia imagen.
Mi amiga Pa hace unos meses sucumbió a la tentación de creer que el pelo es el culpable de que su vida esté hecha unos zorros y a pensar que cortándolo podría solucionar algo. Así que en cosa de tres meses fue a la peluquería unas diez veces. Primero lo cortó un poco. Y bueno, pase. Luego lo tiñó de naranja. Y mal, pero vale. Luego lo tiñó de más rojo. Luego lo cortó otra vez. Y otra. Y otra. Y ya no tenía pase ninguno, pero ella volvió a cortarlo más hasta que no quedó pelo que cortar porque se lo dejó poco menos que como la teniente O´neill. Y claro, para cortar siempre hay tiempo, pero una vez rapado ya no hay nada que hacer más que esperar a que crezca. Y eso no ocurre de hoy para mañana. Obviamente no está contenta porque aunque quiero mucho a Pa, no le favorece nada, pero nada de nada. Ella tenía un pelo precioso, rubio natural, ondulado y un montón, por lo que es una pena. Y encima tiene la cara muy rendondita, así que ese corte le hace una cara de hogaza que no veas, con lo mona que estaba con su pelazo. Yo trato de tranquilizarla y de decirle lo de siempre, que ya crecerá y que total, no es para tanto. Pero sé que en esos momentos no consuela una mierda. Y que encima te sientes estúpida porque te lo has buscado solita. En fin.
El caso es que Pa el otro día publicó este enlace en facebook sobre el tema dándole toda la razón. Y me dan ganas de darle dos tortas a ella y otras dos a la mongola que lo ha escrito. Claro, que yo soy muy partidaria de la técnica de la colleja, pero a ver si es para menos.
La autora del texto dice que sólo se corta el pelo cuando está hecha mierda y cuando ha roto relaciones porque así simboliza la ida del ser amado. O sea, que como se ha ido algo que quieres y no puedes tener, vas y te automutilas. Ah, qué bien, qué lógico. Y que cuando está bien, no corta el pelo ni un centímetro. Primero, cochina, el pelo se corta cada pocos meses, que debes llevar unas greñas gitanas que dará gusto verlas. Y segundo, estás reafirmando que sólo usas el tijeretazo como modo de autolesión cuando las cosas no van como tú quieres. Dice textualmente: Ya no eran trozos de pelo los que estaban en el suelo. Eran sentimientos, ilusiones, amores inconclusos y una amarga realidad. Me di cuenta de que para mí, la partida de alguien era la tijera que cortaba la ilusión.” Pues vale. Lo que tú veas. Pero me das un poco de yuyu.
Además, si por la razón que sea no estás muy conforme contigo misma, un cambio radical de look no suele ayudar. Y menos si es algo tan poco favorecedor como un corte tipo chico. Cada día, cada jodida mañana te levantarás y te verás ese estropicio y te recordarás a ti misma que estás hecha polvo y que eres tan gilipollas que has pensado que eso iba a solucionar algo, cuando en realidad lo único que has conseguido es que te cueste mirarte al espejo. O sea, que estabas hundida y has pensado que sería buena idea echarte veinte kilos de mierda por encima.
Yo sólo me corté el pelo en plan radical una vez. A los quince. Y fue por pura rebeldía. Mi madre me había llevado con el pelo largo casi siempre y estaba hasta el culo de él. Literalmente, porque la melenaza me pasaba con muchas creces de la cintura. Luego me arrepentí porque pasé meses siendo un champiñón. A parte de que me lo cortaron mal y hubo un tiempo horrible en que llevé un trasquilón en la coronilla. En fin, un desastre. Pero aprendí del asunto. Escarmenté y nunca más. Y reconozco que cuando me separé y pasé mi crisis existencial correspondiente lo pensé. Pero no. NO. O sea, no. Y me alegro de no haberlo hecho. De hecho, me alegraba al rato de pensarlo por entrar en razón antes de que no tuviera arreglo.
Por supuesto que si a alguien le ayuda el asunto pues bien por ella, eh. Yo sé que a mí y que a la mayor parte de la gente que conozco y lo ha hecho no le ha ayudado nada de nada. Pero bueno, de todo hay en la viña del señor. Y ojalá a mí me funcionara. Ojalá mis crisis y mis rachas chungas tuvieran una solución tan fácil como darle la vuelta a la melena.
Yo ahora sólo me atrevo a los cortes o los cambios cuando estoy bien, a gusto conmigo misma, segura de lo que hago. Cuando sé que si me queda mal tengo suficiente fuerza en mi interior para saber que es sólo pelo y que no pasa nada, que no es tan grave y que ya crecerá. Si estoy mal, procuro estarme quietecita y no empeorar las cosas con decisiones estúpidas. Porque es más fácil ir a la peluquería y decir “me corte el pelo, oiga” que asumir que estás mal porque has metido la pata hasta el fondo y que lo que hay cambiar está dentro de ti y que va a requerir esfuerzo, sudor y lágrimas. Es más sencillo pensar que la solución que nos haga sentir bien va a venir de fuera en vez de tener que currárnosla nosotros solitos. Y mucho, por cierto.
En fin, nadie dijo que la vida fuera fácil. Lo que no sé es quién nos hizo creer que un corte de pelo podría solucionar nada.


