Le he dado muchas vueltas al asunto. Y he llegado a la conclusión de que hay cosas que nunca tienen un buen momento para ser contadas. Cierto que yo me callo lo que me duele. Que las heridas me las lamo sola hasta que están curadas. Y que me cuesta expresar los sentimientos si son desagradables. Pero es el momento. Porque va a ser tan malo como cualquier otro. O tan bueno. El caso es que va a ser ya.
Supongo que habrá gente que se pregunte porqué rompí con el desequilibrado. Y no voy a explicar los detalles desagradables de último momento. No seamos simplistas, las cosas no se rompen por la última bronca o la última desavenencia. No es cosa de un día. Hay que ir a la raíz del asunto.
Es cierto que nosotros siempre fuimos una pareja de altibajos. Pero porque él es una persona demasiado temperamental. Igual ríe que llora, ama que odia. Y en el día a día no es sencillo. Pero más o menos nos manteníamos. Todo se truncó cuando tuvo una idea feliz de las suyas: pedirme matrimonio. Y cualquiera que me conozca un poco sabe que yo soy antiboda, anticompromiso y antiesascosas. Total que me vi metida en una peli mala, con viaje a Italia, anillo con pedruscos y frase tópica incluída. Lo primero que dije fue “no puedes hacerme esto”. Más cuando varias veces había dicho claramente que si se empeñaba en casarse acabaría con lo nuestro. Más cuando durante años me oyó hacer comentarios negativos respecto a los bodorrios. Pero lo hizo.
Tras mucho darle vueltas y mucho chantaje emocional del estilo “tus abuelos aún están bien” “mi padre ha estado muy enfermo” “la familia se alegraría tanto” acepté de mala gana. Y puse condiciones, que fuera una boda pequeña, sencilla, con poquísimos invitados, etc. Pero no se me hizo caso y cuando me quise dar cuenta, estaba hasta arriba de preparativos, con casi 150 invitados, iglesia, banquete y su puta madre en verso. Y claro, me entró la crisis. Así que a finales de verano, me armé de valor y le dije que yo no quería eso. Que ya que aceptaba hacer algo que en realidad no quería, que al menos fuera a mi gusto. Pero eso de negociar con el desequilibrado era imposible. Era todo o nada. Lo que yo quiero o nada. Ahora o nada. Y claro, fue nada.
Tras mucho discutir y disgustos varios, le dije que no, que así no me casaba. Y él, indignado, me dijo que no quería que me casara por concesión, si no que me hiciera ilusión. Y yo dije que puedes obligarme a hacer cosas, pero no a sentirlas.
Eso nos llevó a la primera separación en septiembre. Porqué volvió a casa después es un misterio. Lo nuestro se había roto para siempre. Él estaba herido en s orgullo y yo me había dado cuenta de que ya no le quería como debía. Así de sencillo. Que sí, le quería por el tiempo, la costumbre y todo eso, pero que no soñaba con casarme con él. Que las pocas veces que pensaba en la boda como algo agradable no era el desequilibrado el que estaba a mi lado. No dejaba de pensar que si me casaba con él ya nunca podría recuperar al Ross. Que si aceptaba ese matrimonio ataría mi vida a la suya y rompería el lazo que me ataba al amor de mi vida, el de soñar que acabaríamos juntos.
Total, que lo nuestro se fue minando. Cada vez nos importaba menos el otro. Cada vez hacíamos más vidas separadas y nos ignorábamos más duramente los ratos que estábamos juntos. Hasta que ya se hizo insoportable y patente. Y entonces recogió sus cosas, hubo mil problemas y se fue. Y hasta hoy.
Debo decir que no fue fácil. Que no es sencillo rechazar una proposición así por seguir firme a tus ideales y a tus sentimientos. Que no es sencillo resistir la presión. Que no es fácil que la bruja de tu suegra se porte peor contigo de lo que solía. Que no es fácil aumentar el odio de una familia que no te acepta. Que no fue sencillo. Pero era lo correcto. Y yo lo veía y lo veo tan claro, pero tan, tan, tan claro que nada me hacía cambiar de idea.
Ahora sé que no debí aceptar por mucho chantaje que se me hiciera y haberme cuadrado en el NO desde el segundo cero del asunto.
Ahora sé que soy un problema con el compromiso andante. Que he dicho que no al sueño de la mayoría de las mujeres sin que me temblara el pulso. Que he preferido el dolor, el insulto, la acusación, la humillación y el reproche a mentir.
Ahora sé que soy una solterona empedernida. Que posiblemente nunca vuelva a compartir mi vida con nadie dado que el Ross no me quiere o no le da la gana intentarlo o lo que sea que pasa por su dura cabezota.
Ahora sé que los genes nublados de abuelapaterna son más fuertes de lo que creía.
Ahora sé que el destino de vieja de los gatos se hace patente antes de los 30.
Ahora sé que posiblemente no me case nunca y envejezca sola.
Pero como irónicamente todo este follón me ha hecho más feliz y más fuerte de lo que era antes, he aprendido cosas que no tienen precio:
He aprendido que soy una persona íntegra y consecuente. Soy capaz de cualquier cosa por no mentir, por no aprovecharme de una situación.
He aprendido que cuando estoy segura de algo, no se me pone nada por delante. Y que me desborda la fuerza que me falta en otros momentos.
He aprendido que soy una mujer segura de mí misma, independiente, capaz de vivir sola, de salir adelante y de luchar por lo que quiere.
He aprendido que para ser feliz sólo tienes que mirar hacia delante y creer que todo puede mejorar. Y que nadie debe decirte que tú eres infeliz por naturaleza. A lo mejor me haces infeliz tú, capullo.
He aprendido que si la pecera se te queda pequeña, salta de ella y después de pasarlas putas, eso sí, llegarás al mar, nadarás a tus anchas y crecerás cuanto te plazca. Dijo Shakespeare: Mantente lejos de las personas que intentan empequeñecer tus ambiciones. Ve con aquellos que alimenten tus posibilidades de ser grande
He aprendido que ser libre es el mayor de los dones y que no tiene precio. Que sentirse libre es mejor que sentirse enamorado, que sentirse acompañado y mil veces mejor que sentirse abocado a algo que en realidad no se desea.
He aprendido que ser yo no es tan horrible como me pintaban cada día.
He aprendido tanto que ahora soy mejor, más sabia, más madura y más experta. Y sobre todo libre. Y eso no me lo quita nadie.
Y he aprendido que es cuestión de seguir caminando. Que el mundo no se detiene. Que la vida sigue y hasta puede ser mejor. Por eso estoy aquí y camino erguida, con la frente bien alta.