Bueno, ya ha pasado la puñetera boda
de mi prima. Por suerte, el mismo día Reichel nos dio la noticia de
que ya tiene fecha para casarse el año que viene, así que no nos
cansaremos de ir de boda en boda hasta que una de estas la convierta
en la boda roja y ya me ahorre ir a ninguna más el resto de mi vida.
Qué pesadez, por favor.
En todo caso, hablando de bodas rojas,
el otro día encontré un buen símil a lo que siento respecto a las
bodas. Y son las ganas de cortar cabezas y matar gente. No, espera.
Era otro tipo de símil. Aunque lo de matar peña a cascoporro...
bueno, que me distraigo. Los fans de Juego de Tronos me entenderán.
Y lo que no, creo que también. Cuando yo vi el capítulo en
cuestión, me había tragado todas las temporadas de la serie del
tirón así que me pasé un buen sofoco. Me mataron a mi Robb, a su
dulce y maravillosa mujer y a su madre, me mataron al lobo huargo. Me
jodieron viva. A la vez estaba cabreada, dolida, se me saltaban las
lágrimas de impotencia. Yo, que había estado ahí, apoyando a los
Stark en su lucha, gritando “The king in the north”, y de pronto,
a la mierda todo. Las cuatro de la mañana y yo sola en casa con el
silencio sepulcral del final del capítulo y sin saber si creerlo del
todo. Qué explosión de sentimientos, oigan. Sin embargo, si alguien
que no haya visto en su vida la serie ni sepa de lo que va la vaina
ve ese capítulo de repente, pues sí, se queda un poco impactado de
ver tanta muerte, pero mira oye, qué le vamos a hacer, es gente que
muere y no sabes ni por qué y no para qué.
Las bodas son algo así. Las de mis
amigos no me gustan mucho, pero como estoy metida hasta las orejas en
la historia de sus vidas, me emocionan, me tocan la fibra, me hacen
sentir parte de algo. Recuerdo cómo hemos llegado hasta ahí, veo
pasar nuestros años por delante y me tirita un poco el corazoncillo.
Sin embargo, las de la gente como mi prima a las que no trato, a las
que no conozco apenas y de las que no sé nada, me dejan fría. Que
sí, que la ceremonia es bonita, que las palabras que les dedican sus
amigos pueden ser emotivas y que lo que tú quieras, pero a mí no me
tiembla el pulso. No es parte de mi historia, no pertenezco a ello,
soy una mera espectadora despistada que no sabe de lo que va el
rollo. Y mientras todos lloran, yo me atuso el vestido y me pregunto
si habrá nestea en el cóctel porque con la caló que está cayendo
tengo la boca seca.
Así que eso, la boda de mi prima fue
bien, la ceremonia bajo el árbol muy estética, la música bastante
bien elegida y el baile con coreografía incluida muy gracioso. Pero
yo lo único que sentía era que el pelo me daba calor en la espalda
y me sudaba el cuello.
Por los demás asuntos que me
preocupaban, conseguí sortearlos casi todos. Evité temas incómodos,
esquivé a familiares que no me caen bien y hasta me alegré de ver a
los que sí me simpatizan. El vestido me encanta, el cinturón que me
hice quedó perfecto, encontré un bolso ideal y los zapatos eran
preciosos, cómodos y maravillosos. Hasta logré hacerme un cat-eye
igual en los dos ojos. Y me pinté los labios de ese rojo encendido
que adoro y tanto me costó encontrar en labial fijo. Así que guay.
Y lo mejor de todo con diferencia fue
el camping donde nos alojamos. La cabañita de madera molaba mil, el
entorno era estupendo y tenía una piscina enorme donde me pegué los
dos mejores baños de todo el verano porque el agua estaba buenísima.
Además estaba muy cerca del sitio de la boda y tenía un bar en el
que se comía de lujo. Y lo mejor, mejorcísmo, es que había gatos.
Muchos gatos. Y venían a que les acariciases y les dieras de comer.
Así que compré unas bolsitas en el mercadona que había al lado y
me he pasado el tiempo dando de comer a dos adorables gatitas, un
amoroso machito y un par de cachorritos juguetones. Como de costubre,
los animales me salvan del naufragio y me dan razones para sonreír.
Y los gatos encantados, claro, dormían en el porche de mi cabaña,
se colaban a veces en el salón y me seguían a todas partes
maullando. A quién le importa lo que opinen tus estúpidas primas si
los gatos callejeros te quieren.
Y nada, por fin se acaba agosto, se
pasa el verano y me queda más de un año para la siguiente boda.