domingo, 1 de febrero de 2015

Reborn, gatos y locas de la pradera.

El viernes hubo un reportaje que me horrorizó tanto que me veo en la obligación de contarlo. Era sobre el tema de los reborns, que son unos muñecos hiperrealistas, que imitan a un bebé en peso, tamaño, textura de la piel y toda clase de detalles. Hasta se les cae la cabecita y tienen pelito, arruguitas, granitos y todas esas cositas desagradabilitas que por decirlas en diminutivo parecen menos horripilantes. Pero no.
Pero el problema no eran los muñecos, que por cierto cuestan un ojo de la cara (unos mil euros el más barato), si no las locas de la pradera que los “adoptaban”. Hemos llegado a un punto tan feo y tan depravado de la sociedad que la gente compra perros, gatos y seres vivos y lo dice no sólo sin pudor si no con orgullo, pero luego “adopta” jodidos muñecos. Y lo que es más grave, si estás soltera y tienes gatos eres una loca y la gente te tiene lástima. Huy, la pobre, que no la quiere ningún hombre y así va a acabar, como una loca que da de comer animales. Pero que te gastas dinerales y "cuidas" de muñecos de silicona, pues bien. De verdad que un día de estos yo me bajo del mundo aunque sea en marcha.
Pues ahí salían las locas del puto coño acunando bebés de plástico, peinándolos, bañándolos, vistiéndolos con ropa de bebé de verdad, preparándoles habitaciones y hasta sacándolos de paseo. Hasta había una zumbada que tenía como seiscientos muñecos repartidos por la casa y les atribuía sentimientos y carácter propio, en plan “ésta es la que toca el piano y este es Alfonsito que es muy malo y por eso está castigado.” Y entonces lo cogía lo zarandeaba y decía “mira, mira cómo salta, es más travieso...” Yo, pobre de mí, no daba crédito. De verdad que nunca me he sentido más cuerda y más estable mentalmente en toda mi vida que viendo a esas tías con esos desórdenes emocionales tan graves.
En twitter se creó bastante debate con el tema. Incluso hubo quien dijo que era igual que las solteras que teníamos un gato. Y oiga, no. Por alusiones. Un gato está vivo, necesita tu atención y tus cuidados. Y es un gato. No es una cosa de plástico que pretende ser un gato, pero no lo es. Creo que es como muy evidente la diferencia.
También hubo quien dijo que era chungo gastarse ese dinero en un muñeco. Reconozco que cada uno se gasta su sueldo en lo que mejor le parece, pero yo que soy una roña, admito que me parece un tanto obsceno gastarse miles de euros entre muñeco, ropa, complementos, cuna, carrito, habitación y demás cuando hay tantos niños reales que no tienen para comer. Claro que, repito, yo soy lo más roñoso del mundo. Porque habrá quien me diga que es como gastárselo en zapatos o en ropa, que es algo que te gusta. Ya, pero yo es que tengo la norma de no comprar ropa o zapatos caros tampoco por la misma razón. Ni siquiera cuando ganaba mucha pasta lo hacía. Hay algo en mí que me impide soltar más de 50 euros en algo material sin sentir un dolor en el pecho que me dice que ese dinero podría ser más útil. Que esto soy yo, ojo, que no critico a quien decida hacer lo contrario, es su dinero y como si quiere limpiarse el culo con billetes de cien. A mí no me va y no me parece lo más correcto, pero allá cada cual.
Y por último, hay algo que me escama en este tipo de cosas. No hay que ser muy listo para ver que esas mujeres con esos muñecos están tratando de suplir una carencia emocional o superar un conflicto no resuelto. Pero todas las que salían tenían marido, madre, amigas. ¿Nadie les dice que están mal de lo suyo y trata de ayudarlas? ¿Por qué en vez de darle una colleja, hacerle ver la realidad, hacerle entrar en razón y buscar ayuda si hace falta, fomentan un comportamiento tan destructivo? De verdad que ahí sí que me pierdo por completo. Yo no dejaría a mi madre hacer eso, vamos. Y desde luego a mí se me ocurre y mi madre me da dos tortas que me espabila. Y bien que haría. No creo que por querer a una persona haya que dejarle hacer todas las gilipolleces que se le ocurren. Precisamente si la quieres y te importa, le dices que se equivoca y le ayudas a mejorar, no dejas que se tire por un puente sin al menos convencerla de que lo haga con cuerda. Vamos, digo yo. A mí la gente que me da la razón en todo no me gusta. Y desde luego si alguien espera que yo le dé la razón en todo, no vamos a ser amigos.

