Una de las cosas que más me aterran en la vida son las ollas a presión. No sé en qué mente enferma puede surgir la idea de meter garbanzos en una bomba a vapor que puede estallar en cualquier momento. Y no tratéis de persuadirme, conozco mucha gente a la que le ha explotado la maldita olla exprés llenando todo de caldo hirviendo y de trozos de estofado pegado a las paredes de la cocina. Eso en el mejor de los casos. Porque sé de personas que han terminado en el hospital por quemaduras graves debido a esta historia. En fin, no quiero ponerme dramática, pero son inventos del demonio. “Pero es que la comida se hace más rápido, mimimi”. Tampoco sé en qué momento alguien llegó a la estúpida conclusión de que más rápido es mejor y encima nos ha convencido a todos. Más rápido sólo es sinónimo de más peligroso.
Compraos una olla de cocción lenta, cero riesgo de explosiones y comida buena prestando un mínimo de atención. Y no, nadie me paga por esta cuña publicitaria.
El tema es que desde hace un tiempo siento que yo soy una olla a presión. Y no me gusta porque puedo explotar en cualquier momento y los garbanzos voladores y el caldo achicharrante no es el mayor peligro en este caso.
Y parece que lo único que puede evitar el desastre de las ollas y de mí misma es la válvula de escape. He valorado muchas opciones. Bueno, no tantas. Algunas. Y el blog parece la más sensata. O la más barata al menos.
Cuando tenía el blog, ocupaba una parte de mi cerebro que así no estaba dedicada a pensamientos feos. Me ayudaba a ver las cosas con humor porque de toda situación desastrosa sacaba la conclusión de que si lo contaba con humor, podría dar para un post. Y esa sensación era buena. Creo que podría ayudarme de nuevo.
Por hacer un resumen, así a lo gordo, os diré que todo va bien. Porque es más rápido decir “bien” que dar explicaciones. Y no es que haya nada realmente malo. Es sólo que a veces la vida se hace bola. Porque te pones a masticarla y le das tantas vueltas que al final no hay quien se la trague. Tengo un trabajo que me gusta con compañeros que me gustan (en su mayor parte). Tengo dos gatos a los que adoro y a pesar de los disgustillos que me llevo, sobre todo porque Ron se hace inevitablemente mayor, siguen siendo mi alegría. Tengo un marido que aún no me puedo creer que haya tenido tanta suerte de encontrarle. Y tengo padres a los que adoro, me queda un yayo con cuerda para rato y la familia bien gracias, ya sabéis.
Pero yo no estoy tan bien. Me tienen que operar de endometriosis en los próximos meses, lo que me aterra más de lo que soy capaz de admitir. Me encuentro cansada y dolorida demasiados días al mes. Y hay momentos en los que aunque aprecio todo lo que tengo, me gustaría meterme dentro de un agujero y dormir hasta que el mundo sea perfecto. O sea, mucho, mucho tiempo.
Y como no tengo dinero ni paciencia para la psicología, no creo en el reiki ni en las terapias alternativas, jamás he bebido alcohol y tengo miedo de engancharme a las drogas, aquí estoy de nuevo. Probando si las letras pueden aliviarme una vez más de las angustias de un día a día que en realidad no tiene nada de malo.
Septiembre es un buen momento para empezar cosas. Es el comienzo real del año, diga lo que diga el calendario. Así que, here we go again.