Hooooolaaaa… he vueltoooo… ¿Hola? Eco, ecoooo… Bueno, da
igual, seguiré hablando sola.
El caso es que estoy viva. Sí, esta ausencia de dos semanas
no se debe a que haya estado muerta. Ni de parranda tampoco, francamente. Sólo es
que he sufrido un grave ataque del síndrome del “ya que”. Y aún no me he
recuperado del todo, advierto.
El caso es que como os dije, vino el Niño Chico de Sevilla
para pasar aquí la semana santa. Y no termino de entenderlo, porque con esas
tallas, esas procesiones y esas cosas maravillosas que tiene Sevilla, venirse a
Madrid debe ser pecado. En Semana Santa y el resto del año, la verdad. Pero
bueno, él sabrá. Y ya que estaba aquí, le pedí que me ayudara a llevar unos enormes
botes de pintura que mi madre había comprado para remozar un poco la fachada
del despacho.
Por si no lo sabéis, la pintura pesa un huevo.
Y ya que mi madre se puso a pintar, me
dio la idea de que mi casa estaba hecha polvo. La pinté cuando la compré hace
cinco años, pero claro, desde entonces ha sufrido dos mudanzas, las averías que
hacía mi ex el desequilibrado, las trastadas de Ron, mis propias averías, una
humedad y unos cuantos etcéteras más. Así que me pareció buena idea pintar yo
también. Y ya que lo hacía, pues cambiaba el color del salón, que estaba
ya hasta el potorro del azul.
Y ya que pintaba, pues decidí arreglar
el suelo del salón, que con una humedad que tuve se levantaron un montón de
tablas del parquet de la puerta del baño.
Y ya que arreglaba el suelo y pintaba,
pues quitaba todos los cuadros y las estanterías y las cosas colgadas y tapaba
bien los agujeros.
Y ya que estaba, pues movía todos los
muebles y los fregaba bien por detrás por si había arañas asesinas
atrincheradas detrás.
Y ya que movía los muebles, pues
algunos los cambiaba de sitio.
Y ya que los movía, pues lijaba los
sillones del ikea y los barnizaba.
Y ya que tenía una lijadora, pues le
daba una pasadita a la puerta del cuadro de luces y la pintaba de nuevo.
Y ya que estaba montando ese follón,
pues le daba una manita también de pintura al techo.
Y ya que estaba, pues me podía haber
tirado por la ventana, oyes.
El tema es que no sé cómo, convencí al Niño Chico para que
se quedara una semana más y me ayudara con mi despropósito idea de arreglar la
casa. El pobre. Mira que es cándido.
Total, que como soy bastante pobre, pero bastante temeraria,
me compré una sierra eléctrica, una lijadora (8 euros cada cosa), un par de
botes de pintura y unos rodillos. Y hala, a lo loco. Me puse a cortar tablillas
de parquet y puse un parche donde antes había un agujero negro. Las lijé y las
barnicé. Quité todos los cuadros, las estanterías y los muebles. Tapé con
aguaplás los agujeros. El Niño Chico puso cinta de carrocero por todas partes. Pintamos
y limpiamos.
Y ahora mi salón es verde, mis muebles están limpios y mi
suelo tiene parches pero no baches, lo que es un pequeño matiz que marca la
diferencia.
En fin, que sigo cansada, dolorida, tengo cardenales por
todas partes y el pobre Niño ha salido huyendo y no sé si querrá volver alguna
vez, pero ha merecido la pena. Ya que estábamos, había que hacerlo…
¿No?