Y bueno, por poner una nota de humor al asunto, mientras estaba viendo el reportaje me acordé de este postque escribí hace mucho, en el que cuento que a mí los muñecos tipo bebé no me han gustado nunca. Mi instinto maternal estilo patata es de nacimiento. Pero los familiares me los regalaban y mis yayos me regalaron uno así vestido de antiguo con un gorrito y toda la pesca que me daba mal rollo. Decía mamá o algo, no recuerdo bien. Y a mí me dio por pensar que era como esos niños muertos de las fotografías antiguas. Y oye, que ni puta gracia el niño muerto aquel, que me miraba y si se le caía el chupete le salía una voz de ultratumba llamando a su madre. Qué putos sustos, coño. Y luego el babyfeber, que se parecía al muñeco diabólico. Qué tortura todo. Qué ganas las mías de hacerme mayor y que la gente dejara de regalarme aquellos despropósitos de niños muertos del demonio. Así que una vez que me conseguí librar de todo aquello, ahora me van avenir a decir que me compre uno que parece tan de verdad que da grima tocarlo. Y que cuesta mil euros, que hace años que no los veo juntos. Anda a pastar. A la pradera. So locas.  

miércoles, 26 de noviembre de 2014

El excitante efecto templao

A ver, o yo soy un bicho raro o a la gente le van cosas sexuales de lo más absurdas. Que yo no me meto con nadie, ojo. Por mí como si en la intimidad de tu hogar te gusta poner velas aromáticas, darte un relajante baño de sales y meterte una enorme calabaza por el culo. Mientras no violes, no dañes y no fuerces a nadie, haz lo que te venga en gana.
Ahora bien, que a mí me la traiga floja todo lo que hace el resto del mundo no significa que siempre lo comprenda. Hay veces que no, que no, que no lo entiendo aunque me esfuerce.
Una de las cosas que me estresan bastante es esta moda de los lubricantes de “sabores”. Que no sé yo para qué sirven, porque en las zonas bajas no se tienen papilas gustativas en ninguno de los dos casos. Y está el listillo de turno “mujer, son para juegos y para hacer cosas con la lengua”. Mira, no. Si quieres hacer sexo oral, hazlo y no uses mejunjes. Que sobra ahí tanto pringue que además huela a piña. Y si no te gusta el sabor de algo, no lo chupes, así de fácil, no trates de enmascararlo con cochinadas químicas. Que es como echar ketchup a las judías verdes para ver si así pasan y te las puedes comer. Mira, no, no fuerces. Si te gusta te lo comes y si no, pues déjalo, pero no guarrees, joder.
Esto me recuerda a la vergonzosa historia de una amiga (cuya identidad mantendré oculta) que le echó medio bote de leche condensada en el pene a su novio. ¿Resultado? Se empachó, se pringó hasta las cejas y él terminó restregándose con fairy porque los pelos se hicieron un pegote y no había forma de quitarlo. Una odisea sin final feliz. (Igual un día debería hacer una recopilación de las aventuras sexuales patéticas de mis amigos. O escribir un libro, uno tamaño Ken Follet pero más entretenido. O algo. Tendría que pensar sobre ello, pero me resulta muy desagradable.)
En fin, volvamos al asunto. Que conste que aunque no soy partidaria personal de los lubricantes, puedo entender que haya casos en los que sean necesarios. Pero para eso los hay neutros, que no huelen y no saben y hacen la función que tienen que hacer y punto.
Últimamente mi paciencia se ha colmado con un par de anuncios que he visto de una conocida marca de preservativos que tiene una amplia gama de lubricantes de sabores y colores. Toda una psicodelia sexual para prácticas avanzadas que al parecer una humilde servidora desconoce. Y como guinda del pastel han sacado una nueva chorrada que es un dúo de lubricantes con efecto calor para ella y efecto frío para él.
Esto me confunde y me trastorna, os lo juro. Primero y principal porque si juntas frío con calor, queda tibio, que ni lo uno ni lo otro ni sí ni no ni todo lo contrario. Y lo anuncian tal cual, “efecto calor para ella, efecto frío para él”. O sea, que cuando los juntas se da el mágico y alucinante efectotemplao” para los dos. Suena apasionante de cojones.
Además se me generan dudas, porque no sé qué hará la gente, de verdad, pero ¿para qué quiero yo ese efecto calor? ¿Acaso voy a asar pimientos en el chumino? Oiga, que una tiene una temperatura corporal de lo más correcta, no me hace falta un volcán uterino capaz de convertirme en un microondas humano.
Y lo mejor de todo, el efecto frío para él. ¿Por qué? No, en serio, ¿¿POR QUÉ?? ¿Qué extraño morbo puede dar una picha fría como un témpano, al estilo del vampiro de la famosa saga? ¿Por qué voy a querer que alguien me meta una cosa refrescante que no sé si me recuerda a un calipo o a un artilugio pringado en vicks vaporub? ¿Es acaso para contrarrestar el ardoroso efecto de mi gel? En tal caso, ¿para qué me lo he untado y ahora tengo el chumi echando humo si viene el bombero, manguera fresca en ristre? No comprendo nada.
Y habrá quien diga que igual es para usarlos por separado, él con su frío y  yo con mi calor, pero es que no sé, igual llevo todos estos años haciéndolo todo mal, pero juraría que el plan es que mi parte supuestamente calentada entre en contacto con su parte supuestamente enfriada, logrando finalmente el mencionado efecto templado y pringoso que tan poco erotismo me sugiere.
Así que no sé, cuando veo estas cosas siempre me pregunto si es que yo soy una sosa en la cama y me creo que lo estoy haciendo bien cuando en realidad me estoy perdiendo un mundo de posibilidades fantásticas con cambios de temperatura y olor a frambuesa del desierto, pero joder, me sobra tanta pompa. Yo sólo necesito un hombre que me guste, unos besos, unas caricias, unas risas, un poco de jugueteo, unos mordiscos y quizás unas palabras susurradas al oído. No me hace falta untarme de potingues, con el asquito que me dan a mí los pringues. No me hace falta chupar parafinas con olores exóticos y sabores dulzones y artificiales. No me hace falta ponerme el chichi a punto de ebullición y desde luego, no me hace falta una minga que irradie frescor alpino.
Lo dicho, que debo ser muy rara, ahí disfrutando del sexo natural como un animal primitivo, que no entiendo de avances, ni de modas, ni de cosas sofisticadas y “cuquis” (como me da por el culo esa palabra, oye) ni de nada. Que parezco un primate o algo, que no me entretengo en artificios ni necesito gastar ingentes cantidades de dinero en absurdos y follo ahí, a lo loco, sin que ninguna gran empresa me explique qué productos necesito para disfrutar de verdad. Qué ignorante que soy, de verdad. Yo pensando que me gustaba el sexo y resulta que no.

Joder con la tontería, hombreyaaaaa.  

sábado, 6 de septiembre de 2014

Encuentros en el mercamoñas

Sé que os tengo prometido un post sobre feminismo. De hecho, después de lo que voy a contar, será aún más necesario, pero por hoy me voy a permitir el tomarme con humor ciertas cosas que si no me río, me lío a hostias.
Resulta que el otro día fui por la mañana a hacer cosas. Últimamente duermo fatal y ando triste y apagada, así que iba con mis pintas andrajosas, unas mallas azules, una camiseta blanca vieja,  unas chanclas y mi característico moño de notengoganasdepeinarme. O sea, que levantando pasiones precisamente, no. Y yo ya no soy tan joven y tan mona como para que el look pordiosera me quede bien.
Bueno, pues iba yo arrastrando mis pintas y empujando el carrito por el mercamoñas cuando me “choco” con un prepúber de unos 12 años que “casualmente” a la que se choca me toca el culo con el dorso de la mano. Bueno, pienso, puede pasar. Y sigo a mi bola comprando. Seguramente las mujeres que me lean sepan a lo que me refiero cuando digo que a veces hay sensaciones que se te agarran a las tripas cuando un tío te habla, te toca o simplemente te mira. Como un asco visceral e inexplicable. Bueno, pues de pronto me empiezo a encontrar al jodido pajillero de 12 años en cada pasillo, detrás de cada estantería, siempre detrás de mí. Y esa sensación se me mete en el cuerpo. Y cada vez que me cruzo al chaval que me mira con esos ojos de gamba que proporcionan los transtornos hormonales de su edad, se me pone peor. Le esquivo como puedo. Le huyo. Y sigue ahí, a mi lado, detrás. Angustia y mala hostia a partes iguales. Empieza a tratar de chocarse de nuevo conmigo y tengo que empezar a hacer fintas y regates que ni Messi. Hasta que cuando ya estoy llegado a la cola de la caja, se choca de nuevo conmigo en un espacio enorme y me vuelve a tocar el culo esta vez con toda la mano y echándome todo el cuerpo encima. Y claro, ahí ya me he mosqueado más de la cuenta y por no partirle la cara, le he soltado un “joder, ya vale de una puta vez”. Coño ya con el niñato de mierda.
El caso es que dejo el carro en la cola y me voy de una carrera a por tierra de Ron, que se me había olvidado. Entonces me encuentro en la sección de animales a la señora loca de los gatos de mi barrio. Es una mujer con síndrome de Noé que cada vez que la veo me encoge las tripas. Sé de su historia porque es vecina de un amigo mío y me da una pena horrible. Fue bailarina, guapísima y tuvo bastante éxito. Pero se separó de su marido, tiene un par de hijos que no le hablan y vive sola, con un millón de gatos en casa. Los servicios sociales han tenido que ir un par de veces. Todos los días se gasta una media de 30 a 50 euros en comida de gatos y pájaros en el mercadona y alimenta también a todas las colonias del barrio. Ella misma debe comer comida de gato, es raro verle comprar algo de comida “humana”. El caso es que está ahí, con unas pintas parecidas a las mías y me pide que le coja un saco de tierra de gato. Me mira y me dice:

-         - Ah ¿tú también tienes gatos?
-         - Bueno, tengo uno.
-         - ¿Sólo uno? Yo tengo muchos, ¿quieres que te dé alguno? También alimento a los de la calle, ¿seguro que no quieres más gatos?

Y joder, por un momento lo pienso. Claro que quiero gatos. Mil gatos. Pero no tengo dinero para mantenerlos como a mí me gusta, con su pienso del mejor, sus vacunas, sus revisiones, sus pastillas de desparasitar y sus cosas. Igual en el futuro eso me da igual y empiezo a acumularlos como ella. Así que le digo que no y vuelvo a la cola con mi carro.

En fin, creo que necesito cambiar de look. Uno que no atraiga preadolescentes pajilleros y que no hagan pensar a la señora de los gatos que soy su digna sucesora.